16 de abril de 2004
ARIAS MONTANO, EL PLACER DE CONOCER LA VERDAD QUE
HACE AL HOMBRE LIBRE Y LE LLEVA A DIOS. UNA GLOSA CRÍTICA AL ESTUDIO DE LA OBRA
DEL MAESTRO FREXENENSE A CARGO DE JUAN JOSÉ JORGE LÓPEZ
por Antonio Parra Galindo
Ya los griegos entre los seres humanos distinguían
tres categorías: la de los apegados a la tierra con poca discreción, más
relacionados con las bestias que con los seres racionales; la de los comunes o
vulgares que pasan por la vida sin pena ni gloria y parecen que han venido aquí
sólo para hacer bulto; y la de los áticos, capaces de la contemplación y el
discurso filosóficos. San Pablo a los mundanos les llamaba sarcinos o carnales
a aquellos entregados a los fueros del vientre, el vino, las venustidades, las
riñas y contumelias, la vanidad de las vanidades, etc., para distinguirlos de
aquellos que conducen sus días al albur del espíritu y de lo trascendente,
según los cánones de ese vivir hacia adentro que recomendaría, siglos más
tarde, san Agustín a sus hijos.
Este es desde luego un concepto griego para los que
la mujer todavía no era siquiera considerada como un ser humano, como tampoco
los esclavos o ilotas, los metecos o desterrados. Se podía disponer de sus
vidas impunemente. Y es que la filosofía platónica de la cual se nutre en buena
parte el cristianismo hacía un amillaramiento escalonado muy riguroso entre lo
apolíneo y lo dionisíaco para determinar las muchas jerarquías hasta alcanzar
la condición de manumitido o liberto. Los que viven según el alma no han de
barajarse en el mismo grupo que los ancianos que discutían en el ágora. La vida
se escalona en una ascésis Un camino de perfección sustentado por el dominio de
las pasiones. Gnosce te ipsum. Conocete a ti mismo. La πiσtiσ
(fe) y la γnoσiσ(conocimiento) como entrada al portal de la sabiduría.
Unos buscan la salvación y otros la condena. Unos
serán préditos y reos del fuego eterno y los otros bienaventurados. El
evangelio insiste en este punto de despego de las cosas terrenales y de
búsqueda de la perfección, algo que nunca podrán comprender los que se rigen
por los códigos del bajo vientre y buscan una vida de placeres, orgías, odios,
estulticias y enajenaciones mentales de todo género.
He aquí un toque de atención para los que nos
azacaneamos por sobrevivir en estos agitados días del 2004. Aunque pecadores e
inmersos en la batahola de un mundo en crisis y plagado de contradicciones y de
convulsiones y de hiper actividad auto complaciente o auto destructiva,
aspiramos a una felicidad según el espíritu, a esa sofrosine de los estoicos
que se convierte en vida de gracia en el evangelio, por eso mismo hemos
disfrutado el manjar suculento, esta
ambrosía espiritual, que supone la obra de Juan José Jorge López que llegado a
nuestras manos con los reclamos del tolle
et lege y nos hizo pasar -¡bendito Agustín que nos iluminas con la llama
perenne de tu divino cálamo!- unas horas de antesala o anticipo de ese paraíso
prometido a los que mueren en la Fe, y que no consistirá en el goce de las
huríes, como piensan los sarracenos, sino la contemplación y el canto, y la
lectura, tal vez. Yo no me imagino un cielo sin libros. Arias Montano era
también un hombre de libros. Sabía tanto y de todo- de lógica, ontología,
medicina, y hasta de medicina y de folklore - que sus amigos le creían en la
plenitud de los siete dones del Espíritu Santo. Cuando regresaba a su aldea de
sus numerosos viajes al extranjero una mula tenía que llevarle a casa los
fardos con los tomos adquiridos. Del concilio de Trento se presentó en Frejenal
de la Sierra con un carro cargado de libros y de ornamentos que guardó en la
ermita de la Peña de los Ángeles. Por eso Felipe II, su contemporáneo en todos
los sentidos, nacieron y murieron el mismo año, 1527 y 1598, le nombró su
bibliotecario. Y a los dos debemos tal vez hoy esa maravilla que es la
biblioteca escurialense.
Los libros llevan a Dios, al pensamiento infinito.
Conocer es amar. Y los buenos libros, como éste, no solamente arrastran al
conocimiento y la verdad sino que también golpean el corazón con aldabonazos
inefables que nos recuerdan la música arcangélica.
Se llama este tratado, un libro mayor y yo diría que
definitivo para acercarse al pensamiento y a la obra del maestro frexenense,
confesor, capellán, consiliario y legado de Felipe II en misiones difíciles en
los Países Bajos y en Portugal, políglota, sacerdote santiaguista, ordenado de
mayores en 1559 pero el que cayó algún sambenito acusado de pertenecer a cierta
fratría sospechosa, El pensamiento
filosófico de Benito Arias Montano: una reflexión sobre su Opus Magnum.
Suculento bocado sólo apto para paladares exquisitos, y también un vademécum
magistral que nos guíe por el camino de la esperanza y de luz en medio de la
oscuridad de la travesía del desierto. El cristiano en nuestros días está necesitado
como nunca del maná o frumentum, ese prandium eucarístico que nunca podrá
encontrar en los programas basura de la televisión, sino en la quietud y el
silencio de un paisaje con un buen libro como éste en el regazo.
Los poderes ocultos, esos que dominan por la amenaza
y el miedo, el atracón de terror, el montón de cadáveres en cada telediario, es
lógico que mantengan en prevención este tipo de escritos que no son carnaza
para la plebe ignorante y enajenada, sujeta a manipulaciones constantes.
Si hay algo que distinguió a la Iglesia Católica es
su exhortación perenne a la excelencia. A una vida mejor, no contaminada por
vicios y bajezas. Pocas instituciones han producido tanta belleza moral e
incluso física como ella. Para demostrarlo hay está la estética misteriosa de
tantas catedrales góticas, los cuadros del Greco, las tallas de las Vírgenes
Negras, los cantorales catedralicios celosos archiveros de las melodías
registradas en sus neumas.
Pero esta riqueza muchos no la comprenden e incluso
torticeramente tergiversan el sentido de la historia. Los libros que atacan a la institución eclesial alcanzan
relieve. Sin embargo, las que la defienden o exaltan sus valores como
Chateaubriand en su “El Genio del
Cristianismo” están descabalgados o pasan desapercibidos.
Parece que conviene que el candelabro permanezca
debajo del celemín para que no se perciba su luz. Este silencio con que se
acoge la calidad y el mérito en pro de la bazofia, el duerno de los sarcinos de
los que hozan por las páginas de la prensa de bulevar o de las insulsas revistas de la entrepierna
o en esa literatura de bestseller de autores proclamados a dedo por los
Kingmakers de las casas editoriales transnacionales es una astuta manera de
censura subliminal que nos hace añorar los tiempos cuando en España hasta las
verduleras sabían de teología y se discutía
de omni re scibili. La multitud sigue pidiendo pan y circo. Es la única
taxonomía por la que se rige la nueva cultura de masas. Todo lo que atañe a la
panza, el dinero, los goles y líos de alcoba de Beckham impera. El caso es
mandar balones fuera para evitar el sambenito de ser tachado de políticamente
incorrecto. Porque entonces no vas al quemadero - los autos de fe de hoy día
son más sofisticados y sin tanta bulla- pero puedes quedar en las galeras del
ostracismo, meteco en tu propio país, extranjero en tu misma patria, tachado de
la lista de los vivos y empadronado en la de los expedientados y aspirantes a
una muerte civil que presupone hoy verdadera muerte en vida.
Entonces, en el siglo XVI, cuando muchos, por su
ascendiente judío, se sabían algunos pasajes bíblicos de coro, razonar sobre
cosas divinas, como le pasó a Arias Montano y al propio primado de España, el
cardenal Bartolomé Carranza, podía ser más peligroso que ahora, desde luego,
pero Dios estaba más vivo.
Los émulos de Nietzsche parecían empeñados en
anunciar la muerte de Dios. Dio la impresión de que lo habían conseguido hasta
que apareció Bin Laden a lomos de su caballo ruano, nuevo Almánzor blandiendo
la cimitarra, alquicel y turbante al viento del
desierto, al grito de Alá akber.
Este grito hizo saltar de sus sitios a los ateos convencidos. ¿Vuelven las
guerras de religión?
El libro de Juan José Jorge López nos devuelve a los
ámbitos perdidos, a ese Señor de la esperanza, de amor y de sed de conocimiento
que descubrió el obispo de Tagaste. El Dios verdadero y trinitario. Padre
compasivo y lleno de perdón que no propugna la venganza. Hijo encarnado que
murió en una cruz y resucitando venció a la muerte pagando los rescates de la
redención por una humanidad rehén del pecado. Espíritu divino que recorre las
páginas de la historia. Un triangulo. La perfección del círculo. A ese Dios lo
lleva todo hombre metido en el corazón sea creyente o no. Intus est. Habla directamente al corazón. A Él se accede mediante
la gracia, los sacramentos, el canto de los salmos, la oración, el estudio.
La orden agustiniana, la primera del monacato
occidental, nos enseñó las grandezas del retiro fecundo en pensamiento y
reflexiones e hizo suyas las grandezas del Beatus
ille, que Cela sentenció con su atávica socarronería: “aquí el que aguanta
gana” y fr. Luis lo plasma en una oda cincelaria después de haber sobrevivido
al naufragio de la persecución y los malos quereres, con un “decíamos ayer”
para dar tabla rasa a los tiempos de encarcelamiento:
Aquí la envidia y la mentira
Me
tuvieron encerrado
Dichoso el dulce estado
Del
sabio que se retira
De
aqueste mundo engañoso
Y en
el campo deleitoso
Con
pobre mesa y casa
A
solas con Dios se acompasa
Y vive
ni envidiado ni envidioso
La idea puede venir de Horacio pero esta oda resume
todo el gran pensamiento agustiniano. Debe de ser algo que imprime carácter,
puesto que el autor, que ciñó el cordón de cuero y se puso la cogulla negra y
la esclavina de estos monjes, no puede ocultar sus orígenes. Aunque sea en la
actualidad un servidor del bien común y como destacado mando en las fuerzas de
seguridad haya dirigido, en su capacidad de comisario, la sección encargada de
la lucha antiterrorista- el Arcángel Miguel, valedor de iglesia y sinagoga los
tenga del lado de su brazo fuerte-, en el siglo continúa bajo la influencia de
la manera de ser de los claustrales, adicto a esa recia personalidad, rigor e
ideas bien claras, que tuvo esta orden, quizá una de las más antiguas de la
Iglesia.
Sirva como ejemplo el P. Ángel Vega que compuso la España sagrada. También fr. Luis de León
y el propio Lutero ciñeron sobre sus lomos el cíngulo, símbolo de castidad y
entrega a Nuestro Señor Jesucristo, aunque éste fuera demasiado alemán y
orgulloso para pertenecer al cupo de humildes y sabios hermanos que ha dado la
OSA.
El propio Azaña escribió el Jardín de los frailes en los que rememora sus tiempos escolares en el
colegio del Escorial. Cuando las turbas marxistas llevaron a cabo una saca en
aquel centro, el prefecto que tuvo el presidente de la república se libró de
ser fusilado con los demás. El antiguo alumno, aunque no demasiado piadoso pero
sí humanitario, consiguió un salvoconducto para que el agustino pudiera viajar
a Francia.
El libro, musculoso y un verdadero “tour de force”
en lo que se refiere a la investigación y cotejo de fuentes o labor de campo
-hubo de compulsar los fondos de las bibliotecas españolas y una de Bélgica
donde está depositada la mayor parte de la obra de este escritor extremeño, del
que todo el mundo ha oído hablar pero del que se conoce poco, al estar escritos
sus libros, según era precepto en esta época - Ginés de Sepúlveda, Erasmo, Vives
y tantos otros siguieron tal costumbre-, en latín.
Parece escrito de un tirón, sin tropiezos ni
iteraciones, con exactitud, pese a lo abstruso de las materias abordadas. Todas
son claridades con hábil soltura de estilo, sin una falta, sin un gazapo en el
discurso por los saberes antiguos.
Es un trabajo
para quitarse el sombrero. El pergeño y la redacción - es el tributo que ha de
pagar la aparente facilidad- debe de haberle costado a Juan José no pocos
pervigilios y sacrificios de su tiempo libre pero su tributo a Arias Montano no
parece escrito a ratos perdidos, sino que da la impresión de que todo fluye y
se desenvuelve con esa trabazón, esa gufa argumentativa y coherencia procesal o
sindéresis que sólo se aprende en la escolástica.
Arias Montano, experto filólogo y hebraísta eximio,
hizo una nueva versión de la vulgata bajo la supervisión de su maestro
alcalaíno, Cipriano de la Huerga, que suscitó envidias y rencores. Es lo de
siempre. Otro dómine, León de Castro, rival suyo, sintiéndose despechado al
haberle sido encomendado por el Rey Felipe II a Montano en vez de a él, la
faena de acometer esta nueva versión de la Escritura, que no se llevaba a cabo
desde Cisneros, lo acusó de judaizante.
No está claro si pudo pertenecer a los incipientes
grupos de alumbrados, como el de Llerena, cerca de su lugar de nacimiento, o a
los conventículos protestantes que agrupados en torno al Regidor de Toro, el
veronense Luis de Seso, entregado al brazo secular en un notorio auto de fe en
la plaza mayor de 1559, hicieron acto de presencia en diferentes ciudades
españolas: Sevilla, Valladolid, Medina, y por los que se alzó proceso contra el
mismo arzobispo y primado de Toledo, pues la inquisición no respetaba ni a rey
ni a roque, fr. Bartolomé Carranza.
Al igual que éste, Montano pasó algunos años en
Flandes y fue ponente del concilio de Trento. El Santo Oficio también tuvo bajo
sospechas a otros padres de aquel concilio, los dominicos Domingo Soto y
Melchor Cano. El proceso a Carranza en el cual no se nombra para nada a Montano
pudo ser la causa de su caída, perdido el valimiento del monarca y la
capellanía y el beneficio de confesor regio, y de su retirada a su escondrijo
en la sierra de Aracena, concretamente en la Peña de Alojar donde pasó cuatro
años retirado del mundo, muriendo en la cartuja de Sevilla el 6 de julio de
1598 meses antes que el señor al que tan cumplidamente había servido y que tan
mal le pagó. Sus obras fueron inscritas en el Índice en 1612 y, aunque luego
rehabilitadas, permanecieron en la oscuridad durante siglos. La tragedia de
este gran hombre, como la de tantos de su tiempo, fue la de pasar de martillo
de herejes en Trento a sospechas de sambenitado.
Jorge López señala que Montano era un extremeño
bondoso, humilde y conciliador, pese a su gran ciencia y pese al hecho de haber
estado su vida dominada por el deseo de saber.
A la cupiditas
aedificandi de los romanos, que se pasaron haciendo obras públicas y
edificios hechos para dudar hasta la eternidad, respondieron los humanistas del
Renacimiento con la cupiditas sapiendi. Nada de lo humano les
era ajeno. El saber era único y su enseñanza se distribuía repartido en
centones. La música tenía relación con la matemática y con la cirugía y la
medicina o la mecánica. No había especialización.
Montano era un humanista que intenta en sus escritos
explicar se a sí mismo y cuanto le rodea desde una postura teocéntrica. Cree en
la palabra y el poder del nomenclátor. ¿Qué fue primero la cosa o el nombre?
Pues san Isidoro en sus Etimologías nos
dice que el Señor puso los nombres antes de hacer las cosas. El título vino
antes que el libro y el artículo. Pero esta idea no es suya. Es de Platón. El
que sabe domina. La información es poder. In principio erat Verbum. Aunque
tampoco hay que dejar de lado otra realidad. El que a veces la ciencia allega
dolor y que para ser feliz no conviene saber mucho. Es la noción oscurantista
del Kempis y de algunos reformistas medievales escandalizados por las
discusiones bizantinas en la Sorbona.
Pero de lo que antecede se deduce que Dios antes de
la creación dio los nombres y después se puso manos a la obra.
Contra esta idea, arriba y abajo del álveo de la
historia, estuvieron batallando los enemigos de la Cruz. Su argumento más
divulgando es decir que el cristianismo no es más que una armazón retórica.
Este criterio inspira seguramente el empobrecimiento del lenguaje urbano de
nuestros días, la anfibología del doble lenguaje en virtud del cual las
palabras se vacían de contenido y significan a veces lo contrario de lo que
antes expresaban.
Sin embargo, el pensamiento agustiniano es todo él
una glorificación del Logos. Occidente no hubiera llegado a nada sin la
retórica. Es el verbo el que precede al concepto. De ahí esa gran cultura, ese
amor a la libertad que estriba en el Evangelio, contrario al pensamiento
único, en aborrecimiento del fanatismo.
No proviene el catolicismo, a diferencia del islam, de un solo libro y una sola
escuela, un solo rito “porque muchas son las moradas en la casa de mi Padre”.
Se muestra más ecléctico en sus procedencias y saberes.
De manera que
Cristo se convierte en la síntesis, el ápice, el alfa y la omega, el antes y el
después del mundo anterior a su venida y el futuro. Pero siempre será combatido
por los anticristos vaciados en el molde del pensamiento único. Cuando empuñó
el látigo contra los cambistas del Templo y llamó raza de víboras a los
fariseos se rebeló contra los sacerdotes del sanedrín que se creían
depositarios de la verdad y abogaban por la estricta sumisión a la ley
unilateral. Con su sublevación el Gran Eleuterio, como le llaman los padres
griegos, o libertador, puso boca abajo el mundo de la sinagoga. Se alzó en
armas contra el “Establishment” del Consejo de ancianos. Y esa actitud no se la
perdonarán nunca.
Corolario de esto mismo es la creencia sostenida por
algunos milenaristas del quiliasmos postrimero - y Agustín que asistió a la
caída de Roma bajo los cascos del caballo de Alarico era uno de ellos- de que
el anticristo ha de tener sangre musulmana. Admitidos tales supuestos, estaríamos
ahora mismo en los pródromos de esa parusía o segunda venida. Esto, claro está,
no supone más que una conjetura. Todo lo que sube baja, y todo lo que empieza
se termina. El universo que tuvo un principio ha de tener un fin. ¿Cuando ? Esa
es la pregunta.
Los capítulos dedicados a la Cosmogonía es una de
las partes más interesantes de este tratado sobre el Frexenense. Arias Montano
- nos explica el autor - sostiene la idea de la creación ex nihilo que se
fundamenta sobre el criterio estrictamente bíblico del espíritu soplando sobre
el barro. Dios hizo el mundo de la nada. Empezó por el firmamento.
La nada era el caos y en ese caos cubrían los
espacios una especie de magma viscoso. Es el maim o protoplasma que al entrar en contacto con el eloim (ánima, soplo, hálito) dio paso a
la vida. Esta noción la tomaron los judíos del hilomorfismo de la materia y la
forma, el alma y el cuerpo, el ying y el yang de los chinos. El martillo y el
yunque. La papeleta y la urna. El hombre y la mujer. El alma y el cuerpo. El
espíritu y el cuerpo, etc. Hilomorfismo puro.
La ortodoxia católica había condenado en varios
concilios el emanantismo, una herejía aparecida en el s. V y que hizo suya
Mahoma, con su “Alá es grande”, frase que traduce las palabras de Platón el
cual creía que todo cuanto había en el mundo emanaba de un ente supremo. Lo que
estaba abajo era reflejo de lo que estaba arriba. Lo pequeño se corresponde con
lo grande. Lo blanco con lo negro. Lo alto con lo profundo.
Aún no había surgido Darwin ni Teilhard de Chardín,
refractario a creerse lo de la generación espontánea bíblica. Todo efecto ha de
tener una causa, para rebatir esta noción con que comienza la cosmología
judeocristiana, atentando Dios contra las leyes físicas.¿Podrá Dios ir contra
sí mismo?
El Génesis preconiza esta idea de la creación de la
nada, del soplo divino sobre el barro. Fue un arranque que transforma la
potencia o materia (maim) en acto (eloy) espíritu divino. Todo de golpe, sin
dilaciones ni intermediarios en un pispas. El frexnense no anticipa la tesis de
la evolución pero sí la de Laplace y la del Big Bang de los físicos de Palo
Alto. Nos habla del ichi o fiat de la
Encarnación. Un “hágase” que sonó rotundo destapando el odre de los vientos,
poniendo en movimiento las esferas, haciendo manar las fuentes y el agua
fluyendo por el cauce de los ríos. Todo lo hizo bien. En todas las cosas puso
su sello. Convirtió el caos en cosmos. Todo lo ordenó. Con la potencia de su
brazo dio un empujón a la noria y los cangilones empezaron a rotar.
La obra no ha terminado porque el universo es un
concepto en expansión. Desde entonces
seguimos inmersos en el torbellino de este “fiat” porque el proceso no se ha
cerrado. La biblia no es oscurantista, según sentencia Arias Montano; se
compadece con el criterio de la evolución.
De ahí ese amor que profesan los cabalistas por la
Escritura. En sus páginas creen advertir el rastro del pasado, el aviso del
presente, el barrunto de lo porvenir. Sus enseñanzas - y esta es una intuición
sorprendente para un hombre que vivía en la segunda mitad del siglo XVI- no
están en colisión sino en colusión con la ciencia, proyectándose en todo el
conjunto el lenguaje críptico en el que se expresan los escritores bíblicos
bajo la inspiración del Espíritu Santo.
El afán de conocer es figura del pacto que hizo
Jehová con el pueblo elegido al entregar a Moisés el Covenant. No se trata de
un caso cerrado sino de un proyecto otorgado en esbozo y que el paso de los
siglos irá culminando con arreglo a los designios de la Providencia omnisciente.
Lo primero que creó Dios fueron las luminarias.
“Hágase la luz y la luz fue hecha”. Después de las estrellas, los planetas.
Montano, según nos explica con su convincente hermenéutica Juan José Jorge, no
suprimió las artes adivinatorias, porque pensaba que el porvenir del hombre
estaba escrito en las estrellas. Tampoco rebate la magia natural, que hay que
diferenciarla de la negra o diabólica, obra del hechicero maligno.
Esta magia natural se enseñó en las aulas
universitarias, en los claustros catedralicios y en los conventos y tirocinios
jesuíticos hasta el s. XVIII. Hace unos años llegó a mis manos un texto
anepigráfico- estaba arrancada la cubierta-, que bajo el título en páginas
interiores de Magia natural y filosofía
oculta trataba de estos supuestos, y bien pudiera haberse debido a la pluma
de Arias. Lo que parece obra de trasgos al principio, luego, descubiertas las
causas, encuentra explicación lógica.
La Magia fue mentora de la alquimia y formaba parte
de las disciplinas anejas al Trivium y al Quadrivium, los siete saberes
principales, los que ponen a la mente humana en el camino recto antes de llegar
a la piedra filosofal, o de encontrar el quinto elemento o quintaesencia. Los
otros son: agua, fuego, aire, tierra.
Como se comprobara, esta cosmogonía del Génesis se
diferencia bastante de la teoría del origen del mundo que dan las religiones
sincretistas. Griegos y romanos no se tomaban muy en serio a los dioses del
Olimpo presididos por Zeus Tonante. Su teodicea es ridícula. Téngase en cuenta que
el étimo “θeos”, que en lengua griega no vine en mayúscula, es la palabra que
utilizamos los españoles para indicar este concepto a través del puente del
latín: zeus, theos, dios.
El Dios semítico, celoso, vengativo, interventor en
los asuntos mundanos para salvar a un pueblo en perjuicio de otros - la Biblia
resulta a veces un cuento de las Mil y una Noches y otras, una película de
buenos y malos, una crónica de crueldades y de perversiones- fulminando ab alto
a los filisteos o parando el sol para que Josué pueda ganar la batalla, es otra
cosa. No causa risa sino pavor.
Es El que es, Jehová. No se atrevían los judíos a
llamarle por su nombre; por eso utilizaban circunloquios para designarle:
Gharon (el alto), Golán (eterno), Tholedah (sin tiempo). Fue ese Dios grande en
el Sinaí que llega a entrever Castelar en su magnífica elocuencia. Es ese Alá
sanguinario de los moros empuñando la cimitarra con llamadas a la oración cinco
veces al día, la peregrinación a la Meca, la anúteba o guerra santa. Es un Dios
que nunca se emborracha como Jupiter ni tiene deslices con las otras diosas y
que nada tiene que ver con el Cristo amoroso y lleno de perdón que nos bendice
desde la mandorla del Pantocrátor.
En su nombre no se puede matar porque predica algo
muy difícil de cumplir a no ser con fuerzas sobrehumanas: perdonar los
agravios, no utilizar la espada. Porque el que a hierro mata a hierro muere. En
cierto modo el mandato evangélico tronza las normas establecidas por la
naturaleza. Y volvemos a esponjarnos en la duda antigua ¿Puede Dios
contradecirse?
Los musulmanes, proselitistas e invasores,
consideran que la religión ha de ser impuesta a sangre y fuego. Los judíos, por
su parte, nunca tuvieron misioneros. La religión para ellos es una ejecutoria
de hidalguía, que se transmite desde el claustro materno. Apenas tienen
conversos. Se consideran acreedores del vaso de la elección. No son violentos,
creen en la guerra justa y defensiva. Se muestran en la batalla por la
construcción del Eretz Israel más inteligentes y menos bestias que sus rivales
sarracenos. Sin embargo, su religión no manda la misericordia sino la estricta
aplicación del ojo por ojo que les obliga a arrasar la casa y sembrar el campo
de sal -venganza bíblica- de todo aquel que se atrevió a alzar la mano contra
Israel en cualquier acto terrorista. Consideran la vida sagrada y así todo
judío después del Bar Mitzav se convierte en hallahah, es es: en santo.
Para Arias Montano no hay contraposición entre razón
y fe, al tiempo que, escriturario avisado, se atiene a las fuentes
rigurosamente hebraicas de la la revelación y las interpreta en su parénesis al
pie de la letra, porque, ya lo hemos señalado, ésta es la versión cabalista que ve en la palabra de
Adonai la fuente de todo conocimiento. El cristianismo, por su parte, bebe no
solamente en el hontanar de la letra sagrada sino también en el de la
tradición, incorporando a la liturgia y al calendario eclesial viejos ritos
paganos cristianizados o adscribiendo al catálogo de los santos héroes míticos
de dudosa existencia como san Cristóbal, san Jorge, san Nicolás y que en buena
medida parecen apócrifos pero que excitan al fervor popular. No puede haber
religión sin un cierto entusiasmo y el entusiasmo es sinónimo de endiosamiento
en griego (εv θεoς). En la Encarnación Jesús se hermanó con nosotros, cargó a
cuestas con nuestros pecados, nuestras dudas, sin romper del todo los lazos que
ataban al hombre con su pasado.
El caso de Pablo arrasando los ídolos y apagando las
velas votivas en el altar de Afrodita en Efeso - el Apóstol de los gentiles era
un judío zelotes y muy exaltado - es una excepción. Los primeros
evangelizadores al anunciar la buena nueva fueron tolerantes y bastante
permisivos con el legado pagano. Cabe recordar, asimismo, que todo el NT
excepto Mateo está escrito en griego, la lengua en la que predicó Jesucristo,
que era, según alguna paleografía moderna, un judío helenizante, aparte del
arameo. La herencia clásica pesaba mucho entre los primeros cristianos. De
hecho, todas las conmociones religiosas, las disputas inter sinodales y los
cismas tienen por marco este ámbito de los que propugnaban una estricta
observancia del bagaje semita y el gentil dentro de los bautizados. Así, las
herejías de monotelitas, monofisitas, donatistas, pelagianos, arrianos,
nestorianos, iconoclastas y demás. En los primeros ciclos a san Pablo lo
tenemos enfrentado con san Pedro. El problema, el de siempre: los judíos.
Siempre surge una voz clamando por la vuelta a la
antigua observancia. Y esa voz es la de los textos sagrados. Sin embargo, cada
vez que se levantaba esa voz había que temer revueltas, guerras y sediciones.
Así es la condición humana. El hombre hecho del barro se escuda en la divinidad
para dar rienda suelta a sus egoísmos fanáticos.
Para contemplar la historia con una cierta
perspectiva, no queda otro remedio que olvidarse de las bajezas de la
rastrera y difícil convivencia política
y subir más alto. El universo es puro e incontaminado porque lo alumbra la
llama de ese horno o pebetero perpetuo que es el sol. Arias Montano describe al
mundo como una esfera. En geometría la esfera simboliza lo perfecto. En ella
caben las hierbas, las piedras, las aguas, las quintaesencias del quinto
elemento. Al espacio lo llama makom y
al tiempo gholam.
Dios todo lo hizo bien. Los ciclos estacionales
marcan a compás el giro el de las esferas en armonía, pero Montano, aunque
escuchaba esa música serena de Salinas a la que canta fr. Luis en una oda, no
había abandonado, con la gente de su época la idea del geocentrismo
antropológico del Renacimiento. Para ellos la tierra y el hombre eran la medida
de todas las cosas. A la sazón no había aun levantado cabeza Galileo con su
tesis heliocéntrica.
Las observaciones que hace el autor sobre el
pensamiento montanista en lo tocante a la creación del hombre y de la mujer
advierten de la inviolabilidad del matrimonio santificada por el matrimonio
cristiano, y cita al efecto la Carta ad Efesios en la cual san Pablo manda a
los desposados quererse como partes de un mismo cuerpo que alienta bajo un
único espíritu, pero también dice: Esposa os doy y no sierva”. Pocas religiones
han hecho tanto por la manumisión y la igualdad de derechos, contra todo lo
propalado por las feministas, como la Iglesia. Prescribe la tolerancia, la
compasión, el respeto mutuo. Nunca la guerra de sexos ni la violencia de
género. Es curioso; muerto y finiquitado el marxismo con su filosofía de la
lucha de clases aquí seguimos enfrentados con la lucha de género, que está
destruyendo la célula nuclear de la sociedad española, la familia, por un lado,
y, por otro, rebajando a la mujer a su antigua condición de objeto de deseo. El
hedonismo imperante nos las hace desfilar todos los días por la catasta. Y por
ese camino llegamos a un aberrante culto al cuerpo y a la fortaleza física que
junto con la emancipación de la mujer y la libertad sexual nos pueden llevar
muy lejos. Pero ese no es nuestro asunto.
Volviendo a Montano, éste nos dice que el hombre y
la mujer son complementarios, partes de un mismo todo. La mujer para el hombre
no ha de ser un factor perturbador, ni viceversa. El hombre es el espíritu y la
mujer la materia. Ésta por tanto está más pegada a la tierra. Dos seres en
armonía, el orden dentro del caos de la naturaleza.
Sigue el autor haciendo un repaso a todas las
disciplinas del saber abordadas por Montano. Es muy interesante lo que nos dice
de la Medicina de la cual tenía grandes conocimientos el sacerdote gracias a la
amistad que tuvo en su juventud con Francisco de Arce al que conoció en Salamanca.
Así que dio una singular importancia a los tratados de Medicina y de Farmacia
en la catalogación que hizo de los libros para la Biblioteca del Escorial,
cuando el rey Felipe II le encomendó la tarea de documentar arhivísticamente
todos los fondos de una de las librerías más importantes de la cristiandad y
que ha pasado hasta nosotros.
Montano era un hombre total y también
contradictorio. Aspirante a la vida solitaria y al horaciano “Beatus ille”,
estuvo enfrascado en tareas diplomáticas y políticas de su tiempo como fueron
el Concilio de Trento, la pacificación de los Países Bajos y de Portugal. No se
concibe cómo pudo escribir tanto, casi más que el Tostado y con tanta
penetración sobre los temas más diversos; el hombre, Dios, la naturaleza caída,
el pecado, la muerte, el fin del mundo, la ortografía. Más de cien volúmenes.
Creo que su semblanza literaria ha quedado bien plasmada en este libro de Juan
José Jorge. Nos le presenta como un antiguo Argos de la sabiduría.
Lo hemos leído con fruición e interés, verdadero
prandium espiritual en nuestros días. Pero hay un aspecto insinuado en toda la
obra y que no ha podido ser abordado, lógicamente, y por menudo, como podrían
ser las relaciones de Baruj Arias Montano con Bartolomé Carranza. Los dos fueron
asesores y capellanes de Felipe II. Los dos viajaron con él a los Países Bajos
y a Inglaterra, entrando en contacto con el mundo bíblico judeoprotestante, que
irradiaba de Amberes y de Amsterdam. Fue en Flandes donde publicó el primado
Carranza su Catecismo que habría de traerle tantos quebraderos de cabeza y la
Biblia regio de Pontino incoada por Arias se publicó en Bruselas donde yace
gran parte de su obra inédita. Esa traducción pondría en su entorno el
formidable aparato logístico de la Inquisición. ¿Era fruto de malquerencia o
una nueva y peligrosa interpretación del cristianismo? Arias Montano como
Carranza mira con cierto desdén el culto externo y aboga por una
interiorización de las relaciones con Dios. En esa órbita giran santa Teresa,
san Juan de la Cruz, san Juan de Avila, pero también Miguel de Molinos y todos
los alumbrados. Felipe II, al que denuestan con tanto ahínco, al defender la
ortodoxia libró a España e Italia de las conmociones de una guerra civil por
causas religiosas. Tuvo que cortar por lo sano y se le motejó de cruel. ¿Pero
no fue más cruel Calvino quemando a Miguel Servet porque contradecía sus
convicciones bíblicas acerca del flujo sanguíneo? Si resulta que el culto a las
reliquias y las cruces no eran más que dos palos cruzados - por ahí empezó
todo- nos hubiéramos quedado, llevados por el viejo furor iconoclasta de
hugonotes y luteranos, sin las estatuas de Miguel Ángel y sin todo el arte
cristiano del Renacimiento que es muy rico y copioso, y las iglesias vacías sin
retablos, y oliendo, como muchas ahora, a gatizo. Me parece a mí que esa veta
externa del catolicismo, aunque provenga del paganismo, es importante. La
abolición de la rica liturgia romana, la supresión del latin como lengua
universal de la iglesia - que a algún cura con mala uva he escuchado yo decir
que bien hecho porque era la lengua de los que mataron a Cristo, cuando esto no
es verdad, en la crucifixión se habló griego y arameo-, el abandono de las
antiguas posturas, el auto de fe y la quema de los viejos libros, manuales,
cartularios, libros de horas, catecismos que han quedado postergados en favor
del retorno a la Biblia a palo seco, son cosas que asustan y preocupan a los
que verdaderamente hemos amado a la Iglesia. Nos duele que ésta se haya
convertido en una ONG,. Que padezca macrocefalia con una gran cabeza - un papa
en capa magna y en silla de ruedas que parece haber pactado con los poderes del
siglo pues parece ser que le gusta ser un héroe mediático con merma de las
obligaciones de su magisterio- y un cuerpo raquítico con una feligresía abúlica
y rutinaria y un clero que en sus prédicas se van por las ramas y no explican
el Evangelio con arreglo a las necesidades y preocupaciones del hombre de hoy.
No denuncian. No protestan. Hacen simplemente encajes de bolillos. Si la cabeza
ha pactado - me parece que en parte las tesis de Lutero con respecto al papado
no iban descaminadas- con los poderes fácticos y están al servicio del imperio
otra cosa no podían hacer los miembros. De aquellos polvos estos lodos. Si esto
hacen los rabadanes qué no harán las ovejas. Quizás a esta iglesia, dominada y
sometida a los poderes de la sinagoga, a qué no decirlo, la salven sólo los
diáconos. Es eterna, de eso no me cabe la menor duda. Quizás estemos a las
puertas de una impasse. Esto tiene que dar un vuelco. Si no, se acaba.
El libro de Juan José Jorge nos ha retrotraído al
gran tiempo que tuvo el catolicismo, su hora mejor y al hilo del mismo hemos
aportado estas sugerencias que son, claro está, impresiones personales y
preocupaciones de la hora actual cuando hay tantas instancias que abogan en
favor de la sustitución de la Crucifixión, obra de la redención y sacrificio
del Mesías, de forma total, por el Holocausto o muerte de unos pocos. Puede que
ahí estribe la razón de nuestros males. El mundo actual se enfrenta a un
problema de conciencia entre los que niegan y los que confiesan a Jesucristo,
entre ovejas y cabritos, bienaventurados y préditos. La amenaza del islam y la pressura gentium- pues no otra cosa son
las emigraciones en masa que padecemos- vuelve a tener todos los visos de
castigo divino y un recordatorio a Europa para que regrese a vivir al pie de la
cruz, un consejo difícil en estos tiempos de comodidad y de egoísmo, uno añora
los días en que los obispos, caballeros prevenidos en frontera, iban a la
cruzada, como don Rodrigo Ximenez de Rada, el de las Navas.
Pocos cristianos parecen dispuestos ya a dar
testimonio de su fe derramando su sangre por el Salvador. Vino el separador y
sembró nuestros campos de sal. Conocía bien nuestras costumbres y parece haber
ganado la partida. Lo importante hoy es el bienestar. Montano murió el mismo
año que Felipe II en 1598, cuatro siglos antes del desastre, y diez después del
naufragio de la Invencible. Había nacido en 1527. Era de la misma quinta que el
Rey Prudente. Sosegáos.
España, despierta.
Antonio Parra Galindo
18 de abril de 2004
21 de marzo de 2004
URNAS Y CADÁVERES. TRIUNFA EL GRAN JIFERO. GUAY DE
MI ESPAÑA
Estábamos todos tan tranquilos aunque la campaña
electoral seguía por el rumbo habitual de los estacazos. La bomba nos cogió
desprevenidos, helada nuestra sangre, un once de marzo, mes inicuo cuando los
almendros florecían. Fuimos a las urnas el día de las idus y acabamos bailando
sobre los despojos de 202 cadáveres. Ha sido la hecatombe. Triunfó la extorsión
y la mentira, porque en España nunca se ha mentido tanto como por estas fechas.
Vivimos bajo la férula de los envenenadores mediáticos. El gran jifero se ha
lucido en la embestida. Pingaban cadáveres y restos humanos sobre los postes de
la catenaria y las explosiones abrieron boquetes en la carcasa dejando abiertas
las heridas. Los muertos yacían entre cascotes y los costillares desnudos y las
ruedas del vagón sobre las vías. Otros permanecían sentados en sus asientos, la
cabeza echada, como un poco traspuestos
en la siesta de la eternidad, el maletín de mano sobre el regazo y el teléfono
móvil sonando en los bolsillos de la chaqueta. Una llamada que jamás sería atendida.
La prensa
voraz y morbosa lo que quiere es espectáculo. Muchos reporteros de acá para
allá parecían matarifes en plena exultación mondonguera, mientras Jeremías
convocaba a sus plañideras al otro lado de la banda. Los periódicos al día
siguiente hoy sí que verdaderamente parecían una casquería. Somos muy burros o
muy malos - pensaba para mis escuchas- y Dios castiga sin piedras ni palos. Los
ateos se hacían la pregunta de por dónde andaba Dios ese día. Por los viejos
plantíos y huertas de la antigua Atocha a lo mejor es que no le tocaba servicio.
