por Antonio PARRA GALINDO
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(1) DOS SEMANAS
AL BORDE DE APOCALIPSIS
Durante tres
tórridas e intensas semanas de julio de 1937 en las explanadas de Brunete perdieron la vida alredor de setenta mil
hombres. Fue una de las más cruentas y decisivas batallas de la guerra civil,
en la que se pusieron en juego nuevas tácticas de armas mecanizadas, con
despliegue masivo de tropas. La guerra relámpago. La guerra total. El choque
bajo una lluvia de acero fue un ensayo general de las otras grandes batallas de
la Guerra Mundial: Stalingrado, Leningrado, El Alamín, la batallas de
Normandía. Y el epílogo de la primera gran guerra. Entraron en colusión los
intereses financieros con los ideales políticos pero no se pierda de vista que
en este campo de Agramante encontraron colofón las tres guerras carlistas y
sobre todo el gran desastre africano. Moloch estaba sediento de sangre y los
comerciantes y fabricantes de armas de salir al campo para probar los
artilugios de exterminio recién inventados por los avances físico químicos.
Aquí se
bosquejó del concepto de guerra moderna, con ataques intensivos, marchas y
contramarchas, fundamentada sobre operaciones relámpago (blitz krieg), y a base
maniobras envolventes de ataques por sorpresa de repliegue táctico, pero en el
que la infantería jugó todavía un importante papel. Con la intervención de los harqueños de las
“mehallas” marroquíes, y del Requeté que mandaba Camilo Alonso Vega, así como
legionarios, falangistas y soldados de reemplazo. Al otro lado de las
alambradas, había marxistas, internacionales y militares afectos a la
República.
Se combatió al arma blanca. La batalla tuvo tres
fases netamente definidas. Una, de neta superioridad de las fuerzas del
Gobierno de Indalecio Prieto. A la que sigue el contrapeso de una ofensiva
nacionalista de una contundencia increíble a tenor con lo mermado de las
energías. En esta segunda etapa la audacia del general Varela, un militar de la
Comunión Tradicionalista, distinguido con dos laureadas en las operaciones de
Marruecos, pero a quien los moros tenían como una especie de divinidad, y del
que se decía que nunca en el campo de batalla miraba para atrás, sino para
recoger a los heridos y moribundos, tuvo una influencia decisiva. Sacando
fuerzas de flaqueza, el Comandante en Jefe del Ejército de Castilla, supo hacer
virtud de necesidad, laminando a fuerza de arrojo y de fuerte costo en sangre
la superioridad táctica de su rival.
Por último, a partir del 20 de julio y hasta la
caída del Cementerio de Brunete donde se libró la escaramuza final, el platillo
de la balanza se inclina del lado nacional.
Las líneas maestras de la operación se apoyan sobre
un entramado estratégico que con vistas a neutralizar a las divisiones del
Campesino, Modesto, el polaco Walter, El Campesino y Líster atacando desde
Villalba y tratando de defender la cabeza de puente que establecieron en
Quijorna, en la que se advierte un golpe de tenaza por el mando republicano.
Los nacionales tratan de zafarse de la presión mediante un sistema estratégico
de tres lineas ofensivas. Desplegaron tres ejércitos a derecha, izquierda y
centro.
Por el flanco
de la derecha y en torno a la cota 620 operaban los regimientos de Asensio.
Empujando por el centro desde Los Llanos al Río Perales venían Barrón y Buruaga
y en la margen izquierda, teniendo como eje de operaciones el Espolón, el
Vértice Mocha, la Cota Artillera de Villafranca, fue la zona en que se congregaron las tropas del Norte,
requetés de la Cuarta de Navarra mandadas por Camilo Alonso Vega y falangistas
de la Bandera de Castilla procedentes de Villacastín. En el Pardillo estaba un
destacamento del Regimiento San Quintín cuya guarnición fue aniquilada por la
brigada Lincoln.
Las órdenes tácticas de la batalla corrieron a cargo
de oficiales, en uno y otro bando, de
grandes conocimientos militares, todos hechos a sí mismos en África, y fue
combatida en el cuerpo a cuerpo, en muchos casos, y a la bayoneta calada, por
quintos del reemplazo, bisoños y sin experiencia, los cuales antes de ser
lanzados a este combate no habían visto un arma, excepto los rifeños y
legionarios, quienes llevaron el peso de las operaciones, y que fueron los
verdaderos vencedores de esta gran batalla. A los reclutas y a los voluntarios
falangistas les dieron a manejar fusiles anticuados, casi de la Guerra de
Independencia, o un máuser que se encasquillaba. En el otro lado, había
mercenarios y soldados profesionales, aunque no faltaba el españolito que, sin
comerlo ni beberlo, y por mera casualidad geográfica, fue llevado al frente viéndose metido en una contienda que jamás
deseara.
Se calcula que el ejército republicano tuvo el doble
de bajas que el nacional.
El polvo, la
sed, la angostura de los ramales de trinchera recién excavados y tan incómodos
para la vigilia como el sueño fueron los protagonistas de esta tragedia al pie
de la sierra en un verano en llamas.
Todo empezó
el día 6 de julio al caer la tarde con una ofensiva relámpago de las fuerzas
del general Miaja contra el pueblo de Brunete- que tenía una población de tan
sólo mil habitantes, pero considerado importante nudo de comunicaciones y de
los caminos que cruzan hacia Extremadura entre las dos Castillas-, Quijorna y
Sevilla la Nueva, posiciones éstas mal defendidas por una bandera de la Legión
y un grupo de voluntarios falangistas de la misma Sevilla, y terminará en la
mañana tormentosa del 25 de julio.
El triunfo
insólito pudo ofrecer tal vez visos de milagroso.
De otra forma, no se explica que el bando
gubernamental contando con mejor munición, más hombres y pertrechos, no hubiera
ganado. Los nacionalistas, más disciplinados y en una proporción de uno contra
tres, pero imbuidos de un fuerte espíritu religioso, tanto islámico como
cristiano, dejaron sobre el terreno una siembra de cadáveres (todavía se sigue criticando
a Varela este arrojo temerario que haría vestir de lutos a tantas y tantas
familias de la España de Franco, del Rif, de Casablanca, de Marraquesh) y
echaron los restos.
Azaña perdió en Brunete la guerra civil. Aquí estuvo
para la república el principio del fin. ¿Fue un milagro del cielo o simple
cuestión de redaños?
Madrid cercado.
El choque tuvo sus antecedentes en el cerco de
Madrid con sus secuelas de la Batalla del Jarama. Los moros y los legionarios
se habían plantado en la Plaza de España en noviembre de 1936, pero no
consiguieron tomar la ciudad ante la numantina resistencia de los asediados.
Las mujeres del noble y heroico pueblo de Madrid desde los balcones arrojaban contra los invasores calderos de
aceite hirviendo.
El frente quedaría estabilizado en la Ciudad
Universitaria, por el norte y por el sur, Franco dominaba Griñón, Cerro de los
Ángeles, y algunos segmentos de las carreteras de Valencia y Andalucía. También
se combatía en los dos Carabancheles. Sin embargo, el ejército sublevado
empieza a acusar los efectos de su impresionante avance. En tan sólo doce
semanas se habían plantado a las puertas de la
capital desde las costas africanas e iniciado el cerco de la
Universitaria. Se enfrenta el Gobierno de Salamanca a graves problemas
económicos, las cajas estaban exhaustas y en la retaguardia se pedía a la gente
que empeñase sus alhajas para contribuir a la causa de la victoria. Los gubernamentales, aparte de representar la
legalidad vigente, gozaban del respeto de la Sociedad de Naciones, y del apoyo
de los gobiernos de Francia, Inglaterra y Rusia, así como del de la Tercera
Internacional Socialista.
En manos de
la Junta de Defensa, porque el gobierno de Indalecio Prieto acababa de ser
trasladado en pleno a Valencia, se halla todo el oro del Banco Central,
capítulo éste muy importante, puesto que las guerras se gestan y llevan a cabo
sólo con dinero y con más dinero, como decía Napoleón.
Sobre el terreno de operaciones se enfrentan dos Españas. Van a combatir, no obstante, con
el mismo ardor, idéntica garra. Por los desmontes del Cerro de Garabitas, en la
Cuesta de las Perdices y los Altos del Hipódromo se combatía casi cuerpo a
cuerpo al grito de “no pasarán”. Franco da órdenes tajantes de calcular bien la
munición y evitar en lo posible el derramamiento de sangre, que las bajas se
limiten estrictamente al menor número
posible y se dispuso a hacer la invernada como buenamente pudo, con sus hombres
a un tiro de piedra de Moncloa, a sabiendas de que una contraofensiva roja no
tardaría en llegar.
El general
Miaja, presidente de la Junta de Defensa, es un asturiano inteligente y
enérgico, y aunque el gobierno de Largo Caballero siempre sospechó de él en
aquella hora fantasmagórica sobre la arrugada piel de toro, por tener a toda su
familia en el bando de Franco, lo cierto es que fue la columna de apoyo de todo
el esquema estratégico de la defensa de Madrid que aguantó durante tres años a
pesar de las rencillas, las suspicacias y la incompetencia de los gobernantes
de turno, los cuales, cuando sonaron los primeros tiros en la Universitaria,
trasladaron su sede a Valencia. Se dio el caso de que, mientras el jefe del
gabinete ministerial se encontraba en la ciudad del Turia, el presidente Azaña
se encontraba en Barcelona. La España “constitucional” se convierte en
tricéfala. Hay tres gobiernos: los vascos de Irujo y Aguirre, los catalanes de
la Generalidad que presidía Companys y el gobierno legal, en cuyo seno las
diferencias entre socialistas y comunistas fueron endémicas. Incluso los dos
grandes prebostes del PSOE Largo Caballero e Indalecio Prieto no se podían ver.
Negrín era un aventurero, Lerroux, un antiguo croupier y Niceto Alcalá Zamora,
un cordobés de pro, para el que sólo sus paisanos, los de Priego, le merecían
algún crédito, y tanto Martínez Vayo como Giral ya se vio lo que dieron de sí.
En este ambiente de rivalidades el general Miaja
ayudado por sus dos hombres confianza, Rojo y Casado, trata de establecer una
poliorcética congruente y precisa ante un enemigo que estaba en la Casa de
Campo y al que, para suerte o para desgracia de los españoles conocía demasiado
bien. Su actuación fue del todo impecable desde el punto de vista militar.
Fragua una linde de defensa prácticamente de libro. Manda excavar trincheras,
fortificar edificios, levantar barricadas de hormigón, casamatas, ramales y
pozos de tirador, todo un laberinto de sacos terreros y de pasadizos secretos
en los antemurales de Madrid. Era del Cuerpo de Zapadores. No fue culpable de
la derrota. Nada tuvo que ver con la falta de solercia o la corrupción de los
políticos.
También
cuenta con el asesoramiento de otros militares insignes como, el coronel
Casado, su edecán y eminencia gris, el teniente coronel Rojo y otros expertos
en el arte de la guerra llegados del extranjero, como el general Kleber, de
origen húngaro, el ruso Gorief, y otros muchos.
Se crean asimismo unidades especiales a cuya cabeza
marchan nombres que destacan como Líster, Modesto, El Campesino, y la famosa
columna Mangada, o el legendario Quinto Regimiento. De suerte que a principios
de enero de aquel año los gubernamentales contaban con más hombres, superior
dotación y mayores posibilidades
operativas. Los sublevados mitigaban su inferioridad de condiciones, pegándose
al terreno como lapas, con una moral más alta, mejor técnica y decisión, acaso
también una mayor fe en la victoria. Pero aquellos momentos fueron muy duros
para la causa nacional. Sin tropas de refresco, la munición agotada y con serios
problemas de liquidez a causa de la falta de reconocimiento internacional.
Durante todo el mes de diciembre del 36 habían
estado llegando, por el contrario, a la
capital del gobierno de la República tropas de voluntarios de media Europa y
los soldados de Varela estaban muy fatigados. Semiextenuadas las fuerzas de
Yagüe habían tomado Boadilla del Monte el 16 de diciembre. Y García Escámez,
que había participado en los combates de Somosierra entró en Pozuelo la víspera
de Nochebuena, pero la carretera que iba para el Escorial, atravesando Las
Rozas y los términos de Galapagar, Villalba y Torrelodones no había conseguido
ser cobrada para los rebeldes, quedando así una cuña abierta, apta para un
flanqueo o maniobra envolvente. Es lo
que intentaría poner en práctica el alto estado mayor de Miaja al desencadenar
la ofensiva sobre Brunete. Los
nacionalistas habían abarcado mucho, pero tenían desguarnecidas sus
retaguardias. Su progresión, tan extensiva, les volvía vulnerables. En la
guerra, también, el que mucho abarca poco aprieta. Tenía todas las bazas de
triunfo en su mano, pero Miaja, cauto y muy astuto, se demoró demasiado.
Operaciones preliminares.
Así las cosas, el 4 de enero se produjo un asalto de
infantes con apoyos de carros ligeros italianos contra esta porción de
carretera en manos de la Junta. Hubo una tenaz defensa roja en Villanueva del
Pardillo. Los objetivos nacionales eran las primeras casas de Las Rozas, el Bar
Anita, justo a lo que hoy es entrada a la urbanización de Villafranca, la Casa
Mahou en lo alto del cerro en el que se yerguen las primeras casas de
Majadahonda. Intervienen en estas operaciones preliminares secciones mandadas
por generales de gran renombre en los anales de la infantería española:
Asensio, García Escámez, Iruretagoyena, Barrón, Buruaga, Varela, tropas nómadas
y punteros profesionales de las Mehalas y de las diferentes “Harkas”, pero la
respuesta de los gubernamentales no iba a la zaga en arrojo y valor.
Se tarda dos días en cruzar y limpiar el pinarillo
del Plantío. Los rojos defendían el frente
casa por casa. El costo en vidas humanas, como cabe suponer, fue copioso
por ambos lados.
El día 8 ondeaba la bandera nacional en el
Ayuntamiento de Aravaca, pero el general Orgaz ante la presión de las fuerzas
de Kleber ha de plegarse a otra rectificación de líneas. En días sucesivos,
Kleber, después de conferenciar con Miaja, ordena un contraataque a gran
escala, aunque sólo llega a obtener su ofensiva resultados limitados.
En este sentido va a ser primordial un hecho
histórico: la entrada en combate de los primeros “Heinkel” y “Messerschmidt” de
la Cóndor, primer fruto de la entente entre el gobierno franquista y las
Potencias del Eje.
Precisamente,
en una loma de los altos de Villanueva del Pardillo cae abatido en su bautismo de fuego un aviador alemán. Su
aparato es alcanzado por antiaéreos de
Líster una radiante mañana del 17 de enero. Se llamaba Rudi Eppert y tenía 22
años. Acababa de llegar de Berlín.
Hasta hace poco, se alzaba allí una estela conmemorativa,
esculpidos sobre la piedra su nombre, con la cruz de hierro, y una frase en
alemán: “Murió por una España libre”. Con las obras del ensanche, este cipo
funerario, que estaba enfrente del Bar La Parada, ha desparecido.
Fue, por así decirlo, la primer baja en los trágicos
acontecimientos que sobrevendrían. Esta divisoria, la que va en línea recta,
desde el cementerio del Pardillo, pasando por el famoso Vértice Mocha, hasta el
de Brunete, dejando en medio el Castillo de Villafranca, sería escenario de los
encarnizados enfrentamientos en muchos casos al arma blanca. La toma de
Brunete, aunque emblemática, constituyó un teatro de operaciones más exiguo,
porque donde estuvo el “tomate” fue verdaderamente en este sector a espaldas
del camino real entre El Escorial y Madrid.
La corriente mansa y con poco caudal del Guadarrama
(Wuad el ramel, el río de las arenas), arrastra hacia el mar la sangre de los
que cayeron en aquel envite; todavía quizá se estén escuchando los lamentos de
los que perdieron allí la vida al intentar vadearlo en alguna de las muchas
operaciones que tuvieron al río por escenario hace sesenta y tres años.
El canto del Pico.
Estaba claro que el gobierno republicano que se
había trasladado en bloque a Valencia necesitaba una victoria para consolidar
su prestigio moral, contener la ofensiva de Mola por el norte, y copar a las
fuerzas nacionalistas en una maniobra envolvente, el clásico movimiento de
tenaza que se estudia en todas las academias militares. Era una operación de
libro, bien urdida y mejor pensada. Contó con dos cerebros, los de Casado y
Miaja. Ambos militares, con una brillante hoja de servicios, se habían curtido al
igual que sus oponentes en refriegas africanas y su palmarés les acreditaba
como supervivientes del Monte Gurugú y del Barranco del Lobo. Instalaron su
cuartel general en un palacio campestre requisado al Conde de Las Almenas,
enclavado en un roquedo próximo a Torrelodones. Desde este altozano se domina
una buena panorámica de los crestones de la sierra hacia el norte y por el sur
abre un escenario sobre la llanura por
donde fluyen los ríos Guadarrama, Aulencia y el arroyo Perales.
Varela, saldada con éxito su operación para
estrangular el intento de las fuerzas del general polaco Walter, “el carnicero
de La Granja”, por tomar Segovia, se instaló en Boadilla del Monte. El Cerro
del Pico y el antiguo palacio de Godoy en Boadilla van a servir de sede de los
respectivos estados mayores de sendos ejércitos.
Villanueva de la Cañada era buena tierra de trigos y
de viñas. Durante siglos se elaboraba aquí un vino clarete que nada tenía que
envidiar al de Valdepeñas y llevaba un registro de marca. Eran los caldos de
uva pardilla de la comarca de Valdemorillo, que competía con el vino de San
Martín de Valdeiglesias, cuyas excelencias cantan ya los autores medievales.
Los terrenos donde se alzan en la actualidad las urbanizaciones de Piedras
Vivas, los Altos y el Noray eran un majuelo de grandes proporciones. Detrás del
Castillo y cerca de lo que es hoy la Universidad de Alfonso X, había un ejido
comunal para el ganado y también las eras de la aldea de Villafranca, hoy
desaparecida, al pie del impresionante castillo roquero de traza mudéjar, donde
cuenta la tradición que nació el gran pirata berberisco, Barbarroja.
Por la parte de Quijorna el terreno empieza a
elevarse y se vuelve calcáreo. Las margas de Valdemorillo son abundantes en
feldespato y caolines. La Cañada está situada a 652 metros de altitud, pero
camino de Colmenarejo o de Valdemorillo,
a poco menos de quince kilómetros, hay que subir cuestas muy empinadas y el
desnivel alcanza los 820; es decir, que en poco trecho el declive es de 170
metros de diferencia sobre la llanada diluvial (aquí en tiempos prehistóricos
debió de haber un inmenso lago) cuyo accidente más significativo es el mentado
Guadarrama, en árabe Wuad-el ramel, o río de las arenas que da nombre a toda la
sierra.
El árbol predominante es la encina en sus dos
variantes, la de cascabillo o dulce, y la amarga, de carrasca, un poco mayor.
No quedan más que algunos manchones de esos encinares que en el siglo XIV
fueron tupido bosque, paraíso cinegético para reyes de Castilla muy aficionados
a la caza del jabalí y del lince, como Enrique IV, que llegó a habitar durante
temporadas el famoso Castillo de la Despernada con una corte ataviada a la
morisca. De este monarca se dijo que era aljamiado, porque prefirió siempre moros antes que cristianos en su compañía. Allí tenía este
buen rey, tan denostado por otra parte, su cazadero preferido.
La vegetación xerófita ostenta copiosos retamares
que a últimos de mayo o en el mes de junio despiden una fragancia fuerte y
exquisita que embalsama el aire.
En los recuestos orientados hacia el Mediodía
fructificaban durante mucho tiempo las viñas. Había una uva pardilla muy
apreciada en Madrid y de ahí puede que venga el nombre de Villanueva del
Pardillo por la uva de mesa que por estos lugares se recogía. Exprimida en los
lagares, daba, asimismo, unos caldos de calidad superior. Muy parecidos a los
que se extraen del moscatel fino.
Puede decirse que la ondulación del terreno,
abundante en vaguadas y vallejos, en las lomas de Valdemorillo y Colmenarejo,
la única que tienen algunas defensas, facilita la desenfilada o movimientos de
tropas lejos del alcance de las bocas de fuego enemigas. En estos barrancos
estuvieron emplazados los puestos de socorro y los hospitales de sangre.
No así en la
llanada en que se sostuvo la contienda y donde la única manera de hurtar el
cuerpo a las balas era mediante excavaciones de trincheras y de casamatas que
no pudieron realizarse a conciencia habida cuenta de la celeridad con que se
desarrollaron los acontecimientos.
Un tabor de Sidi Ifni.
En la noche del 5 de julio la División Líster en un
buen golpe de mano toma posiciones frente a Brunete defendido solamente por un
tabor de fusileros de Ifni. Líster, a favor de las sombras nocturnas, ha actuado con habilidad y dispuesto sus
contingentes de una manera eficaz de tal forma que en la madrugada rompe la
ofensiva. Sus hombres entran al copo
sobre Brunete, hacen doscientos prisioneros, cae el hospital y en el cupo de
aprehendidos se encuentran dos guapas enfermeras sevillanas que, aunque vejadas
por la soldadesca, lograron salvar la vida más tarde, volviendo a ser canjeadas
por general Dahl un piloto norteamericano que cayó en manos de los nacionales. Condenado
a muerte fue indultado lo mismo que otros dos rusos, Chercasoff y Josiainoff
cuyos aparatos fueron abatidos sobre las lomas de la parte del río Aulencia.
Los
defensores cogidos por sorpresa, una
brecha había quedado abierta entre las filas nacionales. Tomada esta localidad,
es fácil alcanzar Navalcarnero. Esas
eran al menos las cuentas del gobierno de Prieto en Valencia. Sin embargo, el
mando franquista reacciona con celeridad. Se ordena el envío de refuerzo desde
el frente norte: una centuria de las falanges gallegas llamados los
“centollos”, quienes se ponen en marcha ese mismo día desde Tineo, que arriba
al teatro de operaciones al día siguiente, mientras, por otra parte, en Sevilla
la Nueva y en la Cañada un puñado de falangistas resiste heroicamente. Entran en liza las divisiones número 13 y la
150 comandada por Sáenz de Buruaga. Acto seguido se organiza otra división, la
12 a cuyo mando se encuentra el coronel Asensio. Toda la aviación que operaba en el norte recibe órdenes de
movilizarse hacia el frente de Madrid y oleadas de “stukas” “Messerschmidt” y
“Heinkel” aterrizan en los aeródromos de emergencia de Ávila y Talavera.
También recibe instrucciones de marcha la mítica
Quinta Brigada de Navarra de Camilo Alonso Vega, la que tuvo más bajas, a la
que se incorporan otros requetés y facciones gallegas. Todos emprenden viaje
desde Aguilar de Campoo y llegan en pocas horas. Varela abandona Segovia y se
instala en Boadilla del Monte, como va dicho.
A la dureza de este mílite curtido en los blocaos de Melilla se atribuye
la tenaz resistencia. Él se puso al frente de las operaciones con un sol
abrasador, y la tierra calcinada por los incendios de los trigales, y el hedor
de la cadaverina. Practicó en un principio la estrategia de tierra quemada. La
atmósfera era irrespirable. Por otra parte, el mando rojo ostentaba un dominio
casi omnímodo del aire con los 150 “moscas” rusos que planeaban indemnes sobre
los rastrojos de la Despernada, sin encontrar apenas resistencia en los
primeros cinco días de hostilidades. Asimismo, la potencia de fuego de su
artillería, más maniobrera y versátil, por ser de menor calibre que la
nacional, era aventajada. Cae sobre las trincheras nacionales una auténtica
lluvia de plomo.
Una bandera
del Tercio establece una cabeza de puente en la Mocha Chica, donde queda con
cien tiradores el capitán Chicoy Dabán. Todo el destacamento sucumbe
defendiendo la posición que tardaría sólo tres días en volver a dominio
franquista. Los legionarios, asimismo, empleandose a fondo contra los infantes
del Campesino, se plantan frente a las tapias del cementerio de Brunete. La toma de este enclave sería otro de los
puntos emblemáticos en que se desarrollan los combates. Allí las fuerzas
republicanas presentaron la batalla final.
Sin embargo, el 7 de julio, cae Villanueva de La
Cañada. Sobre las calles calcinadas por el sol y por la metralla quedan
tendidos doscientos cadáveres de legionarios y falangistas.
Esto no era sino peccata minuta en comparanza con lo
que habría de venir después, porque a favor de las sombras de la noche, las
fuerzas internacionales atacan Boadilla
del Monte, donde tenían instalado los
franquistas su estado mayor. El objetivo está claro: arremeter por detrás a las
guarniciones atrincheradas en las posiciones de Ciudad Universitaria. Varela
imparte una consigna clara: nada de repliegue táctico. Resistir hasta el último
hombre y el último cartucho.
De amanecida, telefonea a Salamanca para
conferenciar con el Cuartel General. Franco tuvo que pararle los pies, le
ordena circunspección táctica, pues conocía de sobra la fogosidad de su viejo
compañero de Armas, al que sus hombres apodaban “el gaditano del hierro” (había
nacido en la Isla de San Fernando, 1891). Sin embargo, en medio de su
borrachera de gloria, el liberador del Alcázar de Toledo, y el héroe del Cerro
Matabueyes y del Jarama se sentía como en la apoteosis de su carrera militar.
Don José Enrique Varela acata las órdenes de su generalísimo a regañadientes.
Este intento
por conservar siempre la iniciativa dentro de las circunstancias a cara de
perro, sería providencial, y significó la victoria para los colores nacionales.
A costa, eso sí, de mucha sangre. Se dice que, a partir de entonces, se
malquistaron ambos personajes. El andaluz quería entrar en Madrid a toda costa.
El gallego tiene que frenarlo con la cautela que le era propia, su ferrete
ferrolano y su retranca. Presuntamente, también existiera entre ellos una
cierta envidia. Se tiene la impresión de que Franco tuvo en Varela su mejor
caballo de brega al que exprime como un limón en los primeros compases y luego
aparta. Brunete se reconquistó, sin embargo, gracias al Gaditano de Hierro
poniendo toda la carne en el asador. Fue una lucha recia, sin medias tintas. Varela cae herido dos veces. En la segunda
ocasión salva gracias a los auxilios de un cirujano monárquico, Eusebio Oliver.
Esta circunstancia y el asesoramiento que tuvo por parte de Juan Ignacio Luca
de Tena, teniente de infantería a la sazón, pero adscrito a su Estado Mayor, y
como buen periodista uno de los grandes heraldos que supieron vender la imagen
Varela, hacen que éste se decante de parte de la facción monárquica con gran
disgusto de los hombres de Falange. Los recelos entre las familias políticas de
la victoria arrancan de entonces y son rémora ahora. Con la democracia los
partidarios de Juan III han pasado factura a los falangistas. Muchos requetés
engendraron hijos que se adscribieron al PNV y nietos pro eta. Son
incongruencias de la Casa y la Cosa española. Pero pedir a la política española
que comparta soberanía con la racionalidad y el buen discernimiento resulta
como pedir peras al olmo; está claro que aquí lo que vide es la visceralidad.
Envidias
ancestrales, morbos que persisten desde don Rodrigo y su cava estando en horca.
Las purgas de Ansón y de otros dinastas contra los devotos del espíritu
imperial de José Antonio han sido tan sórdidas como neronianas aunque sin
llegar a la checa ni a los paseos. Pero cunde la convicción de que para los
hombres que se quemaron en la construcción del nuevo orden falangistas y
comunistas han sido todo uno. Esta inclinación por el bando monárquico lo
pagaría el héroe de Brunete con el atentado de Begoña que casi le cuesta la
vida.
Hay durísimos
enfrentamientos en Quijorna y en los Llanos. Gran parte de los mutilados de la
guerra civil española debieron sus heridas a estos sofocantes días de julio en
las llanadas que configuran el término de Brunete, y que una vez fueron campo
de exterminio entre españoles que luchaban cada uno por una idea diferente de
España. La historia es maestra de la
vida. Estos luctuosos sucesos debieran tenerse siempre presentes en el recuerdo
para que no volvamos los españoles a las andadas. Los que queden para contarlo,
claro es. Porque los muertos para siempre callan.
Blindados rusos.
En Quijorna operó un gran contingente de carros
rusos. El aspecto de estos tanques era terrorífico, y en viendolos renquear por
los rastrojos no faltaría quien pensase en los caballos del Apocalipsis, pero,
debido a las altas temperaturas, que hacían saltar los tapones de los
radiadores, y al arrojo de los defensores que se aproximaban a ellos sin temer
la muerte pertrechados con latas de gasolina o bombas de mano lanzadas sobre la
catenaria de los orugas, no fueron demasiado efectivos. Este dato sorprende
todavía a los estrategas. Demuestra empero la neta superioridad táctica de los
gubernamentales, que tuvieron a su disposición mejores pertrechos de guerra
aunque les faltasen mandos.
El día 10 el coronel Asensio, que ha tomado
posiciones en el Castillo de
Villafranca, ante la superioridad de los contrincantes, dio orden la
evacuación, pero no se trata más que de una dilatoria, porque inmediatamente
manda hostigar al enemigo que se agazapaba en los marjales y barrancas del
Aulencia y del Guadarrama, y reconquistar lo perdido. Consigue volver a entrar
en Villafranca con la ayuda de los requetés de la Quinta de Navarra. Un
escuadrón del San Quintín de Valladolid toma posiciones en el Pardillo pero no
logra resistir las embestidas de los internacionales. Toda la dotación cae
prisionera y es fusilada frente a las tapias del cementerio.
Hay una anécdota a este respecto que refieren
algunos historiadores
y que habla de la ferocidad y vesania de aquellos instantes. El páter fue
desnudado, lo mandaron subir a una camioneta, le llevaron a un prostíbulo en la
calle Echegaray y, como se negó a seguir la juerga de sus verdugos, le cortaron
los testículos, después sería fusilado y su cuerpo abandonado en una cuneta de
las Ventas del Espíritu Santo.
Poco antes de la toma del Pardillo, el capitán del
escuadrón, transmite por radio este mensaje al coronel Asensio:
“Por las lomas de enfrente se nos aproximan enemigos
con muchos cañones y deseamos protección aviación. Sobre las 16 horas fue
atacada esta posición intensamente, con acompañamiento artillero y morteros,
presentándose con diez tanques. Inutilizamos uno. El resto se retiró apareciendo
nuevamente a las 19 horas dispuesto a entrar en el pueblo; se le han
inutilizado seis carros. Espíritu magnífico; dispuestos a morir en cumplimiento
juramento prestado. Arriba España.”
Los requetés y los “mariscos” recién venidos de
Tineo acusan el impacto de un combate, lejos de las praderas cántabras, y la
humedad de su tierra, para operar en un clima al que no estaban
habituados. Se mueren de sed. El calor
irrespirable los amodorra. Venían de las tierras umbrías y frescas del norte y
se les mete de repente en un horno bajo un sol cegador con las cantimploras
vacías para combatir a cara descubierta a un enemigo que se posicionaba a cien metros sin accidentes del territorio que
ofrecieran fácil desenfilada. El choque
psicológico al verse inmersos en medio de un secarral, donde los fregaos son
horripilantes debió de ser tremendo para
los boinas rojas. Acaso sea por eso, por lo que la Quinta de Navarra apenas
tuviera supervivientes. Moros y legionarios, aunque también con un nivel de
bajas terrorífico, aguantaron mejor la calorina. Esta fue una de las razones de
las broncas de Franco a Varela. En el otro bando, gran parte de los fallecidos
se produjeron por dejadez de los mandos o durante la desbandada.
La encarnizada resistencia de los héroes de
Villanueva del Pardillo desconcierta en parte al mando rojo y estas
vacilaciones fueron fatídicas, porque, teniendo el triunfo al alcance de la
mano, no supieron o no quisieron por falta de coordinación aprovecharlo. En la
guerra como en el amor no hay nunca que llegar tarde.
Otra cuestión era la indisciplina, la falta de
coordinación entre subalternos. Hemingway se los pasó borracho en Chicote los
días de la ofensiva y a una fotógrafa polaca, la novia de Frank Cappa, la
arrolló un blindado ruso en la calle real de Brunete. Fue en Brunete donde fue
alcanzado también Julián Bell, sobrino de la escritora británica Virginia
Woolf, mientras conducía heridos a un puesto de socorro en una ambulancia. El capitán Nathan, que murió en Villafranca,
tuvo sus más y sus menos con un chestnik yugoslavo. Mientras ellos discutían,
una bomba lo alcanzó, pero pidió a sus compañeros mientras él expiraba entre
los bancales del Río Guadarrama que cantaran una canción. La muerte del caballero sin tacha, el brigadista
que se presentaba en el frente con un bastón de mando con empuñadura de oro,
desmoralizó a los británicos.
Es en este punto y en la denominada Cota Mocha, o
Vértice Mocha (El Espolón, justo detrás de Piedras Vivas) donde al volver a
manos nacionales las posiciones perdidas se va a decidir la suerte de la
victoria.
A tal
respecto el comandante en jefe de la brigada mixta el día 11 de julio cuando
empiezan a aparecer en lontananza los cazas nacionales (los Heinkel 111 y los
Messerschmidt germanos), desnivelando la superioridad aérea hasta la fecha en
manos de la República, envía a Miaja el siguiente parte:
“Día 11 de julio.- En las primeras horas de este día
el enemigo, apoyado en una gran masa de aviación y artillería, inicia violento
contraataque contra las posiciones ganadas ayer, siendo rechazado con fuertes
bajas. Mis fuerzas han quedado muy agotadas por lo que nuevamente insisto me
sean enviadas tropas de refuerzo para las compañías de fortificación. Recorro
las posiciones de la Cota Mocha o Vértice Artillero (El Espolón) y doy orden al
jefe de puesto para que proceda a organizarla nuevamente y fortificarla con
nuestros propios medios. Al atardecer, el enemigo hace fuerte preparación
artillera sobre nuestras posiciones, precursora de un ataque a fondo. Insisto
en vista de ello en que se me atienda en mi petición. A las 22 horas el enemigo
inicia un nuevo ataque que desmoraliza al segundo batallón en línea sobre la
Cota Mocha y se retira al ver caído a su comandante”
Fue este sector el de la loma que divide a las dos
Mochas, la Grande y la Chica el escenario de los feroces asaltos. En el curso
de breves horas, los blocaos cambiaron de manos sin interrupción y cientos de
cadáveres quedaron esparcidos sobre los ramales de trinchera que conectaban
el caserío de Villafranca con Villanueva
del Pardillo. La moral a uno y otro lado se resquebraja. Surgen veladas
críticas hacia Varela. Los mandos de la Legión Cóndor también se sienten impresionados
y se niegan a operar porque a veces sembraban la muerte entre las propias filas
causando eso que se llama en guerra bajas por “fuego amigo”. ¡Demasiado
encarnizamiento! Las casamatas y los sacos terreros, las alambradas de espino o
caballos de frisia separados tan sólo
por unos metros de distancia, la retaguardia estaba confundida con la
vanguardia en medio de aludes de fuego. Luego estaba el calor sofocante, la
hedentina apestosa, la falta de agua, las diarreas... Era fácil morir en este
infierno, pero mucho más fácil era enloquecer. Hubo momentos en que los
oficiales de uno y otro bando dieron muestras de haber perdido la cabeza.
El 16 se produce una de las batallas aéreas más
espectaculares de toda la contienda el rugido de los “moscas” y de los
trimotores hace que retumbe toda la comarca y la tierra vacile sobre su propio
eje. Los regulares y legionarios de Barrón arremeten contra Brunete. Consiguen alcanzar la plaza pero enseguida
son desalojados por tanques soviéticos. Un tapiz de ruinas y de esqueletos
alfombra las calles. Los mulos panza arriba las tripas al aire y lanzando un
olor insoportable ofrecían un espectáculo dantesco. Los testimonios gráficos
que nos quedan ofrecen un panorama apocalíptico y apocalípticos debieron de ser
los días que se vivieron.
Por el flanco izquierdo la Cuarta Brigada de Navarra
a las órdenes de Sáenz de Buruaga se emplea a fondo logrando atravesar el río
Perales y dominando Los Llanos. Esta agrupación queda esquilmada. Pierde en un
sólo día de operaciones a 22 oficiales, 187 soldados muertos y 848 heridos. En total, mil bajas a cambio de un
avance sólo relativo. Varela se había precipitado al ordenar la contraofensiva.
Eso quedó patente. Las prisas tampoco
parecen buenas en guerra.
Sin embargo, las operaciones siguen su curso en las
fatídicas fechas subsiguientes con
denodado ímpetu. El día 20 cae el Vértice Mocha y casi de seguido el Castillo
de Villafranca donde Asensio manda izar la bandera nacional. Vuelven los dares
y tomares, pero el enemigo presenta
batalla con la moral quebrantada. Se ha
visto a algunos brigadistas abandonar sus posiciones corriendo a campo traviesa
camino de la retaguardia. Aquella no era su guerra, aquel no era su país, y se
jugaban la vida por nada. Este carácter mixto entre idealistas y mercenarios de
Las Internacionales que cuarteaba su moral, cuando tenían que enfrentarse a un
ejército profesional mandado por oficiales africanos, fue uno de los motivos
del fracaso en Brunete de la República.
La
reconquista del castillo determinó la toma de Brunete por un tabor de regulares
de Melilla. El día 25 se produjo la desbandada hacia Madrid de los contingentes
gubernamentales, muchos exhaustos y muertos de sed. El gran suplicio de la
batalla de Brunete fue la sed.
Varela quería, mientras sus artilleros batían las
lomas de la casa de campo, aprovechar la coyuntura para entrar en Madrid. Sin
embargo, Franco, lo paró en seco. “No es el momento, general. Repliegue a la
fuerza”, le comunicó por teléfono. Franco pensaba en Santander para acabar así
la guerra en el norte. Todo el Cantábrico
debería estar en su poder antes de que llegasen las brumas otoñales.
Hubo, según el historiador don Manuel Aznar, en el
decurso de la batalla 25.000 muertos por parte republicana y 13.000 por el
bando nacional. Enrique Líster da la cifra de 60.000 bajas. Y fueron cerca de
100.000 los contendientes.
Efectivos en lucha.
En el encuentro este era el nivel de fuerzas. Por el
bando republicano:
División Líster, División Walter, División “El
Campesino” con una fuerza de 18.000 hombres y 64 carros de combate.
División III, X, XXIV, que sumaban otros 18,000 soldados y 64
tanques.
Las brigadas Galán, Zulueta, Naval, cada una con
3000 hombres en sus filas. En total, a cómputo de brigadas y de divisiones, se
encuadraban, por el bando del gobierno, 50.000 soldados, con una acompañamiento
mecanizado de 128 tanques, plus una artillería con piezas del calibre 12. , 40.
10,5. 7,5. que desplazaba un poder de fuego de 20 baterías ligeras, todas ellas
asentadas en las cotas de Valdemorillo a horcajadas sobre el miradero de la
hondonada.
La aviación roja fue estimada en 150 aparatos; por
terceras partes, bombardeo, caza y reconocimiento.
En la primera fase del conflicto tomaron parte las
divisiones del Campesino, Líster y Walter y la XI operó en La Cañada, mientras
la XXIV al atacar Villanueva del Pardillo y Villafranca, infiltrándose a través
del cauce semi seco del Guadarrama.
Por los nacionales:
Quijorna: V
bandera de Falange de Castilla nutrida por voluntarios procedentes de
Aranda de Duero y otros pueblos de Burgos y el norte de la provincia de
Segovia.
Los Llanos: dos centurias y una pieza anticarro
Brunete: Tabor de Ifni.
Villanueva del Pardillo: VIII Escuadrón del
Regimiento San Quintín, con dos antitanques.
Villanueva de la Cañada: una bandera de Falange,
sevillanos todos. Dos piezas artilleras del 10,5.
Villafranca del Castillo: una centuria de Falange de
composición mixta en la que había
catalanes, y una compañía de voluntarios, apoyados por una batería del 7,5, y
dos antitanques.
Cuando empezó la ofensiva roja, el Ejército de
Centro puso a disposición de la División LXX a órdenes de Sáenz de Buruaga dos
unidades de Infantería, varias compañías de tiradores de Ifni, Tabor de
Larache, que operó en Villafranca del Castillo, asistida por una batería (cada
batería consta de cuatro piezas) del 15,5 servida por artilleros del Regimiento
13 Ligero de Medina del Campo.
Lo sorprendente es que estas guarniciones, tan
modestas e irregularmente bastidas con una intendencia pobre supieran aguantar
el empuje de 60.000 atacantes republicanos armados hasta los dientes, con
superioridad aérea hasta el comedio de la batalla, instruida por mandos
técnicos nacionales y extranjeros, y un grupo de asesores militares soviéticos,
que trajeron una nueva noción de la guerra de blindados, luego ensayada a mayor
escala en batallas como El Alamein, Las Ardenas, Leningrado y Stalingrado, o
guiados por comunistas fanáticos y por comisarios que detrás de las lineas vigilaban
pistola en mano cuando notaban flaquear a algún sector. A tiros hacían volver a
los desertores a la posición. En el Ejército Rojo la disciplina se mantenía
sólo por el terror.
He aquí lo que graban al respecto las notas de un
oficial de los nacionales en su cuaderno de campo:
“Día 26 de julio, 1937:
El sacrificio
estéril al que someten los rojos a sus tropas supera todo cálculo.
Siguen recogiéndose los frutos de la victoria de
Brunete en la que quedaron deshechas la Brigada Líster y la XVI Mixta.
Han sido capturados un centenar de prisioneros y se
han pasado a nuestras filas 600 milicianos con armamento.
Un durísimo ataque a la desesperada del enemigo
intentado sobre nuestras avanzadas que conquistamos el día de ayer fue
duramente rechazado, continuando la progresión de nuestras tropas que
alcanzaron los objetivos fijados por el mando. Más de 50 carros rusos han sido
destruídos por nuestras tropas. El número de muertos que ha dejado el enemigo
sobre los campos alcanza varios millares, teniéndose que habilitar un batallón
de zapadores para dar sepultura a tanto
cadáver”
En la lacónica minuta se esconde un dato preciso y
precioso. Estos nobles campos que nos dan cobijo guardan en sus entrañas los
huesos de muchos guerreros desafortunados. Apartado especial merece la consigna
de los nombres de los laureados.
CRUZ LAUREADA DE SAN FERNANDO
Al cabo Tristán Pérez Romero:
“ El 18 de julio de 1937, en el frente de Brunete, en la conquista de la posición Loma
Quemada, este cabo del Regimiento de Infantería Toledo n. 26, tuvo una
actuación determinante. Habiéndose dado la orden de avance, fue el primero en
hacerlo, no obstante el numerosísimo enemigo que tenían delante con toda clase
de armas automáticas. Con gran serenidad alcanzó las posiciones fijadas como
objetivo. Observando el cabo Tristán que aun había focos de resistencia, se
lanzó al asalto de las trincheras enemigas llegando hasta la misma artillería
roja. Encontrándose sin municiones, utiliza el máuser como maza, neutralizando
a varios artilleros enemigos y hallando gloriosa muerte luego de realizar esta
hazaña”(Diario Oficial, orden n. 259, a 17-XI-1940)
Al alférez Juan Chicoy Dabán:
“Este oficial incardinado en el Quinto Tabor de
Regulares de Larache que guarnecía una de las posiciones defensivas de
Villafranca del Castillo, contra la cual desencadenó el enemigo una violenta
preparación artillera el 10 de julio de 1937, atacándola seguidamente con seis
batallones de infantería, precedidos por carros. El grupo contuvo la primera
oleada, pero, dada la superioridad numérica de los atacantes, sobrevino un
quebranto de la moral de los resistentes. En tan crítica situación, el alférez
provisional arenga a su fuerza reorganiza un contraataque que obliga a los
intrusos a replegarse aguas abajo del Guadarrama hasta su base en el Castillo,
con captura de prisioneros y de armamento.
Gracias a la actuación de tan bravo oficial quedaron
redefinidas las posiciones propias y se evitó que Villafranca cayese en manos
de los atacantes.
Durante el desarrollo del golpe de mano, Juan Chicoy
Dabán resultó herido por una bomba “Lafitte” que le produjo una hemoptisis, y,
a pesar de hallarse lesionado se negó a ser evacuado por las asistencias, y
contra los consejos del capitán médico que le asistía. “No es más que un
rasguño, mi capitán”, repetía sin cesar.
El día 2 de diciembre de 1938 y con el empleo de
teniente falleció el heroico subalterno como consecuencia de aquella
lesión” (Diario Oficial n.17, 23-I-45).
Al capitán
Antonio Dema Giraldo:
“El 10 de julio de 1937, siendo Don Antonio Dema
Giraldo, jefe de grupo de la denominada Loma Artillera, Vértice Mocha y el
Espolón, cuya guarnición estaba constituida por dos secciones de fusileros del
Tabor de Larache, una de ametralladoras del mismo tabor, una centuria de F.E.T
(Falange Española Tradicionalista) y de las J.O.N.S.(Juventudes Obreras
Nacional sindicalistas), con un total de 140 hombres, a las cinco de la tarde,
el enemigo se lanzó al asalto sobre la loma, siendo rechazado y contenido
durante tres horas, a pesar de hacer alarde de una indiscutible superioridad de
fuego y de su alta moral.
Dema Giraldo se sabía copado y sin posibilidad de
comunicar con la retaguardia. No obstante este conocimiento de su crítica
situación y su convencimiento de que no podría recibir refuerzo por falta de
unidades disponibles, Dema Giraldo prosiguió la encarnizada defensa de la
posición en la que el enemigo llegó a entrar pero de la que es rechazado en la
lucha cuerpo a cuerpo.
Cuando, muertos sus oficiales, no dispone ya de
mandos, dirige a su jefe por radio el siguiente mensaje: Situación insostenible; Martín, muerto. Moscoso,
muerto. Si esta noche no viene gente, caerá la posición por muerte de todos. ¡Arriba
España! Dema Giraldo.
Este acto constituye un magnífico exponente del
espíritu de abnegación y sacrificio que animaba a aquel bravo capitán, el cual
con desprecio de su vida anuncia estoicamente que sólo con su muerte caería la
posición, como así ocurrió poco después, al sucumbir heroicamente en el momento
en que, arengando a los escasos elementos que le quedaban, se lanza fuera de
las trincheras y contraataca. Su admirable conducta en la loma artillera
impidió la progresión de los marxistas contra Villafranca, lo que hubiera sido
una amenaza contra las posiciones nacionales en Majadahonda, Las Rozas y el
Plantío” (Diario Oficial, n. 19, 11-I-1946)
(II) LA CANGREJADA DE LAS VÍSPERAS DE NUESTRA SEÑORA
A LA MEMORIA DE URSINO PARRA, DE LA QUINTA BANDERA
DE CASTILLA.
Me llamo Ursino Parra Ortega. Nací en un pueblo de
la provincia de Segovia, recostado en la loma suave de un antiguo castro
romano, que corona la vieja iglesia románica. Se llama Membibre de la Hoz,
cereales y algo de vino, pero, sobre todo, molinos, que ya dice la copla
aquello de “y Membibre para molinos”.
Aunque nuestro pueblo es seco y viejísimo, como
todos los de por allá, en el riguroso páramo, goza de una privilegiada
situación verde, gracias a sus pobedas;
justo cerca de donde yo nací, da la vuelta el río Hoz, uno de los
afluentes del Duratón, arroyo modesto y mínimo, poco más que un regatillo, pero
que aquí siempre tuvimos agua para llenar las botijas y que no se calentara el
barril. Seco jamás lo vi. A cangrejos algunos veranos nos hinchábamos. Mi
hermano Silvino y yo, recuerdo que poco antes de Nuestra Señora del Carmen,
capturamos dos maconas enteras o cestos, el año que estalló el Movimiento.
Que me acuerdo bien, porque mi hermano Silvino, que
era artillero en Medina en el XIII Ligero que llamaban estaba forastero de su
unidad, con unos días de permiso.
Mi hermano Silvino, con el que estaba yo muy unido,
recién ascendido a cabo, había venido con la absoluta al cabo de tres años de servicio,
pero me decía que a él le tiraba la vida de militar siendo de su acomodo. Me
dijo:
-¿Qué hago, hermano? ¿Me reengancho?
-Tú verás. Si te vuelves, ya sabes lo que te espera:
las ovejas. Además, con tus galones rojos de cabo y tu paga en el bolsillo les
estás poniendo los dientes largos a los que se reían de ti cuando andabas de
borreguero.
Aunque mi padre tenía hacienda bastante para ser
considerado en el pueblo una de las casas ricas, el caso es que la tierra no
daba lo suficiente para cinco que eramos. Descontandonos a nosotros dos había
otros tres: Felipe, Petra, Manahén. Hubo una niña a la que se la llevó la gripe
del año 17, a la que no conocí. Nuestro padre se llamaba Severiano y nuestra
madre Paula, que los pobres llevaron una vida muy azarosa donde no faltaron los
sufrimientos y las enfermedades. Los años que venían malos, por la helada, la
sequía o el pedrisco, las hogazas dentro del arca menguaban. Como eramos
muchos, cuando cumplimos con la escuela, tanto a Felipe como a mí nos tocó
salir a servir. El mayor Felipe estuvo
en casa de los Sombreros haciendo de criado algunos veranos y yo me ajusté con
una familia de Torrecilla como
sobrancero. A Silvino le puso padre con
el rebaño de churras que teníamos, que no es que le gustara mucho eso de
andar por las rastrojeras con el zurrón a la espalda, la perra “Batuda”,
pisandole siempre la sombra, el caramillo para entretener su soledad, la honda
a la cintura y un guijarro en el bolsillo para tirarselo a la chiva que teníamos
en el aprisco y que siempre se desmandaba.
-Cata de ahí, “Perversa”.
Dicen que la cabra siempre tira al monte y esta
Perversa hacía honor a esa condición de su especie. Al Silvinete lo traía por
la calle de la amargura, pues, una vez, no se me olvida, entró al majuelo de
uno de los ricachos de mi aldea poco antes de la vendimia y lo avió. No quedó
ni un zarcillo. La tunda que le dio el abuelo fue gorda.
El agostero tenía la voz muy fina y, como pasó la
infancia, lejos de la civilización, u no estaba acostumbrado a hablar
normalmente sino a voces, de cerro a cerro, desde los ocho años, se reían de su
persona.
A Silvino le llamaban El Colorín por ser de cara
encendida y cuajada de pecas, el pelo rojizo, muy rubiales, de buen porte, con
los ojos tan pequeños que parecían los de un pájaro. En eso salió a la rama de
padre al que apodaban de mote Ojete de Perdiz. Procedía de un pueblo que llaman
Torreadrada donde comienza el páramo. La verdad, todo hay que decirlo, los
Parras en Membibre de la Hoz teníamos fama de algo chillones pero unas
excelentes personas, muy pagados de las viejas creencias, porque nuestro solar
era una de las corralizas que alzan sus muros leprosos por bajo del pretil de
la torre de la iglesia medieval. En la familia había habido unos arrieros y
vinateros procedentes de Fuentepiñel, aunque, según ha indagado mi sobrino, que
es aficionado a esto de la genetliaca el clan procede del Norte de España,
vaqueiros de alzada, de la parte de Tineo o algún lugar de esos de Asturias la
encumbrada. Puede que allí esté el origen de nuestra humilde trashumancia. El
Colorín era el más listo, aunque no fue nunca a la escuela, pues se enseñó a
leer y a escribir él solo mientras apacentaba el hato. Los de Membibre, que por
inclinación natural han sido de siempre algo guasones, porque menudos son pos
aquellos pueblos de las Siete Villas, se burlaban del pobre pastorcillo, pero,
luego, cuando volvió de la guerra con los galones de suboficial y las
forrajeras de artilleros, no había quienes le pusiera un pie delante. Era muy valiente y forzudo, que en su
regimiento el Colorín era conocido por
el Sargento Bríos; en campaña lo demostró. Era capaz de agarrar por la punta de
la espoleta un proyectil de los del quince y medio y levantarlo como una paja,
y estando de guardia en Cuéllar se le atufaron los cinco guripas del
destacamento y al punto empezaron a salir tíos por la ventana que aquello
parecía un bar de película del Oeste en lugar de un cuerpo de guardia de un
triste penal donde para combatir el frío unos soldaditos se habían puesto al
brasero. Gracias a que reaccionó y los lanzó por el vano con su proverbial
fuerza no se asfixiaron. Dos terminaron
con una costilla rota, pero salvaron el pellejo.
-Soy en decirte, chiquito, - le aconsejé aquel día
mientras pescábamos cangrejos cerca de los bodones de la Fuente Las
Miraduras- que devuelvas las Absoluta.
Él también estaba pensando echar la instancia para
la Guardia Civil como hizo luego Manahén, al que llamábamos Mamana y que el
pobre moriría de guardia segundo en el Cuartel de la Victoria relativamente
joven.
Fue el día de la cangrejada, que no se me olvida,
poco antes de misa, cuando las campanas empezaron a repicar gordo y de una
forma desaforada como cuando volean a fuego.
-¿Has oído eso?
-Parece que tocan a fuego.
-Debe de ser el pariente Ambrosio al que se le ha
ido el punto.
La víspera había llovido y, escampado, se formaron
sobre la raya de Fuentesaúco, el lugar vecino, unas nubes alargadas y muy
extrañas. Estaban encendidas de cárdeno y de colores rojizos como de llama o de
sangre. Fue, cuando Pascual, uno de los del Tío Sombrero, que había hecho la
Campaña de Cuba y era medio nigromante, se descolgó con una de las suyas:
-Guerra barrunto.
-¿Qué cosas tienes, Tío Pascual? Aquí no se mueve
nadie. Son cuatro camorristas que colocan petardos.
El veterano nunca marraba en sus acertijos. Parece
que lo olía.
-Pues no creas- me comentó Silvino- que no anda El
Sombrero muy descaminado. Las cosas no están como muy allá.
Y casi no acababa de decir esto cuando al subir el
mogote vimos acercarse en bicicleta al cabo Valdivieso con dos números bajar la
cuesta de Vegafría y entrando en las tenadas fueron cuando preguntaron por mi
hermano:
-¿Silvino Parra?
-A sus órdenes, mi cabo, para lo que quiera
mandarme.
-Acaba de llegar un telegrama. Que se presente de
inmediato.
Salió de estampía en la camioneta de Cuéllar. Casi
ni le dio tiempo a despedirse. Partió como un ánima el buen Silvino y yo pensé
que no le volvería a ver más.
A los pocos días de la cangrejada empezaron a llamar
a filas. A diferencia de mis tres hermanos, Felipe y Manahén, preferí alistarme
voluntario. Me tiraba Falange. No es que estuviera yo muy ducho en Política,
pero en casa eramos gente sencilla. Muy religiosa y encuadrada en una tradición
de respeto y de orden. Por eso la reforma social que propugnaba José Antonio
Primo de Rivera me parecía la solución. Membibre de la Hoz, a la sombra de su
campanario románico, sentía ese palpitar de la España eterna, cristiana y
mesocrática.
Onésimo Redondo.
Habíamos empezado a segar la cebada. Mi decisión
dejó a mi padre Severiano con el culo al aire como aquel que dice. La cosecha
aquel año había venido una de las mejores, pero la salvación de la patria tenía
que tener prioridad a los trillos, las horcas, las zoquetas, las hoces y los
sombreros de paja. En mi pueblo tuvieron que salir al campo los más viejos. Se
las vieron y desearon para hacer la recolección.
Aquellos días los recuerdo como de una gran
agitación. Nos llevaron a los de la V Bandera a Valladolid. Yo estaba
encuadrado en la misma centuria que Onésimo Redondo y faltó muy poco para que
me fusilaran junto a él en Lavajos.
Fue por un detalle sin importancia. La camioneta
donde viajaban, camino del Alto de León, los de mi unidad iba tan compacta que
no cogíamos.
- Tienen que quedarse en tierra tres camaradas.
Lo echaron a suerte y me tocó a mí junto a dos, de
Cantimpalos y de Valseca. El uno se llamaba Cecilio Sancha y el otro, una
ardilla auténtica, Dimas Matesanz.
Cecilio murió en Teruel, se quedó arrecido en una guardia y a Dimas, lo
mató un mulo de una coz en Brunete. Era
muy gracioso porque durante la campaña parece ser que el plomo le tuvo cierta
querencia a su piel algo esmirriado. Pero, según decía:
-Las balas, en lo que me toca, tienen pase de
pernocta. No las retengo.
Se desabotonó los botones de la camisa y descubrió
un pecho lobo en el que lucía un autentico retablo de medallas, escapularios y
relicarios.