Ha sido una mañana de Herodes esta del 11 de marzo
que ha dejado una lista de 202 madrileños trucidados, la mayor parte emigrantes
de doce países del mundo; el resto, estudiantes, funcionarios, profesores,
algún fontanero.
Iban los deudos a recoger las pertenencias de los
fallecidos y entre los despojos los móviles seguían sonando. Un rinring
macabro. Nadie se ponía al teléfono al otro lado de la valla de la eternidad.
A consecuencia de la masacre los cuerpos quedaron
hechos albúmina. Había trozos de carne y muestras de dentadura sobre los cables
del tendido eléctrico. El viento pulsando estridencias sobre el embobinado de
las jarrillas cantaba epinicios y hacía sonar las notas del “Dies Irae”.
¿Quién ha sido? ¿La ETA? ¿Los moros? Nunca se sabrá,
mas todo huele a conspiración. Las lebrelas ventean la presa y todos a po ella.
¡Pobre España vendida y vencida! Muchos monteros la garza combaten. Por altos
oteros los perros la llaten. Me acordé esta mañana sencillamente de unos
versos.
Tres trenes
de cercanías saltaron por los aires. La onda expansiva derribó a un gobierno.
Madrid volvió a ser ese día trágico y esperpéntico en la hora de los Jeremías,
y de las lagrimas cocodrilas. Se impulsó el nuevo lenguaje del “double talk” o
de la viuda rica. Vamos a tener fúnebres lamentos y plañideras para muchos días
porque aquí todo se vende. Hasta la muerte. los políticos chupan cámaras,
formulan condenas y dándose golpes de pechos farisaicas dicen que hay que
derrotar a la violencia venga de donde venga. ¡ Cuántas monsergas hemos
escuchado a lo largo de estos años de democracia y de terror! Los malhechores
nunca son habidos. Los detiene la poli. Entran por la una puerta del juzgado y
salen por la otra. Los fariseos de la justicia, los coribantes del poder y de
los micrófonos, los tribunos de la prensa, se rasgan las vestiduras.
-Ha blasfemado
-Oiga, ¿Yo qué he dicho?
-Llamar moro a un marroquí ¿le parece poco? Eres un
racista y xenófobo. Ya te ajustaremos las cuentas.
Al gran hermano y a los patrocinadores del nuevo
lenguaje global no les gusta llamar a las cosas por su nombre.
Los cuervos
volvieron a planear graznando lúgubres - y el que avisa no es traidor- sobre
los desmontes de Moncloa.
Oído al parche, españoles. Dicen los grandilocuentes
y los de la prensa del coturno que no sabe contar ni escribir si no es
plagiando el título de un libro o de alguna película cretinizada por algún
norteamericano que “estos tres días cambiaron al mundo”. Aquí los mensajes
clónicos se prodigan.
Sin embargo, se estaba viendo venir. Quien mal anda mal acaba. Son cada vez más
activas las fuerzas de descomposición de un estado bajo la bota de sus enemigos
a los que les hace el juego. Moros en la costa. Sayones de Eta. Luego vendría
el “zapatazo”. No se guardó luto y fuimos a comicios de cabeza como aquel que
dice para elegir a Zapatero entre muchas manifestaciones y condenas a la
violencia “venga de donde viniere”. No
se respetó la sacralizada inviolabilidad del sabath o día de reflexión de los
nuevos nomencladores que abren y cierran el Talmud del NYT todos los días. Blasphemavit.
Reus est mortis. Vuelven a
escucharse por toda Europa las palabras y vejámenes de la crucifixión. Los de la SER aullaban la vieja consigna de
“a por ellos”, “vamos a quemar sus sedes”. ¡Qué bochornoso espectáculo es el
que propician por acá los comicios. Lean el “Cuarto poder” de Palacio Valdés,
nenes. Y allí viene todo cuanto sucede. Un pueblo tranquilo, idílico, puede
convertirse en un lugar de paz, un infierno, cuando la ciudadanía se disponga a
votar.
Se han dicho muchas majaderías. El caso es meter
ruido. El papaz se hizo amigo del ulema. Ya somos hermanos. Emergen los
aljamiados y los conversos a Mahoma. A Gala le `pagan los saudíes. Hasta le han
regalado una pluma que él ha reconvertido en cimitarra para volver a degollar
cristianos y escenificar de nuevo el martirio de su paisano, Eulogio de
Córdoba. Las masas, convertidas al Alcorán, pronto pondrán en su casa la quibla
y la alfombra litúrgica para rezar a la Meca. Aquí conviene hacerse composición
de lugar, apercibirse a combatir, o huir a los montes
Hemos dejado de ser libres. Mandan las masas. El
capitalismo del circulo de Chicago, más puro y duro, el más torcaz, eleva
altares a Marx. Se cumplen las profecías de Trotsky de la revolución permanente
con esto del globalismo. ¿Quién están detrás de alcaida? Los judíos. ¿Quién
concibió y parió Hamás? El Mossad. Ellos nos han metido en este tremedal. A su
anúteba particular quieren que respondamos con una cruzada contra el yihad. Lo
que no es óbice para que las mafias hebreas que controlan los movimientos de
población por todo el planeta estén trayendo gentes de todas las etnias para
acá. Madrid a las nueve de la mañana de un día cualquiera en el metro se
convierte en un babel linguístico. Hay de todo menos españoles. Para más
cachondeo nos pasan por la cara lo de la civilización judeo cristiana.
-Oiga, amigo. Yo de judío no quiero tener nada.
Ellos que han clamado por la pureza étnica, lo del
“vas electionis” y de la preeminencia de Israel sobre los otros pueblos a los
que el Jehová del Sinaí está en su
derecho de tratarlos como bestias - ¿no fue él su creador? ¿no somos hijos
todos del mismo dios?- nos venden la burra del mestizaje, el cruce de culturas,
la convivencia de los tres credos. Bosnia y Sarajevo y Toledo en el corazón.
Europa de nuevo en manos del turco. El objetivo es la cristiandad, pero en Roma
no se han dado cuenta.
Las carcajadas del Sanedrín resuenan bajo las
bóvedas de las catedrales. Las iglesias se han convertido en sinagogas o en museos
y los verdaderos templos cristianos como los de Kosovo los prenden fuego.
Cuando Sharon dice que ha estallado la tercera guerra mundial, el tono de su
voz y de su acento guardan ramalazos de apocalipsis. Es el doble lenguaje de
los posmodernos. ¡Qué ironía! Una nación terrorista y que nació del terrorismo
- tenemos memoria suficiente como para recordar al movimiento Irgún y la
voladura del Hotel David de Jerusalén en 1946 - acaudilla las mesnadas de la
guerra contra el terror. Sólo el Zionismo es culpable. Rueda la lava del odio
por las laderas del monte santo. Serán capaces de pegar fuego a este planeta
con tal de hacer resplandecer su idea contraria a la del Evangelio. El Mesías
que ellos siguen aguardando sigue siendo un sujeto lleno de cólera y de
venganza, tremebundo, que apartará las ovejas de los carneros.
Y aquí la gente, que sigue sin enterarse. Se ufana
el personal de ser muy de derechas. Polanco, las fuerzas oscuras, el gran
capital, los bancos norteamericanos, los “mass media” se abaten como sombras
negras sobre este pobre país cuya pertenencia se disputan y trocean a cachitos
precisamente en el quinto centenario de la muerte de su fundadora la Reina
Isabel la Católica. El pueblo tan ignorante como siempre tragándose las
salacidades al por mayor y por menudo de la Campos con sus polvetes y sus
chisguetes. Las ricashembras ya no creen en la familia. Tampoco procrean. Parir
que paran las extranjeras.
El papa judío se resiste a canonizarla. Cataluña y
Vascongadas piden la independencia. Andalucía paga pechas a Mohamed. Los moros
han entrado en tromba y canturrean la saloma del Corán en las callejas de
Lavapiés. Con una mano desean la paz y en la otra ocultan la cimitarra. ¡Ay
Dios! Guay de mi España.
Ríen, mientras tanto, una carcajada diabólica
sonando sobre las torres de las iglesias, en la sinagoga. Pronto, renovando
sacrilegio sobre el caldero de la iglesia de san Facundo sobornarán a un
sacristán y echarán una hostia al aceite hirviendo. Aguardan nuevos días de
sufrimiento y de iniquidad. Helicópteros israelíes abaten a un caíd en silla de
ruedas a la salida de los rezos del alba en la mezquita. Ley del Talión
mientras aquí sólo se condena y se perdona al asesino. Los terroristas en las cárceles españolas
viven en hoteles de seis estrellas. El doble lenguaje manda en nuestras vidas.
Los judíos han exportado a Europa su propia guerra de la reconquista. Judíos,
moros y cristianos andarán de nuevo - y contradigo a Gallardón que es un
muslímico encubierto en la hora de todos- a la greña. Don Américo Castro no es más que un impostor y
don Camilo José Cela será buen literato pero mal pensador.
Dicen que ha sido el islam pero a mí mi abuelo, que
estuvo mucho tiempo en África, me dijo que detrás de un moro siempre está un
judío con sus dineros y sus maulas.
El sanedrín nunca dirá la verdad y son ahora ellos
los que manejan el cotarro de las grandes armas de propaganda. Sharon ha dicho
que el terrorismo es la tercera guerra mundial. Pero no sabemos donde se
agazapan nuestros enemigos. Es más; están los lobos a cargo del aprisco. Un
estado terrorista como es el de Israel que nació del gran atentado de la
voladura del Hotel David de Jerusalén quiere enseñar al mundo a combatirlo.
Ellos quieren ser el remedio siendo la enfermedad. La paz significa guerra y en
las manifestaciones del día después los energúmenos salen a vociferar por las
plazas sus condenas contra la violencia. Por un lado, la tercera guerra
mundial. Por el otro, la revolución.
Pero ya digo. Marzo es un mes de llantos y de
sibilas, de cirios encendidos en las aceras y de lacitos negros luciendo en los
crespones con la palabra “nunca más”. Los que estaban en la “demo” eran los que
habían puesto la bomba y luego se encargaron de conducir a las masas a base de
mucho agit prop. Nos van a volver locos. Están en misa y repicando. Es un decir
porque estos señores abominan del cristianismo. Están aquí para sustituir sus
símbolos. No había cruces sobre las tumbas de los trucidados. Sólo el lóbulo
negro- de la misma forma que el lacito rojo luce en las solapas y salta a la
calle en los día de la lucha contra el Sida. O el rosa por la fiesta del arco
iris, orgullo gay- ha sustituido a la cruz. Ese torzal nos atenaza entre sus
cabos. Lacitos rojos, lacitos verdes, lacitos rosas. Todo este lenguaje pertenece
a una nueva semiótica. Pueden ser incluso el dogal en que ahorquen a la verdad.
Mucho chillan los marranos entre el cuchillo del matarife. Matanza de Atocha.
Manos blancas, basta ya y nunca mais. Por el hilo al ovillo de la consigna.
Planchas masónicas.
Siempre recordaré este despertar convulso con esos
conductores de los programas matinales de la radio española que son el brazo
armado de la desinformación y la voz de un amo al que no se le ve, los
cantamañanas de turno. Las voces estremecidas hablaban de una bomba en
Atocha. Antonio Jimenez era el
periodista en urgencias de la Radio Nacional. Gritaba desaforadamente como un
energumeno. Es que esto de la noche de las transistores es sinónima aquí de la
de los cuchillos largos. José María García hizo su buen servicio el 23F y le
pagaron despachándole con una patada en el culo. Esta radio nuestra ay lleva la
esvástica de Goebbels en el corazón aunque reconvertida a estrella de David. Es
una palanca de poder y de control mental.
Era una mañana tibia de marzo cuando Madrid, el
Madrid mestizo y poliglota de las nuevas brigadas internacionales y de ulteriores marchas verdes, habitado por
gentes extrañas que han llegado nadie sabe cómo ni por qué motivo, ni quien les
ha traído o les pagó el viaje y qué han venido a hacer, lo de ganarse la vida
es lo que dice Gabilondo, se despertaba con un hálito de muerte en el rostro de
la primavera.
Una de las naves de Ifemac, sede de las
exposiciones, abría cobijo a los despojos haciendo de carnerario o morgue de
emergencia. Las urgencias de los hospitales no daban abasto y las multitudes
hacían cola para donar sangre. Se repetía macabramente, y con ese afán que
tenemos los españoles por imitar-¡la que se nos viene encima!- todo lo malo que
hay en el mundo anglosajón, ya somos europeos, OTAN de entrada no, y de repetir
aquí las consignas polivalentes del poder global como corifeos que graznan con
la urraca, las escenas de las torres abatidas. Nueva York y Madrid se han
hermanado en el dolor. El 11S y el 11M son dos fechas paralelas en el ultraje y
en la sinrazón. Ya somos más demócratas. Más homologados. Menos cristianos. Más
moros. Se ha convertido la profecía de Azaña de que España ha dejado de ser
católica. Nos la tenían guardada. Y todo este desasosiego que se alza sobre el
país como una mano negra no es más que el cumplimiento de la palabra empeñada.
Eran mucho más vengativos de lo que me imaginaba.
España, expía tus culpas. La mimesis y la imitación
simia de las maldades con que miden nuestras costillas y nuestros traseros
democráticas la estupidez de los políticos torpes y de los reporteros
papanatas, que ya no escriben, aullan, han vuelto a este país por el forro del
esperpento. Nos van pronto a colgar en el campo como a los espantapájaros.
España engañada y entregada al invasor.
Incienso para los instalados. ¡Viva la entelequia y
traguénos la tierra en el lamedal de los discursos cantilenas del telediario
que se repite más que la cebolla! Esto es el suma y sigue del gatuperio. La
amenaza y la entelequia entran al trapo del engaño. El gran cofrade nos torea.
A cámara lenta, concejera y sañudamente, los de la
tele no hacen otra cosa que pasar la película del derrumbe de los rascacielos.
Se les hace la boca agua con las grandes palabras que no significan nada porque
el dolor ya no es palabra de luto y aquí hasta están haciendo de lucro del
mismo duelo. Como esos que pusieron tenderetes para receptar dineros por los
damnificados. Y arriba del tendero aparecía un cartel que decía: “Para las
víctimas”.
La marquesina de la estación del sur pudo ser
destruida como las Torres Gemelas. Somos categóricos y vehementes los
españoles. Nos empeñamos en levantar una nueva zona cero. Hay que hacer un
monumento a los bomberos en esta querida plaza de Atocha antiguo Zocodover
madrileño, azoguejo de la picaresca moruna, arrimadero de perailes y de
zampabollos.
Y con las bombas ha habido un cambio de
gobierno. Zapatero es todo un demócrata
que se ha puesto a bailar el sirtaqui sobre las cenizas aun calientes de las
sepulturas humeantes. Debajo yacen 202 cuerpos trucidados. Papá, no vengas en
tren. Herodes se había montado en Alcalá de Henares, se apeó en el Pozo del Tío
Raimundo. Había dejado olvidado una mochila debajo de los asientos del vagón
cinco minutos antes de que el convoy saltara hecho trizas.
Zapatero habla un nuevo lenguaje, el del nuevo orden
que varió el mundo y se refiere constantemente a la ciudadanía, a los hombres y
a las mujeres en democracia. Hemos ganado. Las urnas sangrientas han dado un
golpe de estado. España de nuevo patas arriba. Ahora, todos, cabos primera.
Vuelven los rojos. Los misacantanos del poder se estrenan en conferencias de
prensa. Se acabaron los malos modos, los insultos y descalificaciones de la
canallesca campaña electoral. Las idus de marzo, como se ve, concluyeron en
ríos de sangre. Unas elecciones en este país de enconamientos y de rijosidades
siempre tienen algo de pesadilla.
Hemos ganado. Así ya se puede pero la vida sigue,
qué se le va a hacer. Y el moro de la alcatifa, “thumbs up” ya no va de
descubierta, asiente y da la venia. A Felipe como a la Ordoñez la han puesto
casa los marroquíes. Son las pejigueras de un nuevo orden. España se acabó. El
papa judío entona un kadish en la sinagoga vaticana y en la catedral de Madrid
hay extraños responsos funerales. En la pérgola del ábside de la Almudena el
gran crucifijo del altar mayor aparecía bajo el halda de un gigantesco compás
masónico en forma de crespón negro. Hemos ganado. Es un nuevo orden. Las
radios, brazos del poder secular propagandístico, lo repiten hasta la saciedad.
El mogataz desenrolla con una mano la alfombra para que los del PSOE pisen
moqueta otra vez mientras con la otra desenfunda la espada. Nos van a apuñalar
por la espalda. Felipe ha querido hacer de un nuevo don Opas ante la corte del
Mohamed traidor.
Los micrófonos no sueltan una verdad. La mentira
tiene trono en la Cibeles y se pasea muy ufana por la calle de Alcalá. Era lo
que pretendían. ¡Viva Lavapiés cosmopolita! Que vuelva por donde solía. Echaron
a los castizos y se ha convertido en zoco y aljama. No ha habido noches de
cuchillos largos pero el alauita se queja de las miradas del cristiano. Los
etarras se confabularon con el moro y Goebbels y la Pirenaica se pusieron las
botas. Heraldos del mañana portaban a Gallardón exultante en alcatifa voladora.
Ibarreche, desde el norte, fue el primero en sumarse a las condenas
institucionales. Ya advertía y condenaba a los violentos. Era la vera efigie de
la ciuda rica que con un ojo llora y otro repica.
-Venga, todos a la manifestación.
Las churras con las merinas, los moros con los
cristianos. Ya no suenan responsos. El violonchelo de Pau Casals presta nueva
voz laica a las sibilas. Decían los gudaris:
-Hemos ganado.
Los de la barretina catalana alzaban puños crispados
payeses exhibiendo amenazantes la bandera que quitaron a Aragón y se disponían
a una nueva venganza catalana.
Perdía España. Ya somos un poquito más demócratas y
más globales. Me despertaron las radios con sus anhelantes comunicados. Una
reportera en el lugar de los hechos hablaba con voz entrecortada. Gritos y olor
a pólvora en la mañana de la hecatombe. Aquí por condenar que no quede y por
meter bulla - el que chilla capador y la calle es mía- no nos vamos a pegar. Un
minero de Tineo les vendió la pólvora, los clavos y los brulotes pero aquí todo
es como muy confuso. Esto es un “cover up”. Nos cuentan batallitas. Nos mean en
la cabeza y hemos de decir que está lloviendo. Nos dan gato por liebre en las
noticias de esta radio española confusa y desgañitada. La tapa de los sesos de
un viajero quedó incrustada en el cable de la catenaria. ¡Cómo gozaron del
morbo los que por la noche nos venden carne adobada en seso y mondongos de la
gran putana! Cien mil ilegales, con aquello de que estuvieron en el tren o eran
parientes de uno que iba, pidieron los papeles y mostraron orgullosos y
amenazantes sus tarjetas de identidad.
Pasménse.
Poníanse las botas los intoxicadores. Toda la calle era suya. Los que pusieron
la bomba se sumaron a la manifestación al grito del Islam, religión de paz, en
lucha contra la violencia cristiana. Me llené de pavor y lloré de rabia por los
tiempos en que los obispos iban a la cruzada. Aquella tarde me hubiera gustado
ser, por ejemplo, el arzobispo don Rodrigo Ximenez de Rada. Yo vi con mis
propios ojos cómo unos desalmados cerca del Parque del Oeste, con las cenizas
aún calientes de dos centenares de cadáveres, quemaban el gran símbolo que hizo
grande a esta nación: la cruz del Gólgota.
-Hic jacet Hispania- cantaron a una las Euménides.
Gabilondo, caldo de cultivo de nuestro moderno
aburrimiento, desde la SER (antiguos micrófonos de la Unión Radio roja, la del
“no pasarán”) hacía proclamas en tono sansculote, más de lo misma, olé tu
cencellada, que recordaban las algaradas de gorro frigio de la toma de la Bastilla.
En Soto de Luiña pusieron de patitas en la calle a don Arturo, el último
párroco católico, el que se cruzaba la estola como Dios manda. Después de él
todos rabinos, que se dejarán caer el
efod en forma de tabla.
- Papeles para todos.
Los que aprendimos historia de España en los libros
del P. Mariana pasamos tristes jornadas consternados por los oficios y pamemas
del primer munícipe, el nieto del Tebib El Arrumi que abrió el camino a
nuestros enemigos mostrando puerta franca al moro en España, ese Gallardón
tornadizo, nuevo héroe de la alternancia. Él nos llevará con sus alcaldadas a
llorar por los muertos en Guadalete.
Primero, los doscientos muertos y mil heridos de los
raíles. Después, la asonada. Aquí se tiene mono de los días turbulentos del
“Prestige” y aquí sólo hay un culpable: el gobierno. Los lacitos negros
quedaban muy monos luciendo en las pecheras y en las solapas. Hipocresías por un tubo. El similor nos
llovió del cielo a esgalla. Querían hacernos pasar por oro lo que tan sólo es
oropel. Por fuera, lutos y por dentro repiques, el corazón insensible
acostumbrado a las salvajadas que echan por televisión a cada hora. Había
cirios votivos en las aceras y en los soportales y muestras por todas partes de
condolencias macabras. Las heridas cerrarán en falso. Vengan las plañideras que
acá no lloramos por nada.
Madrid era una pavesa de alquitrán ardiendo en el
agua del Manzanares. El aprendiz de río quería ser mar de lágrimas. Zapatones
al poder entre grandes reverencias y genuflexiones de miramamolines y amenazas
de la hidra separatista vasca. Los gudaris se emborracharon ese día por las
tascas del Barrio Húmedo mientras los comandos de apoyo limpiaban las pistolas.
En la cárcel de Soto del Real los presos vascos celebraron con champán al toque
de fajina de aquella tarde macabra.
Es la hora de los verdugos y de las plañideras.
Sopló el lebeche de la ira sobre nuestras vidas exhaustas y estábamos hartos de
adorar a los dioses falsos de la manifestación y de tanto ir y venir con
filfas, enredos y micrófonos. Nuestra nosología cristiana no tiene dos dedos de
frente y es incapaz de saber qué pasa pues nos hacen nadar esta tropa en el río
de la mentira mientras Herodes cosmopolita nos arrebata de los dedos el cuerno
de la abundancia. La ignorancia es madrina del rencor y de las malas artes. Los
obispos ya no van a la cruzada. Para colmo de mis desdichas patrias, se
adhieren a la manifestación. ¿Y ahora qué?
23 de marzo de 2004
8 de marzo de 2004
JACINTO MIQUELARENA (el fugitivo) EN EL OTRO MUNDO.
Y EL DRAMA DE LOS ASILADOS EN EL MADRID ROJO
Por Antonio Parra.
Luis de Gálvez, un literato acabado, recorría los
figones, tupis y antros del antiguo Madrid con un paquete bajo el brazo.
Llegaba y abría el paquete envuelto en una hoja del “Heraldo” tipo sábana y
allí aparecía una caja de zapatos. Dentro se hallaba el cadáver de un recién
nacido. Era su hijo al que quería enterrar y no tenía el suficiente peculio
para correr con los gastos del sepelio. De tan esperpéntica escena fueron
testigos presenciales algunos periodistas y gente que vivieron de la pluma a
primeros de siglo y creo que debió de servir de motivo de inspiración a Valle
Inclán para uno de sus esperpentos o comedias bárbaras donde traza el mal vivir
de los desarrapados de “Luces de Bohemia”. Eran los tiempos en los que el genio
estaba reñido con el jabón y las ideas crecían entre la caspa y muchos libros
de versos veían la luz cubiertos de mugre.
En la primera década del siglo Pérez de Ayala,
recién llegado de Londres, causaba la admiración en Fornos porque se lavaba y
gastaba trajes de corte de Savile Row con bombín y todo. Era una excepción. La
literatura que, según Clarín, no daba para comer, únicamente para merendar en
ciertas ocasiones, criaba cáncanos. Un escritor puro como el propio Valle lo
pasaba bastante mal. Había día que para combatir el hambre y la debilidad los
pasaba echado en su camastro. Así escribía. El caso de Azorín era parecido al
de Pérez de Ayala. Se podía costear nada menos que un paraguas rojo a sus
colaboraciones en varios periódicos a la vez. Además, era funcionario.
El caso de Gálbez era un caso perdido pero bastante
frecuente por lo demás. La pobreza le llenó de ira y un día me las pagarás. Ese
pensamiento le hizo incendiario cuando dio la vuelta la tortilla y vinieron los
suyos.
-Iskra[1],
Iskra - gritarían en ruso. Era la consigna de Lenin
Mucha desesperación y mucho niño muerto. El caso
pasaría al venero del idioma popular. El padre iba pasando el sombrero por las
mesas y tuvo algún que otro receptador o encubridor de aquel vagabundo-
pobrecillo- sin suerte que se decía poeta. Como todos los borrachos, el tal
Gálbez tendría una memoria de elefante para recordar en sus desdichas las
dádivas del que le daba y las negativas de quién se las negara. Los que le
rechazaron con un dios le ampare, hermano, luego al estallar el Movimiento lo
pasarían mal porque el poetastro que recorría Madrid vestido de pistolero a lo
Pancho Villa era uno de los cabecillas del grupo de García Atadell, la temible
“Brigada del amanecer” Debía de ser todo un espectáculo por lo macabro. Los
clientes de los bares tenían que pasar por la obscenidad de la escena de un
padre que pide para inhumar los restos mortales de su infante y que luego el
dinero de la colecta se lo vuelve a gastar en vino. Fementidas tabernas en la
que los fracasados de la escritura acuden a sumergir en etílico sus despechos.
El odio, ojo avizor, siempre repunta por alguna parte. He visto a lo largo del ejercicio de las
letras - y más ahora que las prensas se hicieron más globales y se ha
estrechado el cerco y vamos caminando hacia el pensamiento único- muchos de
estos desdichados. A veces, con más frecuencia de lo que se supone, nos dan
gato por liebre, y el oropel conserva preeminencias sobre el oro aquilatado. Los genios acaban empinando el codo y se
retiran marginados e incomprendidos de la sociedad. ¿Pero no dicen los judíos
que Cristo no era más que un borracho?
Si algo bueno tuvo el franquismo fue mejorar de
categoría a los que vivieron de la pluma. A principio de siglo no se conocía ni
de lejos la situación de esos periodistas que, como hoy, cobran millonadas. La
cosa empezó a cambiar para mejor a partir de la guerra civil. Del plomo de las
imprenta al plomo de las barricadas. Cada uno en su chibalete montaría su
propia sección de ametralladoras.
Gálbez puede que no fuera de este último caso. Lo
que sí es cierto es que sus despechos los ahogaría en sangre cuando el cráter
hispano empezó a vomitar lava de venganzas cuando estalló la gorda. No
perdonaría nunca ser tan pobre como para no dar sepultura a su niño pero
perdonó a los que con él fueron conmiserativos. Por ejemplo, a Ricardo Zamora,
el portero de la selección nacional que en una ocasión le dio veinte duros, lo
sacó de la Modelo cuando iba a ser fusilado.
Verdaderamente da que pensar que una profesión tan
noble y angelical como es la de juntar palabras y hacer versos pueda encontrar
una derivada tan horrible como el asesinato, partiendo del supuesto de que la
literatura proyecta siempre un horizonte de salvación y de reflexión y que no
tiene nada que ver con la vida del hampa, aunque alguno de los que la profesan
caigan en la bohemia. Pero cuando la literatura pura se mezcla con la política
y con el periodismo puede suceder que degenere.
Entonces las ideas se transforman en plomo y la
letra con sangre entra. Muchos sicarios de las barricadas madrileñas habían
sido “plumillas” y gacetilleros en la cerca de veintena de periódicos que veían
la luz den la Villa y Corte a primeros de siglo. Derivaron en panfletistas y
abrazaron la lucha del pasquín. El pistolero mexicano de las Brigadas de García
Atadell figuraba en el cupo. No toleraron vivir en el vilipendio de las ideas y
se echaron al monte de la práctica y los hechos consumados. Del campo
especulativo pasaron a la acción directa.
Esta historia vergonzante del colega Gálbez se la oí
contar a uno de los protegidos de Ansón en el ABC, un tal Prada, para desdoro y
escarmiento de literatos, para demostrar un poco qué clase de tribu somos y en
qué vamos a parar los literatos y periodistas que pisamos las tabernas de esta
gran ciudad para desahogarnos de las frustraciones a la que nos ha llevado el
desgobierno y el nuevo orden propiciado por los nuevos magnates de la profesión
y de la edición (Ansón, Polanco, los Cebrianes, los israelitas del grupo
“Correo”, todos ellos gente tan intratable como implacable). Prada obvia la
segunda parte acaso porque no comulgando con las prácticas necrófilas del
primer Gálbez pensara que el segundo, un comisario infame, pertenecía a los
suyos, pues a ese grado de perversión sibilina han llegado en lo que se refiere
a la interpretación de la historia que nos manipulan cada día, tanto como ellos
odian a los fachas y se abrazan, los primeros, al árbol de la constitución, la
senda por la cual hemos de ir todos, que el pueblo español se dio a sí mismo,
etc.
Pero la escena la cuenta en su libro en el que
refleja su experiencia de asilado a la embajada británica en el Madrid
chequista El otro mundo Jacinto
Miquelarena. Ricardo Zamora pudo
alcanzar la verja de la legación diplomática y contó lo que le había pasado y
al valimiento que tuvo después de una saca del literato al que conocieron por
los barrios bajos de la ciudad cubierto de mugre.
Hacinados, durmiendo en el suelo y sin más alimento
que naranjas y lentejas, languidecían en los sótanos de estas legaciones
diplomáticos, día y noche hostigados por guardias republicanos que les gritaban
desde la acera amenazándoles con cortarles el cuello. Sobrevivieron de milagro.
Unos desarrollaron el síndrome de Estocolmo. Pasaron los días jugando al tute
perrero y escuchando la radio que les hacía pensar en una liberación inmediata.
Pero la excarcelación se dejaría desear más de lo conveniente.
La convivencia no fue todo lo armónica que cupiera
pensar pues la falta de espacio, las manías y las disputas por el territorio
incluso por el amor de una mujer pronto hicieron acto de presencia. Algunos se
embrutecieron con la bebida. Otros enloquecieron con sólo pensar que sus
mujeres a las que habían dejado por el refugio fueran violadas por los
republicanos o pudieran encontrar un nuevo amante. Levaron una existencia de tortura. Morir en
el frente sería lo más fácil. Un balazo y se acabó.
La literatura castellana que siempre encontró un
filón en las prosas carcelarias - gran parte de nuestros literatos de la mejor
época estuvieron privados de libertad: Cervantes, Quevedo, fray Luis, el autor
del “Lazarillo” bogando en galeras- brinda en nuestra guerra civil un capítulo
muy importante de historias del cautiverio narrando la vividura de gente de
derechas que llevaron existencia de topos en las legaciones diplomáticas.
La embajada británica, la finlandesa y la de todos
los países norteamericanos salvaron a mucha gente negociando con las
autoridades del Frente Popular, aun a riesgo de su vida, salvoconductos hacia
Valencia donde los refugiados pudieran alcanzar algún barco o algún conductor
arriesgado que les condujese por toda Cataluña hacia el Pirineo, como fue el
caso de Huidobro.
Una gran parte de esta población reclusa fue interceptada
en los controles y asesinada sin
miramiento al borde de la cuneta. Los que pudieron contarlo luego confiaron al
papel sus experiencias. He aquí algunos nombres de estos escritores,
periodistas, abogados, políticos, profesores, sacerdotes, monjas, de los que
deben la vida a la merced de la extraterritorialidad que el gobierno
republicano, dicho sea en su descargo, respetaría escrupulosamente. Wenceslao
Fernández Flórez en Una isla en el mar
rojo, el propio Jacinto Miquelarena con El
otro mundo, y Leopoldo Huidobro Pardo, abogado montañés y sobrino del padre
Huidobro, del que hablaremos más abajo, en sus Memorias de un finlandés plasman esa experiencia.
Miquelarena era un falangista vasco que escribía en
ABC, vestía traje y corbata, asistía a las reuniones en los bajos del Café de
Lyon de un grupo de entusiastas de José Antonio Primo de Rivera. Allí en el
colmado de este famoso café madrileño, que estuvo abierto hasta los noventa,
sito en frente del edificio de correos, sonaron por primera vez las estrofas
del “Cara al Sol” que entonaban aquellos muchachos de la Ballena alegre con sus estrofas en la que se trata de poetizar a
la juventud y la muerte. la música era de otro vasco: el maestro Tellería.
Cantar el Cara al Sol, llevar corbata, escribir en ABC
y asistir a la cripta del “Lyon”[en el salón de arriba se podía ver con
frecuencia a Manuel Azaña escoltado por sus zaguanetes, mitad esbirros y mitad
muchachos de compañía, pues todo Madrid sabía tanto de sus inclinaciones
paidófilas como de su apocamiento ante la amenaza física] eran materia
suficiente ante el gobierno encabezado por Casares Quiroga para ser reo de
muerte.
El libro fue escrito por el insigne periodista, que
luego, al pasarse sería el primer director que tuvo Radio Nacional de España hasta
que fue relevado por Antonio Tovar, y firmaría una serie de crónicas desde
Londres o desde Berlín pues fue corresponsal volante con la Wehrmacht en los
Balkanes, en cuarenta días, sentado ante una caja de whisky en el establo o
cochera de la embajada inglesa, ubicada en la calle de la Ese o callejón
sinuoso al lado de la Castellana, sede de la Cancillería.
Lo que es el destino; Miquelarena sería juzgado y
condenado por germanófilo en ausencia aunque esta pena no llegaría a
consumarse. La de Luis Calvo, casi sí,
pues lo encerraron en la Torre de Londres y estuvieron a punto de ejecutarlo
por espionaje pero esa es otra cuestión que acaso no haga demasiado al caso. Lo
que sí incumbe notar es aquella frase que susurró a sus oídos en París otro
corresponsal hispano:
-¡Qué país, Miquelarena!
En los sesenta fue nuestro remoquete preferido y
esta frase hizo furor.
Ni que decir tiene que Miquelarena era un portento
de agilidad y brillantez periodística y que su estro era casi arcangélico pues
alcanza registros casi surrealistas. Así describe el yantar de los refugiados:
Los caldos imprecisos que producían
las leguminosas pasaban siempre en silencio al estómago de los comensales;
seguían éstos recordando con Óscar Wilde que es posible tomar la sopa en
catorce sonidos distintos. Pero preferían el procedimiento no filarmónico en la
duda de no alcanzar entre todos una orquestación perfecta del momento”
o como cuando explica cómo la obra de Hugo Wast tuvo
una difusión inesperada y sorprendente a lo largo de un bombardeo. Una bomba de
grueso calibre cayó sobre un almacén donde estaba almacenada toda la edición
española publicada por Aldecoa de Oro.
Trágico destino a veces el de la literatura y de esos libros, escritos con
tanto desvelo, y que acaban siendo pasto de las llamas de la aviación o de la
mota, el polvo y la polilla. “Es posible- comenta con ironía británica- que un
libro no haya sido repartido nunca más violentamente, pero estoy seguro de que
los modernos sistemas de difusión aplicados a la literatura jamás hayan tenido
tal éxito ni producido menos dinero”.
A la luz de esta razón o sinrazón de esa Laquesis
maldita que hila el destino y distribuye
los acontecimientos a lo mejor las truculencias de Galbez con el cadáver de su
hijo a cuestas por los chiscones de Madrid y con sus deseos de venganza por
tanto despecho y vilipendio sean si no justificables al menos entendibles.
Vivimos en un mundo tan facticio como ficticio. Los ajustes de cuentas de
energúmenos como aquél ahora serían mucho más terribles pues hay más medios
aunque puede que no tan sórdidos.
Miquelarena pudo contarlo y publicarlo. Hoy a muchos
no les cabría igual suerte. Hoy las
ciencias adelantan que es una barbaridad. La parte del león de estas memorias
se la lleva la narración de los prolegómenos que condujeron a la tragedia con
la inmolación del protomártir.
La tarde noche del trece de julio hizo en Madrid
mucho calor y el periodista se fue al baile. Estuvo bebiendo whisky hasta las
tantas en un colmado de Castellana en el que se bailaba el fox y el agarrado.
Una pareja de asalto se llevó a un chico que había gritado “viva España”.
Se lo llevaron. Amanecía. Todos los
gorriones de la Castellana se habían despertado con escándalo. Madrid empezaba
a azularse con el frío de la madrugada. La ciudad entre dos luces me parecía
espectral de improviso.
Pudo cruzarse con la furgoneta fatídica donde se
cumplió la sentencia dictada por la Pasionaria. “Es la última vez que ha
hablado en público”. En realidad aquella visceral vasca no sabía que se estaba
convirtiendo en brazo del verdugo que iba a dar la orden de inmolar a Calvo
Sotelo. En realidad alguien había estado moviendo los hilos mucho más arriba y
mucho más despacio. El político conservador había tenido las agallas de
enfrentarse a un grupo financiero británico siendo ministro de Hacienda de la
Dictadura que le conminaba a privatizar el monopolio de CAMPSA. Con su gesto
enterizo había desafiado al gran capitalismo. Y éste envió paradójicamente a
los rojos para que lo pasaran por las armas.
A eso de la once y media de la noche, un timbrazo en
el número 85 de Velázquez. Sale abrirles la criada y aparecen un grupo de
guardias civiles armados del cuartelillo de Pontejos. Eran catorce y al frente
de ellos venía un capitán adscrito al partido socialista. Lo levantaron de la
cama so pretexto de tenerlo que llevar a una comparecencia rutinaria ante la
DGS. Receloso por lo intempestivo de
aquella convocatoria, obedeció al fin tratando de tranquilizar a su esposa
asegurando que en poco rato estaría de vuelta.
Subió a la camioneta y cuando el vehículo llegó al
cruce con la calle Ayala uno de los guardias por nombre Cuenca se acercó por
detrás y le descerrajó dos tiros en la nuca. El gladiador parlamentario pegó un
brinco sobre la banqueta y cayó fulminado. Los disparos le habían interesado la
columna vertebral.
De vuelta a casa Miquelarena con unas copas de
más, aquella madrugada trágica cuando
asesinaron a Calvo Sotelo, que estuvo en el pensamiento y en la memoria de los
españoles muchos años, escuchó el primer piar de los gorriones que saltaban
sobre las acacias de Velázquez poniendo un contrapunto lúgubre al silencio de
la ciudad sumida en un silencio sepulcral.
Fue la mecha que encendió la guerra civil. De esa
noche he oído hablar muchas veces de niño. Aún no he conseguido perdonar a los
asesinos. Después de aquel primer paseo vinieron otros muchos. El libro de este
gran periodista, leído en víspera de elecciones y cuando asoma otra vez sobre
España el frentepopulismo me ha devuelto a las angustias de aquella noche de
pesadilla. Calvo Sotelo pagó con la vida su enfrentamiento contra las fuerzas
oscuras.
Hoy son los descendientes de sus esbirros los que
mandan a uno y otro lado del espectro, a la izquierda y a la derecha, porque,
dada su ambición, todo lo controlan lo alto, lo profundo, lo ancho y lo largo,
el ras. ¡Qué país, Miquelarena! El frío de aquel amanecer con resaca de whisky
y de sangre y el relente que se llevó la luz violenta de julio entre los
gorjeos de los pájaros asaltando las ramas de las acacias de Velázquez, ominosa
alborada en que empezó a resonar la voz de Caín por los patinillos y el
maderamen de las escaleras de las casas de vecindad empezaron a crujir
golpeadas por culatas de fusiles y botas militares, empezaron las sacas, nos
hiela todavía el alma. Madrid se escondía sin hallar guarida huyendo de los
golpes a la puerta, los timbrazos de madrugada y el ring-ring del teléfono. Así
empezaron las sacas. Aquel cadaver tendido en la morgue descamisado y con
macabro gesto del protomártir se muestra como un testimonio brutal de aquella
ofrenda a Moloch. La muerte de José Calvo Sotelo nos pide cuentas y con la suya
la de de cerca de un millón más. Se temía a los milicianos con patillas pañuelo
rojo al cuello, mono y gorro militar con la levita tronzada (lo primero que
hizo Azaña después de la disolución del ejército fue “capar” el gorro de los
soldaditos) que subían a buscar a sus víctimas en los registros escoltados por
milicianas de gesto procaz, mirada salaz, venterneras de odio y las más
sanguinarias. Durante casi tres años consecutivos la capital de España donde ya
no se hablaba español miró con el corazón en un puño escrutando por el ojo de
la mirilla. Los brigadistas de García Atadell podían iniciar una de sus
trágicas visitas.
Hoy las milicianas no han desaparecido. Siguen
embadurnando las ondas hertzianas con su hablar soez. Son las reinas de la maña
del periodismo golfo y procaz. No visten el mono azul sino trajes de chaqueta
cosidos por los mejores modistos. Dejaron el gorro frigio y sustituyeron el
fusil por la cámara y por el micrófono. Son las nuevas armas con que están de
nuevo asesinando a España estas prójimas del albaceazgo de García Atadell y
legatarias de la profesión de aquel terrible Luis de Gálbez que paseaba el
cadáver de un niño muerto por los mostradores de los bares. Hoy no se pone el
niño muerto encima del mármol del velador. Sólo la honra con la que comercia la
prensa de las vísceras, los higadillos, las entrepiernas. Se ventilan
matrimonios y divorcios al por mayor. La
tele- irrisión se nos ha llenado de golfos y de golfas. No caben en el plató y
se salen de la pantalla. Esos programas de las mañanas y las tardes donde la
madre y la hija corren turnos y velan las armas en la corrala mediática se han
convertido en una cámara de disección.
A tanto el
mondongo. Una boda tanto. Un bautizo, menos. Una juerga en un chiringuito vamos
a tasarla. Notas de sociedad. Hoy se han quedado en la cama el marqués de tal y
la baronesa de cual. Fulanito se lo monta con zutanita. Esos dos tórtolos que
ves ahí son pareja. Acaban de salir del armario. ¿Qué me dices? Huele en medio
del cotilleo a flujos vaginales de burdel barato como consecuencia en esta
democracia que se prepara para las bodas de doña Ficticia la asturiana con el
primogénito Borbón. A ver quién da más. Pero, hombre, ¿cómo podéis llamar
periodistas a esos gurriatos? ¿Quién dio el carné a esas pájaras que hasta
acuden a las ruedas de prensa y todo y se jactan de tener sus propias fuentes
de información, y no hace mucho que hacían la carrera en la ca la Montera o en
Fleming? Peñafiel se pone las botas largando por esa boquita de piñón que hasta
le tiembla su papada de sochantre al proferir comadreos y chocarrerías. Se ha
especializado en la sangre azul. ¿Lo veis? Tiene mirada de vampiro. Todos los
días le da una chupada entre guiños a la cámara al cuello de una marquesa. Es
un Drácula que pasa los fines de semana en un monasterio desamortizado de
Sacramenia, que es mi pueblo. Las ganancias del “Hola” les han dado para
comprar las ocho provincias de Castilla la Vieja a estos traficantes de pompas
y vanidades mundanas.
Se sabe todos
los chismes pero uno en su modestia también se sabe los suyos puesto que hasta
hace poco su primera mujer andaba por el Gijón con los zapatos y el abrigo
rotos que el ínclito informador sabelotodo de bodas, emparejamientos,
consorcios, deserciones y escándalos que a él le dan de comer y a la audiencia
le engordan el morbo de los modernamente aburridos telespectadores, no le
pagaba la pensión y se retrasaba en los pagos de la alimonia para los niños.
Muy buen periodista dicen que es el Peñafiel con todo. Ya te digo que para
obtener un palco de distinción se disfrazó de cura y se metió en un
confesionario al objeto de poder hacer con más holgura su tarea de reporter en
unos esponsales dinásticos. La religión es el opio del pueblo decía Marx que
sigue contando con bastantes seguidores dentro de esta España por desasnar y
supercapitalista.
Aquí el
verdadero opio de las multitudes es el cotilleo y el fútbol. Ambos son el recurso para impedir que el
personal piense por cuenta propia. Ahora ya no sólo controlan los medios de
producción, quieren los medios de información y nos vienen, prometiéndolas muy
felices, con sus cantamañanas, con sus niños muertos. Dentro de lo que cabe el
pobre Gálbez haciendo sonar la esquila del entierrillo por los bares
[¡angelitos al cielo!] resultaba mucho más ético que toda esta chusma de divos
y divas de los reality chous, a los que no cubre la mugre y los harapos ni las
barbas de chivo de don Ramón, que siendo un genio las pasó bastante estrechas,
sino el oro.
Se les llama
los nuevos reyes y reinas Midas de la comunicación. Hablando mal y escribiendo
peor pues muchos de ellos son ultraje al mundo de las letras y no saben hacer
la o con un canuto por más que se digan escritores y periodistas se han
cubierto un riñón. Pero cuidado.
En cualquier
momento puede aparecer por la cárcel Modelo el fantasma resucitado de Gálbez
literato y mendigo vergonzante disfrazado de pistolero para ajustar cuentas o
blandiendo la tea incendiaria. Laquesis y Némesis son dos furias con los
destinos cruzados y aquí quien la hace la paga. Los crímenes de lesa humanidad
suelen acabar en la zanja o en las tapias del cementerio. El pueblo español
lleva muy inoculado muy dentro el sentido de la justicia aunque no faltarán los
que se caguen la pata abajo como Azaña cuando bombardeaban o huyan al
extranjero al grito de “no es esto, no es esto”. Y no os voy a largar aquí una
conferencia, amigos. Que para eso está don Julián Marías. Mientras tanto, yo
apuesto por el regreso de los grandes periodistas de garra, como Jacinto
Miquelarena, que sabían contar las cosas señorialmente y mirar hacia las cosas
con cierto despego e indulgencia. Esos sí que eran grandes. Esos sí que eran de
los nuestros y no esta bambolla que se desgañita en el cotarro nacional. El que
más chille capador. El que aguanta gana y quien más mienta será proclamado
vencedor. Nunca tuvimos periodistas más mentirosos. Vivimos instalados en el
“Hola” facticio y en medio de una sociedad que nunca fue tan ficticia ni tan
lenguaraz. Algún día lo pagarán. España se lo demande.
Después de la saca, han profanado a una nación y han
tirado su cadáver a una cuneta o lo dejaron en la mesa de disección, como al
pobre Calvo Sotelo, del depósito del Cementerio del Este.
El PADRE HUIDOBRO EN LA CUESTA DE LAS PERDICES Y EL
DIARIO DE CAMPAÑA DEL PADRE CABALLERO, UN BUEN JESUITA.
Siempre que subo y bajo la Cuesta de las Perdices me
salen a saludar las flores frescas que dejara en aquel lugar una mano invisible
y reminiscente, solapada y eficaz, como dice que es el ser mismo de España, que
no da demasiados cuartos al pregonero. Hay alguien que, por los menos, en estos
tiempos de grandes anti memorias y olvidos asesinos, mantiene perenne la llama
viva de aquel holocausto, aquella ofrenda de sangre joven en aras de una España
mejor. Pero está muy escondido y no quiere salir a superficie de que si asomara
la testa sería baleado por los escuchas y miras de trinchera - el ojo que no
cesa- del comisario vigía que controla la parva y el reguero.
En fin, lo que quiero decir es que el recuerdo de
aquella cruel batalla librada a orillas del Manzanares cerca de las campas del
Clínico, la Casa de Vacas, las costaneras y terraplenes del Parque del Oeste,
los desmontes de la Casa Campo, a un tiro de piedras de Ferráz donde estaba un
centro de reuniones que los nacionalistas apodaban la Sinagoga pues fue
residencia de Fernando De los Ríos, me anonada y me compunge en medio del
marasmo de estas elecciones del 14M del 2004 que recuerdan a las idus de
febrero del 36.
Ahora las trincheras, los parapetos entre españoles,
no son físicos. Están en el alma.
Pugnaron en rabioso cuerpo a cuerpo por la Casa de
Velázquez y se acercaban a la rastra al centro de Firmes Especiales donde se
encontraba la curva de la muerte. Tales
vivencias constituyen algo para no echar en el olvido. Los muertos viven en
estas flores que deja sobre el pretil del monolito la mano anónima y cerca de
la metopa estampada sobre la pared gris que da al Cuartel de los Espías. En su
soledad de una puerta electrónica bajo control a distancia los ángeles del
CESID, una mezcla del SIM republicanos y de los zaguanetes de Carrero, montan
guardia.
Un centinela
debe de contestar desde el otro lado del muro con la consigna del día y el
salvoconducto. Pero no está visible. No sabe, no contesta. A lo mejor, como al
lobo no se le ve. Él te ve a ti.
Las
posiciones estaban linderas y a veces de una trinchera a otra no mediaba una
distancia ni de treinta metros. Fue muy cerrada la lucha y cuantos pobrecitos
quedarían allá enterrados para siempre a causa del privilegio de ser altos pues
sus miembros superiores al sobresalir ofrecían un blanco fácil a los pacos. En
la trinchera se impone como en la vida el bajo perfil. Hay que andar un poco a
la agachadiza y agazapado. Asomabas el colodro y eras hombre muerto. Eso le
ocurría al padre Caballero, capellán legionario de la 4º bandera quien durante
la campaña tuvo fama de ser hombre santo con una gracia especial para esquivar
las balas enemigas, esas balas que, como decía Mola, siempre saben tu nombre y
dirección y hay que recibirlas como las cartas. Caballero, desdeñoso hasta la
temeridad en los peligros, por ir a confesar a uno que había quedado malherido
entre dos fuegos recibió un pepinazo en la espalda. Estuvo propuesto para la
laureada pero sólo le dieron la medalla militar. Esta merma de las
condecoraciones debió de tener algo que ver con su obsesión por las “tipas” a
las que no podía ver ni en pintura pero que siempre se colaban, Dios sabe sólo
cómo, entre las avanzadas de primera linea para consolar a la infantería y su
celo por las cosas del sexto mandamiento contrariaba las voluntades de algunos
guripas, y también de los oficiales legionarios. Uno le dijo: “Páter, nosotros
somos hombres, qué quiere que le diga”. Removió Roma con Santiago para impedir
que en Boadilla pusieran un baile de retaguardia.
Lo mismo que
el santanderino Huidobro y otros padres que cayeron en la lucha[2]
era jesuita y había sido uno de los desterrados por la república en 1932, que ordenó decretó de expulsión y
disolución de la Compañía- sanción que sería revocada siete años más tarde- y
que viajaron desde el destierro de Holanda para alistarse en el ejército de
Franco. Fueron combatientes de excepción - una inyección de fuerza moral y de
razón tremenda en contra de los sindiós- aunque sin armas. El sacerdocio les
vedaba portarlas aunque iban de uniforme y fueron militarizados con un gran
crucifijo al pecho como distintivo. Iban de un lado para otro con el cristo en
las manos o los tarsicios al pecho
con los santos óleos para administrar la Extremaunción sin distinguir de
colores ni de bandos. El P. Huidobro se sentía, al propio tiempo, páter de los
rojos y se jugó la vida al saltar de la trinchera para ir a auxiliar o a
sacramentar a los que caían del otro lado. También, por su culpa en la
Universitaria y en Garabitas, frentes terribles de lineas confundidas y donde
se practicó la lucha cuerpo a cuerpo y a la bayoneta, pero que por excepción
sorprendente, no hubo gases y no se practica la guerra química, tenían derecho
a no irse para el otro mundo sin el viático.
Eran curas de primera línea, sacerdotes de un
temible fregao entre españoles que en la Universitaria duró tres años.
Celebraban misa en los mismos parapetos entre sacos terreros y cantos
eucarísticos [las amapolas y caléndulas de los bordes de la trocha adornaban el
altar] que al otro lado de las lineas eran coreados con blasfemias, ecfonemas,
imprecaciones y cagamentos de mayor o menor colorido, como no podía menos de
ser tratandose de milicianos y de legionarios, patas de un mismo banco, cuñas
de la misma madera, y dicen que no la hay peor, pues el otro siempre sabe por
qué somos cojos, hijos de la misma raza pero enemigos a muerte sobre el terreno
cubierto de metralla y de sangre de aquellos desolados campos.
Algunos legionarios al ser alcanzados por el
morterazo temible se cagaban en Dios. Los requetés no. Los requetés decían: Ave
María Purísima. Menos uno de la ribera al que tuvo que llamar la atención José
Caballero García y murió arrepentido y pidiendo confesión. En las salas de cura
y los hospitales de sangre la palabra unánime que salía de la boca de aquellos
cuerpos destrozados era la palabra: “madre”.
Los capellanes castrenses no sólo tenían que
confesar a los moribundos sino también escribir cartas desagradables a los
familiares de los caídos en combate.
Éstos venían desde su provincia atravesando la España nacional a recoger
los cadáveres de su difunto. Pronto las carreteras españolas se vieron
transitadas por estas escenas de luto y
de muerte andante: convoyes fúnebres. Los ataúdes iban en el
portaequipajes o en el baqué de los taxis y coches de punto, como la herrada del
holocausto, una ofrenda cara al sol a los dioses iberos irritados. Hubo
chóferes y taxistas especializados en recorrer media península para ir a
recoger los despojos de los muertos en
campaña. Esto ocurrió en ambos bandos. Tales conductores fueron pronto muy
expertos a la hora de moverse por la tierra de nadie. Cobraban una millonada
pero llegaban al lugar. Como aquel chofer de Salamanca que llegó a Gibraltar en
dos jornadas para recoger a la mujer y a la hija de Pérez Madrigal que fueron
objeto de un canje con el gobierno republicano.
Al padre Huidobro le hizo volar por los aires una
contramina después de un ataque rojo desde el Clínico. Caballero, que se
encomienda a él varias veces pues lo toma como un santo, tuvo más suerte y
merced a esto su diario de campaña ha llegado hasta nosotros y es uno de los testimonios más elocuentes y
macabros ahora de la guerra civil.
En sus entradas se registra el clima de heroísmo, la
fatalidad y también de recelo. El fervor religioso y el ateísmo y el descrédito
que el buen jesuita palpa alrededor y que atribuye a las sucesivas campañas
impías de la república que hicieron mella entre la juventud. Hay, por otra
parte, un aire de desaliento por la actitud ambigua asumida por el Vaticano a
propósito de los curas vascos. Roma, por lo visto, ante la indignación de
Caballero, no tenía muy claro eso de la cruzada. Al cabo de la toma de Bilbao
muchos gudaris fueron hechos prisioneros y utilizados en Fortificaciones.
Bastante de ellos acababan pasándose otra vez y con los curas vascos, a los
cuales da unos ejercicios espirituales en plena campaña, no había forma.
Formaban rancho aparte. “El veneno de la propaganda separatista de Prieto y
Aguirre- observa en una de los entradas-les empapa el alma”.
Desde el punto de vista de su labor apostólica el
tiempo mejor que sembraría fraternidades indeclinables con los artilleros de
Medina y los falangistas de la Columna Serrador fueron los tres meses que pasa
en el Alto del León, desde julio a noviembre del 36. Allí la espiritualidad era
desbordante. Se rezaba el rosario en las
chabolas. Las madrinas en retaguardia bordaban
el detentebala que los combatientes llevaban a modo de escapulario como
arma eficaz contra el fuego enemigo, y en los petos de las piezas del quince y
medio y las cureñas lucía por lo general un crucifijo o un Corazón de Jesús con
el epígrafe de “Tú reinarás en España”. Una devoción inculcada por el P. Hoyos
a comienzos de siglo. Estos beligerantes tenían por costumbre comulgar los
primeros viernes de mes.
Era la idea por la cual habían luchado como
auténticos titanes aquellos hijos de san Ignacio desde la consagración de
España al corazón de Jesús por Alfonso XIII en el Cerro de los Ángeles. Para
fomentar esa devoción crearon el Santuario de la Gran Promesa en Valladolid a
cuyo frente estuvo el P. Hoyos.
En las misas de campaña asistían en pleno la
oficialidad y las clases y comulgaba la mayor parte. En una ocasión, estando de
confesiones, fueron enfilados por la artillería roja y murió un cura y dos de
sus confesandos.
Los combatientes nacionales atribuyeron a una suerte
de milagro - y de ahí su fervor religioso- que los gubernamentales, contando
con mucho mejor material casi todo él de fabricación norteamericana y novísimo,
fueran incapaces de desalojarles de sus posiciones en el Alto. Con el paso del
verano remitió el empuje del Ejercito de Maniobra que dirigía el general Miaja.
Claro, que esta resistencia fue a costa de mucha
sangre derramada en aquella canícula trágica cuando “trillan los viejos en las
eras, acarrean las muchachas y los mozos van cantando camino de Guadarrama”,
según rezaba una canción popular de entonces.
Había avanzadillas como la de la Casilla de la Muerte en el kilómetro 50
de la N VI que tenía varias bajas todos los días. Carecía de desenfilada y
batían de continuo la posición las ametralladoras de Riquelme.
En este sentido la labor de estos sacerdotes de
vanguardia a la hora de sustentar la moral fue de índole determinante. Aunque mejor pertrechados y muy apercibidos
con material moderno los rojos no exhibieron la misma moral combativa que estos
profesionales. Habían acudido al Alto del León atacando en manada y fueron
recibidos por la profesionalidad y disciplina de militares muy experimentados
en las campañas africanas. Además, según recalcaba el páter Caballero en sus
homilías, enfrente tenían a un ejército variopinto que no creía en Dios y donde
se cometían todo tipo de atropellos de carácter sexual. Casi tantas bajas causaban las “milicianas”
promiscuas, con la venéreas y los sifilazos, entre sus filas que las balas
falangistas.
Sin embargo, de esos defectos no tardaría de
adolecer el ejercito nacional en las ofensivas de la Universitaria y de la Casa
de Campo. Caballero se juega el tipo para impedir el establecimiento de un
cabaré en Pozuelo y el que se permitiese confraternizar con mujeres
expresamente traídas al frente para hacer un poco más llevadera la vida a los
nacionales.
Otro problema eran los desertores o aquellos
combatientes que eran sometidos a consejo de guerra in situ por abandono de
servicio o por alguna otra falta. En la misma trinchera se les hacía paredón y
eran pasados por las armas con toda tropa formada en la posición. Luego se
desfilaba ante los cadáveres y se cantaba el himno de la legión. Retumbaba
claro y amenazador el Viva la Muerte.
Reconfortar a estos ajusticiados era tarea poco
grata de los capellanes y a tal respecto el jesuita conquense cuenta algunas
escenas estremecedoras así como de los muertos que ve caer a su lado con tiros
en la cabeza o en el vientre o con las manos segadas por bombas Lafitte.
El vino va a causar estragos en primera línea. Los
combatientes encuentran en el saltaparapetos el vigor necesario para olvidar el
miedo a la muerte. El P. Caballero protesta pero a las puertas de Madrid
durante veintiocho meses que duró el asalto se vivía, se bebía, se fornicaba y
se combatía por una España mejor, la que cada cual tuviera en la cabeza.
Nuestro jesuita tenía las ideas bastante claras. Se trataba de una guerra
santa:
Mañana muy clara -escribe el 16 de
octubre de 1937-El sexto Tabor se va a la Cuesta de las Perdices. Al contacto
con los moros, que están con nosotros, puedo afirmar su espíritu religioso.
Consideran esta guerra como santa por ir contra los sindiós y las maquinaciones
judías internacionales.
He ahí un dato digno de destacar a la hora de
analizar el talante de los beligerantes. El objetivo de los nacionales es
desalojar a los apátridas extranjeros y a los internacionalistas. El comunismo
rojo estaba en manos de trotskistas que pugnaban por la causa de la revolución
mundial y ese mesianismo tan típicamente judío que inocula Das Kapital. Eso por un lado y por otro estaban los anarquistas,
laboristas ingleses y liberales secundados por la Banca Morgan. El gobierno de
la república estuvo financiado por dineros norteamericanos y hasta le regalaron
la Brigada Lincoln que tuvo una importancia capital en la defensa de la capital
y tuvo una participación sanguinaria y multitudinaria en las sacas y otros
desafueros. Estaba integrada en su totalidad por judíos neoyorquinos. El
comunismo y el capitalismo se dieron la mano para alzar la bandera de la anti
España. Pero al otro lado estaba Franco, que también tenía algo de judío
mesiánico. Contaba con el respaldo de algunos ingleses y sobre todo con la de
la Banca March. No defendía los intereses ecuménicos de los ilotas y los
apátridas de la consigna “clases obreras del mundo uníos”. Le llevó a la guerra
su amor a España.
Todas esas banderas del mundialismo torcaz que
flotaban en medio de la indiferencia y la equidistancia del vaticano quedaron
derrotados en Brunete, el Ebro, la Universitaria. Se trató de echar la culpa a
los rusos pero está claro - y muchos historiadores se resignan a aceptarlo hoy
- que Stalin sólo fue una tapadera. El dictador soviético llevaba una lucha a
muerte en el seno del PCSS contra la facción Trotski. Por su cuenta se había
rebelado Stalin contra las imposiciones del sionismo. Esa fue otra de las
tragedias de la guerra de España: el enfrentamiento entre mundialistas y
particularistas.
Valió mucha sangre joven, tanto cristiana como mora,
pero al fin se les hizo mascar el polvo de la derrota. Sin embargo, los
mundialistas han regresado. Están aquí. Son el poder de las fuerzas de la anti
España y están a los mandos de la tesis y de la antítesis. Todo el poder para
los soviets, dicen los nuevos bolcheviques y han sustituido el lema del control
de los medios de producción por el de los medios de comunicación. En sus manos,
una nueva arma de combate: la prensa nugatoria y frustránea. Todo revierte al agit prop marxista en medio
de los grandes ríos del capitalismo. Creíamos haber medrado y estamos en las
mismas que entonces.
Era el mito de la gran verdad nueva, una nueva
moral, una nueva ley donde el arte, la religión y la belleza no valían para
nada. Todo es material. El espíritu y los espirituales iban a ser crucificados.
A otros nos iban a acaldar como paja después de dejarnos sentados sobre la
silla coprónica y someternos al tercer grado vergonzante. Ignorantes de
nosotros, nos habían puesto en camino de Esclavonia. Los diablos nos llevarán a
enterrar en bayarte, la silla de mano de los muertos cantando las plañideras
nuevas revanchas guerreras.
La idea
marxista no ha fenecido aunque defiendan el liberalismo económico a lo Milton
Friedman cuya visión talmúdica se me representa con dos hileras de dientes para
devorar cristianas. Tal era su atresia que hablaba el profesor por la nariz.
Recordad que Cristo, según Hillel, no es más que un profesor de magia. Una vez
vino a España y dos heraldos iban por delante anunciando su mercancía al son de
música de un castrapuercas.
Esta es la conclusión a la que ha llegado, en vistas
de lo cacarea la prensa en vísperas de las nuevas idus de marzo, con las
izquierdas a favor de la ruptura separatista y las derechas en manos de la
Banca Morgan que preconizan que lo que es bueno para la General Motors será no
sólo bueno para los Estados Unidos sino también bueno para la España
desmembrada y que sucumbe. Y después de leer las tristes páginas de este diario
de campaña escrito por un religioso ejemplar.
Toda aquella sangre se derramó en vano. Ahora muchos
quieren pasar página. La maquinación judía ha alcanzado cotas increíbles y
verdaderamente paranoicas. Están trayendo gentes de todos los países del mundo
y apretujándolas contra nosotros para que no nos rebullamos a lo largo de una
operación de alto bordo de emigraciones masivas, parecidas a las que
preconizara Stalin en la URSS - al que maldicen y copian- y que denominan Sweep in (barrido). Esta maquiavélica
operación de migraciones masivas que recuerdan a los corrimientos de pueblo de
la alta edad media tiene su cerebro en Israel y sus hilos conductores por toda
Europa. Rusia también será, la Rusia de Putin, otro objetivo de esta maniobra
de estrangulamiento de las entidades nacionales.
De ahí al mundialismo del gobierno único bajo el
control de los sátrapas norteamericanos no hay más que un paso. Siempre culpan
a los rusos. Ahora por ejemplo acusan a Putin de tener todos los periódicos a
su recaudo en Moscú cuando aquí la prensa mundialista se parece toda ella al
New York Times y no podrás publicar una línea sin la venia del Ojo que todo lo
ve y el Oído que todo lo escucha. Su arma secreta es la manipulación de las
conciencias y siguen tan torticeros, refractarios al diálogo y adversos a la
cruz, como entonces. Han inventado el agit prop. Otra vez la burra al trigo.
Díscolos y contumaces, nunca bajarán del pedestal. Actúan con protervia y con
soberbia pero siguen siendo cautelosos pues en esta tierra siempre llevaron
muchos palos.
Esta es el corolario que saco tras la lectura de
este libro y a la vista del panorama orilla de todos mis ojos. Han conseguido
el objetivo: una España rota y democrática. Perros escaldados han vuelto con
otros collares. Nos han inoculado el veneno del voto y de los partidos políticos para llevar a
cabo sus planes de involución incruenta. Hablan de derechos del hombre y han
conseguido que nadie se fié de nadie y que no nos hablemos con el vecino.
Entonces y ahora hubo conspiración. Las misma
fuerzas que operaron entonces y quedaron derrotadas siguen conflagradas. La contraseña son las tres culturas.
Nunca los jesuitas, que siempre se habían mantenido
al lado de las trifulcas patria y hasta se ganaron fama de conspiradores por
ser soldados de un ejército extranjero, a las ordenes del Vicario de Cristo, y
habiendo fundado las célebres encartaciones de Paraguay, intento solapado de
mantener colonias al margen de la corona española, se habían pronunciado de una
forma tan expeditiva y poco jesuítica en favor de un catolicismo de tradición.
Acaso respiraban por la herida y su alindamiento sin cortapisas con el régimen
de Burgos, fuese su revancha por la expulsión decretada por Manuel Azaña.
El P. Huidobro fue el más significado de todo este
equipo de san Ignacio pero hubo otros muchos: Navares, Llanos, Martínez, uno de
los primeros capellanes en los parapetos de San Rafael. El P. Torneo que fue
alcanzado por un disparo mientras confesaba en la “casilla de la muerte”. El P.
Arceo que catequiza a los artilleros o el P. Panizo e Ilundain, también
legionarios.
Al leer este dietario escrito en las trincheras he
vuelto a revivir impresiones de la infancia pues algunos de los supuestos que
narra a mí me los contaba mi padre de niño. Fue así como tuve noticia de la
muerte del ranchero Generoso que murió junto a sus peroles al caer sobre la
cocina de campaña un obús del quince y medio. Aquel día había paella y las
huellas de la trilita y los destrozos aun se marcan - siempre que paso por allí
me acuerdo- sobre los ojos de un puente en una curva en la ladera antes de
llegar a la finca que fue de Lerroux.
Los ratos más amargos que tuvo el sacerdote fueron
sin duda cuando tuvo que asistir a los condenados a muerte por consejo de
guerra que eran frecuentes. El caso más común la deserción, el abandono de
servicio o el que era cogido in fraganti al pasarse. Trataba de confortarlos
como pedía y les daba a besar el crucifijo y les hablaba de Dios durante las
horas en capilla.
Está escrito el dietario en un estilo ágil y
vibrante con uso de giros y de fraseología castrense. Arrea de lo lindo en la
descripción de la miserias y grandezas de la vida de campaña, alargando el tiro
a veces y otras mirando para otro lado. El buen cura iba a visitar las
posiciones llevando consigo el altar portátil y el viril con la hostia
consagrada. Parecía un superman. Las balas no lo enfilaban y los tiros pasaban
de largo aunque a veces se le enredaban en los flecos de su tabardo. Nunca
hicieron carne. El P. Caballero debió de contar en el cielo con un valimiento
especial que le tuvo a recaudo de ser herido. Pues no hay que perder de vista
que el ejercito que defendía Madrid y resistió hasta el final con un tesón que
ahora asombra al grito de “no pasarán” estaba pertrechado con material
americano de primerísima calidad, armas automáticas muy potentes y de calibre
desconocido. Se estaban probando tácticas que luego serían empleados durante la
II GM.
Todo fue como un poco esperpéntico: los fregaos, los
“pasados”, las conferencias de parapeto a parapeto, las curdas, los
fusilamientos sumarísimos, los matrimonios in articulo mortis y la pejiguera de
las visitadoras solicitando a los soldaditos de Franco ante el estupor e
indignación de este cura conquense, representante insigne del tan traído y tan
llevado nacional catolicismo. Su lucha no fue tan sólo contra el espíritu y la
carne del marxismo, la anarquía, el separatismo de los gudaris paniaguados y de
los sacerdotes vascos recalcitrantes, que también trajeron a Caballero por la
calle de la amargura, sino también la blasfemia, el laicismo, la
irreligiosidad, la relajación de costumbres. Contra los males primeros proponía
este cruzado el uso del fúsil y contra los segundos la confesión frecuente y la
devoción corazonista del P. Hoyos.
Al asistente, un gallego que le ayudaba a misa y era
un pinta le propone que cuando le aceche la tentación salga de sus labios la
jaculatoria de “antes morir que pecar”. Aunque bien sabía el buen padre que
entre la soldadesca esa morigeración rara vez se consigue. Los españoles no son
ángeles.
La Décima Bandera en la que está enrolado sale
siempre a taponar bajas y es una de las más castigadas de todo el Tercio. Un
teniente que tenía una cantinera consigo le sacaba de quicio. Pidió que le
arrestaran pero en vano. Para evitar este escándalo y vida de pecado ni corto
ni perezoso Caballero acude a dar parte a Villa de Prado donde estaba la ruló
con que hizo la guerra Franco. Éste no estaba y fue recibido por doña Carmen
quien le da buenas palabras hasta que la cosa se solucionó.
En el Jarama el fuego era tan intenso por ambos
bandos que los olivares estaban plagados de cuerpos yacentes y los olivos se
descocaban y mondaban de sus hojas a consecuencia del tiroteo. Al leer estas
páginas se siente el trepidar de la batalla. Sus entradas nos ponen en la
composición de lugar de cómo fue todo: lo qué pensaban, qué hacían y cómo olían
los guerreros y cuál era su actitud ante la muerte a veces inevitable.
El libro es un chorreo de facultades memorialistas
que brindan al historiador el dato pertinaz, la fecha exacta o el enclave y
describen el ambiente en el que se desenvuelven los avances y repliegues de la
lucha. Casi se percibe, al filo de sus inserciones dietarias, el estruendo del
combate, el livor de los cadáveres, el olor a sangre, a sentina y a cadaverina
por los muchos mulos despanzurrados que quedaban en línea a bote pronto de las
trincheras infectas de ratas y piojos.
En ese ambiente pasó el capellán dos años y medio a
las puertas de Madrid pero sin llegar nunca al barrio de Argüelles. Debió de
ser terrible. Se recurría al alcohol y a la Virgen María. Muchos sueltan un
taco, no lo pueden remediar, cuando son alcanzados por un disparo, ante la
indignación y exhortación al arrepentimiento del jesuita.
Este Diario de campaña publicado por Doncel es un
testimonio de que aquello fue espantoso. José Caballero García deja traslucir
su desencanto puesto que no llega a comprender cómo a veces los hermanos, sitos en frentes
opuestos, se mataban entre sí. Aquello fue el fracaso de la caridad cristiana.
Los hermanos de sangre y los hermanos de fe pasan meses enteros enterrados en
pozos de tirador sobre las avanzadillas aguardando una muerte segura por un
tiro rasante o aplastados por los relejes de un tanque que los hace papilla o
les hace saltar por los aires la metralla como recebo al borde de los caminos.
Un español, que nace para ser pisado, a veces no sabe por dónde pisa.
Pese a todo el P. Caballero era hombre de sólidos y
firmes convencimientos católicos. Tenía alma guerrera de mitad monje y mitad
soldado - ¿qué otra cosa son los soldados de Sharon o los palestinos de la
Intifada?- y rendía adoración al Dios de las batallas. Es el sino de las tres
culturas, de las tres religiones monoteístas que las diferencias acaban
dirimiendose en el campo de batalla y aquélla fue una de las peleas religiosas
que hemos tenido a lo largo de la historia de España. Luchó por una causa que
él creía justa aunque ahora se moteje a estos capellanes de actitudes poco
cristianas. Pero la cosa estaba bien clara. Él como jesuita pugnaba por el Rey Eternal
aunque de paso tuviera que hacer alguna reverencia al rey temporal, del que
tanto hablan los ejercicios ignacianos. No quedaba otro remedio y peleó con
contundencia hasta el final.
Justo a los pocos días del Desfile de la Victoria se
quitó el uniforme y volvió a vestir la sotana y a ceñirse el fajín negro. Su
licenciamiento - es un dato curioso- coincidió en el espacio y el tiempo con el
del “Carnerito Manolo”, la mascota del batallón del que al volver a Ceuta ya
viejo y con alguna herida daría cuenta
un ranchero moro. Pero por el Ramadán del 37 en Boadilla del Monte ya algunos
centinelas del Tabor habían mirado al castrón con ojillos encendidos de deseo
por lo rollizo y gordo que estaba el animal. Y en Berbería lo mandaron
sacrificar. También los héroes acaban en la sartén y los ruiseñores en la olla.
Al final de la jornada cabe preguntarse por qué no
fue posible la paz y por qué fue tan alto el precio que hubo que pagar en
cuotas de sangre para consumar aquel holocausto que ahora muchos tratan de olvidar
o tergiversar. Y es que el silencio y el ninguneo son aquí la fija. Aquí pagan
el pato los de siempre mientras los listos y los aprovechado tratan de
escaquear o de escamotear. Pero ahí queda eso. Basta con citar unos nombres:
Huidobro, Irundain, Meseguero, Panizo, López Doriga. Todos ellos entusiastas
jesuitas empotrados en el ejercito de Franco.
Ganaron la guerra perdiendo la paz mas estoy seguro de que Dios les ha
reservado un sitial de privilegio allá en lo alto de las estrellas. Se batieron
por Cristo y por la España cristiana. ¿Os parece poco?
3 de marzo de 2004
DALÍ Y EL MUNDANAL RUIDO
NEOYORQUINO. RECORDANDO UNA
ACCIDENTADA ENTREVISTA CON EL PINTOR Y UNA FIESTA SUYA EN EL GUGGENHEIM.
•
ANTONIO PARRA
Todas las primaveras cuando los patos salvajes
llenaban con sus gritos y aleteos los marjales de Staten Island, volando sobre
los carrizos las becadas, Salvador Dalí y su esposa Gala acudían a la cita espiritual con la Gran Manzana. El
pintor solía decir que si bien Gala era su musa toda su obra emanaba del
chispazo impresionista que produjo la primera visión de Manhattan cuando arribó
al estuario del Hudson por vía marítima al final de los años 30. “Fue como una
si me transportaran a mundos por venir. Una epifanía que inauguraba el tiempo
futuro” decía el amigo de Lorca, aquel poeta que fue su íntimo y que sintió
también una especie de transformación al llegar a la Ciudad de los Rascacielos,
compulsada en uno de sus poemarios más famosos, verbigracia “Poeta en Nueva
York”; mas al granadino, a diferencia de Dalí - este sentimiento antípoda
produce la macroscopia de su skyline como diremos de
seguido-rechazaba. Nueva York es un mundo sin medida. Carece de término medio.
Dalí aquella
vez que habló conmigo no se expresaba de forma engolada ni impostó la voz como
solía sino que emitía sus juicios con verbo sencillo envuelto en un fuerte
acento ampurdanés. Aquel día tocaba normalidad. Así que dejó el genio colgado
en la percha, y, dando de lado a la pose de sus comparecencias geniales y
disparatadas ante la prensa, su sentido común o “bon sense” abría camino a un
catalán de gustos sencillos que se decía español por los cuatro costados, y, volviendo por donde solía, aquella mañana
quiso ser el hijo de quien fue: el pundonoroso notario de Figueras.
Era, en otro orden de cosas, una víctima del embrujo
de Manhattan la cual desde un primer momento acoge y rechaza. Y esto es para
siempre. No hay medias tintas. Nueva York o te gusta o te abomina. He conocido
a personas como Cirilo Rodríguez, José María Carrascal, Felipe Sahagún, Ángel
Zúñiga, otro catalán recriado a los pechos de una diosa Iduna americana [que guardaba las manzanas de la
juventud y de la vida] con altar en medio de sus inmensas torres, Celso Collazo
aquel gran gallego delegado de Efe, Delfín García un truculento ovetense que
por aquellas fechas leía el Waste Land
de T. S. Elliot o el propio Jesús Hermida, Julio Camarero y tantos y tantos
otros los cuales desde un principio cayeron atrapados en su magia y no podían
pasarse sin respirar las nordestadas de plomo de los tubos de escape allá por
Lexington Avenue, todas las miasmas de la contaminación de los coches que
circulan sobre los baches de la Tercera Avenida. Quieren oler al picante de los
hot dogs y no pueden vivir muy lejos del ruido y el relampagueo de las
serpentinas luminosas de Times Square. Blanco Tobío cuando regresaba a su
Galicia natal extrañaba las páginas aun calientes de tinta del “Times” matinal
al desayuno pues así veía latir el pulso del mundo.
Nueva York
tiene algo que atrapa con magnetismo ineluctable. Imprime carácter. Pero hay
gentes a las que rechaza como me pudo pasar a mí pues me atracaron pistola en
mano al llegar y le cogí pánico. La ciudad me acojonaba de verdad y creo que
aun no se me ha pasado ese acojinamiento. Nueva York me pareció un lugar de
provincias comparado con la civilización y la clase refinada de Londres y de la
literatura inglesa. América siempre gustó de escribir en una prosa sin peinar.