Una hermana que tenía en el Cister de las Huelgas se
encargaba de aquella protección o seguro particularísimo que desviaba la
trayectoria de aquella metralla de fabricación ruso que durante el día y la
noche en Brunete escuchábamos silbar mortíferas.
Decíamos que, con aquel adarve celestial en el
esternón las oraciones de su hermana abadesa y las incesantes oraciones de su
tío cura y de su madre que no se apartaba de la iglesia, era difícil que a
Dimas le atizaron.
Mira por cuánto una mañana de diciembre estando en
una posición de Zarzalejo cerca del Escorial, estando en las letrinas para
cumplir una necesidad, rebotó una esquirla sin interesar el gluteo. El de
Valseca vino disparado hacia la chabola.
-Ay, ay. Me han dado. Estos puñeteros rojos,
mamones, no le dejan a uno ni giñar a gusto.
-Todo el Estado Mayor del Campesino, reunido en
pleno, -dijo uno de Vitigudino que tenía mucha sorna- han determinado que el
trasero de Dimas “El Tuercebotas” era un objetivo a batir.
Nos morimos de risa aquella mañana, pero él estaba
muy serio:
-A mí no me hace ninguna gracia. Esa bala perdida
casi me capa.
Todo quedó en el susto. Desde aquel día mi paisano
escogía con toda meticulosidad milimétrica el punto exacto y en desenfilada
para llevar a cabo sus evacuaciones fisiológicas.
A Onésimo lo fusiló la Guardia Civil cuando subían
la cuesta de Labajos. No llegó siquiera al Alto de León. Había mucha confusión
y ya dicen que los primeros días de guerra son los peores.
En la columna Serrador.
Por fin, nos encarrilaron en la columna del coronel
Serrador.
Con mi traje azul falangista, los correajes y las
cartucheras y aquel fúsil al cual me costó trabajo hacer funcionar, me vi a mí
mismo como un hombre diferente. Sin embargo, tardé algunos días en aclimatarme
a la noción de la idea de la guerra. Aun continúo sin entenderlo el motivo de
aquel trajín, el constante ir y venir, la algarabía y la excitación de los
primeros momentos. Las gargantas se volvieron roncas de canciones, de vino y de
tabaco. Todo era como increíble, efervescente.
A pesar de mis tres años de mili en Sevilla, tenía
casi por completo olvidado el manejo de las armas, por lo que me metieron en el
pelotón de los torpes. Aquellos rezagados estuvimos de instrucción en la campa
del Cristo del Caloco, pasado Villacastín. Esta demora tengo por cierto me
libró de una muerte segura. Providencial había sido mi incompetencia como
fusilero como lo fue el hecho de que en aquel primer camión que partió de
Medina rumbo al frente y que habría de ser interceptado por una patrulla de la
Benemérita, leal al gobierno, y acabó con todos muertos de mala manera en la
cuneta del camino real entre Madrid y Benavente. Allí quedó Onésimo, mi caudillo al que
admiraba y al que había escuchado yo hablar en varios mítines que diera en el
Teatro Juan Bravo. Era un pico de oro, daba gusto escucharle, amén de un
muchacho muy competente.
La noticia de que había sido pasado por las armas me
produjo una lastimosa impresión, de la que no me he recuperado todavía ni
entiendo por qué en aquella guerra fratricida cayeron los mejores de nuestra
generación. Pero estas cosas incomprensibles son partos de la sinrazón bélica,
cuando se desatan los furores.
Al propio tiempo me sirvió de acicate para opugnar
aquella injusticia, las barbaridades que cometía el gobierno dominado por un
señorito feo, misterioso y algo maricón, que iba a dar toqueteos a los
camareros de la Bombilla en Madrid arrimándose a mozas casaderas para
disimular.
Y casi justifiqué mi decisión de alzarme en armas
contra aquel estado de cosas; la opresión y miseria en que vivíamos en nuestros
pueblos, la falta de pan, la explotación a cargo del amo, las miserias sin
cuento. Queríamos una vida mejor, un cambio de rumbo en España. Por eso me
alisté en las centurias del Fascio.
Desde los altos del Cristo del Caloco se divisaba un
cordel de montañas. El paisaje se abría hacia las crestas coronadas de pardos
roquedales. La primera noche de llegar con luna llena apenas pegué ojo. Se
observaba perfectamente la trayectoria de los disparos. La artillería roja
durante día y noche estuvo batiendo los pinares de la umbría de Guadarrama. Los
proyectiles al caer alzaban como hogueras flotantes y la oscuridad y el
silencio volvían a reinar bajo el brillo helado de la luna.
Me acordé de mi pobre madre, la cual con los
pertinentes encargos de que no cogiese frío y que me apartase de las compañías
malas había colocado en mi mano dos duros de plata y una batería de medallas
milagrosas del Corazón de Jesús y de la Virgen de Rehoyo, que es la patrona de
Membibre. Confieso que en el sosiego impresionante de aquella noche de espera
ante el espectáculo de las fogatas de los disparos, vi pasar rauda ante mis
ojos como el rollo de una película que se rebobina la completa historia de mi
pasado. Es la visión que tienen los que van a morir y que asaltan a los presos
en capilla.
En aquel momento la muerte me pareció algo familiar
y nada solemne. Que pase lo que tenga que pasar, me dije. Si lo sentía era
porque nunca más volvería a participar en los festejos de correr el gallo que
se celebraban en mi pueblo por las fiestas de la Candelaria con toda aparato.
Por lo único que yo sentía acabar mis días en la
flor de la edad - excogitaba yo en mis reflexiones nostálgicas en aquel verano
de sangre y de canciones de nuestro primer año triunfal- era por La Mercedes,
una chica del Barrio de Abajo, que era mi novia formal. La había conocido en la
dulce y alegre romería del Henar. Había ido con mi madre a darle gracias a la
Virgen de los Resineros el haber salido con bien de la temporada de recogida de
la mies cuando yo me había ajustado por la comida y sesenta celemines de trigo
candeal y dos costales de centeno con una familia del vecino pueblo de
Olombrada a los que apodaban Los Chicharras, que no se bautizaban por menos de
ochenta obradas de tierra de labor. Seis parejas de mulas pasaban cada mañana
bajo los dinteles de las puertas carreteras de un corral donde se alzaban los
bardales más altos de la contornada.
Lo de rico es una forma de hablar; cualquier labrantín
de medio pelo de la actualidad vive mejor que cualquier rico de los de
entonces.
Si me matan aquí en esto - no hacía más que darle
vueltas al asunto en mi magín- dejo a La Mercedes en desamparo. A lo mejor se
casa con otro. Esta idea ocasionaba que me llevasen todos los demonios pues la quería de verdad.
Estaba celoso. Era una de las mozas de rumbo por aquellos pueblos con fama de
guapa y de bien plantada. Hacendosa y mujer de su casa. Provenía de una familia
de molineros que habitaba las aceñas de ayuso, a los que decíamos los
Puentones. A mí el Tío Puente me quería mucho. Yo era trabajador como el que
más, y muy flamenco, que había que tener un par para enamorar a La Chata con
tanta competencia como había entonces, y, aunque no era yo de los que mejor
marchaban en el pueblo, pues mi padre, ya digo, era algo corto de alcances, muy
mirado para lo de los demás y tenía el defecto de tenerse muy humilde y en
menoscabo, lo que no puede ser; por estos pagos si te haces de miel te comen.
Conque todas las ingratitudes y humillaciones que recibía en sus relaciones con
la gente lo pagábamos en casa.
-Así que tú te la llevas, Ursino y yo quedo
contento-, me dijo mi suegro que paz descanse poco antes de morir.
A la Mercedes la había pretendido uno que llamaban
El Chafa. Habíamos ido junto a la mili, pero, como nos encaprichamos de la
misma moza, acabamos de rivales. Él aquí y yo, allí. En una ocasión por las
fiestas de San Martín, habiendo trasegado más morapio de la cuenta, se puso
farruco y me sacó una navaja. Duro vocear y proferir injurias y juramentos.
-Tati quietu, Chafa, no hagas el tonto, que sabes que te puedo.
Y con las mismas pegué un brinco, le sujeté los
puños y el cachetero cayó al suelo. Desarmado, salió huyendo.
-Me las pagarás algún día.
-Marcha en buena hora. Te perdono por las ofensas,
pero yo no le hinco mi acero a un hombre que no está en sus cabales.
No lo volvimos a ver. Agarró el montante y salió del
pueblo. Muy a mi pesar y sin tener necesidad de apelar a una violencia mayor,
quedé señor del campo, pero el amante despechado me lanzó una mirada furibunda
que no se me olvidará que me amargó las festividades del santo patrono de mi
aldea.
Este tipo de enfrentamientos creaban enemistad para
toda la vida en estos pueblos de Dios, donde la comunidad no suele estar bien
avenida. Todo el mundo tiene que acontar algún agravio de los que no se
perdonan nunca contra su vecino. Unas veces es un amor fallido; otras, un
cornijal de tierra o un hito en litigio y otras veces la funesta envidia, caldo
de cultivo de agrias malquerencias que se vuelven rancias con el paso del
tiempo y en vez de olvidarse se enconan todavía más. Nunca le tuve ningún
rencor al pobre Chafa que, según decían, se había hecho renegado en Madrid,
dándose a la bebida y militante del partido comunista.
El Tío Puente, que había mostrado hacia mí singular
predilección, pues me quería tanto a o más que a un hijo, me enseñó las artes
del oficio y al cabo de poco tiempo en el molino para mí no guardaban ningún secreto
las técnicas de la molienda. Luego me hice panadero. Heñir, cocer hogazas, y
marcar tarjas serían parte de mi vida, desde que me licenciaron del servicio.
Malo habría de ser para un panadero y molinero en aquellos tiempos duros que
nos tocaría pasar en los cuarenta y los cincuenta, veinte años muy duros, que
le faltasen los garbanzos.
Mi Mercedes, con la que contraería matrimonio, al
volver de la guerra me dio seis hijos: Rosa, que nació con lesión a causa de un
mal parto, pero la más cariñosa y lista de todos; La Milagros, que salió tan
guapa y buena moza como su madre, se fue a vivir a Santander y está muy bien
situada con un mozo de la Montaña al que quiero como el Tío Puente me quiso a
mí; el Aurelio, al que nada se le ponía por delante, le decían eres valiente
como tu padre, y fue lo que le mató, porque su arrojo le volvió temerario y
murió a causa de una emanación de gas cuando limpiaba la sentina de un
petrolero. Detrás venía mi Sagra, que se hizo pastelera, marcha muy bien pero
para subir el negocio tuvo que echarle horas y horas. Los menores serían
Merceditas, la más inteligente y Antoñito, al que dejo casado con una muchacha
de Peñafiel.
¿Quién me iba a decir por aquellos días en que yo
contemplaba desde esta atalaya formidable, balcón de los montes
carpetovetónicos, cumbre exaltada, paisaje bronco y casi lunar, la desolación
de un yermo reinando sobre el dilatado horizonte montañés en el que las tenadas
y algunas parideras desperdigadas sobre la hoz de la torrentera representan la
única señal de civilización en los encumbrados tesos, que yo iba a sobrevivir a
la pobre Merceditas, y que regresaría con bien de aquella contienda fratricida
de piojos, heridas, hielos y calores exaltados, que me licenciara con el grado
de sargento y que el abuelo Severiano iría a lomos de la burra “Mohína” a
Cuéllar a cobrar las remesas que le giré con los primeros haberes, más contento
que unas pascuas, pues el pobre, por lo visto, en su vida de miseria y de
penalidades había visto tanto dinero amontonado?
Pero fue así. Debió de ser por un milagro del Cristo
Angustiado que se veneraba en la iglesia de aquel recinto, al que pedí con
todas mis fuerzas que me librase de morir en las trincheras. Muchos de los
quintos de cupo y voluntarios que nos alistamos en las banderas de Mola eramos
conscientes del peligro que nos cercaba. La guerra era una cosa lejana, narrada
como un pormenor distante en los bancos de la escuela cuando la señora maestra,
doña Jovita, nos hacía recitar la lista de los reyes godos y dar razón de las
batallas principales de la Reconquista, desde Guadalete hasta la toma de
Granada, pero ahora la teníamos a un tiro de piedra en los estampidos de la
artillería y los coches que subían renqueando por la cuesta, dejando el frente
a las espaldas, con mujeres llorosas y enlutadas y un ataúd acoplado en la baca
de los coches de punto. Los pedregosos caminos de Castilla gemían bajo el ir y
venir de estos automóviles fantasmas donde viajaban las comitivas fúnebres y
los familiares que habían ido a recoger los restos. Vidas tronzadas en la flor
de la edad, pero España donde tantas guerras tuvimos se siente avecindada con
las Parcas, y el espectáculo de las luctuosas caravanas con los restos de los
primeros caídos revalidaba los versos de F. Luis de León dedicados al Príncipe
Carlos:
Ilustre y alto mozo al que el cielo dio tan corta vida
Que apenas fue sentida;
Fuiste breve gozo
Y ahora luego llanto de tu España
De Flandes y Alemania.
Yo le rogué a aquel Jesús con faldellín morado y
melena caída como una cascada de dolor sobre el pecho que me salvara. Ahora no
soy ya demasiado creyentes, he visto demasiadas injusticias, entonces lo era
más, pero sea porque la Providencia se apiadó de mí, o que tuve suerte, o lo
que fuere, fue el caso que tuve que soportar el dolor de dar tierra al ser que
más quería en el mundo. Me dejó viudo con el último de los seis no se andaba. A
Antoñito le pusimos un babi de luto. Al pobre hijo lo tuvieron que criar casi
sus hermanas.
Además, en aquellos días de castrametación en los
cerros del Caloco me acordé mucho de mi madre, La Paula. Eramos Silvino y yo,
no sé por qué su ojito derecho, bueno el derecho y el izquierdo, porque sólo
uno le quedaba, de resultas de un accidente que tuvo cuando fue a espigar, que
se le clavó una panícula en la niña del ojo, y que no era nada, que no era
nada, que no era nada, y total que la raspa le quedó dentro de la córnea y se
le enconó. Quedó tuerta de aquella aciaga fatalidad, ocurrida de recién casada,
cuando estaba encinta de la Petra. Tres horas estuvo en el mesón de operaciones
del Hospital de la Misericordia, Gorrilla Vidaechea, el oftalmólogo famoso, fue
quien la vaciara.
Los Parra, oriundos de los vaqueiros de la Mesta,
que bajaron no como pastores sino ganandose la vida de arrieros, que van de
recua, parece que tenemos el polvo de todos los caminos pegados a las abarcas,
polvo que se hace fiemo de dolor y barrizal. Buenas personas pero gente sin
suerte, de andadura infeliz, por mucho que nos afanemos no saldremos de pobre,
que parece que ha caído sobre nosotros un maleficio, pero la Virgen de la que
hemos sido todos muy devotos y dábamos ya de antiguo para el capellán del
Rehoyo tres heminas de trigo, dos costales de cebada y la décima parte de la
matanza, nos debe de haber cubierto a los miembros de la familia bajo su manto,
y ella nos guíe hasta la cabera morada.
Era muy enteriza y sufrida la abuela Paula, y finó
sus días nonagenaria. Se decía que con el único ojo que le quedara veía más que
mi padre, que siempre encogido y acoquinado y de cuentas y de como llevar una
casa sabía, aunque no había ido nunca a la escuela, analfabeta pero más lista
que el hambre, ninguno la engañaba. Aprendió el catecismo de Ripalda de oídas,
con tan sólo escucharlo cantar y recitar cuando iba camino del ejido con las
ovejas de pastorcilla.
Vida la suya sufrida y trabajada pues crió cinco y
ama seca fue de otros cinco, siendo de constitución robusta, merced a ella
salimos adelante que el pobre abuelo Severiano se ahogaba en un vaso de agua y
luego tenía su genio y era un energúmeno cuando se liaba a pegar voces, el
hombre no hacía ningún daño pero hasta el gato se asustaba, muy trabajador,
aunque nunca le sirviera de nada y en Membibre se reían de él. Toda la vida con
el azadón o la hoz en la mano, o detrás de las ovejas, y nunca pasamos de
pobres.
Y hablando de las ovejas fue a Silvino, nuestro
Silvinete, al que le tocó ir con el rebaño, que era poco gustoso de empuñar el
cayado y la honda desde que lo amurcó uno de los moruecos madrigados que
teníamos para padrear el hato, pues una vez las dejó ir a beber al río y se nos
empapizaron que se murió más de la mitad y mi padre le pegó una tunda y estuvo
casi una semana el mi hermano por ahí huido por los cerros y fue la abuela la
que fue a buscarle y a llevarle de yantar, y Silvinete volvió, pero nunca se me
olvida como traía la cara, de sucio y empozado, que parecía un marrano
jaro. Salió a padre en esto de lo pegar
voces, aunque, luego no era nadie, mejor que el pan, pero muy mirado para
algunas cosas y con cierto pundonor. Le quisieron casar con una moza que no era
de su agrado, la hija del Tío Nicomedes, de pocas prendas naturales, creo que
la más fea del pueblo, pero, como tenía tierras que lindaban con los de nuestra
casería pues nuestro padre y el suyo concertaron un apaño y le tocó al Silvino
bailar con la más fea, pues ahí te quedas:
-Que no me caso y no me caso, pongase usted como se
ponga usted, señor padre.
-Pues tú harás lo que yo mando.
Pues sí, pues no. Conque Silvinete salió de naja y
se alistó voluntario en Artillería en Medina del Campo y no le volvimos a ver
el pelo hasta que al cabo de tres años regresó con los galones de cabo. El
abuelo entonces lo perdonó. Y otra vez por Carnavales fue cosa muy comentada
pues Ambrosio y otros de su cuadrilla se propusieron gastar una broma.
-Vamos a meterle el miedo en el cuerpo al zagalejo
del Tío Severino.
-Vamos.
Disfrazaronse de momos y, cuando abrevaban en la
Fuente Colorada, se le aparecieron y empezaron a danzar en torno a su persona
mirandole con sus carátulas, pues decían que eran ánimas que iban a llevarsele.
El Silvinete el hombre corrió cual alma en pena, ya se subía a un roble y desde
lo alto de la copa gritaba:
-Ay, madre mía de mi vida que día más negro ha
amanecido para mí.
Le dio un ataque de nervios, pero, bajo las máscaras
los zangarrones estaban que se
desternillaban. Pues es verdad que te hemos dado un susto. Y debajo empezaron a
danzar la danza de la muerte. Mi hermano estuvo subido a la copa del pino tres
días y tres noche, todo el martes Lardero, el miércoles Corvillo y el jueves de Compadres también denominado jueves Gordos en otras pares, fue un bonito modo de empezar la cuaresma, setenta y dos horas
sin beber ni beber, hasta que la pobre abuela, que hizo indagaciones sobre su
paradero, fue a llevarle de almorzar en un capacho:
-Baja, hijo. No hagas caso de esos modorros.
-Mamaíta, que por poco me muero.
-Te han dado un buen susto. No les dará vergüenza a
esos borrachos.
La burla sería muy comentada pero padre no llamó la
atención al Ambrosio y a esos. Tuvo que ser madre la que se calzara las abarcas
y a la salida de misa decirles cuatro cosas a aquellos desalmados:
-Por poco me matáis al niño de sobresalto. ¿No
tendréis nada que hacer de más provecho que meteros con un agostero de ocho
años?
-Era carnaval, señora Paula.
-Esa no es razón para meterse con el personal. Hay
diversiones más sanas.
Desde aquel infausto atardecer de carnavales, el
Silvino acopió otro apodo más, aparte del de Pintillo; le llamaron Sobresaltos
y Ay madrecita mía que día ha amanecido para mí, pues, cuando los mozos de
Membibre se ponían a hacer el burro por las fiestas no había quien les ganase
la mano. Éstas, que antes eran diversiones sanas degeneraron. Los años de la república habían creado muchas
enemistades con lo de las elecciones y la lucha política y era el caso que
durante los carnavales se disfrazaban algunos de máscaras para ajustar cuentas
de forma que lo que no habían tenido agallas para decirselo a la cara del
vecino que le importunaba o les caía mal, lo hacían detrás de una carátula que
les volvía irreconocibles. Así se cometieron, pues se lo oí decir al abuelo
Majuelo, que de esta forma le tildaban por gustarle lo que dan las cepas, y esa
inclinación parece ser condición que los Parra llevamos, que una vez mataron a
uno, camino de Vegafría y a otro lo lincharon porque decía que era de ideas.
Silvino no volvió a las ovejas:
-Ahí las tiene usted, padre. Le participo que yo no
voy más con ellas.
El abuelo tuvo que aguantarse. Vendimos el rebaño y
nos quedamos sin queso ni requesón. En la portada no olía a cuajo ni colgaban
de la portada los avíos de las encellas de esparto. El Pintillo desde que le
dieron el susto, como Amilcar a los romanos, juró odio eterno a las pantomimas
y saraos de zangarrones, los bailes de candil y las novias por designio. Se
casó luego con la Juanita, una chica de Fuentesoto. El Ambrosio, que tanto de
rió de él, luego, cuando estaba en el regimiento de suboficial artificiero,
vino a pedirle perdón, un perdón interesado, porque lo abonaba un ruego, pues
le venía a pedir un favor.
Que enchufase
a su hijo que había entrado quinto en la misma batería que él llevaba. Mi
hermano, como era de buen corazón, le perdonó aquella trastada olvidando lo que
se había reído a costa de las máscaras, las almas en pena y los relámpagos,
porque era un día que cayó tormenta. El chico pudo venir a casa con tres meses
de licencia.
Arriba, en aquella montaña donde aprendí la
instrucción rumiara yo mis recuerdos de la vida anterior y le pedía a la Virgen
del Rehoyo, nuestra bendita madre del cielo, que me librase de las balas de los
rojos y que se apiadara de España, que la cosa se arreglase, que no vivieran a
cuerpo de rey sólo unos cuantos, que todos tuviésemos pan, paz, trabajo y buen
pasar dentro de lo que cabe. Esa era precisamente la vida por la que luchamos y
por la que no nos importaba verter nuestra sangre, si fuese del caso. La vida
militar no me desagradaba a pesar de su incomodidad, las marchas, los
aprendizajes de tiro y las guardias de tres horas. Aunque era agosto, las
noches en aquella región traían relente y había ponerse el capote. Me gustaba el compañerismo y la resignación
ante la suerte incierta del soldado.
Noche y día no dejaban de pasar transportes y
camiones camino del frente y columnas motorizadas. Saludaban brazo en alto con esa inconsciencia
indiferente con la que las juventudes de aquella leva fuimos a batirnos en
aquella guerra. Para algunos sería el último viaje. Cantaban y soltaban
inconveniencias o simples burradas a las mujeres de aquellos pueblos que
acudían a ver la riada de gente que se dirigía al frente. Para algunos será el último viaje, pensaba
yo, asaltado por los pensamientos lúgubres que, al principio, no me dejaban en
paz; después, ya no. Uno se acostumbra a la muerte de los propios compañeros
que caen a tu lado; ese paco, el golpe seco, el hilillo de sangre orlando la
comisura de los labios, los ojos que miran fijo y ese llegar al tuntún de las
balas perdidas. El tiro que han dado a ese podría estar dirigido a mí.
Pero también las guerras van íntimamente asociadas
con la idea del sexo furtivo. A muchos de mis camaradas se les hacía la boca
agua cuando les dijeron que en el Alto del León combatían milicianas, algunas
eran unas gachíes de las de fuera borda y, como no creían en el infierno, muy
dispuestas a hacerte un favor, porque eran de ideas avanzadas, cosa que no
pasaba por nuestro pueblo, donde los ratos de amor se pagaban con la vicaría.
Algo de esto está pasando en este tiempo nuestro del destapa. La gente de ideas
ha vuelto a dirigir el cotarro y, como las mujeres le han tomado el gusto a lo
de quebrantar el sexto mandamiento, pues los hombres vamos a acabar subiendonos
a los árboles, como le pasó al Pintillo cuando marras. Esto de los árboles no
es más que un símil. Más bien acabaremos encaramados a las paredes.
Ahora que lo pienso yo me batía por el orden, por el
respeto a la vida, por la tradición santa, por la justicia social, pero, visto
el panorama de nada nos sirvió a mí y a otros cuantos como yo estar tres años
pasandolas estrechas pegando tiros a campo abierto por todas las regiones de
España. Los rojos habiendo perdido la guerra ahora resulta que la han ganado
porque han vuelto en circulación las instituciones y pensamientos que nosotros
propugnábamos: el federalismo o el troceo de España, la Constitución, el
libertinaje sexual, el odio de clase.
Van al matadero y de nada servirá el sacrificio de
estos, pensaba yo para mis amígdalas al ver enfilar las rampas increíbles del
Cristo del Caloco con unos desniveles de hasta el diez por ciento. Algunos
vehículos se quedaron sin frenos y cayeron al precipicio. Otras veces ardían
los motores y los ocupantes y servidores de pieza - vimos pasar a la gran
artillería- se achicharraban. Pese a todo, parece ser que los españoles le
habíamos cogido el gusto a hacer turismo, aunque sólo fuera entonces turismo
guerrero. Era para muchos de nosotros la primera vez que salíamos de los
términos conocidos de nuestro terruño.
Idea del Cid.
Mientras hacíamos la instrucción bajo las banderas
de la Quinta Centuria, creo que aprendí que en la vida hay algo más que
vegetar, comer y dormir y trabajar. Es la idea la que manda, una noción de
grandeza que nos levanta a ras de suelo y nos hace flotar por cima de las
mezquindades. Se me venían a la mente los pensamientos de la España heroica, la
del Cid, aquella que nos inculcó doña Escolástica en los bancos de la escuela
situada en una casa paredaña con los muros de la ermita del Rehoyo.
Este personaje me pareció como el ejemplo a seguir
por los caminos de la abnegación y del honor. En su yelmo de yerro estaban
escritas las leyendas matrices que inspiraron durante bastantes siglos a los
españoles una fórmula de vida caballeresca. Era tierno y pugnaz aquel hombre el
de la barba vellida. “Vivádes, Rodrigo, mucho más que nos” y se puso sobre los
hombros la gonela de lino y se fue camino de Valencia, a combatir moros, a
ganar su pan. Nosotros estábamos allí peleando por el Pan, la Patria y la
Justicia. El enemigo había desembarcado en nuestras costas. Esta vez el follón
y embustero salaz no era el turbio almohade
sino un contubernio internacional de mercenarios forasteros que venían a
por nosotros. Estaba la patria en peligro.
Los vascos de
Aguirre y los catalanes de Companys en comandita con las hordas rojas del
comunismo internacional que sufragaban ocultos grupos judíos querían
desmembrarla. Y la patria es el espíritu común de un pueblo y nos la
arrebataban quemando iglesias, fusilando a curas y dando el paseo a todo
quídam, por el simple hecho de ir de traje y corbata.
La chispa de un odio secular había prendido la paja
de todo el almiar. Se preparaba una gran almenara. Pero allí estábamos nosotros
dispuestos a lo que hiciese falta, habíamos salido en defensa del ideal, tercos
y acérrimos en la arbolada de nuestra
libertad, como buenos españoles. Considero que todos los hermanos míos, tanto
Felipe como Manahén, Silvino y yo mismo, honramos el uniforme. Dejamos el surco
y las hoces para venir a combatir bajo las filas de Franco y de Mola.
El sargento
que nos adiestraba en los rudimentos del manejo de las armas nos hablaba de
gestas gloriosas como la batalla de Simancas, donde cayó el primer califa, y
Arapiles en que sucumbió el gabacho. El Ejército Español ha sido siempre
paladín del honor y la libertad. Se llamaba Morodo y era un aragonés de
Caballería, perteneciente a lo que quedaba de un Regimiento de Jaca que,
después de muchas vicisitudes se había pasado al bando nuestro desde el de los
rojos.
El arma
principal, aprendimos de boca de Morodo es la prudencia y la discreción en un
militar. Nos propuso como lema de vida, algo que difícilmente se cumple, ser
leales en el pensar, veraces al hablar y expeditivos en la obra, investidos de
una de las grandes virtudes castrenses, esto es, la fortaleza que nos hace
querer el bien para evitar el mal. Los rojos estaban despilfarrando medios. No
se puede ganar una guerra quemando templos y marchar al frente con la
mentalidad del que va a correrse una zambra. En nuestras filas había una mayor
disciplina. Contábamos con unos mandos que sabían lo que se hacían. Por eso, no por otra cosa, ganamos, pues
estábamos en inferioridad numérica, la munición escaseaba y a veces tuvimos que
disparar con tercerolas de la Guerra de la Independencia. Luego estaba el saber
por qué luchábamos. Por un proyecto de vida en común, por un orden, por la
devolución de una grandeza a la patria que le había sido arrebatada por los
políticos de turno, incapaces, venales, corruptos.
Desde el
noventa y ocho para atrás sólo habíamos tenido que desgracias y descalabros.
Sólo quedaba en medio de aquel mar de naufragios un ejército mal pagado,
despreciado y humillado y al que se mandó a la guerra de Melilla por los mandatarios
de la carrera de San Jerónimo que podrían hablar muy bien y ser picos de oro
pero que en punto a la cosa pública y a la sabiduría de los intereses de la
tierra a la que gobernaban daban nulo. Podréis abandonar vuestras mochilas y
dejar tirados vuestros capotes en la arena porque son prendas vuestras, pero
nunca habréis de dejar tirada la bandera que es símbolo de la patria
invencible, lema de amor que nos interconecta a todos los hombres que formamos
España. Esta frase que pronunció el general Prim en los Castillejos gustaba de
ser repetida por el sargento Maroto, nuestro camarada.
Sed precavidos ante los vicios que amarran la
voluntad y turban el entendimiento. Bebed con moderación porque el vino a veces
os puede conducir a la ruina. El honor es una fuerza que nos lleva al
cumplimiento de nuestro deber. Si se pierde jamás se recupera. Hombres de honor
queríamos ser. La mili fragua a los hombres y ahora pienso, cuando recuerdo
aquellas jornadas, que guardaron para siempre ese sentido de iniciación sacramental
que imprime carácter por los siglos de los siglos. La privilegiada situación
geográfica de España había suscitado siempre las apetencias del enemigo. Estaba
yo de acuerdo con el sargento Maroto en esta su disertación sobre las causas
del estallido de aquella conflagración, que fue la primera guerra de la bestia
en los lares europeos, poniendo cristianos frente a frente, para sacar ventaja
de la situación.
No eran los
rusos sino ese gigante sin Dios, patria de todos los furores, que se acercaron
a la sazón, diseminando pássim cuajarones de sangre, a nuestros tesos, el gran
agente del animal apocalíptico. Había que darles malón, teníamos que parar de
nuevo a los gabachos, diferir la hora del té de las cinco a los británicos, así
se les atragante, y toda esa gentuza que había asomado su sucia cara por entre
las bardas del Pirineo con ánimo devastador, y los ojos verdes de envidia,
porque nunca pudieron perdonar a los españoles que tuviésemos ese espíritu de
independencia y de libertad que nos condujo a dominar un continente. Me cagüensu. Siempre se dieron maña, puesto que son
listos, para urdir sus tejemanejes. No les gusta por los visto que hayamos sido
los adelantados de América.
Ahí quedaron
empachados de derechos humanos, campeones de un mundo unipolar. Mirad en qué
hemos acabado, y, lo peor, la suerte que aguarda. El que venga atrás que arree.
Pero a nosotros nos cupo el orgullo, soldaditos de España, de haber derrotado
al universalismo de los sin Dios, a los fanáticos del fundamentalismo yanqui,
nuestro enemigo que siempre se presenta disfrazado; en una mano, una tea, y en
la otra una montera. Si hacéis lo que yo mande, seréis felices, pues nuestra
constitución garantiza alcanzar la felicidad, “pursuit of happiness”, pero, qué
va, eso también lo prometió Fernando VII y luego nos dejó en la estacada,
vayamos todos y yo el primero por la senda de la democracia, camino de cabras
que atraviesa no pocos vericuetos.
Dinastía
amordazada y gafe para el país, en poco más de un siglo, más de cien gobiernos,
cinco cambios de régimen, tres guerras civiles, con otros tantos
derrocamientos, destierros, la desmembración del ejército, la última la de
Azaña que suprimió los mandos después de la sanjurjada. Eran sus pretensiones
acabar con la sagrada institución, columna vertebral de la patria, disolver la
familia, venga amor libre, duro con ella, viva la virgen de la democracia. Las
vestales se quedaron solas. Pero Silvino, hermano, tú y yo dimos el paso al
frente. Con dos cojones.
A ti te
llamaban el Pintillo, decían que no llegarías a nada, pero, Jodó, cuando
apareciste por el camino de Fuentesaúco con tus galones y la laureada. Eras una
personalidad. Algunos se posaron de rodillas a tus plantas y te trataban de
vuecencia, que es el tratamiento que hay que dar, cuando se está bajo las
armas, a los diplomadas con la medalla laureada, y a todo aquel que luzca
estrellas, de general para arriba, esto es general de brigada, de división,
capitán general y generalísimo. Ahí es nada. Fuiste su paño de lágrimas. No
dejaron de darte la tabarra con el tema de las recomendaciones para que
enchufaras a sus chicos llamados a filas. ¿No se acordaban de cuando te
metieron miedo el martes Lardero que ibas con las ovejas y a ti te asustaba la
soledad de nuestros parajes, los tesos de Membibre de la Hoz eran secos y como
desamparados y qué hace un niño de ocho años detrás de las ovejas? Vamos a ver.
Tú te enseñaste a leer y a escribir tu mismo y
hacías muescas en el cayado donde con la navajilla de cortar el pan también
pintabas vírgenes. Te enrolaste en el ejercito voluntario como quien se escapa
de casa, ya no podías más. Que se dieran con un canto en los dientes los que te
llamaban motes y habían hecho de tu persona chivo expiatorio de todas las
tomaduras de pelo en el pueblo.
Al carajo tus
detractores. La vida militar es estamental y disciplinada, se gobierna por los
sones de las distintas llamadas de la corneta que suena a diana en la madrugada,
luego toca escuadra, y después asamblea, fajina a la hora de comer, y por fin
oración, retreta y silencio. El 16 de julio del 36 tocaron a generala, o
alarma, que es la gorda, o el golpe de llamada que apresta a defender a la
patria y empuñar el mosquetón, en todos los cuarteles de España, y allí
estábamos tú y yo, Silvinete, con el petate al hombro y el macuto al costado,
la cantimplora al cinto y las armas reglamentarias, detrás del abanderado que
llevaba el emblema de la cruz de Santiago y el Aguila de Patmos. En unos días
se produjo una transición vertiginosa en la cual cabalgamos del “no pasa nada”
al “a ver qué va a pasar aquí”y nos alzamos en disidencia abierta con el
gobierno. Se había ido el rey y en buena hora marchara.
Quien mejor supo definir a la monarquía española fue
Velázquez el cual pintó a esa figura patética de personaje borroso que se
pierde en la profundidad de campo de ese poema de primores pictóricos que forma
el cuadro de Las Meninas. Un rey entrevisto y borroso como fuera de contexto,
sombra imperceptible. Con fuero para sofaldar mozas, ir de cacerías y hacer lo
que le diese la gana. Allí venían estudiantes universitarios falangistas que
por lo que contaron en las trincheras y en los blocaos habían hecho promesa de
odio eterno a los Borbones, culpables de todas las desgracias patrias al ser
gafes. Gente entrevista y hemofílica. Había un veterinario con perfil de tapir.
Era el
encargado de cuidar de los mulos de guía del Regimiento de Montaña. La hidra se
devoraba a sí misma pero tenía que ser así. Habíamos desechado las concepciones
totémicas pero un mundo cruel y sanguinario, imperio de la apostasía, se venía
hacia nosotros. ¿Qué quieres, monstruo devorador de ánimas? Yo sólo reclamo
carne fresca. El sufrimiento todo lo purifica y nosotros habíamos marchado al
frente no precisamente a escribir novelas. No acudía la inspiración, pero
veíamos las circunvalaciones de la rueda voltaria. En lo alto de los montes
habían instalado un reloj que sería desde entonces el centinela de la historia.
Un azor bajaba del cielo y en son de amenaza abría su enorme pico, una garganta
profunda y nos mostraba su imponente gazmol donde ocultaba la munición sagrada,
úvula infernal. No hizo en todo el tiempo otra cosa que mostrarnos el galillo
sanguinario en cuya acción tantos sucumbieron. La función crea el órgano. Y
nosotros descubrimos cuando vimos circunvolar a aquel azor asesino por las
crestas del altiplano del Caloco, que el humano linaje sólo conserva el
instinto cinegético cuando se lo inocula un ave rapaz, cuando se queda ojeando
fijamente al contumaz basilisco, para su perdición.
Aquella
pájaro había sido enviada por Moloch. Nos miramos entonces unos a otros
alarmados. En el sargento Maroto apreciamos al ver planear a aquel volátil la
ingenuidad y la gravedad que están inscritos en el semblante de España. Todos
nos lo creemos. Nuestra paciencia es tarda, pero, cuando las cosas llegan a un
límite, todo parece estallar. Es la
escolopendra que se enrosca a nuestros tobillos.
Nos
encontrábamos solos batallando en medio de una ingente selva heroica. De
improviso, in ictu oculi, para pasmo de los arúspices y agoreros desapareció el
ave de presa que planeaba por los cerros del Alto del Cristo del Caloco.
Mientras tanto, seguíamos contemplando por el camino el ir venir de ataúdes
forrados de brocatel, los primeros despojos de aquel enfrentamiento de muerte
con la bestia.
Entre la Mocha Grande y la Mocha Chica.
Desde el Caloco, hacia mediados de diciembre, no se
me olvida, mi columna recibió órdenes de avanzar hacia Madrid. Nos acantonamos
en Villanueva del Pardillo. Allí transcurrió mi primera Nochebuena en combate,
nunca pasé tanto frío en mi vida, el capote de campaña y dos pasamontañas no
fueron bastante para disminuir el hervor de la helada. Pero no faltó turrón y
cante ni tampoco Misa del Gallo, celebrada por el páter del Regimiento de San
Quintín, un monje de Silos, dom Evaristo Quintañón, que el pobre encontraría
meses adelante la muerte indecorosa que le dieron los marxistas.
Habiendo caído prisionero y contraviniendo las
normas le torturaron e hicieron toda clase de salvajadas, le condujeron a una
casa de tolerancia y un comisario le amenazó con una pistola, que si no jodía
con una flamenca que era hombre muerto. Si no te cepillas a esa furcia, te
cepillo yo a ti. En honor de sus votos, al apresuramiento y zozobra de escena
tan macabra, o a su impotencia sexual, no pudo consumar la coyunda y fue
disparado, un tiro en la nuca. Una centuria de las falanges sevillanas vinieron
a hacernos amena la velada y se arrancaron por seguidillas. De aquellos pobres
no quedó ni uno, porque su posición fue la primera en padecer el impacto de la
primera embestida roja desde Brunete sobre Villanueva de la Cañada. Por falta
de personal, las cuatro vigilias en que se divide la noche militar, como la
romana, tuvo que ser cubierta por dos turnos en lugar de cuatro. El termómetro
descendió a los trece bajo cero y de las riberas congeladas venía un biruji que
no podía ser combatido ni con la mejor coñá que aquella noche, por ser Navidad,
nos dieron en ración doblada, dos copas. Nuestra posición estaba enclavada en
el Vértice de las dos Mochas, la chica y la grande. En una de ellas resulta que
ahora vive mi sobrino, el periodista que se ha ido a vivir, no sé si por
designio específico del destino o una de las casualidades misteriosas.
Lo que es ahora un barrio relativamente elegante y
apartado de los grandes lóbulos de la autopista fue nuestro hábitat durante
casi medio año. También los lugares destilan como una energía invisible que
atrae o rechaza, como si se tratase de una química de la piel de las almas. Yo
creo en eso.
Me parece que debe de haber algo. ¿No os ha ocurrido
que cuando llegáis por vez primera a un sitio os cunde la sensación de haber ocupado
en alguna vida pasada aquel espacio? He ahí un determinante que demuestra la
veracidad de la tesis de la transmigración de los espíritu y la reencarnación
demostrable. De cada piedra del camino emana una energía genetliaca, algo
solemne en la cadena de la transmisión de la vida; eslabón que engarza el
paleolítico con las postrimerías.
Sea como fuere, el caso es que este sobrino que digo
fue devorado por esa fuerza de gravitación que une a los que sueñan en una
misma idea y los convoca a un ámbito determinado, por dictámenes de los poderes
cósmicos.
Estas consideraciones las llevo dichas en un tono
desordenado, como soy yo. Son ideas que dejo caer a troche y moche, no
obstante, me parece que conservan dentro de su descabalamiento un tono
unitario, es la sinfonía de los que cantan en un coro a múltiples voces
enarbolando la bandera de las causas perdidas.
Así salen de mi corazón. Son como cartuchos de
máuser que saltan en el retroceso, cuando empuño el arma por el guardamonte y
tiro del gatillo. Cinco disparos, cinco. De repetición, de trayectoria tensa,
no curva. Hice fuego la mayor parte del tiempo que ocupamos el Vértice Mocha
que fueron varios meses, desde enero hasta los primeros compases de la gran
batalla de Brunete.
Pido perdón a Dios de algo que estoy segurísimo: la
muerte de pelotones de internacionalistas que caían sobre nosotros como si
fuesen fieras, pero no soy un asesino, en la guerra no es pecado el homicidio
porque se actúa en legítima defensa; en cualquier caso, he de apuntar que nunca
clavé mi ojo en el alza de mi arma semiautomática con enojo. La ira nunca me
dominó. Creo que es lo que me diferencia de mi sobrino. Él no estuvo en esta
guerra, la vivió por los libros. Ha matado a bastantes rojos con la imaginación.
A mí, por el contrario, cuando escuchaba el sonido
del casillo de la recámara y notaba accionarse el percutor y los tetones, se me
venía el alma a los pies, hubiera pedido a mis funestos hados que me hubiesen
alejado de aquel mogote que pronto empezaron a llamar los caballeros
legionarios, los tiradores del Sidi Ifni, y los Regulares de Melilla La Torre
de la Muerte.
Los Internacionales ensayaban su puntería contra la
atalaya del destacamento desde la cual se dominaba el cerro. Delante quedaba el
valle poco pronunciado del Río Guadarrama. En margen izquierda aparecían
torrentes calizos de tierra muy inhóspita y descarnada sirviendo de soporte a
la meseta de las majadas. Por la izquierda estaba un caserío que desapareció
cuando hicieron acto de presencia los fogonazos de las preparaciones artilleras
de los ejércitos. El puente que unía por carretera a las localidades del
Pardillo y Majadahonda corrió la misma suerte que el caserío que vivió a la
sombra del bastión medieval de Villafranca. Los muros de este edificio de
planta cuadrangular que datan del siglo XIII resistieron mejor los embates aun
habiendo sido uno de los más trágicos escenarios del contencioso brutal.
Trillar y beldar.
No me llegué a hacer nunca a la idea del peligro que
corría, porque uno termina también por acostumbrarse a la brutalidad y a la
sordidez, pero nunca a la abulia de las trincheras. Es lo que más desgasta el
sistema nervioso y lo que desde cualquier punto de vista encarna mayores
peligros. Me estaba volviendo un animal. Se opta por no pensar, siguiendo los
impulsos del instinto.
Casualmente pensaba, con todo, que allí en la
vaguada podía haber alguno de mi pueblo, el Chafa seguro que estaría porque
había contemplado ideas revolucionarias que, dada la solidez espiritual de
Membibre de la Hoz tan de parte de las derechas no llegaron a cuajar, pero en
más de una ocasión había dicho que había que acabar con los caciques y le
colocó un gato muerto a la puerta del cura, amenazas que nunca llegó a cumplir,
porque le faltaban redaños y sólo se iba la fuerza por la boca.
El hecho de que estuviésemos diferenciados de bando
no debería significar que nos matásemos, pero en el treinta y seis había
comenzado la caza del hombre.
También me costaba trabajo pensar que una de las
balas mías fuera a romper un pecho conocido. Debido al horror que he tenido a
la sangre o por un error fatídico podría terminar siendo un asesino.
En ese supuesto, la actitud hacia el enemigo no
podía ser otra que la compasión. Ellos habían sido víctimas del fraude engañoso
de los manipuladores de opinión, de los que llevan en sus manos las riendas del
poder y programan los golpes entre bastidores; esos se mantienen contumazmente
a distancia.
En el parapeto empecé a destacar por mi puntería. Me
llamaban Ursino El Fijo. Los peladillas que yo enviaba a los rojos eran
certeras y debió de correr la voz en sus posiciones de que había un falangista
segoviano que hacía siempre fuego a blanco fijo. Cuando yo estaba de guardia
todos los enlaces debían de andar precavidos, porque con las balas no se juega
y con las de El Fijo todavía menos.
Lo de la puntería se lo debo a mi padre que fue de
mozo un extraordinario casador, aunque algo de mi cosecha también saldría,
porque siempre fui tenaz y laborioso en todo aquello que me proponía amen de
haber criado fama de habilidades en cuestiones de la labranza. Rectos salían
los surcos de la besana de mi arado. Carro que yo ataba no se volcaba. Cuando
daba haces ni una espiga se perdía en las fajinas. Y es que Dios me había hecho
curioso y elegante.
En el escuadrón cuando había que hacer una labor
mecánica o de policía que en la vida militar vienen a ser las tareas
administrativas de lo civil siempre me llamaban a mí.
-El de los ojos de perdiz no puede ser más listo -
decía el sargento Maroto - aunque, como yo tampoco tuve tiempo de ir a la
escuela y antecedía al Pintillo en las tareas de borreguero, apenas haya
aprendido a leer y escribir, malamente.
Eso lo dejo en las barbas a mi sobrino Antoñito, el primogénito de mi
hermano Silvino. Como es periodista y ha escrito mucho, y tanto que su padre
decía de él, hay que ver cuanto libro, hijo, esparcete un poco, deja ya de
leer, chaval, que los sesos si no se volverán agua, quizás sea capaz de poner
en solfa estas consideraciones sobre mi experiencia como soldado de infantería
en aquel llano infinito de las dos Mochas.
Aficionado a clavar los ojos en cualquier papel, descolló en las tareas
de reportero y corresponsal, escaló las cumbres del quehacer periodístico, pues
llegó a ostentar el cargo de enviado especial a muchos países, pero, cuando
vino la debacle borbónica, fue objeto de sañosa persecución.
Llegaron los Relindos, los Cuajaleche y los
Trociscos con sus espicha las chicas del destape(spice girls, in other words), sus alabarderos de
maricón el
último, y sus programas
de propaganda torticera y mendaz que parece que todo lo aniquilaron; pasaron la
apisonadora, no volvió a crecer la yerba, a Camuesa no la conoce la madre que la parió; las purgas que llevaron a efecto fueron
terribles, muchos más terribles que las realizaban con bozal y entre
bastidores, para que nadie se enterara de que allí había campos de forzados y
que se practicaba en sus calabozos de horrores democráticos el tercer grado en
comandita. Se sirvieron en este menester de esbirros especiales importados de
allende el charco; eran de los que no mostraban la patita, ni hacían alarde de
sus enjuagues, se trataba de gente sibilina, avezada a la clase rifirrafes que
traen consigo todos los cambios de tortilla. Siempre se destacaron en el
negocio de la conspiración, urdir infamias.
El Relindo y su
cómitre, ya digo, el tonsurado con sus adláteres entre los que figuraban una
fulana experta en transiciones democráticas, que se llamaba Pobieda, y era caldo
de todas las salsas, aparecía por la pequeña pantalla el rostro pálido de las
sombras, podía ser la bestia, ahora que lo pienso, con aquella catadura de
monigote estatutario de la Isla de Pascua. Pobieda era mañosa en las artes de
saltarse el escalafón. Habían insultado a la bandera, habían cometido delitos
de lesa patria, y toda suerte de infamias, ay dolor.
Pero, como pretextan ser el mascarón de proa de este
pabellón de desastres por el cual derrota todos los días la que otrora fuese la
excelsa nave española, donde hay rebelión a bordo, con los de Huneinlaufen- un huno en
toda la regla, invocador de la pureza racial de su estirpe-, Rasgabor El Rascador y su cuadrilla, que la obsesión vasca es lastre que
colea desde el noventa y ocho, pero aquí los que mandan son los judíos. El
barco se irá a pique pronto. Ellos tienen bulas para hacer y deshacer,
maltratan el país, maltratan el derecho, maltratan la lengua, porque los vejadores
aquí no son únicamente los maridos engañados que llegando una noche a casa
borrachos encuentran a la mujer con otros, y se arma la de dios, que el alcacer
no está para zampoñas ni el verde para pitos, pero se obsesionan con lo mismo,
son como porteras sicalípticas, oye, celestinas redomadas de furor asesino. No
sé si me entendéis, ni si cumples o no cumples, que aquí la gente se ha vuelto
de muy baja estofa de últimas y para eso estuvimos tirando tiros aquí en Mocha
Grande para que todo cambiase pero las cosas fueron a peor, malhadados que
fuimos del destino.
Ellos tienen bula, siempre vara alta para hacer y
deshacer, gozan de todos los privilegios de la inmunidad parlamentaria, aquí
los más tontos se comen la mejor tostada, no dejáis de hacer el burro, joder,
pero mira que es os lo tengo dicho, no hacéis caso y luego pasa lo que pasa;
han llegado a ser nombrados incluso presidentes de la cosa y a decir que todos
los males de Europa se encierran en la persona de un tal Milosevic, al cual
hasta que no se lo carguen no paran.
-Samaritana, dame de beber.
-Aguanta, reportate, que aquí el que aguanta gana,
hijo.
-Esta guerra la volveremos a ganar también.
-Uf, no sé, no sé.
-¿No te parece que ya está bien?
Como somos
masoquistas y obsesos mentales, no paramos de trillar siempre la misma parva,
de dar vueltas y más vueltas. La noria de la actualidad gira sobre los mismos
ejes. Mandan en el país las tarascas cibernéticas. Cito nombres: María la burda
cuyo nombre está de plantón en la primera cadena, y en la otra, como un vulgar
cabo cuartel de imaginaria, teresa la basta cuévanos de odio feminista, malos
rollos y zozobras, empingorotada de joyas, vestidas por sastres de talla
colocando a las hijas de las amigas y que todas vengan al “po grama”(un
verdadero pogrom de la inteligencia y del decoro). Así pasamos nuestra pobre y
aporreada vida de televidentes del coro al caño todas las mañanas, entre María
la Burda y las terneronas de la
Telebastaya, imbornal de los infaustos correveidiles del fomes del fumazo,
celestinescas fámulas del cotilleo innoble y salaz. No las hagáis caso,
dejadlas, hijas, que ellas solas se irán, pero a tan infames hordas del
libertinaje en el escaparate del hogar y pornografía servida a domicilio las
trajo el caudillaje del gran Filipo, al que ya tenemos que condenar de por vida
a ser escrito en minúsculas, porque hizo trampa el muy ladino, que llegó
escondido dentro del matute ideológico y la laticlavia de un profesor de Oxford
al que llamaron Cazcarrias Cascarrabias del que
nunca más se supo, el gran mago de la masonería en grado treinta y tres, un
tonto de treinta y tres idiomas, que hablaba y escribía, todos mal pongamos por
caso; fue el que trajo la plaga, blandió el filo de las venganzas, esgrimió el
dalle de las cuentas pendientes, fuimos muchos los tallos segados por su
guadaña. El amo de arriba dio el visto bueno, me las pagarás todas en un
carrillo y a la vez, plata juntas. Te aviso perro cristiano, campanas de
Compostela a lomos de gallegos y castellanos, los judíos de Londres se frotaban
las manos, sonrisas de oreja a oreja, un carnicero al que nombraron ministro
hablando por los micrófonos de la bibisi en tono amenazante y al final, lo
mismo de siempre, el himno de dios salve a la reina.
La intervención del canciller Culin que por
cierto no estaba borracho aquella noche fue nominativo de todo lo demás, pero
en sus ojos se columpiaba la chispa exhibicionista de la petulancia. Manda
cojones y vengan tarascas. Las palabras de aquel superministro con las crines
rojizas como los de un marrano jaro fueron la infame siembra de cruces
profanadas por estos pagos. No entraron, arrasaron y sin tener que hacer uso de
las armas, la gran Camuesa en peso se rindió a sus plantas, había triunfado su
plan de balcanizar la Europa con tejes manejes de muchos puntos sobre las íes y
mucho ir y venir haciendo flamear al viento los manteos de la laticlavia, se
hincharon de fiemo las charcas y ellos se forraron económicamente volviendo de
nuevo por treinta sículos los modernos campos de Haceldama. Pero lo hicieron
todo con buenos modos, aprendieron su lección sobre la palestra trágica de
Brunete, y comprobaron que aquellas no eran formas, no. Estaba un corro de chabacanas agoreras
haciendo el espejo plaza y un hurí dijo a la concurrencia, jodete:
-El que manda manda y no sólo ordena sino que manda.
Firmes. ¡A sus órdenes!
Degradaron a
ni sobrino, quisieron evacuarlo del mundo de los vivos, pero su sombra se
adhiere a estos peñascos donde rebotaban aquellas balas rusas de ancho calibre
y esta tierra regada con tanta sangre de los nuestros. No consiguieron
desvanecer su memoria, pues mi sobrino es listo, se dio al vino, se hizo pasar
por loco, además, era gran devoto de la virgen de Rehoyo, como va dicho, y la
señora desde el principio le otorgó su valimiento; no lo tuvieron, pues, tan
fácil para trincarlo. Si te escondes en la bodega, a lo mejor ahí no pueden ir
a por ti, cuando se producen la tormentas históricas, en los tiempos de
catarsis, las cubas brindan un buen refugio, estás allí hecho un ovillo en el
tibio rebajo maternal del mosto, que la borrachera nos hizo supervivientes a
muchos. Para eso está ahí Baco enarbolando el laurel de la parénesis y
paralogismos de tacto dulce que lleva a los mortales a los brazos de Morfeo
algunas veces, otras, al caos. Así fueron las cosas en la penisla de Camuesa
antes con todos los honores llamada La España, si así os parecen.
Habrá matarlo al puñetero si quieren que se desdiga,
porque es hombre de principios, algo chapado a la antigua, terne en sus
convicciones y antes deslomado que renunciar a ellas; si lo sacan a la pizarra
a mi sobrino, más de uno y más de dos se va a llevar un buen susto, pues es
capaz de cantarle las verdades al lucero del alba, y lo más seguro es que confunda
a los doctores del templo que hablan en las mil lenguas de la torre de babel y
si se produce otro guirigay, seguro que volveremos a ganarlo, porque carta en
la mesa presa, y los que murieron de aquella endecha no lo harían en balde,
dieron su vida para que otros vivieran a su vez.
Otros han recogido la antorcha y continuarán la obra
iniciada por nosotros. Desde una tronera, ad te de luce vigilo, de los
muros de su chabola, un polvorín de
libros, situado, qué casualidad en el mismo sitio donde estuve destacado
durante la batalla de Brunete. Luego que
no me vengan diciendo que no hay designios divinos sobre la vida del hombre,
pero la Providencia debe de hacer estas cosas. Yo tengo un catalejo habilitado
en lo alto de los cielos y con el permiso de san Pedro observo las cosas que
hace mi sobrino predilecto, habitante del alfoz de Living Stones, casas que
crecieron sobre el campo sagrado, sembrado de cruces del os trigales de la
Despernada, lo que se le pasa por la imaginación, sus múltiples lecturas, los
descorazonamientos, sus borracheras intelectuales y las de las otras. Le veo
pasar muchas tardes delante de mis narices. Como soy un ánima y no precisamente
de las del cañón de mi ametralladora MacIntosh y del rifle Hotchkiss que llegué a saber manejar divinamente, no se
da cuenta de mi presencia, pero me quedo con ganas de traspasar la barrera del
sonido y de la eternidad y preguntarle:
-¿Dónde vas, hijo?
Y de buena gana me hubiera respondido que rezase por
él, porque en estas circunstancias y habida cuenta de como está el patio lo
único que necesitan hombres arruinados como él son plegarias y una intercesión
carismática del poder de los ángeles para sacarles del atolladero, para que no
le den a la frasca, no la emprendan con la mujer a navajazos y acaben en la
carta. Este género de vida que yo llevo no es vida ni es nada, es una mierda.
Ya lo sé, muchacho, pero paciencia y barajar. Yo suspiro por el día y la hora
en que vengan los nuestros, que flameen banderas misteriosas en lo alto del
cielo.