Se trata de un juicio de valor particular pero a mí me parece que América sigue
sin producir esos grandes escritores que ha dado Inglaterra, Francia o Alemania
porque quizá aun no le es llegada la hora de la decadencia y las bellas letras
son sazón de un ocaso, de un declive político que a los estadounidenses les
está aún por llegar. Está demasiado viva. Por eso sus mejores escritores son
sencilla y llanamente periodistas.
De esta misma
reacción era Ramón Carnicer quien en su
Nueva York nivel de vida nivel de muerte- uno de los mejores libros acerca
de la megapolis escritos en español- plasma esa sensación de rechazo y de
desamparo del humanista ante esta capital del mundo futuro contra la que se
estrellan todos los conocimientos adquiridos a base de gran esfuerzo y donde
todo lo que dimos antes ya no vale de cara al nuevo orden.
Los de este segundo cupo, por aquello de que de
gustibus non disputandum est, la encuentran infernal, hosca, una ciudad de
paletos donde el personal frasea sus conversaciones adobandolas y
salpimentandolas de interjecciones poco académicas con una jerga donde las
palabras que más suenan, por este orden, son: dollar, shit, fuck, motherfucker.
Y al no poder soportar la presión de la vulgaridad
ambiente se tornan para Europa. Ciertamente, no se trata de un lugar cómodo
para vivir. Pide sangre joven y energía.
No era frecuente en los años setenta ver a niños ni a ancianos por sus calles
salvo en Harlem o por Little Italy en las inmediaciones de Canal St. Tampoco
era lícito estar enfermo allá. Es una ciudad para vivir a uña de caballo y a
temporadas. Conviene entrar en ella como un nómada pies ligeros y con poco
equipaje. En adelante, todas las ciudades del mundo, por nuestra desdicha, se
van a parecer al Bronx.
Salvador Dalí pertenecía al primer cupo de los
enamorados de Manhattan. “Soy un freak of
New York y un entusiasta del general Franco. Escriba eso bien. Quiero que
quede bien claro, Parra”.
Era una delicia hablar con Dalí. Uno podía estar con
él de palique horas y horas y desde el principio percibías que el genio te
acogía con una afabilidad cercana y era como si le hubieses conocido de toda la
vida. En sus respuestas, que brotaban de su magín como cinceladas y para
vaciarlas luego en bronce, se parecía algo a Cela. Al fin y al cabo eran dos
hombres grandes de aquella gran generación que tuvo el país.
La entrevista se desarrollaba en el piano bar de un
céntrico hotel de Park Avenue. Recuerdo el rostro cansado del maestro que se
sentaba a mi vera en un confidente forrado de terciopelo rojo ante unos
veladores de mármol. Llevaba una chalina
anteada de color amarillo- Dalí era muy friolero y tenía miedo a los cambios
bruscos de temperatura de Manhattan, capaces de dispensar en un solo día el
clima de las cuatro estaciones con viento y sereno, celliscas y calores
sofocantes donde el aire húmedo se puede cortar a navaja- y las guedejas grises
de una melena profesoral y bohemia adornaban su calva mediterránea. Parecía un
dios griego bajando del Olimpo con gafas ahumadas empuñando a modo de cetro su
bastón de caoba con contera de plata. Es posible que su astigmatismo como el
del Greco derivara en macropia y le hicieran ver al mundo en otra figura siguiendo el patrón de otras dimensiones. Él
era grande y de una tamaño mayor que el resto de los mortales.
Creo que fue uno de los últimos viajes a la capital
de los rascacielos. Dalí parecía un poco ajeno a todo aquel trajín de las
escaleras de caracol del Museo
Guggenheim donde el pintor de Cadaqués se movía por su propia casa y que le
abrió las puertas de la inmortalidad.
El sarao donde aconteció lo que he de contar y mi
encuentro con este mundo mágico donde la genialidad se desparrama ocurrieron en
la sede de dicho museo. Dalí y Gala habían dado una fiesta en el recinto de la
institución donde se guardan las piezas más significadas del arte moderno. Toda
la beautiful people de la magnífica jet estaba allí. Vi moverse a Gala por
entre el gentío que se agolpaba junto a las barandillas con una copa y una
servilleta de papel entre los dedos. Al pasar me hizo con la mano una gesto
obsceno y picarón. Iba rozagante seguida de una escolta de apolos y aduladores
en plan de reinona arrastrapeplos aunque yo pensaba por entonces que las diosas
griegas no decían tantos tacos. No podía soportar ver a su marido con extraños
y le entraban de repente celotipias compulsivas aunque ella en aquel momento
subía acompañada de una cuadrilla de barbilucios efebos. No sé de donde podían
haber ido a buscar gente tan fascinante.
Era una población variopinta y joven, los cuerpos perfectos.
Corría el año 1978. Mes de junio. Las imágenes que
tengo grabadas de aquella entrevista bailan confusas en el redondel de la
memoria. Fue fácil concertar con el genio una conversación a solas pues él,
contra lo que yo me suponía, era una persona afable y sencilla por encima de
las complicaciones de su personalidad
enigmática que como todos los varones escogidos, con su penetrante
inteligencia, sólo se prestaba al floreo de las rotundas hipérboles y de los
gestos histriónicos cuando lo exigía su
agudo sentido de las relaciones públicas. Sabía bien vender como buen hijo de
su época. Sus cuadros son a veces laberintos y, otras, simples by lines que adelantan otra forma de
vivir en un mundo en el cual la publicidad lo es todo. En la intimidad obviaba
esa pose y se olvidaba de su grandilocuencia cara a la galería mostrándose como
un hombre sencillo y frugal. Podría pasar allí sentado en aquel diván, cuando
yo le conocí, por uno de esos jubilados que uno encontraba hasta hace poco en
las tertulias de los cafés de la Costa Brava ante una copa de vino del Penedés
haciendo membranza de su vida pasada o discutiendo de política en catalán. Muy
cercano y paternal y con amplio sentido del humor.
Le gustó mucho cuando le dije que yo escribía para Arriba y me quedó grabado su impresión
de “catalán universal” lleno de fuertes dosis de españolismo de las que hizo
gala durante toda su vida sin arrequives.
También quiso dejar constancia en aquel accidentado tete-a-tete su admiración hacia la
personalidad del General Franco del que me dijo “fue el salvador de la patria y
al que nunca le tembló el pulso de su raza hebrea” pues sostenía que éste era,
por apellido y por forma de comportarse, de origen judío.
Semejantes manifestaciones sembraron el escándalo de
mi redactor jefe y mi conversación con Dalí que transcribí al punto y
cablegrafié a Madrid junto con el incidente que ahora expresaré no tuvo fortuna
quedando inédita hasta la fecha cuando el mundo del arte celebra su centenario.
Fue a parar mi entrevista, redundant
copy, al cesto de los papeles a pesar de que yo lo consideré mi mejor
trabajo en todo el tiempo que fui corresponsal en la ONU. Pero entonces el
verde no estaba para pitos ni el tafetán de Magdalena para zampoñas. En plena
transición los vivas a Franco con los que se despachó Dalí durante toda la entrevista
ni las loas al régimen eran de recibo. Tampoco el propio pintor que por
entonces vivía semiarruinado era bienquisto, su obra preterida y anulada por la
de Picasso, que era el numen sagrado, pintor de corte y profeta de la progresía por aquellos tacos
del calendario. Se ninguneaba a Dalí. Eso era obvio. Por eso mi jefe de cuyo nombre no quiero acordarme hizo
mangas y capirotes con mi trabajo a sabiendas de que aquello podía ser
políticamente incorrecto y podía traerle complicaciones a la Prensa del Movimiento
ya en sus últimos estertores y a punto de ser volada por los nuevos vengadores.
Estaba cambiando la tortilla. El toro del Guernica
nos estaba amurcando con la furia de un nuevo minotauro. Picasso. Siempre
Picasso. Me consta que tres años atrás de la fecha Dalí que era creyente,
católico y sentimental, a pesar de todo, acudía a la Catedral de San Patricio a
pedir por la salud del Caudillo cuando éste estaba malo. Mas, ya ni la iglesia,
la española sobre todo, no era lo que había sido siempre y hasta los curas
estaban dando vuelta a los altares con la cruz del revés. El tiempo acaba por
ponerle a cada cual en su sitio y hoy se codea el catalán con los más grandes
junto al Greco, Goya, Velázquez,
Rembrandt pero entonces no.
A Dalí se le consideraba allá por el 78 un hijo del
arte de Apeles decadente y manierista. Hasta se le negaba el pan y la sal
diciendo que sólo era un buen dibujante. Al formular tales vítores de
ensalzamiento al general fenecido, él a sí mismo se postergaba. La crítica lo
dejó a los pies de los caballos y a un paso de la herejía. Sin embargo, aquel
Dalí caduco que llevaba una gran bufanda por miedo a los catarros y que iba por
Nueva York rodeado de una corte de guayabos y de ángeles caídos y sin más
guardaespaldas que el bueno de Enrique Sabaté que había sido periodista y que
de zaguanete de la escolta tenía poco sabía bien lo que se traía entre manos.
No hablaba de balde.
Nueva York es una ciudad judía. Lo primero que
brinda la mirada al recién llegado en el trayecto hasta el túnel de Midtown
desde Kennedy o desde Laguardia - hasta el nombre de su aeropuerto más antiguo
perpetúa la memoria de una sefardí- son esos extensos cementerios que surgen a
lo largo de la turnpike de Long Island y
de Queens de traza mosaica donde de acuerdo con la vieja ley las cruces
brillan por su ausencia sustitutas por el clásico cipo monolítico o mojón
funerario rematado en piedra de media circunferencia y sin flores, según mandan
los ritos funerarios del pueblo electo.
Al inquilino de “Ses Brises” en su destierro
neoyorquino adonde fue a exilarse al estallar la guerra civil le brindaron
acogida y mecenazgo los Rockefeller. La archimillonaria Madame Rubinstein lo
tuvo a pupilo en su mansión de Park Avenue mientras le pintaba su retrato. Un
caso semejante al de Picasso quien encontró por mentora a la norteamericana
Gertrude Stein en París.
Hubo judíos agradecidos que no olvidaron tampoco el
amparo encubierto del general Franco durante la persecución del III Reich a
muchos correligionarios que lograron zafarse de las garras del hitlerismo
merced a los salvoconductos que dio su gobierno en Budapest y en Salónica. Y los 20 de noviembre iban a la sinagoga a
entonar un responso (kadish) loando
la memoria del que de la “sua mano leva” - como me dijo a mí un viejo sefardita
de Estambul- los socorrió en medio de trances difíciles.
Dalí en una ciudad de recia implantación sionista
como es Nueva York sabía bien lo que se hablaba aun a fuer de sembrar
escándalo. Odiaba la violencia pero ésta dicen que es la partera de la historia
y había sido testigo de los paseos de sus parientes en Cadaqués que fueron
pasados por las armas por el mero hecho de profesar creencias burguesas.
Gracias a Franco España tramontó los umbrales del atraso y la miseria y se
situó en la posterioridad. Y no es que fuera un estómago agradecido ya que no
regresa a su Gerona natal hasta 1948. Tampoco era un adulador de oficio. Sólo
conocía que la rueda del futuro avanzaba sus cangilones irremediablemente sin
marcha atrás. Como todo su arte, él era antiretórico y en esa faceta es la que
más hay que insistir.
Se sentaba cerca del velador donde contrastábamos
pareceres nosotros un hombre de mediana edad con sombrero y traje gris que
seguía las evoluciones de nuestro diálogo sin perder ripio y que luego, según
supe, por su acento, era de origen mejicano de raza y nación, con la sangre muy
caliente, la jeta mal encarada. Era un sujeto muy revirado, con esa mala leche
y mentalidad retorcida de la cual sólo son capaces los aztecas. Debía de
haberse escapado de algún programa de Jacobo Zabludosky en el canal 42 donde
con tanto ahínco se fustigaba a España y a la cosa española cada noche.
De repente el sujeto rompió a pegar voces
explayándose en improperios contra Dalí.
Algo de lo que no fue capaz éste en toda su vida fue
de adoptar la costumbre de hablar quedo. Tenía una voz de contrabajo de orfeón
en la que destacaban sus eles palatales y las aes alargadas que acreditaban su
ascendencia de payés. Por supuesto que aquel Dalí que yo tenía delante, aunque sombra
y figura dicen que hasta sepultura, achacoso y semi arruinado, tenía poco que
ver con el que yo había visto de niño tantas veces en el NO-DO, el de las guías
de sus bigotes alzadas como sables de un espadachín que vende navajas. El que
clavaba los ojos en la cámara o apostrofaba multitudes, haciéndose tomar por
loco, aunque de esto de loco tuviera poco. Había pasado la hora del embaidor y
seductor de masas.
De aquellos años dorados sólo le quedaba el bastón
de contera de plata y regatón de goma. Las puntas de su bigotes doblaban lacias
hacia abajo y algo en su aspecto decrépito anunciaba a la que no perdona a
nadie aunque le quedasen todavía once años de vida.
Entretanto, el hijo de la madre patria se vino hacia
nosotros poniendo al maestro de pintamonas para arriba.
-De qué platican acá esos pendejos. - exclamó
estentóreo aunque sin estar todavía borracho - Dalí es un fascista. Y un chapuzas. Un pintorzuelo de poca monta. Su
arte no vale un rial si se le compara con Picasso andele, no más.
Se me escapó, puesto que no me gustan los
entrometidos en las conversaciones ajenas, al percibir el acento y procedencia
de nuestro interlocutor a palos, aquel bausán mal educado y chovinista, un
“chinga tu madre” que es frase de guerra cuando se tiene delante a un mejicano.
- Nadie te dio vela en este entierro.
-¿Qué dirás tú gachupín del carajo?
Se lanzó hacia nuestra mesa el cuate. Venía a zumbarnos. Yo no me hice de pencas.
Sacando valor de no sé dónde agarré una jícara de agua que estaba sobre la mesa
y se la esgrimí por arma arrojadiza. Por aquellas fechas yo estaba cachas. Iba
al gimnasio imitando a los corredores de fondo que hacían carreras pedestres
cerca de Battery Park al atardecer. Me enorgullece haber sido uno de los
introductores del footing en España, un poco a la agachadiza y a redropelo como
dicen que vino el protestantismo a España de la mano de don Carlos de Seso. Hoy
esta actividad física se ha convertido en una verdadera religión nacional.
Cuando por vacaciones daba carreritas por la playa de la Concha de Artedo todo
el personal se me quedaba mirando como de ver visiones. Nunca había estado en
una pelea aunque reconozco que en Nueva York llegué a vivir sobre el filo de la
navaja. Estaba dispuesto a morir con las botas puestas defendiendo a Dalí en acto
de servicio y como un soldado de Hernán Cortés por el honor de Malinche:
-Un paso más y te estampo la jarra contra la cabeza
- le dije al entrometido.
A esa hora en la barra había poca clientela. Eran
las once de la mañana recién dadas de un día laborable; pero el alboroto que
preparamos con las voces alertó a los camareros y al personal del hotel. Un grupo de curiosos nos hizo corro y al ver
que era el mismo Dalí empezaron a pedir autógrafos, instante que nuestro
agresor aprovechó para desaparecer. Dalí, un provocador profesional, era una de
esas personas mansas y tolerantes que darse pueda. Abominaba de la violencia y
aunque le complacían los desplantes no estaba acostumbrado a esta clase de
alborotos fuera de guión. El mejicano, ya digo, hizo mutis por el foro y de él
nunca más se volvió a saber.
El maestro miró entonces para mí con cara de alivio:
-Parra, le estoy muy agradecido. Sacó la cara por
mí. Mañana doy una fiesta y le invito.
Al día siguiente acudí al coctel en el Guggenheim.
Fue una cita del arte, la cultura, la belleza. En el museo no cabía un alfiler.
Nunca había visto yo tanta hermosura junta y en un mismo sitio. Apenas pude
intercambiar unas palabras con el Maestro pero éste, deferente, en un aparte
posó para mí alzando el bastón a manera de cayado en el extremo de una butaca.
En el otro se sentaba una morena con cara de circunstancias. O debajo de un
reloj de pared muy circunspecto y solemne. Como yo le preguntara con
insistencia de dónde había sacado aquellas chicas tan guapas que se habían dado
cita en aquel sarao fijándose en una de ellas, que era un tipazo me dijo con su
inequívoco acento ampurdanés de palatales bien timbradas:
-Parra, esa de ahí la tiene más larga que usted y
que yo.
-No me fastidie, don Salvador. ¡ Nadie lo diría!
-Pues sí, pues sí, como su propio nombre indica-
agregó muy ceremonioso y sin darle demasiada importancia. El tercer sexo, lo
epiceno de un tiempo de tanta mezcolanza estaba por llegar y él nos lo
advertía.
Verídico. Enrique Sabaté fue testigo de la escena.
Ya le habían contado lo que pasó la víspera en el hotel. Asimismo, hubo que constatar la grosería de
la mujer del artista para conmigo. La puñetera no dejó en toda la noche subir y
bajar por la escalera y de hacerme el gesto del macho cabrío y yo no sabía a
qué carta quedarme ni dónde ponerme. La rusa tomaba muy a mal que se hicieran
fotos de Dalí sin su permiso y los de sí misma no los consentía. Era muy
lenguaraz y hablaba el castellano casi sin acento; sabía todos los tacos de la
lengua de Quevedo. Claro que tenía una
simpatía encantadora. Ella iba y venía como una presencia invisible montando
una guardia especial en torno al artista, rodeada de una cohorte de gigolós,
mozas de buen ver, y esculturales Adonis. Tenía una mirada penetrante y alegre
pero su aspecto era algo selenita. Vieja reina de la noche girando siempre en
torno a aquel astro rey de la pintura que era Dalí, el de las maneras augustas,
un mediterráneo al que Nueva York le enseñó a crecer y a pensar. La atracción
mutua y complementaria que había en la pareja era algo telúrico. Trasciende los
cuerpos el amor de dos almas que se juntan.
Se me quedó grabada aquella tarde en el Museo
Guggenheim. La vida a renglón seguido iría demostrando que, aunque gran parte
de la misma oscile en torno al sexo, puesto que toda la obra de Dalí está
fuertemente impregnada de Freud, no estriba todo en unos cuantos centímetros de
más o de menos, aunque haya gente tan empecinada en esto de los tamaños, sino
que la clave la dan las actitudes, las formas. Hay que ser tolerante con este
ser humano que tiene la cabeza a pájaros, llena de telarañas. Ahora al cabo de
muchos años y todavía en medio de esta carrera de ratas o de pelea de gallos
que es la existencia, pienso que aquel Dalí provecto y valetudinario, por encima
del bien y del mal, yendo a san Patricio a orar por Franco, detestando el
separatismo él que era un cosmopolita, y con un pie casi en la otra ladera,
hablaba como un oráculo con su ironía con respecto a aquel grupo de bujarrones
y bardajes- el sida no había hecho acto de aparición y la Gran Manzana era gay
por los cuatro costados-. Siempre, no obstante, vendrá otro diciendo que “la
tiene más larga que usted y que yo, Parra”.
El incidente con aquel energúmeno en el vestíbulo
del hotel bien pudiera haber acabado de mala manera pero nuestro contrincante
debía de ser un pobre hombre. Sólo un terrorista intelectual que no pasó a
mayores. Pero hay que tener en cuenta que en aquella América de los setenta,
como pasa ahora en Europa, el personal salía a la calle con pistola.
La inclinación del Maestro por la cáscara amarga no
deja de ser anecdótica y periférica, a pesar de que tanto se lo echaron en cara
sus detractores. Siempre mariposearon en su entorno una caterva magna de
epicenos de cuerpos gloriosos, unos cuerpos vaciados en los moldes de un
Fidias. Pero todo el arte daliniano es de una castidad y una pureza de líneas
que sorprende aunque el cuadro que tenga entre manos lleve por título “El gran
masturbador”. Y esta castidad no era sino fruto de su profundo amor a la
belleza. A eso que los griegos llamaban filocalía.
Cierto que tuvo fama de invertido pero no era sino
un asexuado. Su aproximación al sexo,
liberados los pujos oníricos y los tabúes de los que habla Freud, no era nada
morbosa. También tuvo fama de españolísimo. Y lo fue. Su españolidad era fruto
del seny que sólo grandes mentes
catalanas como Jacinto Verdaguer supieron a entender. Nadie ha cantado mejor a
España en metros catalanes que Mosén Cinto en su “Atlántida”. La obra
daliniana, más allá de los desaciertos políticos que se le imputan al creador,
es fresca y radiante como la corola de un agnus castus.
Presenta esa alucinación casi mística del realismo.
Su obsesión es el espacio y el tiempo dando vida al arte surrealista y es un
arte que pertenece a la era de la automoción, de la velocidad desatada, de la
labilidad urbana que parece estar abriendo las cajas de los truenos y luego
fuese y no hubo nada. Hay que acostumbrarse a vivir con esta nueva sociedad de
contrastes. El gran automedonte agita la tralla sobre nuestras cabezas y
fustiga nuestros entresijos. Sacarán a plaza todo el bandullo. Se acabó la vita
bona. Crezca en nosotros la ilusión del movimiento: el séptimo arte, el séptimo
sello. He aquí que llega la gran aceleración de la historia. Todo el arte
daliniano, tan intrincado como fresco, pulsa esos resortes; posee la armonía de
lineas de la verticalidad neoyorquina, esa luz cruda del azul índigo de
Manhattan, el perfil geométrico y biselado de sus pirámides. Tomandole a
Einstein por la palabra, por ver si le coge en un renuncio, Dalí se pone a
jugar a los dados no con Dios, sino con el
skyline.
Que Gala,
aquella rusa deslenguada y con rostro de cariátide fue su musa, por supuesto.
Pero la Ciudad Automática, Nueva York, está presente en toda su obra haciendo
semblanza. Allí Dalí sentía el calambrazo de la electricidad estática que en
los inmuebles de Manhattan te sacude sin remisión en todas partes, al pulsar un
picaporte o al poner la mano en contacto con cualquier material acrílico.
La obra de Dalí es una invitación a volar por el
cielo de los sueños a bordo de una alfombra mágica pero no se aleja nunca
demasiado de esa mejana de su inspiración que fue la gran megapolis. Se
profesaba español pero su estilo no puede ser más norteamericano. Su gran
obsesión es Nueva York que le sedujo y a la que pinta a toda hora. Las azoteas
de los rascacielos donde no hay nunca jamás ropa tendida se alzan como un
desafío del frenesí humano. La ciudad nunca duerme. La actividad no ceja día y
noche. Sus pilas están recargadas de futuro. Todo allí es actividad frenética.
Eretismo. Y quick. Deprisa. Deprisa.
No hay tiempo que pensar. Todo tiene que hacerse rápido.
Su propio galvanismo la convierte en colmena
iluminada que renueva sus panales sin interrupción. Hay que alimentar el
monstruo. Dalí supo transformar en arte todo este cociente automático de la
Gran Manzana. Contempla la ciudad y la convierte en vértigo onírico. Ve pasar
por la acera de la Quinta Avenida las rehalas cosmopolitas que persiguen a la jauría
de los especuladores y corredores en bolsa. Suena el cuerno de caza de Wall
Street. Allí Mercurio con Diana cazadora cuentan las cabezas de sus mesnadas.
Cupido disparará sus flechas sobre el altar del dinero y surgirán bodas de
muchos matrimonios mixtos. Las beldades paradisíacas se alzan desde la espuma y de repente desaparecen.
En su subconsciente quizá viera a esta nueva
Babilonia como una antítesis de la ciudad de Dios agustina. Allí no vale la
retórica ni los ambages. Hay que ir al grano. El norteamericano suele ser
simple en sus gustos y muy directo en su conversación. A su mentalidad práctica
no le van las mentes retorcidas de esa hipocresía católica que en nuestra
juventud nos hizo tanto daño pues nos entrenó para vivir en un mundo color de rosa todo mentira y nos infundió un
entusiasmo que sólo servía para pegar patinazos por la vida. Dalí supo calar en
este temple de lo neoyorquino - cruda realidad transfigurada por el tercer ojo-
en sus cuadros donde explota este paroxismo
del ángel rebelde en un lugar donde las gentes pasan sin dejar rastro, y
que llevan una existencia frugal, donde el apartamento del que mudan de
continuo es sólo su tienda de campaña, nada de su castillo, que no predica la
caridad y la humildad cristiana y que sin embargo está llena de filantropía y
de compasión judía. La frase de “my home is my castle” nunca la diría un
neoyorquino. Fue una ciudad de piratas donde recalaron viejos bucaneros que
perseguían a los españoles en las Antillas. Los holandeses se la compraron a
los indios por 25 dólares. Y mirad ahora ese prodigio. En su pintura Salvador
Dalí de cuyo nacimiento se cumplen cien años explica un poco el secreto de New
York, que es la clave de la humanidad y de su porvenir. Una pesadilla que al despertar nos llevará a
otra cosa después de dos mil años de historia. Este es el fin o el mismo
comienzo de la utopía de otra vita bona. O acaso el infierno de Babel y del
melting pot que hace explosión. Más diferente y cumplida. Pero con otros
reclamos. Entonces las Torres Gemelas se erguían todavía en su sitio y todos
creíamos que estaba por llegar el tiempo de vino y rosas.
14 de enero de 2004
ANTONIO PARRA GALINDO
MEDITACIÓN ANTE EL ENTIERRO DEL CONDE ORGAZ.
“Tal galardón recibe quien a Dios y a sus santos
sirve”. Esta frase murmurada entre dientes por los prestes que ofician las
exequias, san Agustín revestido de capa pluvial y mitra de obispo y san Esteban
con la dalmática diaconal, sirve para poner música de fondo a la escena que da
marco al entierro del conde Orgaz, lienzo donde se estampa con auténtica
veracidad una de las páginas más realistas de la historia de España y un cuadro
de costumbres. El Greco junto a Velázquez es pintor poco decorativo. Ambos
buscan el alma de las cosas y su arte es el arte de la síntesis. Con tales
mimbres que servirán de materia prima de lo sublime [una leyenda local
consistente en las mandas que dejara a una iglesia de la ciudad, la de santo
Tomé: unas cántaras de vino, unas cargas de leña, unas hogazas de pan a los
pobres, y algunas monedas para misas gregorianas] se enhebra el enternecedor
milagro. Existe de más de eso una gran familiaridad con la muerte, de acuerdo
con la mentalidad de la propia época, y la necrofilia de una monarquía como la
de Carlos V quien en los últimos años de su vida en Yuste gustaba de asistir a
la celebración de sus propias exequias, sin que el gesto tuviera nada de
macabro; antes bien se veía como lo más natural del mundo.
Que dos
bienaventurados ausentándose por unos instantes del paraíso bajasen a Toledo,
la capital del imperio, hasta que Felipe II en 1561 decide trasladar la
capitalidad a Madrid, para dar sepultura al noble y cristiano caballero entra
dentro de esa cotidianidad ante la presencia de la muerte. Y casi se concibe como un hecho corriente y
moliente esta intervención del más allá.
En el arte de
Greco hay algo de órfico; la pintura se
hace música y es imposible entenderla sin el acompañamiento de esa gran
polifonía, como reverberando en el fondo, que engozna sus composiciones. No hay
que perder de vista este carácter que tienen sus cuadros de “trotarios” o
melodía bizantina.
El Greco en este cuadro que supone el triunfo de la
misericordia y del amor, esenciales al cristianismo, pinta dos cuadros; el
superior y el inferior. Los cielos y la tierra se dan cita en el
acontecimiento. Ambos planos son estancos y para bien o para mal no llegarán
nunca a juntarse.
Paradójicamente el plano terrenal
gana la batalla al celestial. El Greco pinta las cosas como son o debían ser
según los canónes del ideal platónico pero se cohíbe ante los tremendismos y
las ficciones del más allá. En eso se parece un poco a Velázquez quien tampoco
supo pintar a los dioses. Y hasta supo reírse dellos como demuestran su fragua
de Vulcano y el Baco figurativo. Uno y otro, empero, saben dislocar el dibujo
para transmitir el movimiento de las cosas, “dando espíritu al leño y vida al
lino” que diría Góngora.
En el Entierro lo que está arriba es inferior en
calidad a lo que está abajo. Es mucho más desdibujado e imperfecto. Pues para
él lo que acontece de tejas abajo es mucho más importante que lo que pudiera
dilucidar el más allá. Todas una galería de rostros comparece haciendo corro
ante los dos insignes fosores quienes sujetan por los sobacos y las piernas al
difunto amortajado con toda la regalía. ¡Cómo brillan los aceros de su
armadura! A la vista está que por una vez el espacio tridimensional gana la
batalla al tiempo continuo. Los ojos posan ante todos y cada uno de los
asistentes al duelo. Afloran una serie de personajes que tristes y enlutados
hacen rueda de respeto. Muy engolados, pero serenos. El blanco de sus gorgueras
rizadas contrasta con el negro de sus tiesos jubones. En la capa llevan algunos
bordados la cruz de la Orden de Santiago. Admirable es la técnica de paños
mojados, que acentúa la trasparencia, con la que está bordado el sobrepelliz de
uno de los oficiantes, mientras un franciscano y un dominico rezan los
responsos, y un monaguillo, el hijo del propio Domínicos Theotocopoulos, Jorge
Manuel, mira “para la cámara”. Hay un cierto exacerbamiento de la silueta a lo
que se une el proverbial estrabismo estético de este autor. La vida no es más
que un perenne destello. Hace de preste oficiante don Diego de Covarrubias. En
la pechera de la pañosa de los circunstantes se borda la cruz colorada de los
maestres de Santiago. Ni que decir tiene que estamos entre caballeros.
¿Podrá haber en el mundo algo más melancólico que un
entierro? Los dos frailes explican a la
posterioridad el augusto suceso sin parar mientes en lo que acontece sobre sus
cabezas puesto que ya va dicho que el Greco, pese a ser un pintor virgíneo, lo
es más de la tierra que de los cielos. Toda su vida fue una ascensión
incandescente hacia ese plano superior, un regusto por la quimera. Plasma el
maestro con mayor acierto el cielo en la tierra que al revés, pues su realismo
no le permite transubstanciar lo que sus ojos, poros del alma, no visualizan.
De esta manera el ángel de la guarda llevando al cielo el alma del conde Orgaz,
representada en la forma de un niño, es mucho menos creíble que las caras de
los caballeros que asisten impertérritos al desarrollo del milagro. No cabe
cosa tan extraordinaria en medio de un hecho paranormal. Tanta familiaridad
ante lo que es poco consuetudinario resulta francamente portentosa como si los
circunstantes estuvieran habituados a vivir con el prodigio. Ninguno de ellos
muestra ninguna sorpresa ante la presencia de los dos santos bajados del cielo
para hacer las veces de enterradores. Estos son dos aparecidos y sin embargo su
aspecto no puede ser más real. Acaban de irrumpir en escena un anciano obispo y
un joven misacantano. Sosegaos. Sabe trasladar al lienzo la España de Felipe II
en plena apoteosis de una ciudad: Toledo. El pintor, que borda primorosamente
las fimbrias de sus ornamentos, pues ni la capa pluvial de san Agustín ni la
dalmática del primer diácono dan pasmos, tampoco se sobresalta al narrar los
acontecimientos. La piedad melancólica es el hilo conductor del suceso narrado
con toda la majestad pero al mismo tiempo con toda la sencillez. El Greco es el
pintor del catolicismo universal al que aspiró España en su siglo de oro, en el
que cupieran bajo la vara de Cristo sin exclusiones nacionalistas o chovinismos
todos los pueblos. No puede haber entonces pintor más insigne de la ortodoxia.
Que dos santos bajen del cielo para dar sepultura a un caballero que era
legatario de esos ideales de universalidad nada tiene de extraño. La sociedad
española a la sazón estaba acostumbrada a vivir con el milagro. El Entierro es
la faz emblemática de todo aquel pensamiento. Ni ante la vida ni ante la muerte
un hidalgo español ha de perder la compostura. Dicen que el enlosado de Santo
Tomé al recibir la visita de los dos santos se llenó de fragancias celestiales
pese a lo cual todos los que asistían a la ceremonia permanecieron quietos e
impertérritos. Entre los figurantes estaban don Juan de Austria, Góngora, los
hermanos Covarruvias, el hijo del artista y el propio Greco que deja su firma
estampada en griego en los vuelos del pañuelo de uno de los personajes, cabe la
hopalanda.
No es un cuadro lo que pinta, sino una idea, un
estado de ánimo. Estos caballeros, que se apiñan circunspectos con sus rostros
ligeramente buidos por la tristeza colmada de serenidad ante la paleta del
artista asisten ensimismados al portento. Héticos, silentes, con una punta de
desequilibrio en el mirar - ¿para dónde miran esos ojos que parece que están
viendo lo que acontece más allá?- los personajes que retrata el Greco bien
pudieran ser alguno de aquellos hidalgos que vagaban por la Imperial Ciudad
arriba y abajo de Zocodover y que para disimular el hambre publicando que
habían comido salpicaban la barba de unas migajas de pan. Almas ardientes
embutidas en estómagos vacíos vivían una segunda vida interior de absoluta
indiferencia frente a las cosas de este mundo. El autor se desentiende de su
obra y el Greco tiene poco que ver con esta austeridad. Sus biógrafos afirman
que gracias a sus cuadros nadó en la abundancia y se condujo munificente
como Creso en una Toledo empobrecida y
demacrada pese a ser entonces la corte. Es el pintor de cámara de la “dives
toletana”[1]
llevando una existencia regalada en aquel palacio de alquiler, que contaba con
veinticuatro estancias, propiedad del quiromántico marqués de Villena, del que
decían las crónicas que ni palabra mala ni obra buena. El tren de vida y la
fastuosidad del candiota, que ganó muchos ducados con el arte de Apeles, casan
poco con la frugalidad de los personajes
a los que traslada al lienzo. Todo arte emboza ya de por sí una contradicción.
Aunque el Greco se asimiló plenamente a las costumbres y al espíritu de Toledo,
identificándose con él, vivía como un veneciano. Incluso, contrataba músicos
para que le amenizasen las comidas. Insistimos: la música es muy importante en
la pintura solemne y celeste de este genio del cristianismo. No hay según eso
una identidad plena entre retratista y retratados. Su forma de pintar es una
manera diferente de entender el mundo, a través de esos semblantes con traza de
llama, dotados de un singular dramatismo escénico.
El estrabismo estético del autor les confirma una
alargadera que algunos atribuyen a determinado defecto óptico del propio
Theotocopoulos quien, según referencias, en los últimos años de su vida cayó en
la locura. Pero tal extremo no ha podido ser
probado y contiende con la envergadura de este griego transterrado y
transtornado a Castilla que pintó Toledo como un verdadero sueño lunar bajo una
luz lívida de ocres. Parece ser que la tesis sobre la enajenación mental del
Greco se sustenta el haber pasado por la casa de locos del hospital del Nuncio
de donde extrae los modelos para perfilar sus doce cuadros sobre el apostolado,
cuadros conservados todos ello en el monasterio de las Pelayas de Oviedo. El
Greco es un pintor de las almas y en todo alma hay un eco del infinito que se
plasma en un cierto grado de enajenación.
Tuvo infinidad de detractores. El más insigne fue el
propio Felipe II, todo un conocedor y en lides pictóricas peritísimo pero que
nunca llegó a entender su manejo de los colores. Tuvo un pleito con el cabildo
de Toledo porque en el Expolio, inicio de la pintura de la edad moderna, se
resiste a pintar a las tres marías a
longe, como nos relata el Evangelio.
De hecho, el propio monarca, que entendía de pintura, pero de gustos
absolutamente convencionales, que no le permitía entender ni su estrabismo ni
su tendencia a descoyuntar las figuras, como tampoco el áspero colorido con que
formula las escenas de sus personajes atormentados - el Greco es una sabia
combinación de lo ponderado y de lo desmedido-, mandó que fuese colgado en la
sacristía del Escorial el famoso
martirio de san Mauricio y la Legión Tebana encargando otro lienzo sobre
el mismo tema y del que ahora apenas se habla a un tal Cincinatti. Este fracaso
yuguló las aspiraciones del candiota a convertirse en pintor de cámara. Pero
él, pintor de eternidades, nunca podría ser un pintor de cámara al uso. No han
comprendido sus detractores que era un pintor de eternidades. Su obra
permaneció minusvalorada sin un reconocimiento categórico hasta bien entrado el
siglo XX.
Domínicos Theotocopoulos (lit. El muy hijo de la
madre de Dios) nacido en Candía en 1541 hace honor al título de su apellido.
Rompe con los moldes clásicos y ya en Castilla abjura de su romanismo y de su
helenismo para erguirse en portavoz del tétrico y a la vez sereno misticismo
hispano. En su obra se presenta una antinomia entre lo real y lo ideal. Y pinta
a base de crueles borrones impresionistas, muy poco convencionales pero que son
de un gran efecto sobre todo en los paisajes de Toledo bajo la luna, cuando la
luz circunfleja y espectral se derrama hasta derrumbarse sobre lo gollizos y
cuchillares del Tajo. El Greco es poesía marial, el triunfo del bien sobre las
fuerzas oscuras. Manuel B. Cossío, su indiscutible biógrafo, señala que en el
Expolio nace la pintura moderna. Hay en él un exacerbamiento de la silueta, por
lo que resulta uno de los tres grandes retratistas de todos los tiempos junto a
Leonardo y Velázquez.
Exégeta de los paraísos perdidos viene de la
filocalía de los bizantinos. Es su obra de un platonismo excéntrico y de un
cristianismo melancólico. El Greco en España
se desentiende de sus maestros venecianos y queda transfijo ante los
iconos fanariotas que lo vieron nacer. El resultado de esta mezcla de sangres
es algo profundamente español: sus cuadros se entienden mejor mientras se
escucha en lontananza a los coros del monte Athos. Carece por ejemplo de la
desesperación y pathos del arte protestante. De Rembrandt pongamos por caso.
Desconoce, asimismo, las estridencias de los bufones. Es un arte enteramente
aristócrata, pero de un exotismo criollo, por lo de mezcla de credos, cuasi
abrazador. Hasta en los locos del Apostolado se deja translucir un poso de
cordura. Supo pintar a los locos de Cristo. El Caballero de la Mano en el Pecho
y el busto de san Juan de Ávila refrendan ese supuesto. Arte incorrecto que
rezuma corrección. Pinta las esencias, va al grano. Por eso se denomina pintor
de pintores. De la vida del greco chipriota poco es lo que se sabe. Que
provenía de una familia de recia estirpe cristiana que huyó de Constantinopla
el año de la invasión de los turcos, 1453. Que antes de afincarse en Toledo,
donde se casó y tuvo un hijo, Jorge Manuel, anduvo por Italia aprendiendo
dibujo del Tizziano y de Rafael. Que supo transmitir al lienzo toda la carga de
grandeza del alma de Castilla. Que tuvo muchos pleitos con el cabildo de la
catedral, con la dirección del Hospital de Illescas por cuestiones que no hacen
al caso y que murió en Toledo en 1616.
Antonio Parra Galindo, periodista y licenciado en
Filología.
14 de diciembre de 2002
CARTA A TOMÁS SALVADOR, UN VETERANO DE AQUELLAS
ENCRUCIJADAS.
Querido Tomás: Yo sé que me escuchas encaramado en
lo alto de una garita, sita en los cuernos de aquella estrella, una de esas
estrellas de las noches de noviembre, mes de las ánimas, de los duendes y los
aparecidos, en esta tierra que abandonaste ya va para tres lustros.
Centinela en tu garita, contemplarás las heladas
aguas del Lago Ilmen, que fue para ti como una especie de mar de juventud y así
recordarás los días pretéritos como cuando estabas apostado en un pozo de
tirador frente a la estepa. ¿Te acuerdas?
Hoy siento angustia, no precisamente una angustia de
tu ausencia, sino el desaliento y el desazón ante el panorama que me circunda.
Alzo la mirada y la primera impresión que atrapa mis ojos es que todas aquellas
cosas contra las cuales tu pusiste tu vida al tablero allá en la lejana Rusia
son materia triunfante.
Esta angustia que me embarga viene tapizada de hojas
amarillas, que, como un sudario de antiguo esplendor yerto, se derrumban sobre
nuestros parques.
La nieve ya corona las sierras y la lluvia otoñal
desparrama sus aguaceros mientras a través del perfil de mi ventanuco oigo
pasar a las bandadas de aves migratorias rumbo hacia el sur. Son el mejor
presagio de la llegada del invierno.
Las emisoras españolas radian historias de mareas
negras. La mancha de petroleo del “Prestige” amenaza por el noroeste mientras
por el sur siguen de arribada las lanchas y pateras del flujo inmigratorio que
no cesa.
Las cabeceras de los periódicos refieren matanzas y
venganzas en espiral que no cesa y se enrosca como la cola del dragón
apocalíptico, con surtido de eternos golpes y de contragolpes. El problema
palestino, como el del hombre mismo, carece de solución y la tierra mientras
tanto parece que se empeña en parir sombras.
A costa de los coletazos del dragón encadenado cuyo
perpétuum mobile no es sino el estrago y la destrucción, llámese terrorismo,
fundamentalismo islámico u horda migratoria incontrolada, que están dando lugar
a una presión demográfica y a un corrimiento de pueblos como se desconocía de
la invasión de Roma por los bárbaros en el siglo quinto, o llámense mafias con
sus secuelas de inseguridad ciudadana que se cierne sobre nuestras ciudades,
tanto como la pornografía dura, la pornografía blanda y la pornopolítica, el
galeón de nuestras vidas puede irse a pique.
Por eso y por muchas cosas más esta tarde triste del
mes de difuntos un sentimiento de zozobra me sobrecoge. Se me ha formado un
nudo en la garganta. Es como si tuviese
miedo por este mundo que me rodea tan frágil, siempre a punto de estallar. Dicen
que siempre fue así pero ahora vivimos una guerra mucho más terrible si cabe
que la que tú conociste a orillas del Voljov. Porque el enemigo no está fuera
sino dentro de nosotros mismos, Tomás Salvador.
Valentina Yushina me pide, con motivo de cumplirse
el sexagenario de la batalla de Stalingrado, unas lineas para traer a colación
la magna efemérides, en la que perecieron
cerca de trescientos mil alemanes y que sería el primer golpe de azada
con que Hitler excavó su propia tumba.
Poco es lo que yo puedo aportar de mi propia
cosecha, pobre de mí, que no haya sido consignado de antemano a la hora de
contar aquella gesta que duró desde agosto de 1942 hasta febrero del año
siguiente con la capitulación de Von Paulus. Se han escrito miles de libros y
documentos al respecto.
Pero hay una idea que no quiero dejar pasar por alto
sobre todo después de haber releído tu gran novela, que aborda el cerco de San
Petesburgo (Leningrado) por fuerzas alemanas y que lleva por título “División
250" y es el carácter homérico de aquella conflagración. Como si sus participantes
asistieran a una alta ocasión que no volvería a repetirse en siglos.
Este libro tuyo, Tomás, es un canto a la Rusia
eterna en la que se barajan una serie de nociones proféticas a las que no
habría de perder vista para comprender la actualidad y que se resumirían en dos
apartados:
l.- Las guerras de exterminio con sus miserias,
inanidades, flagelos y heroísmos, se organizan en los altos despachos de las
finanzas, pues todas responden a intereses económicos, por unos pocos, para que
sean muchos los que padezcan sus consecuencias.
2. - Europa haría mal en vivir de espaldas a Rusia,
un país que viene a ser su reserva espiritual y apéndice de sus propios sueños.
Tolstoi, Pushkin, Gogol, Tchaikovsky, Rimsky Korsakov son manifestaciones de
ese genio europeo tan precisos como el de Descartes, Kant o Shakespeare. Un
talante que tiene mucho que ver con el cristianismo.
Sólo ambas ideas harían a tu División 250 altamente
recomendable pero hay en sus páginas otros atributos.
En él se respira la poesía de la guerra, la
esperanza de un mundo mejor, la compasión y el perdón hacia todos los que
padecen los rigores del campo de batalla cualquiera que fuere su insignia.
Tú ya sabías por eso mismo que las generaciones
futuras no os iban a entender, pero no importa. “División 250" es en la
actualidad un libro descabalgado, fuera de catálogo en España, y en Rusia son
pocos los que lo conocen pues no creo que haya sido traducido. Están pidiendo a
gritos la mano de un traductor para que el público lector de aquel gran país
pudiese tener la versión de la otra parte, desde los que disparaban de este
lado de las trincheras. Además es una obra de arte y las obras de arte están
por encimas de las caducas maniobras de la política.
Pero surge siempre una mano negra, dispuesta a
impedir que los hombres de buena voluntad se entiendan. Esta ignorancia y este
olvido en que ha caído tu obra, Tomás Salvador, me pone muy triste.
Esta noche al escuchar los estampidos de los cañones
de Stalingrado es como si escuchase las campanas tocar a clamor por los cerca
de cincuenta millones de seres humanos que murieron en aquella gran
tragedia. Cuando las guerras estallan
dicen que la verdad causa baja y nace la propaganda. Las guerras carecen de
criterios estéticos. Por eso precisamente.
UNA NOVELA DE SEGISMUNDO LUENGO
Por Antonio Parra.
Tuvo Zamora siempre fama justa de ser tierra de
buenos novelistas, escritores y periodistas. Por citar unos nombres: Rufo
Gamazo, Agustín García Calvo, Bartolomé Mostaza. Comarca fronteriza, presenta
una serie de variantes dialectales y léxicas que son de monto y que honran la
literatura castellana desde los primeros poetas del Rimado de Palacio hasta aquel cisterciense que colgó los hábitos
por ir a servir al emperador a tierras europeas, y que se llamaba Cristóbal de
Castillejo, el defensor del viejo metro castellano en contra de los modernistas
italianizantes y que estuvo poco reconocido siempre por los manuales
regalistas. Pero eso es siempre Zamora que unos llevan el agua pero que es
épica desde la primera victoria de los mesnaderos castellanos contra Abderramán
III, quien a la puertas de la heroica ciudad mascó el polvo de una de sus pocas
derrotas. Al gran emir de los abasidas los acontecimientos de este verano en la
peripecia de la Isla de Perejil con las reivindicaciones trasnochadas del
autócrata del Magreb lo han colocado en la punta de lanza de la actualidad.
Zamora, por más que orillada, es para los apasionados de la literatura fuego
perenne. Las largas horas del verano con sus ocios y esparcimientos me han
permitido leer de un tirón una bella obra de Segismundo Luengo, hermoso libro y
de una acción intensa y trepidante aunque adolezca de los manidos defectos de
las producciones primerizas.
Los vagabundos no mueren del autor
sayagués fue saludada por la crítica como un suceso y con un alborozado
“novelista tenemos” que dejó caer judicante desde las páginas de “Arriba”
Eduardo Haro Tecglén - lo que cambian los tiempos- y por el propio Camilo José
Cela quien había prologado un libro anterior de Luengo, El Duero baja negro. Alfredo Marquerie encuentra en esta novela
concomitancias con los maestros rusos. Y todos por lo general se hacen lenguas
de ella, dada la agilidad y garbo, sin dar de lado a la riqueza de estilo y a
la propiedad del lenguaje en que está escrita.
Aunque el autor sitúa la acción de los “Vagabundos
no mueren” a primeros de la pasada centuria lo cierto es que la trama se
ambienta en el Madrid de principios de los años 40 con su clima de calma
chicha, de refugiados nazis y de agentes comunistas, periodistas incendiarios
con una tea en una mano y en la otra el cálamo. Tampoco falta el amor.
Precisamente su protagonista, un periodista integro por nombre Patricio, por su
renuencia a aceptar aquello que va contra su conciencia, acabará pidiendo limosna.
“Los vagabundos” es la historia de un ascenso. El del amor. Y de una caída. El
desamor. Lo mejor de su vida, dice, fue Berta, que marcó a fuego a Patricio.
Igual que si fuera una res. Berta venía huyendo del Berlín hitleriano y
encontró en España un país que la llena de entusiasmo. Amó el paisaje pero
desconocía el paisanaje.
Berta y Patricio llegan a encontrarse trabajando en
La Hora, un periódico que tenía establecida su sede en la calle de la Montera y
cuyo propietario era una tal don Zacarías, oscuro personaje y que actuaba como
hombre de paja de una red de estraperlistas internacionales que mezclaba las
ideologías con la trata de blancas, la extorsión y el chantaje. Los problemas
que plantea el libro no pueden ser más actuales. Patricio trabaja para este
consorcio pero se niega a vender su pluma a sus amos. Estos a lo primero se
sorprenden. Luego se irritan y optan en ultima instancia por quitarselo de
enmedio. Una tarde le envían dos “negros” pero se equivocan de individuo y
matan por error a una amigo, un vasco que se había hecho cargo de la dirección
del rotativo mientras el protagonista pasaba unos días de luna de miel en su
tierra zamorana. Estas vacaciones en Galende lo libraron del filo de la
navaja
El
tempo.
El tempo de una buena historia tiene algo del
ajetreo de un martillo pilón. La vida no es más que un golpe de rodezno.
Arriba, abajo, afuera, adentro, delante, detrás. El movimiento de la naturaleza
es pendular. Y el modelo elegido no es la trayectoria homogénea del dardo
desplazándose en una sola dirección para vencer la ley de la gravedad. Se
parece más al movimiento de círculo. Tiene que ver con el acaso y con las
alternancias de la casualidad o los binomios de la paradoja que sobrecogen a
por igual a entusiastas y a escoliastas. Luengo (sus amigos preferimos siempre
llamarle Segis) en esta novela tan ponderada y que contó con los elogios del
Dr. Marañón, aparte de los epígonos arriba consignados, de rasgos biográficos,
penetra a golpes de azud en los entresijos anímicos de los encartados.
Proliferan las buenas observaciones sobre el paisaje y las gentes que lo
pueblan. Hay una buena visión del mundo. El estilo es recio, tan pronto amargo
como de una ternura sublime. La noria novelística de Luengo se mueve con
estridencias barojianas. Hay un pensamiento que se perfila como mensaje
críptico a lo largo de la redacción de la obra. Y es que el destino se ensaña
inexorablemente con los mejor preparados mientras trata con benevolencia a los
inicuos y mediocres. No es cuestión de pedir peras al olmo. La naturaleza es
injusta, desordenada e imprevisible sobre todo en lo que hace referencia al
comportamiento. Para el bueno no hay piedad. Esa es la fija. De manera que
Patricio, un perdedor, pega tumbos por la trama. Se había enfrentado al sistema
y nostramo se ensaña con los que le hacen momos. Le queman el periódico, lo
intentan asesinar, envían anónimos delatores a su novia alemana “que había
traicionado a la causa”. El héroe se enfrenta a la fatalidad aun a sabiendas de
que lleva las de perder puesto que ellos son demasiado poderosos. Hay atisbos
autobiográficos dispersos por toda la narración. Los que conocimos
personalmente a Segis - un astur leonés enteco, bajito de cuerpo pero grande de
espíritu y con un par de lo que hay que tener- sabemos que era proclive a
enfrentarse hasta con el mismo lucero del alba. Cuando se cabreaba hasta las
colecciones de los más sesudos periódicos que se conservaban en la Hemeroteca
Nacional se echaban a temblar. El narrador no habla por tanto de oídas sino que
aporta datos de su propia vividura.
La
busca.
Los personajes se hallan trazados a soga y tizón. Hay
un buen andamiaje arquitectónico. Pero son bocetos acaso de una novela más
larga que el autor se proponía transcribir. Obligado por la necesidad o por la
falta de espacio y de tiempo de su perentoriedad periodística las cosas quedan
como colgando in medias res. Hasta en eso. En su nerviosidad e intrepidez se
nota que el libro ha salido del magín de un reportero. Parecen los personajes
daguerrotipos de Baroja y hacen pensar en los desarrapados de “La Busca”. La
vida de un periodista con sus agujeros negros iluminados de bohemia tiene
puertas encantadas que conducen a la planta noble de la gloria. Por más que -
también - balcones que se asoman al abismo. Nostramo no perdona, como
consecuencia de su intento de agresión al juez durante el auto de procesamiento
a los culpables del asesinato de su amigo es condenado el protagonista a cinco
años de destierro en Las Hurdes. Intenta huir del cepo que le tienden las fuerzas
oscuras que conspiran contra su destino pero hay alguien arriba que decide por
nosotros, y no somos libres. Resulta víctima de su propio pathos y a esta
adversa circunstancia se añade su mal carácter que le hace ir dejando jirones
de su propia alma en cada zarza poniendo la vida al tablero a la menor
eventualidad. Patricio acaba de bacinero (mendigo). En los primeros capítulos
la descripción de la vida miserable - la pobreza le ha devuelto la libertad- se
alcanza el punto de inflexión. Es lo mejor del libro hasta el punto de crear
escuela. Cela, Bartolomé Soler, Sebastián Juan Arbó. Emilio Romero en el Vagabundo pasa de largo, y otros,
abordan la misma cuestión de los hombres derelictos, quizás con más éxito y
fanfarria pero sin la originalidad de Segismundo Luengo quien aquí rampa como
un verdadero Cid Campeador de la novelística de su tiempo. Es tan psicólogo
como Rafael Sánchez Mazas y tan eximio relator como Manuel Pombo Angulo. Por lo
que contiene de reto a las fuerzas oscuras y la crítica a los poderes fácticos,
de los que no sale indemne la Iglesia (resulta pertinentísima la descripción
del cura de aldea repartiendo sopapos entre sus monaguillos para luego predicar
el que os améis los unos a los otros como yo os he amado) esta novela es un
exorcismo contra los demonios familiares que nos cercan. Alguien dijo que
escribir es llorar, más bien se trata de un ejercicio espiritual en el que se
suplica la gracia y el perdón por un mundo maravilloso pero sin sentido en el
que resulta poco recomendable meterse a redentor. Porque los males arrancan de
antiguo y carecen de solución. Basta con mirar lo que acontece y hurgar en la
basura bardanera de los traspatios. Los escritores de la leva zamorana de
postguerra, inmensamente rica, no eran paniaguados, contra el criterio que se
viene anunciando a bombo y platillo, del régimen sino que con frecuencia
vapuleen al sistema con más margen de crítica y cociente de libertades que hay
hoy frente al rodillo que se cierne sobre nuestras cabezas. Este sistema que
encontró precisamente en sus versos y en su prosa una válvula de escape. Las
normas de publicación no eran tan férreas como en la actualidad, a raíz de la
llegada de los émulos a la demócrata del Gran Inquisidor y la irrupción de los
magnos visires del pensamiento, los veedores y mozos de espuela del Supremo,
los zascandiles de Nostramo.
Las
cabezadas del rodezno.
Segismundo Luengo blandea en algunos trancos de la
narración la tea de los grandes libertarios a sabiendas de que la “rebelión
contra los magnates” no la perdonará ningún jefe de negociado, que el criminal
se resguarda a veces bajo la misma cobija que el santo y que también los hay
desafortunados, puesto que criados con leche de llueca acabaron destinados a
las pocilgas del fracaso. ¿Pero qué es el éxito y qué es la derrota? No hay
baremos. Todos ellos acabaron humillando la cerviz bajo la testuz de la
libélula apocalíptica y sometidos a los golpes del rodezno de maldades que pega
cabezadas a diestro y siniestro y manda intrigas y traiciones. Todo aquello que
es parte y aditamento de la existencia humana. La rueda dentada cabecea
indiscriminadamente convirtiendo en golpes de melancólico son todo su trajín. ¡
Cuán bellos paisajes! Pero ¿cabría decir lo mismo del paisanaje? Su barbara
geografía - comenta - hace a los españoles seres diferentes y como extraños a
sí mismos. ¿Están los españoles a la altura de su paisaje? El Escorial es
magnifico pero aguarda que suba todo el personal que hace trasbordo en Venta de
Baños. Si quieres sentir pena por la humanidad vete a una corrida de toros o
metete en un tablao flamenco mientras haces tiempo para tomar el tren burra a
las dos de la mañana que pasa por Medina del Campo. Sumergete en los abismos de
la telebasura. La inquisición ha resucitado de la mano de la prensa rosa. Lo que decía Cánovas, se es español porque no
se puede ser otra cosa. Cuando la
vulgaridad hace presa en España somos capaces de dar lecciones de cutrez a
media humanidad. Las bailadoras llevan una faca en la liga, según observó
Próspero Merimée. Es la imagen que ha dado la vuelta al mundo aunque en el
fondo nos desconocen. Pasa un campesino en chanclos, un marranero agita la
tralla en mitad del andén, cerca de una señora de luto que sentada sobre una
maleta de hatillos da de mamar a un niño. En la estación no hay bancos y los
del vagón son de madera. He aquí a los habitantes desesperados del triste
paraíso. Un estremecimiento anarquista, una desesperación sin límites, recorre
todo este libro. Luengo recuerda en la manera de narrar a los maestros rusos.
El suyo es un ejercicio de puro nihilismo, un descenso a las zahurdas del
subconsciente donde Pedro Botero agita los cuerpos de los condenados en el
calderón incombustible. Hasta se escucha una melopea infernal. Todos los
españoles en alguna ocasión hemos escuchado esa cantilena. Patricio nos ha
descubierto parcelas insospechadas e incontroladas de nuestro yo inerte. en
todos nosotros duerme un andarríos como el protagonista de la novela,
contrariado y triste, que duerme en la hura de un pajar. Cuando el almud de la
existencia se convierte en arma arrojadiza contra nuestro propio destino es
para echarse a temblar. No hay solución ni escapatoria posible. Cualquier día
te llevan preso los “charoles” o te tienden boca arriba entre cuatro cirios.
Esa es la fija. “Los vagabundos no mueren” fue publicada en 1951. Al cabo de
más de medio siglo mantiene su lozanía e interés. Y sigue siendo actual ante la
invariabilidad del ser humano que siguen siendo los mismos. Sólo mudan siquiera
levemente las situaciones. Su estilo tan zurrador y poético como el Viaje a la Alcarria, cuyos pasajes
recuerda, continúa siendo golosina para los catadores de la buena literatura.
Por eso la obra del sayagués tendrá que ser revisada, es una injusticia que
yazga en el olvido.
Antonio Parra Galindo
5 de noviembre de 2002
SOLILOQUIOS AGUSTINIANOS FRENTE A UN
HIERÁTICO TETRAMORFOS
Dios, la existencia del mal, la
intervención diabólica en el mundo, el poder de la gracia, lo engañosas que
pueden resultar las formas terrenas para un ser creado para la eternidad son
algunas de las ideas que repetidamente y con pulido decoro, a lo largo de
párrafos impregnados de retórica, va dejando caer el divino Aurelio Agustín en
el transcurso de su dilatada obra.
Con parsimonia platónica advierte
que no existe el mal (todo un golpe de claxon al mundo actual) sino que
consiste en la privación del bien y de la libertad.
Para el obispo de Hipona éste se
cuenta íntimamente relacionado con el Verbum
Bonum como entidad creadora. Quiere decir lo mismo que Dios, un concepto
que entrevera el autor con las equipolencias trinitarias.
Y a ese Dios, por lo mismo, trata de
definir a base de una concatenación de cualidades negativas: insondable,
indeterminable, no circunscrito, intemporal, inefable, imperceptible, inmutable.
Luego lo trasvasa a la categoría de
potencia creadora puesto que la divinidad inmanente y trascendente es toda vez
trascendente, pasible, activa, contemplando al hombre como criatura asomada,
supeditada y revertida hacia ese Verbum del que depende y que se nos ha
manifestado por su epifanía en la persona de Cristo.
Aquí puede haber truco pero todas
las religiones e incluso la de Agustín que es la más perfecta se reservan el
derecho de sus propias añagazas a la hora de dar explicaciones a lo inexplicable.
Es el derecho a la duda y al beneficio de la trampa.
Sin embargo, el lenguaje de Agustín tiene un aroma
de eternidad tanto cuando se refiere a ese dios centro de la creación como un figulus (alfarero) como cuando se compadece de aquellos que desconocen a
Cristo, no lo buscan, no le aman y viven en el infierno de su lejanía,
desterrados del amor. Viven alejados del sumo bien y enajenados con la libertad
llevando una existencia anodina e insípida que los convierte en seres devorados
por sus propias pasiones. Aquí Agustín puede que esté haciendo sonar los
timbres de cara al hombre moderno al que reprocha su voracidad (edacitas) y el vivir empecatados, que
no es vivir, de nuestra sociedad.
Pero en tiempos del santo obispo, sepamoslo para
nuestro desconsuelo, era también lo mismo que en la rabiosa actualidad. El
hombre no tiene solución. Es como Israel.
Llevamos una existencia anodina e insípida que nos
convierte en alimañas devoradas por sus propios semejantes. Somos siervos de
las pasiones y alentamos en la cueva de los propios vicios.
Echa el escritor una mirada a cuanto le rodea y no
puede por menos de sentir angustia. Las cosas transitorias del presente han de
ser toleradas, nunca buscadas, porque esta vida no es sino un destierro, el que
brinda la concupiscencia y las cosas del cuerpo.
De ahí brota el drama trágico del ánima agustiniana
que con tanto entusiasmo de verdadero neoplatónico observa y canta la obra de
la creación y hasta llegó a amarla cuando se enamora de aquella esclava númida
que le dio a su hijo Adeodato, aunque nunca pudo desvestirse jamás del lenguaje
retórico y de los resabios maniqueos de su juventud.
El mundo no es mas que un reflejo imperfecto del
Súmmum Bonum, exclama cuando desengañado de las cosas humanas y de los estragos
que debió de causar en él su pasión amorosa opta por la conversión. El amor
humano nunca será capaz de saciarnos - es su conclusión- porque cuanto más lo
gozas más estraga.
Se echa de ver como el platonismo de los griegos en
el obispo de Hipona se une en comunión a la religión de los nazarenos. Este
neoplatonismo es toda su fuerza y su savia teológico-filosófica. Una añoranza
del edén perdido, una nostalgia del dulce jardín del que fuimos expulsados
junto con deseo de contemplar a Dios de frente y sin los óbices de los espejos,
enigmas y miramientos constituye el meollo y la enjundia de toda la obra
literaria de este romano de provincias.
Es el primero en cantar la melancólica belleza, que
siente el eco que le convoca a la eternidad y lo transfigura a causa de un
deseo inalcanzable hasta que la muerte
rompa ese espejo que nos garantiza visión tan imperfecta del sumo bien y se
desaten los nudos de los sentidos que coartan el ángulo de mira. En su pluma
resuenan los melifluos coros y los “versos entonados durante la felicidad
perpetua que vendrá”. Es así que una de los pilares de la iglesia occidente se
nos vuelve completamente oriental. Era de rito ambrosiano y el rito del santo
obispo de Milán miraba hacia Bizancio como la puerta de la nueva Roma y la
Jerusalén celeste. Hay en toda la obra
agustiniana como en la de san Isidoro un gran sentido litúrgico.
El mundo moderno no aspira a esa luz que vendrá sino
a la que ahora y en este lugar baña sus pupilas. El mundo actual no cree en las
lagrimas. Es fanático de su propia tecnología pero no entiende la
estructuración jerárquica con que contempla el autor de la Ciudad de Dios el
mundo de los poderes sensibles subordinado a lo preternatural.
Por eso no se extasía con los angeles agustinianos
que luego plasmaría Frá Angelico pulsando el arpa de la salmodia incesante. El
rasero de medir en ese libro es el illic
et tunc (allá y entonces) de los
neoplatónicos pero hoy estamos calados hasta los huesos del dios semita que
atronó en el Sinaí y para quien los planteamientos no son iguales ni predican
la trascendencia sino el hic et nunc de los huesos y de la carne viva. El
cristianismo, salvo en las excepciones del jesuitismo y del Opus Dei, que
preconizan una justificación por las obras y avenencia con el mundo, no ha
conseguido romper con ese estigma, esa tremenda dualidad. Las dos corrientes
mentadas se sitúan en una dinámica protestante de moral utilitaria. Pero esto no es católico. Lo verdaderamente
católico es la tesis formulada por san Agustín.
Moisés y Mahoma desoyendo la voz del Querubín cifran
su esfuerzo en amarrar una existencia y un buen pasar acá abajo. Pero el
evangelio grita: “ el que busca su vida la perderá”. Ni judíos ni moros ni
protestantes podrán nunca comprender la utopía agustiniana a la escucha de los
coros del más allá. Como tampoco su
irredento idealismo aunque todos ellos hayan de su lado caído en sus propias
utopías e irredenciones.
El alma agustina no teme a la muerte por beber en el
torrente de la eternidad. Sus personajes forman parte de una feliz sociedad de
ciudadanos supernos los cuales tras las tristes labores de peregrinación en
esta vida en el más allá tendrán asegurada su recompensa pudiendo gozar de la
hermosura del verbo. No es el ubi el adverbio de lugar sino el ibi. En esta
alternancia de demostrativos está expresada toda una forma esencial de vivir y
de pensar. Es hasta allá, ese lugar que nos tiene preparado hacia donde los
ciudadanos de la Jerusalén Celeste encaminan sus pasos y dirigen sus miradas.
Es allá donde entonarán las loas eternas.
Y ¡qué loas, qué cánticos! ¡Qué instrumentos
músicos, qué arpas, qué himnodias - concluye se escucharán en aquel lugar sin
interrupción!
Esta idea de la majestad solemne del hieratismo del
Tetramorfos sólo podrán entenderla quienes alguna vez hayan asistido a unos
oficios solemnes en una catedral ortodoxa. Los coros suenan en Kiev, en Moscú,
en Atenas. Para Agustín el cristianismo es una perpetua melodía y el hombre ha
nacido para entonar alabanzas a la divinidad en el paraíso. Aquí volvemos a topar
con la vieja noción de Fides ex auditu. La religión predicada por el Nazareno
pide tener buen oído. No entra por los ojos como acontece en sus dos hermanas
gemelas. En ese amor a la himnodia que tantas veces salta a los renglones de la
obra del Genio de Tagaste se nos revela un apasionado de la armonía.
El protestantismo y la contrarreforma se encargaron
de acabar con ella y nada se diga de la revolución francesa pero es con todo
una de las grandes estrofas del pentagrama de la partitura del cristianismo.
Dios es la belleza, no se cansa de repetir san Agustín en sus entregas.
Es un poco la máxima juanramoniana de no la toquéis
más que así es la rosa. No tiene vuelta de hoja. Cuanto más lo expliquemos
menos comprenderemos. El dulce obispo nos recuerda que a Xto sólo se le puede
conocer por medio del corazón. Ciertamente que su obra vive una contradicción
perenne entre el ubi y el ibi, el hic y el illic, una contradicción que sólo se
puede superar mediante la tristeza y el vacío que dejan las cosas de este mundo.
Esto es al menos lo que postula el divino quirógrafo
a lo largo de muchos volúmenes de letra apretada. No hace en ellos otra cosa
que machacar sobre un par de ideas. Quienes se sumerjan en la lectura de los
Soliloquia, del Manual de la Contemplación y sobre todo en la Ciudad de Dios
tendrán la sensación de estar leyendo siempre un mismo y único libro, como si
fuera una película de José Luis Garci.
El problema en el que cae este torrente de imágenes
que conforman el estro y el hipérbaton del hijo de Mónica es la iteración y el
peligro de círculo vicioso que tiene todo
lenguaje cuando se propone trasladar a los sentidos las ideas que
palpitan en los arcanos de lo ultra sensorial.
A veces Agustín da la sensación de perderse en el
abismo para encontrarse y emerger de nuevo en el alma que renuncia a los
afectos. Por eso resulta nada fácil, aunque grata, premiosa, aunque sublime su
obra. La lectura de los textos conviene sacarla adelante sin prisa. Algo punto
menos que imposible en estos tiempos. Sobre todo cuando la propuesta que
contiene se refiere sólo al oído de la fe inmarcesible no a cosas de ámbito
concreto y marcadas por las competencias de una realidad demoledora.
Recomienda con frecuencia vacar de Dios, esto es,
sumergirse en el abismo infinito, liarse la manta a la cabeza. Perderse. La
lectura en estos días serenos y tristes de octubre de los Soliloquia me ha
retrotraído a mí, hombre que vivo en los albores del siglo XXI que leo noticias
y escucho informativos como el asalto con toma de rehenes de un teatro de
Moscú, no puede por menos de llenarme de melancolía. Las cosas han variado poco
desde los cuatrocientos en que redacta este autor, con una diferencia que el
diablo parece que tiene más fuerza y que los cristianos, que ya en tiempos de
Agustín sintieron estremecerse los muros de Roma, hoy se mueven en precario.
Los verdaderos cristianos, digo.
Y he llegado a la conclusión de que, de vivir hoy en
día, no dejaría de estar considerado el santo de Tagaste como un pobre hombre.
Un perdedor, condenado a la anonimia de escritor fracasado y sujeto a los
delirios de su página en blanco. ¡Ay esas páginas en blanco de nuestros
fantasmas ensabanados!
Zarandeado por el ubi y el hic et nunc de la
actualidad todopoderosa viviría volcado hacia el territorio del ibi del más
allá. Se le dejaría vivir angustiado por sus propios denuestos a solas con su
Dios, un Dios que no suele bajar de su pedestal a los que con tanto denuedo lo
invocan. Ubi est deus tuus?
Él fue el que inaugura el inmenso monologo y le
busca el pulso a todos los místicos que han seguido sus pasos. A sabiendas de
no andar en un diálogo sin respuesta, dicen los que no tienen fe. Ubi est deus
tuus?¿Dónde está tu dios?
Agustín es el primero en llamar al Zeus cristiano
por su propio nombre y en dirigirse a él a lo largo de miles de páginas de
derretidas dulcedumbres en las que el alma siente el aguijón de este destierro
y suspira por la Jerusalén celeste.
Fue el gran maestro de los convertidos que en este
mundo han sido pero también un consumado malabarista en las artes del disimulo.
Nos maravilla y nos encandila hasta cuando hincha el perro a lo largo de sus
tratados de largo recorrido y de sus capítulos espirituales, los cuales, pese a
todo, siguen sentando plaza de añoranza por ese Dios ausente en nuestra época.
Quedaban casi quince siglos para que, cual energúmeno, se alzase Nietzsche
contra el teósofo norteafricano pero para sus lectores, entre los cuales me
cuento, y que después de cerrar sus Soliloquia nos enfrascamos en este caos
audiovisual del siglo de Nietzsche, el Dios de Agustín no ha muerto. Vivirá
eternamente aunque sea falso.
28 de octubre de 2002
Recordando el ayer.
LOS TIEMPOS DEL COLUMPIO LONDINENSE.
Me acuerdo de bastantes cosas porque fui testigo del
pasar de la página de la historia durante mis años de estancia en Inglaterra
donde transcurrieron siete años de mi vida, quizás los mejores. Fue uno de esos
privilegios y misterios. El furor de los Beatles caló en mí durante mi vividura
en aquella nación patria de la juventud mundial que acudía encandilada por
Carnaby Street, el Eros de Picadillo y el soniquete de unas coplas harto
pegadizas. Puedo decir sin exageraciones parodiando una novela de Graham Green
que Inglaterra me hizo. Mis primeros reportajes (algún guardo algunas fotos en
carpetas por ahí perdidas) fue al Museo de los Horrores. Había una cabeza
clavada en una pica y la imagen de cera de Edward Heath, Haroldo Wilson y
Callagaham, estaban en una misma ristra. Me gustaba la alcahuetería de algunos
columnistas de la prensa de cejas bajas que hoy imitan todos. Era el tiempo de
vendimia para los “gossip” y los “pander”. Iba a conocer el periodismo con
éntasis y énfasis de la banalidad que la pela es la pela aunque los ídolos de
barro por ellos creado aguantaban menos y tenían vida mucha más efímeras que
los monigotes que forman hoy plantilla en el famoseo nacional. La eminencia
gris del sistema monárquico que nos pervade que tiene a Ansón como oráculo debe
de estar orgulloso de su engendro. El régimen se apoya en la piedra basal de
esas personalidades televisivas, fondonas y con mucho maquillaje a cuestas, que
cuando dicen hay que ver lo guapo que es nuestro príncipe parece que tienen un
orgasmo. Pero para quien ha probado la jalea real estas pócimas de imitación
que nos ofrecen nuestros columnarios instalados le parecen mejunjes. Puede que
esto acabe como el rosario de la aurora, ojalá me equivoque. Lo traigo a
colación porque no puedo menos de evitar una sonrisa ante el entusiasmo y ardor
de nuestros gacetilleros ex convictos mucho de ellos a la caza de la noticia
como ese Coto Matamoros, y no prorrumpo en invectivas. Me limito a hacer mutis
por el foro. Se machaca todos los días en el hierro frío de nuestra vulgaridad.
Se glorifica a las figuras de bricho. El oropel sea nuestro decoro y de esta
glorificación puede subseguirse el parto de los montes. Pero los ingleses
sabían hacerlo bien. Son gente con clase y se ponen el mundo por montera pero a
los émulos de aquí se les ve el plumero. Nos están dando entre muchos espasmos
y contoneos la calderilla de las pelucas empolvadas y no puede ser más triste
el espectáculo en medio de tanto jolgorio. Ahora bien, a lo que yo asistí en
los prodigiosos sesenta fue al triunfo de la imagen. A la divinización de la
fotografía. Pulsé las nuevas inclinaciones de la media. La promoción subitánea
y el escapismo. Presencié el nuevo nacimiento de Venus surgiendo de las aguas.
Era una londinense casi esquelética y anorexia que se desayunaba con una
manzana y un vaso de agua de rosas y ya no tomaba más en todo el día. Fue un
lanzamiento. Twiggy se convirtió en un icono. La madona que adoraron las nuevas
generaciones y el espejo en que se miraban todas las inglesas en edad de
merecer. “I du know” (no sé) y “I can~t be bothered for lunch[3]”
era la frase preferida de esta modelo la mejor cobrada. Cobraba por sesión cien
esterlinas. En aquel tiempo ya era un pellizco. Estábamos todos en una nueva
dimensión. El reino del “scoop” y del pisotón. Twiggy nos enamoraba con sus
ojos líquidos y su delgadez de muchacha plana sin pechos y sin trasero. El ojo
privado era nuestra fuente primordial de información. Tenía mucho de pasquín
pero acertaba. Recuerdo un chiste de semana santa que insertó Private Eye en
sus páginas. “Este año no habrá navidad porque la Virgen María toma la
píldora”. La frase provocó una verdadera revuelta nacional pero la revista
contestataria y semi clandestina volvió a la carga y preguntaba en un chiste
firmado por Cummings, uno de sus más afamados coronistas: “Any one for the last
Supper”, decía un camarero de la British Railways que pasaba por los
compartimentos con la indiferencia y profesionalidad con la que los revisores
de ferrocarriles en Inglaterra cruzan el ténder picando billetes. Al ágape se
apuntaron doce obispos y un presbítero. Una infamia contra la eucaristía que
provocó una verdadera carcajada nacional. No fue más que un buen chiste de
Richard. Pintaba un camarero en un vagón
restaurante de la BR y preguntaba a un grupo de clérigos si alguno quería
participar en la Última Cena. Era aquella revista escribían el hijo de Evelyn
Waugh, Aubirn Amis, novelista de nota y Charles Douglas-Hume el cual se suicidó
después de haber tenido una obra en cartel más de dos años en el East End su
comedia “Please, no sex, we arte British”. Era una carrera de ratas a la
búsqueda de los genes fotogénicos. Había una gran promiscuidad sexual y el sexo
era fácil lo que hizo decaer la oferta de las meretrices que en el Soho tuvo un
encuadre histórico. Las señoras putas estaban mano sobre mano en aquellos parlor[2]o
parlatorios donde languidecían al amor de las estufas de gas. Nunca habían
tenido tan poco trabajo. La pornografía se hizo un género para la exportación y
se producían reinas y modelo para la imitación universal. Yo conocí a la Gamba
(The Schrimp) que antes de entrar en el mundo de la farándula trabajaba como simple mecanógrafa. Con
ella y con Twiggy reinas excelsas del glamour empieza una nueva era. Lord
Snowdon el marido de la princesa Margarita tenía un estudio en el barrio de
Pimlico. La lente de aumento se convirtió en símbolo de aquella época. Muchos
de los héroes que hicieron a Gran Bretaña un país señero y reclamo eran
fotógrafo. Sólo encuentro un adjetivo para definir mi experiencia. Es el
término flamboyance o flamboyanes. Un
tiempo flamígero, vistoso, resplandeciente. Y así fue: hasta las camisas y los
trajes con pantalones bombachos se adecuaban a este epíteto. Sustituyeron la
gabardina pringosa y el “dufelldcoat”
de lana basta, que
utilizaban los campeadores y en la
marina por los abrigos de garras con vueltos de piel de zorro.
Susurros
desde mi ajarafe
ENVUELTOS
EN LA NUBE DEL NO SABER
por Antonio Parra
Los eremitas mozárabes que vivieron
en Asturias y León, buena parte de
Galicia, en el alta media, buscaban para su apartamiento del comercio con las
gentes los lugares más recónditos en sitios inaccesibles como fueron el Valle
del Silencio, en casi todas las pedrizas como la que queda trasmontana al
macizo central, las cumbres de Tineo o las fragosidades de la cuenca del Sil.
A veces, cuando la huida del mundo
no podía llevarse a cabo, se encuevaban
en piezas secretas de las iglesias y de los monasterios. Eran los emparedados
del buen Dios.