Remonta la loma donde estaba la posición en la que
estuvimos atrincherados casi medio año y atraviesa el llano con paso lento,
cruza la carretera donde se encuentra la estación de servicio y que nosotros
denominábamos enclave Mosquito y anda lo menos tres kilómetros por la linde del
aeródromo y sube por las barrancas de Colmenarejo, dejando el valle del
Aulencia a mano izquierda, allí donde la artillería roja nos hizo tantas bajas
y tuvimos que evacuar tantos moros, los pobrecitos que murieron dando vivas al
Profeta.
Parece un alma en pena huyendo de la mujer y de los
hijos que no le comprenden, que le chillan y le maltratan.
-No tuve mucha suerte en esta vida, tío Ursino.
-¿Y qué le vas a hacer?
-No sé si lo podré aguantar. Cualquier día cometo
una torpeza.
-Qué cosas dices. Hablar así por que estás
deprimido. Mañana cambia el viento y a se mudan tus pesares.
-Dios le oiga y que la Virgen del Rehoyo interceda
por mí, pero le participo que soy muy desgraciado.
Lleva en su mano una garrota y casi le conozco al
verlo venir de lejos por sus andares cansinos, que me recuerdan la manera de
moverse del abuelo Parra. Y va escuchando la radio siempre con los cascos
puestos, como si le aburriera lo que escucha en su alrededor, la prosaica realidad.
Va huyendo el pobre hijo.
-Qué es esa radio que llevas en las orejas.
-Una gramola y estoy escuchando la misa de los
popes.
-Eso no es católico.
-Pero es cristiano.
-¿Has cambiado de religión? A estas alturas de tu
vida no creo que sea muy aconsejable.
-En este aparato triunfan los coros angélicos.
-Nadie lo diría. Es un grabador muy pequeño.
-Pero lleva un micro- brizna. Han adelanto mucho los
tiempos, tío Ursino.
-Y ahora que caigo en los andares me recuerdas a tu
abuelo que paz descanse y que está conmigo, pero en la manera de hablar que
parece que cantas y sueltas una retahíla pues eres mismito que tu padre cuando
estaba con las ovejas.
-Estoy oyendo un responso. De esta forma quiero
honrar la memoria de los que murieron por Dios y por España en estos contornos.
-Qué cosas dices, sobrino. Eso ya no se lleva, no
hay que morir por nada. Hay que vivir
por todo.
Desde mi tronera de los muros celestes, con el
debido respeto de san Pedro, siempre en el cuerpo de guardia, el que da los
pases y hace los registros, le veo pasar a mi sobrino Pélope el
periodista sin periódicos, el comunicador con el que nadie se comunica, puesto
que lleva vida de incógnito. Lo han hundido, parece que dijeron morderás el
polvo y él pronto comerá yerba. Parece un hijo de Tántalo, no el primogénito de
mi hermano Silvino.
-Pesa la vida, ¡eh!
-Un poquito, mi querido tío- me dice-, aunque de
remate yo siempre me las apaño. Pero ya lo creo que pesa y pasa.
Remonta la loma por el lugar justo donde estaba
ahincada nuestra posición y sigue la senda polvorienta el andar cansino como de
hombre que ha perdido la brújula y enfila la llanada, llegando en sus paseos
hasta las estribaciones de los montes. Allí en una barrancas sobre el arroyo
Perales habré visto yo ya unos cuantos moros muertos. Con su cachava en ristre
y unos auriculares de radio de bolsillo en el que resuenan grabaciones de
programas radiofónicos captadas al desgaire en esa década de expectaciones que
fueron los años ochenta, en eslavónico. Se trataba de capturas de la belleza
que circula por los aires y que luego retuvo prisioneras en esas prodigiosas
bandas sonoras. Milagros del plástico que celaba prodigiosos himnos
polifónicos, salmodias entusiastas, peanes incombustibles que brotaban de la
garganta de arcángeles escondidos en el envés de las auras. Quería honrar la
memoria de los caídos. Loor a Camuesa. Pélope era contumaz en aquello que
pensaba. Su alma la tenía colgada de estos retamares heroicos. Al menos, no
había puesto su conciencia en venta. El horror a la sinagoga le había conducido
al redil de la ortodoxia, no quería tener nada en común con las zalagardas del
razón de Estado de la pestilente Cátedra de Quínolas, donde reina
el gran chamán de ojos hundidos y misteriosos y manos temblonas de las que se
cruza algún sopapo, y pega duro, cuando te clava en las narices mismas su
sortija de ónice ves las estrellas, pero, como todos dicen que es un santo, que
acaba de canonizar el juego del julepe, todos a callar, ruede la bola. El
chamán de aspecto melifluo y abacial con su albogalero y un escarabajo de oro,
viejo y cansado pero con muchas ganas de mando, le saca a mi sobrino de sus
casillas. No aguanto a los impostores. Es más fuerte que yo.
Apacienta mis corderos... sí, sí, mis intereses. ¿y de la oveja artuña, qué?
Eres un rebelde... no se puede ir por la vida pensando en alto... te matarán...
te has puesto en medio del camino de gente muy fuerte... que no se hagan pasar
por príncipes, tío Ursino... ya, ya, pero ellos tienen la sartén por el
mango... defienden sólo sus preeminencias, quieren seguir mandando, ser es
prevalecer, seguir ganando sus buenas perras... vives encastillado... las
Living Stones cambiaron del todo tu vida, debe de ser por el flujo del fuego
fatuo, hijo mío... a ver que hagan y deshagan, que me manden a la cárcel, que
me pongan los muebles en la calle, me echen de un hogar que no tengo, lejos de
un tálamo que ya no me pertenece... de una mujer que no es mía, que me grita
como una Euménide... de los hijos que me salieron canallas... de los vecinos
que me difaman... yo estoy en mi casamata, estoy y no estoy, aguardando al que
venga a darme la patada a la puerta... rondas del sanedrín... pero yo no me
rendiré, ah, no me rendiré... no claudica esta plaza, tendrán que sacarme con
los pies para adelante. Mientras tanto,
me hartaré a ver telediarios con las mentiras programadas y más de lo mismo. Los
pensamientos con que hendía el aire la mente calenturienta de mi sobrino
llegaban hasta esta posada de bienaventurados o limbo excelso. Hay que
reconocer que no es de los que se ahogan en un vaso de agua, pero justo será
decir que su mala cabeza le ha llevado a la situación en la cual se encuentra.
Lo sumió en un letargo que desembocó en la desesperación, después vendría la
pesadilla. El abandono le hace sentirse solo e incomprendido. Venía en busca de
refugio a la posición, pues aquello para él era como una querencia. Los
espíritus de cuantos cayeron le infundían ánimos para seguir resistiendo
agazapado en el alguarín atestado de libros, toda una casamata intelectual
desde la que aguardaba mi sobrino el día de la liberación. Se acabarían los
días de la ira, precedentes al tiempo de la rosa. Hablaba solo consigo mismo en
la garita, y preguntaba a las estrellas que relampagueaban lejanas y como perdidas
en el espacio y en el tiempo si había llegado la fuerza. Esta era la razón por
la cual le gustaba el barrio de Arguelles, entraba en los chiringuitos y bebía
más de la cuenta a la memoria de las primeras banderas nuestras que entraron
por Princesa.
Después de saludarnos con los ojos del alma, puesto
que con los del cuerpo no nos vería, enfilaba las rampas que conducen hasta
Colmenarejo pasado el campo de aviación, en las vertientes de los barrancos
asoman su cresta verdescuro de llama forestal las primeras sabinas, huele a
tomillo que es una delicia y el aire se hace más limpio en medio de esta
soledad evocativa de retamares y de acianos. Esa era una zona desenfilada
cuando nosotros combatimos donde se llevaba a los heridos; precisamente, a uno
de Toledo a falta de camilleros le porteé yo a las costillas y me debió la
vida. El olor a sangre fresca, le recuerdo como si fuera ahora mismo, se
emparejaba con el de las jaras. Al toledano le sacudieron en una pierna, fue un
tiro de suerte con todo y eso. Todo el campo estaba cubierto de mulos muertos y
de moros malheridos. Estos destacamentos marroquíes son los que tuvieron más
bajas.
Buscaba, inspirado por ese numen que sopla al oído
de hombres que como él buscan la verdad, la querencia vivificante de nuestro
sacrificio, eso le infundía bríos. Mientras él deambule por estos parajes
solitarios y siga admirando el vuelo de los aviones y de las libélulas que
pasan en vuelo rasante, como interpretando en sus viradas la canción de nuestro
heroísmo, los habitantes de Camuesa podrán irse a dormir tranquilos acariciando
el recuerdo de los pilotos de la división Condir. Los delatores de la mente entrelazada y
porquerizos del Gran hermano no podrán dar vuelta a los acontecimientos, lo que
pasó venga en buena hora, las cosas no tienen vuelta de hoja. Hay tardes que le
he escuché pregonar desde las garitas del firmamento donde monto guardia junto
a los luceros en espera de las trompetas del juicio final tres vivas a Camuesa,
secos y vibrantes, allá donde cayó Dema y su gente. ¿Caprichos del destino?
¿designios de la Providencia? ¿Conservan alma propia los lugares?
La tronera.
Las horas se eslabonaban lentas de aburrimiento en
la trinchera. El cuerpo mide el territorio, aplastas el humus fructífero con la
barriga y la imaginación te juega de vez en cuando malas pasadas en esa
simbiosis de vida y la muerte que tuvieron para mí las barbecheras de
Brunete. En sus baños se fundían la vida
y la muerte. Todo lo que sube baja.
Pudrete grano para ser espiga mañana. El cielo, la tierra, la lluvia, la noche
estrellada, y más allá Dios, pero, agazapados en el parapeto un soldado siente
el latido de la nada que embruja los pensamientos mientras las balas a mil
metros por segundo estallaban cerca de ti. Las peores no eran las que
perforaban el corazón o te hacían un agujero en la sien. Eran las que
estallaban en el interior de tu cabeza. Más terribles que el fuego real era el
bombardeo psíquico. Para esos morteros
que el recuerdo nos envía o el miedo al futuro no hay desenfiladas que valgan.
Ya sabes lo que te quiero decir. Sonaban
a cualquier hora del día y de la noche las descargas. Habíamos ocupado la cota
de la Mocha Chica a primeros de enero de 1937 en los primeros movimientos
envolventes de cerco a Madrid, las luchas en la Universitaria y los combates
cuerpo a cuerpo y casa por casa en Rosales, el Paseo de Extremadura y el Parque
del Oeste. Los legionarios de Yagüe
alcanzaron casi el Puente Toledo. Fueron luego repelidos por el ardor combativo
de los republicanos. Pasadas las navidades se estabilizaron los frentes.
Contaban algunos las heroicidades de los regimientos indígenas que se batieron
como tigres. Los imanes les habían prometido el paraíso de Alá a los que
sucumbieran en la guerra santa. Para mí esta valentía de los expedicionarios
marroquíes fue determinante factor de victoria. Teníamos por detrás la bajada
del Aulencia y por delante los marjales del Guadarrama ocupados por el enemigo.
Al sudeste, el castillo de Villafranca, al que los moros debieron de reconocer
en algún mapa del corazón como suyo porque, chacho, como se batieron aquellos
tiradores de Sidi Ifni. Escuchábamos hablar en árabe constantemente. Flameaban
los alquiceles de los de Regulares y la capucha de las chilabas servía para
abrigo en los relentes y su lana bien entretejida salvaba la vida de los que la
llevaban porque las envueltas de los proyectiles se enredaban en aquella piel
de camella. Alá es grande y misericordioso. Aquellos batallones de rifeños
estaban seguros de su triunfo y peleaban con desdén de la muerte y tesón
antiguo. Para ellos había empezado la reconquista. Las posiciones nuestras
estaban la más cercana la del Pardillo, el Vértice Mosquito, por detrás, los
Llanos casi a la espalda y cubriendo nuestro flancos estaban los falangistas
sevillanos. Eran gente muy gozosa. Se les escuchaba muchas noches tocar la
guitarra. Denominábamos esa sección el Tablao flamenco y eran tan maravillosos
en sus interpretaciones que cuando se arrancaban por fandangos los cañones y
las ametralladoras enmudecían. En cierta ocasión y para no ser de menos en los
blocaos republicanos sonaron composiciones y una voz maravillosa interpretaba
soleares de Angelillo y del Pena. La guitarra y el arte parecía ser lo único
que nos unía a los dos bandos combatientes. Como los parapetos estaban tan
próximos la guerra se interrumpía para dar paso a concursos de cante jondo para
ver quién lo hacía mejor. Hubo varios relevos pero a mí nunca me cambiaron
destacamento, no sé por qué. Sabía que cuando se preparase la gorda, ibamos a
ser carne de cañón. El gran fregado dio comienzo la noche del cinco de julio.
Habíamos estado observando movimientos de tropas toda la noche. Caen los
primeros pepinazos de la gran preparación artillera, anticipo de los
encarnizados asaltos de los que iba a ser testigo - y no sé de qué forma-
superviviente pues vi caer al lado mío a la mayoría de mis compañeros. En mi
tronera me sentía un topo que perfora su galería para escapar de las fauces de
la muerte. Lo que más recuerdo de
aquellas horas cruciales fue la sed y el cantar de mis tripas. Me había entrado
descomposición no sé si por el rancho de la víspera o el miedo que agarrotaba
mis nervios. El sargento Dimas, uno de Caballería, que tampoco fue desplazado,
lo mismo que yo en ninguno de los reemplazos me largó su cantimplora. No estaba
llena de agua, contenía aguardiente. Prueba
esto, Ursino. Oye y mano de santo, el dolor de tripas parece que se me pasó,
pero no la comezón de los piojos, pues liendre había mucha. Los sacos terreros
eran un útero que nos ponía a cobro de las inclemencias del fuego enemigo. ¿Qué
tienes, miedo, Parrita? No por mí, sino por lo que hay después. Los atacantes
estaban tan cerca que les veíamos merodear a unos ochenta metros a la
agachadiza. Llevaban puestas las máscaras antigás. Eso les daba un aspecto
terrorífico, como de huestes demoníacas. Habrá que echarle valor. Los
falangistas sevillanos de Villanueva de la Cañada habían sido arrollados en el
avance sobre Brunete. Tú eres un topo, tienes la piel de zapa suave como el
satén y las patas zapadoras y la cola como un almocafre, sobrevivirás, no ha
llegado aun tu hora. Me había identificado con la madriguera. Mi aspecto se
había vuelto de columna rostral y mi gesto de palmípedo. Sí, la madriguera del
topo. La pala del enterrador. Aquí van a quedar sepultado tantos. Sí, oye,
escucha lo que dicen: alférez provisional cadáver seguro. Una bala rasante al
alférez Manuel Sánchez Espiga y muy poco después caía el alférez Toledo. Uno se
aclimata a todo a ver morir a tu lado a un camarada. Despierta, qué te pasa. Sí
qué te pasa, qué te pasa. Que estaba muerto. Yo estaba en mi tronera, escondido
en mi pozo de tirador. Un soldado tiene una visión sólo fraccionada del
desarrollo de los acontecimientos en una batalla. Adentro, dentro. No asomes la
gaita que te atizan. Me hice un gran observador de la condición humana. Mascas
el polvo y reconoces el absurdo de la guerra, una pelea entre hermanos. ¿No se
podía haber evitado? Los del blocao frontero también eran españoles y se
arrancaban por fandanguillos, batían palmas divinamente y sus coplas no
desmerecían al lado de las nuestras. El arte no debiera encasillarse en
adscripciones políticas. Que no se puede poner a Velázquez al lado de Picasso
concedido. El mundo cada vez está más partido. Un abismo se abrirá entre sos
bandos irreconciliables. De acuerdo. Pero el problema bien podrían haberlo
arreglado los políticos. No dio tiempo casi. Dentro de la chabola te aclimatas
a una vida animal. No vives, vegetas. Lo único que te domina es el instinto de
supervivencia. No pienses en nada. Si me matan ahora ¿ qué será de mi
Merceditas? Y tú dale con tu novia. No pienses en la bicha que el pensamiento
la convoca, ya vendrá por ella sola. Yo me hice amigo de una mosca de las
llamadas caga lonas que trepaba hasta la posición desde las filas rojas. No la
vimos venir, pero “no llores, Abdelazís, tampoco llores, Abenamar, que los dos vais a España”.
Mi mosca amiga, visitante hospitalaria se colaba por el rectángulo del visor de
enjarje del cañón ametrallador, procesionando como una baqueta que deshollinase
sus entrañas de pólvora. Ajeno el parásito a los avatares de la contienda, con
salvoconducto, cambiaba de trinchera sin necesidad de salvoconducto, y se
“pasaba”, como hicieron tantos y tantos hombres de pana, aturdidos, en los
primeros días de guerra, y sin saber de qué iba todo aquello, ni por qué se
luchaba, parecía disfrutar de lo lindo de una inmunidad garantizada, gozar del
sol, montar a la hembra que se le cruzaba al vuelo, echar su simiente, abrir
sus larvas: se lamía sus patas, evolucionaba por los huecos de la techumbre y
después se largaba sin dar razón de sus entradas y salidas, sin tener que dar
el santo y seña al centinela. Teníamos a una compañía de Fortificaciones al
otro lado. A veces podíamos escuchar sus conversaciones, ellos también se
quejaban de las moscas cojoneras y de la liendre que hacía estragos. Envidiaba
la libertad rumbosa del díptero que exacerbó en mí la capacidad de observación.
Al cabo de unos día pude aprender algo de sus costumbres hasta que una bala
perdida la estampó contra la pared. Para ti van destinadas las metrallas de los
frentes, una mosca también puede causar baja y ser objetivo de balas perdidas.
Me salvó la
vida, sin embargo, porque en el momento que el disparo penetraba por el agujero
de observación yo hice un movimiento con la mano para sacudirme al molesto
bicho de la frente, agaché la cabaza justo al instante mismo en que racheó la
bala por encima de la cabeza. Estás de suerte, muchacho. Volvió otra al cabo de
un rato e hizo los mismos alardes de equilibrio en su vuelo esquivo y fue a
lamer la sangre de su hermana muerta en acto de servicio. Nunca olvidaré
aquella trompa voraz chupando como una diminuta maza, sus ojillos monstruosos y
aquellos artejos que agitaba sin parar, así como sus antenas de colocación, el
radar infalible que estos insectos llevan acoplado en sus antenas. Las moscas
solían presentarse a hora fija tras haberse dado un banquete sobra la panza de
una mula correntona que yacía tendida entre dos fuegos. Ninguno de nosotros
tuvo arrestos para ir a evacuar el cadaver
mientras su acemilero lloraba a lagrima viva pues habían liquidado a su
compañera de tantos transportes, de tantas marchas y contramarchas. Nada menos
que desde el norte de África pasando por Jaca y Alcalá y otras partes donde
posó el escuadrón, había venido a dejar el pellejo en La Mocha.
Los soldados de Caballería son una gente especial,
miran y huelen diferente y hasta utilizan un lenguaje especial de recias
palabras que recuerdan el tiempo glorioso en que las guerras se hacían a pata,
con tracción de sangre, a lomos de caballería.
Era un mulo
de un regimiento de montaña de los que llamaban de guía, cientos de ellos
cayeron en Brunete por aquellos días. Ellos se encargaban del transporte de la
munición y del rancho convirtiendose en blanco muy vulnerable. Se puso de moda
entre los tiradores gastar peines de munición para hacer boca contra las
recuas que veíamos correr a los cuatro
pies despavoridos delante de nosotros como una manada de elefantes sin cornaca,
como un rebaño sin pastor, sin el cabo pieza que les gritase arre o so.
Ofrecían tantos cadáveres de animales y de hombres
tendidos junto a las matas de retama, al amor de los caballones y de los surcos
de trigales incendiados, un aspecto de vasta desolación. El aspecto era
abracadabrante.
El hedor era
insufrible. Como come el mulo así caga el culo y así huele cuando lo revientan
con tiros de fusil, Los combatientes enloquecían de súbito; se dijo que entre
los de las brigadas internacionales se producían deserciones incontables al no
poder soportar el olor que exhalaban las pobres mulos de guía destrozados por
los disparos. A otros les salvaron la vida pues en el avance encontraron detrás
de los troncos derribados parapeto. No era una buena desenfilada que digamos.
Menos daba una piedra. En guerra, uno se acostumbra a todo, incluso a las
emanaciones pestíferas de la carne en putrefacción. Resulta increíble la
capacidad de aguante que tiene el ser humano cuando nos ponen en el
disparadero, a pecho descubierto delante del punto de mira de una espoleta que
se acerca cantando turbios himnos de muerte y de pesar hacia ti, dejas de
sentir el cuerpo, te conviertes en un fleje que salta.
Hay que cubrirse. Los peores tiros son los de
rebote. Allí estaban, algo obsceno, soldados y caballos con los mondongos al
aire, las vísceras desparramadas, muestras cálidas de una lección anatomía
esplagnológica, aun humeantes, el último calor de la vida que se va, como
cuando acuchillan a un marrano, tendidos al sol, sobre una toza. La artesa de
los campos de Brunete se convirtió en exhibición espantosa de este triunfo de
Tanatos. Hay que ver lo poco que somos.
Tuve miedo, pero no llegué a la lamentable situación
por la que pasaban algunos compañeros que apenas comenzar el combate se lo
hacían en los pantalones. En las chabolas olía por eso a mierda.
-Mi sargento, pido permiso para ir a tirar de los
pantalones.
-No te va a dar tiempo.
-Pues me voy a ir de vareta.
Bastantes hubo dentro de la posición que no pudieron
aguantar el retortijón y se cagaron pie abajo. El miedo, la disentería, las
moscas los tuvimos por compañeros. Otros, más
púdicos encontraron la muerte en postura poco gloriosa, les atizaron en
el instante mismo en que descargaban el vientre, hace falta tener mala pata. De
no haber abandonado la posición, no les hubiesen pegado un tiro en el
salvohonor, pero en el frenesí del azar a veces pasan esas cosas
No eran sólo
los mulos los que morían. El calor de aquel tórrido verano en que no pudimos
enterrar a nuestros muertos hizo de aquel campo de batalla un infierno no por
la muerte en sí sino por las circunstancias increíbles en que hubimos de
resistir. De la centuria de Salamanca y
el Quinto Tabor de Larache, quinientos hombres en total que integraban la
guarnición de la Loma Artillera sólo pasaron revista catorce cuando tocaron a
fajina Quijorna. El Ejército de Maniobra que mandaba el general Modesto al cabo
de los encarnizados combates y de muchas bajas propias ahincó la bandera
tricolor en el mástil de la plataforma. A mí me dieron por muerto, pero
sobreviví merced a una artimaña. Al oscurecer del día nueve de julio salté del
parapeto para ir en auxilio del comandante Dema Giraldo, al que una bomba de
mano había lanzado contra el tronco de una encina corpulenta. Le había
destrozado un brazo y sangraba abundantemente pero con la mano que le quedara
útil aun tuvo arrestos para desenfundar un revolver de cachas de nácar. Con él
seguía haciendo fuego. Conté hasta treinta cadáveres de asaltantes rojos que
habían quedado agarrados a las alambradas de bruces mismo contra los pinchos.
Los obuses y la artillería de los carros nos envolvían en una cortina infernal
de polvo y fuego de tal manera que todo el sector estaba siendo batido con
eficacia y el perímetro de la Mocha no presentaba un palmo de territorio que no
ofreciese la muesca de una horadada de
embudo. Dema estaba recorriendo en el instante en que fue alcanzado el
blocao infundiendo ánimos a los defensores. Tenía el botón de la guerrera
desabrochada y los ojos enfierecidos. No es que estuviese borracho, pero he de
decir que hay ocasiones en la vida en que la humana fragilidad sería incapaz de
resistir la virulencia de un ataque como el que tuvimos nosotros sin recurrir
al andarríos del valor. Nuestro comandante
parecía fuera de sí sobre todo cuando vio caer a su segundo a pocos pasos, el
alférez Martín, agarró toda una caja de bombas de mano y un par de botellas de
coñac. El Fundador nos infundió ánimos. Había muchos heridos con metralla en el
cuerpo, las heridas causaban dolores insoportables y a falta de ningún
analgésico el brandy hacía que nos sostuviéramos en pie. A mí, que me bebí casi
una jícara entera de aquel licor de la mejor reserva que nos habían dado los de
Intendencia del Tabor, me salvó la vida.
-Toma, Parrita, prueba. No le hagas ascos. Puede ser esta la ultima que cojamos. Arriba
España. Sentí su aliento cuando yo estaba accionando la ametralladora. El giro
del abanico había puesto en fuga a los milicianos que venían a nosotros al arma
blanca. Ellos también estaban borrachos
- Aguanta lo
que puedas.
No apeaba aquel grito de los labios el valiente
comandante, al que se le veía desesperado porque no habían venido los refuerzos
que había solicitado al puesto de mando; sin embargo, antes todo que la
rendición. Era un hombre no muy alto,
pero recio, el rostro falcino y alargado, creo que le faltaban algunos dientes.
De su kepís color tierra de bordados rojos en la tapa le caían unas carrilleras
que le quedaban holgados y se le marcaban los huesos del occipital con
violencia. Hablaba con acento del sur y
se movía de aquí para acá con la agilidad de una ardilla. Estaba borracho de
sol africano y de amor a España.
Repté hacia la base de aquella encina intentando
hacerme con el herido arrastrandolo por los pies. Ya no recuerdo más. En aquel
momento fui alcanzado por una esquirla y me desmayé.
Nave oneraria del valor.
Se encuentra todavía aquella encina bajo cuya sombra
encontró la muerte crepitante el capitán Dema Giraldo y donde atizaron a aquel
falangista de un pueblo de Segovia en una costilla, que resultó ser mi tío
Ursino, al ira auxiliarlo. Los camilleros de una unidad del XVIII Ejército lo
encontraron desangrándose. Fue uno de los catorce que el batallón de asalto de
la columna Modesto capturó como prisioneros.
Símbolo espiritual de las dos facciones enfrentadas
aquel árbol la tarde del tórrido julio cuando se produjo la reconquista por las
tropas de Modesto y de Jurado podría ser el cronista de las vivencias
acontecidas en aquel lugar. La fuerza del destino ha determinado que no fuera
talada, yo me santiguo cuando paso cerca del sitio donde ahonda sus raíces
milenarias, el tótem verdadero de las Living Stones, el barrio adonde mi suerte
o mi desgracia me ha arrastrado, vivo a escasos metros donde peleó y fue herido
salvandose de ser fusilado casi milagrosamente el Ursino. ¿El imán de la
sangre? ¿Soy yo una reencarnación, casi un fantasma de la causa que llevó a mi
tío a pelear a Brunete?
Podría argumentar este dato a mi favor como una
muestra de que en mi exilio interior y la cruz que estoy padeciendo, un
verdadero calvario de incomprensiones y de suplicios que parece que todas las
fuerzas oscuras han querido hacer de mí una suerte de rehén de sus revanchas o
de sus neuras. La verdad es que lo estoy pasando atroz, no es lo mismo decirlo
como verlo y no quiero alargarme en detalles porque a quien se lo dijera no me
creerían vengo a llorar muchas tardes al pie de la encina oneraria. Y, encima,
se reirían de ti porque estos tiempos desconocen la misericordia.
Es la nave que porta el fardo de mis culpas y todo
ese cargamento de trigo espiritual necesario para que el hombre en sus
funciones anímicas no perezca de inanición. Me acoge bajo sus ramas que conocen
tantos secretos del pasado de mi pueblo, de la ingratitud de los míos, el
silencio culpable de la comunidad frente a estos hechos que han sido elididos
de los manuales. En los textos de historia no se menciona el nombre propio de
España. Han encontrado un seudónimo. Y esto acentúa el valor de aquellos
falangistas de aquellos expedicionarios de Larache que murieron con el nombre
de España en sus labios. Arriba España. Todo por ella. Confío en que la mía sea
la última sangre derramada entre españoles, que ésta sea la última guerra
civil.
En el siglo anterior habíamos tenido tres amen de
las múltiples algaradas, cuartelazos y conmociones. Luego vino la guerra de
Marruecos que puso la guinda a estas historias. No pararon las conjuras.
Vago por los pueblos con mi tenderete de libros a
cuestas. El personal nada quiere saber. Los jubilados están jugando a las
cartas. Nadie quiere saber de esta reivindicación de la memoria que me he
propuesto. Ese es el mal de este país
aparentemente ahíto de historia y ahora con la panza medio llena que nadie
quiere saber. El interés y la curiosidad moral es nula. Volvemos a ser un
pueblo triste y cicatero.
-Remember Brunete.
-¿Qué?
-Recordad a Brunete.
-Vamos no jodas, vete con tus historias a otra parte. No queremos saber, que se olvide la traca.
-El conocimiento y el recuerdo nos devuelven al
amor.
-Altas palabras. Hablas como un cura.
Los pistoleros del norte seguían descerrajando
tiros, Eta no quería aplicar punto final a sus matanzas, poniendo bombas bajo
los asientos de los coches aparcados. Aquí estábamos con el corazón en un puño,
cada día de funeral, ministro de la gobernación se embutía el terno de frac,
ponía cara lúgubre, de compunción visceral, y se colocaba en los duelos después
del coche de respeto, las multitudes llenaban las plazas gritando basta ya,
mostrando a los asesinos sus manos blancas, en los ayuntamiento los de la
función pública suspendían el tajo para guardar un minuto de silencio por la
nueva víctima, la lista de bajas crecía. Mano dura, medidas coercitivas, pena
de muerte. Eso es lo que se necesita,
nada de paños calientes, una cura de caballo, la patada en la puerta, la ley de
fugas, el ojo por ojo, titilación de la órbita, la ley del Talión. ¿Cuánto le
duraría a los israelíes del Moscad el bocazas del Arzalluz, cuánto el
Anasagasti templando sus gaitas, cada vez más empecinado en demostrar que no
estaba calvo y que era un moderado que respaldaba a los asesinos de tapadillos?
Al ministro de la cosa se le ponía en el transcurso
de las horas más jeta de sepulturero y no paraba de cantar aquello de ya la
llevan a enterrar y entre todos la mataron y ella sola se murió. ¿A quién a la
Nicolasa? ¿A quién va a ser si no? Parecía un zacateca inglés pariente de Juan
Simón. Nuestra necrofilia se hizo oficial. La cartera de interior estaba
abocada a transformarse en una empresa de pompas fúnebres. Las prensa derramaba
cada vez más lágrimas de cocodrilo, y los pedrosjotas cualesquiera, los
tonsurados de la noticia y de la pela, les habían dicho en Absterburgo tú ponte
ahí y a callar, porque de ahora en adelante vamos a necesitar mucho detergente,
labor de mopping up, ¿el aljofifado de los charcos que deja eta en las calles
españolas, matan, quedan impunes y el país va bien, paisa, quién la llevará a
cabo? Vamos a necesitar una fregona especial y meter merdellonas en plantilla
con carácter especial, y tendrán que ir a la casa del primer ministro del
consejo de Estado a obligarla a la jefa que se ponga el almaizar de una
puñetera vez, hostia, la toca, el velo, el griñón, que tapadas estáis más
guapitas, el humeral, todo lo tendrá que llevar, porque está sucia, España está
sucia, se habían puesto a cantar sobre la tumba de Larra el mambo con letra de
se va el caimán, después de candar con siete cerrojos la tumba del Cid
Campeador. Muchos aspavientos
hipócritas, el grito de plañidera en el cielo, alardes de editoriales cuando
las balas segaban la vida de hombres buenos, ciudadanos de pro. La sociedad se
había olvidado de Brunete. Aquí lo que
importa es estar cómodo, cada uno va a lo suyo y Adán, padre del género humano,
Noé, de la posteridad, y Abrahán, de los creyentes. Pero eso no son más que
especulaciones. Rizar el rizo, ya ves. En lindos atolladeros nos metemos con
tanto pensar. Si estamos en el marasmo ¿a qué viene eso de la hidroponía? Que
vuelvan los alquimistas y este mandato nuevo habréis de darles: para empezar
hay que capar a la Lógica y a todos los lógicos; más tarde, ya veremos, y
primordialmente enriqueceos, quiero hacer de vosotros los inquilinos más ricos
del cementerio. Aprended el oficio de alquimista antes de morir repitiendo cada
noche después de los jesusmíos la canción del Alquimista Esforzado: “my job is
to turn metal into gold as soon as posible”
y para ello vine al mundo y fui encarnado. Aquí está un aspirante a millonario.
Esta
toponimia había sido borrada a posta de los libros de texto. En ese sentido los más contumaces eran los
maestros de las ikastolas.
Morían
médicos, funcionarios de prisiones, militares, catedráticos. La encina oneraria
seguía guardando las memorias que el tiempo echó a rodar bajo su copa
gigantesco. Ten presente que España resucitará alguna vez que estos que
perecieron en una batalla por una idea, con un nombre en los labios, o que tal
vez no murieron por nada, porque formaban parte de los que no estaban en el
registro, esa inmensa turba de juan lanas y de juan español, pero que fueron la
reserva dinámica de nuestros alientos, los que siempre pagan los platos rostros
de las torpezas y ligerezas de los de arriba, vendrán a pedirnos cuentas. Al
pueblo se le puede engañar una vez, dos veces, pero no siempre. Vendrán. Esa es
la fija. Blandiendo una tea o un cuchillo, o haciendo sonar el trombón de la
revancha.
Me parece que las vamos a pagar todas juntas. Mas no
será porque yo no haya hecho cuanto estaba a mi alcance para evitar esos
atropellos. Hasta la urbanización en la cual habitamos la nombran en inglés,
“Living Stones”. Es un retruécano del grupo musical, el que atronaba las
discotecas con su “Satisfecho”, himno de un rock diabólico.
No vamos a negar que el señor del mundo se pasea por
todas las partes en plan vencedor seguido de larga escolta de adoradores, de
sus brujos y quirománticos.
Nos echaron a todos mal de ojo, alguien está
trabajando por ahí en eso el hechizo fascinante que nos meta los pollos en el
corral de las desgracias. Sufre, cabrón, purga la pena, habrás de pagarlas todas
juntas. ¿Qué mal os hice? Se estrellan contra mis rostros las bofetadas,
graznan los ánsares capitolinos con sus voces chascadas, el mundo anda muy
revuelto. La Prowes Sóror, la nueva mujer de la hora de la ira aterriza en Seúl
con un sombrero de copa negro que debió de portar sobre su cabeza, hasta que se
la cortaron en la Torre de Londres, Guy Fawkes el conspirador papista, parece
una sombra recién desembarcada del barco de los Padres Peregrinos, o una viuda con todos sus lutos camino de la
iglesia a punto de comenzar un oficio de tinieblas, esta mujer engaña hasta su
propio apellido y a sus carnes postizas, miente por toda la barba que no le
crece ni en las nalgas, vete a saber si no es hermafrodita, bollos a todas las
horas en las tardes con Terelu en la casa blanca, que la hidra ya es llegada,
ya está la serpiente entre vosotros, esa que adoraban los ofitas, y que han
puesto los de Eta en su anagrama; si no lo creéis, mamoncetes, mirad debajo de las faldas. Sonría a la niña
bonita, baile la danza de las fiestas peanes, mueva los brazos, y haga dengues
y contoneos del morris dance, haga maulas, acepte las flores que le ofrecen las
púberes canéforas, previamente inspeccionados estos ramilletes por sus matones
de seguridad, pero sus ojos despiden chispas de una ferocidad de hembra
insatisfecha. Suyo es el mundo. Han ganado, por fin acabaron con el “tiranuelo”
Hondarras, sedimento del nacionalismo execrable, el que no interesa un pijo,
porque para el amo de la cudria los términos de nacionalismo y de terrorismo no
son unívocos, tiene un cacao mental llevado de su afán de dominio pues divide y
vencerás. Hondarras no se dejó, plantó cara y acabó ante los jueces del
Monte-es-Orégano, acusado de crímenes de lesa humanidad. Lo han declarado
persona non grata y enemigo del pueblo
como hicieron con Cuadral. Nada hay que se les resista, imponen su cetro.
Han llamado a los ebanistas para que les hagan un
cadalso a la medida, mal rollo el que comparece ante vuestra vista, pobres
seres humanos engañados, todos estáis en la lista, os irán llamando uno por
uno, están convocando plazas para verdugo en todas las provincias del imperio.
No hace falta gran cosa para pasar las pruebas,
basta el aval de bruto y de musgaño. Es así que el mundo se está llenando de
sayones y de ayudantes de verdugo con mando en plaza de horca. Un patíbulo en
cada casa y el conmutador a distancia para observar la vulgaridad que nos
desgobierna proclamada por los pregoneros de la Telebastaya que desparrama sus
vigilantes. Oronimia, violenta esposa de
Saturno, morritos del alma, que bien te lo curras,
te has ganado a pulso la plaza, ibas de nueve meses a fichar como todas las
mañanas, te dieron media hora para parir
y vuelves al curro apresurada desde el paritorio dejando al nene en la
incubadora, no sea el demonio la pajera te birlen el altozano. Profazo y
profecía eso eres tú, torda de caderas anchas.
Estas son cartas, si quieres barajas, si no te gusta
el juego, te retiras: Pendil Pelliza fuero tendrá de pendolaje, guía que sigue
siendo, testarudo e incombustible de nuestras noches blancas en manumisión,
nuestras manos recuerdan al esclavo que fuimos; los jóvenes se suben al bus de
la vieja o se enrollan con gran hermano, silba de una vez la canción triste de
la calle del Gilipollas, mientras el espíritu de la apostasía cabalga en un
caballo blanco; el loco de la colina, the Beatles, here you are, nuestra vida
hecha está de plagios, nos espiamos unos a otros, ha sonado la hora del destape
y la gran carrera por ver quién fusila aquí. Nuestra Oronimia Trocables regresa a los estudios con el cordón
umbilical en el culo como a quien dice, el recién nacido en la casa cuna, es
que no quiero que me quiten la silla, sabes, hay tortas por un programa.
Eliseo, una de calamares, tres tortillas, cámara, acción.
Te confío todos mis secretos, el palpitar de mi
derrota, encina oneraria, el dolor de los que habiendo ganado ven por tierra su
victoria, llevan una vida de topos en los zaquizamíes y pisos francos de los
edificios de cinco estrellas o de un sotabanco maldito o una buhardilla en un
lugar del extrarradio, allí se atrincheran, los libros por sacos terreros,
papelotes y archivos, imágenes de vírgenes necias y prudentes, todas
desconsoladas, altavoces de emisoras lejanas, café, vino y tabaco, que las
guerras de ahora se siguen ganando a fuerza de lingotazos, soplen y marchen,
hay que avanzar, el alcohol es la madre del cordero. Y un teléfono a mano para
llamar protestando a los programas de música bailable, y a los talk in donde
explaya Jáuregui sus paridas y la Ceñuda carente de ideas no se desamarra del
pesebre. Veo. Veo. Pues entonces eres un vidente. Como la del Escorial. Pues larganos un
mensaje, anda, queremos que se aparezca. Yo me aparezco, tu te apareces, ella
se esfuma, es la espina dorsal de la espuma, y así claro no hay quien pueda.
Aparte de eso, me parece que es sospecho que en esta bendita tierra de María
Santísima andemos siempre entre la corrupción y la aparición. O el milagro, o
la lotería, una de dos. Tienes que abrir la caja de Pandora exclamando entre
estertores y con una voz lóbrega como de película del exorcista, con tremolas y
música de ambiente. Hijos míos.
Demostrarás los primeros sábados de mes que tienes hilo directo con el Jefe.
Dios se ha echado un móvil.
Luego vendrá Torbado disfrazado de cofrade con un
enorme cristo al pecho y fumando en pipa y nos relatará el inmenso cachondeo de
las apariciones. Hay que aportar. Se pasará siempre la bandeja después de los
mensajes. Quedan bendecidos todos los que entren en este lugar. Levantad todos
los objetos. Orad por el papa. ¿Por cuál de ellos? ¿Por Wojtyla o por Clemente?
la impostura nos está pisando los talones. Ah, qué sacrilegio nos acabas de
largar. Santa María, Madre de Dios, guardanos de los profetas hueros y de los
pontífices que despotrican, de los curas orangistas y de los profanadores de
las conciencias. Vamos a montar un negocio de agua milagrosa. La organización
acaba de comprar la finca por ochocientos millones, pero el fresno misterioso
de tronco retorcido y aspecto fantasmal poco se parece a ti, encina oneraria,
aquél mete un poco de miedo y tú das paz, porque honras la memoria de la sangre
derramada combatiendo a los enemigos de la patria.
Se estrecha el cerco.
-¿Quién vive?
-España.
-¿Que gente?
-El quinto regimiento.
-Ahora sí que la hemos cagado. Esos no son de los
nuestros.
-Entre Franco y Miaja ¿qué más da? Los dos son dos
oficiales, sirvieron en la guerra de África, con la diferencia de que uno
milicia en infantería, el otro, en zapadores y han sido cantados, cada uno en
su peana por dos poetas hijos de una misma madre, los hermanos Machado. A Miaja
le canta así Antonio:
Tu nombre capitán es para escrito en la hoja de una
espada que brille al sol para rezarlo a solas en la oración de un alma, sin más
palabras, como se escribe César, o se reza España.
Y Manuel elogia al otro abanderado poco más o menos
en los mismos versos:
Caudillo de la nueva reconquista, señor de España
que en su fe renace, sabrá vencer y sonreír, y hace campo de pan la tierra que
conquista. Sabe vencer y sonreír. Su genio militar campa en la guerrera
gloria...
Terminado el tiempo de los dictadores paternalistas
y la del proletariado comienza la era del mazorquero. Dejará de escucharse en
pleno combate el tambor de los poetas, porque, cesadas las guerras, aquí no
habrá más que paz armada. El rodillo de la apisonadora democrática convertirá
al mundo en un campo de concentración, en un cementerio. Los ciudadanos gozarán
del pleno derecho de la paz del nicho. Podrán estar tranquilos por el momento
quedando en el cuadrado del sepulcro a
salvo de la mentira, la envidia, la delación, los cuernos, porque aquí, ya
advertía Campoamor, el labrador más honrado es capaz de envenenarte la sangre y
el ganado.
Sin embargo, los protagonistas de los recios choques
en medio del fuego graneado y los asaltos al arma blanca que tuvieron por
escenario el campo de Brunete, no podrían tener en cuenta tales reparos, su
única preocupación, salvar el pellejo, claro.
Al oficial de Regulares le había cogido en plena
cara una bomba Lafitte, le trituró el pecho la descarga. Dema Giraldo estaba
todavía con todo el conocimiento cuando el enemigo se hizo dueño del sector, le
quedó tiempo para hacer fuego con un colt de cachas de nácar abatiendo a los
que avanzaban en la primera ola, pero en unos segundos se rompieron los
caballos de frisia, los de zapadores cortaron los alambres de espino con una
cizalla e hizo acto de presencia un pelotón mixto, hablaban en varios idiomas,
inglés, ruso, francés, catalán. Se le había acabado toda la munición:
-Arriba España... Ay, madre, ay madre.
En esos instantes se acercó hasta el tronco de la
encina donde el capitán de Regulares se había incorporado un poco, para que la
muerte no le cogiese, como a otros de cúbito supino, un guripa esparteras, la
manta terciada sobre el pecho y unas grandes patillas, pudiera pasar por un
legionario pero pertenecía al cuerpo de asalto del Campesino y sin pronunciar
palabra aquel soldado enjuto, de piel tostada por el sol, y hundió el machete
hasta casi la guarnición, nadie sabe si movido por la compasión y la saña, en
el vientre del herido. Dema se le quedó mirando entre sorprendido y retador y
en las angustias de la agonía todavía le cupo la oportunidad de echarle en cara
su alevosía:
-¿Por qué? ¿Por qué, hijo mío, por qué?
Trató de llevarse la mano a la frente para
persignarse pero no tuvo impulso. Y en ese preciso instante emitió el último
suspiro dando una gran voz.
La encina oneraria me pareció el árbol de la cruz.
El llano de las Mochas se oscureció de súbito, como si el sol tuviese deseos de
demostrar así a aquella matanza entre españoles y dejó de enviar sus radios al
campo de batalla.
A unos pasos de la encina yacían diseminados los
cuerpos de los atacantes y los defensores, todos gentes de pana, las mismas
miradas que se quedaron vacías al unísono, el mismo cigarrillo y de la misma
marca en la comisura de los labios al instante de ser alcanzados por la
metralla, el mismo día y a la misma hora milicianos y falangistas habían dejado
de fumar, cesaban los cantos recios, el sol de plano, las aradas que daban pan
y el espectáculo que brindaban a los ojos las encinas centenarias donde los
bandos de perdices muy habituadas a aquel lugar de paso donde estaban los
grandes cantaderos del Guadarrama presenciaban la matanza encaramadas a las
robustas ramas y ocultas entre las hojas puntiagudas de un color verdegay, no
les espantaban los estruendos de las detonaciones de las armas automáticas, la
perdiz es un ave voluntariosa de costumbres querenciosas, cuando barrunta
tormenta se enrama en los arboles cuanto más sólidos y de fundamento mejor,
encimas y robles, entonces se hace bastante fácil cobrar a los cazadores. Según
los perdigueros asturianos y los gallegos, cuando la perdiz se encapilla en el
carbajal- encarballarse- o se esconde entre las matas de urce es que va a haber
tormenta, ofrecen blanco fácil, se quedan paradas y no obedecen a las señales
del jefe del bando cuando les engatillan un disparo, creen que es un trueno la
causa de la detonación.
Igual que perdices en alcanda o ruiseñores en una
jaula de oro murieron mozos españoles, lo más granado de una generación, y
dejaron por obligación el latoso vicio de la cigarra. Bambú y Gol se llamaba la
marca de los librillos que iban en todas las petacas, sólo los oficiales y
algún que otro comisario se atrevía con las labores selectas de virginia o del
tabaco egipcio, que se fumaba en aquellos cigarrillos petizos de forma ovalada,
el resto eran ideales, mataquintos, los franceses no se cansaban de repartir
aquellos explota pechos apellidados galos que ya debía de fumar Vercingetorix
para aliviar los trabajos de la guerra de las Galias.
Un poco más
allá como de una marmita que se va apagando en la lumbre la torreta de un carro
de combate que había sido abatido con una botella de gasolina por un
falangista. A sus ocupantes, todos ellos jóvenes y muy rubios apenas les había
dado tiempo a saltar. Las piernas de uno había quedado amarradas al releje
delantero y otro, que debía de ser el servidor de la ametralladora quedó
pingado de medio cuerpo para arriba, las piernas y el tronco no pudo izarlos
como si un perro de mala idea le hubiese prendido de los pantalones sin soltar
las mandíbulas; el perro de la muerte.
Todos debieron de tener una muerte espantosa. El motor seguía ardiendo
cerca de los caballones de un majuelo. Las roderas de los carros de asalto
habían destrozado la mayor parte de las cepas. No habría uvas dentro de unos
meses. La añada del 37 fue la más infausta de todas en aquellas viñas que
pertenecieran a una de las familias más aristocráticas y con más alcurnia
dentro de los anales y blasones de la genetliaca española, los Ribera.
-Pegale un tiro, Chafa y rematalo, que ese debe de
tener siete vida igual que los gatos. No bastará que le hundas el machete hasta
los bandullos.
El sargento Ponderal le gritaba al cabo de su platón
con todas las fuerzas de sus pulmones los deseos de venganza, pero éste no
sabía qué hacerse. Una nueva transfixión no dejaba de parecerle amén de un
crimen una idea macabra, el otro estaba indefenso. Además “estoy por decir que
yo le conozco no será Ursino el panadero, el hermano del Pinto, que es de mi
quinta, el hijo del tío Parra, hay que ver las vueltas que da la vida,
resalado, tú me levantaste la moza, y ahora te tengo yo aquí delante de la
punta de mi bayoneta, podría hacerte longaniza, pero eso no me parece de
cristianos, somos combatientes nada de asesinos, lo dijo un instructor ayer en
La Plana Mayor de Mando”.
El sargento Ponderal había sido el primero en
escalar aquel parapeto de sacos terreros en lo alto de la loma artillera. Era
un castizo de los Cuatro Caminos, voluntarioso, guasón y acostumbrado a vivir
entre galápagos, luego no era nadie, pero tenía ese desparpajo candoroso de los
hijos del arroyo, la lengua suelta, absuelta y pugnaz a la que acostumbra la
vida en una corrala. Noble y heroico pueblo de Madrid duro y a la vez tierno.
Nada tenía que ver con los políticos ni con los mandamases. Estaba allí porque
creía en la República, porque esperaba en un futuro mejor para sus hijos que no
estuviera dominado por el hambre, la pobreza, los desafueros de los poderosos
contra los humildes.
Era un castizo, un hombre de una sola pieza
Ponderal, el valor se le supone y el honor eso ni se pregunta, lo lleva en la
mirada, eso ni se pregunta. La amarga suerte, el destino implacable de aquel
verano turbulento estaba haciendo las pocas limpias jugadas de llevarse por
delante día a día, minuto a minuto, a medida que se iba ensanchando el
estadillo de bajos tíos tan grandes como aquel sargento de milicias. (“Estoy aquí peleando por el pan y la justicia, por el
derecho a un trabajo digno, no quiero en adelante tener que seguir viviendo de
limosna, para que ni a mi hija ni a mi mujer la sofalde uno de esos caciques
cagüensu o acabe entre las zarpas de un cura libidinoso. Viva Stalin. El héroe
soviético nos librará de las garras de lo usureros yanquis”). Sobre poco más o menos era el mismo ideario por el
que se batían los del otro bando. Todos querían conseguir una España nueva
lejos de la carcundia, la mezquindad y prepotencia de los de siempre. Se habían
alzado contra el dominio de los caciques y contra una iglesia dominada desde el
Vaticano, una potencia extranjera.
Se les había hecho ver a unos y a otros que el papa
era el vicario de Cristo, eso era una infamia, había manipulado de siempre los
intereses de unos cuantos. Roma había dado la espalda al Evangelio de la misma
forma que Zion es una traición a la esencias de Israel.
Todos estos errores habían determinado que la tierra
santa se estuviere convirtiendo en tierra de maldiciones y el mundo en un
polvorín a punto de estallar.
El Chafa y el Ursino amaban a la misma mujer, eran
del mismo pueblo, pertenecían a una cuadrilla idéntica y merendaban en la misma
bodega escabeche bonito y lonchas de pan blanco, pan del pueblo, se habían
emborrachado a la par, pisaron uvas gemelas en el lagar, al prensarlas salía el
mosto de vida, y ahora estaban pegandose tiros en un brunete.
Pues vaya unos paisanos. Esa es la fija, que aquí
siempre estamos haciendonos la guerra, se invocan ideas políticas pero estos
programas convivencia no son sino la máscara tras la que se esconde un encono
de siglos.
“Claro está que tú y yo no podemos despedazarnos
igual que si fuéramos perros”.
Dos poetas hermanos, los Machado, dedicaron versos a
dos generales. Dos militares mellizos, los hermanos Pozas, cada uno por su
parte, eran los ayudantes de campo y del general Rojo respectivamente.
Maldito sea el que inventara la guerra y mil veces
maldito el que inventara la guerra civil.
Pero esas ya arrasaron lo bastante nuestro
territorio. Hubo tres y otros tantos amagos en forma de conjura en menos de
noventa años. De seguir así los españoles, tendréis que acreditar otra nueva
condecoración. A la medalla de sufrimientos por la patria se agregará la cruz
de Caín.
Cristo, ten piedad de nosotros, estuvimos muy lejos
de tus enseñanzas.
Otros dos hermanos, uno estaba en el Quinto
Regimiento y otro pertenecía a la Quinta Bandera de falange. Ambos perecieron
en Brunete cada uno combatiendo su respectivo lado de la trinchera.
“Pero yo al alistarme en la columna Mangada estampé
una firma debajo de la reforma, el progreso, la suavización de las condiciones
de vida, la conllevancia entre nosotros que nunca ha sido buena, por estar
nuestra mente llena de prejuicios y de tabúes, ¿no es eso?”
Ponderal estaba aquella tarde muy reflexivo, debía
de ser el calor, un dogal de esparto parecía tensarle la garganta, tenía seca
las fauces, y no hacía otra cosa que pensar en aquel aguamanil que tenía en su
cuchitril la portera de su casa en la calle Carnicer.
-Echa un trago, hijo y se te pasarán las ansias.
Todavía no nos la han envenenado los facciosos, es agua de Lozoya.
-Esto no es Lozoya, seña Engracia. Sabe a pozo.
Todo sabía, olía y tenía hasta un color diferente
aquel verano. Pararon las verbenas, cerraron La Bombilla y no había toros
porque el albero de Carabanchel se había convertido en escenario de una cruenta
batalla donde, trabada la lucha casa por casa, se echó a los legionarios de
Yagüe y a los moros de Castejón hacia el extrarradio. En noviembre las columnas
facciosas habían alcanzado unas escuelas situados a la derecha del Manzanares
justo donde empieza la luz del puente Toledo. (Les hostigamos con bríos enormes y recularon hasta la misma cárcel, allí cayeron muchos de los nuestros)
Madrid era una ciudad fantasma, enervada en su lucha
en cuclillas sobre el parapeto, pero sin miedo. Estaba prohibido encender
hogueras, las ventanas estaba acolchadas con sacos terreros para no atraer el
cañoneo faccioso o convertirse en blanco de la aviación.
Ponderal guardaría un recuerdo cálido de aquellos
días. La fraternidad entre los madrileños había crecido de forma espectacular y
las mujeres se abrazaban a ti con sólo ver el uniforme de la república, el
pañuelo rojo, el gorro caqui ladeado, la estrella de cinco puntas por encima
del borde del losange. Había tenido varias novias en tan sólo quince días.
El estallido bélico hizo que las madrileñas
perdiesen sus tabúes, el puritanismo moral legado de muchas generaciones. Se
había producido situación similar a cuando se descorchan botellas de champán.
Grande era el ansia de libertad.
Pero él no había participado en las sacas
especiales, ni en los fusilamientos sistemáticos que tenían lugar cada mañana
en la cárcel vieja de San Antón, Porlier, Yeserías, no participó en el asalto a
los conventos. Cuando vio las momias que exhumaron en la iglesia de San
Sebastián miró para otro lado. Los esqueletos puestos de pie sobre sus ataúdes
o de medio lado apoyados cerca del cancel o atados a la verja tenían un aire de
espectros tristes. (Da mala suerte meterse con los difuntos, esto no está
bien), pero el populacho había entrado a saco en las sacristías por el suelo,
desparramaba los ornamentos litúrgicos de las cajoneras, se llevaba los
blandones y candelabros, arramplaba con las cajas de latón del cepillo de las
limosnas.
Algunos milicianos se retrataban en el atrio con la
casulla de un cura o un humeral sobre los hombros y se iban a tomar cañas tan
panchos a la calle Echegaray y a la Cruz, ponían el hábito de santa Rita a las
puta, o las desnudaban y cuando estaban en cueros las hacían colocarse el
sobrepelliz transparente de un monaguillo.
-¿Qué, te gusto así más, chato?
-Alza la puntilla, Paloma, que te mire bien.
-Venga, que te voy a ayudar a misa. A la hora de
alzar me pones mirando para Las Ventas del Espíritu Santo y me consagras, como
está mandado.
-Hay que ver lo basta que eres y lo buena que estás.
En aquella orgía de libertad se convirtieron algunos
abusos que el propio sargento de Milicias sería el primero en reconocer, pero
en cierto modo era lógico. El pueblo respondía con tales salvajadas a una
represión de siglos, pero él era un soldado, no un comisario del pueblo, no
estaba ni siquiera afiliado al partido comunista, simpatizaba con el Poum.
(Esas barbaridades me sacan de quicio. Cuando vi a aquella compañera haciendo
esos dengues con el roquete creí que me iba a dar algo). Ponderal que había nacido el año 13 y era de
la quinta del 33 se sentía inmerso en un ambiente de vorágine, algo nuevo para
los sentidos despertado por el aleteo de las pasiones. Su generación se vació
en los campos, dio lo mejor de sí misma, que no pudo ser más.
Reconoció que aquella caliginosa tarde en el majuelo
de la Mocha Chica cuando su pelotón avanzó hacia la Loma Artillera a costa de
infinidad de bajas.
Antes de iniciarse el asalto había llegado uno de
Fortificaciones y descorchó tres botellas de “Machaquito”.
-Vamos, beber. Lo vais a necesitar. La hora es dura,
para saltar ese parapeto hay que tener un par de cojones.
Dos, tres, hasta cinco buchetes de aquel aguardiente
propicio ingirió, empezó a pasarsele la tiritona. Era un líquido como
milagroso.
-Como que hay Dios que los tenemos copados.
Seguidme.
Y saltaron con él un tal Negrela, gallego de Ferrol,
y aquel Chafa de Segovia, que era un demonio, y otros cinco o seis más.
-Yo iré contigo, camarada sargento, hasta el fin del
mundo.
-Cúbreme.
Siguieron al carro de combate ruso que abrió rampa.
Vio venir a uno de los otros lanzarse como un loco contra el tanque agitando
una botella de gasolina inflamada. Cayó a poco metros del blindado pero cuando
quisieron recordarse éste era ya un mar de llamas. (Hay que reconocer que los tienen bien puestos, se
defienden como gatos panza arriba, suicidas)
A Negrelas le vio pegar tumbos y caer hecho un
ovillo junto a uno de los sardones que crecían en el desmonte. No dijo nada el pobre hijo, había acabado
para él toda la guerra. Manoliño ¿ qué foi? Nada que rompió la lúa. Non tiño sorte.
-Han matado al gallego, mi sargento. Esos hijos de
puta. Pobriño. Arrea, camarada Ponderal que estos van a tener la respuesta que
cumple - exclamó el Chafa resolutivo.
En un par de salto evolucionó por la rampa sin
desenfilada ninguna y se plantó ante el parapeto, entró pegando tiros y
clavando el machete contra los sacos terreros, milagroso que no le dieran, pero
el cuerpo de aquel bragado castellano parecía estar guarido de un imán con el
cual iba hurtando el cuerpo a las balas.
No era un homicida el sargento Ponderal pero aquella
tarde cuando incrustó todo el acero contra el pecho de un moribundo se le fue
la mano. A lo mejor le había hecho un favor ahorrandole sufrimiento. La
compasión y la rabia se entreveraron en su semblante ante la expresión de dolor
del oficial de Regulares. Con un grito muy fuerte de arriba España expiró. Mira
que hay que fastidiarse; éste pudiera ser de la misma laya, estamos hecho de un
material único.
Quedó con la cabeza apoyada sobre el tronco de la
corpulenta encina, aquel quejigo al que le llaman el árbol de Júpiter que se
alzaba majestuoso señorial, evocador de un tiempo milenario que no se abarca
así como así.
Atardecía. El livor del rostro de Dema Giraldo
adquiría una expresión fatídica bajo el reflejo del último rayo del ocaso.
Escocían los ojos, olía a gas y a perros muertos, a
orines y a estiércol caballar. Flotaba sobre el aire azul el rostro impávido de
Diego Velázquez alzando el pincel sutil que pintó tantas veces aquella
atmósfera de entrelubricán en sus retratos cortesanos y Quevedo y Lope de Vega
debían de presenciar la escena con terror.
Los españoles cuando se ponen a matarse unos a otros
saben hacerlo a conciencia. Goya había profetizado la escena en sus sueños de
la razón. El cuerpo del cid debió de conmoverse en su tumba.
Un lúgubre cortejo de damas enlutadas ascendía por
el camino real que conduce al Escorial por Colmenarejo, ya acometían las rampas
en línea recta, ya se ponían a derramar lágrimas sobre los despojos de algún
valiente. Eran las mujeres de España, la
voz caliente de la sangre que sabe decir el ay hijo.
Estamos todos de cuerpo presente. Han matado a Dema Giraldo. Mueren siempre los
mejores.
(Era un combatiente como yo. Por eso quise darle el tiro de gracia, quería
simplemente evitarle sufrimientos, eso quería hacer, aunque a lo mejor no estuve
fino, soy una mierda, en la guerra nos convertimos todos en una mierda, el
frente no huele más que a mierda. No, Ponderal, no tienes derecho. Era un
enemigo del pueblo, no me vengas, tú ahora, gusanillo de la conciencia con
prejuicios burgueses, ellos son los rebeldes, ellos se sublevaron, nosotros no,
ellos trajeron a Madrid a los moros y quieren una nueva invasión del territorio
patrio, otra reconquista).
Al lado de las cartucheras desplomadas yacía el
macuto y del macuto del capitán de Regulares había rodado una cantimplora de
estaño con una faja de estameña, echó un trago. No era agua de pitorro, sino
coñac del bueno. Somos lo mismo, pero ellos beben brandy del bueno y nosotros
cazalla, pero es la misma muerte, el mismo idioma, el mismo miedo, igual
quitapenas, un tío que los tenía bien puestos. Entonces el sargento Ponderal se
cuadró. Por sus ojillos de gazapo casi rodó una lágrima. Maldita guerra. Loor a
los héroes, ele ahí los tíos. España no tiene remedio.
Los cincuenta metros cuadrados de la encina albar,
que aun pueden contemplarse en el barrio de Living Stones, cruzado el río
Guadarrama, donde está hay varias urbanizaciones y una estación telescópica -
digo yo que desde allí se hará más fácil contemplar el espacio iluminado por el
cuerpo como antorcha de los que cayeron y que hoy montan guardia junto a los
luceros, ora el puño en alto ora la palma extendida hacia el horizonte, pero
los pechos descubiertos y la mirada perdida hacia el horizonte, blanco de los
fuegos indiscriminados que llenaron España de espasmos asesinos, un fratricidio
no se tiene todos los días, pero se las estaba viendolas venir, la cosa se iba
barruntando- son un monumento a la naturaleza carpetovetónica, gloria del
bosque mediterráneo, menhir patrio y,
en particular, testigo de cargo de una matanza.
Conozco bien este magnífico ejemplar de la quercus
glandífera, árbol de Jupiter adorado en la antiguada por nuestros antepasados,
y hasta he llegado a amarlo en su trono de radios espectaculares y retorcidos.
La encina en mi caminar se me hizo confidente de los hechos presenciado en el
verano furibundo.
Ha sido también mi oráculo.
Su presencia, hito que divide las dos rasas,
advierte de la tranquilidad diáfana que envuelve los lóbulos dorados de estas
muelas en el paisaje de cañadas y de vegas escondidas. Sus ramas ostentan la
custodia del arca patria apuntando hacia el norte en un plus ultra de hoja
perenne. Uno pone el pie en un camino que lleva al peregrino místico por la antigua
cañada real hacia los alcores de Colmenarejo; allí la retama y la amapola, la
hierba perrera y el cardo se desvanecen y aparece el urce perfumado, la jara
levantisca y acre, y rodetes de tomillos enanos que embalsaman la brisa de
odoraciones vivificantes.
Los llanos acaban prácticamente pasada la carretera
al pie mismo de los desmontes donde se inician los cordales de la sierra. En
los comedios proyectaban su alzada los muros de una alquería; antes de la
guerra fue una casa de labor de traza manchega, con mucha holgura en las
corralizas y patios interiores. Esto era un arrabal del viejo pueblo de
Romanillos ya desaparecido. La artillería del Campesino y los aviones de la
Condir al alimón dieron cuenta de ella. Desapareció del mapa por completo y
Regiones Devastadas no hizo el caso de su memoria, pero en esta antigua casa
convertida en una choza grande habitaba una familia de chatarreros.
Conocía a algunos de sus miembros. Todos presentaban
chirlos en las mejillas y al que no le faltaba un ojo te saludaba con un muñón,
lo que delataba los peligros de su oficio, pero sobre estos surcos que
ensanchan la mirada cuando se cataloga el panorama hubo durante algún tiempo
tajo suficiente. todavía aquella pobre gente derrotaba por estos tesos en las
heladas mañanas de enero, en plena calima estival para hacerse con un poco de
plomo o de estaño, escarbaban las obradas del encinar o husmeaban por los
baldíos y llecos de los barrancos para encontrar cobre y vainas de obuses. Con
frecuencia al maniobrar los explosivos eran víctimas de su propio hallazgo
cuando no topaban con el esqueleto de algún morito que nos vimos a liberar de
los liberales.
Era un modo de hurgar en la zanja de los que
sucumbieron por mor de un enfrentamiento de tenor apocalíptico. El sanedrín
anglosajón pagaba a los dos bandos enfrentaron a cuyos próceres cantaron dos
poetas hermanos carnales. Era una guerra entre hermanos.
Un ángel bajó y removió las aguas del estanque. Los
españoles no nos queremos, acaso porque no nos gustamos y aquella pobre gente recogía
los desperfectos del plomo que destroza la carne, de la metralla que derribó la
casa, aquella casa blanca, con sus bardales en forma de visera, el estragal y
el pórtico. Balas que querían destrozar nuestra pena, lavar el pasado de culpa
y de infamia.
Otra vez la del alba sería.
Luego pignoraban los cascotes de los proyectiles que
volaron los puentes, talaron los fresnos de la ribera y desmontaron las torres
blancas de los iglesarios con planta de cruz y chapiteles ochavados.
El rumboso nido que habían edificado las cigüeñas en
la aguja de la cúpula empinada de la iglesia de los Santos Mártires se vino
abajo con gran fracaso de alas, dolor de hogar violado y de tamujo aventado
sobre las cumbres. Entonces dimos en tierra los españoles con un proyecto de
futuro.
-No más iglesias. Sinagogas aquí.
-Hay que ver qué burros sois, diaño. Os habéis
pasado la vida queriendo liquidar vuestra propia sombra.
Luego vinieron los especuladores de los bienes
raíces y en los campos de la guerra edificaron nuevas urbanizaciones,
levantaron chalés sobre las ruinas de las casamatas.
La artillería estaba clavada en su posición. Vi a lo
lejos los paineles de jalonamiento, los lienzos blancos que indicaban el lugar
exacto de cada pieza. Seguían abriendo fuego desde cerca de Villalba. El
general Casado estaba al frente de la operación, una preparación artillera en
toda la regla y gran escala, pero allí estaban flotando al viento los mantos de
seda de aquel moro encastillado. Resistió hasta que se le acabaron todos los
panes de munición hasta que la tralla de un obús de un calibre alto, debió de
ser uno del ciento cinco, casi artillería de costa hizo blanco contra la torre
que se vino abajo como una melaza.
-Que es una gachí, tío.
-Es un marroquí con toda la barba.
-Que no. Que es la Madre de Dios. Me lo vas tú a
decir, camarada.
-Salud.
-Salud. Y viva la república.
A los traperos de la guerra se les acabó el tajo,
expiró el plazo, no hubo más restos de cañón que exhumar para nuestra
vergüenza. El gobierno enviaba fuerzas de paz a Sarajevo. En Yugoslavia hubo
otra guerra civil de mil demonios y los ingleses se sacaron de la manga uno de
sus típicos estereotipos con que dan la vuelta a la historia y ponen del revés
los hechos evidentes, cantantes y sonantes: “ethnic cleansing”, depuradores de
pueblos.
Sin embargo, eso de la limpieza étnica como las
ejecutorias de hidalguía son un embuste hecho a la medida del sionismo
terrorista. Se desenvuelven bien en esa táctica. Primeros los nihilistas rusos
que emigraron a Palestina. Un tipo que voló la embajada inglesa con todo el
alto estado mayor, que se llamaba Manahén Begawan, alcanzó el grado de primer
ministro. Llegó al cargo con las manos manchadas de sangre. Había volado el
Hotel David de Jerusalén. La tea aniquiladora que no selecciona sus víctimas
pero que aterrorizan a la población en una mano y en la otra, la de la
propaganda, reparte consignas mostrandole un poco los dientes a la historia.
Son muy listos; saben que ésta sólo la escriben los vencedores. En esos son
unos expertos consumados. Así, la fuerza del chantaje y la mentira se impondrá
en este planeta y, si es preciso, si la humanidad no les permite salirse con la
suya o hacer caso a sus soflamas, lo volarán cualquier día estallando cargas
nucleares. Días aciagos nos aguardan.
Pese a tales advertencias las muchedumbres- saben
convertirlas mediante el terror y la alienación de los que están siempre
dispuestos a poner una carga de dinamita o a envenenar las aguas- cayeron en el
garlito de la maquinaria propagandista de la bibisi, nuestra abuela de los
informativos, otra cuenta de la vieja y la suma y la resta no nos sale, como lo
del holocausto.
Luego vino Tony Twit a darle el abrazo de la muerte
a nuestro ínclito Charlie, le convidó a merendar en la bodeguilla, se bebieron
el mejor vino de la ribera y tacos de jamón de bellota, justo y para no variar
la tradición, lo que había hecho Churchill cincuenta años antes que a ese
inglés bien que le gustaba el pimple, soplen y marchen, cantando el Dios salve
a la reina y el Britania en la rula de las olas. Spain is not democrappyic
enough.
A los postres, después de un canapé envenenado, alguien mencionó el submarino
nuclear que carenan los mejores calafates del Reino Unido en la Bahía de
Algeciras. Del “Incansable” no se hable más, porque eso es mentar la soga en ca
el ahorcado. No pasa nada. ¿Cómo que no? Tiene una fisura. Hubo un combate
naval en el mar de Bering, los ingleses haciendo honor a su condición de
piratas y de nietos invencibles de Drake enviaron al fondo del mar a un
sumergible ruso. Un acto de guerra que ha sido silenciado por todos los papanatas
orales y escritos al servicio de la serpiente que repta. Era un ruso. Pero
aquel imprevisible ataque no desencadenó la gran guerra nuclear. No juguéis con
fuego, que vuestro propio incendio os quemará, seréis cegados por el humo que
apacentáis. Que nadie me hable del Tireles. A Charlie se le atragantó el café
con una gotas e hizo gracia a sus pulmones de un veguero de Vuelta Abajo, a
Swithin Cooper se le pararon los pulsos y pensó para sus adentros “a ver si va
a pensar ahora éste que estamos metidos en lo de Hinaulafen”. Sin embargo,
Charlie ni se enteró, ambos líderes brindaron por la amistad hispano británica
y se fueron a casa tan contentos del bracero de sus respectivas, cada uno con
la suya, claro está.
-¿Cuántos judíos metieron al horno de san Nicolás
Himmler y su cuadrilla?
-Vete tú a saber un porrón. Seis millones.
-Menuda trola. Los seis millones resucitaron todos
en California y en Buenos Aires al cabo del tiempo. No fue más que una
entelequia con la que juegan la baza de borrar la memoria de Cristo. Pero vete
tú a estas alturas a decir esto por televisión.
-Te fusilarán como a un palestino. Si niegas el
holocausto acabarás en la cámara de torturas, te pondrá la máscara de gases
asfixiantes para que inhales.
-¡Hijos de Satanás!
Vino entonces un inquisidor moviendo la cadenita con
todo el empaque petulante de un tal Periostio Periodista y acuchilló mis
pensamientos. Me acriminó porque soplé contra el fuego sagrado.
-Esa es vela que nunca podrás apagar- exclamó.
La modernidad se había convertido en chatarra de los
últimos presidios de la guerra mundial, pero de los campos de Brunete nos se
acordaba nadie. Es más: estaba mal visto mencionar el nombre de la vieja aldea
polvorienta, porque aquí no se puede ni nombrar el tiquín con el que el
cachetero te acuchilla, ni sacar a relucir derrotas inoportunas que la bicha
tiene mal fario.
Después de la entrevista el primero del Consejo
pidió agua con bicarbonato y una aspirina. Twit, con su cara de tonto, es de la
meten doblada. No pudo salir peor aquella reunión de alto nivel en los
chiscones de la Bodeguilla. Si les sacas un vaso de buen vino a un inglés no se
te despegará hasta que se beba todo un túnel. así dicen que Churchill se
benefició de la mejor añada de un año mágico según los calendarios enológicos,
la del cuarenta y cinco, recién acabada su guerra.
Lo que cumple es narrar victorias y referirse no a
los muertos - esos no los quiere nadie- sino a los vivos.
No se trata más que de una táctica de la Barragana
Suprema. Aquí no se reconoce a los perdedores. El lema es dar noticias buenas
de lo propio y malas del contrario. De esta forma, Rusia se ha convertido ahora
mismo en blanco de todas las iras del báratro.
Sin embargo, hay que reflexionar sobre el calado de
tal añagaza. Si tanto se meten con Rusia, es porque resiste y su oposición a
las propuestas de dominio universal y mando único, eso que defendía una
purpurado investido con el laurel del premio a los derechos humanos en Oviedo y
que ha sentado papable, todos le nombran heredero de Cúpula, ojo al
cristo y oído al parche, pero la pinta tuya no puede ser más mafiosa,
eminencia. Podrás ser obispo de Roma y después santo, pero a mí no me la das.
Lo que se acerca así pues será un imperialismo a lo
burro fundado sobre el soporte de toda la algazara dicharachera del periodismo
de manada, de la habladuría enconada y de las mezquindades de baja estofa. Con
la iglesia topamos, Sancho. La aldea global será un gran bulevar. Todo te lo
daré si prosternándote ante mí me adoras. Vade retro.
Y el príncipe leía sus discursos en la toma de
juramento, en la entrega de premios que concluyó con el canto del Asturias
patria querida resonante de días de humo y de rosas y de vapores báquicos.
-Vamos apuntala y “amina”.
-Soy un revisionista inconformista. Aina Mais. No
comulgo con ruedas de amolar.
Al heredero de la corona se le está cayendo el pelo,
se le ven apareciendo las entradas.
-¿Se casa por fin?
-Se casará pero no reinará. Está escrito por ahí.
-Uy no digas eso. Se van a poner buenos los de
Telebasta en la cadena uno y en la dos, Telebastaya, y harán coro con ellas dos
la Radio Pollina, la Cadena Albarda, y el Sindico Comecocos ya verás. ¿Y la
reina qué te contestará? Clavaste en su pecho el más afilado puñal.
-Hecha una Euménide.
-Perdí el decoro.
-Te meterán entre rejas.
-Lo sé. Acabaré en galeras, pero bogando con el
esparavel detrás seguiré cantando a la chusma y al cómitre mi himno a Brunete.
Remember. Es un epicedio. Gloria a los muertos que derramaron su sangre por
Cristo.
-¡Contestatario!
-Consectario, sí, contra la revancha. Será necesario
alcorzar un poco esta pocilga.
Mis chatarreros, buscadores del dolor enterrado al
pie de la encina donde sucumbió la Quinta Bandera de Salamanca y todo aquel
plantel de Tiradores de Sidi Ifni, lo mejorcito de la mejala, al lado del
tronco añoso donde expiró el gallardo Dema Giraldo y sus dos alféreces
provisionales traían a mi espíritu las mejores memorias de la patria.
Los campos de Brunete fueron los escoriales donde se
amontonó el hierro de la batalla. Nunca serán, pues, baldíos de la memoria. Su
gesta está presente.
Al otro lado de la sierra, pasada la Bola del Mundo
y de Los siete Picos, yo veía a los chatarreros que prestaban escolta a la
columna, detrás de la ambulancia de los sanitarios y del páter, cuando
acudíamos mis hermanos y yo a despedir a mi padre cuando iban de maniobras al
Campo de Tiro de Brunete.
Era una caravana expectante de gente con los andares
apresurados y lúgubres. Sin pasar por universidad ni haberse recibido con el
grado de oficial en Zaragoza, sabían de
metralla más que nadie, eran artificieros expertos en el campo de maniobras de nuestra
vida.
De oído conocían el calibre de cada pepinazo, la
trayectoria tensa y cortante de los pacos y el tartamudeo de las
ametralladoras.
Aquella encina de mi destino me ligaba a ellos y a
su suerte de chamarilero de historias. Supe al verlos pasar que mi futuro
estaba en la venta ambulante. Cargué las
cajas de libros en el coche, clavé los apeos, ya tienes un tenderete.
Los proyectiles del quince y medio tenían una
trayectoria curva, silbaban sobre el viento igual que un pájaro de malas
entrañas. A las bombas de mano no se las sentía llegar mudas como habían sido
diseñadas por el fabricante pero hacían una caracola de cometa detrás de la
mano que las tumba.
Fuego diurno y fuego nocturno, balas dumdum y muerte
al tuntún y de pronto aparecía un fulgor en el aire, un estallido, se agitaban
los resortes de la centrifugación y el clamor de un gemido. Ay madre. La vida
de un hombre que chascaba. Las granadas enemigas eran como el bóreas de una
pesadilla, te agachas y zas, no hay perdón.
Así y todo los barridos de ametralladora son los
peores, el plomo se clava en tu piel y no te das cuenta, no lo sientes, hacen
carne sin las alharacas de los fuegos de artificio del obús que te echa la
zarpa dejando el terreno de partículas multicolores. Es el temible haz de cola
de milano -así se conoce en la jerga balística- que siembra los blocaos de
cadáveres.
Y bum, bum, bum.
Ya tenemos el geiser que lanza al aire objetos sólidos y cuerpos de
camaradas mutilados. A mí me dieron, a ti te han dado, ay esta puta guerra,
meted vuestra pistola en un cajón y la mejor hoja de laurel la del puchero con
los guisos y con los estofados, no quiero medallas ni condecoraciones, quiero
vivir, que me dejen, que me olviden a la sombra de un castañar en mi casa de
campo.
Cuando te alcanza el disparo no lo sientes. Cuando
te rebana un obús la pierna o un brazo, menos. El dolor viene tiempo más tarde
cuando el frío hace acto de presencia, heraldo de la muerte. sólo algunos
historiadores, cotejando datos y declaraciones, comprobaron que en Brunete se
acababa de alzar el telón del apocalipsis. La trilita que desgarra la carne y
la angustias y la comezón de los muñidores de la mentira, de los comisarios de
la verdad absoluta, que iba a destrozar las familias. El sexo, como arma blanca
para utilizarlo en el cuerpo a cuerpo de los malcasados. Se escuchaba por todas
partes el silbido de la serpiente. Un
mundo desaforado se avecinaba, la rebelión en la granja, el todos contra todos.
Almiares de carne humana y huesos enterrados.
En balística la proporción lógica causa efecto
transforma la materia. Es la única idea, hacer daño. Nadie sabe de la capacidad
del intelecto humano al servicio de la maquina incierta e incontrolable. Parece
que acumulas potencia destructora en tus manos con una simple ecuación que
combina contrarios elementos en la materia. El cuadrado de la masa por la
velocidad fueron factores que indujeron a Einstein a su descubrimiento macabro.
El cálculo topográfico conjuga también al milímetro
esas variables.
Tú tiras de la maroma, tapas los oídos y te desentiendes.
Si te ponen en el traspontín de una
antiaérea con tu ajuar de camuflaje, no eres sino una mandado. Las
ovejas que matas, la carne que destruyes, los arboles que te llevas por delante
en un periquete, las rebabas que escupe tu bayoneta calada al hendirla contra
el enemigo, la sangre que mana, los urces sin savia, los mulos con sus
respectivos acemileros que destripas, los tejados que vuelas, no son tus
víctimas. Un soldado de España nunca podrá ser un terrorista. Ahí los
pistoleros de Negrín, calcados al pie de la letra en sus funestas estrategias
de matanza por los sicarios de Arzalluz (miradle ahí con facha de enterrador de
nuestro país con toda la furia a cuestas de avenate al que dan bascas
hispanófobas, y nadie le hace frente, ni se le rechista, parece un dios, todas
las mañanas se va de chiquitos por las Siete Calles, el chigrero se confunde y
en vez de vino le da a catar sangre humana con etiqueta del mejor vega
Sicilia).
Un artillero tampoco es un asesino, pero ¿se puede
llegar al homicidio en nombre de la patria? Eso que se le pregunten al jefe de
la banda, al que he dicho antes. Que no se entera. Todavía anda por las ramas
de su árbol sagrado, ese roble de Guernica de inclinaciones antropófagas y
desde esa cima expectora todas las tardes amenazas. A la cabeza de un partido
político diseñado en el modelo del Irgan. Parece ser que a los camuñas y
tiranos como él les va bien la vida. Hasta se manifiestan en su favor las
madres de la Plaza de Mayo, le hacen corro de harpías jaleando sus crímenes
cometidos en nombre de la libertad y de la patria vasca.
Pero, ojo, con irritar a Jupiter. Su trono está
sobre una encina que vivió las cargas a retaguardia en los predios de las dos
mochas. En cualquier instante nos puede lanzar una ráfaga de su lanzallamas
mortal. Quedará ese carballar destruido, pisoteados sus fueros. Los dardos
jupiterinos se encargarán de hacer que el roble en cuestión deje de dar
bellotas y su cancerbero hortelano y criminal señor pronto a dar malvas. Arzalluz
se irá al carajo manda cojones. Borrarán su memoria de hombre diabólico del
mentón prominente antes que le corresponda si nos sigue chuleando. A ese
lugarteniente renuente a pasar por calvo también lo pondremos en suerte. Le vamos a enviar un barbero de Sevilla para
que le haga un corte a navaja permanente de gratis al objeto de que deje de
agitar como ikurriña inflamada ese flequillo amenazante de calvo presumido la
testa llena de sarna y el alma dada de pez. A las calderas de Pedro Botero duro
con él. Tiene vara alta con los americanos, es el darling boy de la bibisi,
aparece en la sien- nene cada por tres, pues mejor me lo pones. Un tiro en la
sien, dejará entonces de piarlas. Impacto sobre el objetivo, parte de daños y
perjuicios y pelillos a la mar. Todas esas cosas no le incumben al brigada de
retén. Si se pone chulo llamaremos a la vigilancia. Irá derecho al cala. Allí
será el rechinar y el crujir de dientes con otros maromos. No hay derecho,
hombre por dios, porque he sabido que cada vez que los cachorros del hombre
satánico del norte hace carne sus camaradas en la cárcel brindan con champán y
viven allí a todo tren vida regalada a cuerpo de rey y ojito con pasarse
amenazan a sus carceleros. Se cambiaron las tornas y los custodios pasan a ser
los que están en la mazmorra y no los asesinos. Pero el peor terrorismo no es
el de esos sayones sino la indiferencia de una sociedad que sólo se preocupa de
sus regímenes de adelgazamiento, donde los maltratos psicológicos se han
convertido en moneda de cambio en el interior de los hogares, el cabeza de
familia sin autoridad, la esposa que intenta realizarse fuera del hogar y la
prole bien crecida, amamantada e instalada, que renuncia a abandonar el nido.
Un flash de un atentado y el personal continua enganchado a los programas de
Ama Rosa siempre tan repeinada con su escolta de boys y arropada por sus negros
que recitan la letanía de sus plagios. Se fusila, se copia, se afilan los
colmillos del vengador. La mentira y la emulación propios son la principal añagaza
del enemigo de los hombres, y no nos engañemos constituyen el privilegio de los
que disparan contra nosotros, nos hemos quedado sin anticuerpos para organizar
la defensa moral. La patria muere atacada por el sida. La democracia se ha
quedado sin respuestas. Entre todos la mataron y ella sola se murió. No es
fácil de sobrellevar este clima de terror reconcentrado y como en recamara. Es
mucho peor que el de los atentados con coche bomba con los que irrumpe cada vez
con más frecuencia haciendonos presentir el polvo macabro de la derrota eta y
sus padrinos trilateralistas. Somos casa en facción y así iremos a la ruina,
bajo el punto de ira de las armas de trayectoria tensa del Hermano del Norte,
del fraude de políticos poco avisados como Corla y la miseria moral que nos
cubre hasta el cogote. Todos estos son
cartas triunfales con los que juega ahora mismo el tahúr asesino dispuesto a
acabar con un enemigo contra el que está dispuesto a vengarse. España
desamparada y desarbolada será troceada y balcanizada como lo ha sido
Yugoslavia. Es dictamen del sanedrín universal.
Únicamente los chatarreros de la postguerra
predecesores de los barrenderos de la sangre que aljofifan la suciedad post
moderna y post industrial y barren el zarzamillo de los añicos de las ventanas
venidas abajo -Madrid otra vez bajo las bombas con la luz apagada, ciudad
cercada que resiste- evalúan estragos mediante reconocimiento in situ. Son los
audaces recogepelotas de letales duelos artilleros. Se hacen cargo mediante la
correspondiente monda de los restos apilados en los almiares de carne y de
huesos destrozados. Madrid se ha convertido bajo la invasión de los nuevos
bárbaros del norte en un henar suculento de cadáveres. ¿Quién nos va a salvar
los muebles? ¿Quién nos librará de la onda expansiva de los macarras del tesón
separatista? Me temo que los gritos de basta ya y de eta yo no serán
suficiente. Más muertos vendrán si no
hay una terapia más radical. Aquí haría falta un nuevo remember Brunete.
Los chatarreros, los traperos de la misericordia,
los enterradores de la amanecida son buena gente pero no habrá fregonas ni
escobas suficientes para purificar el ambiente de tanta borrachera de sangre.
Son buenos samaritanos, cumplen de esa manera una obra de misericordia mientras
los cofrades de los asesinos en la trena española, verdaderos hoteles de cinco
estrellas para estos miserables, celebran las batidas de sus comilitones en
celdas con nevera, televisor y gimnasio a costa del contribuyente, se mofan y
amenazan a los carceleros con un mañana te toca a ti ya sabes. Con todo y eso,
este no es el peor terrorismo sino el que han traído estos tiempos de desamor,
y de putería imperante, época de Teresiñas que gritan consignas feministas como
perras atrailladas y de unos medios de expresión dominados por la serpiente que
da pábulo a los que ponen la bomba, y habiendo infiltrado la red tanto a
guardias como a asesinos nadie será capaz de poner el cascabel al tigre.
Llevamos una fiera de desilusión dentro de nosotros. Eta no es más que un síntoma de la
descomposición que amenaza al país, el último peldaño de la violencia interna,
una feroz maquinaria de odio visceral que agarrota los nervios y destila por
doquier podridos humores. Esto tendrá que estallar.
Su profesión meritoria es una profesión a extinguir,
el oficio de chatarrero quiero decir, desde que en los campos de Hiroshima no
pudieron trabajar. Las radiaciones son muy peligrosa. Allí no fueron avistados
con su castina fundente ni la azuela de tanteo. El hermano americano quiso
poner contra la pared a esta tribu de esperaderos de la pólvora, los
estibadores de los barcos de la muerte, de las minas contra personal y contra
carros que siegan piernas y brazos. Los americanos, adoradores de un dios
terrible y celoso, monstruoso como la estatua sedente del Lincoln del
capitolio, quieren acabar hasta con los chatarreros y barrenderos. Eso es
tracción de sangre y en su país se apuesta por la tecnología de nueva
generación.
Vamos a ponernos serios: de lo que se trata es de
sentar a Europa en la silla eléctrica; sonó la hora de la zafra grande,
invoquemos la cámara de gas. Ellos tan legalistas y legitimistas traerán a la
tierra el trágala de la tiranía esgrimiendo la palabra, como un conjuro, como
un abracadabra, monserga de los derechos humanos, un concepto que va en contra
del derecho de gente.
Las horcas caudinas por los que nos harán hincar la
cerviz serán estrechas y de techo bajo con los tejados para abajo y los
cimientos para arriba y esto no lo va a arreglar ni el Corla con sus amonestaciones
a la tranquilidad porque después de todo España va bien. Bien jodida y de
cabeza, pero cómo va a mandar en un país un fulano al que se le ha negado la
patria potestad en su vivienda y no domina a su mujer que no se quiso poner el
almaizar sobre los hombros ni el humeral de las veladas y mucho menos la toca.
Tocas y humeral a estas alturas del siglo XXI,
vamos, anda ya, no me vengas con disparates. Aquí todas somos feministas,
hacemos uso de nuestro cuerpo con el que nos apetece y nos viene en gana hasta
el pecado mortal, que eso del hijos sí, y todos ellos de padre desconocido,
maridos menos nos parece muy a tono con los tiempos que corren, tú me has oído,
Chirle- charlo, sabes muy bien lo que te quiero decir, ahora ya no se sale a
misa y vamos todas al desfile de modelitos destocadas y descocadas. Nos asiste
el sagrado derecho a la libertad sexual. Eso es sacrosanto a qué darle vueltas
y no me pongas en el disparadero que puedo ir a la guardia civil a denunciarte
por comportamiento vejatorio hacia mi persona, nada me importa que seas
presidente.
Volaron el campanario.
El campanario del templo parroquial de Quijorna
tenía un bonito techado de eridelas cuadrilongas y tejas imbricadas que daba a
su sombra sobre el paisaje de ocres tamizados de oro un aspecto de pueblo casi
francés. La artillería concentraba el fuego sobre aquel objetivo. Cuando las
balas impactaban sobre el bronce, se producía un repique o un voleo, según el
calibre. Entonces los falangistas burgaleses se persignaban y se infundían
ánimos unos a otros diciendo:
-Vaya. Tocan a misa.
Aún bastante tiempo, las treinta y tantas horas que
duraron las escaramuzas se seguía escuchando en medio del tumulto la voz del
bronce. Algunos creyeron que por milagro y un signo que predecía a las claras
de qué parte estaba la deidad en aquel lance.
-Tened fe y resistid, hijo míos - gritaba un
teniente que mantuvo en jaque durante un día entero a toda la artillería y la
caballería del Ejército de Maniobra. Cuando no pudo resistir más porque de
retaguardia no le llegaban tropas de refresco ni la munición requerida (bombas
de mano y armas anticarro) se pegó un tiro.
En lo alto de la cúpula un morito del Tabor de
Larache se encastilló e hizo una numantina defensa disparando desde los cuatro
ventanos que mantuvo a raya a las tropas del ejército republicano; las columnas
marxistas no daban crédito a lo que vislumbraban en el horizonte: un ser con
faldas accionando furiosamente el disparador, gastó más de cinco cintas sin
fallarle la refrigeración, certera la mira, diezmaba a la infantería que
embestía contra el sector de Quijorna camuflada detrás de esparteras y
matorrales, llovían tiros y versículos del corán, deprecaciones al dios
baluarte de toda grandeza y misericordia, numantina poliorcética de un rifeño
tan agitado por la causa de los nacionales que parecía haberse vuelto loco.
Iba vestido de blanco, tocado de un turbante verde,
el alquicel al viento de una gasa casi transparente.
La posibilidad de que fuese una gachí sirvió de
acicate a las avanzadillas del general Pozas, todos querían llegar el primero
para hacerse con el trofeo, Marte y Venus se dan la manita y obligan a
espejismos maravillosos. Es una mora. Que no hombre que no, ¿cómo va a ser una
dama? Los marroquíes son muy caballerescamente meticulosos en esto, más que
nosotros, y, por moros celosos, no permiten que las mujeres vayan a la guerra.
Cuando apareció disparando contra los blindados
rojos, los mandos que seguían el desarrollo de la batalla con prismáticos
tuvieron que restregarse el globo ocular no fuese a ser lo que estaban viendo
el resultado de una ilusión óptica. Ha llegado Almánzor con toda su
hueste. Va a vengar a Boabdil el Chico.
-Eh vosotros, a por “ella”. Neutralizarla. A qué no
tenéis cojones.
-De esos tenemos como el que más, pero también
tenemos instinto de conservación. A ver quien es el majo que se arriesga el
pellejo subiendo a la torre en medio de esa tolvanera de plomo.
Un soldado ataviado en traje de mujer que al poco
rato de iniciarse la refriega mostraba manchas de sangre en su aljuba.
Podría ser un espectro, el espíritu de un fantasma,
tal vez el mismo arcángel san Miguel en persona blandiendo su flamígera espada.
Los dactilógrafos del Morse se agitaban
convulsivamente y de consuno con la telefonía portátil de campaña se pusieron a
vomitar partes. Toda la megafonía legitimista, tan legitimista que había
legalizado el crimen y la saca en la retaguardia, entró en funcionamiento y se
escuchó el ultimátum de un comisario sonando por el megáfono exhortándole a que
alzara bandera blanca.
El intérprete le instaba desde un pozo oculto de
tirador a que se rindiese en nombre de Alá.
-Él es el más grande y misericordioso y premiará a
los que entregan su vida en defensa de la justicia.
Volvió a gritar haciendo bocina como un almuédano
lleno de fervor religioso:
-Alá al kader.
-Venga, Mohamed, baja de ahí en eso. No tienes
ninguna escapatoria posible ¿no te das cuenta de que te tenemos cercado?
La contestación fue una ráfaga colectiva. La cinta
articulada de su arma automática soltó cien cartuchos. La linea de colimación
era perfecta, destruyó otros cien objetivos. La toma de gases y el embolo
hacían sincronía de unísono y hasta parecían que ululaban a gritos agónicos el
himno guerrero de la Legión. Era el estruendo de la jarca en el desierto con su
grito de clamor de toda la caballería de Alá.
El novio de la muerte operaba la ametralladora con
una mano y con la otra esgrimía un ejemplar del Alcorán.
-No me rindo a los enemigos del Profeta, acabaremos
con los judíos que han manchado esta bendita tierra.
Sus palabras sonaban claras, rotundas, temibles,
casi proféticas. Eran oratoria pura de la yihad.
Corrió entre las trincheras la voz de que era una
mujer, una tía con los ovarios en su puesto, y no una de las pedorras de
Echegaray y Ballesta que se trajeron consigo los milicianos al campo de batalla
para dulcificarles la vida bajo las armas. Infectaron las trincheras de
ladillas, soltaron sifilazos a mansalva y convirtieron el Alto León en un
lupanar. Para deshacerse de su presencia tuvieron que correr y no pararon hasta
la puerta de casa, al grito de ya vienen, ya vienen a pegarme algo, ay, madre
lo que me pican los testículos escarificados.
Pero otros se inclinaban dentro de la espiral de
rumores por la versión más misteriosa. No se trataba de una amazona, sino de la
Virgen María en persona- esto era ya la rehostia- que había bajado a Brunete en
carne mortal, como lo hizo en su día al pilar de Zaragoza, sumándose a la causa
nacionalista, para defender la torre de un templo católico al que las turbas
desalmadas pretendieron fusilar como ya lo hicieron en el Cerro de los Ángeles
con la estatua del Sagrado Corazón.
La Madre de Dios posó sus benefactores huellas sobre
las tejas de pizarra del chapitel eclesial decantandose en su intercesión a
favor del bando de Mola y de Franco. Fue jaleada la noticia a los cuatro
vientos sabiamente manejada por los expertos en información de los batallones
de Yagüe. Corrieron como la pólvora por las trincheras nociones del suceso. Era
el caso que Dios se había sumado a la causa de Franco. El Padre de los
Creyentes vetaba a los rojos.
Ello aupó la moral de los requetés de Navarra, los
más religiosos y que lo estaban pasando mal con bajas escalofriantes por falta
de adaptación al territorio. La calorina y la sed minaron su disposición para
el combate. Nos vino Dios a ver, un ángel
de los cielos debió de haber soltado la armella del tirafrictor de la bomba de
humo y la carga fumígena de aquel hecho milagroso apuntaló los ánimos
desvencijados para la lucha. Teníamos de frente a un enemigo que atacaba con
sorpresa, arropado por los blindados que hicieron aparición como fantasmas por
los encinares. Los destacamentos del Vértice Los Llanos y del Pardillo acababan
de enarbolar bandera blanca. Los de la Loma Artillera donde estaba mi unidad
habían perecido casi todos y sólo quedamos un puñado de supervivientes que
fuimos hechos prisionero. Yo me salvé gracias al Chafa, precisamente, el que
fuera rival de amores, nunca se lo podré agradecer, fue un recuerdo el más
grato que guardé de mi estancia en aquel infierno de Brunete y cuyas
circunstancias trataré de explicar más adelante.
Pero si parte del nuestras lineas se mostró indeciso
y vacilante, o, como decía Pepe Lita, el asturiano que hacía de enlace entre
nuestra centuria y la comandancia de puesto, el de Quijorna fue el que mejor
resistió. Quizás pudiera incidir aquel hecho anómalo del tirador de la policía
nómada en lo alto del campanario, que tomó por alminar de mezquita la torre de
aquella iglesia consagrada en el siglo diecisiete, haciendo fuego a discreción
con su Alfa 7,92. No estaba chaveta. Sabía lo que hacía. Cuando se le acabaron
balas en la recámara optó por las bombas de baquelita, granadas rompedoras y en
última instancia cuando no tuvo más remedio se lió a tiros en seco con un arma
corta de nueve milímetros cuadrada junto al pecho como una aljaba. Su audacia
tuvo en las filas nuestras un efecto multiplicador. ¡Vaya un tío! Un disparo
artillero incidió en el hastial del edificio volando su improvisado nido. Su
ocupante saltó al vacío. Fue una suerte de suicidio. Era un sargento de
Regulares. Había preferido la muerte a la rendición. Luego creo que le
condecoraron con la Laureada.
A los judíos de la Brigada Lincoln se les rebajaron
las ínfulas después de aquella noticia. España no era Cuba ni tenían de frente
a un ejército integrado por mambises. Este hecho que algunos medios calificaron
de sobrecogedor y exponente del fanatismo de sus contrincantes les daría mala
espina. Barruntaban derrota. Si esa hebrea renegada - pensaron los comisarios
de la estrella de cinco puntas para su capote- que parió al mayor enemigo de Israel
hace causa común con los moros y los católicos hijos de la superstición, va a
ser el apaga y vayamos.
Y salieron zumbando. Tomaron algunos el primer avión
para Nueva York o se volvieron para Kansas city. Se marcharon blandiendo el
puño en alto amenazas y promesas de vindicta, geo-estrategias globales,
políticas y politicastros. Nos dejaron acá a Ernesto Papa Doc, que se iba todas
las noches de putas a Chicote y entre libación y libación escribía novelas,
inventando una nueva sección en periodismo, el de corresponsal de guerra,
género no objetivo que pertenece más a la sección de la publicidad que al de la
noticia.
Ya estaba en
el pensamientos de los
internacionalistas, muñidores de la moderna leyenda negra contra España, crear
el monstruo de Henry Kissinger dispuesta a dar los abrazos de la muerte e
investir caballeros a los agentes del terrorismo sectario. Os enviaremos a
Corlas, os minaremos Lavapiés, atentaremos en Vallecas, soltaremos a los dogos
de los asesinos del norte, alfombraremos Madrid de trilita.
Antes de zarpar profanaron la estatua de Isabel de
Trastámara bautizando su velo y la corona regia de mármol con excrementos
caninos, en gesto de los que no perdonan.
Qué cabrones. Sólo saben que mentir y que hacer
daño. No me extraña que la gente no les pueda ver. Van por el mundo sembrando
el terror, guerras, desolación. Nunca habréis oído hablar de un judío
simpático. Hasta su humor es un humor de rebotica. Se pasan toda la vida
inventandose holocaustos. Venterneros del odio, patrones de todos los canallas,
el gran sanedrín es un coro de protocanallas.
Nos enviaron ya lo formulé en más de otra ocasión al
del Bigotito chirle charlo, el que se acuesta con la valenciana de culo caído y
trajeron remesas de milicianas y comisarias que apostaron en todos los canales
de televisión, percheleras ceceantes que sabían mover las nalgas con poderío.
Unas eran ninfas del amor, otras se dedicaban a eso de la tercería, un oficio
que siempre tuvo con bastante gancho en este país celestinesco, se pegó a las
masas su morbo y otras escribían libros por poderes, pagaban a un negro para
que fusilase los bestseller en inglés. Llanto y dolor en las casas,
desvalimiento. Los hijos pegaban a los padres y los echaban de sus casas para
meter al negro que le bailase el agua a la madre, escuchábamos a todas horas
insolencias y paridas acojonantes, crónicas marcianas que soportar en nuestra
mesilla de noche, nos amenazaron con un bardaje que saltó a nuestros parapetos
desde la tierra de Bolívar que no podía ser. Nadie sabe lo que tiene el negro
que escribía novelas por entrega a las madamas de los programas rosas. La
patria fue de esta forma cayendo poco a poco en las garras del sionismo. La
pata de la raposa afirmaba su equilibrio sobre los trípodes, los angulares que
todo lo ven y los micrófonos matarratas, bombas de mano de la vulgaridad que se
ha vuelto como una piel de zapa en nuestras vidas prácticas en la doble moral.
El personal se desnudaba ante las cámaras o sacaba a relucir toda la mierda de
su vida en un interrogatorio de liviandades conducido entre arrequives, momos
seductores y gestos ensayados ante el espejo por una inquisidora de tiros largos con mucho
morbo, pero muy cursi, sobre todo.
Se las daba de tía buena e incluso de escritora con
una audiencia de un millón de lectores. Hasta publicaba cosas ¿Cómo puede sacar
tiempo para escribir con lo duro que es nuestra Pantera Rosa? Pluriempleo y codos. Es la receta del
triunfo. Jóvenes sin trabajo la ardua pela el empleo en casa dejad de maltratar
a vuestro pobre viejo que él no ha debido de cometer otro delito que el de ser
vuestro padre, pero esta sociedad roma lo considera pecado mayor, mira que
criar cuervos para que te saquen los ojos, tú matate a trabajar para sacarles
adelante para que luego te insulten, te menosprecien cuando no te aticen como
dios manda que estos mozos de la nueva leva sin mili se han vuelto verdaderas
hienas, venid a ver cuál es el secreto, la clave del éxito, sed todas como la
Pantera Rosa. Presume de divorciada. Le puso los cuernos al cineasta. Ese que
monta películas insoportables y tiene tan metido en la cabeza a Humprhey Bogart
que rueda sus escenas entre humo de
cigarrillos americanos, ay que me da la tos, le ha nacido complejo de sala de
proyecciones, pues se pasó la infancia y la juventud en una butaca del cine
Montija, o iba al Europa donde entraban dos y salían tres, que menudo sacomano,
querían imitar los besos de Clark Gable las parejas pero a lo burro y la
mimesis incidía en una aumento de la natalidad, pues ese que tiene la cara de
haba alargada y miserable pues se llevó al huerto a la Pantera Rosa, luego se
divorciaron y a ello la pusieron en la tele y por las tardes a construir
argumentos de novelas del colorín colorado este cuento se ha acabado, muy en
plan de feminista o así, porque sus programas se abrían con una de esas
pedorras que se dicen vejadas, ahora vas y lo cascas. Tres horas insultando a
la familia burlándose de la institución sagrada exaltando el sexo, el lo hago
porque me apetece y el a nivel de pareja, ay señor, ay señor, y luego vas y lo
cascas y se descubre el pastel y resulta que no era ni escritora ni
entrevistadora ni nada y muy mala periodista que puestos a decir al go siempre
se saca uno esa profesión. Encima tenía un negro que fusilaba a Barbara Garlan
a placer y el cómitre ahora vas y lo cascas se vengó descubriendose el pastel
que la Pantera Rosa no era nada. Sólo la entretenida de un jefazo de la Cadena
Cónica, el amigo del gran Filipo el que estuvo en América de corresponsal y al
que coronaron rey midas en una sinagoga.
Telebasta y Telebastaya la de las manos asesinas
fueron una institución que sustituían a las iglesias selladas a cal y canto. No
se cansaron de gritar consignas. Entronizaron una monarquía de cimbel y de
reclamo. Nos dieron la promesa de un heredero que nunca reinará y será la culpa
de los aduladores palaciegos, de la prensa de cantón y de los enterradores de
la monarquía que acuden a los programas zapapico al brazo para sepultar honras,
de las cotorras de Transmisiones micrófono sural en ristre, los hermeneutas
recién traídos de la Peña Infiel, los vampiros del hola. Las hormigas podrán
retratarse con las testas coronadas, os atiborraremos de baratas filosofías y
malas novelas de los hijos de Marías, las conjuras del Ansón y os rebozarán en
la baba del odio telemático que destilan
los comentarios de Faro Cohén. Este tiempo de tornadizos es de locos repúblicos
y a río revuelto ganancia de pescadores. La serpiente siempre muda su camisa.
Todo eso está muy bien, pero remember Brunete. Aquí les dimos una buena soba a los judíos.
En el 92 os echamos y en el 36 os tiramos al mar. Habrá una Bereque pero se le eclipsará la buena estrella y
dejará de tener baraca. Vais a perder la batalla de David contra Goliat, os
vais a enterar de lo que vale una lendrera, probareis de vuestra propia
medicina, y a beber las mismas copas del llanto que habéis causado a la
humanidad. Aceite de ricino para desayunar y para cenar granadas rompedoras.
Seréis ahorcados, criminales, con la soga del gran cadalso que levantasteis en
vuestros tronos del aire. Remember Brunete.
Estas dos palabras serán el lema de los conjuros de vuestras propias
cenizas.
Los carros de combate al aparecer por la contra
pendiente ofrecían un aspecto de langosta apocalíptica. A los pocos minutos de
entrar en acción un majuelo que teníamos delante quedó hecho trizas. Los
relejes lo devoraban todo. Sin embargo estas máquinas aterradoras con su cabeza
descomunal y la trompa del cañón de nueve milímetros en la torreta tenían un
telón de Aquiles según un teniente que instruía a nuestro pelotón.
Son sordos y medio ciegos, avanzan en una única
dirección y no pueden voltear cuando alguien les llega por el flanco o a
retaguardia con una botella de gasolina. La falta de versatilidad maniobrera
les rinde vulnerables. Los lobos tampoco pueden tornar porque parece que llevan
el pescuezo soldado a la cabeza pues así el tanque. Por eso tienen igual que
acometer en manada utilizando el factor sorpresa.
Esta condición lupina así como la ferocidad del
acero y del hierro fundido les da un aspecto conminador. Cuando asomaban por el
horizonte el hocico y chirriando con estridencia fatídica las cadenas de los
relejes, bufando con crestas de humo exhalando por los tubos de escape y
ganando superficie sin que nadie sea capaz de parar su marcha, nos echábamos a
temblar, algunos soldados no podían remediarlo porque veían ante sí la muerte
por aplanamiento bajo su rodillo tétrico y se iban de vareta. A mí me ocurría
eso mismo. Yo también me meaba por la parta abajo, me castañeaban los dientes.
Los blindados eran de fabricación rusa, muy tosca
con pocos arrequives, pero poderosos y contundentes, pero por el ruido que
metieron debían de consumir todas las existencias de gasolina del parque móvil.
Sin embargo, ellos tenían excedentes de combustible y de munición, precisamente
algo de lo cual nosotros no andábamos muy sobrados.
En cuanto a valor creo que estábamos a empate. si
cojones tenían los rojos, porque eran españoles un factor que nunca hay que
olvidar, nosotros teníamos tantos más, y no va a ser cosa de hacer aquí
alardes. Tenían armas mucho mejores pero no las sabían utilizar, organización
también parecía faltarles, mientras nuestros mandos exhibían sobre el terreno
una coordinación aquilatada. Ellos atacaban en ráfagas, aunque, todo hay que
decirlo, el ataque por sorpresa de la madrugada del seis de julio fue una
operación estratégicamente de libro.
Se te quedaba la boca seca al ver avanzar a los
acorazados visión solemne de la guerra moderna.
-No tengáis miedo. Haced fuego sólo cuando estén a
mira.
Dema visiblemente agitado con el arma montada
recorría la posición. Su canguis competía con el nuestro. Daba violentos tragos
a su cantimplora llena de anís del mono.
-Son rusos.
La palabra Rusia era muy pronunciada por aquella
fechas entre el sobresalto y el temor pero también con la esperanza de que por
fin había una nación comprometida con la causa de la república. Los que habían
programado la carnicería habían decidido que Stalin fuese estrella invitada en
el sarao. El caudillo soviético desconfiado y audaz entró al trapo pero no
tardó en olerse la tostada. Sólo se sentía el personaje del reparto de una
tragedia griega por entregas. Su actitud fue cambiando a medida que fueron
desvelándose matices desconocidos de los acontecimientos. Al final de
colaborador pasó a ser enemigo formal de la Bestia sin Rostro.
Quizás simpatizara en el fondo con Hitler pero en
aquellos aciagos días que se avecinaban los campos de exterminio eran para todo
el mundo. Puede que los judíos fuesen la clase exenta y privilegiada. Lamento
que eso no se podrá decir sin correr riesgos y mucho más en este momento.
Se quedaba la boca seca. Era como si un estropajo
hubiera sido introducido a presión sobre tu garganta. Los trompies en ajuar de
combate habían empezado a tramontar el repecho. Quedaban a menos de doscientos
metros de nuestra posición. Dema dio la orden de contraofensiva. Unos saltaron
hacia adelante y otros los vimos correr como almas en pena hacia la carretera
del Pardillo. Eran las primeras deserciones. En el grupo de prófugo se
encontraban dos camaradas de Ciudad Rodrigo. El otro era de Toro. Los
blindados, aquellas cigarras apocalípticas, asustaban a cualquiera.
-No sois hombres - gritó Dema a los que veía poner
pies en polvorosa.
Hizo una ráfaga que alcanzó al que iba zaguero. El
tiro, de una puntería certera, le impactó en el cuello. Nuestro capitán le
ahorró sufrimientos. Lo mismo debía de dar morir un poco antes que un poco más
tarde. Debajo de los relejes de los orugas soviéticos o abatido por el disparo
de un tirador de Larache.
Aquellos armatostes eran vulnerables. Observamos
cómo el valiente Dema se acercó a rastras a la grupa de uno de ellos con una
bomba incendiaria. En un segundo el vehículo fue una almenara. Escuchamos
gritos terribles en ruso de los que viajaban a bordo al ser alcanzados de lleno
por un vórtice ígneo de cerca de mil grados, temperatura comparable a la de un alto
horno.
El blindado que venía detrás al ser testigo de la
desgracia de sus compañeros frenó en seco y comenzó a disparar sin ton ni son y
otras tres unidades más aparecieron embarrancadas en fila india. El jefe había
dado orden de regresar. Intrépidos infantes del requeté y de la falange
colándose en las filas rojas habían neutralizado el primer ataque acorazado que
se registró en Brunete. Los lanzallamas
se encargaron de demostrar que en la guerra el acero puede ser desbancado por
el coraje.
La muerte de aquellos pobrecitos achicharrados debió
de ser dantesca. Una pira de hierros retorcidos. Olía en el campo a carne de
churrasco igual que cuando en Membibre por san Martín asábamos cordero a la
estaca. Me dieron pena aquellos pobres rusos a los que habíamos tenido la
ocasión de oír durante las largas sesiones de escucha en la duermevela antes de
la batalla. Hablaban aquella lengua tan melodiosa y llena de cadencias.
Parecían personajes de un drama de Chejov ajenos a la tragedia que les
depararía el destino días más tarde.
Algunos eran muy rubios. Les vimos bañarse en el
Aulencia una sofocante tarde del mes de junio.
-Tiro contra ellos.
-Deja, deja que se bañen a gusto. Son soldados como
nosotros. No saben lo que les espera. Que gocen del sol de España.
Aquellos simpáticos mozos de Murmansk, Kiev, Moscú y
Leningrado, impresionados tal vez por la benéfica temperatura diríase que en
lugar de haber venido a la guerra creían estar haciendo turismo en la provincia
de Madrid.
Se bañaban alegremente en un recodo de la ribera
allá donde resultaban más espectaculares la vista del castillo con su torre del
homenaje en el alzado piramidal del cerro y las almenas vigilantes, ocres con
el incendio rojo del crepúsculo. Habían encontrado el lugar ameno, esa
querencia que desencadena verdaderas tormentas de actividad en el ser humano el
cual tanto se afana por encontrarlo. Debían de sentirse protegidos por la
silueta majestuosa de la fortificación mudéjar dominando el alcor y la ribera
orlada de las banderas enardecidas de los chopos.
Atardecía y se escuchaban voces de mujeres. Algunas
milicianas se bañaban con los soldados soviéticos despojadas de su atuendo y
con todo al aire.
-La madre que las parió a esas tías - dijo Pepe
Lita.
-Por el habla deben de ser de Vallecas, mi teniente.
-Les tiro una ráfaga. Las tenemos a huevo.
-Deja, deja - insistió el alférez Martín- me parece
que vamos a ver toritos.
-Joder. Con las ganas que tengo. Hace ya tanto
tiempo que no veo a una gachí.
-No te creas que eres tú solo el que no se come una
rosquilla de palo.
-Los rojos lo tienen mucho mejor por ese cabo. El
mando les pone putas en plena línea de fuego.
-Así no habrá desertores. No tendrán que escaparse a
Madrid para satisfacer sus necesidades.
-Dí para engrasar el mosquetón y todos te
entenderemos. Que lo de necesidad fisiológica es otra cosa, cabo Recelado.
-Limpiar el ánima con la feminela.
-No seas tan gráfico.
-Fusiles son los dos.
-Hay que deshollinarlos de vez en cuando.
Toda la posición se mantenía expectante. Todos estábamos excitados ante aquel insólito
espectáculo de las tías en cueros. La vega del castillo de Villafranca vivía un
anticipo del despelote y del destape que habrían de producirse cuarenta años
más tarde. Todos, menos un flecha al que llamábamos Bogajo que era seminarista
y estaba a punto de cantar misa, nos dábamos ración de vista, un lote, vaya. Un
artillero había aportado uno anteojos de campaña con periscopio bifocal y
pudimos seguir el curso de los acontecimientos que tuvieron lugar sobre la fresca
y cencida hierba del soto.
Aquel par de merdellonas le tomaron gusto al oficio
y tuvieron coyunda no sólo con los tanquistas rusos, ofrecieron su pecado
mortal a los combatientes del sector.