Así nació la tradición de las
cámaras santas y el fuero sagrado de la jurisdicción monacal que nunca podría
ser pisoteado por el poder temporal.
Hay tres núcleos de monacato
visigótico bizantino que florecen a redropelo de la onda expansiva del islam al
alborear la edad media. El primero tenía sus contrafuertes en las estribaciones
del Macizo Central fajando en ceñida los predios del valle del Duratón donde
encontraron albergue y escondite al venir huyendo de la quema - nunca mejor
dicho- incoada en nombre de alá, eterno y misericordioso penitentes tan
insignes, o nobles tan desengañados como Valentín, Frutos y Engracia o el beato
Paniagua, una especie de estilita encaramado a su columna, un loco de Xto
emboscado en su espelunca.
Este anacoreta era de mi pueblo y
vivió en el seno de una roca que se yergue en la significativa comarca del
Duratón. Tierra de frontera y de refugio natural gracias a sus pedrizas y a los
escondrijos que ofrece la horadada roca viva. El monacato lo inventaron los
filosofos griegos por nombre cínicos.
El pueblo se llama Fuentesoto. Limita al norte con
Valtiendas y tiene una anejo Tejares tocando el termino de Pecharromán y el
abadengo más antiguo que tuvo el Cister en Castilla la Vieja. El de Santa María
de Sacramenia.
Todos estos lugares eran sufraganeos de Villa de
Fuentidueña que fue fortificada y repoblada por Alfonso VII el Emperador, tan
relacionado con Asturias, pues allí encontró un amor. El de doña Gonterodo con la que contrajo nupcias. Fruto
de estos lazos nació doña Urraca la Asturiana que va a ser una mujer y reina
importante en la expansión de Castilla.
Traemos a colación este detalle porque va a ser de
singular relevancia a la hora de establecer el origen y la filiación
arquitectónica de la prerrománica iglesia de San Gregorio del referido
Fuentesoto de mis mayores.
Es de traza cuadrada en lo alto del somo. Los
vientos de los siglos que batieron sus sillares no han conseguido derrumbar los
paramentos de la torre. Se alzan aun majestuosos e imponentes dominando un
tolete que vigila a su vez varios valles. Nosotros lo llamamos hoyos. El Hoyo
Castrillo y el Hoyo Peral.
Lo más relevante de esta fábrica es que conoce las
exquisiteces de la bóveda pero desconoce la solución absidal. Su traza cuadrada
es indicio de su antiguo carácter castrense sin descuidar la finalidad orante
que sellaron para siempre el destino de estas piedras, un camposanto en la
actualidad.
El beato Paniagua era un santón mozárabe que habitó
una de estas rocas horadadas que se encajonan a lo largo de estos valles. Iba
vestido de marlota y se alimentaba, a imitación del Bautista, de miel y de
langostas silvestres.
Los que iban a visitarlo habían de trepar por una
escala, la misma cuerda por la cual se les subían las viandas de su magra
pitanza consistente en alguna hogaza, dos o tres botijas de agua y carne y
lacticinios sólo el día la pascua o en cualquier otra solemnidad del santoral
mozárabe como era san Froilán o san Atilano.
Esta es una de las notas distintivas de las iglesias
visigóticas: reservar un espacio exclusivo y apartado para la clausura del
morabito o santero. Su finalidad social que cumplía a rajatabla era hacer de
pararrayos de la divinidad mediante la prosecución de una vida de holocausto de
sí mismo.
Tales celdas no siguen un trazado compartimento sino
que utilizan cualquier vano. Para el propósito sirve un hueco dentro del tiro
de la escalera. Un sobradillo en el lucernario, etc.
Ello da origen a las cámaras secretas o santas como
la de la catedral de Oviedo puesto que aparte de la función propiciatoria
mediante su dolor de atrición los monjes del ajarafes tenían por misión la
custodia del tesoro parroquial, por lo general, reliquias traídas de Palestina
y sobre todo los huesos santos con que viajaban de un lado para otro las
comunidades, por más que sus orígenes no estuvieran del todo garantizados.
Se emparedaban de por vida. Morían a la vida del
cuerpo para nacer a la de la gracia.
Y no se lavaban por considerar que tal granjería era
una concesión a la molicie. No les importaba ser unos santos malolientes. Se
desdeñaba todo lo que hacía alusión a la carne. Las vigilias y sobre todo la
postura encorvada ajustando su cuerpo a las reducidas dimensiones del recinto,
las largas barbas, las cabelleras merovingias y las uñas de las veinte
extremidades como garfios les debía de conferir un aspecto poco halagüeño.
Pero eran edificantes y su presencia era anhelada y custodiada
como un tesoro por los naturales.
El monaquismo español imita directamente a la
Tebaida y a los usos y costumbres de los emparedados de la península
minorasiática.
Los patrones eran los anatolios san Antonio, san
Macario, san Acacio, san Pagnufio y los bienaventurados de la legión eremítica.
Este anacoretismo tiene poco que ver con la tradición benedictina y camalduense
que llegaría siglos más tardes desde Francia.
El primitivo cristianismo español es greco bizantino
y bebe directamente en las fuentes sin intermediarios romanos. De ahí algunas
de sus peculiaridades más notorias. San Isidoro y san Eulogio en sus escritos
apenas mencionan a san Agustín y a otros exegetas latinos y su obra está más en
la trayectoria de los padres orientales.
Cerca de Sepúlveda existe la famosa Cueva de los
Siete Altares, una espelunca en la roca horadada donde aquellos devotos de la
cruz se reunían en secreto para vivir el Evangelio sin interferencias.
Todavía en la pared quedan trazas de agujeros que
fueron el quicio del cancel del iconostasio sobre columnas entregas.
Un poco más para allá aparecen las muescas de lo que
fueron credencias en forma de urna o relicarios abocinados contra el muro que
servían de receptáculo de los huesos santos del mártir de turno.
La preocupación mistérica y la separación entre
oficiante y fieles al igual que en el templo de Salomón con su cortinón o
Vellum detrás del cual se encortinaban los hierofantes y pontífices, los
murales de los techos en rudas pinturas al temple que deslieron las lluvias de los siglos, la intimidad, la
adusta sencillez prerrománica, son una constante del arte ramirense.
Es herencia en parte de la solera de las catacumbas.
Un segundo núcleo monástico se tiende siguiendo la
inclinación de poniente hacia la ruta jacobea buscando los horizontes de León
asta el valle del silencio en pleno Bierzo y toca Galicia por la parte de
Samos.
Allí está Santo Luliano el monasterio donde se educó
Alfonso II el Casto el propulsor de la tradición y culto compostelano. La
tercera bisectriz tiene por eje el meso cantabrio en el cuadrante
Pravia-Oviedo-las Luiñas - Llanes.
La iglesia de san Gregorio en Fuentesoto hoy
convertida en cementerio con su torre airosa y señera trae reminiscencias a la
mirada del propio san Miguel de Lillo y Santa María del Naranjo por la planta y
el alzado. Es edificación sin combas, botareles, torres biseladas, los ojos
como cuévanos de un campanario en lo alto como un enigma del tiempo pasado.
En conjunto se gana una maravillosa simetría. Es la
gravedad de la plomada transformada en sillares. Es la proporción solemne del
ángulo recto. Las bóvedas y los arcos son muy rudimentarios. Sólo queda el
cabecero de la iglesia. Según apunta la crítica de Arte de modo feliz el
distintivo de lo ramirense es un cuerpo chico, alma grande. La belleza dentro
de la simplicidad de lineas parece que no cabe rebasándose las expectativas.
San Gregorio preside la cima de un castreño páramo
que demarca sendas Castillas y la raya de la repoblación desde Oña hasta Fitero
según el poema de Fernán González.
Esta es tierra de pan llevar. Los únicos accidentes
que dominan la perspectiva son los campanarios y las almenas de algún castillo
ya derrumbadas. O los hitos y mojones de las viejas y estratégicas calzadas
romanas.
Las avefrías y los lavancos bajan a solazarse en
algunas charcas o cilancos de la contornada y los mágicos chopos vigilan alguna
vega de algún nemoroso valle como este de Navacolgada, pero el verdor es escaso
aunque antaño, en época romana, esta zona debiera de sorprender al viajero por
su masa forestal.
La tala llegó con las razzias de primavera. La
sequedad de nuestro paisaje en parte se la debamos a los árabes cuyo espíritu
de vigilancia les lleva a descuajar bosques enteros para dominar así mejor los
movimientos del enemigo.
Mahoma pues en nuestros oídos suena igual entonces
como un viento arrasador del desierto que redujo a cenizas la gran cultura
visigótica mucho mas refinada y ecléctica que la fundamentalista y sanguinaria
que trajo Muza.
El estado de cosas parece que quieren volver a
repetirse.
Fuentesoto era un oasis en medio del paisaje
castellano con el que se trasfunde y juega a alumbrar fuentes por torrenteras y
cañadas en la mitad del yermo que lo circunda. La Fuente Caldera de aguas
irrestañables y algo termales pues en invierno yo las he visto manar caldas
ponía un contrapunto al recio paisaje de las adradas y alcazaba la torre de su
iglesia como una adarga, tieso hito en estos tesos que siguen conservando la
huella del primer conde Ferrán González que había establecido la capital de su
marca en Sepúlveda a menos de quince kilómetros en linea recta de este lugar.
Peñafiel al final del valle está como guardandole
las espaldas.
Cabe conjeturar que los las mesnadas astur leonesas
de Alfonso III establecieron a lo largo de la margen izquierda del Duero un
cordón sanitario de estacadas en tierra de nadie al objeto de sujetar las
aceifas de la algarada.
Cuando las primeras azaleas y las adelfas apuntaban
sus flores por la cercana sierra y las miosota de la retama lucían sus libreas
gualdas por las lomas pronto se veía flamear por el horizonte los alquiceles
blancos y el brillar de los almetes.
Irrumpían con toda su furia las fasces devastadores
de los baladres omeyas.
Se arrasaba, degollaba y violaba y raptaba al grito
de Dios. También las guerras de religión fueron un invento del “santo” profeta
quien en las suras del libro santo no hace otra cosa que recordar a los
creyentes la necesidad y conveniencia de acabar con los infieles. “El fuego del
invierno tronará como el mugido del camello en el vientre de aquel que coma y
beba en vaso de oro y no saque la cara por el Profeta”, se lee en una aleya de
este tratado de sibaritismo y de admoniciones bélicas que es el corán.
La prevención contra tales instancias y el recuerdo
de lo poco amables por no decir terribles que eran aquellos deshielos en los
territorios de Alvar González los lleva uno en la masa de la sangre. Diez
siglos de lucha incesante no se olvidan así como así.
Por causa de la guerra contra el islam el castellano
viejo tiene una manera difícil y desconfiada de ser.
Pero volviendo a nuestra querida topografía hay que
decir que el Duratón es río truchero y cangrejero donde los haya - hasta que
llegaron los americanos y echaron ciertos polvos en el agua dejando sin huevo y
sin un triste caparazón que llevarse al cesto cuando antes se cogían tan lindas
frezadas- famoso por sus hoces encajonadas.
El cauce parece que se encona en cañones para
acabarse de entregar rendido al padre Duero en las vegas menos bravías y con mejor
vino de la parte Peñafiel.
Antes de llegar el afluente a su destino tiene que
pernear riscos de roca calcárea y herir su camino escoltado por el vuelo
circular de los buitres que montan guardia en las atalayas de la reserva del
pantano del Burguillo.
No sólo el buitre. Por estos alcores planea con la
misma impavidez y serenidad cinegética el buhardo y el aguila real. Ellas
fueron los únicos testigos en la tierra de las soledades y penitencias de los
eremitas que anidaron su amor de Dios y sus ansias de salvación eterna por
estos riscos grajeros.
Hay peñas tajadas y a través de las socarrenas que
ha dejado la erosión se asoma como en un lienzo azul, como una alcatifa para
echar a volar, un trozo de firmamento. Hasta aquí por lo impracticable de los
caminos y lo inaccesible del bosque no podían precaverse las fuerzas de la
razzia.
Fueron los más audaces. Los que no quisieron
quedarse tierras abajo de Toledo por amor a su fe que tenían en estima mayor
que la propia piel y escogieron estas breñas desoladas para llorar sus pecados.
Las guaridas de las alimañas las convirtieron en reclinatorio de oración.
No se puede entender esta época sin esa desilusión
de las cosas del mundo que trajo consigo la traición de don Opas y del conde
don Julián.
Siguiendo
hacia el oeste nos encontramos con la Bureba de santa Casilda de Toledo.
La raya de aquellos morabitos amantes de la vida
contemplativa tocaba casi el hito de Navarra y dejando a un lado las
Vascongadas cruzaba por el norte de Palencia hacia las Batuecas.
Era la ruta de las estrellas, núcleo protoplásmico
de lo que habría de ser andando el tiempo Camino Jacobeo. Desde León mismo se
desgajaba un ramal hacia San Salvador de Oviedo. En los valles de Campomanes y
del Lena son muestras de aquella antigua piedad o creencia un buen cupo de monasterios y aseladeros. Entre
ellos las Monas, o Nonas, que quiere decir monja. Nun y Nonne, en inglés y en
alemán respectivamente.
Muchos de aquellos primitivos cristianos hablaban
árabe y estaban familiarizados con las costumbres del Oriente. Provenían de
Córdoba, Toledo, la Bética y querían ser perfectos.
Para ellos Cristo era el gran “rasid” o ermitaño.
Sin embargo, no faltaban los que desengañados del mundo, de aquel ir y venir de
combates, cuando se escuchaban clangores de guerra y había persecuciones como
la acontecida en la capital del emirato circa 820 por Abderramán III, optaban
por la huida hacia el norte asumiendo la practica evangelica de devolver bien
por mal y rogar por sus perseguidores muslímicos.
La línea de separación entre el Alcorán y el Nuevo
Testamento era muy tenue, casi imperceptible, produciendose tendencias de
asimilación disimilación, corrientes de amor y odio, tolerancia e intolerancia,
y había una interacción notable de supuestos fidedignos y de devociones.
Así nació la mozarabía. Una forma de entender el
mundo, bailar en la cuerda floja, tratando de buscar un acoplamiento con la
nueva situación de los hechos consumados. El cristiano sabía que la practicaba
de su religión iba a suscitar rechazo en los recién llegados del otro lado de
Tarifa.
A diferencia de otros lugares del mundo donde el
islam no consiente a otros credos y predomina, en España se da una extraña
clima de convivencia enrarecida entre las tres religiones que ha llamado la
atención de los eruditos.
Como si el crudo y gloriar sol de España hiciera
aflojar el pistón a las partes en litigio hasta el extremo de estar moros y
judíos a entenderse. Fueron ocho siglos de callejón sin salida.
De ahí que haya ciertas zonas de León que sean
completamente moriscas y en Asturias encontramos topografías como Villademoros
o Salamir. [Esta ultima más discutible porque el sufijo mir es godo y la raíz hace pensar en las salinas
existentes en aquel término, nada que ver con lo de salam =paz (ar.) Y la
desinencia alamir no deja de ser pura casualidad]. Quizás por eso se diga de
este lugar “el que va a Salamir no tiene dónde ir” a lo que replican los
presuntos implicados: “y luego no sabe cómo salir”.
Pero demos un salto en el tiempo atrás y veamos al
estilita de San Miguel de Lillo observando desde la tronera del ojo de buey del
sobradillo en el cual yace oculto en éxtasis frente al valle gozando de la
dulzura y la mieles de la nube del no saber.
Pasa el día entregado a sus prácticas hesicásticas y la acequia de la
contemplación místico-hesicasta le ha llevado por la ribera del río del olvido
de sí mismo a mares insondables. A esta hégira o anábasis la conocen algunos
tratadistas la “noche oscura”, o “la puerta estrecha” y otros los “abrojos”.
Se sabe que se ha recabado el objetivo cuando en ese
constante afán por trascender uno se olvida de que existe. Alcanzado el estadio
de la santa indiferencia ya lo mismo da vivir que morir y se comprende muy bien
aquel suspiro teresiano del “muero porque no
muero” que preconiza la llegada de la muerte mística.
Es el viaje al centro que pergeña toda la ascética
sufí y que depara al iniciado la consecución de un tercer ojo con el que
contempla la largura del Señor eterno, la anchura de su corazón infinito, la
altura de su poder, la profundidad de su sabiduría.
A Dios no se le explica por el conocimiento sólo se
le entiende por el corazón.
De esta forma estos anacoretas encaramados de sobre
el sobradillo inaccesible (en el monte Athos se les subía la comida por
conducto de poleas) actúan a modo de pararrayos ante la divinidad. Su oración
encuentra sólo un propósito: la destrucción del mal, que Dios se apiade.
Eran verdaderos contemplativos puesto que en muy
contados casos caían en esa morbosa santurronería de lo pseudo, de los gritos
plañideros de algunas histéricas que se han hecho pasar por videntes. Ayunaban
de por vida, se dejaban crecer las barbas y no incurrían en el amaneramiento
grotesco de los exhibicionistas. Su respiración se confundía con el nombre de
Jesús. Nada tiene que ver su religiosidad con ese ambiente viscoso de las
apariciones por entregas ni de los arrobos a plazo fijo. Estos santeros el
milagro lo entienden de otra manera y así lo interpretan; no como un quebranto
de las leyes fijas sino como una inmersión en las infinitudes del alma en carne
viva mediante la cual lo creado puede experimentar lo increado y la criatura se
dispara hacia el origen o las manos de donde partió.
Y como la contemplación agracia el alma y diz que
también el espíritu estos santeros eran personajes muy atractivos. Su fama de
virtud intercesora se extendía por todos los lugares y servía de faro de fe en
tiempos de oscuridad vacilante.
Vivían en la nube del no saber. Por tanto no querían
saber nada de políticas ni de algaradas pero eran discípulos - no quepa la
menor duda- del Maestro de Justicia cuya segunda llegada esperaban presos en lo
alto de sus tejadillos de teja vana aguantando las intemperies, pintando iconos
o entreteniendose en la redacción de los códices miniados con el Evangelio de
San Juan siempre a mano y sobre todo el
Libro del Apocalipsis. Tal debió de ser el Beato de Liébana.
Estos cenobitas fueron entonces una corriente que
llegó de oriente accediendo a las rutas del norte desde el sur de la Península.
Sus cubículos y chiscones devotos - el monacato sería un movimiento posterior
al anacoretismo- iluminaron Poniente de una misteriosa claridad. Sus
detractores dijeron que tiene su origen en los filósofos cínicos Estaban
erguidos en la nube del no poseer y de esa forma rozaban las alturas inefables
del que no entendiendo entiende y del que no viendo percibe todas las señales.
Recibieron la llamada, la siguieron para después, peldaño a peldaño, escalar la
montaña de la perfección en cuya cúspide Providencia aguarda.
Habían alcanzado en su trabajosa hégira el fin de su
peregrinación. Habían llegado al centro. Y podían mirar al mundo desde las
cumbres del silencio, ya que para entenderse con Dios sobran las palabras.
Almas simples, proféticas, fueron tan grandes que no dejaron escrito nada, pero
tuvieron a su Hacedor dentro del alma, y el que “a Dios tiene nada le falta”.
El espíritu de estos esenios empapó el alma de
España. Subieron desde tierra de moros, treparon a sus ajarafes. Su alma no
destilaba odio. Algunos no sabían rezar sino en árabe. Ahítos de todas las
cosas del mundo donde todo es vanidad pero nunca hartos del maná místico
buscaron a Dios en el desierto del abandono interior. En cierto modo eran
fatalistas. Predicaban la renuncia a los placeres, una nueva moral y su vida
fue una respuesta ejemplar a la corrupción de la corte visigoda. De su corazón
brotó un cántico nuevo. La plegaria les libró de la molicie del reinado de
Witiza y su fe les puso a salvo de la cimitarra terrible de Almanzor.
Ellos sabían
que al islam sólo se le puede convertir con sus misma armas: la fe y la
morigeración de costumbres. Por eso sus
troneras fueron un baluarte y algunos murieron mártires pero su sangre no fue
semilla de odio y revancha sino derrame salutífero de renovación y de concordia
entre los pueblos.
Estos días de amenazas y espantos, cuando los
clangores de guerra retumban por doquier, y las cámaras transmisoras sabatizan
la figura de Ben Laden al que pasan una y otra vez los “newsreel” con su
turbante blanco, sus barbas de profeta y el surham de cadí colgandole al
desgaire, uno recuerda a Almanzor. Parece que el personaje, que a mí me
recuerda los profetas bíblicos, se ha caído de uno de los libros de textos que
estudiábamos en nuestro bachillerato en el capitulo dedicado a los caudillos
árabes y a los reinos de taifas. La historia se repite.
La mejor arma
que tuvo la cristiandad para plantar batalla ante el vigor inextinguible de la
morisma fueron estos monjes olvidados que predicaban la caridad y el amor a
nuestros enemigos desde sus inhóspitos escondites. Algo divino. La venganza y
la guerra santa no lo son. Luego Roma suprimió a los contemplativos mozárabes
por los cruzados cistercienses. Más guerra. La misa por el Rito de San Isidoro
tenía algunas invocaciones en árabe. Fueron espulgadas las que hacían
referencia a San Miguel patrono de iglesia, mezquita y sinagoga, y a san Juan
Bautista cuya festividad el 24 de junio era solemnizada pot los muslímicos al
alimón con los cristianos. Hay cosas de Dios que el vulgo desconoce pero que
intuye y están ahí.
Más que en
la fuerza de las mesnadas la potencia regeneradora llegaba de estos ocultos y
humildes morabitos que, cristianos huidos, encuevados, verdaderos topos de la
Reconquista vivían encaramados en la nube del no saber.
antonio parra
5 de octubre de 2001
LOS LIBROS DE AZORÍN EN SU OSTUGO
El maestro Azorín sorprende siempre con sus libros.
Tiene ese instinto especial o “flair” para las palabras que hace deleitables
los paladares exquisitos para la literatura.
No busquéis acción - el Maestro tartamudeaba un poco
y era un obseso del aliño- ni capacidad de sorpresa en ellos. Sus novelas
adolecen de una cierta inercia que los transforma en retablos. Algo así como
unos grandes hastiales en los que el autor va colocando sus paisajes y
engastando las figuras.
Ninguno de sus caracteres parece gozar de una
existencia exenta. Todo resulta obra de un cierto convencionalismo
inmarcesible. Los tipos no tienen más vida que la de la melancolía de ser y de
arrastrarse por la existencia monocorde y sin sorpresas.
Aun así su prosa es el resultando de un considerando
muy trabajada. Buena labra tienen sus párrafos por lo general de tranco corto,
hasta el extremo de resultar el estilo de un tempo lento y cansino.
Azorín es un escritor estático y lineal. Ama la
linea recta de las carreteras de la Mancha. Los críticos lo encasillan como
levantino, por lo que tienen sus estructuras de preciosismo sensual, casi
libidinoso pero a mí me parece un escritor manchego. No es un castellano viejo
sino de Castilla la Nueva al que le hubiera gustado haber nacido inglés, si los
hados no lo hubieran otorgado el don de nacer en Almodóvar del Campo, el pueblo
donde predicó san Juan de Avila, el gran predicador de los conversos.
Pura coincidencia porque la preocupación religiosa
es exigua. Tampoco parece un autor costumbrista, sino que es afincado en el
paisajismo nato y exclusivo.
Azorín nos vino bien al buscar en sus libros esos
espejos de serenidades donde se estila el alma pura, esos ideales que suelen
sentirse en la adolescencia y no se vuelven a tener ya jamás en la vida.
Leíamos a Azorín cuando estudiábamos
Humanidades hace ya bastantes años en aquellos seminarios atestados del
franquismo o en los colegios de pago. A todos nos entusiasmaba el anhelo de ser
literato. A primera vista, nos parecía que escribir como lo hacía el autor
alicantino debía de ser pan comido. Sus libros poseen una estructura muy
sencilla. Le han surgido muchos imitadores y émulos pero, ya metidos en harina,
por mucho que nos pareciese fácil al principio, luego resultaba un tanto más
complicado de lo que suponíamos, trasladar al papel esos conceptos. Había
bastante artificio y un ambiente de retorta, lo cual era acicate de la variedad
y cúmulo de imitadores que siempre ha tenido el maestro Azorín.
Además, lo que causaba verdadero deseo de mimesis
era su capacidad. ¿Cómo allegaría el maestro Azorín todo aquel caudal léxico?
¿Espigando las flores del pensil de los diccionarios? ¿O escuchandoselas de
viva voz a los personajes que presenta en los capítulos?
Hoy esa sapiencia para las palabras está fuera de
uso y hasta no es de buen tono sacar a relucir voces que no están en uso. Los
escritores se han vuelto muy vulgares consciente de dirigirse a unas masas
embrutecidas y envilecidas por el constante acecho de la imagen. Hay incluso en
marcha el proyecto de una nueva lengua de grandes estreñimientos mentales y de
dictamen sucinto como esos mensajes que los adolescentes que miran Salta a la
Fama u Operación Triunfo les lanzan a sus ídolos. Sin sintaxis o con la
sustitución de algunas letras del alfabeto como esas kas de la jerga de
encefalografía plana del mundo vascos que expulsan y destronan a esa cu
vigésima letra de nuestro alfabetos de amplias resonancias latinas.
Muere el idioma en manos de ejércitos de esbirros
que se alzan por todas partes. Ya no conoce al castellano ni la madre que lo
parió y a este paso puede que no vaya a quedar dél ni el ostugo.
Hay es donde el “pequeño filosofo” es un malabarista
implacable. En su capacidad para traer a colación, con razón o sin ella las
verdaderas joyas de la corona. Su estilo declinante en tantos aspectos se
enriquece con estos cabujones que hacen pensar que algunos de los libros de
Azorín idiomáticamente hablando sean como el cofre de las agatas.
Es para leerlo en el conticinio de las noches en
calma. Rinden culto sus libros a las madrugadas embelesadas. Son grandes
nocturnos del autor en continuo
pervigilio que vela sus armas acurrucado en su rincón. Esa pizca sacrosanta la
necesitamos todos para escribir de las esencias y de las existencias del Verbo
puesto que escribir tanto como leer encarna una tensión hacia lo alto. Es un
salto en el vacío que pretende dejar atrás las ligaduras del cuerpo.
Villano en su rincón, encaramado en su horqueta que
a todas luces recuerda la columna del estilita, el lector trabaja la idea que
le confía el autor, y los dos juntos van puliendo el diamante y fuman juntos la
pipa, puesto que la intercesión del humo es tan necesaria para hilvanar buena
literatura como la letra muerta que penetra y se adueña de los espíritus. Aunque el de Monovar no fumara.
It is a classic, según va el refrán inglés y que los
ñoños aplican ahora a oste y moste. Pues
bien, Azorín es un clásico con todas las de la ley. Aplicando el dicho tanto a
su personalidad que proyecta en la escritura toda esa serenidad que debió de
faltarle en la existencia real. Siendo un anarquista se vio obligado a escribir
de por vida en publicaciones monárquicas o de alto nivel conservador.
Es un clásico en el sentido de que huye del alboroto
de la chusma y sus disertaciones y artículos tienden a esas virtudes
aristotélicas definidas como eutrapelia o el gozo de sentirse bien. Eubolia,
estar dominado por el recto consejo. Sinensis para emitir juicios verdaderos
según las leyes comunes. Nome, para apartarse de todo lo que va contra los
canónes de la justicia conmutativa y distributiva.
Esa eutrapelia que le sobraba a Azorín es lo que le
falta a gran parte de nuestros columnistas y literatos de este hora occidua y
penumbrosa de nuestras letras que escriben y hablan con fogosidad alejandose de
los principios de la epiqueya que era también otra de las virtudes predicadas
por los epicúreos. Hoy todo es litigio e inmunda carcajada. La basura nos llega
hasta las cejas. Por eso son eminentes los escritos de este escritor al que le
imbuye esa estudiosidad de los tribunos de la plebe que se preparaban y
llevaban un programa o períoca. Hoy se presentan con el culo al aire. Sin
ningún apunte y hablan y escriben farragoso, pues la mentira de esa forma los
vuelve sumisos. Ay estos discreteos del amarillismo rosáceo que inundan la vida
española justo al cumplirse un siglo
después de que el pequeño filosofo publicase su primera novela, La voluntad. El feroz sicambro no yace
contra las cuerdas sino que se ha hecho el fuerte en todo este tiempo y entabla
sus tejemanejes ayudado por sus cubicularios y mozos de espuelas y otros
corifeos de la herética pravedad de un mundo encauzado a lo políticamente
correcto.
Las líneas dormilonas de los textos azorinianos nos
traen con frecuencia el sustantivo exacto o el adjetivo que sorprende y no se
caracteriza precisamente por la propensión a los calificativos.
Otras causa asombro pues está a pique de nombrar la
bandera nuestra con el mote de azufaifa que es una flor humilde que crece en
nuestros lares con petalos de distintivo encarnado y gualdo a partes iguales.
Proyecta un mundo de simbolismos anicónicos y al
entrar en las ciudades castellanas adonde el nos guía escuchamos como una
lejana melopea detrás de las puertas cerradas. Es un experto en predecir la
deshabitación de Castilla. Las ciudades se le representan como fantasmagóricas.
No hay nadie, pero se perciben el rumor de un cuchicheo o el batintín de una
fragua o el haldeo de una moza que acude con su cántaro a llenarlo en la
fuente. Desfilan por nuestros oídos la lista de nombres con que se designaban a
los antiguos aperos hoy desaparecidos y las palabras que decían antes los
labriegos en su mollar lenguaje con gran cargazón de verbos sonoros y frases
redondas, ahítas de la plenitud de la sabiduría.
Aun no he conseguido adivinar lo que significa a
este respecto el común de anacalo con que define un oficio como el de
capador en su novela Caprichos.
Ésta es en verdad la más caprichosa de las novelas
pues carece de un argumento lógico y su ilación se basa al socaire de un
extraño misterioso robo, delirio de su imaginación en el seno de la redacción
de un periódico. Desfilan tipos. El director. El redactor jefe. El revistero de
tribunales. El poeta. El crítico de cine.
Hay todavía en estas ciudades que describe el
maestro albarradas para guardar la finca y jaraíces para pisar la uva. Cahices
de grano asilados en el granero. Habla de la cardencha que era una flor que
utilizaban los perailes para curtir. Se escucha por algunos oteros el canto de
la coalla (codorniz), que por Segovia dicen collalba confundida con el del
herreruelo y el paso majestuoso de la totovía apurandose sobre los cilancos.
Si los españoles que tienen el “Marca” por libro de
cabecera serían un poco menos incultos tal vez y dirían menajeros. Que es como
en rigor va el término castellano. En lugar de managers por aquí y por allá
y ante un periodista del corazón
cualquiera damisela pudiera exclamar con Azorín:
-Jesus ¡qué zagal más porro!
Y no nos ancaríamos por estos repajos con tantos
almocárabes ante cosa sin sustancia. Pero nos atruena la voz del almocrí
muslímico desde su púlpito y nos invita a profundizar en las suras del Corán.
Cuando escribía el maestro de Monovar aun no había llegado a nuestras costas la
revolución pendiente y un español, con sus maclas, seguía siendo un español y
no un globalista de tomo y lomo, que en este alhaquín o telar lo que nos sobran
son bufonerías de albardanes a todas horas. Y donilleros y fulleros. Lo malo es
que la genetliaca que es la ciencia que determina nuestra conducta a juzgar por
la posición de los astros en nuestro natalicio se nos ha puesto brava y ahora
sí que maestro Azorín España y el mundo entero van de nones.
Las alusiones religiosas en su prosa escasean
porque- y en eso coincide con sus coetáneos de generación, sobre todo con Pérez
de Ayala, notable por su irreligiosidad- era un coribante o sacerdote pagano de
la diosa Cibeles que siempre estaba visitando catedrales. Asimismo, la falta de
entusiasmo o su epicureísmo vedan a Azorín la entrada en el cupo de los
místicos. Su ideal estético es la imperturbabilidad, la ataraxia, preocupado
como está por el paso del tiempo. Mucho se habló de la imperturbabilidad
azorinesca de “Halconete” que es como bautiza a Azorín en su novela, un friso
de la rumba literaria y de la bohemia de Madrid en los inicios del siglo XX.
Para él el mundo no era ni bueno ni malo. Era simplemente tonto.
Le gustaba exhumar de los diccionarios voces
anticuadas y en eso está en línea con la resurrección lingüística del 98 que
quieren hablar con propiedad. Y de esta manera llama cendolilla a una muchacha
locuela.
Parecía inglés. Era de gestos comedidos, algo glabro
y de un rubio lacio. Algo grueso en su mocedad pero se fue amojamando y
quedando como una corambre en la senectud. Yo le conocí pulcramente ataviado
con un sombrero de fieltro gris caminar lentamente por la Cuesta de Moyano.
Azorín siempre vestía de azul y de este color era su terno. Es justo la imagen
que de él trazatra Zuloaga, el gesto espectral, la mirada perdida. Los libreros
de Moyano se quejaban de que el maestro Azorín a veces al desgaire se quedaba
con el tomo de algún libro usado y sin
pasar por caja lo introducía en el bolsillo de la americana o por la sisa del
chaleco. Era proverbial su amor a los libros, cliente habitual de las muchas
librerías de lance que aun quedaban por Madrid.
Caminaba despacio y a brinquitos casi como los
pajartitos. Muichos viandantes lo reconocían y le hacían alguna reverencia o se
descolgaban el sombrero:
-Por ahí va don Antonio
le hizo una revista González ruano y fue portada de
ABC pocos días antes de su muerte que creo que fue en el 64. No sonreía nunca.
Con un estiramiento acartonado parecía que nos miraba desde la eternidad el
escritor que ya no escribía y que apenas podía leer. Parecía decantado de su
profesión. Creó que le hizo al famoso columnista madrileño:
-César, los libros cansan. Son letra muerta y son
motivo de soledad.
Eran un poco las frases de su adiós en medio del
tedium vitae del Madrid en el que aun todos nos reuníamos en torno a la mesa
camilla. En su juventud había sido apasionado de Maura. Él era su ideal
político pero Maura fracasó y con él la Restauración. Y él se volcaría con
armas y bagajes sobre la literatura. Expurgó todos sus libros de todo contenido
político. Sabe salirse por la tangente y entrar en la variante del limbo
asexuado de los que no se contaminan de la religión y de la política, algo muy
novedoso tratándose de un murciano. Supo evadirse y supo sobrevivir. Aquí el
que aguanta gana. Por eso sus producciones presentan una cierta añoranza pagana
hacia el “Beatus Ille” horaciano. Hijo de labradores holgados se nos presentan
siempre Azorín con aires de aristócrata. Era el autor que nos echaban a leer en
los colegios religiosos y en los seminarios en los años 40 y 50. Gozó de una
serie de preeminencias en el franquismo más que ningún otro autor. Quizás por
ser un literato químicamente puro, algo escapista. A diferencia de Tolstoi, no
quiso mezclarse con el pueblo en las fiesta propulares y en las procesiones.
Nunca vimos a azorín santiguandose ni haciendo una genuflexión.
Quizás creyera que el cristianismo era una mezcla de
judaísmo y sincretismo pagano que apela a los bajos instintos del pueblo. El
fervor religioso de los españoles le parecía algo brutal. Por eso no hace otra
cosa que desentenderse a lo largo de su obra. Era un epicúreo que conocía los
secretos de la vida y quería permanecer villano en su rincón, siempre sentado
sobre su cayada de rabadán de los rebaños de la literatura. Abominaba de la
democracia porque la democracia representa la fuerza del número. Y en eso no le
faltara acaso su punto de razón.
En el fondo era un añorante del “ancienne Regime” y
busca los rescoldos del París anterior a las cenizas del cadalso de María
Antonieta. Termidor y Brumario fueron meses aciagos que trajeron para la
humanidad muchos espejismos.
El tiempo futuro trajo enaltecimientos abominables
como el de la mentira, la exaltación sexual, de la que abomina en sus libros
produciendo mujeres y hombres algo asexuados. Tal vez piense que, en esta línea
de mentiras en las que se fragua el comportamiento y la vida humana, nada es
verdad. Sus amoríos son siempre infantiles. Nada venustos porque su pluma
desconoce todo lo que tenga que ver con la salacidad.
En contrapartida, hay en las páginas azorinianas
mucho tempo y una gran sensibilidad. Riqueza de léxico, ciertamente pero poca
espontaneidad dentro del marco de un lirismo estilizado. Huye de los placeres
de la mesa y en esto el Azorín hético y frugal se acerca a los modernos en su
afán por guardar la línea y el buen tono, ser políticamente correcto. Le
horroriza la polisarcia de los incontinentes y disolutos. Azorín comía poco.
Por eso vivió mucho. Era tan templado que aburría con sus párrafos. Hoy le
encomian los detractores de antaño. Por supuesto, que no valía para la
novela.
11 de octubre de 2002
CHAPAPOTE EN EL INVIERNO DEL DESCONSUELO. CON ALGO
DE ROSALÍA.
En este invierno del desconsuelo ya es hora del que
véspero alce su antorcha por más que desde el 13 N no encontremos en este país
más que razón para cabeceras apocalípticas en los telediarios y razones de la
queja y del mal humor. Chapapote viene y chapapote va. El sustantivo es de
horrísona condición como eso gallegos que acudían a segar a Castilla “que iban
como rosas y volvían como negros” y a los que retrata Rosalía en alguna de sus
entandas.
El chapapote o galipote, según adonde hayan ido a
parar, si a Asturias o a Galicia, algunas de sus impregnaciones en la forma de
galleta, es también negro.
El verso rosaliniano no hace más que repicar
aldabonazos eléctricos en la cámara de tortura de mis pensamientos, atendiendo
a la requisitoria de la poetisa: “Castellanos de Castilla/ tratad bien os
gallegos/ Cuando van, van como rosas/ cuando ven, ven como negros”.
A estas alturas de este invierno del descontento
puede que muchos españoles nos estemos haciendo las misma pregunta. ¿Qué
habremos hecho para merecer tanto chapapote? El líquido viscoso gelatinoso, al
cual don Mariano Rajoy, tan voluntarioso como siempre, quisiera ver
delitescente (que se disgregara por absorción del agua o se solidificase al
cambio de temperatura) impregna ya toda la conciencia nacional.
El “Prestige”, machacona palabra en nuestros labios,
retumba con sones lúgubres de la campana del 98. Su manga y su eslora quebrada
las esgrime de amenaza el agit prop de los bloques nacionalistas mostrencos y
de una oposición montaraz que sube y baja el brazo al accionar de un zapatero
conminatorio que no está a sus zapatos sino que empuña la lezna como una
navaja. Este zapatero nos acabará clavando el tirafondos en plena cara.
Y es así como este barco con las cuadernas llenas de
orín ha supuesto una amenaza a la linea de flotación de ese viejo y noble
galeón antes llamado España. Para mí que ahora mismo soy fuelle de todas las
fraguas y ando como con miedo intentando buscar un clavijero donde meterme,
aunque por desgracia ya quedan pocos sitios donde afufar, esto ha supuesto un
torniscón a mis esperanzas de ver al viejo galeón con buen rumbo.