Lo hacían a plana luz del día sin recato
alguno. Había para todos. Luego veíamos
cómo presentaba armas todo un afortunado batallón. Para traer ninfas del cantón
deberían de estar muy seguros de que la batalla aquella la iban a ganar y el
gesto debió de tener su aliciente propagandístico, querían que los de Franco
nos convirtiéramos en vulgares mirones. Las guerras se combaten a base de
dinero y echarle mucha carnaza de mujeres pero nosotros a ese respecto
estábamos a blanca, el páter del batallón durante las misas de campaña no se
cansaba de repetir que era malo y que si lo hacíamos acabaríamos de cabeza en
las calderas de Pedro Botero. Únicamente los legionarios trajeron sus
cantineras de recua pero no debían de ser de mucha confianza puesto que ni
ellos las hacían demasiado caso y se iban de picos pardos a las ciudades de
retaguardia, a Avila, Segovia y Medina del Campo, Arévalo en determinados
casos, pero esto no era plan. Los de fortificaciones tenían mucho más suerte
porque tenían un Líster que si no hubiese sido porque era rojo a mí era un
gallego que me caía bien. Varela no permitía el trato torpe entre nosotros y
eso debía de hacer bajar la moral de combate en algún punto. No está bien que
yo lo diga pero en parte fue uno de los problemas más acuciantes que tuvimos
algunos de nosotros, alevines, pobres, que nos veíamos lejos del pueblo y nos
dijimos ahora es la nuestra, ancha es Castilla y en esas circunstancias de
albedrío eufórico te entra de repente la melancolía de mujer, ganas de hembra.
Eres joven, a lo mejor mañana te fusilan si caes prisionero o te tritura un
tanque o vuelas por los aires en volandas de la metralla de una bomba de mano y
¿qué hiciste en esta vida, dí? Pues sólo se vive una vez y uno va a la guerra a
mejorar la raza, a conseguir la victoria o la muerte. No me seas borde, mira qué pensar en esas
cosas, Ursino, tienes demasiada imaginación, se te va la olla, lo que cumpliría
es que te estuvieses quieto, mira los tanques. Ya se acercan a ti. Si te
alcanza un disparo de su cañón de retroceso, mañana estaremos en Membibre de
funeral, te tocarán las campanas, don Amancio te cantará el gorigori y el
abuelo Casiano se subirá a la burra o enganchará el carro, Jovita, chica, que
me voy a Cuéllar a cobrar el giro con la gratificación, ascendieron a Ursino
por méritos de guerra con la laureada a título póstumo, te llorarán, qué bueno
era y el abuelo se embolsará los cuartos de la indemnización, la última masita.
La Merced irá al funeral de riguroso luto pero a los tres meses se vestirá de
alivio y se casará con otro. No hacía más que darle vueltas a ese pensamiento
de la muerte porque dicen que Eros y Tanatos son el Castro y Pólux los mellizos
de la simbología esotérica, vienen juntos como los contrafuertes de dos ventanos
geminados cabalgando a la par. No me hagas caso, es que cuando tienes a un
carro de combate a dos palmos de tus narices piensas que todo puede ocurrir,
remember Brunete, llevarás luto por mí, Mercedes yo sé lo que me digo, te
quiero. Esos rubios de Leningrado ay que ver que cuajo como se bañaban mens
sana in córpore sano y al arrimo suyo venían las tías esos pendones que seguían
a los guerreros como perras salidas. Decíamos que qué asco con la boca pequeña
mientras tragábamos saliva que por dentro nos moríamos de envidia. Varelita
debiera de copiar de Líster y del Campesino esa deferencia con sus soldados y
no tanto pasearse de punta en blanco. Es un tipo que tiene una vocecilla de
señorita pero dicen que tiene un par de huevos y es muy disciplinario que el
otro día mandó fusilar a dos requetés por haberse dormido en la posición,
habían hecho que llegar de Santander y estaban derrengados con cuarenta de
fiebre. ¿A qué habremos venido a este pueblo infernal que hasta hace poco día
no conocía nadie y del que hablan en la actualidad a toda plana? A dejar aquí
los huesos, a convertirnos en mojama y que nos den luego unos centímetros
cuadrado en el Valle de los Caídos. Nos estamos sacrificando por el futuro de
la patria, pero yo no oigo cantos triunfales desde este pozo de tirados.
Únicamente el ralentí de los motores de la división Smirnoff - se llaman como
el vodka oye - que bufan allá abajo en la ensenada y aspiro el aire contaminado
de la trinchera y las pestíferas bocanadas de burro muerto. Advierto los primeros
contrafuertes del castillo medieval. Recuerda las fiestas de los salones, los
relevos de la guardia en la torre homenaje, un largo mirar. Naciste para ser
piedra de almena. Los tanques rusos se acercaban hacia nosotros a banderas
desplegadas sin tapabocas cubrepunto en la mira del ánima. Preparados a
disparar y a hacer boquetes. Un moro junto a uno de los caballones incendiados
en la parte de atrás allá donde los surcos habían sido almenara reciente se
prosternaba en oración a su dios batiendo suavemente con las palmas de las
manos vueltas hacia adelante el santo suelo. Con las mismas que acababa de
pasar la feminela para engrasar su precioso máuser adoraba a alá. Sujeté el
fleje expulsor de la bomba de mano con los dedos. La baquelita de la caja del contenedor
tenía un color negro brillante, fúnebre en todos los sentidos, icé la carga
explosiva en el vacío moviendo el brazo con todas mis fuerzas y la carga de
trilita produjo una suerte de ruido especial como el de un beso del espárrago
al entrar en contacto con la parte superior. Sonó un desbloqueo, luego una
detonación. La carga inerte se estampó. Me agaché y protegí la cara
escondiendola entre los brazos. Un compañero, servidor de la ametralladora que
operaba a mi lado, prorrumpió en un hurra ovante. Sus palabras estallaron lo mismo que un
triunfal latigazo. Se alzaban los gases fumígenos. Para ser la primera vez que
utilizas una peladilla de esas no marraste el golpe, Ursino. Es que yo creí que
el blindado que venía hacia nosotros era una borrega desmandada de la casa de
mi padre. El émbolo de la ametralladora seguía su trabajo. Se escucharon
alaridos temibles y empezaron a salir rusos del vehículo cazado, achicharrados,
cubiertos en llamas. Otros carros que venían a la zaga explotaron su misma
rodera entre las encinas pero eran más cautos, iban a chocar con nuestras
lineas medio a tientas y a ciegas y del todo sordos. Era un terreno batido por
nuestra propia artillería que se entregaba a los peligrosos alardes de fuego
amigo. Decid a los de Medina que cesen de batir el flanco que nos van a dejar
sin gorros. Detrás de los rusos venían los infantes del primer asalto. Los
atalajes de las máscaras antigás les confería un aspecto fantasmal. Fueron casi
todos segados en las oleada pero algún descolgado, rebasada la trinchera, fue a
aterrizar frente a nosotros. Teníamos tendidos paineles de señalización para la
defensa antiaérea. Sirvieron de poco. Lo mejor en estos casos es ocultarse en
la madriguera. Los zapadores habían colocado como cebo de los chatos una simulación
de baterías de cartón que nos resultaron muy útiles. Contra sus petos de
plástico fueron a estrellarse las bombas incendiarias. Eran gases vesicantes.
Creo que en Brunete se ensayó el napalm. Salvése el que pueda, escuchamos
decir, pero nuestro abandono y nuestra indefensión habían crecido con el paso
de los minutos. Teníamos sembrada de cadáveres la zanja. Muerto Dema, no había
razón para resistir. Uno de Ciudad
Rodrigo alzó bandera blanca. Nos disipareis. Nos entregamos. Nosotros también
somos obreros como vosotros. Viva la república y la revolución social. Poco les
valieron aquellos remedios, ni el trapo blanco que al poco quedó en rojo. Los
atacantes estaban como poseídos por una fuerza del mal. Por salvar el propio
pellejo. En la guerra si no matas mueres y ese instinto de supervivencia les
había hecho ser feroces. Todo el territorio estaba iperitado de impregnaciones
de radiactividad. La peor de todas, la
de la venganza bajo una nube de plomo. Aguantamos el chaparrón de acero como
dios nos dio a entender a una temperatura ambiente de cerca de cincuenta grados
que creo que hacía aquella tarde. El olor a gelatina del napalm se condensaba
con el del petroleo. A algunos cadáveres les salieron ampollas después de haber
exhalado el último suspiro.
Eran gases vesicantes.
Las tropas de asaltos se nos presentaron como si
fueran furibundos argonautas vengadores de una hecatombe estival. Los atalajes
de su escafandra estival eran verdaderas guitas del infierno, correas de la
muerte.
Y luego estaban aquellos anteojos de baquelita por
los que las pupilas amenazadoras como bombas de mano se salían de las órbitas.
-El tiempo de la venganza ha comenzado -atronó uno
de los sitiadores con voz recia formidable, casi de ultratumba -cavete
ne forte
graventur corda vestra in ebrietate et in crápula et in cogitationibus
seaculariis.
-¿Qué significa eso de cavete?- me preguntó Pepe Lita, el
asturiano de Soto de Luiña, nuestro enlace y al que el comandante había
ordenado que quedase de cabo de pieza vigilando el libre funcionamiento de la
ametralladora.
El páter, don Amalio, que en aquel momento acababa
de dar la Extremaunción a Jorge el de Bogajo, explicó que se trataba de un
imperativo latino que significa tener cuidado, andar con precaución. Jorge iba
para cura.
-Coño. Hasta para morir hay que saber latín.
-Estos son la zupia que ha recogido Negrín en sus
levas por los Carabancheles y otros barrios bajos de Madrid para traerlos aquí
a morir. Remember Brunete.
-Esta noche habrá luna y yo no la veré brillar- se
franqueó el bueno de Pepín Lita conmigo.
Ya estaba la ninfa Oréade en lo alto del firmamento
y se mostraba tan campante. Me acordaré
de ti, muchacho. Les será fácil borrar
el rostro de los que han caído. Mas no así la gesta. Su alma y su nombre serán
imborrables.
Un ranchero no trajo brulote (aguardiente de
azúcar).
-Venga, bebe. Cavete. Hay que estar preparados. De ir para alante
que por lo menos nos lleven bautizados. Los efluvios de aquella mezcla etílica
nos metió en el cuerpo mucho coraje. Ibamos para la muerte con vientos en las
velas.
-Fuego.
-Fuego a discreción.
Apretamos con mano temblorosa y vacilante el detente
del mosquetón; proseguía la sarracina, un almodrote de pólvora y de misiles que
llegaba por todas las partes. Reconocíamos la voz de los nuestros sólo hasta
que sobrevino la debacle. Los llanos de la Mocha se habían convertido en
falbalá de polvo y llanto, de crujir de dientes. Casi se sentía el ruido de los
cascos de los caballos de san Juan al trotar por la planicie. Todo ardía y era
destruido.
-Pienso en el Oviedo de Fruela arrasado por los
árabes- dijo Lita de pronto -. Pero Maragato luego derrotó a Mohamed en la
batalla de Pilares. Así ocurrirá con nosotros.
Era la catástrofe, el derrumbe general. La parusía
escrita por un judío antirromano. Alguien que contempla la segunda venida en el
espíritu de la modernidad. La revelación no es más que un cambio y allí
estábamos nosotros siendo revelados, que no relevados. Unos días de permiso era
lo que nos hacía falta pero nunca se nos dio.
Pensé en el fuego eterno y en la esperma yerma que
afligiría a los ninivitas cuyo gran pecado fue el de sodomía tan desagradable a
los ojos de Dios puesto que presupone una prevaricación de la naturaleza. De
esa manera habían empezado a pingar nuestras existencias sobre el vacío.
-¿A qué viene eso?
-Pues que lo pienso.
-Hay que ver las cosas que se ocurren, Lita.
Tenía el pelo negro como el coaltar, puro alquitrán
y una buena disposición de miembros, un cuerpo hecho para arremeter, para irse
a la cobija, era el del enlace.
El páter se puso la estola y enarbolando un
crucifijo se fue acercando hacia los
tanques mientras entonaba las estrofas de un penitencial mozárabe, el Attende,
Domine, et miserere.
Vimos entonces a un sepulturero con un legrón abrir
un trenque. Su agitada figura era semejante a un espectro, a una aparición que
nos sacó de nuestras cavilaciones enigmáticas. Los rojos se nos echaban encima
haciendo un alarde alaridos y de cápsulas fulminantes gritando lo mismo que
nosotros lo de fuego a discreción. El campo se llenó de cadáveres y de
trayectorias invisibles de los disparos haciendo blanco sobre las crestas.
Estábamos en medio de una refriega con cargas de la caballería ligera. Aquella
era una película de indios con fuego real.
Los teníamos a una distancia donde son peligrosas
las bombas de mano y se impone la lucha cuerpo a cuerpo: a menos de diez
metros.
Yo también hube de saltar de la tronera en aquel
instante. se había atorado un proyectil en el ánima de la ametralladora.
Estaban atascados los émbolos.
El feo
misterioso.
Aquel señorito al que llamaban el feo misterioso era
el que iba a bailar a la Bombilla. Fue el que hizo de la bella y gentil Alcalá,
convento suplicante de la ciencia y la unidad querida por Cisneros, una almenara
de odios. No reivindique nadie su memoria que él fue el culpable de los dos
millones de muertos cuya losa pesa aún sobre nosotros. Los que dicen que era un
gran escritor se manifiestan con la euforia de los que creen que acaban de
descubrir las sopas de ajo. Luego la preparó me cagüensu, y ahora todos a
aguantar mecha con tanto lío que no queda otro remedio. Pero pasaba que la
guerra parece ser cosa muy de españoles que cuando se ponen a hablar siendo de
inclinación inteligente acaba en un monólogo sin concesiones y entonces ha de
ser la lid, pues ninguna otra salida queda.
-Quiquiriquí, sacarme de aquí.
-Quiquiriquí, que vienen a por mí.
Entrabamos en un laberinto de miradas y de espejos
donde el azogue refractaba la luz de una espada brillante.
Nos vimos todos ya de cuerpo presente. Era llegada la hora de la desesperación sin
misericordia ni contemplaciones. Hubimos de sujetarnos de forma permanente a
una dieta de gazpacho con guindillas y arroz con garbanzos. Por dios os lo pido
no revolváis el potaje. Nos acivilamos, todo el país pareció caer en la noche.
Se oían gritos por los barrios de gente acuchillada. El auriga sujetaba el
acial y nosotros, bestias de carga, nos empeñábamos en seguir pegando cabezadas
y pertugadas. A Garcilaso, luz muy esclarecida de nuestra nación, lo
sustituimos por García Lorca. Los palenques literarios mostraban a los enanos
encaramados a la altura de los gigantes. Me acosté con una negra de Santo
Domingo. Unas nalgas preciosas, tú. ¿Dónde? En un local de ambiente que llamaban Zelbeñie de la calle Magdalena. Era un
chigre como todos pero con la particularidad de que por cada mil duros que te
gastases en la consumición se te permitía besar a una camarera en la boca. Por
cada dos mil en las nalgas y por cinco mil te acostabas con ella. Por eso le
llamaban Zelbeñie o Beso Gradual. Lo había abierto un comisario soviético de
raza judía que por lo visto era de libidinosas inclinaciones. Buen morbo se
gastaba el gachó.
El sacristán luego poniendo en juego su poderosa
octava empezó a entonar un responso por los niño muertos, por las criaturas
abortadas que no llegaron nunca a colmo. Un arcángel de alas negras cubría los
campos de la muerte en lo que el diácono despachaba las solemnes letanías.
Estábamos fatigados de insomnio y de aburrimiento.
Nos conducíamos como bestias viviendo una vida fantasmal. No se nos corregía la
triple papada ni eso de las micciones nocturnas que ibamos todos a acabar
prostáticos. Al cojo de Mamblas cuando le curaron la pierna - todas las
amputaciones son dolorosas- vino a hacerle el embozo de un hospital de sangre
sito en la ciudad de Ávila una enfermera alta de perfil bizantino y gestos
majestuosos. Al herido se le fue todo lo que tenía entre las ingles para
arriba. Fue sin querer pero el cacharro entró en ebullición con bastantes ganas
de guerra.
-¿Dónde te atizaron, falangista?
-En Quijorna. Nada más llegar.
-Pues también es mala suerte. Pero cúbrase, cúbrase. Uy qué horror.
Acto seguido el cojo de Mamblas tuvo una polución y
también dos a vista de aquella maravillosa enfermera cuya visión le había
deparado el cielo. Y es que lo que no puede ser no puede ser. Antes se pierde
el diente que la simiente y no digamos nada cuando se es joven y un obús
traicionero te trincha una pierna.
Vino un sanitario con pinta de borrachín y la nariz
en forma de cebolla que le recriminó su conducta deshonesta.
-Pero ¿no te da vergüenza, soldado? ¿Delante de la
matrona jefe, nuestra solícita presidenta?
El cojo de Mamblas estaba todo corrido de vergoña.
-El segur de la guerra me cortó una pierna, lo otro
no. Lo otro lo tengo cada día más grande. Hasta parece que me ha crecido.
Pronto va a parecer la nariz de Felipe González-peroraba con su voz melodiosa y
con ese acento de cristal sonoro en el que se expresan las buenas gentes de
aquel lugar que parece que estar siempre hablando a una mula pasera de las
Morañas y ésta las escucha con parsimonia de los cuadrúpedos avezados a todo
camino.
-Dénle baladre al animalito.
-¿Lo quieres envenenar?
-Eso mismo. Las gentes de bien en las aldeas sólo
nos divertimos haciendo daño.
-Ya sabes -prosiguió muy terco-. Todo hombre de bien
lleva en la frente la señal de la coz de una mula.
-Eso es de Campoamor.
-Pues ahora dígotelo yo que empiezo a barruntar el
fracaso. La fuerza de la sangre es una quimera.
-Vete con ese cuento a Hinaulafen maestro de novicios de asesinos.
Antes vestían birrete, sotana, fajín y hasta
esclavina; ahora los vemos con capucha y una gran bandera que imita la Unión
Jack inglesa. Ya sabréis quién es el padrino de tanto bautismo de sangre, de
tanta sopas con honda vaticanas. El que tenga oídos para oír que oiga.
-Ah pues yo qué coños sabía.
-Nuestra vida cotidiana es una pesadilla,
-¿Verdad que ése tiene también cara de mula? Creo
que me explico.
-¿Y qué nombre le ponemos?
-Lo que el burro quiera.
-Le basta y le sobra con que le denomine RH El acróstico ha de sentarle bien a quien va
de malo por la vida. Como el j. r. de Dallas. Igual que el otro tiene éste la
cara de palo y por él no me extrañaría nada que anduviéramos a palo otra vez.
Desde mi tronera mientras arremetían los tanques
rojos y nos arrollaban veíamos cruzar tales imágenes del futuro. Se avecinaban
tiempos difíciles. Nosotros derrotaríamos a la bestia en el campo de batalla
pero ésta ganaría la guerra de las transmisiones propalando mentiras que
habrían de sentar cátedra de verdad en lo sucesivo.
Los accesos boscosos a Madrid por aquel entonces
eran una catacumba a cielo abierto. Nosotros combatíamos la esclavitud. Ellos
venían cantando el celebre latiguillo de viva las cadenas con sonoros mueras al
capital.
-Salud y revolución social. Arriba la república.
Nosotros cantábamos Arriba España que creo que queda
mucho más bonito:
La camisa azul postinera, el yugo y las flechas por
blasón, al cinto la repleta cartuchera,
sobre el
hombro un nuevo mosquetón.
Allá va por la blanca carretera un valiente y
gallardo mocetón a defender, dispuesto, la bandera, de Falange Española de las
Jons.
La guerra se hace con canciones o, de lo contrario,
ni nos movemos de casa. Ellos traían los deberes hechos al campo de batalla y
entonaban sus propias cantinelas más irreverentes que las nuestras.
No queremos Dios ni queremos catecismo. Lo que
queremos es el socialismo que es mucho mejor.
Y queremos comunismo.
Menos poéticas sus tonadas pero tal vez más
efectivas. Se veían venir los estallidos de la sangre. Y repetían estas
canciones hasta un suplicio de las gargantas con el ardor inaudito de
estudiantes calabazanos. Por eso perdieron la contienda porque carecían de un
dios que les protegiera durante la ardua empresa acometida.
Los comisarios cazadora de cuero y pistolón al cinto
recorrían las posiciones. Por las noches a través de la radio escuchábamos a un
tal Arturo Barea de voz aguerrida y fuerte.
Era un buen periodista de un estilo pugnaz y nada finchado, uno de los
puntales más destacados de aquel régimen. Daba gusto escucharle y más de uno,
atraído por sus ideas, se cambió de bando, pero la mayoría de la programación
nocturna de Unión Radio eran habladurías enconadas y caían en ese desmadre que
ha caracterizado a los judíos: la falta de gusto, las modas perversas y toda la
carnaza de la que ellos siempre se libran y se la venden a otros sin otra idea
en mente que la de corromper a los pueblos.
Me volví zahareño y poco comunicativo. No era menos
ante el espectáculo de la carnicería que se estaba produciendo ante nuestras
propias barbas.
-¿No podríamos parar esto, Isidoro? Hacer las paces
y fundirnos en un abrazo de Vergara y marcharnos a España de una vez.
- No podremos, Ursino. Ellos no quieren. Sus jefes
son los que han empezado la fiesta.
-Vamos a explosionar con una bomba en este sequizo.
En el frente me sorprendió no haber encontrado
ninguna preocupación política. Repetíamos como papagayos las cuatro ideas que
nos habían metido en la cabeza los instructores. En los ratos francos de
servicio la gente jugaba a la brisca y al principio, antes de que comenzara la
friega se habían jugado partidas de mus por poderes de trinchera a trinchera.
La trinchera vino a ser un símbolo de la España
negra, irredenta nadando en la apatía. Nos tratábamos de sacudir el tedio y el
miedo jugando a las cartas. La sequedad de los campos de Brunete se compaginaba
con la sequedad de nuestra alma. Luchábamos hermanos contra hermanos
repartiendonos la tierra como tigres. Emergíamos de los podridos pueblos con
ideas cavernícolas, la saña a flor de labios, la mentalidad puntillosa y la
fiebre de rencores antiguos. Toda aquella rancia ira tuvo que explotar en pleno
campo de batalla.
Menos mal que no había viejos cotorrones aunque no
nos faltaban jóvenes zorroclocos. Si te descuidabas un poco, te robaban hasta
la camisa. Algunas veces me acordaba de Membibre y pensaba en mis pobres padres
y trataba de imaginarme lo que estaban haciendo los míos en un momento dado,
sobre todo cuando me encontraba vigilando en la garita. Abría la ladronera de
la puerta de la posición y dejaba que volara el pájaro de la imaginación detrás
del cordal de las sierras:
-Ahora estarán saliendo de misa. Ahora mi padre
habrá bajado al molino a dar agua a los machos y en lo alto de la torre de la
iglesia crotorarán las cigüeñas alabando a dios en su nido por la reciente
puesta. El tío Anacleto estará en las eras amontonando la parva en el troje.
Y se me oscurecía la mirada velada de lágrimas. Pero
cuando más añoranza tuve de mi pueblo fue el once de noviembre de 1936. Era la
fiesta de san Martín el misericordioso, el de la capa rasgada ante el pobre y
dicen que es el que más mira por los borrachos, en casa le teníamos una gran
devoción, él debió de cuidar de nosotros preservando nuestros huesos intactos y
logrando que todos los hermanos regresáramos a casa incólumes después de
aquella gran borrachera de la guerra.
Hubo una explosión terrorífica como un relámpago. Se
alzó sobre los cielos el signo de la centella y había una granazón de estrellas
que aparecieron de repente para pasmo de los que allí nos encontramos. Los
investigadores de la geofísica moderna no han dado aun con la clave de aquel
suceder.
La barba de Moisés volvió a partirse, instalada en
el cacumen del monte Horeb. Los sacos terreros haciendo terraplén se vinieron
hacia nosotros con gran fracaso de grita y de maldiciones.
-Nos entierran vivos. ¿Hay un dios justo para
merecer nosotros este castigo?
Precisamente nosotros que nos esforzábamos por el porvenir de esta
tierra que pertenece a los españoles todos, a los vivos y a los muertos. Lo que
antecede y lo que sobrevendrá. La patria es un patrimonio común inviolable.
Perdida la gravedad, fui catapultado entre
radiaciones de las armas automáticas anunciadores de que el nido de ametralladoras
había sido recuperado para las armas de la República. Me quedé con el percutor
de la Hochkiss en la mano y la cinta de la ametralladora terminó por
enroscarseme al cuello lo mismo que si dijéramos una serpiente fatídica. El
bronce de Aneo que señaliza los presupuestos de la conspiración.
Aterricé en posición invertida los pies para arriba
y la cabeza boca bajo.
Estaba experimentando sobre mi propio cuerpo los
efectos del cambio que habría de producirse de allí a unas fechas.
En las postrimerías del siglo mi sobrino toparía con
aquella cruz invertida en los muros sagrados de la iglesia mayor de Arévalo y
en los de santa María Micaela de Villafranca del Castillo, porque precisamente
en la bajada de donde estaba nuestra posición se erguiría a finales de los
noventa un templo circular con la cúpula ochavada a modo de linterna mística.
El párroco, un hombre joven que se parecía a san
Juan Bosco, puso el grito en el cielo ante aquel desafuero. Ninguno queríamos
la cruz inversa pero por lo visto los españoles de estos tiempos tenemos que
comulgar con rueda de molino. Aquel símbolo formaba parte de la conspiración
universal, que orquestaron los
fementidos.
Una patrulla de gamberros amargaba las noches al
pobre párroco con sus serenatas de baloncesto, litronas y retozos sobre la
hierba del parque. Las pequeñas bestias descubrieron un placer secreto en
causar destrozos. Acabar con las marquesinas de las paradas de autobús, pintar
símbolos macarras en las paredes urbanas que aparecían a la mañana siguiente
como alizares salidos del pincel del diablo.
Invocaban por padres todos ellos de la movida a un
tal Pablo Picasso.
Obedecían a una consigna furiosa que recurría al
escorzo diabólico por doquier y al píntale de verde. Destripar el mundo. Dar la
vuelta al aire.
Como la gente dejó de acudir a la iglesia éstas
permanecían vacías o cerradas a cal y canto.
Donde estaba la viña en la que cayeron tantos de
ustedes, tío Ursino, frente por frente del templo al que he aludido y que
tantas dificultades está encontrando han levantado un supermercado. Hay un
mesón de churrascos argentinos y una taberna regida por una de las mujeres más
perversas que he conocido, Moña Reoctava que bajó de las montañas a escupir
odio sobre nosotros. Chigres y tugurios tampoco faltan en la barriada. El vicio
prospera tanto como el desaliento y la incomunicación.
Te prometo que el ángel que veló por vosotros en la
batalla y os llevó al buen puerto de la eternidad a los que caísteis a causa de
la lid por la patria me echó una mano en más de una ocasión. Por ejemplo,
cuando quiso pegarme un turco. Sólo consiguió arrancarme la cruz de un
escapulario que llevaba encima, pero el gancho era un directo fortísimo que
alguien impidió. Dicen que los borrachos tenemos por abogado a san Martín a
cuya intercesión debemos el que al cabo de las tenidas lleguemos al hogar con
los huesos en su sitio por más que molidos por las folías del etílico y la
incomodidad de las resacas.
En este lugar estuve esperandóos a todos entre mis
libros con los que me he decidido enterrarme para hacer la higa a los inicuos.
No ha llegado el que esperaba. La pobre Teresuca hizo por mí lo que pudo en
vista de las muchas dificultades.
-Eres un hombre con mucha entereza.
-Y con muchos pecados a las espaldas - dije yo -. Es
preciso que alguien venga a mi resguardo. Porque estoy condenado. Vivo en el
infierno.
Habló en aquel preciso instante una voz por los
megáfonos.
-Estáis copados. Rendíos. Salgan todos de la
fortificación con las manos en la nuca. Entreguen las armas.
Todavía resuena en mis oídos el estruendo de aquella
voz potente de acento conminatorio e imperial. El sol se hundía por las
quebradas donde crecía el albardín y todo el esparto y la retama habido y por
haber. Con esta planta se curtieron muchas alpargatas de los que murieron en
aquella guerra. La recia alborga de los que cayeron besando a fuerza de pasos
sobre la arena trenzó una historia de miedos y de heroísmos a gran escala.
Nos habían vestido un mono de peto. Dejaron un arma
en nuestras manos y nos dijeron que tirásemos en aquella dirección. Algunos
perdimos el gorro azul de levita roja con dobladillo encarnado al saltar sobre
las trincheras rojas al grito de arriba España y el peto del mono azul quedó
agujereado por orificio de balas.
De la misma manera que apuntábamos para un sitio, la
verdad sea dicha, podíamos haber apretado el gatillo a favor de los otros. Qué
miedo cuando se enfrentan las dos Españas pero aquella confrontación se había
hecho estrictamente necesaria.
Se escuchaba un clamoreo sordo de fuego de mortero
que poco a poco se apagaba. Fallaba la altimetría y flojeaba la moral. Los
moscas alemanes en los cielos de la vertical de Quijorna se merendaban a los
chatos rusos. La artillería de campaña enviaba recomendaciones de fuego desde
la Ciudad Universitaria a todos los edificios de Rosales y del Parque del
Oeste. Se combatía casi cuerpo a cuerpo en el Campo del Moro.
-Ramiro, no me jodas. No recules, quedate fijo al
terreno. Si corremos es peor. Nos tienen
a huevo. No conviene amagar a la suerte.
Venían en oleadas. Aquella eclosión de milicianos
parecía una invasión de hormigas.
Poco a poco se fueron haciendo más prolongados los
retumbos de los estampidos. El enemigo se descolocaba y el cañoneo cesó al
punto.
Abandonamos la casamata como nos indicó el
comisario. Sólo nos presentamos Lita, el cabo asturiano que había recorrido
todo el sector del frente como enlace de patrulla en sus tareas de
reconocimiento, y un sargento marroquí de Regulares, muy maltrecho a causa de
una herida en una pierna. Se le estaba poniendo la piel de color verde. Vendría
pronto la gangrena.
Una formación de milicianos desperdigados en
semicírculo frente al foramen del pozo donde estaba instalada nuestra casamata
nos apuntaba con sus armas. Miradas hoscas atenazadas por el odio y los deseos
de revancha. No nos llegaba la camisa.
-Os ha llegado la última hora.
Nuestros enemigos las armas montadas tenían mal
pinta. Antes de la guerra debían de haber estado presos. Azaña vacío el penal
de Chinchilla y del Dueso y mandó a sus inquilinos para el frente. Las primeras columnas de vanguardia de los
que operaban en Brunete contaban con una extracción patibularia.
Su aspecto y su mirada especial de desesperados
delataba que a ninguno les importaba perecer en aquel envite porque todos ellos
se habían prometido en esponsales con las parcas.
El que parecía su arráez, un sargento de Ingenieros,
con toda la pinta de recién escapado de una cuadrilla de titanes y al que
llamaban Ponderal, se acercó hacia nosotros.
Lita se derrumbó llorando como un niño temblandole
la barba. Noté aflorar unos efluvios que no eran los de la cadaverina averiada
de los mulos despanzurrados a nuestras espaldas, sino de la corrupción
excretoria. El asturiano temeroso de ser fusilado sobre la marcha exoneró su
vejiga y se descompuso en los mismos pantalones ante la escudriñadora mirada
del sargento Ponderal.
No había podido aguantarse. Es un acto reflejo de
los condenados a muerte.
Ponderal, quien ya nos había dado muestras de lo que
era capaz de hacer al haberse ensañado con el cadaver de nuestro comandante
muerto al pie de la encina centenaria, nos echó su aliento a vinazo y
prorrumpió en una estentórea carcajada. El diablo se había reído ante nuestras
mismas barbas.
-Vaya unos valientes. Vosotros sois los falangistas
forajidos, la esperanza de la patria. Y una leche. Os cagáis en los pantalones.
Sois una mierda. No valéis para nada. Maricas, fascistas de mierda.
Aguanté el chaparrón mordiendome los labios. Cuando
estaba de rodillas el energúmeno nos conminó a que levantáramos pero de un
patadón en plena cara volvimos a rodar por tierra. Empecé a echar sangre por
las narices.
Muley a pesar de estar tan malherido era el que daba
más muestras de querer vivir, a nosotros este aliciente nos importaba menos, a
mí particularmente, que soy muy decidido.
El sonido del fuego de artillería en la distancia
cada vez más en mengua ponía contrapunto a la pella de recriminaciones
invectivas del energúmeno.
El pobre Muley se prosternó a tierra en gesto de
sumisión y acatamiento a la vista de aquel coloso que lucía galones nuevos
dorados y una estrella roja de cinco puntas del tamaño del ojo del cíclope. Sus
lágrimas y su desesperación poco antes de ser fusilado me llenaron de indignación
y evoqué la tristeza expresada en el poema del conde de Foxá que trae a la
memoria sonoridades del ardor de las batallas de un medievo en cantar de gesta
fronterizo en algaradas de expugnaciones de castillo y campiñas taladas durante
razzias de primavera cuando en Córdoba la sultana reinaba en su trono un califa
por nombre Abderramán de ojos azules pues era hijo de una cristiana.
La mirada del moro expresaba el señorío y la
resignación del humilde. Era sin duda un buen creyente y mejor hijo del Profeta:
“No llores, Abdelazís; no llores que vas a España. Que el fusil te lo da
Franco y en su fusil su palabra; y está el jardín del profeta al otro lado del
agua - Ya están girando las hélices, ya en el avión embarcas, ya vuela sobre las
nubes la flor morena de África.- ¿de quién son esos tejados y esa puerta
regalada?- Esos tejados, buen moro, son la ciudad de Granada. Sus ojos mirando
al suelo se le llenaban de lágrimas. Los Regulares de Ceuta llevaban pardas
chilabas. -¿Dónde está Córdoba, amigo? Mi Córdoba la nombrada. -Los rojos la
están cercando, casi la tienen ganada. ¿Por qué no vuela ese pájaro? ¿Por qué
no mueve las alas? (Bajo los roncos motores sonaban tenues campanas) Que
llegaban a Sevilla, jazmín y remo, en el agua barcos del Guadalquivir, el
limonar del Alcázar y en los turbantes, la sombra antigua de la Giralda. ¿Harás
el te en las trincheras, Abdelazís por España? Platerillo de Tetuán, babuchero
de sus plazas, el que vendió las ajorcas desde Arcila y Casablanca y en Fez no
estudió el Corán porque pertenece a Francia. Sé que caerás una noche y Alá sabe
en qué batalla. No sé si será en Toledo o en Oviedo la cercada o te helará con
la luna la Ciudad Universitaria. Pero sé que está tu sangre defendiendo a mis
campanas, mis libros del Escorial y mis custodias labradas. Que al otro lado
del monte los hombres sin dios te aguardan, con tanques de oro judío y cien
banderas de Asia. Si mueres Abdelazís sobre los surcos de España, no el zoco
chico de Tánger celebrará tus hazañas ni el domador de serpientes contará sólo
tu fama. Los poetas de Castilla te dirán con lengua brava: también tienes tú tu
lucero, español de piel tostada”.
De la punta de la bayoneta recién ahincada en la
carne del capitán Dema manaba todavía un reguero de sangre que había venido
salpicando una hilera desdichada desde donde yacía el defensor del Vértice
Mocha bajo la encina inmensa y misteriosa y el mantelete de nuestra empalizada.
-Dema Giraldo. ¡Presente! Has sabido morir como sólo saben morir los
hombres.
El comisario de casaca de cuero - llevaba las
solapas de la zamarra alzadas como si hiciese frío, un hecho insólito en medio
de aquel tórrido verano en el que se nos heló la sangre- se acercó con ademán
chulesco.
Aquel gachó no venía desde luego con sanas
intenciones.
-Pedir perdón, paisa, - oí exclamar al rifeño en
chapurreado castellano.
-No se te concederá.
Volvió a prosternarse ante su raptor Muley pero el
sargento Ponderal hizo oídos de mercader ante sus protestaciones de inocencia.
El tirador de Sidi Ifni era hombre muerto. Ni siquiera le dio su verdugo
oportunidad de incorporarse para recibir a la muerte en pie.
Ponderal metió su dedazo enorme por la ranura del
guardamonte de su carabina último modelo. Metió en el cuerpo del indefenso
musulmán toda la munición de su canana. Lo menos treinta disparos que
atestiguaban la saña y el mal corazón del odio empecatado. Ante el espectáculo
de semejante salvajada no lloraron los cielos de España pero un ángel que se
cuida de guardar estos desacatos al mandato divino debió de anotar aquel hecho
infame en las páginas de un cuaderno negro cuyo contenido no será revelado
hasta el día del juicio final.
Aquello estaba mal. No era digno de la condición
hidalga que se le atribuye a un español, pero las fuerzas cósmicas que inflaman
el corazón de los atolondrados mortales para que cometan semejantes atropellos
habían sido emponzoñadas por ese odio y ese oro judío que pide revancha. El mal
espíritu del demonio cainita se había metido en el cuerpo del sargento de
Fortificaciones. Rusia bajo las garras del odio hebraico se había convertido en
santo y seña de toda aquella iniquidad, pero no eran rusos sino judíos los que
estaban detrás y otra vez tendrían que pagar justos por pecadores en la
devolución de visita. Que bien sabía la bestia simular sus actos y encubrir sus
masónicas coartadas. Todo daba la impresión de justamente lo que no era. Los
gazapos de la camada de la liebre maligna cubrían los surcos de sangre de los
campos de España.
Un día la careta será descubierta y caerá la
máscara. A lo mejor no tardando mucho.
Todo un cargador contra un pobre morito que había
sido reclutado en una de las últimas levas prometiendo el paraíso de Alá a los
creyentes que cayeran en la guerra santa de la recuperación de España.
Aquello clamaba al cielo.
-Muere, moro hijo de puta.
Un blasfemia puso rúbrica a aquel instinto de
venganza en el que no aleteaba la conformidad castrense; únicamente un prurito
criminal. La verdad y la justicia habían sido puestas con las orejas de burro
de cara a la pared. La heroica España estaba en el dique seco. Aquello clamaba
al cielo.
Los sesos con toda la pía mater y la sustancia gris
del puntero salieron proyectados contra las rocas en salpicaduras de pringue
funesto y se mancharon de encarnado las junturas de los sacos terreros, la
esquirla de un hueso occipital quedó prendida entre las ramas de una mata de
hinojosa. El esbirro había vuelto a tajar con golpe certero pero la historia de
todos los pueblos está escrita con estas grandes gestas de martirio que jamás
podrán ser reclinadas en los comulgatorios del olvido.
Una cinta de su turbante verde voló por los aires, igual
que el alma del pobre Abdelazís, y se ensortijó con las zarzas de la sebe de
una torrentera seca y sangrienta. El carnero de Abrahán. No hubo voz de dios
hablando entre las zarzas evitando el holocausto inane del justo Jacob, pero
aquel trozo de gasa ensangrentado anunciaba a los tiempos venideros un futuro
de esperanza y voló a anunciar la liberación hasta las montañas cubiertas de
blancos penachos del Atlas. La muerte es como la coz de un caballo, o la patada
de la mula Romera cagando sobre el declive.
Entonces pegué yo un grito con voz formidable. Una
fuera extraña que despreciaba la vida propia y la seguridad me impulsó a
plantarme delante de aquel sayón. Pensaba en la justicia de lo que ha de venir.
-No es justo, Ponderal. Esto va contra las normas
del derecho internacional. Es preciso respetar la vida de los rehenes. A los
cautivos de guerra no se les fusila así sin más.
La Virgen del Rehoyo cuya imagen sentía dentro del
pecho como un imán de salud, de vida y de fuerza, me infundió valor para plantar
cara.
-¿Y a ti quien te dio vela en este entierro? Mira
que no me retruques porque soy capaz de hacer contigo lo mismo que hice con él
y más.
Por toda respuesta me desgarré la camisa azul y
ofrecí el pecho a las balas.
-Vamos, gallina. Dispara si tienes cojones contra un
hombre desarmado. Yo no soy moro, sino cristiano pero me siento más próximo a
él que a ti aunque seguramente estés bautizado. Él es mi prójimo. Tú mi
esbirro.
Ponderal quedó desconcertado y sin saber qué
hacerse. Pero parece que le turbó mi discurso haciendole recapacitar sobre lo
ilógico de su conducta.
Entonces fue cuando sonó detrás la voz de uno que
reconocía yo. Era un grito de los de mi pueblo. El canto de los juegos de
infancia. El Chafa mi rival en los amores vino a ser mi defensor en aquella
circunstancia de vida y de muerte.
-Alto el fuego. No le liquides, Ponderal que ese tío
es de mi pueblo. La cara alargada, la cabeza como la ojiva de uno de esos
pepinazos que nos envían desde sus cureñas y plataformas envenenadas los del
trece ligero que atrincheran sus baterías detrás de la loma, y en el occipucio
un lobanillo de grasa, los ojos chiquitos como de pollo de perdiz y el pelo
colorado como el de algunas ratas, algo caído de hombros, el labio superior fuerte
y como partido, las piernas largas con buenos calcaños, y la voz chillona que
parece que cantan. Este tiene que ser un hijo de la tía Paula. Un Parra.
Reconocí la voz del Chafa a mis espaldas. Pero coño
¿qué haces tú aquí? Pues lo mismo que tú. Anda que contento me tienes. Vaya una
jupa que nos han dado estos moros. Hay que reconocerles el merito que tienen.
Con la carabina en la mano no se les despinta una bala. Nuestros jefes están
que trinan. El otro día en Majadahonda cortaron la caballera a todo un batallón
del Hipomóvil. El Campesino no ha dicho que moro que agarréis es moro muerto.
Hay que desjaretarlos. Al que cojamos prisionero no les arriendo la ganancia.
Pero yo no soy moro. Yo soy de Membibre de la Hoz. Hay que ver que cosas. Las
vueltas que da la vida. ¿No tendrás un cigarro, Ursino? Me quedé sin tabaco
esta mañana y estoy que trino con estos nervios, con los ataques y
contraataques. No creí salir vivo.
¿Cómo es que me podía haber reconocido mi
coterráneo? Jamás podría yo explicarlo. Sólo sé que aquella mala bestia al que
llamaban Ponderal se quedó quieto, medio alelado. Un ángel debió de pasar por
los campos de Brunete a la hora de aquel ocaso dejando inerte aquella mano
levantada a punto de bajar asestando sobre la víctima un golpe de cuchillo. Una
fuerza oculta sirvió de lastre. El centurión Longinos hundió su lanza en el
costado del que manaron el agua y la sangre pero no procedió a la crural. A
Cristo no le rompieron las piernas en la cruz porque el Padre había dispuesto
que no descoyuntasen miembro alguno de su cuerpo. Todas las compartes
permanecerían intactas.
Ponderal había rematado a nuestro comandante al que
después dieron la Laureada y pocas tan merecidas y mira que en Brunete se
derrochó heroísmo pero como el de nuestra comandante muy pocos. Cierto que tuvo
que apoyarse en el saltaparapetos para resistir el dolor y la desesperación de
aquel instante, pero ¿quién no?
Se ha fraguado a lo largo de los siglos una historia
poco verosímil de los valientes y de los santos. No son retratos al pastel ni
figurillas de mayólica sino hombres muy de carne y hueso.
Por lo que a mí se refiere, se me condonó la gracia
de vivir en el postrer instante. Iban a
descargar todo un peine de munición cuando fueron pronunciadas aquellas
palabras de misericordia en el último instante, del Chafa, no me cupo la menor
duda. Lo había enviado en la oleada de atacantes la Virgen del Rehoyo.
Detente, Abrahán. Ahí tienes un carnero de un año
con los cuernos enredados entre las zarzas. Que el recental ocupe el lugar del
holocausto que correspondía a ese pobre fascista. Era una fórmula de oración de
sustitución a gran escala. Había que encontrar otra víctima para alimentar la
cadena, para cebar al monstruo. Para eso es para lo que sirven todas las
guerras para hacer de válvula de escape a la codicia estúpida y a las
condiciones regresivas del ser humano que mata por prurito de matar. La bestia
humana se cría en malas entrañas. El frenesí predatorio y el instinto carnicero
forman parte de su naturaleza. Al hombre y a la mujer les gusta la guerra
permanente.
El coloso bajó el arma que apuntaba mismo contra mis
sienes. Estoy seguro de que una mano secreta lo contuvo porque estaba dispuesto
a liquidarme de la misma manera que acababa de hacer con el rifeño. Alcé los
ojos y vi dibujarse en los alto los perfiles de la Madre de todos nosotros.
Otro prodigio. Las lomas guadarrameñas se iluminaron con su sonrisa de
compasión llenando de una fragancia especial los aires. Tenía la cabeza algo
inclinada hacia el lado derecho conforme la pintan los imagineros orientales.
Aquella mujer excelsa que aplastaba la cabeza del dragón con sus plantas
triunfales de la muerte y los engaños y añagazas de la carne no podía ser otra
que la patrona de mi pueblo, la Virgen del Rehoyo que había venido a visitarme
luciendo lo mejor de sus galas azules. Estaba en su trono aéreo impávido e
ingrávido esgrimiendo su sonrisa por encima de las densas nubes que había
formado la deflagración artillera y el humo de los incendios. Se habían
socarrado las cosechas de aquel año y las vides mostraban su luctuoso
inventario de muerte, sarracina y de cepas descuajadas.
Mientras, el Perpetuo Socorro planeaba desde lo
alto. Habíamos padecido mucho, pero yo velo
por todos vosotros, estoy con todos los hombres. De ella se reían los judíos y los impostores, los
que adoran a Baal y a Mamón y sólo tienen por máxima deidad a las cajas
fuertes, los afiliados a la única seguridad tajante - para ellos lo concreto y
redituable- del numerario. Bancos, dadme cuentas corrientes, el dinerete, lo
único importante. Aquí lo que hemos de
hacer es ir a lo positivo.
La patrona de mi pueblo estaba allí según anunció el ángel. Dios permitió que yo columbrase su imagen
gigantesca ocupando la mitad del hemiciclo del horizonte para aumento de mi fe
y como experiencia inenarrable en recuerdo de la Batalla de Brunete. Un signo a prueba de balas. Salvé la vida e
hice la promesa de acudir a dar gracias si salía vivo de aquélla. De momento no
me habían herido ni causado ningún daño; era un simple prisionero.
Nuestra Señora del Rehoyo se venera en Membibre de
la Hoz desde el siglo XII. Ha
desaparecido la vieja talla de madera y unos imagineros nos fabricaron una estatua
con el pelo rojizo, los ropajes con pliegues majestuosos, eso que se da en
llamar en arte técnica de paños mojados. Demasiado mojados porque como después
me diría mi sobrino que para eso es periodista y es de los que está siempre a
la que salta se fijó en que a esta imagen de la virgen se la notan las piernas
desnudas y las curvas del pubis y la región iliaca que dejan entrever la
escotadura de un biquini. Vamos que la quitas las manos juntas y como en
oración y es como para sacarla en una revista del corazón. La antigua talla del siglo XII fue vendida
por un párroco desaprensivo a un anticuario, en plena debacle de los años
sesenta, cuando se produjo la segunda desamortización religiosa de Mendizábal,
y se pignoró nuestro gran patrimonio artístico. Pero mi sobrino que se fija en
todos los detalles dijo aquello que el hábito no hace al monje y que la virgen
del Rehoyo es la más guapa de España, vestida o desnuda que lo mismo dará. Todo
es del cristal del que se mira que diría Campoamor. El artista se inspiró antes
de meter la gubia en el tronco de aquel pino resinero en una muchacha con el
pelo rojizo. Parece una de la familia. Esta moza debe de ser de los Parras
ya digo.
Cuenta la leyenda que se había aparecido a san
Frutos quien mandó esconderla en una nava y luego al cabo de bastantes siglos
fue descubierta por un humilde pastor que sus ovejas guardaba. La ermita le fue dedicada en el
siglos XVIII sobre una antigua iglesia mozárabe cuyos muros
zagueros tocaban unas viejas cuevas. Se ha aparecido a mucha gente del pueblo.
Entre ellos a mí que
desde entonces tengo en gran atenencia estos prodigios marianos, tan necesarios
para una época
tan descreída
como la que nos ha tocado vivir. Si san
Marcial es el abogado contra el fuego y san Martín al que con tanto
fervor hemos entronizado en Membribre de la Hoz nos libra del mal vino, la
Madre de Dios bajo la advocación del Rehoyo impedirá que España vuelva a caer en
manos de los impíos.
De alguna manera
volverá a
renacer la antigua fe. Era algo por lo que estábamos luchando.
Algunos de los
supervivientes de aquellos combates, cuando sonó la anúteba y hubo un gran
despliegue de fuerza, tan ardorosos y extraordinarios vieron otros muchos
prodigios. Unos hablaron de que se había aparecido el apóstol Santiago montando
un caballo blanco como en Clavijo. A mí se me apareció la Virgen. La vieja
fe es parte sustantiva de la manera de ser del carácter español. No deberíamos renunciar a ella
en ningún
instante.
Sucedió que también a mí me ocurrió el prodigio de
escuchar la voz misteriosa en el majuelo descepado igual que en la cuaderna vía de Berceo y desde
esa fecha tuve por libro de cabecera a los “Milagros de Nuestra
Señora”:
Fabloles voz del cielo doliente et querellosa.
Oid-dixo-, cristianos, una extraña cosa:
la gente del judaísmo sorda y engañosa
nunca contra don Cristo fue más porfiosa.
Quedaría una fuerte
batuda o huella indeleble de aquella convicción que se perfila cada vez más
segura en nuestros día, a la vista de los acontecimientos: en Brunete derrotamos
a la bestia y se le hizo mascar el polvo sin malfetría ninguna ni engaño. Desde
entonces los ejércitos de la impostura que nutren sus filas de las
transmisiones con sus cuartos poderes basados en la mentira y el engaño de la
virtualidad que nos acojona sienten pavor ante este batintín que agolpa las
fuerzas nacionales. No quieren hablar ni por pienso de la Reina Isabel la
Católica, han inficionado, sepulcros blanqueados, a la mima Iglesia y en su
ánimo de revancha y de dar la vuelta a los acontecimientos han llegado a un
grado de perversidad y de mixtificación increíble.
Su vientre fue la dulce posada del verbo encarnado.
Su manto es la dulce almejía que nos servirá de refugio contra las fuerzas de
la iniquidad rampante. Ella es la
representante de la Trinidad en la tierra en lucha perpetua contra la serpiente
que se esconde entre las ramas del árbol de la ciencia.
Observé aquella visión con los ojos remellados muy
abiertos. Chafa tú me salvaste. Nos
formaron en una especie de playa que hay en las estribaciones del cerro donde
se alza el castillo.
A los flancos dos ángeles poderosos con brazos de
atlantes sostenían la esfera armilar y derramaban incienso sobre las cañadas de
un turíbulo funerario por los que habían perdido aquella tarde. Había dejado de
pensar en mí y me acordé de los falangistas mirobrigense y de los gallegos,
casi todos lerenses a los que llamaban los marisquiños y habían venido al
Guadarrama, al Aulencia y al arroyo Perales desde las riberas brumosas del Miño
y del Sil. La virgen cubría con su almejía el sueño eterno de aquellos pobres
caídos haciendo las veces de madre para los soldados desconocidos que
perecieron en los arrabales de la capital española. Las inmediaciones de la
Universitaria, Pozuelo, Villaviciosa de Odón, los altos del Paseo de
Extremadura, los Carabancheles y el Campo el Moro, es un inmenso relicario de
aquel valor, de todo aquel esfuerzo. Extramuros del dolor y alfolíes del
recuerdo. Remember Brunete. Cuando paso
por estas lomas en el ir y venir del tráfico insistente de la Nacional VI mi
mirada se queda cautiva en la remembranza de las gestas. Con los ojos del alma
soy capaz de ver lo que los del cuerpo no ven, y ni el cine ni la televisión
dicen o los historiadores soslayan. Algún día puede que resuciten aquellos
muertos. Que vengan a pedirnos cuentas. Hay en estas páginas arrancadas
alevosamente de la historia de España o torticeramente manipuladas la hermosura
del rostro arrasado por el vitriola.
-Podéis decir de nosotros lo que os convenga -
claman desesperanzados los espectros de los que murieron en la batalla-. Pero
lo que nunca nos podréis arrebatar es la gloria de nuestra generosidad. Tuvimos
un par de huevos. No asesinábamos por la espalda como suelen hacer ahora los
esbirros a sueldo de Hinaulafen que continúa sonriendo engreído desde las
páginas de los diarios, ahíto de primeras páginas y suscitando la atención
general que le sirven en bandejas sus turiferarios, acólitos, compañeros de
viaje y caciques del nacionalismo cerril.
-Es verdad, Ursino. Sois un ejemplo de lo que en
adelante nunca ha de suceder, pero, como les duele su derrota, han decidido
todos ellos borrar vuestra memoria.
Bajo la gruesa artillería de su propaganda el pobre
pueblo se ha convertido en un atajo gimiendo bajo el yugo y el látigo de los
impostores. Teresiña que foi? Dierónme as vixigas. Era hermosa y
mira ahora mi rostro. Te lo arrasaron de vitriolo, pero sigues siendo la mais
linda rapaza do povo. Yo tenía una novia que se llamaba Teresiña. Le picaron
las viruelas pero parece que compensaba. Había soñado en la belleza de una
Beatriz pero acabé por desposar a una pejina. Así es la vida que nos depara
tales sorpresas.
Vi brillar la diadema de la Virgen del Rehoyo. Guapa
rapaza rubia, una silvina. Tenía el pelo rojo como mi hermana Petra y era
pecosa. María pertenece a nuestra estirpe. Se ha hecho de los nuestros.
-Los Parras no tenéis gran ventura en las empresas
terrenas, pero yo os recompensaré alguna vez. Extenderé mi manto y os
protegeré.
-¿Dínos, Madre, qué fue de Helen? ¿Y de la niña que
se nos ahogó en un pozo? ¿Y de Henarcilla a la que cantamos el entierrillo a
causa de unas fiebres el año 40? ¿Y de la pobre Mercedes muerta tan joven? ¿Y
del Guille y de Dimas y de Segundino?
Me miró con ojos pensativos y sonrió con tristeza.
En aquella sonrisa contemplé yo los secretos de la vida. De alguna manera todo
tiene una razón de ser, incluso las desgracias personales, los fracasos
sentimentales, la ruina de los pueblos y de las naciones que vienen abajo igual
que los individuos y las familias que los compone. Bajo el halda mariana todos
estos desastres encuentran una razón de ser en el regazo de la esperanza,
aunque más allá de esto no puedo ir.
Desentrañar los misterios que nos rodean no haré. Redunda en pro del enigma de la patogénesis.
Tenemos una mujer que vela por nuestros destinos en el firmamento. Ella supone
algo más que una figulina de barro cocido. Ejerce sobre nosotros una maternidad
real. María llevaba una almanafa o almaizar al estilo moro. Eso ya es un
símbolo de todo lo que vendrá.
Sentí sobre mí la fuerza del dios y el cielo era un
alfarje dorado con esmalte de muchas estrellas que ejercía sobre mi cabeza unos
efectos analgésicos. Era como un almuz contra la ceguera ambiente y los
dolores. En ese baluarte que nos pone a cobro de las acechanzas más
persistentes. María nos libra. María, refugio del pecador nos defiende.
Me acordé también de los tanquistas rusos. Una mano
invisible y cubierta de la desazón del odio inexplicable, que estaba presente
en aquella guerra, como en todas, les había hecho desembocar en aquel lugar.
Habían viajado a las llanuras de Brunete en busca de la muerte, pero el aire de
deportividad y la despreocupación con que encajaban tan certero golpe les volvía
a nuestros ojos seres entrañables. Tal vez en el cupo se escudase oculto algún
querubín.
Habían venido de lejos a batirse por un ideal o a
morir la más dantesca de las muertes dentro de la caja de mandos de un carro de
combate o vigilaban desde el pescante expuestos a ser blanco de los disparos
punteros de nuestra infantería. No se puede morir así en tierra ajena y a manos
de quien desconoces.
Sus blindados ardieron en inhóspita pira a los pies
de una carrasca retorcida cerca del recodo de una trocha, oh infausta muerte,
delirio de la sinrazón humana. El sol de los ardores de España y el aire de
caliente tramontana les serviría de sudario a los bisoños expedicionarios
soviéticos. La guerra para los que la gestan desde la plataforma de un
submarino o en la cangreja de un blindado guarda un carácter tétrico de
inmersión para abajo. Al vientre de la ballena de Jonás. Si es símbolo lo que
queréis ahí van todos en tromba. Todo es premura y congosto, pero un campo
batalla no ofrece otra alternativa ni facilidades. Dentro de un tanque o en la
bodega de un submarino se perece la más horripilante de las muertes. Recordad
al Kursk. Resulta que los cientos valientes de aquella tripulación hundida el
trece de agosto del dos mil en el mar de Baren tuvieron enojoso precedente en
los voluntarios comunistas que vieron la luz de dios por última vez en las
lomas de Brunete, donde tampoco lo pasaron muy bien, aunque su presencia
registró un hito para la historia. Era la primera vez que dentro del territorio
de Iberia se hacía la guerra desde tales plataformas catapultas que recibirían
su fuente de inspiración en las hoces murales romanas para abrir brecha en los
muros enemigos y los instrumentos de asalto de las legiones apodados “terebra”.