El hundimiento de este malhadado carguero ha sido la
roca Tarpeya sobre la cual se han precipitado las esperanzas de ese gobierno
Aznar que gustaba de jalearse aquello de que España va bien.
Los hechos aseveran, por su lado, que las riendas
las empuñaba un dominguillo del que han hecho carta blanca los vascos, los
catalanes, los marroquíes y a quien hasta los propios gallegos bailan el agua.
El marido de doña Ana Botella se ha arrojado con armas y bagajes - y yo sé bien
lo que me digo cuando le he visto ladrar a este perrillo de aguas faldero bajo
las patas del monstruoso mastín- al bando de los conjurados.
Cabe preguntarnos si España no se chascará en dos
por la quilla y se irá a pique a tres mil metros de profundidad como ha ocurrido con el “Prestige”. Todo ha
ocurrido de antuvión. De improviso se han desatado todas las fuerzas oscuras
que yacían en las profundidades del abismo. Desde el trece de noviembre del
2002 se han puesto a galopar los caballos del apocalipsis con esa furia de los
bridones a los que el viento engendra.
Con ello hicieron acto de presencia los rufianes de
siempre, aquellos los que en la noción de la anti España da una razón de vivir.
Entre ellos no podía faltar el bueno de Ibarreche del que se pregona por ahí
que es la leche. Fraga no estuvo fino y hasta
se le supone como antiguo firmante del Contubernio de Munich entre los
conjurados. Triste sino para un hombre que iba para líder de una nación el haberse
convertido en cacique de campanario pero los hechos son así. A ese cerdo
también le tenía que llegar su sanmartín. Y a la fuerza esa burra todos
sabíamos que habría de malparir. Hoy nos advierte un periódico de Madrid que
hay razón para suponer una trama de fuerzas oscuras que trabajan para la
secesión e Galicia de España y su unión con Portugal.
Por eso digo que muchos que conocemos la historia de
Este pueblo que ha venido siendo contada por un aluvión de exegetas criados a
los pechos de los domines de Harvard, Cambridge y Oxford, ya se sabe que la
historia la escriben siempre los vencedores, ha sonado con cacofonía maligna,
porque hemos asociado su nombre al del “Maine” y por ahí andan jaleandolo de
mala manera agrupaciones de origen oscuro y de neto signo antiespañol como es
la plataforma “Nunca Más”, un señuelo del viejo aforismo antinazi del “Nie
Immer” y del “Never Again”.
El marchamo de los acontecimientos nos hace temer
porque la Península Ibérica en manos del agit prop los hechos nos lleven a ese
estraperlo esperpéntico que fue Yugoslavia con un nuevo poder musulmán cada día
más afincado y con un cristianismo al que cada día se nota más fuera de sitio.
En los altos hornos se está amasando el amargo pan de la conjura. Todo esto
guarda mal fario. Y al hilo de las mismas palabras que recapitula Rosalía de
Castro en sus Cantares Gallegos que
se han cruzado por los cielos de mi existencia como un alud de chapapote hay
que traer a colación el resentimiento de la poetisa: “Pobre Galicia no debes
llamarte nunca española/ que España de ti se olvida/ cuando, ay, eres tan
hermosa”.
La democracia ha sido el pretexto para renunciar a
un proyecto de vida en común con más de quince siglos de existencia. Tienen la
culpa los segadores de Puente Deume que subían a Galicia - los nacionalismos
exacerbados siempre exageraron peligrosamente - enseguida de dar por Castilla
unas vueltas a las hoces. Y tiene la culpa, por lo mismo, el chapapote.
Puede ser que Rosalía fuese una meiga cuyos conjuros
llegan hasta nosotros los pies desnudos sobre la arena cual si fuese una
rianxeira a medias entre pronunciar conjuros terribles y entonar el “Oh miñas
verdes”. Toda la toponimia excelsa que mienta en sus versos (Muxía, Finisterre,
Malpica, Corcubión. O Grobe, la Virxe de la Concha) aparece ahora cubierta por
la marea negra. Cuando entonces fueron lugares que concitaron su inspiración.
¡Lo que cambian los tiempos!
Otros han recogido el reto lanzado por esta mujer
hace más de siglo y medio y la mar se venga, con una de sus macabras muñeiras
tiznando de negros los seijos[3]
del pedrero, que acaban igual que aquellos neños de Rosalía que bajaban como
rosas pero a los que Castilla los devolvía del color de la pez en trueque
siniestro. Son la apódosis y la prótesis de una oración causal a la que se le
ve bastante poca lógica. España, me guardo para más tarde tu tributo de
cenizas. El péndulo de la historia, que no camina sino a saltos, retrocede
ahora hacia el Nearcenthal. Los desierto africanos están produciendo un hombre
nuevo que no es otra cosa que un sinántropo. ¿Vida en otros planetas?
¿Poligenismo? ¿Partenogénesis o reproducción anemófila? ¿De donde viene el ser
humano? He aquí que tanto España como la Iglesia, accediendo a la petición de
sus enemigos, consiguieron renegar de sí mismas y asistimos a la liquidación de
la era constantiniana como si fuese un combate de lucha libre. Habiendo sido
reclamado el derecho de autoinmolación, hemos visto como las dos lo han hecho
gustosas. El chapapote no es más que el corolario de todas esas premisas de un
silogismo en estado de fractura. Por eso resulta tan difícil entender los
tiempos que circulan y hay que pensar lo mismo que Dionisio Areopagita que
asistió a distancia por un proceso de bilocación a la hora amarga del Gólgota.
O el mundo se disuelve o el dios de la naturaleza sufre. Entre las manos su
propia bomba les va a estallar a los propios autores. Era la adehala que hemos
tenido que pagar al dios del absurdo. De ahí que nos hayamos quedado perplejos,
suspenso el anhélito, y a verlas venir. Si el chapapote nos cubre hasta las
orejas no hay que echarle las culpas a nadie. La responsabilidad es nuestra.
Exclusivamente nuestra. Hemos trocado el oro literario por el cobre
periodístico. Es hora de purgarse con vasos de hiel hasta apurar el cáliz y
morder, con dentadura enteriza, el luquete de limón. Hay que aceptar la
amargura de todo esto.
La burla del destino no puede ser más cruel. Todos
sabemos que el malhadado buque no hubiera podido entrar en rada en el puerto de
la Coruña ni en cualquier otro puerto del mundo, dadas las condiciones en las
que estaba. ¿Y de eso tiene también la culpa el gobierno?
Del armador del petrolero hundido, un tal Friedman,
judío moscovita dedicado al estraperlo del fuel utilizando como arganeo de sus
banderas de conveniencias el puerto mafioso de Gibraltar hoy no se acuerda
nadie, cuando él y la organización que está detrás, son los verdaderos
responsables de la catástrofe. Pero a la propaganda internacional que hoy a
todos los españoles nos enseña los colmillos utilizando de comodatos al Sr.
Zapatero y al Sr. Llamazares, al Sr. Ibarreche y al partido galleguista, no le
interesa dar pistas sobre sus propias incongruencias. Ellos han creado la ley
antes de tender la trampa.
Este es un pote muy bullido donde más que el mal en
sí lo importante es meter ruido en torno a él. Y el que más chifle, capador.
Estamos acostumbrandonos a bregar no sólo con el galipote sino con toda una
marea revolucionaria en nuestras vidas. Las fuerzas oscuras están utilizando el
incidente para subvertir el orden. Y en este río revueltos, aunque sean las
aguas negras del naufragio de un petrolero, hay ganancia de pescadores.
Pero lo peor de todo no ha sido este reguero de
miasmas que se desprende cada día de los contaminados pecios que encharcan el
océano sino de la marejada de odio y de viejos rencores que el incidente trajo
como consecuencia. El hundimiento del “Prestige” no sólo se ha convertido en
instrumento de la justicia divina sino que es escaparate de la vida española
ahogada en crudo sin refinar. Las finanzas, el foro, la iglesia, el periodismo,
la enseñanza, los audiovisuales se ahogan en un alquitrán caliginoso que tizna
nuestras vidas.
¿Adónde guarecerse? ¿En que lugar ponerse a cubierto
de este río de inmundicias que todo lo cubre? El problema actual de la sociedad
es que carece de orografía. Toda ella es como un encefalograma plano y estamos,
señores, con el culo al aire. “Si o mar tuviera barandas, fuerate a ver ao
Brasil / mais o mar no ten barandas/ amor meu, por donde hei de ir”.
Nos hemos quedado sin caminos, huérfanos de la
orilla cubierta de chapapote que es como un castigo divino. Antaño pecamos
mucho. Es justo, pues, que ahora paguemos las consecuencias. “Extraños feitos
vense en este mundo de trampa”, lamenta la autora. La que hicimos en Pajares,
paguemosla en Campomanes.
Y esto ha sido también un poco la venganza de
Rosalía que al lado de sus melosas cantigas que añoran los aires de su bella
tierra se atreve a hacer pronunciamientos terribles contra España y contra los
españoles llevada de una fuerza centrífuga en cuyo vórtice nos hallamos en la
actualidad. De esta mujer partió el
grito de independencia para Galicia y Vascongadas. Todo parte del iluminismo
federalista de Pi Margall. Sabino Arana iba a recoger el guante un tiempo más
tarde. Nos duele la vesania con la cual la dulce Rosalía formula dicterios y se
despacha a su gusto contra Castilla. A
ella debemos en parte todos estos juegos florales nacionalistas cuyos petardos
nos estallan entre las manos. Vamos a asistir al último episodio -¿ cruento?-
del 98. La España de la linde periférica no supo o no quiso entender a la
mesetaria. El tiempo no ha hecho sino agravar esta trifulcas por mor de un
antagonismo del concepto medular sobre el cual estriba este país. Ni hasta en
eso somos contestes. Comulgamos perpetuamente con la rueda de amolar del
desacuerdo.
Entre medias de su candor doméstico, esta
sacerdotisa del lar, no para de atizar el fuego de la subversión. “Castellanos,
tenedes corazón de ferro” y no ahorra epítetos contra España a la que se atreve
a insultar de a hecho cuando dice que Castilla que es una reina sentada en un
trono de paja un día las pagará todas juntas. Ominosos versos los de esta
melosa galleguiña que vivió en Madrid algún tiempo en el número 13 de la calle
de La Ballesta. Ahora ahogados en chapapote comprobamos que las amenazas iban
en serio.
12 de enero de 2003.
LOS JESUITAS DE PÉREZ DE AYALA Y LOS QUE YO CONOCÍ
por Antonio
Parra
15 de enero de 2003
La Compañía de Jesús ha de ser desmantelada de raíz.
Es la conclusión con la cual termina la novela de Ramón Pérez de Ayala, AMDG,
dedicada a analizar la educación que venía siendo habitual en los colegios
jesuíticos hasta hace muy poco tiempo. Serviría esta obra de piedra de
escándalo y daría pábulo al decreto de supresión de la orden sancionado por la
República española en 1931.
Los jesuitas como los judíos han sido expulsados de
muchas naciones y de muchos lugares en razón a su eficacia y a su modo de
operar que es el secretismo y el control de las fuentes y de las fuerzas del
poder.
Sin embargo, el novelista asturiano nos descubre que
en esta animadversión que late contra los hijos de san Ignacio hay su parte
alícuota de verdad. O cuando el río suena agua lleva. En el inocente Bertuco y
hasta el pedorro y glotón Coste, el niño de las sonoridades fecales, y el que
al fin del drama trata de escapar desde Gijón hasta Vegadeo siguiendo el camino
de la costa, me ha visto reflejado y descubrí a lo largo de un centenar de
páginas, y por unos momentos de solaz, al niño que fui.
De esa educación que recibí en los tiernos años, a
juicio de la critica y viendola al trasluz de la enseñanza que se imparte en la
actualidad, no pudo ser más deformada. Yo tengo que decir que della me viene lo
bueno y lo malo. La capacidad de entusiasmo y la alucinación, la desconfianza y
el individualismo con respecto a mis semejantes, puesto que la salvación del
ser humano ha de ser una cosa estrictamente personal.
El Regium situado frente al mar cántabro y a unas
leguas de Pilares se parece infinitamente al colegio de san Antonio, en un
altozano con vistas a ese mismo mar que se eleva, subida la Cardosa, en la
localidad de Comillas provincia de Santander.
La mentalidad y hasta los personajes que desfilan
por los capítulos de este singular y amena narración, seguramente lo mejor que
salió de los cálamos del escritor ovetense, son los mismos. Nosotros también
llamamos como los niños del Regium a los retretes por el nombre genérico de
“lugares” y tuvimos que convivir con muchos vascos. Desde entonces creo que los
de esta procedencia se me atragantaron y que Dios me perdone. En la figura del
hermano Echeverría, el enfermero sobón y algo marica, encuentro yo una réplica
de aquel director espiritual al que llamábamos padre Muñana que al confesar nos
abrazaba con gran efusión e intenciones no del todo santas.
No nos andemos con caxigalinas. La paidofilia fue
uno de los lastres de aquellos internados. Tampoco faltan los místicos como el
padre Sequeros quien acaba teniendo una romance con una mujer casada, la
inglesa Ruth Flowers, todo en plan platónico, claro es, pero sin que por esto
desmerezca por el ardor y el empeño.
La relación existente entre mi adolescencia y los
jesuitas es de causa a efecto, aunque no estoy seguro de la posible atingencia
que puede tener la misma con el mundo de hoy. En los albores del año 2003 ya no
vejen tales cánones. Quedaron sobreseídos todos los planteamientos. Es otra
época. Otros afanes. Estamos delante a un nuevo bestiario que dejan en ridículo
toda aquella fantasmagoría, cuando suenan clangores bélicos y una nueva guerra
del golfo está a punto de estallar.
No sé qué sentido puede tener el bucear en todo
aquello que pertenece a un mundo anquilosado y fané, según la leyenda del
tango. Mi yo - el del prejubilado que madruga para ir a Moyano a ver de qué
humor se ha levantado Riudavets, para ganar un euro en cada adquisición
libresca, porque los libros que adquiero en su puesto se los revendo a una
paisana- nada tiene que ver con el de aquel seminarista que entraba en la
capilla de ejercicios con el alma aterrorizada por el miedo al infierno y
ciertos sueños de progresos en el camino de la santidad, que derrotaron hacia
el vino tiene bastante poco que ver. Para empezar los jesuitas se irguieron
como baluarte de una institución hoy inexistente.
Desconozco - ya digo - el vínculo entre lo que fui y
lo que soy, y a veces dudo de poder ser el mismo. La iglesia ha caído, España
ha caído. ¿Dónde están sus viejos guardias de corps? Los jesuitas fueron otrora
su baluarte pero hoy ya no valen para nada. Nadie se baña dos veces en el mismo
agua y esta noche tengo que acordarme de Demócrito, a veces dudo si esta vida
que tengo yo será la misma que a la sazón.
Yo mismo soy un producto de todo aquel afán. A lo
largo de cuarenta años
BODAS
DE PLATA DEL PAPADO
Vuelan los murciélagos por todo el raso de los
cielos y el papa Wojtyla ha alcanzado el cuarto de siglo en la silla
gestatoria. Mucho papa y poco Cristo. A mí me parece uno de los hombres más
nefastos de la era cristiana. Hay algo que hace sospechar de su probidad vaticana cuando los enemigos
de la Iglesia se deshacen en lisonja y desenvainan los incensarios a su paso.
Yo estaba en Nueva York aquel día de octubre de 1978
cuando se alzó la humareda blanca y creo que me despaché con una crónica de
circunstancias sobre esta vocación tardía. Un tabloide neoyorquino llegó a
suponer que estuvo casado. Teníamos papa. Un papa judío. El que más laboró por
la caída del muro y la instalación del nuevo orden que oprime al mundo. Estuvo
en la nómina de purpurados de la CIA. Es tan arrollador que es un papa superior
a su cargo. La silla de san Pedro no le cabe en las posaderas. Luego lo retraté
en su visita a Harlem y hubo signos y conjeturas de que aquel hombre iba a ser
problemático. No seguían disciplinantes en sus acompañamientos sino una larga
estantigua de periodistas. Entregaría la barca del pescador al turco. El mundo
se había vuelto loco y todas las gentes peregrinaban a los santuarios marianos.
Hay pressura gentium. Europa ha sido vencida, desintegrado. Karl Wojtyla mucho
puente para tan poco río. Las aguas de la iglesia bajan mefíticas. No hubo
tantos escandalos desde la corte pontificia de Aviñón.
Yo estaba instalado en mis frondosidades místicas.
Virgen del Puy a la que tanto serví pero no escuchaste mis oraciones. Vivimos
en la época del número soberano. Es la fuerza de la masa. El Diario El Mundo al
servicio de la bestia se deshace en elogios hacia el polaco. Loor de enemigo.
Malo. Padece de abasia y de abastasia. Le falta movilidad y no se puede poner
en pie, pero él continúa terne. Parece que tiene pacto con el diablo y no
piensa morirse. No es humano. La prensa de Madrid parece escrita por sabuesos
de la extranjería. Tipos que no son de aquí ni de allá sino marcianos.
Mis musas se desatan en llanto. Por todas las partes
del viejo Madrid, cesantes y emigrantes. Se vienen abajo las torres de
guirlache. Ay de mi alhama. Llegan y llegan, presidente. Los del Opus hacen rancho aparte. La Iglesia
padece de hidrocefalia. Todos los honores a un papa y las iglesias vacías
oliendo a cagadas de gato. Mientras, los enemigos de la cristiandad se ponen
las botas. ¿Arderá todo esto como ardió la iglesona de Gijón el año 30? Hemos
de tolerar reportajes y artículos lamentables de pisaverdes de la modernidad
que escupen por el colmillo y pontifican democracias de refilón. Se echa de ver
que soy un buen oteador, pero nada os preocupe, no pasarán, no han pasado
nunca, aquí surgirá un espadón. Puedo cimbrar mis argumentos sobre la bóveda de
la historia cuyos arcos de herradura son como espigas que renacen en el campo
de la ilusión. Habrá lóbulos trigeminados que nos conducirán por los cimborrios
a la concameración de un nuevo palacio donde entrará de nuevo el caballo de
Atila pisando fuerte. Ulanos al poder.
¿Qué harás tú, alma mía, en los días gordos que nos esperan? Todo se ha
consumado. Pero aguarda. No dijeron todavía la última palabra.
No hubo ciudad más hermosa que Estambul. Pero hele.
Acaban de bombardear sus sinagogas. Hubo cincuenta muertos. Llorando están las
cúpulas del cuerno de Horno. Los almuédanos banden amenazas. Hay alimoches
durmiendo en las ramas de los grandes cedros. Estas aves rapaces observan cómo
nos percuden en lo más hondo de nuestras convicciones pero no abrirán el pico
jamás y la rueda de las noticias es un litotritor al que no se le resisten los
corazones de piedra. Los bustos parlantes repiten una y otra vez las mismas
monsergas. La fuerza del mal domina las entradas del periespíritu. Van a
levantar un aduar a las mismas puertas de la catedral de Burgos. Pronto veréis
entrar las cáfilas de la marcha verde y os daréis cuenta que no es fabula: los
periodeutas que vienen se llegan a cauterizar la herida a sangre y fuego
mientras los paladines de las noticias nos siguen improperando desde la garita
electrónica de su caja tonta.
Y no quiero lanzar más guays, porque los esperteyos (murciélagos) vuelan y
vuelan y yo veo mi huerto como en Carlyle Green cuando sonaron las campanadas
de Roma. Estábamos en la esllaba
(cocina) tomándonos un té con hielo. Se venía hacia nosotros un elefante herido
barritando. Las mozas blasfemas proferían ecfonemas. Opté por entregarme al
vino y muchas noches me encontraron enturbio (borracho). No sé por qué me salen
hoy en el día del augusto jubileo las palabras bables. Pero les mobeyes (gaviotas) vuelan incesantes
por el firmamento de mi espíritu
Y es que mi Asturias es inocente y maliciosa,
socarrona y reflexiva, satírica y sentimental. Allí el amor a la tierra no es
particularista ni secesionista sino integrados y yo amo a Asturias en sus
furias y en sus envidias. En sus virtudes y en sus defectos. Me voy por sus
sebes y sus murias camino adelante. A moces. Los prados están tamizados de
flores: blancos belortos, violáceas corolas del cólchico, gencianas, malvas y
salvias y todo el amor que brinda en su tallo la festuca. Cudillero es mi
puerto seguro, aunque pienso que a veces los asturianos no están a la altura de
sus augustos paisajes.
Asturias es lo que queda de la España destruida. Yo
prorrumpo en un “estijerón” un solemne himno ortodoxo. Estoy gimiendo y
temblando y soy un cristiano fugitivo. Que no puede comulgar con la iglesia
sinagoga que invoca Wojtyla, que no busca a Cristo, que se representa a sí
mismo. Gran actor.
Cuanto mayor es el sufrimiento más cerca estoy de
Dios. El icono me mira con dulce y noble expresión. Su visión me hace bien y me
devuelve la paz y la alegría. Guarda silencio, refrena tus ímpetus, pero como
no voy a clamar si nos están invadiendo por el sur. Veo al Redentor con la cruz
a cuestas y coronado de espina.
Con Cristo hay luz y sin él espantosas tinieblas,
pero la cara redonda de este vejete no tiene nada que ver con la visión de
Cristo. Alcése Dios y sus enemigos se dispersen. Huyan ante su faz los que le
odian. Disipénse como el humo. Son palabras que leo en un menaion antiguo. Cánticos y lecturas prorrumpen en una dulce
modulación. Qué lejos estamos del Cristo ortodoxo. El oikos
pascual ha fenecido. Los tiempos son tales que surgen voces del contakion refiriendo las palabras
evangélicas: “Huya entonces a los montes quien esté en Judea”.
Todas estas colectas sálmicas tienen una misión que
cumplir: esponjar el alma, trasponerse y embargarse del espíritu evangélico.
Viví largos años consagrado a la plegaria no sé si con gran provecho, pero el
sentido ritual de los libros inspirados cristianizó el salterio ¿Cómo es
posible que los libros de la antigua alianza clausurada por Xto perduren en el
Nuevo? Orar utilizando palabras de otros hombres que han vivido en diferentes
épocas no es que sea muy original pero es una fórmula imprescindible para
entrar en el laboratorio de la gracia. Los exegetas argumentan que el salmista
está descifrando en sus palabras hebreas la llegada del Salvador. Aunque no
sirve darle vueltas. El salterio cristiano es un préstamo judaico. La lectura
modulada de los responsorios fue la escala por la que trataron de llegar monjes
de todas las épocas a la Nueva Jerusalén. La iglesia ortodoxa tiene el spakón que se corresponde con la
antífona (literalmente, voz contra voz) de los católicos y a los estiquerios griegos de ritmo binario de
tendencia autocéntrica.
¡Ah “stavros” dulce cruz. Dominus regnavit a ligno.
El cristianismo no es más que cruz y que menoscabo o desprecio de lo
presente. Poco me importa que mi mujer
me sea infiel, que los hombres me desprecien. Yo sufro por el amor de Xto y
proclamo la verdad como un diácono, por más que el papado actual no me sea bien
quisto. Se aficionó demasiado al mundo y éste le está pagando con la falsa
moneda en una especie de “lip service” mediúmnico. Los poderes sublevados
contra el Ungido perecerán. Hay en nuestro mundo de hoy un combate acérrimo y
este aspecto agonístico no es para ser dado de lado. Nuestra esperanza es
precisamente Xto vencedor de la muerte y que derrotó a los demonios.
Es una lucha decisiva contra la carne y contra la
sangre en la que estamos embarcados. Contra los principados, las potestades,
las dominaciones de este mundo tenebroso. Contra los espíritus malos instalados
en los aires. Xto asumió la historia de Israel y lo eleva a la eternidad. Pero
no al revés, como algunos pretenden, y ese ha sido el error máximo de Wojtyla.
El corazón del mundo se aleja de él por más que la boca esté cerca.
Rebrota la leyenda de los viejos ritos, mientras el
morisco ocupa Getafe. Es Ramadán y ya hay más de cien mil dellos sólo en
Madrid. Vienen y vienen, presidente, guay de mi España. Pipino había pedido
libros litúrgicos a Roma. Envió un antifonario y un responsorial a Simeón
Secundicerius. hoy por las calles de Madrid no se escucha hablar en cristiano.
La iglesia de Juan Pablo II está muy lejos de esa
belleza mística que tiene el trotarios. Él, que venía del Este, ha roto con la
tradición. Tendrá que dar cuenta a Dios de muchas abominaciones. Por eso no
quiere morirse. Capituló a las instancias del siglo. Me sigo refugiando en la
liturgia rusa, pues de allí viene la esperanza y la fe. Juan Pablo -siniestro
personaje- no ha querido reconciliarse con el patriarca de Moscú. Es un
horizonte que junta el cielo con la tierra. Me impregno de eternidad. Lo que
nunca comprenderá este polaco es lo que dijo el Maestro sobre el menosprecio
del mundo. Ay de vosotros si os alaban y no os persiguen. La cristiandad por la
acción de las radios y de las estaciones audiovisuales sigue siendo un corral
de vecindad. Nuestro mundo - dijo un santo padre- está hecho de tal modo que al
creyente se le tiene por un ser anormal; si no logran desnudarlo de su fe, lo
encierran en un monasterio. Wojtyla se ha unido a los descreídos. Es la vera
efigie del mal pastor que no da la vida por sus ovejas. Tiene en mucho su vida
y la perderá. Es un falso profeta. No le creáis.
Me someto a tu embrida y voy escotero por la vida a
la busca de reliquias. Un itinerante de la tercera edad que va a ver las Edades
del Hombre. El cristianismo se ha convertido en pieza de museo. Me prende la
duda. Lo que más me gusta es dudar. Pienso en las recompensas que el destino
reserva a los santos. Mis días me han convertido en cantor del crepúsculo. Soy
también escritor. Tutor de la moral. Venid todos al banquete de la palabra. Ya
sé que me controlas a longe. Mirad esos sacristanes con los dientes enfermos.
Se encienden en el horizonte las candilejas de la tormenta. Mi prensa, que no
publico más que en el interior de mi corazón porque ese es mi periódico rompe
en guays y sollozos de jeremiada. Todos los periódicos del mundo a los pies del
New York Times. Contemplo la obscena hilaridad de la muerte y el alegre
retumbar de las barajas sobre las testas vacías.
No digas tanto que te han estampado con el sonoro
bofetón del gusto. Mi vida se ha convertido en diatriba del tempestuoso
presente. Oigo el cascabel de los
bufones que se aproximan. Son los hoci poci medievales. Hay en lontananza un
montón de borradores. Acumulo textos nuevos. Viene el inoj (monje). Ya flamean
las haldas de su escapulario negro. Confirma el religioso que yo aprendí a
admirar leyendo a Chejov. Rebasaba mis tautologías e indigencias mentales.
Bendiciendo iba por el mundo. De todo aquello sólo queda un rasguño en el
cielo. Y dejas pastor santo tu grey en este yermo. ¿Cuándo terminará la comedia
de los cuentos póstumos? Execro esa culpa por los tiempos póstumos pero me
entusiasmo con la metafísica del profetismo. Ellas escupen para la bandera, y
mientras tanto la baraja se nos llena de sotas y en las mansas olas estallan
temblores de odio antiguo. Corre por el país una marejadilla de guerra civil.
Vidas derelictas, textos abandonados. Comprate una pipa nueva, fuma y te
sentirás mejor mientras escribes negro sobre blanco. Abandonos de septiembre.
El bronce de la lluvia. Befas. Muy peligrosas befas. De niño yo quería ser
cantor. Sueño con mezquitas convertidas en iglesias antes de que baje la marea
del vino que me hizo pasar hartos trabajos. Susurro la estrofa de una vieja
canción:
“Bernardo estaba en el Carpio. El moro
en el Arapil. Como el Tormes va crecido. No se puede resistir”
Toda la noche oímos pasar pájaros sobre los puentes
atalajados del Guadalquivir. Uno ha de
resignarse y asumir el papel del gato del portugués que va adonde le llevan. Have
a break, have a Kit Kat. Este es
un by line o motete comercial digno de la pluma de un Orwell, quien también se
ganó su duro pan escribiendo para el comercio. Fue publicitario como cualquier
propagandista de la hora actual. Pienso en los lameruzos del “Mundo”,
lengüetazo va lengüetazo viene, a la Constitución del 78 que entre todos la
mataron y ella sola se murió. Triste está don Gregorio Peces. Triste y cansino.
Un manso. Que lo aspen. Mal rayo le parta. Que ahorquen a Raúl del Pozo, uno de
los grandes áulicos, en su propia melena blanca. Es la hora de Judas. No hay
árboles en los bosques de todo el mundo para que pendan de sus ramas los
infinitos traidores. Arzallus, paraguas en alto, dirigía el orfeón que cantaba
un aire vizcaitarra en honor de los gudaris. Ese himno se ha convertido en
canto funeral por las Españas que mueren en medio del inmenso bostezo de las
tenidas de la prensa democrática. Arzallus estuvo muy solemne con sus loas al
RH propio y a toda la raza turania. Mulas
de la Inquisición cerca del convento y el delator al acecho. Andaba el viento
muy pomposo de capas pluviales. En Triana había jolgorio. La escarcha se
confita sobre las calles empinadas. Escribiendo me hago compañía y de mi pluma
se alzan memoriales y cartas que envío y nunca serán contestadas. Mi vida ha
sido una marejada sobre los trigales. Y allí en un rincón siempre me encuentro
a Teresa con sus reformas y sus trajines andariegos. Una trotaconventos
convertida en fundadora. El Ser. El Mito. La nada. Mujeres españolas, hembras
de rompe y rasga. La “Espe”, la Campos, doña berenguela y doña Tota la
asturiana. Agachad la cabeza y gemid bajo el puñal de Perperina. Las ninfas
cibernéticas andan algo espatarradas.
Memoriales.
Rentas. Importancia del oro. Hipocresía. El dulce disimulo del místico. ¡Ay,
cuánto sufrir y padecer! Tus prosas monjiles se han quedado en nada. Como
España. Soy un jayón de la cultura. Todos mis méritos, hablando en certinidad,
son expósitos. Hojeo las páginas del Jelirah, el libro cabalístico que hizo
tantos jesnatos. Visito el sepulcro en Santa María de la Huerta de Ximenez de
Rada el constructor de la catedral de Toledo. Su nombre ocasionaba la jindama o
el pavor entre los moros que se escondían en las madrigueras de los tolmos o trepaban
por entre los cuchillares y gollizos de montaña. Te convertirás en jorguín de
la noticia. Ese es tu sino a jorro de los acontecimientos.
¿Me preguntas por Wojtyla? The jews
are invincible in peace, invisible in war.
Van los últimos a la
guerra para volver los primeros. El viento de la historia azota al olivo de
Israel y son vareadas sus ramas a conciencia por los cortijeros. Luego en la
almazara su fruto es exprimido y molturado hasta el máximo. Así tiene que ser
para que el crecal, su árbol místico y simbólico, de su fruto. Ellos son los obreros de la hora undécima.
Trabajan con pendolistas a jornal y como el diablo se hizo periodista ellos se
aprovechan. Esas tendencias estetizantes. Esos gozos necrológicos. Para mí
ninguna pulga es malvada. Todas son negras. Todas saltan en los garitos infames
del Madrid tabernero donde van a beber los modernos periodistas cuyo trabajo
fundamental es la injuria y el sarcasmo y hablan un lenguaje elaborado del
intelecto separado del idioma de la calle. El periódico mengua el estilo y en
su cotidianidad destruye los temas. Ya pintó El Bosco a periodistas que la
emprendían a mordiscos. Ponedlos un bozal. Los bibliotecarios hacen su propia
metamorfosis y se convierten en agitadores. Los niños siempre desean saber qué se
esconde dentro del caballo de cartón. Una agada del Talmud prohíbe la excesiva
sciencia. No lo quieras saber todo. Te volverás loco o más te valiera no haber
nacido. Deponer derribar, pintarrajear monumentos esa es la norma de la
modernidad. Su escritura en la pared se confunde con el dele de Satán. Y en el
paisaje urbano se erguía austero el toldo del rascacielos. Una vaca le daba
cornadas a la locomotora. Yo escribo en estado de exasperación. Todo es
chapucero. Los versos giran con la rotación de la tierra. Dan ganas de pegar
saltitos en el viento. Mañana dejaré de fumar e ir a la cervecería. Nunca
cumplo mis propósitos. La única razón posible es la razón vinolenta. El alcohol
nos da amparo y nos tortura. Ah mis dolores de cabeza en las mañana de resaca.
Es como descender a un pozo hondo y entrar en un camino sin rumbo que no
conduce a ninguna parte. Voy escotero por el mundo sin escudo y sin refugio,
cantando las verdades a cara descubierta. De tarde en tarde percibo sobre mis
hombros el viento suave de las bonanzas. Nunca practiqué el mamoneo de la
lisonja. No fui periodista pasamanero sino ardoroso vidente de la totalidad.
Mucha ambición y pocos principios. Esa es, como os vengo diciendo, la historia
de los papas. Gastos, reservados, bulas, franquicias, estolas, capas pluviales,
acetres de oro y de plata y pasta, mucha pasta. Y ángeles barrigudos que soplan
adufes desde los policromos retablos barrocos y vuelan retozones hacia la
victoria. Nos ahorcarán a todos con cordón de seda de una viga de la Cámara de
los Lores, el club más selecto de toda Europa. Eramos bastante jóvenes y
estábamos un poco desilusionados con la político. Organizábamos sentadas y
manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Wojtyla por entonces no era más
que un obispo muy pagado de sí mismo en Cracovia dentro de la nómina de agentes
de la CIA. Nacimos en la era de la fotografía. Todos queríamos ser fotógrafos a
imitación de Lord Snowdon. Yo me compré una Pentax y me fui a Belfast a hacer
fotografías. Por poco me mata un paraca cuando una noche de Noviembre en plena
Falls Road accioné el obturador del flash. Era la hora incierta del twilight
cuando llegan las brujas. Fui salvado por la misericordia de los cielos y por
la intervención de la Madre Teresa de Calcuta a quien acudía en ese momento -
cuando me crucé con el blindado escocés- a entrevistar a uno de los suburbios
más pobres de aquella ciudad. Volví a Londres y pernocté sentado delante de la
fuente de Eros en Picadilly. Los muros de los almacenes de Marks and Spencer
estaban llenos de pintada y de consignas. Haz el amor y no la guerra. Nunca le
daba a las anfetaminas. Yo he sido escapista del porrón y del vino a palo seco.
-
Eh you, purple heart takers. O
vosotros corazones de purpura, ¿adónde os encamináis con tanta prosopopeya?
-He conocido el secarral de muchas resacas y de
atormentadas noches de etílico. Por una más. Yes, I
know, drinking could become a messy business.
-El LSD o ácido de dietilamina no lo conoces. No has
conocido entonces las alucinaciones de la paz celeste ni los enunciados de los
infiernos más horrorosos.
-No encaja tu discurso.
-Ni yo mismo me encuentro razón de ser. Mi vida no
es más que un pelote de borra para henchir cojines.
Pero nos ibamos a jugar los cuartos a Espinal que
por aquellos días era el club más selecto de Londres, justo en Berkeley Square.
Ya estaban a la puerta los lacayos vestidos de amplias libreas negras verde
botella. Por las jambas de las puertas penetraban imperiosos personajes que
iban a ser trasquilados. Señores, hagan juego, personajes dignos de una novela
de Dostoievski. Todo lo cargábamos al inland revenue y nos largábamos a cenar a
Álvaro el restaurante italiano más posh
el que estaba al final de Kings Road. Todo aquel mundo pasó arrollado
por la vorágine de una nueva era que llegaba al son de la música de los Beatles
vibrando entre las cuerdas de las guitarras eléctricas de todos los chicos de
barrio. El mundo se colaba por los entresijos de la imagen. Todo era imagen tal
vez irreal. Por eso la gran modelo de aquellos días era Twiggy, la mujer
irreal. No era una mujer pues no tenía caderas. Era la luminaria de la gran
persuasión. Un conjunto de jóvenes se reunió para que algo sucediera y sucedió
en verdad, pues todos veníamos pisando fuerte.
Había barra libres y restaurantes all the food you
can take. Tampoco nos faltaban las
mujeres en ningún momento. Así estábamos todos. Tan felices. Eramos una
generación fuerte que llegaba apretando el paso.
Cierto es que aparcábamos poco a poco las costumbres
de la infancia. Muchos dejamos de rezar el rosario y de ir a las sabatinas. No
había más conjugaciones del verbo moneo ni declinaciones de ese rosa rosae
místico en los labios de los aflictos pronunciados con voz solemne y
quejumbrosa. Nuestra plegaria era un rezo de desesperados y de desterrados en
este valle de lágrimas. Pero en Londres descubrimos que los valles de la
campiña inglesa contenían más risas de sátiros que de lágrimas penitenciales.
Sarta de dieces. Ave María y otros tantos peldaños de los que trepan por el
husillo de la escalera de caracol que va al cielo derecho tras empinada
ascensión. Salutación humilde a la esclava del Señor. Por aquel tiempos
conocimos a otras esclavas con otra clase de subordinación. Soniquete que se
escuchaba por todo el ámbito de las Españas cuando el sol iba de vencida, un
canto de resignación. Eran las plegarias de las vísperas declinantes. Pero ya
el medievo pasó. No hay Dios. Todo está permitido. En la insistencias rosarias
se basaba la mística del hesicasmo. Los primeros en rezarlo fueron los moros
con invocaciones a Alá otras tantas veces. ¡Qué desencanto al descubrir que el
cielo estaba vacío y que no había nadie al otro lado a la escucha de nuestras
imprecaciones! El mundo se volvió un poco más difícil, más placentero, más
perverso. Claro que Antes tuvo sus detractores. Miguel de Molinos, aquel
jesuita iluminado, apóstol de la oración mental, lo consideraba la rahez de las
devociones. Los cartujos por su parte la mantuvieron siempre como bandera
claustral y orgullo de orden. La Virgen María vela por el cartujo en vida y en
muerte. Acaso el rezo del santo rosario sea una de las claves de su
perdurabilidad. “Cartusia nunquam reformata quia nunquam deformata”, solía
decirse. Por lo regular los cartujos gozan de vida y larga y un monje cualquiera
al cabo de sus días bien puede haber pronunciado cientos de avemarías y de
gloria Patris. Por eso cuando muere un monje blanco en los cielos hay folixia.