De esta forma el ahora se funde y se entreteje con
el antes y se encadenará con el después. No hay hechos aislados en el mundo
sino que todo se transfunde y se entrelaza en una relación de causa a efecto.
Los compartimentos estancos en puridad no existen más que en nuestra
imaginación. Y esta relación - por eso mismo- no puede ceñirse a una sucinta
lista de acontecimientos formales, ni a hechos objetivos sino a un
encadenamiento de causas y de concausas, ese conglomerado más allá del absurdo
de la conducta humana.
A mí me que me den campos abiertos para morir. Quiero expirar con el aroma de los cardos en
mis pituitarias y la esencia bravía de las ulagas que coronan las cuestas y las
rasas de nuestro paisaje, mi rostro bañado en el resplandor de las lejanas
estrellas. Nada de horizontes cerrados. En la carlinga de un carro de combate
que alcanza la muerte se hace inhumana.
Pepe Lita, un asturiano de facciones negroides, pues
había nacido en Cuba, era el enlace de nuestro batallón. Se movía como una rata
por aquel dédalo de conejeras y de ramales fortificados. Parecía un
superviviente nato, hecho para la resistencia y la conquista. Sin embargo, no
pasó la primera rueda de reconocimiento en el primer arqueo de los cautivos
cuando nos tomaron por banda las tropas de asalto del XVIII Ejército de
Maniobra. Un comisario se quedó con su rostro que le debía de recordar algo por
lo visto y vació el cargador de su
pistolón sobre su frente altiva de color verde oliva de indiano de Soto de Luiña.
Allí habían dejado zanjado su destino. Lita, un elegido de los dioses, subió a
hacer guardia junto a las estrellas en el primer retén, donde dicen que se
juntan los pensamientos y están las personas que un día amamos y que alguna vez
volveremos a ver.
Era fácil
perderse pero el sentido de orientación desconocía cualquier reto; siempre
encontraba la hura. Eran lugares, decía, que no van a dar ninguna parte. Tan pronto estabas con los rojos como con los
nacionales, pero eso les acontecía con frecuencia a los labradores del Pardillo
que araban en una finca que caía en un sector y arrejacaban en otro. Lita con
sus ojos escrutadores de hurón escurridizo parecía hecho justo a la medida de los
supervivientes. Distinguía a la perfección cada uno de los remontes y hasta las
guaridas de las alimañas sabía (el crascitar del cuervo, el crotorar de la
cigüeña o el zureo de la tórtola encamada).
No le eran ajenos los secretos del Morse y el del código de
transmisiones heliográficas. En último término, los que ganan las batallas son
los espías.
-Me han hecho prisionero casi antes de entrar en
fuego.
-También es mala suerte, muchacho.
Estaba en un error apreciativo sobre Lita y su
calidad de tipo con suerte. Porque
apenas llegamos a la telera donde nos recapitularon a los prisioneros en la
punta de un cerro a la entrada del pueblo de Majadahonda justo donde se
encuentra hoy el bar que llaman “Sol y Aire” y que fue un merendero después de
la guerra un brigadista le conminó a que agachase la cabeza.
-No se me ha perdido nada, compañero.
-Por eso mismo. Agacha la cabeza.
-Al cielo sólo me humillo -volvió a insistir cortés
pero enérgico.
-No aguanto pencas de nadie y menos de un fascista.
-Qué tú haces, cobalde.
No tuvo tiempo ni de santiguarse pero la Virgen de
la Caridad del Cobre o la Santina debieron de porfiar para llevarse a aquel
valiente a las alturas utilizando, ascensionales, los pliegues amorosos de su
manto que sirvieron de sudario a tantos de los nuestros. Loor a su memoria de
anónima sangre derramada. Aquellos tiempos fueron grandes porque fueron épicos.
En ese instante le vació sobre el cráneo del afro-
asturiano todo un peine de munición aquel salvaje. Allí quedó el pobre Lita
tendido sobre unos merlones, abono de aquella tierra para que el trigo creciera
un poco más.
No había camilleros, ni curas, ni porteadores de
munición. Faltaban las bombas de mano en aquella tierra sedienta y sangrienta.
Vamos a acabar de una vez. Tengo veinte años. Me van a pegar un tiro, seré para
siempre un escogido de los dioses. ¿O no me lo van a pegar? ¿Salvaré? Se
abrieron todos los flancos del horizontes cuando cesó el cañoneo y vimos
aparecer sobre las lomas escuadrones de caballería detrás de los tanques. Hubo
varias batidas en el sector de Qujorna y el Vértice Lijar. Los jinetes rojos
haciendo un alarde de valor imponderable saltaban sobre las trincheras sable en
ristre. Algunos eran abatidos en el instante del asalto cayendo de los lomos de
su montura blandamente como el cuerpo que se desploma cadencioso sobre el
reclinatorio de la blanda sepultura y luego los corceles que montaban salían
desbocados por los trigales en furor sin rumbo al emprender la última carrera.
La presencia de aquellos guerreros es lo que más espanta ahora mismo mi memoria
visual. El recuerdo olfativo quedó atrofiado para siempre a causa de las
emanaciones cadavéricas y el auditivo sólo escucha gritos. De vez en cuando
aparecía estola a los hombros y las enseñas doradas de los sacerdotes
castrenses preguntando quién quería confesar. Lita, que era para estas cosas
algo supersticioso, por más que buen cristiano, rehusó el ofrecimiento. Yo me
hinqué de enojos detrás del parapeto. Como la trasera estaba llena de cardos y
de pinchos me ortigué las rodillas pero el suplicio duró poco, menos de lo que
tarda en santiguarse un cura loco. El reverendo debería de tener prisa. Acaso
miedo y no me mandó rezar ninguna penitencia. Padre, que se le olvida
ponermela. Pero, hijo ¿te parece poco el estar en este infierno? Si sales con
vida de ésta, ya habrás cumplido una dichosa penitencia para toda la vida. Fue
una de las escasas experiencias cómicas que tuve en aquellas horas en las
cuales anduve entre Pinto y Valdemoro como aquel dice. Por lo visto, el ponerme
a bien con Dios, luego me dijeron, no sólo me infundió valor sino que me salvó
la vida. Ya nunca he relatado mis pecados con tanto fervor como aquella vez.
La onda expansiva de un obús nos había arrojado
fuera de la trinchera al asturiano y a mí. El resto de los sirvientes de la
batería anticarro y las dos secciones de ametralladoras se los tragó la tierra
removida sobre aquella catacumba de cascotes, polvo. Debimos de inspirar
lastima a nuestros captores. Ponderal no hizo uso de sus armas y el Chafa
empezó a dar voces. ¿Te acuerdas de cuando entonces? A ese no le hagan nada, es
de mi mismo pueblo. Anda coño, ¿pero qué haces tú por aquí? Mira que hay que
joderse. Quemaron los trigos, pasaron los tanques destruyendolo todo con un
furor rusoasiático, grandes escarabajos de muerte. Han acabado con el olivar que tenía lo menos
cuatro siglos. Por estos remontes es donde cazaba el rey Felipe IV- muy
venatorio él en todos los sentidos de la palabra- y es esa la encina casta
donde acribillaron a mi capitán don Antonio Dema Giraldo es donde sus
palafreneros de entonces debieron de abrevar el caballo. En círculo no la
abarcan el tronco tres hombres. Milagro es que no haya ardido. Allí crecerán
renuevos, florecerán los sardones, revolotearán las mariposas rojas y el aguila
gualda cubrirá carrera en su tránsito hacia las estrellas desde arriba. Llevaba
mucho alcohol en el cuerpo. La había cogido buena antes de pegar el envite y
venirse disparando hasta nosotros hasta que se le terminó todo el cargador.
Murió como un valiente. Como saben morir
los españoles de pura cepa, raza acérrima y ubérrima. Había nacido en Cuba el
año 1894
Sería ocioso, por otra parte, adentrarse en más
detalles de lo vivido por mi tío Ursino. El pobre, al igual que cualquier
soldado de cualquier guerra, no pudo tener una visión total de los
acontecimientos padecidos por un sector muy importante de la juventud española
y europea en las tres semanas de un ardiente mes de julio. No era un estratega
sino un simple voluntario al que le tocó padecer las consecuencias de aquel
enfrentamiento temerario - pero acaso inevitable- y tan poco fraterno. Para él
la guerra no fue un espectáculo ni unos anales sino un simple vivencia
imborrable con su carga de sed, de hambre, miedo y otros padecimientos dirimido
en plena canícula casi a las cinco de la tarde como si de una novillada se
tratase con la diferencia de que el primer espada no era Majoleta sino Moloch
en persona y los mozos de leva los erales de aquel sacrificio. Él hablaba años
adelante y yo le sonsaqué algunas cosas una tarde en que fui a visitarle y
estuvimos mi padre, él y yo compartiendo recuerdos.
Acaso lo que más le impresionó fue la sequedad del
ambiente a causa de la falta de agua. Con riesgos de sus vidas los soldados de
uno y otro lado bajaban a llenar sus cantimploras a un regatillo del que fluía
un pequeño venero junto a unos juncos en la vega del Guadarrama. La
deshidratación y el ansia de refrescar la garganta podía incluso al instinto de
conservación por lo que algunos se jugaban la piel reptando hacia el manantial
que estaba en zona muy batida por el fuego de fusilería.
Oler la carroña entrañaba la posibilidad de poder
morir de asco. Los cadáveres de las personas yacían insepultos cara al sol y al
planear de los buitres por aquellas fechas con tanto trabajo y mucho donde elegir
y catar. Esas sensaciones olfativas tan desagradables se mezclaba con el de los
cuerpos atrincherados en las casamatas y en las zanjas someras a las que no
cabía el título de parapetos porque fueron excavadas sin profundidad y donde
para tirar no podías ponerte de pie, tenías que estar tumbado o acurrucado.
Tampoco había vagado a los de Sanidad para desinfectar por más que alguna de
estas huras defensivas habían sido tratadas con desinfectante o habían recibido
una mano de cal.
Nunca me abandonará el recuerdo de aquellas
sensaciones que se pasaron por mi mente igual que un relámpago -muy duradero
porque en el transcurso de un instante en lo que se dibuja una centella-
quedaron patentes todas las ventanas de la memoria y en cosa de unos pocos
segundos vi desfilar ante mis ojos la procesión de mis días- aquel crepúsculo
estival cuando la artillería alargó el tiro y toda una infernal batería de
fuego fusilero concentró su mira sobre nuestras cabezas. Para colmo, estaban
aquellos monstruos, los tanques soviéticos, especies de coleópteros de
pesadilla. El ruido que metían las cadenas de las orugas en combinación con el
cañón de la torreta y el de las ametralladoras acercaban la noción de estar
protagonizando escenas inmediatamente anteriores al Valle de Josafat.
Verdaderamente los blindados con su avance imponente
descuajando encinas y cabeceando sobre la rampa a causa de los embudos y de
fallas sobre el terreno eran para amedrentar a cualquiera. Los oficiales pedían
bombas de mano y botellas de gasolina. Tirarles a la catenaria ¿Qué es eso, mi
alférez? ¿Qué va a ser? Las ruedas. Parecéis alelados. Las fauces se secaban.
Agua. Agua. Cantimploras. Venga. ¿Dónde se han metido los porteadores de
munición? Sin botellas de gasolina y sin bombas de mano no era imposible
detener la progresión de aquellos mastodontes deslizándose sobre las posiciones
con sus orugas implacables.
Con semejantes monstruos mecánicos enviados a pelear
a la guerra de España Rusia se había vuelto en un nombre maldito y execrable,
pero no era la Santa Rusia de Nikolai Berdiaeff, de san Valdemar o de Pedro el
Grande sino una nación de nariz ganchuda y de soviets, de pogrom y de planes
quinquenales, resuelta a destruir Europa invocando las patrañas filisteas
escritas por un judío implacable y sin piedad al que llamaban Carlos Marx y que
había encontrado muchos compañeros de viaje en la España sabatizada de Manuel
Azaña, de Largo Caballero, de Margarita Nelken, machorra y sáfica, o de La
Pasionaria, aquella aldeana que se jactaba de que cuatro hijos tenía y no
supiera quién era el padre, la de las frases ametralladas en consignas, hijos
sí maridos no, la que condenó a muerte a Calvo Sotelo, ha hablado por última
vez. Durante la transición y el paripé de la consolidación de la democracia
encontró no pocas imitadoras entre el mujerío liberado y respondón. Las
discípulas de la Dolores fueron responsables en parte de uno de los flagelos
que afligieron a los hogares destruidos y a las familias en trance de descomposición:
la violencia doméstica o de género (esa definición la he inventado yo que me he
preocupado mucho sobre el tema en el que veo la mano oculta del diablo). Las
tenazas del separador se agitaban sobre las cabezas de separadas y de
separados. Madre Augusta, ¿que haré yo? La mujer española ha perdido su
condición misteriosa de alma femenina y viste el mono de miliciano por muchos
modelitos que se echen encima. Quieren ser tierras como la Pasionaria y la
Campos al grito de hijos sí, maridos no. Lo hago porque me apetece y con quien
me dé la gana. A estas harpías de guante blanco les debemos la esterilidad de
los úteros. Se han ligado las trompas de Falopio para ejercer más libremente la
prostitución bajo el slogan canalla de hijos sí maridos no. Tienen que venir
moros a empreñarlas. España se despuebla efectivamente. de modo y manera que
los rojos que perdieron en el campo de batalla y no pararon de correr hasta
llegar a Guadalajara, casi los tiramos al mar, se han salido con la suya. He
aquí su venganza en los vientres yermos, las sonrisas heladas, las esposas
infieles que quieren vivir su vida. Llegan los de los Derechos Humanos y nos
vienen con el cuento ya escuchado de que España no es lo suficientemente
democrática- ¿Democrática o “demográfica” oiga usted? Más bien lo segundo. Nuestra civilización poco a poco se torna oligoespérmica redundante en
oligodemia, falta de población por falta de esperma, el síndrome de la esterilidad
que hizo incoar a Augusto la ley Popea para acabar con la infecundidad intrauterina
de las romanas, nos amenaza a nosotros
españoles, volando en ceñida sobre el abismo. Es una daga sobre nuestras
cabezas. Mierda y vulgaridad en nombre de las masas. Al pueblo se le tiene
contento con la pensión en la caja y la prensa basura. Pero España para entrar
en el gran club tiene que apearse del caballo racista, no zurrar a la parienta
que se desmanda, y en último termino cuidar del terrorismo, y por que hay
terrorismo porque faltan los derechos humanos. Es la pescadilla que se muerde la
cola. En democracia el culo se confunde con las témporas. Chupa del frasco.
Cuerpo triste, sal por donde te metiste.
Donde las dan las toman. Y la hiciste en Pajares en Campomanes habrás de
pagarla. Guay de mi España.
Todos estos personajes cortados por un mismo patrón
habían sido una freza infernal incubada en los colmados de la Cacharrería
ateneísta transformado por una vez en fondo de reptiles de la anti- España.
Su mirada era como metálica, tenía una dentadura
perfecta, casi fosforescente. Valentín González el Campesino al que tuve el
honor de conocer en tan lamentables circunstancias y al que debo la vida por
cierto era uno de esos hijos que sólo da esta raza acérrima, enquillotrada,
anarquista, un volcán y un iceberg, tierno como una margarita y frío como una
témpano. Le vimos llegar a la paridera. Bastón de mariscal y un aire
impertinente. su barba estaba era de un negro de almeza. Miraba a cada uno de
los prisioneros fijamente y había la fuerza de un remolcador en aquella mirada
que algunos cronistas tildaron de asesina pero que a mí me pareció de hombre
cabal. Al bajarse del Mercedes lo primero que escuchamos fue una blasfemia y un
insulto.
-¿No os da vergüenza, hijos de puta? Por culpa
vuestra han perecido los mejores de mis hombres. Todo una escuadrón de
caballería hemos perdidos. Seis tanques rusos con dotación.
La moral de todos los que estábamos allí en aquel
ocaso del nueve de julio de 1936 se había venido abajo. Muchos chaqueteaban.
Los más lloraban como niños y pedían clemencia al todopoderoso y mítico
comisario, pero nuestras súplicas no infundían en él ningún sentimiento de
piedad. Vi dibujarse en la comisura de sus labios un rictus de cólera y asco
mientras iba pasando su mirada terrible por cada uno de nosotros uno a uno con
aquellos ojos suyo que parecía que quemaban. Su sagacidad y unas dotes
específicas para meterse dentro de las conciencias de cada cual.
Dejémonos de aquello para volver a esto. Porque
aquel instante se relaciona con éste. La
patria no es más que la interacción entre los que pasaron, los que andan por
las sendas y los que vendrán. Retoños y raíces soldados a un tronco común que
permanece invariable en los avatares de las centurias.
Las coplas del tiempo futuro - canción que buye en
mi pecho- pronostican el acontecer inminente.
Brunete era una gran sartén donde se frieron vivos muchos españolitos,
pero los cocineros, los que tenían la sartén por mango, estaban lejos, llevaron
a efecto su injerencia por poderes, calentitos o fresquitos en sus despachos en
rascacielos enmoquetados fumandose un puro mirando para los mapas. Era el
dominio de las cuentas corrientes. Oro quiero yo y un poco de valor para hacer
la guerra, pero, sobre todo oro. Al otro lado de las montañas, donde empieza la
sed, se batían por España en un tiempo de amenazas y de confabulaciones los
mozos de la quinta del 36. Fueron al frente en alpargatas y a pecho
descubierto. La artillería alargaba el tiro desde el otro lado de la empalizada
que contaba con sus propias confabulaciones y su sala de máquinas. Esos de ahí
en eso que venga, que vengan. Quiero muertos pero que no me den mártires ni
estelas de caídos. Nosotros borraremos los nombres de los laureados y volaremos
con dinamita los cipos conmemorativos. ¿Estamos? Aquí no hay que dejar huella.
Estorban las coartadas. Con la misma contumacia con la que saltó por los aires
Spandau dejarán que se derrumbe la Cruz del Valle de los Caídos.
Unos dirigieron el curso de las operaciones desde
una ruló y otros iban a los frentes en visita de inspección con guante blanco
dejando que la historia sea una larga narración de atropellos, crueldades y
salvajadas, más o menos, pero luego hay que tapar el verdadero nombre de los
culpables, creando un hipotético minuendo y sustraendo de conjuras en ebullición.
Si queréis haceros una idea del baúl de la cólera del gran dios inquirid
suplicantes a los flámenes del templo de Marte en cuya ara bajo la lápida del
columbario donde están las reliquias de los que dieron testimonio se agazapa el
perverso zaguanete, el que tiene la llave de las urnas de los idus noviembre
porque en el mundo que se avecina la cantidad tendrá prelación sobre la
calidad. Será el dominio de la masa y de la fuerza bruta. Tenemos un régimen de
violencia en perspectiva donde los demiurgos de la Casa Blanca llevarán la
contraria a la cordura del clásico. Ya Plinio advertía: “Sententiae numerantur sed non ponderantur”. El individúo no cuenta. Lo que vale es el consorcio,
el engranaje, la organización. No hay peso moral sino carga bruta. El cuerpo y
la materia vencen al espíritu. No es nada ponderado el dios de la democracia.
Pura violencia del número, de la cantidad contra la calidad.
Si deseáis, pues, haceros una idea del bagaje de la
cólera del dios, inquirid, suplicantes, al Inquisidor Mayor, el que apacienta
las mesnadas de borregos a golpes de cayado oculto, o lo que dan en llamar
desinformación. Una vuelta de tuerca. Otra más. No andaba descaminado
Dostoievski en la escena final de los Karamazov cuando escenifica el careo
entre el monje y el crucifijo. Es un epílogo de obra maestra en que se
representa el drama del género humano, la cruel realidad. Hay una cuenta y
razón del hombre que no se compadece con los designios divinos. Sólo el genio
es capaz de atisbar mediante la intuición todos esos planes que son en verdad
otros planes.
Como se acerca el tiempo de los gigantes, los
escritores, sean buenos, malos o regulares, se encuentran en la obligación de
denunciar los manejos de la gran tramoya. Les compite la tarea de desjarretar a
la bestia. Bien sencillo es pero qué dificultoso porque la cuestión está en manipular la verdad tergiversando lo que
en realidad aconteció, poniendo los hechos patas arriba, sustituyendolos por
consignas y toda esa propaganda deslenguada sin gusto ni estética nenguna que
tanto apela a los bajos instintos del arrabal al modo yanqui, el gesto y la
actitud procaz, o la palabra malsonante que resuena en el batintín de las
emisoras que capitanean los enchufados a la red sin rateles, televisión de
pago, albañal de las bajas pasiones, charca del instinto, manantial del
desatino y de la batología, irrestañable e inexhausto, agua de borrajas para lavar el
cerebro sucio de una sociedad sin conciencia. Los revisteros frívolos y los que de la
nadareía y futesa
hacen bandera (¡oh desmesura!) reciben trato de condestables de académicos, cuando no
primeros ministros, conque la feria de vanidades anda muy concurrida, no se
puede dar un paso por el real. Como todo se ha politizado el arte puro es impolítico. Se considera una
perversión la
literatura y el teatro por generar alguna idea de vez en cuando cae en el ámbito de la sospecha.
Manipulad, malditos. Mentid y engañad. Dislocar la
verdad poniendo los hechos patas arriba. Que todo sea propaganda deslenguada. Erostratismo a marchas forzadas. ¿Quién era Erostráto y en qué se
fundamenta la filosofía erostrática? Un pobre diablo el cual, harto del
anonimato y de la obscuridad, se atrevió a plantar fuego al Templo de Diana en
Efeso, con tal de ganar notoriedad. Quería ser noticia. Claro que tampoco fue el único. Siglos
adelante un celoso converso judío, Pablo de Tarso, haría lo propio por amor a
Cristo y por salvaguarda de la letra del Evangelio aunque de paso tuviera que
cargarse el culto marianista con todo lo que ello comporta para la Iglesia. No
supo entender que en esa mujer está la vía que conecta a la religión de Jesús
con los cultos de los tiempos oscuros. El velo de Isis oculta las respuestas.
Pues eso, que el erostratismo campea entre los
enchufados a la red. Hemos sustituido el lema de “Mi reino no es de este mundo”
por otra que dice te lo cambio por un plato de lentejas y allí aparecen de
repente una bandada de cornejas. Toni Genil y Támara tienen mucho más decencia
que las percheleras de las mañanas y de las tardes con Teresa, el sabor a ti,
pasa la vida que no es un tango sino una tómbola. La piedra basal de los
Borbones tiene como columnas de Hércules a esta prensa camorrista y
folletinesca al frente de cuya dirección de orquesta se sitúan los Hermidas,
los del Olmo, los García y las dueñas escogidas de mi rosal, Ansón templando
gaitas. Si esta es mi España que se la entreguen enterita a Hinaulafen, fijate.
porque me vienen a la mente las palabras de José Antonio “prefiero una España
roja a una España rota”, que no se la entreguen a los judíos de la cucaña que
bien que se afanan por acabar con el nombre de España. Razón llevaba. La España
de Azaña y, sobre todo, la del sobrio e incorruptible estuquista, Largo
Caballero, un socialista íntegro, tiene puntos de contacto pero no se compadece
con la de los iluminados de Aguirre, Arana, Irujo y sus hombres clónicos del
presente esos dos percherones del separatismo de Vasconia inflamada de odio que
son Arzalluz y su edecán, Anasagasti. Está demostrado que su odio a España es
algo visceral. El Andaluz para Marruecos, la cornisa cantábrica para el inglés.
Cataluña y Valencia para los americanos y sólo nos queda Madrid. Eso va a ser
lo bueno. ¿Qué vamos a hacer con Madrid? Adiós mis pavos. Judas ha montado un
chiringuito en lo alto de la Casa de la Bola. Este año se nos atragantarán las
uvas.
Al gran hermano le corean las famosillas y otros
lanzamientos expectorados por Polanco. Yo prefiero a Altamara porque ha puesto
a los flamencos rocieros en su sitio. Suenan las panderetas. Europa nos quiere
ver así y así nos hizo. No puede pensar que entre españoles la hombría de bien.
Nos asigna un papel que tenemos que cumplir hasta que la unidad nacional
desaparezca. Estos apóstoles de la amenaza que se dicen católicos pero que
respiran saña anticristiana, nos pueden conducir a otra guerra civil. Eta
dispara las pustulosas pistolas que los del PNV cargan. Hay que guardar el canon que nos asigna.
Dejemos que el Hermida satánico haga Posturitas, menee la cadenita con un dedo,
se meta las manos en la sis del chaleco y nos abrume con sus recomendaciones
silbantes. Eso que lleva de ventaja en tratarnos como burros. Un analfabeto no
merece siquiera ni el beneficio de la duda. Que les den de comer. Llevarlos a todos a un a botillería, a un
merendero joven o a un bochinche donde sólo sirvan filetes rusos hecho con
carne de vacas locas. Pues no son más que basura. Darles basuras de comer. Que
pague el contribuyente. son tan repelentemente proyanquis que quieren hacer de
la rugosa piel de toro un nuevo mosaico de taifas para que se consume de esta
forma la venganza del Maine.
-A esos que se lo coman las arañas.
Esa es la repuesta del Posturitas remilgado al grito
de se sienten, coño.
Y ahí están los jaques del sistema velando por la
guarda de la línea. Que nadie se desmande no vaya a ser cosa que esto acabe
como el rosario de la aurora. Como un rey de España sin reino. Una corona sin
país. Con los ingleses enquillotrados en Gibraltar.
-Ha dicho la Reina que no nos vamos y que el
submarino nuclear lo carenaremos en la Roca de Calpe. Nelson manda.
De esta forma el recordad Brunete es un asunto de
vital importancia para la supervivencia de la nación porque es la réplica al
remember el Maine que han pretendido los
sicarios eternos de España.
-No lo han dicho los periódicos de Perico Tonsuras
pero como sabéis el Tireless quedó maltrecho después de su
enfrentamiento naval con el Kursk al que hundió lanzando uno de sus torpedos, pero al
sumergible británico también le tocó su parte.
Huyó tocado por una andanada.
-No lo decimos porque somos maestros en el arte del
disimulo. A nosotros lo que más nos conviene es la guerra psicológica en estos
momentos. Nos vamos por los cerros de Úbeda. Desinformamos a punta pala y todo
lo que nos da la gana.
Al Hermida lo van a hacer rey. Ya lo pintan los
diseñadores de imagen con un cetro y la esfera armilar a sus pies rozados por
los pliegues de un manto de armiño. Sus apariciones son cada vez más cortas
ante las cámaras pero tiene toda la pinta de un brujo. Sus gestos prepotentes
recuerdan a Mefistófeles.
-Gran magnate. Tú eres el rey de los
mediúmnicos e iniciáticos garabatos. Te
damos la vara del mando. - corean las putillas del famoseo cursi escrito con ph
de phamosus que en latin quiere decir infame, claro está, y conforme van las
cosas el étimo es de lo más correcto-. Todo te lo debemos, rey Midas, Hermida.
-Eso no me lo puedes decir. Te demandaré ante los
tribunales.
-Pero en este país ¿ no hay libertad?
-Manda bemoles. La censura.
Es una censura tan férrea como la de la república.
-Vacas flacas.
-Vacas locas
-Hablo en serio. Me retrotraigo a que el mundo se
enfrenta al peligro de un nuevo castigo bíblico. Tenemos las siete plagas de
Egipto casi en puertas.
-Anda ya.
-Lo que oyes.
Una corona de oro para el rey de las ondas, el que
pone y depone, el que encumbra y destrona, el que primero las rapa, después se
las monda y a continuación se las come, el nuevo mandamás de las antenas. La
bisectriz en la cima, cacumen del ángulo recto.
Cuando se escribe en los comienzos del siglo XXI,
uno no puede por menos de acordarse de la gesta protagonizada por unos cuantos
rojos y azules de la España profunda, que nada tiene que ver ni por asomo con
esta que algunos padecemos y otros la gozan porque para ellos es el río
revuelto ganancia de pescadores (moros, falangistas, requetés, legionarios, y
los zapadores del regimiento de Fortificaciones que tuvo un actuación señera en
el transcurso de la batalla que nos ocupa).
Es como comparar a la España oficial o virtual que
es la que hoy se lleva con la real a la que pertenecían mi tío Ursino, Viriato,
el Empecinado, Churruca, Alvarado y Cortés y Valentín González el Campesino. No
hay color.
El Campesino era un hijo de la raza sin más
preámbulos. Iba para caudillo pero se quedó en peón caminero. El hábito no hace
al monje. Tampoco las estrellas hacen a un general y el era un capitán
general por instinto sin haber pasado
por las aulas de la academia. Hijo de un
menestral extremeño que había combatido en Cuba y al que la patria le
había agradecido mal sus servicios prestados en el manglar (un tiro en un
hombro que le había dejado medio manco, las secuelas de la malaria y una ñáñiga
multípara con la que no llegó a matrimoniar, la trajo como sirvienta
dejando su prole allá y casandose con otra, la madre del héroe de la guerra
civil al llegar) un día decidió vengarse. La España que defendió no era la de
los curas ni la de los señoritos. Poco más o menos venía a pensar lo mismo que
muchos de los falangistas que estaban al otro lado de la empalizada y a los que
él conjeturaba con un par de redaños, porque en más de una ocasión culpó a los
mercenarios del polaco Walter de mercenarios:
-Mirad. Esos no chaquetean. Con dos docenas de esos
conquistaba yo un continente. Qué tíos.
Se enfrentó con Walter, el polaco y a sus hombres,
que constituían uno de los mejores batallones de las Internacionales, llamó maricas
e hijos de la Gran Bretaña. No le crecían pelos en la lengua. Era abierto y
pugnaz, pero nunca un sádico. Tenía una manera de hablar contundente y una
visión innata de la estrategia. Los legionarios le seguían causando
fascinación. Eran el cuerpo al que estuvo apuntado y del que desertó y faltó
muy poco para ser fusilado. No bebía-al principio- y había recibido una
naturaleza increíblemente fuerte y resistente.
Cuando emigró a Rusia, Stalin le nombró general pero este disciplinario
que odiaba la subordinación pronto entró en dificultades con los soviets que lo
deportaron a Siberia parece ser que no por motivos políticos sino por que se
acostaba con todas las mujeres de los capitostes del politburó. Era un
superdotado para la supervivencia y el camuflaje servidos por una inteligencia
innata. Así consiguió huir de Rusia atravesando todo el Asia y llegando a los
Estados Unidos. Fue a dar con sus huesos a Mexico. La última vez que se le
recuerda fue en Paris, así lo retrata I. Montarelli, ante una jícara de fino,
estaba alcoholizado, su rostro arrugado pero los ojos profundos y negros eran
los mismos y la dentadura, aquel teclado de piano casi fosforescente,
conservaba la fosforescencia de fuego fatuo conservando todas las piezas. Una
vida de leyenda. Estuvo preso en el Hacho ceutí y se fugó para unirse a una mía
de los rebeldes de Marruecos. Abdelkrim, al principio bien, pero luego lo tomó
por un espía. A punto de ser fusilado este pimpinela escarlata consiguió pasar
el Estrecho a nado. Luego aparece en las minas de Almadén. Durante una huelga
puso una carga de dinamita en el camino por el que había de pasar una pareja
montada de la Benemérita. Se hace
contratista de Obras Públicas y reside muchos años en Quijorna como peón
caminero. Le tenía querencia a aquel lugar en las escarpaduras de la cordillera
Carpetana en el camino de Navalcarnero. Había sido un personaje principal. Puso
todo su empeño en la reconquista de su pueblo de adopción donde llegó a
utilizar la caballería pero dejó desguarnecido el flanco derecho. Los del
Tercio abrieron brecha por su retaguardia. Quijorna fue retomada a costa de
muchas bajas por ambos lados y muchas desavenencias con el Estado Mayor
central.
Como lo pasó en el desierto, desde aquélla no podía
tragar a los moros. Podría haber sido suya la frase de Mola que decía que
debajo de una humilde chilaba se ocultaba un alfanje afilado. Valentín González
consideró lamentable el que el mando nacional se hubiera embarcado en una
empresa común con los crueles rifeños, una tragedia y una felonía porque había
conseguido saber que en Marruecos se agazapa el enemigo de Cuba el mismo que
viste y calza ya que cuenta a los Estados Unidos como aliado principal contra
España y que el rey alauita no ha perdonado la toma de Granada y que piensa regresar
al Andalusí como ellos lo denominan.
Estaba del todo avisado por un extraño sentido de
apercibimiento y preparación que aqueja a los superdotados muchos de los cuales
ven más allá debido a un mecanismo de hiperestesia comparable al de los
místicos videntes. Por él acabó en la dipsomanía y el alcoholismo. Su
inteligencia fuera de lo común es perspicaz y adivinatoria como la de todos los
grandes genios. Arengaba a sus tropas invocando el nombre de Santiago en
Clavijo para echar de nuevo a la morisma al mar. Por otro lado no podía ver a
los curas.
Reverendo o moro que cayera en sus manos lo pasaba
siempre mal. Esta aversión hacia el clero debía de haber sido por algún lío de
faldas en su juventud. Le había levantado la novia un capellán. Al marroquí le
tomaba por taimado, sanguinario y ladrón. Además era un producto de la locura
africana que costó tantas victimas en el bando español. Sangre, luto y oro. Todo por culpa de unos
políticos ineptos que cobraban dietas en los parlamentos y de asentistas
corruptos que proveían a los soldaditos de fusiles que no disparaban,
ametralladoras que se atascaban y termógenos que no servían para nada en el
desierto. Tan sólo en el Desastre de Annual hubo doce mil muertos. Su amarga
experiencia bereber le volvió anarquista convencido. Odiaba a los políticos.
¡Dios qué bien vasallo si hubiera buen señor!,
cupiera también decir de aquel Cid de
Quijorna, que se había empecinado en entrar triunfante en Quijorna para
demostrar de esa forma al mundo que tenía razón. La hecatombe de las guerras
africanas le habían hecho odiar al agareno. La carnicería de Cuba también
determinó un aborrecimiento expreso y tácito del gringo y del sistema
capitalista. Valentín González, el cid de Quijorna se mantenía en la línea del
combatiente nato, era un hombre de acción, su vida había sido una linea
ascendente llena de congruencia y su conducta, si no irreprensible, rendía
honores a su ideología que nada tenía que ver con las dobleces y cabildeos de los
prohombres de la República, con el corrupto Lerroux, ni con las belicosidades
de Alcalá Zamora o la crueldad sibilina del Manolo Azaña, ni con los abrigos de
pieles de Pablo Iglesias o las banderías de Largo Caballero que no se podía ver
con Indalecio Prieto al que tildó de desopilante y descomedido. Melquiades
Álvarez era un provinciano insoportable, muy chaquetero. Negrín, un gangster Frente a toda aquella
incompetencia de gallinero pueril, las refriegas peligrosas, los discursos. La
hora de las vanidades y de las amenazas había dado paso al estallido de la
sangre, Brunete fue el campo de Agramante de un tempero que había tenido una
larga preparación histórica en los descalabros de la monarquía que habían dado
pie a los enemigos de España tanto internos como externos a urdir sus conjuras.
Marruecos era no sólo una punta de lanza sino un trampolín. El Campesino sabía
que los moros no iban a aportar ayuda desinteresada a Franco y que pasarían
factura. Ha sido así. Las pateras que han estado cruzando el Estrecho todo este
año 2000 expresan ese ánimo de saldar la deuda que apunta a una nueva
reconquista o a un reverdecimiento de la fecha del 711. El moro sabe esperar.
No tendría nada de particular que viéramos sentarse en el trono vacío de
Granada, aguardando en el marco poco glorioso de la España de las autonomías
que recuerda el ambiente de los taifas cada vez más al sucesor de Boabdil
gracias a la política de mestizaje fomentada por políticos tan bochornosos como
Ruiz Gallardón, el hijo del meritorio de Serrano Suñer y nieto de aquel El
Tebib. Va la cosa de gallardones y de
frutos de encina, suenan campanadas convocando a la asamblea de felones. Han
pasado factura. El moro no entrara si personajes tan vomitivos como Manzano,
Mercedes de la Merced y el nieto del cronista, joven airado y cejijunto, no les
hubieran dado puerta franca. España tierra de acogida. España invadida, que
devora a sus propios hijos para echar su cadáver a los perros. Es lo justo que
están haciendo estos tribunos de la plebe herederos de aquellos mangantes
conspicuos de la Segunda República. Aquí van a sonar los tiros, pueden arder
sinagogas. La grandeza y libertad entrevista por los Reyes Católicas fue puesta
patas arriba, se cometió crimen de lesa patria, y el que avisa no es traidor, no
se puede dejar un país tan importante del que en buena medida dependen los
destinos de la humanidad en manos de crápulas.
En el campo de concentración improvisado en las eras
de Quijorna el gran guerrillero rojo irrumpió igual que el lobo del redil,
pudimos percibir el brillo de fosfato de su dentadura fluorescente de perfectos
colmillos. Era un hombre triunfante que siempre había sido optimista. Valentín
González debía de estar de buen humor, algunos festones de nubes blancas
flotaban sobre el horizonte. A
lontananza se veía fuego, eran los rescoldos de los rastrojos quemados y las
hogueras provocadas por los bombardeos. También llegaba, cada vez más ahogado y
menos perceptible, el estrépito del cañoneo de la fusilería, los disparos de
las ametralladoras. La caída de Villafranca y de Quijorna no significaba el que
se siguiera combatiendo en el Vértice Llanos y la Cota Lijar donde la suerte
les estaba siendo más favorable a los nacionales, aunque esto, la verdad,
importa poco a un soldado como Ursino Parra que acaba de ver morir a la mayor
parte de sus compañeros y que acaba de salvar la vida misteriosamente para ser
tomado rehén por el temible “Campesino”, un personaje de leyenda y del que se
contaban historias fabulosas, tanto acerca de su crueldad como de su
generosidad, su valentía y su arrojo. Él y Líster eran los mejores caudillos
con los que contaba el poderoso Ejército de la República en aquellos instantes.
La toma de Quijorna, el pueblo en el cual trabajó como peón caminero, para él
representaba muchísimo. Significaba el desquite de no pocos agravios y
desplantes sufridos en su vida pasada a manos de los poderosos. ¿Me darán el
paseo? ¿Acabaré yo en esa zanja igual que esos? No hacía otra cosa que mirar
las nubes templadas sobre el cielo fascinante y coloreado de aquel nueve de
julio, parecía un rebaño de corderos pascuales paciendo a discreción lejos del
cayado de su pastor que acababa de perecer en un duelo artillero. Iban de un
lado para otro de las cornisas del horizonte blancas y purísimas igual que el
vellón de Gedeón. Zalea del trasquilo de la lesa patria, vedijas de humo que
barbotea gaseoso y que tan pronto viene como se va así nos sentíamos, leche de
la ubre. Esta vaca pronto va a dar calostros, ya lo verás. La temperatura había
subido, el ambiente se hacía
irrespirable a medida que avanzaba la tarde y yo que llevaba casi tres días sin
probar bocado porque en lo que duró el asalto a la posición no había tenido más
alimento que un bote de sardinas que hube de abrir utilizando como abrelatas el
machete y el mendrugo de un chusco revenido me sentía como desprovisto e cuerpo
pero tampoco tenía alma, pues me parecía flotar como en un limbo y observaba
aquel ambiente de calamidades que me envolvía como si la cosa no fuese conmigo,
como si yo fuese ajeno a la situación decisiva que yo estaba viviendo.
Nuestros guardianes permitieron que nos sentásemos
en el suelo y en esa misma posición de descanso más de uno se durmió para no
despertar más puesto que fue rematado en el suelo. ¿Tú te duermes? No mereces
entonces vivir. Nefasto era el
pervigilio, nos sentíamos personajes en capilla que van a ser fusilados pero
sobre el papel de una novela por entregas, nada de en la vida perdura. La
tenada olía a oveja machorra. ¿Ha estado por aquí Margarita Nelken, la ministra
de Justicia con nombre de azucena pero seguro que era un lirio? No es eso,
chaval, no molestes a la señora ministra que acaba de marchar a Valencia con
una de sus queridas. El amor sáfico de las milicianas. Algunas habían ejercido
la prostitución, eran las primeras en llegar a todas las sacas y otras se
confesaban tortilleras empedernidas. Safo ¿por qué nos haces esto? Las
libertades eh. ¿Y para eso quieres abrir un ministerio de Cultura? Para colocar
en sus oficinas a los marimachos del amor amargo? Se perderá la guerra. Lirio,
lirio loco, que cantaba ya Camoens.
Cerca de donde nos guardaban se pudrían unos cuantos
cadáveres apilados sobre un almiar, atroz hedentina y no venían los de Sanidad.
Como eran todos ellos ciudadanos de las ínsulas se debían de haber quedado
tomando el té de las trincheras. Esas no son horas. Te amaré siempre, Margarita
Nelken, te juro amor de por vida. Pero hombre tienes que sentar la cabeza, a
tus cincuenta y siete años ya no te cumple hacer el tonto, pasó aquella hora.
Es que vivimos en unos tiempos poco clementes. Siempre fue así, no te quejes, a
todas horas está sonando el reloj del Apocalipsis y el olor que llegaba de las
tumbas al aire libre volvía las auras irrespirables a causa del mefítico
ventalle. La carroña del mulo se transformaba a ojos vistas en un montículo de
masa semi líquida viscosa. Yacía tan sólo a unos metros de donde nos habían
detenido el cadáver de una miliciana de cabellos rubios. Sus ojos azules que
perduraban abiertos parecían haberse colgados para siempre de la luz de una
estrella que sólo veía ella pero que nosotros intuíamos. Yacía casi a la vera
de un requeté al que un obús había partido en dos mitades, el tronco estaba un
poco más arriba que las extremidades inferiores. La muerte, gran niveladora de
las cosas humanas, no hacía distingo de bandos, para ella tanto montaba un rojo
como un falangista. La miliciana los brazos en cruz y las piernas muy separadas
en actitud casi provocativa e incitante eran un desafío a la muerte. Su cuerpo
abultado estaba echado sobre unos juncos y evocaba en cierto modo aspectos del
culto a la maternidad. Seguramente era una diosa aquella compañera del pelo
color de estopa y los ojos azules. ¿De dónde habría venido? Sus brazos en cruz
desafiaban al sol declinante que se despedía de la redolada castellana en este
rincón de la provincia de Madrid con luminosidad funeral. Brava y bella
muchacha. Las cumbres oliváceas de Valdemorillo la daban el último adiós.
“Esta es la última puesta de sol que contemplan mis
ojos, mañana no saldrá el sol para mí”, pensaba para mis adentros creyendo que
había llegado para todos nosotros el final. El que estaba a mi lado era
precisamente el capellán del Regimiento de Toledo, que había perdido al ochenta
por ciento de sus hombres y eso que era tropa de refresco que venía a reforzar
y a cubrir bajas. Había visto aquel hombres horas antes de iniciarse el fregao
cerca de la iglesia de Quijorna como aturdido y espantado por el miedo. Parecía que le habían traído a la rastra a
dar la absolución y administrar los últimos sacramentos a los moribundos. Se
presentó en la posición con gesto descompuesto. Venga. Ya sé todos tus pecados.
No has robado ni has matado. A veces te fuiste de putas pero eso es normal y
algunas veces te desahogas contigo mismo porque te falta la hembra. Procura no
faltar a misa los domingos. No te masturbes que no sólo te condenas sino que te
haces polvo a ti mismo y has de sacar fuerza de flaqueza. ¿Y de penitencia,
padre? Ninguna. ¿Te parece poca penitencia esta ratonera en que nos han metido
los políticos? Era muy de manga ancha. Ya podían ser todos los curas como tú,
padre Ermunio - Disertorio Ermunio, así lo llamaban- que otro gallo le cantaría
a la Iglesia.
A Ermunio se le había espantado el miedo y delante
de la boca de los fusiles mostraba toda la entereza y el desdén ante la muerte
de la que saben hacer gala los hombres de fe en los momentos críticos. El
capellán me hizo una seña con la barbilla como tratando de espantar ahora mis
temores. Queda mundo, sé libre. Aprovechando un descuido de nuestros guardianes
me dio la bendición, trazando la señal de la cruz en el aire. Su rostro lo veía
yo como iluminado.
Todos aquellos prisioneros, eramos más de un
centenar, estábamos en capilla, nos quedaba poco tiempo en el mundo de los
vivos. Se hacía muy duro abandonar esta vida a los veintiséis años. Ego te
absolvo a peccatis tuis. Su rostro estaba como transformado, no tenía miedo ya,
revestido, por un don especial de una fortaleza que inexplicablemente llegaba
de lo alto.
-Padre Ermunio, me siento limpio. Parece que floto
en medio de una nube de paz.
Estaba preparado para morir en aquel instante, veía
lo que había sido mi vida con una clarividencia pertinaz y melancólica, todos
los instantes del pasado pasaron ante mi conciencia como en una foto animada,
como disparados por una ráfaga de ametralladora. Se representó la torre de la
iglesia de mi pueblo con su campanario románico y el altar barroco y aquel
cuadro de san Andrés que se representaba con la barba torcida y las losas del
piso que servían de tumbas con las inscripciones desgastadas, y el porche a la
solana donde se reunían los mayores en corrillo a la salida de las
celebraciones litúrgicas, dejaron de tocar las campanas a gloria para repicar a
muerto. Ya no contemplarían mis ojos el paisaje abierto que se mostraba desde
el mogote en el cual estaba el templo enclavado. San Martín bendito ayudános.
Tu protección amorosa se extendía sobre el mar de trigales que rodeaban el
pueblo sellando su horizonte aldeano. En las tierras a esa hora cabecearían las
espigas esperando la hoz de los segadores pero no había obreros que fueran a la
labranza del amo, todos los mozos estaban en la guerra y no había brazos para
efectuar la recolección. Ya no me volvería a juntar con los de mi cuadrilla en
la corralada, ni a salir de ronda la noche de san Juan, ni a colocar el ramo en
el balcón de mi novia Mercedes. La presencia silenciosa de mi padre al que
llamaban el Tío Ojos Tiernos en Membibre por un ectropión que padecía desde niño y que enrojecía el párpado y
el lagrimal con su jarro yendo a por vino a la bodega que estaba detrás de la
torre a cuyo amor se recostaba la casa del primo Ambrosio, cofrade la
Hermandad, y al que sobresaltaban los truenos y los relámpagos como al que más
y que dejaba de salir al campo si olía a tormenta, me sobresaltó. Vi en su
andar renco y claudicado la inanidad de las cosas humanas. Todo desaparece. Nos
vamos para no volver nunca más. Me iban a fusilar. Mi cuerpo se desharía en una
de aquellas fosas comunes a cielo abierto ¿y del alma qué sería? ¿Dónde estaba
el alma? No sabemos pero hay que estar preparados, hijo. El padre Ermunio sabía
de esas cosas mucho más que yo. Sin embargo, nadie había vuelto de allá a
decirnos lo que había. Allí, sentados en los poyetes de piedra que flanqueaban
la bodega, bajo la sombra de los almendros, tuvimos echadas buenas parrafadas y
buenos jarros de vino que nos echamos al coleto, el vinillo de la tierra. Para
las ocasiones se escanciaba el de Peñafiel y en las bodas y durante las justas
solemnes, el de Villamañán, el que trajeran los arrieros de León. No volvería a
ver a Felipe ni a Manahén ni a Petra ni a Silvino. Con este último era con el
que estaba más hermanado. Precisamente, no hacía ni una semana que estandole
escribiendo una carta en el interior de la chabola, se coló una bala perdida
por el hueco de un saco terrero, el proyectil me tiró al suelo pero sólo quedó
agujereado el gorro con un orificio de entrada y otro de salida. Ni un rasguño.
Yo creo que aquello fue un síntoma de buena suerte, quién me iba a decir que a
los pocos días iba a caer prisionero y del Campesino del que se decía que no
daba cuartel a los facciosos a los que echaba mano. La bala después de
traspasar la tela del gorro azul pasó de largo. En todas estas cosas pensaba.
En los ojos abiertos del campanario traspasados de cielo y que siempre me
parecieron la mirada hueca de la eternidad. De allí a poco el campanario
tendría la tarea de anunciar mi nombre en la lista de los caídos. Ursino Parra
no sería más que uno más de la larga lista de cien mil que dejarían ver el sol
de España en los llanos de Quijorna. Se me recordaría durante unos años y en el
memento de difuntos el sacerdote rezaría por mis intenciones en voz baja. Mi
Mercedes lloraría por mí, la abuela Paula sería la persona en el mundo que me
tendría más presente y Ojos Tiernos me echaría un responso cuando pasara por el camposanto camino de las
eras. Caminaría de mala gana en la borrica a cobrar el giro con mis últimos
haberes y a recoger los pocos efectos personales si es que mis asesinos no los
quemaban. Morir antes de cumplir los treinta años es un privilegio que reservan
los dioses para unos cuantos escogidos, aunque a mí, la verdad, me hubiese
gustado morir de viejo. En la guerra las personas no eran nada, las cosas lo
eran todo. Mandaba la ley de la fuerza. Valentín González perdonaba a los
legionarios. Desde que estuvo en el cuerpo estos soldados le caían bien por lo
que muchos obtuvieron la gracia en el último instante. ¿Puedo fumar? Si tienes
tabaco. Creo que esta petición fue lo que me salvara. El héroe de la España
roja quedó sorprendido de mi audacia. ¿Quién dijo tal atrevimiento? Hay que
tener un par de redaños para mirarme a la cara. Yo soy poco condescendiente con
los facciosos pero si alguno me cae bien le perdono la vida, tú me caes bien,
cabeza de pepino. ¿Yo? Sí, tú. Venga para el camión. Y al cura y al moro que lo
fusilen. ¿Cómo sabes que es sacerdote?
No hay más que observar sus gestos amanerados y, además, con el rabillo
del ojo vi cómo te sacramentaba hace un momento. Yo tengo pesquis, a mí no me
la dan. Y en ese mismo momento él mismo desenfundó el pistolón y disparó a
bocajarro contra el pobre Disertorio Ermunio que quedó tendido con los brazos en cruz sobre el
forraje seco de la paridera. Entre tres de sus escoltas lo cogieron en una
manta y lo tiraron a los perros. Quedó insepulto al lado de la rubia miliciana.
La expresión de ambos cadáveres era la misma: una interrogante de
beatitud.
III
VARELA, UN CHUSQUERO Y
CON UN PAR
Fue casi un presagio que
advertía lo que habría de suceder. En la Navidad de 1936 el general Varela, que
acababa de liberar Toledo a últimos de septiembre, en una fulminante operación
durante la cual hizo un derroche de facultades estratégicas, llevada adelante
con el arrojo y la decisión que caracteriza a este soldado raso, el cual de
soldado raso subió al empleo de general resultando- su rostro impasible y sus
impecables guantes blancos que no se quitaba ni en medio de los más
encarnizados combates ocultaba toda la
garra civil- uno de los militares más condecorados, estaba a las puertas
de Madrid.
Su división operaba en
Villanueva de la Cañada. Él en persona
fue a realizar una descubierta. Avistado por un grupo de blindados rusos que se
ocultaban entre la fronda que rodeaba el foso del Castillo de Villafranca,
abrieron fuego. El general fue herido triplemente; en el omóplato, en el cúbito
del brazo derecho y en un muslo. Esta herida era la que inspiró mayor
preocupación a los médicos.
Evacuado al hospital de sangre
de Griñón, su cuadro clínico no se dio a conocer. De haber trascendido, es casi
seguro de que la ofensiva sobre Madrid que Varela con sus tabores y sus
legionarios al trote cochinero y a paso de carga venían arreando desde
Algeciras, hubiese sido un fracaso.
Le fue extraída la bala, pero la
herida se infectó. Por segunda vez, el egregio oficial se negó a que los
médicos le amputaran la pierna. No recibió el alta hasta el 11 de febrero. Sin
embargo, le dieron tal cantidad de sulfamidas y otros fármacos para
contrarrestar el peligro de gangrena que hipotéticamente el tratamiento sería
determinante de la grave enfermedad hematológica de la que habría de fallecer el general a
principios de 1951.
Varela era un hombre duro. La
sangre que derramó en Villafranca del Castillo fue un preludio de los ríos de
sangre que corrieron por los campos de Brunete.
Lejos de amedrentarse, los tres impactos que marcaron su piel lo
envalentonaron más. Buscaba el desquite.
La guerra civil se perfila como una bronca en una
sala de banderas entre generales monárquicos y republicanos, ascendidos todos
por méritos de guerra o por escalafón en las sangrientas y absurdas querellas
del Norte de África. Eso por un lado. En el otro flanco estaban situados jefes
y oficiales de ascendencia cubana, con una hoja de servicio no menos brillante
y meritoria en los méritos por la patria. Era una veta menos entusiasta con la
monarquía. La derrota que supuso la pérdida de la última colonia les tornó poco
sensibles a la causa de la realeza, como por ejemplo Mola o Sáenz de Buruaga,
ambos nacidos en la Perla de las Antillas, de familia militar. El caso de José
Enrique Varela Iglesias, hijo de un humilde sargento de infantería gaditano,
que habiendo entrado como soldado raso en el Ejército fue el general más
significado y discutido de la contienda del 36, después de Franco, parecía
distinto, como corresponde a una personalidad singular. Este comunero se va
erigir en el primer postulante de a causa carlista. Más papista que el papa y
más papista que los monárquicos, precisamente debido a su extracción
advenediza.
En la alta oficialidad se miraba a “Varelita”
(también era de poca estatura, y no muy apuesto, pero con unos redaños que no
cabían en la Tacita de Plata ni en la Isla de San Fernando donde vino al mundo
en 1891) con recelo por advenedizo. Sin embargo, la tropa lo idolatraba.
Para más inri se hizo conspirador y monárquico. Más
papista que el papa, su ambición, presencia de ánimo y pundonor debió de chocar
con los militares de sangre azul. Amigo de Sanjurjo y enemigo de Primo de
Rivera con el que en Alhucemas tuvo unas palabras, cuando el dictador en una
comida manifestó su deseo de abandonar el protectorado, idea muy congruente y
que hubiese evitado mayor efusión de sangre, pero que tanto Varela como Franco
consideraban una cobardía, tuvo un papel relevante en el Alzamiento Nacional.
A los postres de una comida de campaña ofrecida a
don Miguel Primo de Rivera en el campamento legionario de Ben Tieb, y en la que
éste se pronunció en pro de la retirada de Xauen y el repliegue táctico de los
contingentes españoles en el Protectorado, Varela se levantó y dijo:
-Muy mal. Yo protesto, mi general.
El fogoso Varelita no había sido capaz de dominarse,
pensando en tantos compañeros suyos que había sucumbido en aquella tierra
humedecida con sangre de tantos españoles.
Hombre bondadoso, el insigne ministro de la Guerra,
no tomó aparentemente a mal aquel acto de indisciplina por parte de un
subordinado que en otras circunstancias hubieran significado un arresto fuerte
o la degradación. Este gesto va a dejar un poso de amargura en las relaciones
con los falangistas, fundados por José Antonio, un hijo del dictador. Una rama
de la Falange, la más revolucionaria y avanzada en sus ideas, atentaron contra
él con una bomba de mano el 15 de agosto de 1944, a la salida de misa de doce
en el Santuario de Begoña, Vizcaya. También salió milagrosamente ileso. Pero
tuvo que dimitir a los pocos días de su cargo como Ministro del Ejército,
siendo su resignación aceptada. Está claro que era un gran militar, pero mal
político.
Son contradicciones que se dan en cualquier
biografía. El héroe del Alcázar de Toledo, de Brunete, del Jarama y de Teruel,
que manifestó de siempre una capacidad especial para granjearse la lealtad de
los moros, se malquistó con los falangistas, los militares, en especial los de
baja graduación, hablaban pestes de él, porque al finalizar la guerra quiso
llevar a cabo purgas drásticas en los regimientos, y Franco siempre le miró con
recelo.
Sin embargo, puede decirse que si bien el Caudillo
hizo una guerra cómoda dirigiendo las operaciones desde una ruló, Varela, un
harqueño típico, fue el primero en dar el callo. Su palmarés impresionante con
dos laureadas así lo certifican. Organizó las mías o centurias de tropas
indígenas, con secciones mixtas de infantería y caballería al modo árabe. Había
nacido para la guerra y llevaba la estrategia en la masa de la sangre, con
operaciones en Beni Arós contra El Raisuni y la Cueva de Rumán donde desalojó pistola
en mano a toda una “yemáa” rifeña. Hablaba varios de los 64 dialectos del
Atlas.
Destinado a Melilla, poco después del Desastre de
Anual el año de 1923 con los episodios sangrientos de Irigueriben, Monte Arruit
y Nador, durante una descubierta recibe dos tiros- era la primera vez, hubo una
segunda, pero afortunadamente no se producía una tercera- en cada una de las
dos piernas, que, pistola en mano, impidió al cirujano que se las cortaran.
Había síntomas de gangrena.
La frase preferida de este militar africano era
“Venga, venga” y “Cinco tiros y avanzando”. Consideraba que la mejor defensa es
un ataque. No hay nunca que volver la vista atrás. Por ello fue legendaria su
temeridad ante cualquier peligro. Esa cualidad o defecto de su temperamento le
permitió conservar las dos piernas hasta su muerte ocurrida a los 59 años como
consecuencia de una leucemia, así como arrollar al Frente Popular.
Varela nunca ahorraba bajas ni escatimaba medios.
Todo lo fiaba a su arrojo y a un instinto especial de supervivencia que
maravillaba a los moros (con Franco sucedía algo parecido). Sólo por el oído
sabía qué sección atravesaba dificultades en el frente o cuál era el flanco más
débil del enemigo para por allí presentar batalla. No creía en aquel refrán de
“la bala con la que has de morir nunca la sentirás venir”.
Estuvo destinado en Larache, Ceuta y Alcazarquivir,
donde funda la harka, tropas muy experimentadas, excelentes tiradores, que en
la chilaba llevaban toda su munición e impedimenta. Nunca sufrió el mal del
bled, una especie de morriña o pájara que acomete a los europeos y sabía
moverse como Pedro por su casa por las intrincadas callejuelas de la Casbah.
Estas fuerzas expedicionarias demostraron su enorme adaptación al terreno,
capacidad de maniobras en la lucha de cabilas por las quebradas de los Morabos,
Asgar y Temasint, principal reducto de Abd-el-Krim y El Raisuni. Las lomas del
Rif conocieron la bravura del teniente coronel Varela.
Con la rendición de Abd-el-Krim, y, ascendido a
coronel por recomendación de Sanjurjo, es destinado al regimiento donde sirvió
su padre en Cádiz. Allí va a organizar las primeras intentonas golpistas,
secundando junto con Queipo de Llano, Godet y otros generales la denominada
“sanjurjada”. Es llevado preso al Castillo de Santa Catalina y luego a
Guadalajara donde traba contactos con grupos tradicionalistas y carlistas de
Vergara para formar un Ejercito del Norte, el Requeté. En 1934 cuando se alza
Asturias y Cataluña se proclama independiente, ofrece sus servicios al
gobierno, que éste rehúsa. Azaña se decanta por el general Franco para contener
a los mineros y por López Varela para reprimir la sedición secesionista de la
Generalidad.
Dice el general Mariñas en su biografía que a lo
primero la contundencia con que se comportó el gobierno de la República para
mantener la unidad de España fue un balón de oxígeno para la lealtad de los
militares africanistas, que por algún tiempo pensaron que el gobierno
legalmente constituido tenía buena voluntad, pero la lenidad con que actúa y la
pasividad ante las fuerzas revolucionarias determinó que la euforia inicial
africanista se transformase en desencanto. Ocurriría lo de tantas veces: el
Frente Popular, derrotado en el campo de batalla, se alzaría con el laurel de
la victoria en la contienda propagandística.
Dentro de la clase política, aún la menos lerda, se
entregaban a una traca de fuegos artificiales, de contemporizaciones y amaños.
Así se justifica e incluso se contextúa documentalmente el pesimismo de Mola
para abrir una brecha de salida al marasmo, cuando insiste en la existencia de
una conspiración judeo masónica gestada desde el extranjero y en el que son
cabeza de puente los países anglosajones. Mola, que había sido director general
de Seguridad, hablaba con conocimiento de causa. Tenía buenas fuentes de
información.
En las salas de banderas entonces se conspira. Hay
quienes piensan como Godet que España puede ser salvada mediante un gesto a lo
Pavía, pero su plan fracasa y Franco evacua consultas con Varela. Los dos eran
monárquicos, lo que en cierto modo les pone en difícil tesitura ante Mola, un
republicano convicto y confeso.
Varela en una reunión que sostuvieron en 1936
algunos militares de rango (Orgaz, Villegas, Cabanellas, Mola y Franco) se
pronuncia a favor de un golpe de mano fulminante: el arresto del ministro del
Ejército que haría él personalmente y la toma de Capitanía. Pero los que le
secundan se vuelven atrás. La situación terrorista empeora y ante la ineficacia
operativa del gobierno que se cruza de brazos muchos crímenes quedan impunes.
Era su estilo. Varela quería un golpe de mano
sorpresa. Franco, por su parte, pensaba en una acción premeditada y larga. No se hubiera lanzado a la aventura sin el
respaldo de ese “tercer hombre, responsable de nuestra guerra civil, al que
nunca hemos visto los españoles la cara”, puesto que vivía en Londres. De
Tánger, avispero de espías ya por entonces, vino la orden de embarque en el
“Dragón Rapide”. Había que tener paciencia y barajar, poner las ideas a remojo,
someterlas a la acción del catín. La reserva y prevenciones del gallego
contrastan con la impetuosidad del de la Isla de San Fernando.
El crimen de Calvo Sotelo va a ser la gota que colme
el vaso y los cabecillas de la rebelión, aunque con disparidad de criterios
hasta entonces, se unen en estrecho haz. Al principio es Mola el que encauza
los acontecimientos, enfrentandose airoso al contubernio que se fragua en los
áditos o cámaras ocultas del gran templo del dinero y de los
círculos máximos de influencia. El
desembarco se planeó en Gibraltar y de allí partió la orden llamando a Franco,
que estaba en Canarias, a Tetuán para ponerse al frente del Movimiento.
Cuando cruzan el Estrecho las primeras barcazas con
legionarios y moros, Varela se encontraba detenido en el Gobierno Civil de
Cádiz. Una serie de circunstancias gratuitas y el factor fortuna que siempre
fue su escolta determinaron que el propio gobernador que lo había llevado
preso, dentro de la confusión de aquellos primeros compases, se pusiese a sus
órdenes.
En una reunión en Sevilla que preside Queipo de
Llano se nombra a Varela jefe de operaciones. Con su estrategia relámpago y
ataviado con su fez rojo del Tabor de Melilla, los impecables guantes blancos, y
a veces el alquicel de seda también impoluto, desparrama las lineas nacionales
por todo el sur de la península. Caen Málaga y Córdoba, mientras por el oeste
Yagüe ataca Extremadura. Ronda es ocupada con sólo tres bajas. Hay que citar
los nombres de Cerro Muriano, de Alcolea y de Granada, pero, sobre todo, en la
reconquista del Alcázar de Toledo el 28 de septiembre de 1936, en la que
descuella el gran instinto estratégico del general Varela, embolsando mediante
una maniobra de tenaza a los que atacaban el famoso enclave, al cortar la
carretera Madrid-Toledo a la altura de Yepes.
Los guantes blancos y el uniforme impoluto color
crema ocultan un hecho ineluctable. Fue Varela el que llevó la parte de León en
la progresión bélica. Mientras, Franco hizo una guerra cómoda desde una rulot.
Pero esto formase parte de algo ya previsiblemente acordado de antemano. Varela
tenía prisa por llegar. En ningún momento hurtó el cuerpo a las balas.
Este va a ser su sino en Brunete, en Concud, el río
Alfambra, el Jarama, la batalla de Segovia. Se muestra como el cerebro de la
operación y el que en la primera fase de la guerra hizo todo el gasto. Luego, a
partir de la batalla del Ebro, cuando su salud se resiente, pasa a un segundo
plano. ¿Quizá por diferencias con el Caudillo?
Eso no se puede decir así tajantemente. Lo nombró
ministro del Ejército en su primer gabinete de gobierno. Que luego sus
rivalidades con otras facciones del espectro político español derivasen en
divergencias notorias con los Falangistas y descontento entre la escala básica
de suboficiales es otra historia.
Parece que la ambición era uno de sus defectos. ¿
Alguna vez pudo olvidar su condición humilde, de hijo de un brigada chusquero?
Parece que en su matrimonio con Casilda de Ampuero, dama de la nobleza vasca,
con la que contrae matrimonio ya casi cincuentón, late una idea de promoción
social.
Desde sus tiempos de conspirador contra la República
se había decantado a favor del Requeté. A raíz del atentado en Begoña el 16 de
agosto de 1944, después de un Tedeum, Franco lo aparta de su gobierno. Pero,
mal político, resulta Varela con su simpatía personal y esa estrella o baraca
que resulta tan importante para los árabes, un gran administrador. En este
último cargo de Delegado Alto Comisario del Protectorado de Marruecos triunfa y
rinde grandes beneficios a su país donde sabe labrarse la amistad y la
admiración de los rifeños. Se había hecho militar en una harka.
Como consecuencia de un cáncer en la sangre moriría
en Tánger el 25 de marzo de 1951. Su cuerpo fue trasladado con grandes honores
a la Península y sus restos inhumados en el cementerio de Cádiz.
IV
EL ABRACADABRA MOLA
El enigma tanto de su vida como el de su muerte fue
uno de los secretos mejor guardados. Pertenece a ese cupo de hombres tallados
por el destino, que rara vez se amoldan a definiciones. Oriundo de Placetas, un
bohío en la provincia cubana de Santa clara, hijo de un capitán de la Guardia
Civil Montada, ve la primera luz en el Trópico el 9 de julio de 1897, este
muchacho algo corto de vista con la cabeza pequeña y las piernas de cigüeño,
sorprende por su sentido del humor y su habilidad para las matemáticas. Nueves
y dieces sacaba en el instituto de segunda enseñanza de Gerona, adonde es
trasladado el padre de Emilio Mola Vidal cuando éste tenía siete años, y
después en Málaga. Allí acabaría el bachillerato. El septenio pasado en el
Caribe va a ser el más importante llegando a influir en su enigmática
personalidad.
Recibe el despacho de alférez de Infantería (1904)
y, ya con empleo de teniente, va destinado a Logroño, pero pide una vacante en
el Regimiento 54 de Melilla. Por aquellos días el general Berenguer, que habría
de ser su amigo y valedor, está organizando un refuerzo de policía nómada
integrado por rifeños instruídos por mando peninsular. El teniente Mola se tocó
con el tarbús y se caló la chilaba o alquicel de los Regulares un día de agosto
de 1911, recibe el bautismo de fuego en Buxdar. Algunos de sus hombres
desertaron y se pasaron al moro. Sale vivo. Él también se jacta de buena
estrella ca no se había torcido en su camino ningún bereque. Sin ella no se
puede hacer la guerra del desierto, pero la bala que te ha de matar nunca la sentirás
venir. Un presentimiento. Toma parte en
las operaciones de Monte Arruit y combate en las vanguardias que hostigan a
Mohamed Amesian, un morabito que había declarado la yihad contra el rey de
España. Se decía que sólo le podría abatir un proyectil de oro. Era un disparo
corriente y moliente, de un máuser, el que le segó la vida. Ante tal fatalidad,
su harka huye en masa o depone las armas. Allí, en aquella refriega, su
bautismo de fuego; el teniente Mola recibe un impacto en una pierna. Volverá a
caminar, pero su forma de hacerlo sería como la de un galeón proa a las
galernas, que cabecea entre las olas. Ese paso inseguro, ese desencanto,
trasmina a veces el fondo de acedia que se echa a notar en no pocos de sus
escritos. Los combates en primera línea contra las huestes cabileñas serían
poca cosa comparadas con los parapetos que habría de saltar cuando se lanzó al
ruedo de la política. Miró siempre derecho y entraba al toro por los cuernos
pero para esta suerte de lidia casi no resulta buen aval el honor y por ese
cabo don Emilio era un matador enterizo y sin pelos en la lengua. El enemigo
sabía que para matar a valientes como él no hay que ir de frente. Ahí puede estarla clave del enigma Mola, del
enigma Miguel Primo de Rivera, del enigma Joaquín Calvo Sotelo. Sabían donde
tenía el lobo su guarida. A él, como a los otros, lo asesinaron porque se
opuso. Fue, pues, víctima del gran diseño.
Asciende a comandante por méritos de guerra. Y en su
hoja de servicio se escriben con caracteres de gloria los nombres de Fondac,
Dar Acoba, el parapeto de Izarduy. Es allí una noche en que está de centinela
en la posición desde la que se domina la panorámica de los montes del Atlas,
espalda oscura y gigantesca giba del mundo, cuando se le ocurre mientras
escribía a su novia Conchi esta frase:
Las balas son como las cartas; cuando escriban mi
nombre en el sobre tendré que recibirlas.
Era como una premonición: miles de soldaditos a los
que el plomo sarraceno saldría a recibir en la gaba de Anual. Otoño de 1921. El
teniente coronel también obtuvo su cupo pero el sello no era mortal. El
proyectil fue a parar en su flanco más débil, las rodillas. En el hospital
militar de Carabanchel adonde fue trasladado hicieron virguerías pero no
pudieron evitar que el paciente quedase de por vida flaco de cánulas. Le
apodaban el “rodillas flojas”. Regreso a Logroño. Otro destino en Santander. El
Raisuni sigue haciendo de las suyas y pide otra vez destino en Marruecos.
Asciende a coronel y “otra vez a torear”, decía él, recibe el mando de la
Mejala de Xauen. No hay manera. La gaba vuelve a teñirse de sangre y Mola es
uno de los primeros en aconsejar a Primo de Rivera el repliegue táctico de
aquellas posiciones en tierra hostil. Pero antes derrocha su temple defendiendo
otra vez Dar Acoba. Los combates son tan violentos que un periódico de Málaga
llega a dar la noticia de la muerte en acción del valeroso coronel del Tabor de
Larache. Era un bulo. Cuando Mola, una vez conseguido que quedara el camino
expedito entre la vanguardia y la retaguardia, llega a Tetuán a la recepción
dada en su honor por el Alto Comisario con la ropa deshilachada y sus gafas
sujetas por una cuerda, una explosión hizo añicos la patilla, pide perdón por
no haber podido ir al sastre que le vistiera de etiqueta para la ocasión y
observa con melancolía la indiferencia, hubo poca gente a recibir a los héroes
de Dar Acoba, con que se acogió a los supervivientes del mítico blocao de la
muerte.
“Todo esto -cita en su cuaderno de campo- es
desconsolador para la salud de España”. ¿Tanta abnegación para qué? Somos un
país de grandes despropósitos. No hay ten con ten y falta la medida. Se
desmesura lo insignificante y se desdeña lo que tiene una importancia capital.
A Mola parece que le abruma esta cicatería. El cuerpo de la patria está herido
de muerte.
Al cabo de un año de luchas la operación de
evacuación de las avanzadillas quedó consumada en 1925 en medio de las
protestas de algunos militares eximios (ya citamos el enfrentamiento que tuvo
Varela con don Miguel) y la opinión pública que se desentiende.
De vuelta a casa, se dedica a la lectura y, sobre
todo, al bricolaje. Don Emilio era un manitas. Calafateaba maquetas de barcos,
construía relojes, forofo de la fotografía algún se guardan alguna de las capas
y encuadres por él obtenidas. Otra vez vacaciones en el Logroño de sus amores.
El asueto entretenido con la pluma y la caja de herramientas a mano no va a
durar mucho. Siente de nuevo la llamada de África. De nuevo hay que salir a
“torear” formando eterna con Sanjurjo y Franco. El desembarco de Alhucemas pone
fin a dieciocho años de guerra. El Dictador, que era terco, se había salido con
la suya. Pero al poco tiempo cae y Mola, a la sazón, al frente del Tabor de
Larache, es llamado por Berenguer para ocuparse de la Dirección General de
Seguridad. Sería la figura más significada de aquella “dicta blanda”, pródromo
de la caída monárquica.
La bola de gobernación sigue bajando y subiendo a
despecho de las rencillas, sinsabores, traiciones y felonías que agobiaban a un
cuerpo de funcionarios mal pagados y escindidos en capillas. Su irrupción en a
aquel edificio supuso como la suelta de un toro en un colegio de ursulinas.
Mola se siente igual que Daniel en el foso. No parece entender nada. Quizá ha
comprendido demasiado bien. Se da cuenta de la envergadura de la conspiración.
Los tentáculos del pulpo que irradian los cuadrantes de la esfera del reloj.
Suenan aquí sus campanadas, es cierto, pero los dispositivos del manubrio se
disparan desde lejos.
Hombre que siempre se jactó de decir la verdad
aunque le costara muchos disgustos y sinsabores, don Emilio Mola contextúa lo
que está ocurriendo y desenmascara las agitaciones de las logias masónicas. En
su autobiografía de estos años “Lo que yo supe”, vademécum para entender la
historia de España del siglo XX y las secuelas que podrían acarrear en el XXI,
realiza estas confesiones a bocajarro:
Posteriormente, cuando, por imperiosa obligación de
mi cargo, estudié la intervención de las logias en España, me di cuenta de la
enorme fuerza que representaban, no por ellas en sí, sino por los poderosos
elementos que las movían desde el extranjero: los judíos.
Ellos habían abierto la brecha de la sangrienta
guerra norteafricana y “portillos tan anchos no va a haber manera de
cerrarlos”. Dicho de otra forma, en los planes de dominación mundial que
alberga el zionismo internacionalista sobra la palabra España. Acabando con
ella destruirán uno de los baluartes de la civilización cristiana. Esta en
marcha un plan pavoroso de des europeización del que será paralelo en este
siglo y en los venideros la descristianización. Marruecos fue la cuña de apoyo
que tuvieron los judíos en sus campañas
secundando al Turco, tras el despecho, supuesto o real, del decreto de
expulsión de 1492. Quieren volver a Granada, siempre con los moros detrás. El
portillo es muy ancho y e día en día las pateras que llegan por el Estrecho,
cuyas aguas conoce el moro desde el tiempo inmemorial, lo agrandan.
Se dio cuenta de que la base del orden y la fuerza
en un estado moderno pasa el dominio de la información. Hay que montar la red y
tener bien sintonizado el aparato. Buen militar, tenía un gran sentido de la
anticipación. “Desengañese, usted, general, - le dijo a su jefe, don Dámaso
Berenguer- hoy rasca cualquier cabeza y aparece un gorro frigio” y es que Mola,
pese a la presbicia, era hijo de guardia civil y echaba la vista larga. Era un
hombre de Estado que obra en la esfera no de los intereses oligárquicos sino
con la mira puesta en el bien de la Patria. “Usted se debe a España, no al
gobierno” escribe en una carta al oficial insurrecto de Jaca, Fermín Galán. Le
tocó a este hombre de honor a este cubano desencantado, vivir un tiempo de
aguas turbias. Y Mola era lo que se dice un caballero. Su porte gentil no desmiente el inconfundible aire
británico. Jugaba siempre demasiado
limpio y eso ahora, a la vista de las circunstancias, más que virtud, es
defecto.
El orden público en aquel ambiente de revueltas y en
aquel estado paroxístico de los estados de ánimos cuando se barruntaba una
revolución y el separatismo en auge, era una patata caliente. Se le había
confiado una misión imposible, por cierto a un hombre de talante republicano:
salvar la monarquía. El levantamiento de Jaca denota que existe también
malestar en los patios de armas. Habían nombrado bombero a un caballero de
modales exquisitos. El ministro de la Gobernación duda y siente que la labor
asignada excede sus fuerzas.
Cae el gobierno Berenguer y su sucesor, el almirante
Aznar confirma a Mola en el puesto, mas por poco tiempo. La víspera del 14 de
abril su domicilio es blanco de algunos pistoleros. Hubo de refugiarse,
saliendo de su despacho a boca de noche gracias a la complicidad de un grupo de
funcionarios de policía en un cigarral de Toledo. Un hombre de visión realista,
a diferencia del Marqués de Estel la que hasta el último momento consideraba
que su dimisión sería sólo momentánea, el responsable saliente de la
gobernación no se hace vanas ilusiones. “Van a por nosotros. Nos empapelarán y
purgarán estos demócratas”.
Efectivamente, una entrevista con Manuel Azaña, el
triunfador de las elecciones, el 21 de abril le abroquela en su escepticismo ya
endémica con respecto a una eventual salida negociada de la crisis española. El
mal hundía muy hondo sus raíces.
El nuevo gobierno ordena su ingreso en prisiones
militares. De su estancia en el penal de San Francisco escribe con amargo
desenfado y da la medida y talla de uno de los rasgos más salientes de su
carácter: la elegancia:
Adquirí la persuasión de que el sentimiento de la
gratitud y del valor de la responsabilidad, del culto a la honradez, el recto
concepto de la justicia y de la nobleza de espíritu, no son cualidades que
encuentren albergue en el corazón de todos.
El Fiscal General de la república, Ángel Galarza
Gago, decreta su libertad bajo fianza de 25000 pesetas que en aquellos tiempos
y para un modesto funcionario, que vivía de su paga y su masita de soldado,
eran muchas pesetas. Tuvo que echar mano de sus conocimientos de marquetería
para satisfacer la deuda. Incluso en una semana escribe un tratado de ajedrez
del que se venden miles de ejemplares en Hispanoamérica, con la particularidad
de que el autor nunca había tocado un tablero de ajedrez ni sabía nada del
asunto. Sólo era un buen matemático.
También devenga algún dinero de la publicación de
sus memorias. Lo que yo supe salió a la luz en la editorial Bérgua que estaba
dirigida por un comunista, pero con un gran olfato comercial. Sin embargo, el
tomo se vendió estupendamente y ayudó a paliar la penuria en que quedó la
economía familiar. La ley de Azaña cayó sobre él con todas sus consecuencias:
inhabilitado de empleo y sueldo, pase a la segunda reserva. De este estado de
marasmo y de su enfrentamiento con Azaña, un masón convencido que amañó la
proclamación de la república en la cual creía él en un principio y de la que
acabó desilusionado, le sacó la victoria de las derechas. El gobierno de
Lerroux se acuerda de él y Gil Robles,
recién nombrado ministro de la Guerra, le pide su asesoría cuando estalla la
revolución de Asturias. Puede volver a Melilla. Después es destinado a la XII
Brigada de Infantería de Pamplona. El gobierno de Azaña, al decretar este
traslado forzoso, en su afán por descartarse de los generales desafectos a la
causa-Franco va a Canarias, Goded, que había planeado ya de antemano una toma
de las Cortes a lo Pavía y Sanjurjo sigue en el penal de Santa Catalina- comete
un error que iba a costarle caro. La medida no deja de ser maquiavélica, porque
los republicanos, teniendo conocimiento de que Mola pasa por ateo convencido y
no comulga con las ideas monárquicas, lo manda nada menos a la cuna del
fundamentalismo carlista. Era como meterlo en la boca del lobo. Pero el tiro va
salirles por la culata.
Cree Jorge Vigón, uno de los biógrafos más sagaces
con los que ha contado nuestro personaje que cuando sentó plaza en Pamplona
Mola va a experimentar una metanoia o catarsis. Sus conocimientos de primera
mano sobre los tejemanejes del poder oculto y las conspiraciones masónicas
tergiversan la palabra democracia- este sistema político no es más que una
añagaza para el fomento del dominio mundial. ¿Cómo va valer lo mismo el voto
del carnicero de Cuatro Caminos que el de un catedrático de la Calle Ancha?, se
pregunta en aquellos días de ostracismo y de gran actividad literaria. El
vuelco ya está dado. Aquel general descreído y algo burlón se perfila como uno
de los primeros púgiles contra la bestia. Uno de los primeros encartados en un
golpe, bien preparado, no una asonada, pero que el paradójico Mola sabía de
antemano, pues era un hombre de mente despierta y muy analítico, sabía que iba
a costar ríos de sangre.
Era paradójico por la sencilla razón de que siendo
un militar descendiente de liberales supo ganarse las voluntades de los
carlistas, engañar al general Batet, comisionado por el gobierno central para
vigilarle, y porque en su pensamiento pesaba más la razón de Estado que los
intereses de partido. Amostazado por la idea de una patria a punto de
desaparecer a causa de la labor de los agazapados de las mafias y de las logias
-el lenguaje político de los demócratas que nos llevaron a la encrucijada del
36 se parece como una gota de agua a la jerga tribunicia de los padres de la
patria el año 2000, con idéntica verborrea, el correr de la sangre al amor de
las bombas y de los tiros en la nuca de los pistoleros etarras- se sintió en el
deber de ser director de orquesta de aquella conjura que tuvo una gestación en
Pamplona tan trabajosa como sin pronósticos. Lo que no quería es hacer una
chapuza aquel manitas perfeccionista y concienzudo. De estatura prócer,
aquellos andares de jirafa como consecuencia de su disposición orgánica y
también como resultado de la bala que le fracturó el menisco en África, aquel
rostro cejijunto, que engañaba porque era hombre de genio irónico que en los
momentos más difíciles sabía sacar aquella enigmática sonrisa, no parecía un
español al uso. Su humor era muy inglés. Sin embargo, se movía por propia
iniciativa, llevado por el sentido del deber y ese amor a España que había
mamado en la Casa Cuartel de Placetas - en su personalidad confluyen la del
militar y la del hijo de guardia civil - y sus contactos fueron mínimos con el
misterioso sector que estaba trabajando en Londres desde la sombra. Éste ente
misterioso se decantó por Franco. El Ojo Que Todo Lo Ve debió de seguir sus
pasos en la reunión del monasterio de Irache, quizás hizo fracasar el
alzamiento en Barcelona donde sucumbió Godet y puso chinas en el camino para
que Mola pudiera ponerse en contacto con José Antonio detenido en
Alicante. Tuvo que tajar la baraja y
contemplar una serie de cartas
heteróclitas, allanar las desavenencias y desconfianzas tan propias de
españoles, pero supo imponer la teoría de que España era la razón suprema por
encima de las miras personales. El manifiesto de Mola encuentra un antecedente
glorioso en el bando publicado por el alcalde de Móstoles en 1808. Concebía
aquella lucha como una nueva guerra de la Independencia contra un invasor
foráneo, que no tenía un núcleo concreto sino que era un cefalópodo de
incontables tentáculos y múltiples cabezas (comunistas, separatistas,
socialistas, anarquistas, de varia extracción y de múltiples tendencias). Lo
que se desprende de este intenso semestre en la capital navarra en que hubo
muchos cabildeos, palpaciones y tacto de codo, jugandoselo todo a una carta, es
que este general intentaba parecerse al flautista de Hamelín. Mola era el mago
de la varita mágica. Su temple egregio se ganaría el respaldo de unas facciones
tan difíciles de avenirse por las buenas como eran falangistas y requetés. Si
no lo hizo la sangre fría de aquel hombre que el 14 de julio despide en el
descansillo de la escalera de su casa de Pamplona a su hermano Ramón Mola
destinado en Barcelona, adonde le despachaba con una carta para el jefe de
aquella guarnición, sabiendo que no le volvería nunca a ver, los planes de la
revuelta fueron llevados adelante con el beneplácito de la Providencia.
Barajaba las cartas a cara de perro. Hacía con vistas a un impropicio agüero.
Él se erigió en director de orquesta. Su conocimiento de la psicología de los
prohombres del régimen Azaña-Casares Quiroga le facultaba para la comprometida
misión que llevó adelante. Otro, sin la cabeza fría del hispano cubano, epítome
del patriotismo, y que sentía a España en lo hondo de su alma, circunstancia
que le permitió limar las asperezas con otros implicados en la rebelión de
diferentes ascendencias políticas, él no era un conservador ni un rentista, se
subleva al socaire del lema Dios, Patria y Justicia, no entendía de fueros, se
hubiera venido abajo.
Cuando llegan las noticias de la movilización de la
fuerza en Marruecos, Azaña pierde los papeles, despide a Casares Quiroga y
nombra a Martínez Barrio, éste, en su calidad de jefe de gobierno llama por
teléfono a Pamplona donde mediante halagos trata de convencer al primer
cabecilla de la revuelta para deponer las armas, ofreciendole la cartera de
Defensa. Los nervios que perdió el presidente supusieron un reguero de
inquietud, zozobra e indecisión en las salas de estandartes y la liquidación de
los sospechosos. Estos períodos iniciales de una revolución suelen ser
terribles en cuanto al derramamiento de sangre. El pánico revuelve los odios y
las sangres. El toro embiste porque tiene miedo. El teléfono no para de sonar,
circulan bulos y rumores, se pasan recados o fórmulas de ultimátum. Es que el personal se ha puesto nervioso.
Eolo abre la caja de los vientos. La tempestad no tardará en llegar.
Cortés, pero
rotundo, Mola le da su negativa. Presa de pánico, el líder del ejecutivo
destituye por Giral a Martínez Barrio y designa a Miaja para ministro de la
Guerra.
Se vivieron una serie de días y de noches de cuchillos
largos y conferencias telefónicas a larga distancia. Entre estos diálogos de
zona a zona destaca la dramática bronca entre Miaja y Mola, que otra vez vuelve
a pedir a su amigo, en nombre de la fraternidad de armas, se conocían desde las
campañas del Protectorado, que deponga su actitud. Mola por toda respuesta le
grita desde Pamplona: “Piensa usía fusilarme, mi general. Soy un sublevado”.
Miaja desde su despacho en el Palacio de Buena Vista cuelga el auricular. El
taco que soltó pudo escucharse hasta en Campamento. Este accidentado coloquio
telefónico tuvo lugar el 18 de julio de madrugada. Al día siguiente se publica
el famoso bando:
“Emilio Vidal Mola, general de Brigada y Jefe de las
Fuerzas Armadas de la provincia de Navarra, hago saber que vacilar un momento
más sería un crimen. España, presa de la más espantosa anarquía se desangra y
muere. Vulnerada la constitución, negados los más elementales derechos del
ciudadano, comenzando por el de la vida, entregados los pueblos y ciudades al
dominio de los pistoleros, España ofrece hoy un espectáculo de miseria y sangre
que jamás ha registrado en su historia. El Ejército y la Marina, fieles a su
juramento de derramar la sangre por la Patria, extienden hoy su brazo armado
para detener a España al borde del abismo”.
Con este documento declara el estado de guerra. Una
multitud de mozos y de hombres no ya tan jóvenes se lanzó al combate a la
sombra de la bandera bicolor por decisión de don Emilio, tras larga reflexión.
No podía aceptar la enseña republicana sino la roja y gualda “con la que hemos
enterrado a tantos de los nuestros en África”.
Estuvo dudando hasta el último momento. Pugnaban
dentro de su alma los escrúpulos republicanos y sus convicciones patrias. Le
costó trabajo adoptar esa decisión, pero, una vez izada la roja y gualda en el
gobierno civil de Pamplona aquel general a la que su presbicia física no le
impidió tener una vista de lince espiritual, con ese gesto y con la arenga que
dirigió a la fuerza acantonada estaba dando a entender que quemaba las naves.
Por encima de sus intereses personales y de su integridad física estaba el
honor de España en manos de una caterva de políticos maleantes.
A su bando se sumaron con suerte intercadente y en
medio de una nube de incógnitas que puso a unos oficiales contra otros las
guarniciones de La Coruña, Oviedo, mandando por Aranda y Gijón, donde los
soldados que se sumaron al Alzamiento se encastillaron en el cuartel de
Simancas y, copados por dinamiteros de la cuenca minera, pidieron a un buque de
la Armada que abriese fuego contra ellos. Ídem, las guarniciones de Zaragoza y
Barcelona donde es sofocado el general Godet, Cádiz, Sevilla, Segovia,
Salamanca y Burgos. En Madrid también la iniciativa es aplastada, expugnado el
Cuartel de la Montaña que defiende Fanjul por las turbas revolucionarias.
Al “alea jacta est” emitido con contundencia de
arenga militar desde el balcón de la Diputación Foral de Pamplona por un hombre
alto que fruncía demasiado el entrecejo y tenía la voz muy ronca correspondieron
suertes diversas, desenlaces dramáticos y situaciones cómicas. El destino
inescrutable de las Armas se entrevera con el de las Artes y con el del Amor.
No corona con el laurel de la victoria a los más bellos, ni a los más
esforzados sino a los más hardidos siguiendo una ley pura estadística del
cálculo de probabilidades. En el acontecer de los hechos no hay ética ni se
sigue un escalafón. Las balas son como las cartas. Llevan su destino y
remitente y no queda más remedio que recibirlas. Otra vez a torear, pero en
aquella ocasión las arenas ardientes del ruedo ibérico desafiaban al sol
teñidas de rojo.
Brunete sería el epílogo no sólo de aquel frenesí
caustico, que lanzó al populacho a la calle amostazado por una ira vernácula,
cuentas pendientes de muchos siglos, creando a la par una tensión inusitada en
los cuarteles, el ambiente era tan denso que se podía cortar con una faca, sino
que fue el corolario trágico a los diecinueve años de guerra absurda en
Marruecos.
Pero eso sólo lo llegó a entender el general Mola
que fue la eminencia gris de aquel golpe. Franco, más pragmático y acaso con
esa buena fortuna que nunca le ha de faltar al buen legionario contra el mal du
bled en la jarca, se constituyó en mero brazo ejecutor, aina su experiencia en
la poltrona caliente de Gobernación. El ángulo de mira desde el Kilómetro Cero
le permitió estar al tanto de una serie de vicisitudes en las que no repararon
sus compañeros. Llegó a saber demasiado. Tal vez ese conocimiento de las
fuentes de información selló su sentencia de muerte en un absurdo accidente de
aviación.
Supuso que los hilos del gran guiñol los movía a
distancia una mano invisible que esconde su procedencia y esconde sus dedos.
Don Quijote -Mola tiene toda la facha de un quijote de uniforme- cabalgaba de
nuevo por la gaba batiéndose con los fusileros de Abdel Krim y la incomprensión
y la indiferencia de retaguardia. España siempre tiene que acabar poniendo los
muertos en pugna con los imposibles. ¿Será un delito amarla y la circunstancia
de haber nacido español un obstáculo imperdonable de terquedad políticamente
incorrecta la voluntad de querer serlo?
He aquí un nudo gordiano en el que la prensa
maleante e inverecunda que tenemos el año dos mil, en manos toda ella de
capital extranjero, sigue jaleando con ardorosa fisga y lamentable refitoleo.
Los columnistas del País y del Mundo lanzan venablos cargados de veneno contra
la enseñanza de nuestra Historia. Por lo visto, nuestro glorioso pasado cae del
lado inverso. Nos crecen los enanos y en este verano del primer año del siglo
veintiuno la situación por lo que al porvenir de España se refiere los enemigos
contra los que se alzaron Mola y los suyos son más potentes y poderosos. La
carcoma de estos últimos cinco lustros ha roído todo el maderamen. Toda la obra
muerta del edificio dará en fracaso. El enemigo, resabiado por aquel fracaso,
ha cambiado de táctica. Los españoles
hemos sucumbido a los cantos de sirena de una pensión fija, una casa en la
sierra, los hijos en la universidad, las secuencias soporíferas del Gran
Hermano, el sexo para todos, el consumismo y el analfabetismo cibernético.
Cunde la sensación de que esto se acaba, de que entramos en la recta final.
Las desgarbadas zancadas del general Mola yendo y
viniendo a lo largo de la Piel de Toro ganandose adeptos a su causa, sondeando
opiniones y haciendo ese tacto de codos tan necesario a los que se embarcan en
una aventura desconocida que requiere palparse bien la ropa, atarse los machos,
enviando a reuniones a sus espías, unos colaboradores que gozaban de nombres
tan poéticos como “Garcilaso” detrás del que se escondía una mujer, Elena
Medina, la matahari propia, recuerdan los titubeantes monólogos de Hamlet por
las brumas de Dinamarca. To be or not to be. ¿Somos los españoles esquivos a
los dioses? ¿Por qué se nos derraman contra nosotros los cantaros del ciego
desencadenando de vez en cuando lluvia de aceite hirviendo? Pero, entonces,
como ahora, el espectro no contestó a las interpelaciones del patriota
acendrado. Dio la callada por despuesta el muy ladino y la caja de Pandora
sigue en manos de los más zotes. Esto puede ser peligroso. Al final, siempre se
acaba haciendo justicia y la engañifa denunciada y desenmascarada, aunque ese
momento tarda tanto en producirse.
Detrás de esa mampara de fragilidad dubitativa de su
fruncido ceño, el hombre de acción sobrepuja al pensador, al intelectual que
había dentro de aquella carcasa desgarbada de angelote, con la marquetería y la
fotografía como distracciones habituales en sus ratos de ocio. “Habrá piedad
para los engañados, para los engañadores, jamás” anuncia en una de las escasas
entrevistas que concede. No era ni un irresoluto, sino la expresión de la
voluntad puesta al servicio de una causa. La única idea que le movía era España.
Ni pactos de Zanjón, ni abrazos de Vergara. La victoria tenía que ser
aplastante. Una guerra es el
enfrentamiento de dos afanes. El que pierde la ambición de ganar pierde la
guerra. Los pactos no eran posibles, ni tampoco una política de trapicheos y de
cataplasmas, desde el punto y hora en que Manuel Azaña mandó sofocar una
rebelión popular con aquella frase que tanto ha dado que hablar y en la que no
se descuelga como una demócrata. Tiros a la barriga. La orden, que se diga, no
era muy viril que digamos.
Dos hechos iban a acaparar la atención del jefe del
Ejército Norte aquel verano de guerra. En primer lugar, la orden tajante dada
al príncipe de España, Juan de Borbón, el cual había llegado a España para
incorporarse a filas como el que hace turismo, de que abandone el país. Otro
enfrentamiento con la bicha. Nunca se le perdonaría aquel desacato a la
altanería borbónica. Se puso la excusa de que la vida del heredero que nunca
llegó a reinar era demasiado valiosa y podría rendir en adelante mejores
servicios al país. No hay que olvidar, en cambio, que las relaciones de don
Emilio Mola con Alfonso XIII no se distinguieron por ser precisamente un modelo
de cordialidad. Además, tampoco quería herir la susceptibilidad de los ámbitos
de Montejurra. Aquel plantón sería el inicio de una saga de malentendidos entre
don Juan de Borbón y el régimen de Franco.
El otro suceso trágico fue el asalto al cuartel de
Simancas en Gijón, cercado durante varios días por las hordas milicianas. Poco
antes de producirse la toma, el radiotelegrafista del buque “Cervera” recibe el
siguiente parte. “Tirad contra nosotros. Tenemos el enemigo dentro”. Vuelve a
repetirse episodios tan frecuentes en nuestra historia de Sagunto y de
Numancia. Otra vez Guzmán el Bueno tira el puñal desde lo alto de la almena. No
cabe la capitulación en la mentalidad de los acérrimos españoles. Ahí tienes
esa daga, mata a mi unigénito. Fuego graneado contra mi posición. Está
infectada de ratas venenosas. Hubo muchos muertos, asesinatos, salvajadas. El
general Aranda resiste como puede la embestida. Pero Oviedo tampoco se rinde y
es al fin liberada por las columnas gallegas de Marín Alonso y de García
Valiño.
Todo el utillaje industrial, las reservas de
divisas, la diplomacia, la aviación, los puertos, el armamento y los puertos de
las ciudades más avanzadas cayeron del bando republicano. Carecen de algo muy
importante para conducir una guerra: mandos; improvisan entonces generales de
la misma forma que los nacionales se las ingenian para sacar dinero de la hucha
de las economías familiares organizando colectas de alhajas por los pueblos de
Castilla y requisando las escopetas de los somatenes del abuelo o fundiendo
campanas para fabricar proyectiles. Ya ocurrió durante la invasión napoleónica.
Había, sin embargo, una aliento de victoria, una vibración de deseos comunes.
Todo ello suplía esas carencias de lo esencial. Lo demás se dio por añadidura.
Entró en juego ese coraje y valor que saca a plaza el español en situaciones
excepcionales, cuando tiene un caudillo delante o una idea por la cual se
siente entusiasmado. En aras de esa idea no le importa dar la vida, como
refrenda el patético comunicado recibido en el puesto de mando del “Cervera”
poco antes de que cayera el cuartel de Simancas: “Haced fuego contra nosotros,
tenemos el enemigo en casa”. El capitán del buque no podía creer al mensaje que
venía a través de los hilos y palpitando antes en las señales heliográficas.
“Dadnos una clave”. Sobraban claves. La comunicación entre el regimiento y la
fragata se cortó de repente. Los supervivientes del Simancas intentaron una
salida a la desesperada tratando de abrirse camino con bombas de mano. Fueron
abatidos a los pocos metros de los muros del recinto.
Este tipo de diálogos escalofriantes se vuelve a
repetir en la toma del alcázar toledano y un hijo suyo cogido por los rojos
como rehén. “Ahí va mi puñal. Dispónte a bien morir”. Aquello debió de ser
tremendo. Toda baja, por leve que fuere, abochorna siempre a un oficial que
luzca con honra sus entorchados, quien ha de basar toda su ciencia militar y el
arte de la guerra en la defensa de la paz y la salvaguardia de la integridad
física de sus súbditos, en la garantía del derecho y de las libertades.
Su experiencia en los parapetos africanos le había
hecho a Mola un experto en psicología. En campaña hay que saber disponer el
funcionamiento de Radio Macuto a nuestro favor. Eso lo sabía hacer bien. Cuando
veía decaer la moral de sus soldados se las ingeniaba para propalar el bulo de
que estaba a punto de llegar un relevo. Esta noticia infundía alientos. Era
mentira: la columna de socorro nunca podría hacer acto de aparición porque era
inexistente. Pero el guripa se
ilusionaba un tanto.
Los pavorosos partes sobre el desarrollo de los
acontecimientos en el Frente Norte deberían de abrumarle. Todo el peso de la
responsabilidad para él. No era un caído ni dos sino compañías enteras,
divisiones, escuadrones que perdían lo mejor de su oficialidad y soldados
rasos. Era frecuente en aquellas fechas ver circular las caravanas de duelo por
las carreteras solitarias de Castilla y de Navarra: un coche de punto con una
caja de madera de pino mal ensamblados sus tablones sobre el que flotaban las
cintas de la enseña nacional. Adentro, unas mujeres enlutadas que llevaban al
ser querido a enterrar al pueblo. Fue
una hora de grandes lutos, toques a clamor y sepelios. Tanatos carreteando
bruzadores siniestros mostraba a Hesperia su faz más lóbrega. En los campos de
batalla los acemileros de las compañías de zapadores sobre los lomos de los
mulos porteaban cadáveres. En Brunete eran tantos que los del pico y pala no se
anduvieron con contemplaciones. Los transportaban sujetos por maromas a la
rastra de la pata de las caballerías; se tuvo que inhumar con cal viva en fosas
comunes. Los servicios de limpieza no daban abasto para recoger los cuerpos.
Para uno que está al mando la muerte de un soldado se siente como la de un
hijo. El propio padre del general Mola y su hermano Ramón fueron pasados por
las armas en la Ciudad Condal. Aquella guerra, la peor de todas las guerras
civiles, empezaba a cobrar un aspecto aterrador por el número de víctimas
incalculables. Era algo que la eminencia gris del Alzamiento no presuponía.
Aparentemente, las malas noticias de los frentes no hacen mella pero hay
indicio de que este hombre tan enterizo y a la vez tan humano está a punto de
derrumbarse. Cuando habla de que piensa dejarlo todo, marcharse y ahí queda
eso, está demostrando que no era insensible a sus congojas interiores. Aunque
la procesión fuera por dentro, en cambio, no se vislumbra en su compostura
afable y austera el pánico; eso sí, la arruga del gabelo que le da ese aspecto
de hombre enfurruñado se abarquilla y el surco se hace más profundo entre los
quevedos de sus antiparras de culo de vaso. Intenta buscar escapatoria a los
negros presentimientos que lo abruman haciendo visitas relámpagos a las
guarniciones. El general invisible, como le llamaban los periódicos, se trasmina
en el general omnipresente. Sube a Somosierra, marcha a Ávila o a Salamanca,
ora se presenta en el Alto del León para decirles a los artilleros de Serrador
y a sus falangistas que son unos jabatos, ora se entrevista con Yagüe, su viejo
amigo que tuvo a sus órdenes como teniente en Dar Acoba que viene zumbando
desde el Estrecho al frente de los Regulares de Larache, ora vuela a Irún en
plena noche, pero sobre todo le gusta callejear de incógnito por Valladolid con
su inseparable cámara de fotos bajo el brazo. Su sagacidad castrense no le
permite embalumarse. Es hombre de reflejos, de labor bien hecha y de trabajo
rápido. Nunca le gustaron a Mola las chapuzas. Por eso diagramó la estrategia
de la campaña septentrional como si fuese el plano arquitectónico de una gran
catedral. De este gusto por pasar desapercibido y de estar siempre allí donde
se producían los hechos queda constancia en su pasión por el reporterismo
bélico. Cuando acudía a una posición retrataba al personal, pero él detestaba
los primeros planos. En cierta ocasión haciendo una visita de reconocimiento al
frente de Irún tomó algunas placas que cedió al periódico “Unidad” de San
Sebastián. Las instantáneas eran tan crudamente realistas que no pasaron la
censura. Nadie sabía en la redacción que había sido obtenidas por aquel modesto
y campechano general de brigada, experto en todo y con un ojo de lince para los
buenos encuadres.
V
A LA MONARQUÍA LA ARRUINAN LOS MONÁRQUICOS, Y A
ESPAÑA PUEDE SALVARLA UN FUNCIONARIO, SI QUIERA UN GUARDIA CIVIL. EMILIO MOLA
ERA UN HIJO DEL CUERPO.
Emilio Mola debió de sentir en lo más hondo el
espíritu de cuerpo y la responsabilidad del funcionario, la misma que impulsó a
Villaamil, a concas y a Cervera a mostrar su pecho a las balas yanquis, cuando
la flota española se encontraba copada por la de Simpson en la Bahía de
Santiago de Cuba. Es ese sentido del deber de unos pocos el que salva a una
inmensa mayoría desfondada, presa de la manipulación de los canallas que nunca
faltan en la vida española, de los pancistas y de los compromisarios de
aluvión. Los árboles no dejan ver el bosque pero estos ejemplos eximios de
abnegación, pundonor y sentido del deber - un Clarín, un Cajal, un Francisco
Franco y otros ilustres que supieron vivir a costa de las magras arcas del
Estado- salvan a todo el funcionariado, un cuerpo laboral hoy muy en
entredicho, cuando se trata de sustituir una burocracia por otra burocracia. El
mayor dolor del general Mola debió de ser el tener que lidiar con un antiguo
compañero, como el general Miaja, compañero de blocao en las campañas de Anual,
pasando por encima de la fraternidad de armas o proveer la firma para su
sentencia de muerte a Galán, que había sido uno de sus oficiales predilectos en
el Tercio. La sublevación de Jaca fue ahogada por el gobierno de Dámaso
Berenguer que envía a detener a los alzados de aquel regimiento de montaña al
director de la Academia General Militar de Zaragoza, Francisco Franco
Bahamonde. En último instante, Mola también intentó hacer algo por el antiguo
camarada, pero éste declinó toda ayuda. Al fin y a la postre, los dos eran
hijos de guardia civil y llevaban el espíritu de la Benemérita en los tuétanos.
Dos casos paradójicos. Por un lado, el responsable
de apagar la rebelión era un Franco (Francisco), mientras otro, en Cuatro
Vientos, Ramón, se rebelaba contra la “dicta blanda”. Por otro, los hermanos
Pozas hacían de consiliarios excepcionales a los dos militares que llevaron la
batuta de las operaciones militares dentro de uno y otro bando. Dos ejércitos
enzarzados y, allí, dos hermanos estudiando los mapas de operaciones sin otra
finalidad que el aniquilamiento mutuo.
A uno y otro lado de las trincheras quedaba un padre
haciendo fuego contra su propio hijo. Una guerra civil parece ser que para lo
que sirve es para dar patente de corso al cainismo atávico. En este sentido,
los parricidios y fratricidios serían harto frecuentes.
Cuando se aprieta el gatillo no se tienen en cuenta
las barreras de la sangre. Las cartas, como las balas, carecen de filiación
sentimental. Una vez dentro de la rampa del buzón, no tienen retroceso. Son
asesinas, huelga remite. Como lleven
escrito tu nombre, no tienes más remedio que abrirlas, dejar que desgarren tu
piel.
Aquel otoño del 36, año fatídico pero también de
esperanza, al poco de ser designado Franco como cabeza aglutinante del mando
único, instala Mola su cuartel general en el palacio de Benavites abulense
(Ávila pasa a ser entonces la capital del espionaje). Todos sus esfuerzos van
encaminados a tratar de llegar a un arreglo pacífico con Miaja. Los hermanos
Pozas son los interlocutores de esas conversaciones bajo cuerda.
El armisticio no pudo ser. Sin embargo, el antiguo
jefe de Seguridad no dejó una sola paja sin remover. Suyas fueron sus frases:
“Por mí que no quede” y “Si no se nombra mando único, yo me marcho. Y ahí queda
eso”.
Aunque de ideas encontradas, Miaja y Mola se sienten
republicanos, se conocen bien, y, sobre todo, saben llevar con dignidad las
estrellas en la bocamanga. Estos fallidos conatos por un entendimiento entre
las dos mitades de una media naranja con gajos envenenados, fueron torpedeados
en primer término por Negrín y por el propio Azaña. Franco también era
ambicioso. Proclamaba la rendición total.
Ni Miaja, ni Rojo ni Casado eran refractarios a una
avenencia, pero estaban entre la espada y la pared, habida cuenta de las
veladas amenazas que no cesa de proferir la Pasionaria contra los militares.
Amén de eso estaba el separatismo de los Aguirre y de los Companys que
aspiraban a contar con unas fuerzas de seguridad hechas a la medida de sus
afanes con mozos de escuadra y con gudaris.
Oviedo siempre en el corazón.
Miaja, que era un buen asturiano, no debió de
pasarlo bien durante el cerco de Oviedo, defendida por Aranda, un amigo personal
y afecto, igual que él, a las ideas liberales. Aranda se sublevó bajo la
bandera de la República y no es hasta el 31 de agosto que ordena que la enseña
tricolor fuera sustituida por la bicolor, una sustitución que se realizó en
medio de graves trabajos e indecisiones.
El 17 de septiembre se avistan en Oviedo los
primeros alquiceles blancos de los Regulares durante la escalada al monte
Naranjo. Las columnas gallegas de Martín Cortés y de Sijeiro cruzan la
Escamplera arrollando a los dinamiteros de Mieres en los sotos y lomas del
Pando, las gargantas del Padrún y del Canto. Ocupan la Manjoya atacando el
transformador de corriente.
Una detrás de otra van cayendo las posiciones
enemigas: La Cadellada, Loma Verde, Peñaflor, Los Cueros; son arrollados los
rojos en Loriana y Villamar. La antigua Vetusta haciendo honor a los epígrafes
que avalan su lealtad augusta e invicta, resistió bravamente. Cuando portan por
la calle Uría las primeras columnas de los refuerzos libertadores sólo le quedan
a Aranda un par de docenas de oficiales y apenas doscientos defensores; el
resto, bajas. Oviedo no es más que un montón de escombros de los que se destaca
el alzado impresionante de su torre flamígera. La catedral quedó malparada pero
salió airosa de sus embates con la metralla. En medio de las ruinas sigue
incólume el humor hecho un roble de los “carbayones”, ése que derrocha Clarín
en sus mejores prosas, donde la ternura se da la mano con el sarcasmo, la
extravagancia y el lítote. La atenuación
retórica y esa capacidad para saber reírse de uno mismo, aunque con peor leche,
acerca la hilaridad asturiana, al “humor” de los británicos. Oviedo valiente,
que no se arredra ante nada ni repara
ante nadie. Oviedo católico y cruel, ciudad levítica que a veces se permite el
lujo de devorar, como Jano, a sus propios hijos. Romano, celta y mozárabe,
cumbre de ultramontanos y de liberales, con todo el peso de la historia de
España a cuestas, convencional y clasista, habituado a ser, como Dios ordena, infierno y paraíso, palacio y
cárcel, según qué palo pinte de la inmensa baraja de la fortuna.
Habían corrido torrentes de odio. Con lo que el
chiste fue sólo hacedero dentro de lo que cabe. Fue imposible espantar los
demonios cainitas de forma que la revancha siguió cobrándose el portazgo de
sangre con que se ha de pechar en toda guerra civil.
Precisamente, una de las primeras víctimas de aquel
furor fratricida fue un hijo de Clarín al que se fusiló en los primeros días
del Alzamiento. Oviedo, la galana y la gentil, puede ser también tétrica, sobre todo cuando rondan sueltos los
diaños del llamado “morbo visigótico”: la envidia, y la malquerencia.
Por lo visto, no se le había pasado el furor a
algunas gentes que trajo aparejado la publicación de la “Regenta”. La ciudad levítica pasó factura del
desafuero en la persona del unigénito. En realidad, Leopoldo Alas con
clarividencia profética había previsto este estallido de venganzas en su obra “Su
único hijo” y también lo pronostica en uno de sus “Cuentos Morales” donde
presenta a un pobre hombre de libros que es muerto a mano airada a la salida de
una biblioteca. Al no ser afecto a ninguno de los dos bandos en litigio, se
convierte en malquisto de derechas y de izquierdas; unos lo dejan maltrecho tras apalearlo y los otros lo rematan en plena calle. La
parábola de la guerra civil que vendría estaba servida. Es un tipo de conflicto
que suele llevarse a los mejores.
El genio clariniano lo vio venir, pero también estuvo presente en la mente de Emilio Mola,
un buen militar curtido en las guerras africanas pero que tenía la pluma bien
tajada de un escritor de altura y la sensibilidad de un buen poeta. Sintió
acercarse con mente prócer aquellos espantos y empezó a temblar por dentro como
la hoja de un olmo agitada por la brisa. Había barruntado la tormenta ab
initio. La paz no fue posible. Estaban los zorros en sus alcahaces afilando sus
zarpas y los perros de presa ensayaban saltos a la yugular.
Mola quiso evitarlo poniéndose en contacto con sus conmilitones
del Palacio de Buena vista, pero había pasado la hora de los hombres de honor,
llegaban los comisarios con sus pistolas
al cinto, hirvientes de consignas con las que estrangular la verdad cabal. Se
venía encima un mundo nuevo, tal y conforme lo había intuido Orwell en su
“Rebelión en la granja”, se alzaba el telón de los totalitarismos con
diferentes nombres (comunismos, fascismos, democracias capitalistas), y había
que dar el salto de la dictadura austera al distendido consumismo, en cuyo mundo
sobran las ideas. Era demasiado tarde. El demonio ya no estaba preso en la
cárcel de los infiernos. Lucifer vagaba por el orbe terráqueo con pase de
pernocta.
Al estado mayor rojo le quedaba poca holgura de
maniobra. Conque los buenos oficios a dos bandas de los hermanos Pozas se van a
pique. La paz no interesaba. Había que probar nuevas armas en los campos de
Agramante de la vieja Europa, que aquellas generaciones de las antiguas
naciones se desangrasen para conseguir una América más próspera, más feliz y
más predominante. Poco importaba quién
fuesen los contendientes. El caso era que los alemanes se matasen con los
franceses y con los ingleses; después, con los rusos. Y que los españoles se
despedazasen entre sí. Saben hacerlo como nadie llegada la ocasión; la historia
nos lo demuestra.
Corría la sangre. La formación del Frente Popular
trajo aparejada el arribo de las Brigadas Internacionales. Serían los
contendientes más aguerridos y sanguinarios, según quedó patente en
Brunete. Mucho más que los “temibles”
soviéticos. Algunos han olvidado los revulsivos crímenes del “Carnicero de la
Granja” y el mal recuerdo que supuso para la población local el paso de los
brigadistas por Albacete.
Estaban en su ápice las soflamas incendiarias de los
Bergamín, los Alberti, los Miguel Hernández, las sacas y las requisas a media
noche. El fuego se les escapaba de las manos
a los incendiarios que lo provocaban. Ya no era una cuestión, según la
tradición golpista decimonónica, acostumbrado a ver los cascos del caballo de
Pavía pisar las alfombras del Palacio de las Cortes, entre unos pocos militares
alzados o adictos a un régimen, sino de algo mayor envergadura avanzando hacia la guerra total,
casi cósmica, que aventuraba el estallido de un conflicto reseñado en el Libro
del Apocalipsis. Se iba a producir el descepe de la viña europea. La cultura
cristiana estaba en entredicho, el dragón sin rostro agitaba conminatorio su
inmensa cola, arrojando espuma de azufre por los ollares, matando con la mirada
como el basilisco.
Cundían las soflamas incendiarias. Las barricadas
parecían la única solución ca Moloch así lo quería, las tentativas de avenencia
dentro del puro espíritu castrense y de la fraternidad de armas de los
generales que secundaron la “rebelión” de Franco, y los que se mantuvieron
leales a la Constitución.
Por aquellos días Mola apenas se despega de sus
binoculares de campaña, no suelta sus cuadernos de campo ni tampoco su famosa
“leika” durante sus visitas a los frentes. En Irún toma las instantáneas de los
enfrentamientos habidos cabe el puente de Behovia. Las placas son tan
tremebundas y dan tan buen testimonio del paso de las turbas del furor rojo que
no consiguen pasar la censura nacionalista, pero el general demuestra ser un
buen reportero de guerra. Sin haberlo pretendido, se siente protagonista de una
tragedia general donde el hilo conductor de todo es el espanto, la muerte y la
destrucción. Ya lo había dicho en aquel célebre bando desde el balcón del
ayuntamiento de Pamplona: “el que sepa rezar que rece”.
España, amordazada y confusa, se sentaba ante el
sanedrín que no daba la cara pero que nos declaraba reos de muerte. La
propaganda agitaba las aguas a sendos lados de la cerca. Masones y judíos saben
desenvolverse como nadie en este tipo de situaciones de emergencia. El pueblo
desconocía los tejemanejes de aquella tramoya sangrienta que orquestaron las
logias marroquíes en contubernio con las de Gibraltar y las de Londres. El
pueblo sólo sabía morir. Es lo que ha
estado haciendo siempre.
En un principio el gran director de orquesta cree en
la terapia de choque de un golpe de estado. Pronto es consciente de que la
situación se le ha ido de las manos. Tampoco se fía demasiado de “Franquito” al
que se imagina utilizado a su pesar por las sociedades secretas, aunque diga
con la boca pequeña de que el asunto está en buena rienda. Nunca dudó de su
competencia como militar a la antigua usanza, pero Mola, como político mejor
fogueado, temía que lo gobernasen las fuerzas oscuras. En parte no fue así,
pero pudo ser.
Ante la espiral de odio no podría hacerse otra cosa
que calarse las antiparras. Había días en que el entrecejo del general en un
pliegue mayor, casi desorbitado, de lo que tenía por costumbre, y se volvía más
ceñudo, mas no por eso se apeaba de sus labios aquella sonrisa burlona, como
esbozada al trasluz de Mefistófeles, bien sabe Dios que en evitación de lo que
se avecinaba el general cubanito hubiera ido a pactar hasta con el diablo,
porque Mola era hombre de consensos y de inteligencia, que las guerras se hacen
con dineros y cabildeos esto es a fuer de muchos briefings de los servicios
secretos, pero aquella sonrisa suya era misteriosamente comedida y siempre a
punto para oxear la tristeza de los negros presagios que nublaban la línea de
un horizonte ensangrentado. Su vozarrón cuartelero tampoco dejaba descubrir la
colera y la desesperación que lo embargaba por dentro.
Unos días en una abadía de Palencia.
Adicto a la norma prusiana de la movilidad en el
campo de operaciones - lo peor que le puede ocurrir a un mando es perder
contacto con sus subalternos-, Mola demuestra que no es un hombre de
gabinete. Se vuelve omnipresente y
omnisciente, se halla en todas partes, parece haber recibido de los cielos el
don de la bilocación. Y eso que tenía bastante poco de creyente y menos de
beato.
Lo mismo se le veía portar por las calles de
Pamplona donde acudía para ver a su familia que al día siguiente bajar a
Cáceres, que dirigir la toma del monte Jaizquibel en San Sebastián que llanear
en su “Mercedes” charolado por las carreteras provinciales de Castilla la
Vieja.
El mes de agosto estuvo unos días de reposo en el
monasterio de San Isidro de Dueñas. Allí rezó y fue huésped de los padres
trapenses. Un novicio, el hermano Rafael, apuesto joven de origen asturiano,
que acaba de profesar le intima algo muy misterioso: la causa de la luz
vencería a las tinieblas, “pero ni V. Ni yo veremos la llegada de ese día, mi
general”.
Al oír el recitado de esta profecía, Mola se queda
pensativo. Al cabo de un poco rompe a reír como no queriendo dar importancia a
la premonición de aquel monje con fama de santo:
- Las balas
son como las cartas. Todas llevan destinatario y remite. Cuando vienen hay que recibirlas. Yo tomo mis
precauciones, hermano Rafael.
Mola era el mismo de siempre. Aquel vozarrón y
aquella risa de Esténtor que sonó en las cárcavas de Dar Acobba o en los
desfiladeros de Xeruta y Tabaganda, acostumbrada a los peligros y en votos
perpetuos con la muerte, que ponía en fuga a las cabras y tranquilizaba a los
guripas de su batallón. Pero el novicio iluminado por la profecía le había
anunciado el triunfo y también su fin. El valiente soldado moriría al año de
aquel vaticinio y el lego trapense le seguiría unos meses más tarde.
Mola tomaba sus precauciones ante un eventual
atentado. Su padre, el capitán de la Guardia Civil, se lo había dicho en
repetidas ocasiones:
-Mira, andate
con tiento, hijo. No te fíes de nadie.
Pero las balas son como las cartas...
Una noche viajando hacia Logroño en automóvil, su
“Mercedes” charolado fue embestido por otro vehículo que se vino hacia ellos a
todo gas y desplegada la luz larga. Luego se dio a la fuga. El conductor,
ofuscado, salió de la calzada, capotó, y dos vueltas de campana, pero los
ocupantes resultaron ilesos. Era un aviso. La suerte estaba echada. El cerebro
gris que ahormó el Alzamiento resultaba un personaje incómodo incluso para los
que los planificaban. El inesperado accidente en el que encontró el final en
Burgos una mañana de junio pudo ser un sabotaje. Nadie, empero, ha sido capaz
de demostrarlo. El hermano Rafael Arnaiz Barón tuvo un aviso celestial aquel
día en que el director orquesta de aquella inmensa operación de salvación de
España fue a pasar un día de retiro a Palencia. Un ángel le movió a
pronunciarse de aquella manera y cuando hablan los ángeles clarividentes, que
conocen los íntimos pliegues de las conciencias y los arcanos del destino, los
mortales callan. El general era de la opinión de que a los tiros no hay que
darles mayor importancia, porque la bala que te hará sucumbir no la sentirás
llegar, no suena en el aire ni nada. Más que a su suerte personal sus
preocupaciones iban encaminadas al salvamento de la república. Su prestigio
crece, su nombre suena en todos los labios, los requetés lo endiosan, pero
aquel infante bronco, áspero y desgarbado, que hablaba con aquel vozarrón
retumbante capaz de poner firmes a toda una división, se sabe en el punto de
mira de un enemigo que acecha agazapado, y que espera el momento para
eliminarlo. Bien conoce sus tácticas, pero ya es demasiado tarde para proceder
a una rectificación de líneas en toda la regla. Dentro de una misma guerrera
laten dos personalidades diferentes: el pecho de aquel capitán tantas veces
herido y condecorado en el Rif que ofreció ante las balas, y la mirada sagaz
del policía astuto, del conspirador frío y maquiavélico, con pocos escrúpulos y
para el que el fin debe de justificar los medios. Y con más conchas que un
galápago como vulgarmente se suele decir.
Su sonrisa de Gioconda se contrapone a su fama de
oficiales de Regulares sin contemplaciones al que los meses al frente de la
seguridad española le hicieron comprender que a veces las cosas no son tan
sencillas como parecen. Ahora prefiere tender puentes en lugar de volarlos. Sin
embargo, había pasado la hora del armisticio. España tendría que apurar su
cáliz de dolor y desangrarse irremisiblemente. Así lo había dispuesto el Gran
Cofrade, el que tenía entre sus dedos los mandos del atizador. Ante su
presencia había que hundir la cerviz, aceptar el diktat de la Bestia sin Nombre
ni Rostro, a la que había visto moverse por arriba y abajo de la Piel de Toro
enarbolando su guadaña, desde el sillón de su despacho de la Puerta del Sol.
Pero los judíos y los masones también habían saltado los parapetos y urdían las
finas redes de su conspiración. Cubrían bien los flancos imposibilitando la
retirada. Cabanellas, aquel general de aspecto feroz, patituerto y algo zambo,
durante la reunión de Salamanca, haciendo valer su autoridad de Jefe de la
Junta de Defensa por ser el general más decano, no hizo otra cosa que poner
chinas en el cubo de la rueda del carro. Los dientes de la manivela no
encastraban, se rompió el sotrozo que regía los goznes del eje, el carro estuvo
a punto de volcar. Fue cuando Mola trató de dar el portazo. Cabanellas le hizo
perder los nervios mientras almorzaban en un barracón del cortijo de los Pérez
Tabernero. Su postura fue un contraste con la de Francisco Franco que permaneció
silencioso y distante durante el encuentro. Apenas despegó los labios; mientras
tanto Cabanellas y Mola hablaban por los codos. A Leviatán no le gustan los que
hacen pinitos literarios y los que piensan por su cuenta. Los prefiere
acomodadizos y mansuetos, con poca capacidad de respuesta, pues así son más
manejables. Por eso salió Franco designado; era más ductivo y complaciente.
Mola acata la designación, pero en el fondo para su pundonor político aquel
resultado no deja de ser una baladronada. Mola, consciente de la hecatombe que
se venía encima, hubiera incluso buscado una solución política, Franco no. Con el general cubanito al frente de la
Junta la guerra hubiera durado mucho menos. Al menos es lo que podían prever
sus contactos con la quinta columna y con Pozas que estaba a las ordenes de
Miaja y había sido asesor suyo. De esta suerte era el hombre ideal de aquella
situación. Se necesitaba una guerra larga y prolongado en que se desangrase
Europa como prologo a lo que tendría que suceder más tarde en Europa. De haber
salido designado el hispano cubano generalísimo, la guerra se hubiera conducido
de otra forma, pero su sinceridad lo perdió. No gustaba de caminar de espaldas
a la luz, quería ser fiel a sí mismo, vivir y morir consecuente con sus ideas.
Lo dice en estas preciosas memorias cuya segunda parte no llegó a publicar.
Llevando la iniciativa.
El esfuerzo de arrancada de la campaña donde nunca
perdieron los nacionales la iniciativa estratégica a pesas de no contar con las
cartas de triunfo en la mano, y de tener que recurrir a los faroles y a las
andanadas de quien se siente la parte más débil. Corrió a cargo de Mola, que
demostró su eficacia operativa en las operaciones del sector norteño. No era lo
que se dice una perita en dulce el frente vascongado, donde se contó con la
asesoría táctica de asesores militares ingleses. Más fácil fue la irrupción
sobre Oviedo de las columnas gallegas desde Luarca. Los nacionales penetran por
el Puerto de la Espina, casi desguarnecido y con unas magníficas condiciones de
defensa que los milicianos rojos no supieron aprovechar. Se produce la
desbandada a través de las fragosas sierras y vaguadas de Mallecina y Las
Sandamias. Allí le pasaron mal las fuerzas de la República y Santana de
Montarés, un verdadero fortín casi inexpugnable, balcón sobre las aguas de
Cudillero y de la preciosa bahía de la Concha de Artedo, el hercúleo monte de
Cereceda, Lamuño y las Luiñas. Se recobró mediante una estratagema sin disparar
un solo tiro, cogiendo por sorpresa, ebrios o dormidos a los movilizados de
Sama que lo defendían.
El “recordad a Brunete” es un grito repetido a lo
largo de estos tres años de operaciones, cuyos ecos resuenan por todas partes.
El general Mola había hecho con aplicación sus deberes en la campaña del norte,
la cual, pese a las dificultades iniciales, luego se encarrila mejor que el
frente del centro sur. A la Junta de Defensa se le paran los pulsos cuando
llegan noticias de la internacionalización del conflicto con el envío desde
toda Europa y de los Estados Unidos de voluntarios para militar bajo la causa
del Frente Popular. La guerra de España se agranda y se internacionaliza. A tal
respecto la venida a Madrid del nuevo embajador ruso, el trotskista Rosenberg,
sería punto culminante de esta propagación de las llamas. En Rusia mandaban los
clanes judíos. Cuando se las prometían felices, stal in les hizo traición. La
expugnación de San Sebastián supuso un total de quinientos muertos. En la toma
de la ciudad se empleó a fondo la Quinta de Navarra comandada por Camilo Alonso
Vega. Allí, en las quebradas cantábricas, frescas y tamizadas de yerba tuvieron
más suerte sus hombres que en Villafranca del Castillo y en los secarrales de
la llanada de Brunete. La falta de
aclimatación a los fuertes calores y al polvo sería para muchos de ellos
fatídica. Los tercios requetés combaten a la vieja usanza de la infantería
española sin escatimar bajas. Pero el frente del Norte fue el más arduo, porque
alcanzar y sostener la delantera bélica supuso fuertes bajas y unos
enfrentamientos cuya memoria sangrienta no ha sido olvidada. Mola estuvo fino.
Se granjea el beneplácito de los
férvidos requetés él que no era creyente o, cuando menos un católico tibio, y
levanta, el primero, el pendón de la cruzada contra el separatismo vasco. ¿Se
quemó tácticamente en ese empeño? Es el primero que lucha contra el separatismo
secesionista de Aguirre y compañía.
Fue en San Sebastián donde perdió a uno de sus
mejores hombres, el coronel Beorlegui. Rechaza Bilbao su ultimátum y se apresta
a la contumaz resistencia del “Cinturón de Hierro”.
Guernica.
A cambio de la claudicación, el jefe de los ejércitos nacionales del
sector norte había prometido el perdón y la lenidad con los encartados. La contestación
a su propuesta del cabeza del gobierno de Euzcadi fue pasar por las armas a
quinientos prisioneros que tenía encadenado en las bodegas del “Santoña”, buque
prisión de triste memoria. Demostró en esta medida la ralea del personaje. Dijo
que no cabían en aquella lucha ni abrazos de Vergara ni paces de Zanjón. Era un
guerra de exterminio. Fue en represalia a aquellos fusilamientos que el mando
nacional ordena el bombardeo de Guernica, donde paradójicamente apenas hubo
muertos, pero que la propaganda aliada ha sabido explotar hasta grados
inauditos, aferrandose a un mural artísticamente deficiente pero emblema de
subversión servida por Pablo Picasso.
Aguirre era
un hombre de unas características señaladas: frialdad calculadora, un pasado
jesuítico, una fanatismo fuera de los común y de una insolencia supina, al
saberse respaldado por los ingleses. Todo un gudari de los que matan por la
espalda, porque a esta lista de méritos o deméritos añade el de la cobardía. En
sus mensajes cifrados a Largo Caballero mezcla una altanería atávica con el más
infame de los estilos castellanos; infecta su locución de concordancias
vizcaínas muy de propósito para manifestar de esa forma su desprecio a yodo lo
que represente a idea de España y a la lengua castellana, trata de s hacer
llegar a Madrid un mensaje que él no se subordina en nada, que no es más que un
aliado, ni le garantiza siquiera el beneficio de la duda. Azaña tiene que
comerse sus gazapos. La petulancia euscalduna va a suscitar la enemiga del
gobierno de Largo Caballero, quien le deniega toda asistencia aérea de tal
forma que Guernica va a ser la resultante de la incoherencia del socorro rojo y
la contumacia de los capitostes de Sabino Arana, los cuales, cuando se puso la
cosa fea, emprendieron viaje a Inglaterra, nodriza de sus separatismo y de sus
ideas. Muy valientes aquellos gudaris. El mundo moderno había entrado en su
propia dinámica de guerra, en la cual perduramos, y donde se hace abstracción
de la verdad y todo se relativiza y se subjetiva en función de unos intereses
de dominación universal. En ese contexto de nueva orla de valores estéticos cae
el mural de marras en el que Picasso, el primer monaguillo del Gran Cofrade,
inmortaliza aquel episodio tan poco claro del bombardeo de la famosa villa
foral. Refleja por cierto el ardor combativo de aquellos gudaris que pusieron
pies en polvorosa acusando a Alemania de su resentimiento. Las cuatro bombas
incendiarias que cayeron sobre sus tejados han metido más bulla y resultarían
más perniciosas que las que los átomos radiactivos que cayeron sobre Hiroshima
o el fosforo que arrasó Dresde. Así se escribe la historia. Este cuadro
demoníaco donde las caras alcanzan configuraciones tétricas nacidas de los
pinceles del malacitano parisiense preconizan sin duda los primeros compases de
un concierto apocalíptico, el triunfo de la mentira más flagrante. La obertura está inconclusa. ¿Cuántos
crímenes, cuantos desastres habrán de cometerse para que se escuche la nota de
cierre de esta partitura sin fin? Remember Guernica, pero también Remember
Brunete.
Las covachuelas de la Casa de la Bola.
“Si yo hubiera
sido uno de esos hombres que anteponen la conveniencia a la lealtad, como hay
muchos, pude adoptar entonces una idea indefinida e inclinarme del lado de
donde el día de mañana pudieran ponerme los garbanzos por las nubes”.
Esta queja que formula en su libro autobiográfico
-joya memorialista de muchos quilates, por lo objetiva, en un ambiente como en
el español, donde no hay tradición genérica para este tipo de libros- define el
perfil secreto de un hombre de honor, espejo fidedigno de lealtades y militar
de virtudes patrióticas. He aquí a un funcionario de cuerpo entero; su estatura
física, con ser aventajada, destacaba más en lo moral. La gorra de Mola flotaba
sobre un mar de cabezas de pigmeos. Fue egregio en sus principios,
sobresaliente en sus obras y en sus dichos que le acreditan como un escritor
hábil y original. Franco, que también hizo en la juventud sus pinitos literarios,
presenta una producción más endeble, aunque más imaginativa y retórica que la
de Mola, que se revela como un autor más sofisticado.
“Lo que yo supe”, libro que
funciona a guisa de memorias de un conspirador, es una relación circunspecta y
circunstanciada de los catorce meses que estuvo al frente de la D.G.S., como
punta de lanza y uno de los peones de brega más batidos del gabinete de Dámaso
Berenguer. Se trataba de apuntalar el sistema monárquico ante lo inevitable.
Era pedir peras al olmo, la corona borbónica que ceñía sobre sus sienes, con
más ahínco y buena voluntad que acierto, Alfonso XIII en un reinado que fue una
crónica de insolencias y de desastres, y albergaba el propósito de que le
sacasen las castañas del fuego los militares. Apresuradamente Mola fue sacado
de su guarnición en Larache donde mandaba a los Regulares. Al cabo de un
accidentado vuelo, en que estuvo a punto de perder la vida, porque la cascara
de nuez en que viajaba fue zarandeado por la borrasca- todo un símbolo y un
vaticinio de lo que habría de venir y cómo sucedería su muerte-. Pero pudieron
los ocupantes llegar a Sevilla. En tren se traslada a Madrid y de buenas a
primeras aterriza en esa Casa del Correo, un verdadero fondo de reptiles al pie
del famoso belvedere de las “uvas” o reloj de Gobernación. Era para la Mola la
hora cero y el kilómetro cero. El militar africano se zambullía en una España
sórdida, para él casi desconocida, vera efigie de aquellas escenas de
costumbres en un Madrid garbancero tal como lo reflejan las novelas de Galdós,
un mundo de cesantes y recomendados a verlas venir.
Acostumbrado a servir en un Cuerpo, donde mal que
bien, el compañerismo era una segunda religión, y el honor, divisa, aterriza de
lleno en este ambiente de intrigas, de funcionarios malhayados y de soplones,
donde la única ley era la recomendación, la arbitrariedad, y el antojo, la
norma. El año largo que pasa en este empleo va a ser una de las etapas más
movidas de su carrera política, cargada de truculencias y de desengaños. Su
diagnóstico con respecto al porvenir de la nación española, “en manos de las
logias y donde judíos y masones” mandaban manejando un guiñol de hilos
invisibles, nos acerca a la desolación. Por paradoja un hombre de honor,
acostumbrado a mirar de frente y que nunca caminó de espaldas a la luz, según
declara en estas memorias, se va a dar un baño de intrigas en un mar de
conspiración. Mola, el conspirador. Tiene que aprender pronto y sobre la
marcha. Acepta el cargo sólo por rúbrica de amistad con Dámaso Berenguer, conde
de Xauen (los amigos son para las ocasiones y no se les puede abandonar en la
estacada). Describe con acuidad y circunspección, muy connaturales a su
persona, por ser él hombre con poder de retentiva y buen observador - se hizo
proverbial su famoso golpe de vista, y es que Mola se fijaba mucho- cuáles
fueron sus primeras impresiones al llegar a la Casa de la Bola: los mulos
embastados en pleno patio junto a los carros de la policía, los caballos de los
guardias de salto cuyos jinetes, desabrochado el uniforme, fumaban
tranquilamente cerca de los gualderines y ataharres de sus monturas y lanzaban
sobre el recién llegado miradas interrogativas. Los ánimos estaban crispados
porque la caída del Dictador no había sido lo que se dice un relevo de la
guardia. Primo de Rivera se marchó dando voces. Al verse solo y sin amigos,
tuvo por cosa más llevadera el exilio que la prisión. Un lacayo con entorchados
y alguna mugre en las coderas salió a recibirle. Su nombramiento no había sido
anunciado. Cuando se entera que ha llegado el “nuevo” da comienzo el visiteo y
las recomendaciones. Todo el mundo se lleva mal con todo el mundo. Por delante
se adula y por detrás se clavan cacheteros. Se ha desatado la sinhueso con sus
hojas de doble filo. La política carece de entrañas, como conocen muy bien por
experiencia propia algunos buenos servidores de la Administración del Estado
que han de andar con tiento para evitar ser mordidos cuando pisan las alfombras
de ciertas covachuelas debajo de las cuales acechan áspides y serpientes de
cascabel. La sensación no puede ser más
deprimente y este Escipión recién venido de la guerra de las Galias se hace la
inevitable pregunta de dónde me he metido y adónde me han echado. Debió de ser
el mismo sentimiento que le dominó en Melilla, donde de vuelta de las montañas
del Atlas tras una campaña en los blocaos donde se había peleado con denuedo
contra las huestes sarracenas, al desfile organizado en honor de los soldados
que regresan, heridos, mermados y diezmados, con el polvo de la batalla en las
botas y en las cejas, no asisten más que cuatro pelagatos. Es como para tirarse
al surco, lanzar la gorra a las estrellas y ahí queda eso. Esa ingratitud para
con sus mejores hombres, tan española, tampoco es que le pille de sorpresa,
pero su moral rueda por los suelos ante la insensibilidad por la cosa pública y
la maledicencia. Las gentes vivían encerradas en sus propias mezquindades, iban
a lo suyo, murmurando para su coleto la coplilla del “ande yo caliente”.
Entrega del testigo.
Recibe de su antecesor en el cargo una fría
despedida. Había estado al frente de la DGS el general Bazán, un hombre que
hablaba algo de ruso, y que tenía colaboradores en la Ojrana, policía secreta
zarista, que había seguido funcionando entre grupos de emigrados; entonces se
creía que toda la maldad venía de Rusia, cuando la verdad es que los rusos no
habían sido los sujetos pacientes de la acción de unos conspiradores, de
extracción judía todos ellos, que habían elegido al imperio zarista como
alquitara de creación de una nueva sociedad de laboratorio determinada por el
nihilismo, el anarquismo y en especial el marxismo socialista. He ahí una gran
mentira. Los subversivos apátridas recibían los apoyos financieros de Wall
Street. El capitalismo, para funcionar a pleno rendimiento, ha de tener un
enemigo de frente. Por ese cabo, los
rusos le han servido de cimbel. Luego
los propagandistas largan carnaza y el pueblo pica en el anzuelo. Bazán no
paraba de fumar tagarninas y puros de baja calidad. Este hábito causan una impresión desagradable
en Mola que era abstemio, pero al menos le previene con cierta franqueza: “No
te fíes aquí, Emilio, de nadie, ni siquiera de lo que yo te diga”. Bajo estos
auspicios le entregan el testigo del control de la seguridad en todo el reino,
un reino a punto de convertirse en república. Y otra vez a torear. No te fíes
de nadie. El arma mejor de un espía es el disimulo. En boca cerrada no entran
moscas. Sin embargo, el recién llegado estaba empeñado en conseguir prórrogas,
poner parches a la desesperada situación. La organización policial, la cual
durante años había venido llamándose Cuerpo de Vigilancia, estaba podrida.
Contaba con eminentes funcionarios, muy capacitados y solertes, pero sus males
eran los de una monarquía, que, en palabras del ilustre militar, había ya
cumplido con su deber en la vida. A este respecto nunca ocultó sus simpatías
republicanas. Al rey lo vio un par de veces; a la reina, doña Victoria, una.
Don Alfonso le pareció un español franco, campechano, generoso, de carácter
abierto, pero mal aconsejado y que no conocía el país que gobernaba. En su
esposa, aquella inglesa trasterrada, contempla el dolor, el fastidio, la
desconfianza. Era una dama asustada. Se daba cuenta de que todo en torno a ella
se estaba viniendo abajo, pero Mola niega que las relaciones conyugales se
hubieran deteriorado. También niega que el monarca hubiese puesto el veto a su
designación para jefe de los guardias habida cuenta de las simpatías
republicanas que el general no había ocultado. Por encima de sus convicciones
se alzaba sus nexos de amistad y lealtad al Duque de Xauen, que lo había
mandado a llamar. El rey no sabía por donde se andaba. La reina, sí. Poseía
como mujer un mayor instinto. Cuando es recibido en palacio, Mola observa con
compasión la lisión hemofílica del Príncipe de Asturias. Una de las infantas,
como no encuentra otro motivo de conservación, le pregunta por las
condecoraciones que exhibe en la guerrera. Era la infanta Isabel. Habla del infante don Jaime y del infante don
Fernando, pero a don Juan, el que, al correr turno por muerte de sus hermanos o
por incapacidad física, le correspondería la herencia del trono, ni lo
menciona. La impresión que le merecen aquellos Borbones en desbandada es precaria
y lo dice la opinión que le merecen sin rebozo. Como se sabe, ese clima de
sospecha y el ambiente de recelo se mantendría hasta la guerra civil, cuando a
instancias de Mola se prohibió la entrada en territorio nacional a Juan de
Borbón. Parece ser que el Jefe de los ejército del Norte decretó esta expulsión
bajo presiones carlistas. El príncipe de Asturias tuvo que abandonar aina el
territorio. Sólo le dio tiempo a retratarse en el parador de Aranda donde
aparece don Juan muy tieso y jocundo. Los dinastas parece ser que no han
perdonado este gesto que tuvo para con el padre del rey el general Mola. Luego
Franco sería más pragmático al respecto, pero los rifirrafes continuaron, en
parte por orgullo borbónico y en parte también bajo presiones internacionales.
En las mentadas fotografías da la impresión de que don Juan en lugar de venir a
alistarse en una guerra hubiera venido a hacer turismo. El envío al exilio tal
vez le salvaría la vida, pero parece ser que durante toda su vida no pudo
olvidar el baldón y guardaría rencor hacia el régimen que se alzó precisamente
para restaurar la primacía de los Borbones. En política, claro, huelgan los
agradecimientos. Nadie da las gracias. No hay que fiarse demasiado de las
palmaditas en el hombre ni del tacto de codos. No hay respaldos sino gajes y
caudales, pero estos militares que se levantaron no pueden evitar su condición
altruista.
Relaciones con los Hermanos Franco.
Mola era un general republicano, ya va dicho, pero
correcto y leal en su actitud hacia la monarquía. Sus relaciones con los
hermanos Franco son ya harina de otro costal. Ambos militares son un caso
paradójico difícil de explicar. En política, opuestos y una vela a Dios y otra
al diablo, como aquel que dice. Ramón Franco, al que se conceptuaba de mayor
valía, uno de los pioneros de la avición civil en España, el héroe del Plus
Ultra, había sido perseguido por la Dictadura, pero, al tirar Primo de Rivera,
Berenguer quiso rehabilitar lo, tras haber sido suspendido de empleo y sueldo, nombrandole
agregado militar para la embajada española en Washington. El interesado, so
color de que la aceptación llevaba implícita el tener que acudir a un
besamanos, dijo que por esas no pasaba. Lo exigía la estricta etiqueta
protocolaria. Tales inverisimilitudes eran moneda corriente dentro de la
excéntrica familia cuyo apellido ha dado tanto que hablar en los últimos
lustros de la historia de España. El clan lo encabezaba un padre que había sido
contador mayor de la Armada y héroe de filipinas, republicano de toda la vida y
en su vida particular algo “alegre”. Entre la prole los había para todos los
gustos, algunos de los hijos eran de ideas avanzadas -Pilar, Nicolás, Ramón- y
otros tradicionalistas: Paco. Este último nunca consiguió perdonar al progenitor
el abandono del hogar, pues notorio es que idolatraba a su madre. Ramón
conspiraba contra los Borbones y de hecho estuvo implicados en varios complots,
mientras su hermano, que se mantuvo equidistante y durante la monarquía siendo
director de la Academia Militar de Zaragoza, supo nadar y guardar la ropa, iba
a ser el encargado de restaurar, tras una larga peripecia, la Corona que
voluntariamente se fue al exilio.
Parece ser que existía entre el general Mola una
fuerte simpatía hacia Ramón, al que alude en múltiples ocasiones a lo largo de
sus escritos. Gozaba con la protección del dictador que le excusa en sus
intemperancias y en sus canas al aire. Sin embargo, con Francisco no preside el
mismo afecto. Las relaciones son más frías y distantes, aunque en sus memorias
lo nombra varias veces cuando dice que estando la cosa “en manos de Franquito
no hay nada que temer”.
De nuevo en combate. Otra vez a torear. En sus
cortos meses al frente de la seguridad nacional cuaja este elegante laureado su
mejor faena al tiempo que sirve a su patria con pundonor. En el desempeño de
sus funciones Mola se nos muestra riguroso, pero no es un hombre de gabinete
sino de avanzadilla. Su agilidad y acumen le llevan a darse varias vueltas por
el Ruedo Ibérico en tarea de reconocimiento. Viajes de incógnito por el País
Vasco donde observa el abandono en que se encuentra la delegación del gobierno
central ubicada en el barrio obrero detrás del cuartel de Garellano, sigue ruta
hacia Pamplona y San Sebastián. Al separatismo le mide los cuernos. Percibe un
ambiente de secesión aun más grave en Cataluña. Sin embargo, al pasar por
Sevilla repara en las múltiples limitaciones de un sistema paternalista que
había creado una estructura de sobornos y de corrupción. Primo de Rivera se
había volcado con bríos y dineros en su tierra natal para la que Exposición
Universal, pero el clima de prosperidad y de efervescencia económica son
ficticios y bastó la crisis del año 29 para que todo aquel mundo de euforia se
viniera abajo. También en aquel entonces, como en la España socialista de
González y la pepera de Aznar España iba bien, se construyen carreteras, se
implantan postes de teléfono, se sanea la valuta gracias a Joaquín calvo
Sotelo, mogol de las finanzas y cuyo acierto mayor fue el monopolio de los
suministros de la gasolina, el Gran Cofrade no se lo perdonara. Al poco, el
pufo.
En Barcelona se entrevista con el líder anarquista,
Ángel Pestaña y con Ramón Sales, abanderado del sindicato único. Hace una
semblanza psico- prosopográfica de cada uno de ellos. La cara es el espejo del
alma. Nos dice que uno era de aspecto distinguido y el otro de baja estatura,
algo trabado, el pelo negro y rizoso. Mola empieza a darse cuenta de que un
estado moderno ha de contar con unos buenos servicios secretos. Había que
desplegar una estructura policial para anticiparse al pistolerismo anarquista y
al terrorismo secesionista con disfraz comunista. El general se dio una maña
especial para contar hombres en todos los sitios, pagando soplones, claro está.
Pero se da cuenta de que el enfermo no tiene cura. Es tarde. Topa de frente con
esa bestia sin rostro, pero nos dice claramente quienes son. Judíos y masones y le cobra cierto gusto a
este oficio de conspirador.
Su viaje a Sagunto, cuna de la Restauración y donde
se han erigidos los primeros altos hornos de una revolución industrial a la
que, como a tantas cosas, España llega tarde, guarda algo de iniciático.
La ciudad que durante las guerras púnicas plantó
cara a las acies instructae de Aníbal y a sus legiones, la defensora y garante
de la libertad constitucional, arropa a un movimiento nihilista importante.
Es el caldo de cultivo para el establecimiento de
las primeras células del partido comunista. Trotsky contaba a la vera del
Palancia con una leva de seguidores. Ni rastro queda ya del famoso
pronunciamiento de Martínez Campos.
¿Habría alguna posibilidad de restablecer la
legitimidad? El hombre de guerra metido a polizonte siente que es escaso el
hueco que queda para la maniobra.
Estaba abierto un proceso de descomposición y la
necrosis anda ya adelantada.
No obstante lo cual, él sueña y trabaja. Se da
cuenta de que su percepción noemática, la idea que se había formado estando en
Marruecos, era muy diversa a la real.
Le había llegado de una manera fragmentaria a través
de la prensa censurada del Directorio. No recata, pues, su perplejidad.
Como no era pusilánime sino muy batallador, no se da
por vencido. “Haré lo que se pueda, pero aquí no manda el rey sino un poder
encubierto”.
Exactos atisbos. Gobernar en España, con toda esa
autoridad oscura de frente, se convierte en un constante marear la perdiz. Las
guerras de Marruecos han sido muñidas impávidamente en esos escondrijos
impalpables del poder oculto, que desconoce los sentimentalismos y pasa por
encima de las barreras.
Ya se da cuenta de que el reino alauita va a ser uno
de esos apéndices que baraja el Zionismo para poner la situación histórica del
revés y pasar factura a España por lo de 1492. El primer tratado que firma el
gobierno de los estados Unidos con una potencia extranjera es con el imán de
Marruecos. El más rancio tratado de amistad. Vínculos indisolubles, et coetera
et coetera
Detrás de eso, late el ansia de vindicta: la
reconquista de Granada aunque sea en pateras. Debajo de una humilde chilaba se
oculta una acerada gumía. Una mala capa oculta a un buen bebedor.
Con el árabe a veces falla el adagio de que la cara
es el espejo del alma. Mola empieza a darse cuenta de que un estado moderno
debe gozar de una estructura policial. Había que desplegar una buena red de
servicios secretos para tener a España protegida de la acción revolucionaria.
Para anticiparse a la jugada.
Sería en ese campo el pionero de algo que estructura
el devenir cotidiano de las democracias. Es la lucha por el control de la
propaganda. El que se adueña de las arterias de comunicación tiene el poder.
Era un hombre listo. La infraestructura que consigue poner en pie estuvo a
punto de abortar la guerra civil.
Mola sabía demasiadas cosas. No era un alma simple y
supo maniobrar, aunque estaba maniatado, con unos y con otros al otro lado de
las trincheras.
Sin embargo, estudiando un poco su vida y su obra,
el estudioso llega a la conclusión de que no le dejaron. Ese fue el drama de Emilio Mola Vidal.
Intuye que lo que se venía era un nuevo concepto de
poder en el marco de la aldea global. Sus catorce meses al frente de los
cuerpos de vigilancia fueron escuela de aprendizaje; Un curso acelerado en los
problemas nacionales.
Para él la bestia negra eran los comunistas. Le
obsesiona la idea del espía, del agente soviético que se convierte en personaje
de leyenda literaria. Los autores que lo tratan con esmero son Pedro Mata,
Bartolomé Soler, Wenceslao F. Flórez abordan esta cuestión. También entonces
los rusos eran los “malos de la película”.
Por todas partes se veían rojos debajo de la
alfombra. Se avistaba un enemigo en el horizonte. Estaban en alto las espadas.
Sonaban los timbres de la agitación anunciando la rebelión de las masas. Nacía
una sociedad moderna con una campo de conocimiento muy especializado y reducido
pero dotado con un buen sistema inmunológico a fuerza de lavados de cerebro.
Los señores de la guerra afilaban sus cuchillos. Los degüellos de Brunete, el
Ebro y Stalingrado casi se veían venir.
Ante este cuadro de circunstancias que asomaba por
el horizonte no es extraño que Mola se sienta dominado por una curiosidad en
que la novedad excitaba el interés sin dejar de la mano al pesimismo. Presentía
que pronto la situación se haría incontrolable. Era un mundo hostil y
contradictorio, tal vez maravilloso, sí, pero donde seres humanos como él de
una sola pieza no hallarían cabida.
No hay lógica sino una cargazón de desasosiego. De
su pluma manan entonces aquellas frases de agotamiento: “Yo lo dejo, yo me
marcho y ahí queda eso”.
Fogonazos de magnesio.
Sentía verdadero horror a los fogonazos de magnesio.
Tímido de carácter pero campechano por naturaleza, gustaba poco de las
reuniones sociales. Donde estaba más a gusto era con sus soldados. Fue un buen
mando y siempre contó con el respeto y el cariño de sus subordinados.
Era la discreción en persona y bondadoso, aunque los
que le conocieron decían que tuvo fama de espartano. Se propuso ser un buen
policía por amor a su patria. Fue eficaz. Durante su gestión se hace una
especie de catastro criminológico de la subversión. Es el fichero de Mola.
En 1930 España sobrenada en un ambiente de arenas
movedizas. Retiñen por doquier las campanadas de las consignas. Las planchas
masónicas vierten la palabra al oído.
Todos esperaban el primer zarpazo del oso ruso pero
en sus papeles de notas y en un diario que llevó durante los meses de gestión
en el cargo se descubre que eso del ruso era una entelequia. Los señores que
mandaban a luchar a los descamisados a las barricadas estaban cómodamente
asentados en sillas giratorias de rascacielos de Nueva York. El oro de Moscú.
Un comunista inglés Dogal Hyde refiere cómo se hizo en Gran Bretaña la leva de
los internacionales. Un grupo de negreros ad hoc iban por las calles de Bristol
recogiendo a los vagabundos y sin techo en las calles de los barrios bajos, les
vestían, daban de comer y luego los emborrachaban les metían en un barco.
Despertaban de su curda en París. Luego otra vez con las mismas. A base de
buena cerveza y de morapio a los reclutados, ya difuntos de taberna, les
facturaban en trenes especiales hasta la frontera con España, allí les daban un
fusil y los mandaban para el frente. He
aquí la gloriosa hueste del Quinto Regimiento y el “cuerpo de elite” de las
brigadas internacionales integrada mayormente por desharrapados y ex
presidiarios. Era la táctica del partido comunista que dirigían los judíos de
Bethnal Green, famoso cuartel general de los Rothschild en el Reino Unido. Todo el mundo habla del famoso oro de Moscú,
pero todo aquello eran infundios de exilados de la Ojrana. Los judíos habían
declarado la guerra al zar y lo estaban consiguiendo.
El dinero de la agitación arribaba a espuertas en
marcos, en francos y en dólares. Mola se encuentra por primera vez con los
gnomos de Zúrich.
Paradójicamente los Rothschild eran unos ricachos
interesados en la lucha de clase. La revuelta y la subversión, era una idea que
había lanzado Disraeli, es un buen caldo de cultivo para hacer negocios.
Roma no paga traidores pero los suizos sí. Ginebra
fue el campo de operaciones de Lenin. Desde sus bancos se catapultó a Hitler.
Como Aladino al entrar en la habitación donde se esconde la lámpara
maravillosa, nuestro general queda complejo ante la maraña que ha sido tendida
desde el extranjero. Esos flujos de dinero subterráneo - aquí penetramos en un
corredor muy oscuro y escurridizo- sufragaron las guerras de Melilla.
Nadie, empero, será capaz de delatar esas manos
vicarias. Sus dedos son demasiado sutiles. Mola quisiera haberse convertido en
el hombre sin rostro para poder así sin requilorios proseguir en las pesquisas.
No fue capaz de probarlo porque los tratantes de blancas, los vendepatrias,
gozan de importantes coartadas. Tienen padrinos poderosos.
Únicamente lo intuyó. Su corazonada fue válida.
Tampoco pudo atajar con mano de hierro el problema.
El conde de Xauen, a diferencia de su predecesor, no era partidario de la
represión, por eso al directorio de Berenguer lo motejaron con el nombre de
“dicta blanda”.
Había que batir al enemigo en su territorio. En la
punta de los dedos tenía la palanca y
sacaba muchas cabezas de ventaja. Es un sistema al que asimilas o te aniquila.
Hacía faltan periódicos, medios de comunicación,
emisoras de radio. Tener al lado a la gente de pluma, pero eso no sucedió. Los
intelectuales le dieron la espalda a Berenguer, en mayor medida que se habían
vuelto contra Primo de Rivera. La primera medida liberaliza dora fue el
levantamiento de la censura.
Unamuno analfabeto.
Ahí empezaron los suplicios para el hombre que se
sentaba en la poltrona siempre ardiendo con noticias de huelgas, sediciones,
ruidos de sables, y una seguridad ciudadana en estado lamentable, del edificio
de Gobernación.
Una y otra vez se lamenta en sus memorias de no
contar con la colaboración de una intelectualidad de floreo, aquejada de un
fuerte analfabetismo enciclopédico, según lo califica el propio general Mola.
Dice que al lado del eficiente funcionarios y del
hombre de ciencias o letras verdadero que vacía sus días en la mesa de
laboratorio o ante las cuartillas con un sentido de la responsabilidad
patriótica se encuentra el pseudo científico, el bocazas, el desaprensivo, el
pícaro.
Sin embargo, estos son los bueyes con los que hay
que ir a arar.
Maldecía de la política que había malquistado a las
familias y sembrado desavenencias en los cuartos de banderas. Una de las
anécdotas que cuenta fue su encuentro con don Miguel de Unamuno y la pobre
impresión de raro, tacaño y soberbio que el escritor le produce.
Fue con motivo de su rehabilitación política y
profesional. Al regreso de su exilio en Lanzarote es invitado a Madrid donde
los estudiantes le dispensan una recepción triunfal. Se da un baño de
multitudes pero cuando viene venir a los guardias abandona su puesto en la
cabeza al frente de la manifestación y se refugia en el primer portal.
Se había preparado una buena zarabanda en la Calle
ancha de San Bernardo. Hubo varios heridos. Al día siguiente, un mitin en el
Cine Europa de Cuatro Caminos. El profesor de griego habla de forma destemplada
y cruda. La estridencia de sus palabras provoca enfrentamientos entre
monárquicos y republicanos. Arengó a las masas como un buen demagogo. Unamuno
se estaba sacando la espina de su destierro. Hubo carreras y cargas policiales.
El temible vasco, sin embargo, no era lo que se dice un valiente. Cuando las ve
de malas y como la prudencia es el montepío de las bofetadas por si acaso se
mete en su hotel y pide la protección, cosa que el general Mola le concede ipso
facto para tenerlo a cobro de las iras de los dinásticos. En su discurso don
Miguel se había metido con el rey.
Estaba España en los pródromos de Brunete. Mola
estaba viendolas venir y lo anuncia sin rebozo. Los intelectuales no iban
precisamente a erigirse en salvadores de la patria. Meses más tarde se
produciría la celebre frase de otros de los grandes autores citados a troche y
moche en la España del pasado siglo: “No es esto, no es esto”.
Unamuno sale de incógnito camino de Salamanca con
una escolta policial. En Peñaranda de Bracamonte hacen un alto para comer, pero
se niega a pagar el precio del menú, que ha de correr a cargo de los
presupuestos del estado. Su comportamiento merece el desprecio de los
servidores del orden.
En la semblanza que hace Mola de él en sus Memorias
tampoco sale muy bien parado el personaje. Le parece uno de esos bravucones de
taberna, un ser exhibicionista, demasiado pagado de sí mismo y, para colmo,
cobarde. Lleva razón el héroe de Dar Acoba: “ la prudencia es el montepío de
las bofetadas”. Más que un filosofo a Mola Unamuno le parece un humorista.
Este concepto parece influir en Millán Astraín.
Tendrían que ser los militares los que sacasen a los españoles las castañas del
fuego, nunca los escritores, los intelectuales de aluvión, los periodistas de
manada. ¿Tendrá que volver a repetirse el triste caso en el siglo XXI, a la
vista de como se han puesto las cosas en el País Vasco?
Por eso el fundador de la legión gritó aquello de
“muera la inteligencia”. Fue una lítotes, una fanfarronada, pero sus razones
tendrían el valeroso militar, que, aunque era tuerto, le faltaba y tenía el
cuerpo acribillado por las balas, tenía buen golpe de vista.
Luego su apotema sería interpretado en falso, pero
poco antes había dado Ortega su do de pecho con aquello de “delenda est
monarchia”. Conque en este país resulta que al rey lo echan siempre sus
vasallos.
La exigencia orteguiana supuso un hachazo en pleno
rostro para militares como Millán Astraín que se habían jugado la vida y
derramado su sangre en el Rif por su rey en una contienda muy áspera que nunca
llegó a ser entendida por los propios participantes ni muchos menos por
aquellos que veían los toros desde una barrera o acomodados en un sillón en la
península.
En Madrid una prensa hostil y una intelectualidad
para eunucoides carecía de la sensibilidad necesaria para justipreciar el
calado y los redaños de aquel ejército malparado y peor dotado pero que en todo
tiempo y lugar, como ocurriera décadas antes en Cuba y en Filipinas, supo estar
a la altura de unos idearios de lealtad a la patria, buen hacer castrense y
compañerismo.
El orteguiano clamor del rey
abajo ninguno tendría su oportuna réplica un crudo día de San silvestre del año
36 en Salamanca, feudo espiritual del profesor de Griego, en boca del fundador
del Tercio, quien por cierto había elegido para enseña de sus legionarios, la
corona de los Borbones. Una ballesta, un pico y una pala forman parte de la
divisa de este cuerpo de soldados de elite, debajo de la blasón real y su
diadema en gules. Esta fue la bandera que a cientos y cientos sirvió de
mortaja. Se batían, como sus antecesores de los pasados siglos en Flandes, por
el rey de España.
No era cosa para reírse. La reacción de Mola y de Astrain
estaba del todo justificada. Del sofocón tuvo don Miguel aquella tarde un
colapso y se quedó literalmente al brasero. Un capitán de los tercios, tan
mutilado que su cuerpo parecía un cedazo ametrallado por las balas, le había
herido en lo más vivo de su orgullo.
Confesiones desparramadas.
A la luz de los últimos acontecimientos y el sesgo
que cobran las lineas maestras de actualidad en este año de gracia del 2000.
Pujol se niega a aceptar las matriculas automovilísticas con el nombre de
España, e Ibarreche, que es la leche en polvo, se comporta del mismo modo
taimado y jesuítico que su antecesor aquel Irujo, capitoste y brujo del
gobierno vasco responsable del fusilamiento de cientos de militares y paisanos
de la bella Easo sin cumplir su palabra de perdonar la vida a los encastillados
en el cuartel de Loyola, e hizo de estas matanzas un espectáculo público en la
playa de Ondarreta. Dice una cosa y luego hace lo que le conviene. Eta mata
impunemente, como lo hicieron sus mendigozales o alevines del separatista
Aguirre. Se repiten hasta el aburrimiento este tipo de situaciones. Mayor Oreja
tiene que comerse cada mañana los mismo sapos que se desayunaban, café con
churros, Emilio Mola y su antecesor de los tiempos del Directorio, el general
Bazán. Este es el cogollo de la cuestión. Los conflictos a la sazón se han
multiplicado por cien.
En la actualidad quizás valga menos la vida humana
y, como tenemos el triunfo del mundialismo a gran escala, nadie hace nada para
evitar que la pella se nos eche encima. No surgen Molas ni Francos. Los
militares están muy desacreditados y sólo sirven para llevarlos a pelear en
“guerras humanitarias”. Las unidades están integradas en un amplio porcentaje
por mujeres y hay coroneles de la cáscara amarga con mando en plaza que intentan
salir del armario.
Cierto que sin la pluma de don Miguel de Unamuno ni
su cerebro, nuestras gacetillas se encuentran salpicadas de firmas de
columnistas de manada. Ha aumentado nuestro analfabetismo enciclopédico y en el
gran momento de la comunicación de masas, a través de la red de redes, como
llaman al invento del judío Billy Gades, nos encontramos más incomunicados que
nunca, e ignorantes de todo aquello que en verdad hemos de saber.
Pese a todo, hay queda eso. Emilio vio el desemboque
de la situación con sus ojos de lince. Judíos y masones en el espigón y moros
en la costa. Ya cruzan el Estrecho con sus quillas aceradas los plaustros de la
morisma.
A este oficial de Regulares, por amistad, por
fraternidad de armas o por una de esas casualidades del destino que así lo
dispuso, lo hicieron polizonte y jefe de los guardias.
Lo lanzaron al mar de la política, un piélago de
aguas empantanadas, de la política española, cuando el sistema de partidos
tronantes, erecto al socaire de la restauración, se iba al garete. Las gentes bien pensantes hablaban de la
vuelta al statu quo. Mola era una de ellas. Por eso, su primera salida como
director General la realiza a Sagunto. Había que arbitrar una formula de
consenso so pena de que se viniese abajo todo el inventillo.
El tinglado de ahora, el invento de entonces.
Mítines de Azaña en la plaza de toros. España ha dejado de ser católica. Mola
no es que lo fuese mucho, tampoco, pero la noción de vacío le llenaba de pavor.
Otra vez a torear, saltar al albero, y hacerlo a cuerpo. Crispación y nervios.
Mucha paranoia. Aquí la gente se suele poner nerviosa cuando llegan ciertas
fechos, en los cambios de fase del ciclo lunar, por ejemplo. Estamos en la
mismas. Parece que el destino del
español es almorzar sapos y culebras. Ya no trompetean la consigna de abajo los
Borbones. El grito que se cacarea es más temible: delenda est Hispania. No me
hablen ustedes de chapas, declaró ayer José Mari Aznar en las Cortes a cuenta
de lo de las matrículas y lo de las barras catalanas. Arzalluz pontifica desde
los púlpitos del Norte con voz de energúmeno. Ibarreche es el espíritu redivivo
de Irujo, de Aguirre y de san Ignacio de Loyola. Gol en Mendizorroza. Soy
católico, soy cruel. Y Anasagasti
reparte caña anti española sin descomponer el gesto. Tiene cara de bollo suizo.
Estos son los tremedales del día a día que nos
embarga. El eje de nuestra actualidad gira en torno a los vascos. España se ha
vuelto a dividir en dos bandos: en violentos y en “demócratas”. Los violentos
son los que reparten caña, música de Parabellum sin parar para entretener las
siestas del personal y goce el canalla de patente de corso y plena inmunidad, y
a la Tana, la gitana, la que le pegó tres tiros a su marido, le ha llegado el
indulto. Como la vejaba y la insultaba pues resulta que no era delito cargarse
a su media costilla. Sentó jurisprudencia su caso especial y desde ahora todas
las malcasadas dormirán con un revolver debajo de la almohada. Los que no sean
demócratas ni estén en el cupo de los violentos tendrán que apechugar con las
consecuencias. ¿Qué va a ser esto, oh?
Se utiliza casi la misma fraseología manida de por
aquellas calendas, palabras huecas de alto bordo, cruzan la calle los mismos
pistoleros. Lo que ocurre es que a los del siglo XXI ya no se les encasquilla
el revolver. Ha subido muchos enteros la tecnología asesina, aunque la sed de
matar siga invariable. Las bombas son de mayor calidad. Pueden detonarse con un
mando a distancia como se enciende el televisor. Churras y merinas van
desfilando ante nuestros ojos alarmados que ven pasar los últimos rebaños de la
trashumancia. Los moruecos van delante de las ovejas camino del matadero y los
mastines de su guardia no hacen nada, porque un rabadán inicuo cometió la
salvajada de rebanarlos los colmillos.
-Señor Anasagati, no hable usted tanto que se
despeina.
-Digo frases que quedan muy pomposa. Hay que acabar
con España. Os vamos a soltar nuestra tropa de gudaris y de mendigozales, los
“flechas” de don Sabino.
Hablaba y hablaba el señor diputado ante una batería
de erizados micrófonos porque el Rabadán Invisible lo dispuso así a golpes de
callado. Las guerras modernas se ganan con un buen margen de cobertura
metódica. Por eso Anasagasti, Ibarreche y compañía nos salpican con sus perdigonadas
de baba.
-Un Mola es lo que vosotros necesitáis. Lo estáis
pidiendo a gritos
En los tórridos días de julio.
Por aquellos días un asesinato en los tórridos días
de julio del 36, un crimen de estado, fue materia suficiente para abocar a una
conflagración armada. La opinión pública conservaba ese mínimo de moralidad
necesaria para que una nación pueda seguir funcionando. Nuestra ética
permanecía intacta. No se había
deformado.
En el día en que esto escribo acaba de asesinar al
ultimo gobernador civil de Guipúzcoa y el personal, que acaba de cobrar la paga
extraordinaria, se muestra renuente a aplazar el veraneo. Dominan el cogollo de
unas nuestra liviana actualidad la Rocíito, ya sin collarín, la niña que tuvo
un torero con una tal Belén, portada de las revistas de coña y enclocadas
publicaciones del coño y la polla, como la triste y aplanada España (madre no
hay más que una). El muerto, frito a tiros en una balacera matinal mientras
desayunaba en una tasca navarra, es otro mas. ¿Y van?
Cuando lo del 5 de julio de 1898 en la Bahía de
Santiago, el pueblo de Madrid estaba en los toros viendo torear a Joselito, y
tampoco se suspendió el festejo. Oh católica y cruel Majestad, llamad a las
plañideras que para eso están. No tardará en aparecer la chica de la tele
proclamando la consabida muletilla del basta ya, para pedir condenas que no
cadenas, vengan de donde vengan.
La política en este país se sigue desempeñando de
una forma cainita. Carece de entrañas. El manto de la Magdalena no está hoy
para tampoco para zampoñas. España se abronca, la herida vasca se encona. A los
heraldos se les fusila. Emilio Mola Vidal fue un hombre que se adelantó a su
tiempo, que dijo la verdad. Por eso, han borrado su memoria. Hasta le han
quitado el nombre de la calle que hoy se llama Príncipe de Vergara.
Muertos los libros de Caballerías, la patria parió
filósofas. Luego, se convirtió en periodista. Contertulio o conducator de algún
programa de larga duración de los que llaman oceánicos porque empiezan cuando
amanece y duran hasta la hora del té, que bien que nos lo dan algunos, y
abarcan todo el espacio nacional, el pueblo a sus pies y la rejilla de
programación en sus manos con la que hacen y deshacen. ¿Qué es noticia, vida
mía? Lo que tú quieras, amor. Porque periodismo y poesías lo eres tú que te tan
objetivo (las apariencias engañan y a vosotros que no se os apriete el zapato)
te conviertes en un subjetivo de tomo y lomo. Periodistas al poder. Pero antes
hay que domarlos. Devaneos y quimeras, aunque España va bien.
Un lustro antes de que estallara la gorda, un
ministro de gobernación, el general Marzo, le intimó a su segundo, que era
Mola:
-Desengañate, Emilio. Esto mala compostura tiene. El
manto de la Magdalena no está para tafetanes.
-Ni el verde para zampoñas, camarada general. - le
contestó éste.
Mola tenía vista de lince y la cabeza bien
amueblada. Se dio el caso de que siendo un librepensador por España alcanzó la
palma del martirio. Su apellido sigue ejerciendo un poderoso imán para los que
aman a este país. Algún día resucitará por muchos intentos que se hagan para
lacrar su memoria. De Marzo nunca más se
supo. Tenía conexiones con la Ojrana zarista.
Su sucesor pensaba que a la monarquía muere siempre a manos de los
monárquicos. Es su sino en este país.
Fin de REMEMBER BRUNETE,
POR Antonio
Parra Galindo miércoles, 30 de mayo de 2001 (18:58 h.) Hoy cumple mi Almudena
25 años. A ella le dedico este texto.
Es la fotografía que ilustra la
portada de este trabajo
Salas Larrazabal y Casas de la
Vega
Tengo por oficio trocar el metal
en oro lo más rápido posible.
Juego de palabras con democracy
(democracia) y crap (mierda). España no
está lo suficientemente metida en la mierda democrática (ad lib.)
Tened cuidado, no dilapidéis los
pensamientos en cosas vanas y materiales, no os revolquéis en el cieno de la
vida crápula, quiero que viváis conforme al epíritu
AGUSTÍN DE FOXÁ Cantos de
los combatientes. Antología poética pp. 91-93
Douglas Hyde “Yo creí”, Luis de
Caralt, Barcelona 1951.