El alma de estos bienaventurados cruzan la aduana celestial sin más. San Pedro
les pone pocas objeciones. Venga, cartujos, pasad. Sale a recibirlos en persona
la Virgen María en calidad de reina de los cielos y posadera invisible que vela
por la seguridad de los cenobios cartujanos. Allí los hijos de san Bruno tienen
vara alta. Al menos, es lo que creía yo durante muchos años. Luego, por mis
pecados, nunca se me apareció la Virgen y he dado con los huesos de mi vida y
de mi muerte en un pleno fracaso. Virgencita, Virgencita, no acudas a salvarme.
Que me quede como estoy. Con mis rosarios al cuello fui un poco el risum
teneatis. Pobre loco, oí murmurar en mis calcaños.
Las 150 avemarías corresponden a los otros tantos
salmos ya cantados en la iglesia de Antioquía por san Ignacio Mártir. pero
aunque ya Beda el Venerable en una de sus cartas al Beato de Liébana hace
mención de esta práctica piadosa no cobra carta de naturaleza en la cristiandad
hasta finales del siglo XV. Dicen que ha sido la mejor arma que ha tenido la
iglesia en su lucha contra el dragón. El nombre de María lo pone en fuga. La
hidra deja entonces de agitar sus siete
testas y los ignívomos monstruos de la noche se amansan. ¿Qué tendrá el
rosario? Conjuro sublime que ha servido de sortilegio contra la ponientada de
azufre. María, mar amargo, o simplemente mujer, difunde luz en medio de las sombras
y los diablos huyen. Santa María, madre de dios, entonces yo tuve un sueño y vi
las acroteras sobre las cuales se eleva y reblandece el templo del dinero
sentado al padre dolar Jupiter rotundo hablando inglés y catalán a la pléyade
de aduladores y de sicarios. La virtud de las vestales lloraba inconsolable a
la sombra de un sicomoro. Todas las calles del viejo Bowry estaban sembradas de
cadáveres de borrachos. Habían caído en la toma de la Bastilla del Morapio
-Bien empleado os está - clamó el Tonante - por
perdedores.
María aplastará la cabeza de la sierpe pero Jupiter,
deidad sincretista, no admitía tales postulados. Por lo que las naves
cinerarias singlaban sus cargamentos de muerto desde el viejo Lower hasta los
kills de Staten Island. Iban costeando los bajíos de la ribera y bojando la
isla donde tan infeliz fui. Los bous y las lanchas navegaban fúnebres proa a la
desembocadura del Hudson en medio del griterío de gaviotas plañideras. Los
hundían en la bocana de aquel puerto desabrigado que mira para la tierra firme
de New Jersey donde abarloaban otras tantas naves onerarias o barcos basureros
del Gran Manhattan. Sus hediondos cargamentos quedaban aplacerados en las aguas
someras de aquella bahía. Staten Island, donde yo viví y practique mi particular
robinsonismo de apátrida es la isla de los muertos. Se trata de un nombre
alemán.
Nueva York es como un trágala. La ciudad del irás y
no volverás. De lo tomas o lo dejas. El viento gemebundo extraía sonidos, como
una cantárida que chupara las entrañas de Eolo, y entonaba melodías en los
cangilones de las antiguas azoteas de poliuretano. El aire sabe soplar con
furia asesina sobre estas calles encajonadas y como en lo hondo de una sima de
manera que los viandantes no ven nunca el sol.
Me llevaron a la taberna de Chelsea donde un poeta
galés dipsómano cayó redondo a causa del bourbon. Era una taberna enorme con
los mostradores de caoba, muy silenciosa, tamizando la luz gris de la calle sus
ventanales. El ambiente era de penumbra.
Olía a pises de gato. A bebidas rancias y se masticaba en aquel lugar el
silencio de los vencidos por la vida. Nadie hablaba. En Manhattan, por no herir
susceptibilidades, se suele honrar a Baco de manera silenciosa. Sobre el tapete
verde los parroquianos depositaban un fajo de billetes. El camarero en jefe o
gran sumiller a medida que se iban emborrachando los clientes retiraba el
dinero de cada consumición. Cuando se acababa el remanente los adoradores de
Baco salían a la calle dando tumbos pero en medio de un silencio impresionante.
nunca se verán borrachos más mudos que los que frecuentan los speakeasies
neoyorquinos. Parecen monjes.
Pero a mí lo que más impresionara fuera Wall Street
y sus paneles donde despliega su poder el gran dinero, con el azacaneo de la
inmensa lonja del Mercado. El zurriagazo de la gran competición. Es una calle
donde la inquietud jamás duerme excepto los fines de semana. Es un inmenso
ring, el gran corredero de gallos de las finanzas internacionales. Allí el que
más chille, capador. Salta un shit cada tres vocablos. Pero atención el parqué
es un campo de minas donde las más importantes fortunas del mundo pueden saltar
por los aires.
Yo pasé por aquelles en bicicleta en la era Carter
antes de que sonara el gran golpe de gong de la revancha mundialista. At
that time we did not think global yet. Pero faltaba poco. La fruta estaba madura. Las
lavanderas de New York (ay si las hubiera) tendían a secar las sabanas
permitiendo que Neptuno travieso y soplador les subiese las faldas. Eolo se
encarnizaba con sus enaguas. Luego vas y lo cascas, hombre de dios.
Ciertamente, no vi lavanderas, pero sí un reguero de humanidad atormentada que
estaba aguardando la llegada del Mesías. Manhattan, forrada de níquel y
edificada toda ella de rascacielos de fibra de cristal, desconoce algo tan
banal y tan humano como poner la ropa a secar. Las moradas, tan trasparentes y
con tanto ventanal, se hallan herméticamente selladas. A toda hora están
echados los pestillos. Las fallebas se oxidaron tiempo ha. En sus tendales
invisibles que atravesaban sus lianas de rascacielos a rascacielos puse a secar
mis sueños y por poco se me hiela el corazón, pues percibí que allí no habrá
esperanza.
Comí en algunos restaurantes chinos el mejor pescado
de mi vida: pez barbado, recazo, lubina y angulas del Hudson. Ciertamente el pescado que servía en estos
restaurantes cuando no estaba capturado a la roca sino que era de piscifactoría
resultaba gordo e insípido.
Nueva York, según la vi yo en aquellos años, era una
ciudad judía que amarraba a sus poetas al banco de las tabernas. A otros los mandaba ahorcar mientras otros
espontáneamente se tiraban desde las rejas del puente de Brooklyn. Una nube de
fatalismos nos envolvía. Quizás de tanto leer al New York Times algunos, no
pocos, se volvieron tarumbas, aguerridos y sibilinos en política internacional
y se contagiaron con esa violencia mental que inocula en las almas el Talmud.
Los inmigrantes seguían llegando a la isla de Elis muchos creyendo haber pisado
el primer peldaño del Paraíso y de la Tierra promisa. El clima de Nueva York,
tan mudable, se presta a las fantasmagorías. La gran manzana atrapa y no creo
que al decir esto caiga en veleidad. La brisa aporta los suspiros de todos
aquellos irredentos que sueñan con alcanzar su manumisión. Contento me tienes.
La estatua de la Libertad es uno de los monumentos
más horribles del mundo y su antorcha, una añagaza monstruosa. Jamás un pueblo
que tiene una estatua así podrá ser libre. Obra de Bertholdi y construida bajo
los auspicios de un judío, Joseph Pulitzer, la cariátide se mofa de muchos. Es
la nueva virgen a la que imploran los desclasados de la tierra. Un grito que
resuena a improperio de Jeremías. Los cantos revolucionarios son traídos y
llevados en volandas por la brisa de la Bahía. Give me
your poor and huddled masses yearning to be free. Una utopía. Yo quise ser la cabeza de un turista que
se asoma por los huecos de la diadema de la virgen de radios coronada. Toda
ella es de níquel inoxidable teñido de verde esperanza deslustrado por la furia
de cien cierzos. Ofrece una nueva imago mundi. Es un germen revolucionario.
Toda la ciudad a la que vuelve la espalda se rinde a sus pies, pero no por ello
deja de ser menos un pegote. Cuarenta y
cinco metros y 170 peldaños os saludan visitante.
Me acuerdo de la huelga de gasolineras
estadounidense el seis de mayo de 1979. Todo un país ante la indisponibilidad
del combustible pareció volverse loco. Todo eran pánicos, gritos y zarandajas.
Ya por aquellos tiempos, cuando se secaron los surtidores, algunos periódicos propusieron
bombardear Irak. Por aquellos calendas medias de los setenta Sadam Hussein era
un amigo y en la Gran Casa de Langley se le brindaba protección y asueto. Para
comprobar esta versatilidad de la poderosa Unión que no tiene amigos sino
intereses y que ellos llaman change of
allegiance no hay más que entretenerse una tarde ojeando números atrasados
de la revista “Time”. Washington tiene por costumbre cambiar de vasallos con
harta facilidad. El norteamericano vive en perpetuo estado de guerra. Siempre
tiene que estar haciendo la guerra a alguien, siquiera a sí propios. Yo las
estaba por aquel entonces viendolas venir y me repetí solemnemente para mi
capote: naranja, limón y ajo, mando los médicos al carajo. Lady Liberty a la
que veía desfilar a babor en mis idas y venidas a la ONU cuando tomaba el ferry
de Staten Island, no me impresionó. Su aspecto era horrible y
atemorizador. Ofrecía una aspecto
astroso y para colmo era ciega como la envidia. ¿Era un monumento a las masas o
una representación de la diosa Némesis que prestaba acogida a los parias
prometiendoles a golpe de llama venganza por los oprobios de siglos de
cristianismo y de corporativismo? La gran manzana es el emporio de la
emulación. Se empinaba sobre el podio del libre examen y del capitalismo
salvaje. A los recién llegados les aguardaban los colmados de los sweat shops
del Bajo Manhattan pero con un poco de suerte y paciencia y la capacidad para
decir cada mañana la gran jaculatoria de los mercantilistas: “another day,
another dollar”.
Aparecía de repente gigantesca en un recodo del Sky
line, mientras singlábamos en el transbordador camino de mi domicilio En uno de
aquellos viajes vi flotar cadáveres de ahogados cerca de Queensboro Bridge. Era
una chica. Sus pechos flotaban enorme e hinchados cara al sol debajo de la
blusa. Desde entonces tengo pesadillas
por las noches y me cubre el espanto de tan dantesca visión en la que se
aparecen los miles de ahorcados, de los condenados a muerte en la silla eléctrica
o de los vulgares asesinos. Con ellos yo descendía poco a poco a los infiernos
entre tumbos temulentos de las escalerillas del alcohol y de la lengua
estropajosa.
He aquí que un busto parlante ha sido elevada a la
categoría de reina. Tendrá por cetro un esperpento. No se trata de divagaciones
poéticas sino de una realidad asumida entre las lianas y los sargazos de la
política nacional donde todo se enreda y se magnifica. El heredero de la corona
se casa con un reportera divorciada. ¿Cómo es ella? Monilla más que beldad.
Pero instalados en la tarima del absurdo aquí todo puede ser posible. Los
áulicos están hechos unos melifluos. La canallesca se reserva el derecho del
botafumeiro. Este hecho tendrá una gran resonancia. Ya se ha dejado dicho que
en este país se consuman los sueños de lo imposible: gozar de una monarquía sin
monárquicos. El Sr. Ansón está hecho todo un brazo de mar aunque la crítica
unánime apunta a que es el mejor escritor de la transición. Y, aparte de eso,
todo un mandarín de la noticia rodeado de cachorros, alevines y presentados del
escribir. Los novicios de la “mass media” bajo su protección pronto cantarán
misa. De oca a oca y tiro porque me toca pero no hay períoca o argumento en
este tratado absurdo de la vida. Uncete mulo a tu armella. Ponte bajo la tralla
del escribir. En dos hoteles de Bagdad ha caído un misil. Este nos mi Bagdad el
del “Collar de la Paloma” de Ibn Hazm. Me lo han cambiado los americanos a
persuasión de los judíos que han sido los primeros en meter mano en el avispero
y el mundo tiembla ante los niños suicidas palestinos y los hijos del caíd
mientras Occidente sigue acariciando, obseso peripróctico, la locura o el
espejismo de la libertad y vive los devaneos asesinos de la prensa rosa.
Demasiado doctrinarismo. Hoy se escribe mucho artículo de fondo. Pontifican a
esgalla los monstruos de la comunicación a través de sus programa oceánicos. En
antena seis horas. ¿Cómo podrán saber y hablar tanto? Ninguno nos ha dicho
hasta ahora dónde está Ben Laden. Ese hijo de Mahoma engendrado en la oscuridad
de un oasis. Su inadvertencia, la de estos hierofantes, con la cabeza coronada
de Masters nos llevará a cometer no pocos errores de apreciación. Nos tienen a
blancas. No sabemos dónde está el enemigo y eso aumenta la potencia de las
mandíbulas del dragón.
Lo que necesita Madrid son xenodoquios y lazaretos
para acoger a los extranjeros llegando en oleadas mientras los aduaneros y
guardafronteras miran para otro lado. En la calle Bretón de los Herreros la
oficina de extranjería se hunde a causa del peso de los expedientes acumulados
en sus pasillos. Esto es un cuele. Los sagrados huesos de la camara Santa y los
de San Antolín se revuelven en sus tumbas. Nunca hubiéramos podido llegar a
suponer caer tan bajo. ¿Serán estos los pródromos del holocausto de España?
Kafkiana noticia la de que se esté hundiendo un edificio oficial de esos que
lucen en su balcón mayor una desmarrida bandera de España porque las vigas le
vencen a causa del peso de las cédulas con papel timbrado. Llegaron en masa,
presidente. Lo anuncié yo en una novela.
El espíritu de profecía se enredó con los puntos de mi pluma. Un signo que
contrasta con la imagen del general Emilio Alonso Manglano, un jubilata, a
quien vi yo ayer cruzar por un paso de peatones de Argüelles. Iba fumando
tranquilamente un cigarrillo. Fue el jefe de los espías españoles. ¡Dios cómo
habré sobrevivido yo ante tanto enemigo suelto! Su persona centró la peripecia
de una de mis novelas. Como está casado con una norteamericana barría para
casa. Crueldades de los tiempos. No sé lo que me dio verle cruzar la acera como
un pensionista más a este señor que otrora fue tan poderoso. La visión respaldó
el apotegma árabe de que si te sientas a la puerta de tu casa verás pasar el
cadáver de tu enemigo. Me arrellané en el asiento de mi autobús gozoso de ver
sin ser visto pero, en particular, de haber sobrevivido. Hay que aguantar los
escupitajos de Riudavets, sus invectivas de sargento delator en cuyo puesto las
mañanas de inviernos como buitres en torno al afecho se arremolina turbamulta
de bibliómanos y de tarados mentales. La caseta número quince de Moyano es un
comedero de vulpejas. Me gritó que no diese mítines. A uno de los clientes le
huele terriblemente el aliento. Otro tiene unos brazos excesivamente largos y
se lleva todo libro echa el librero de lance en el duerno ilustrado. Nadie
habla pero hay un afán de receptación inmenso. Todo el mundo está silencio pero
dando quehacer a su trajín.
-Cuidate. No me gusta ese coloro de xantina que
tienes.
- Debe de ser la diabetes. Todas las moscas del país
se vienen a mi bragueta al amor del azúcar de mi orín. Todas van a la miel.
-Es como el heliotropismo de tantos y tantos
periodistas y escribidores. Todos cara a l sol que más calienta. Si lo hacen
las moscas ¿por qué no lo iba a hacer
los humanos?
-Tú, mientras tanto, por tu malvado designio llegas
tarde a todas partes. Seguro de que vas a la mar a bañarte y te encuentras con
las playas se han secado. Para tu fatalidad.
-Sí. He sido un hombre sin suerte. Los cohechos de
la fortuna nunca me hicieron sonreír. La he buscado con denuedo pero la vida me
ha vencido.
-Mas tú no te preocupes. Sigue escotero y que te
pase lo del legionario. Siete tiros en el cuerpo y avanzando.
Pienso que en parte la razón de muchos de mis males
se debió a mi altanería mística. Hoy graznar a los ánsares y me echaron del
senado pero yo los dejé que se quemaran en el fuego de su propia lascivia. Así
les quité la palabra de la boca con que me acusaban y los dejé sin argumentos.
Su potestad tribunicia. No me asustan. Todos eran voltarios. Siempre al sol que
más calienta como Raúl del Pozo el de la melena blanca con pinta de histrión el
que prevarica sentado ante las cámaras de la Gran Loba.
-¿La madre o la hija, cuál de las dos?
-Tanto monta monta tanto
Son días de odio cerrado. Los hombres miran con
caras desencajadas. La vida es sórdida. Llevamos existencia de lupanar. Se nos
han negado los verdaderos goces. Los muertos pasean por los bulevares y hay
estantiguas de jubilados por las aceras, gente con las manos en los bolsillos,
los lunes al sol, y martes y trece, y los miércoles, los jueves y los sábados.
Hay quien saca sus enseres de pacotilla como los desahuciados para pignorarlos
en plena vía pública. Todos esos objetos son pecios de antiguos naufragios. Los
enseres y cachivaches que nos rodearon e hicieron más amable nuestra vida antes
del divorcio o antes de la botella o de los tientos a la bota cuyas libaciones
intempestivas nos redujeron a la
categoría de ex. Sí hay mucho ex. No faltan tampoco los ex hombres. Si visitas el
punto del Sr. Paco te puedes comprar una biblioteca. Ya nadie lee. Quedad con
Dios, sujetos y a merced del pico de las nuevas vultúridas y de los modernos
papagayos. Poned la vieja vajilla al retortero. Nadad todos en la mar de los
postreros estraperlistas. En el encante hay ojos que miran como escopetas
cargadas, pupilas desconfiadas que vomitan pez y agua salobre por las fauces
desencajadas de gárgola.
-Bolo, ¡cuánto hablas! Yo en este barco que se hunde
me encuentro divinamente.
Había allí endemoniados y aquejados del “morbus
sacer” y epilépticos como el Gran Jauregui que participaban de la crisis
comicial de la política. No se les borraba de un plumazo. No se les excluía del
altar de los micrófonos. Se les dejaba garlar en programas oceánicos toda la noche. Llevaron
las nuevas trovadoras y trotaconventos y las chicas guays empezaron a desfilar
por la pasarela. La vida se convirtió en un escaparate y en una catasta
mientras los parados dormían a la luna de Valencia y pasaban sus martes al sol. Los gordos no tenían derecho a vivir. El mundo se pasaba las semanas y los meses
enteros pensando en dietas de adelgazamiento. Cundía el bla bla bla de nuestros
genotipos atávicos. Oveja que bala pierde bocado. Hablar del fenotipo resultaba
un poco más peliagudo aunque quien más quien menos acudía a airear su
desvergüenza a los programas con te de tarde y a los consultorios de Anarosa,
los nuevos predios de la bujarronería y el color local. De allí se salía con la
convicción de que la vida y el amor no era más que basura. Quedaron sin curro
los poetas y los curas se fueron a trabajar a las oenegés cerrando las
basílicas a cal y canto. A las mercenarias del amor que llegaron en grandes
oleadas del extranjero, por aquello de que en España siempre hubo mucho vicio, se
les amontonaba trabajo.
Los inspectores del fisco se nos subían a las
barbas. Todo iba bien pero se nos amontonaban los papeles. Cédulas y más
cedulas. Hojas de reclamaciones. Compre usted hoy, pague mañana. Los cojos
andaban, los ciegos veían. Se había producido un verdadero milagro económico y
el personal se pasaba el día entero congratulándose de la bendiciones de los
tiempos que vivimos. Eramos mucho menos libres, más esclavos, mucho más
incierto nuestro destino, pero aquí los farautes y heraldos se hacían lenguas
de las bondades de la democracia. Corta el rollo. Venga ya. Eres más viejo que
un Alcántara. Lo decían por el serial de la tele. Yo no sé como pude resistir
tanta infamia y tanto desacato a la verdad pero amigos míos ciclotímicos, más
débiles se suicidaban desde el Viaducto al no poder aguantar la presión de
tanto mandamás cretino. Madrid se llenó de pobres y de marginales. Muchos
cristianos viejos se convertían al islam. El muladí no es rara avis en esta
tierra de mudanzas y de tornadizos, pero el fenómeno adquirió visos de pandemia
social. Las cuaresmas pasaron a llamarse ramadán y las iglesias quedaron
execradas para convertirse en mezquita con su imán dentro y todo. Los
moribundos a grandes voces ya no pedían confesión. Llamaban a los rabinos con
lamentos terebrantes. Cundía la apostasía por todas partes. Los abstemios
empezaron a empinar el codo y los santos bajaron de sus hornacinas de cristal
para irse de noche de picos pardos. Era la moda tránsfuga. En religión. En
política. En el hogar. Muchos honrados padres de familia, que no pudieron
soportar los muchos traumatismos
afectivos en casa (el hijo drogadicto, la hija que se evade con un moro, la
esposa que hace guarrerías con desconocidos) también se hundieron en el fango
de las noches madrileñas y vieron la nariz y los labios marcados por el tabes.
En sus partes íntimas les salió coriza. Era la consecuencia de sus
peripatéticos escarceos golfos por la Casa de Campo en noche de plenilunio. “Full
moon. All the lunies come out”[4],
que diría un neoyorquino.
Las sacerdotisas del amor venal, por boca de
redactoras y comunicadoras de lujo en medio del marasmo de la animación
cultural, habían establecido sus altisonantes púlpitos en las grandes cadenas
radiales. Las divas de la tele hacían las veces de celestinas y hablaban en
programas vespertinos a una audiencia de borrachos, impotentes y amas de casa
maltratadas, puesto que eso de la violencia de género iba a más. Los que no
tuvieron arrestos para suicidarse, patentes las puertas de la bodega de la
democracia, se dieron a una gran borrachera de libertad que desconocía el fin.
Vi por aquel tiempo a muchos pobres telumantes regresar a casa con los
estómagos ahítos de vino que no acertaban con la llave del portal y como no
había ya serenos que pudieran auxiliar dormían su borrachera en los quicios del
cancel. A muchos se los llevaba el relente de la madrugada. Las páginas de los
periódicos de aquellos días venían atiborradas de noticias de estos
fallecimientos por coma etílico.
Y en el Vaticano el gran usurpador del trono de
Pedro impartía bendiciones el domingo de Palmas entre balbuceos chocheantes y
aclamaciones de la juventud. Por lo visto, los de más de cuarenta años habían
perdido la cédula de la catolicidad. Los peregrinos croatas luciendo gorras con
su escudo escaqueado miraban desafiantes pero de los pobres serbios maltratados
y perseguidos nadie hablaba. Magnum gaudiun nuntio vobis: Wojtyla besa un
corán.
Estabamos sumidos en el cubileteo de la información
y una marejada de datos. Los moros estaban preparando en Leganés sy zuriburri.
Los arquitectos de aquel sistema opresor debían de ser mentes maquiavélicas,
gente con sed de venganza soportado durante siglos en la aljama. Oriana, llevas
toda la razón. Quo vadis, europa? Nadie se atreve a quitarle la tiara a ese
mamarracho en silla de ruedas que defiende la sede de su poder como un gato
panza arriba. El profeta Isabelo entre cervezas en el Café Gijón ya me lo
advirtió:
-Lo que queremos es un papa judío.
Pero a los que hemos denunciado el hecho - no
tenemos tribunales ni periodicos que difunden o hagan justicia - nos acusan de
no estar bien de la cabeza. Dicen que nuestra arquitectura mental bordea los
predios de la patología. Ay, Antonio, tu mente está enferma. Mi mirada se
desparrama en futilidades. Hay que calibrar los peligros con mayor sutileza,
pero Isabelo llevaba la razón al anunciar el fin de la vieja era y el comienzo
de la gran revancha. Las chicas topolino de los años cuarenta llevaban gafas
oscura como de ciega y zapatos que parecían coturno y en la primavera del 2004,
cuando todo se hiperboliza, van por el mundo con el teto al descubierto. Que
corra el aire por sus caderas. Enseñan los arillados ombligos. Todo son
premuras, ansias, reivindicaciones, y anginas de pecho, científicos que
anuncian haber descubierto la piedra filosofol, mujeres que quieren ser
independientes, violencia de género, casas que se derrumban. El mal es más
profundo de lo que muchos suponen.
Ahí apareció Acebes, ese chivo de Avila, para
anunciar que las instiotuciones que fueron habidos, todos muertos los cuatro
sicarios de Alcaida, pero a lo largo de esta democracia no hemos hecho otra
cosa que cantar funerales y asistir a miles de entierro de hombres de bien.
Dirán los mentores del sistema que es el tributo que hay que pagar. ¿Más
sangre, pues? Todo lo que haga falta. Opera un ambiente de cambio. Arriba
alinígenas y hombres y mujeres de los Andos que parecen tacos de jamón,
pernicortos y con un gran torax. Hubo un tiempo en que teníamos pasión por la
ciencia y amor a la patria. Ya no nos queda nada. Esta tarde me trae el viento
memorias de infidelidades, de memorias ventaneras, de marcas en los muslos.
Todo lo que yo sufrí no sé para lo que ha servido.
España, patria mía, eras la síntesis de lo
trascendente, la unidad de destino en lo universal. Mas he aquí que
aprovechando nuestra debilidad, nuestros circunloquios, el derecho humano, no
digan la palabra moro, nunca mencionen el chichi ni el salpicadero de la
parienta en los que se solazan y remojan otros porque te acusarán de machista,
lo que se impone es aguantar marea, hay fuego a dos bandas, nos hicieron la
tenaza, Boabdil el Chico ha vuelto a Granada.
Yo creía que mi España era un verdad metafísica,
exacta, eterna. Nombre de rezo y de plegaria, tierra consagrada a María y ahora
yace lacerada en el campo enemigo bajo la adarga y los espontones de la amenaza
sarracena. Los judíos mueven los sutiles hilos de esta tupida tela de araña. Es
el anochecer de nuestros destinos. Las aguilas de Patmos cesaron su vuelo y los
pájaros están enmudeciendo. Ya viene la maldita hueste de Almanzor nos
asesinarán recitando salomas y suras del corán. Trepo hacia los arcos
pensativos de mi empeño. Guerra en el horizonte. después, veremos a muchos
mozos en sillas de ruedas como en Sarajevo y los mutilados alzarán sus muñones
ante la indiverencia de los viandantes que dejarán en su platillo tirado sobre
la acera algún céntimo de cobre. El tercer milenio empezó comn guiños papales
al sistema sionista, confusión en los helados corazones. Por todas partes
resonaban los clangores bélicos.
Lo plural pugnaba con lo singular. Aquellos que no
se resignaron a comulgar con ruedas de molino, a ser integrados en la masa, lo
pasaron mal. Pero los pensamientos seguían fluyendo por el río de las ideas y
de los hechos disparatados. Un señor muy absurdo y algo venado parece ser el
cancerbero de todo esto y el automedonte del carro de la historia quizás sea un
loco o un borracho. Se acabó la risa y se romperán todos los diques que
contienen la ataguía del pantano de las lágrimas. La humanidad quiere seguir
viviendo en pecado mortal.
Pero a esta época lo que en verdad le faltan son
maestros y escritores de raza. Escritores de traza son aquellos que cada frase
da en el blanco y hoy existe una gran carestía de esa especie. Quizás por eso,
y sólo por eso, sea que mis borradores estén llenos de fuego. Mi escritura con
un pobre atalaje dispara golpes certeros porque yo pongo de manifiesto lo que
otros calles. Quizás digan que mis novelas sean un laberinto perto yo no creo
en la acción sino en el río madre que se lleva nuestras inconsistencias
formales. La vida humana en realidad carece de un diseño prefijado. En ella no
hay plot. No me siento con fuerzas sino para entrar en los arcanos del
inconsciente y escarbar entre las cenizas del fuego que fue para encontrar los
rescoldos. ¿Será verdad lo que dijo Xto que el mundo es demoníaco? El caos
vence al orden.
Por ese cabo he tenido no pocas pesadillas. Al
empuñar la pluma o cuando me siento ante la pantalla de mi ordenador, hay una
fuerza que me empuja a la rebeldía del fotógrafo del infierno. Todas mis ideas
contemplativas de unidad y de calma se
hacen trizas. Lo feo, lo macabro, lo bestial gana la partida.
-No eres más que un torzal que canta en el muro. Tus
trinos no los escucha nadie. Te han abandonado tu mujer y tus hijas. Todos
aquello en lo cual soñabas no existe.
-Ayudame, señor.
Siempre pensé que hay algo pecaminoso en la mujer
que nos acerca a la muerte. Los ángeles
de fuego estaban pisoteando la zarza ardiente desde donde Dios Abrahán habló al
padre de los creyentes. El laberinto de las tres religiones vuelve insoluble el
laberinto humano. No hay salida. Por eso, me refugié durante algún tiempo en el
alcohol. Me siento inerme frente a una
España confusa - y lo peor es que las masas no saben el peligro que las
cerca-que anda siempre en manifestación y que corea consignas como papagayos,
que grita con odio porque sí y no sabe porque grita como si fuéramos víctimas
de una condena, como si fuéramos presas del malhado. Por todas partesd surgen
pajarracos con moz chillona y mefistofélicas sonrisas que recuerdan al conde de
Romanones.
Los bailes están colmados, los jóvenes no suspenden
las actividades de fin de semana. Nuestras hijas se recogen a las cinco de la
mañana y las madres en lugar de reñirlas les dicen que hacen bien, que sólo se
vive una vez. Los hombres andan cohibidos y vacilantes ante este resurgimiento
a gran escala de los vastos poderes femeninos. En cualquier esquina te pueden
vender chocolate o salir una fulana de esas que zurcen virgos y voluntades a
tutiplé pues no en vano vivimos en el país de celestina. En el impluvio de
nuestras casas hay traidores y fantasmas y luego vienen los periodistas que se
especializaron en los cuernos a toda página y nos cubren de escupitajos. Echan
balones fuera, manipulan, intoxican. Por eso, los que ejercieron con orgullo
esta noble profesión andan siempre angustiados y caminando sobre el filo de la
navaja. De azotea en azotea, de pretil en pretil salta el diablo. Se acerca la
hora de tinieblas propicia a los vampiros.
Bebemos igual que un odre y comemos como cedros. Por
eso voy adquiriendo con el paso de los días la forma de un jamón que se refleja
en la luna del escaparate. No he podido vencer a esta polisarcia maldita. Como
desde niño compulsivamente y con nervios. Tengo miedo del domingo, tengo miedo
de mi mujer con la que he vivido durante un cuarto de siglo y que siempre me
resulta un misterio y estamos tan incomunicados como dos peces que aletean en
dos acuarios separados. Nunca sujetarás tu bulimia, perdiste la batalla de los
kilos. Esta mañana al despertar vi por la ventana en el jardín central varios
centenarios de cornejas que me recordaron temerariamente escenas de una
película de Hitchcock. Me dieron vomitonas. Ando mal de salud. Las calles de
Nueva York son como una gtran pesadilla pero el monstruo se lo traga todo. La
quinta avenida está llena de taxistas judíos recien desembarcados de Ucrania y
Bielorrusia.
Por ahí se empiezan los perolegómenos del sueño
americano. El sistema urbanístico no es tan intyrincado como en Lpondres ni
aquí para ser cabbie hace falta pasar umna oposición y aprenderse el
emplazamiento de cerca de nueve mil calles. You
always can drive a taxi after all. Es
el consuelo de los despedidos, de los que quedan redundantes y son convocados a
la larga fila del dole, el Inem de los ingleses y de los norteamericanos para
que nos entendamos.
-No dejes el corazón wentre las zarzas, pecador. No
te pierdas por una mujer.
-Todas son traidoras, impúdicas. Es defecto de
fabricación. La voz de la sangre. Por eso los moros, que son tan celosos, las
atan corto.
Los hay que no aguantan y se suicidan. Otros se
tiran al alcohol pero los más empuñan el revolver o les dan una paliza. Los que
todas las mañanas hacemos un cuerpo con la vida sabemos de los muchos peligros
que encierra la mujer.
Ya decía Plutarco que Dionisio es una deidad
traidora y “ebrii gignunt ebrios”[5].
Tuvimos la impresión de vivir una existencia de
beodos y de sonámbulos corriendo detrás de los curas y de las ninfas de la Casa
de Campo, las cuales habían arribado en oleadas desde Colombia, Ghana, Nigeria,
la Argentina y otras muchas partes de ultramar. Todas aquella pobres mujeres,
víctimas de los negreros modernos - a principios del siglo XXI uno de los
negocios más lucrativos era el de comerciar con carne humana de emigrante y
tratar blancas- pronto aprendieron las tretas de su oficio y las había
especializadas en la llamada disciplina inglesa que aplicaban abondo a todo
aquel que las quisiese reclamar.
-All men are equal under the whip, dear[6]-
pregonaba una rubia cockney recostada contra el tronco de un cedro del Parque
del Oeste.
Nunca se sabrá si era un sibila o una de las
innumerables vírgenes locas que azotan a estas horas las calles de Madrid,
verdadero Babel de la prostitución internacional. Todos somos iguales bajo el
látigo. A todos nos cubre el rasero de la muerte. Eros y Tanatos son nuestro rasero nivelador.
El oficio más viejo del mundo es tan terne y tan rudo de pelar como la raza
turania de Ibarreche. No hay quien pueda con él. Yo sólo escuchaba el canto de
aquella sirena al pasar. Al poco la vi convertirse en furia. En la diestra
blandía un puñal. Era el puñal de Perperina. Las parcas que salieron desde
detrás de un seco no paraban de gritar:
- Vamos, los enamorados. La hora ya está cumplida.
Huyo con mis quirites, evitando los poderes de la
glosocracia y de la retórica que nos invade hacia las nubes del no saber. Es el
más difícil todavía. Gran estilo. Frases épicas. Los plumillas de la serpiente
de verano le dan a la cometa. Vamos a comer constitución y el arte y la belleza
son apolíticos, distanciados. Por eso nos sume la batahola de la vulgaridad y
del feísmo. No se os ocurra a vosotros alzar la voz contra la estafa. Moros en
la costa, y vienen y vienen presidente y ahora resulta que los culpables de la
razzia son los humildes y sacrificados miembros de la Benemérita. Y más bombas
sobre Bagdad. Es lo suyo.
Hemos caído de espaldas en un marasmo de vulgaridad
y la que nos espera es la depauperación de las clases pasivas. Aquí radio Bla
Bla Bla. La madre y la hija hacen calceta. Yo estoy viejo y gordo y en la calle
oigo los ritmos de la música rap. No
puedo alcanzaros, hijitos míos. Me
cortaré las barbas. Todo es necedad. Me dan miedo los sintagmas del lenguaje
altisonante y torticero que utilizan los políticos o las espléndidas
construcciones verbales de los artículos de fondo de la prensa de alto coturno
democrática, escritas de un tirón, condenadas al olvido, empero, pues son obras
de vanidad.
Lo mío es la liturgia interior. Soy sacerdote del
tiempo y los ciclos. Dicen que en la eucaristía se hacía presente el triunfo
del hombre sobre la muerte. Acumulo
sensaciones que me atenazan. Me duele un poco el pulmón izquierdo. Puede
ser ese maldito nódulo que ha aparecido en la radiografía o es ¿el cáncer que
aguarda? Digo lo que los condenados a muerte en la prisión convento de San
Antón al ser convocados. Fulano de tal y tal. Y ellos contestaban:
“Chupándomela”. Gozo de mis preeminencias y tengo la seguridad virtual de que
el Maestro no abandonará a su iglesia. Hice de tal creencia una liturgia y mi
platonismo me lleva a lleva a pensar que esta vida es una preparación para la
gran liturgia celeste que durará eternamente.
De momento ando sumido en la hora alectoria del
canto del gallo. Tocan a misa de alba. La luz de neomenia entra por los
lucernarios. No hables con las gentes. Todos los hombres llevan un poco de
muerte dentro y se les nota. La noche está dividida en vigilas. Yo salmodio. Me
ciega la luz de los panes de oro de la cancela del iconostasio. Esos santos y
esas vírgenes como recién pintados son una apología del fuego interior que
consume al alma mística. Guarda mi vida, dulce Atanasio. Los querubines del
coro entonan acrósticos. Se inicia el tiempo de Navidad. Hoy es la fiesta de
san Andrés.
Los estribillos se prolongan en las alturas. No
hables con los hombres cuya boca transpira maldad y veneno. Escucha las
vigilias nocturnas que se celebraban en los templos de Cesarea de Filipo,
Bitinia, Jerusalén. Ya están los monjes de maitines “ante pullorum cantum”.
Antes del canto del primer gallo. Ya entran por las naves las antorchas y
luminarias infinitas. Los griegos llaman a esta hora del canto “lycinicon” y
los latinos la denominan lucerna a secas. Se abren las puertas de la Anastasis
para recibir a la congregación jerosolimitana. Era entonces cuando en la
Jerusalén el pueblo fiel pasaba la noche en las iglesias, atestadas de
monozontes y de vírgenes. En el Monte Sinaí se cantaba el salterio íntegro con
una sola voz y un solo corazón.
Todas esas memorias se arremolinan en mi corazón
esta noche del largo suplicio de Wojtyla. La única razón es la del mugido. Nos
llenan los ojos con las cagadas de la odiosidad. Yo sueño en la hora de la
vuelta de la fracción del pan. Fue a la hora del canto del gallo cuando los
judíos perdieron a Xto. Por la oración luchamos contra el poder de las
tinieblas. Ese es el fin del monacato. De los monozontes (monjes) y de las
“parthenai” (vírgenes) entonando melodías en el dilúculo a favor de la luz que
venía. Los santos solitarios cuidaban del esplendor de su casa. Nunc dimittis.
Por amor a la ley nueva se hicieron hesicastas o monologuistas.
Roma estaba rodeada de monasterios. Antiguos
templos, desde el Monte Celio hasta el Aquilino. Allí residieron también los
magistrados de la plegaria. Por eso san Columbano mandó azotar a los monjes que
se dormían durante el oficio. Los poderes sublevados contra el Ungido
perecerán. Hay un aspecto agonístico, de combate acérrimo, en la gran liturgia
latina. Montada toda ella contra los prestigiosos engaños del perpetuo
seductor. Hay que decir - para los que pretenden olvidarlo - que Jesús asumió
sobre sus espaldas la historia de Israel y la eleva a la eternidad. Su
sabiduría celeste vencerá a la insipiencia del mundo. Desenmascará del poder de
su mano los poderes diabólicos de la gran jorguina.
Si sigo fumando, muero. Habrá que parar y subirse al
norte a generar endorfina a la orilla del mar. Los políticos hablan de pactos
de Lizarra y de consensos y esto no se puede aguantar. Pili Pestiño en el
hornillo mediático de por las noches no cesaba de repetir qué horror, qué
inmenso horror. Don Híspido Estadístico sigue con sus monsergas. Todo son
frases hechas, convencionalismos. Ibarreche suena a escabeche y aquí puede
empezar la escabechina. Ahora entendiereis la razón por la cual sueño en mi
propia escala de Jacob litúrgica como abstracción de estos escabeches y de
estas leches, de las etas mediáticas, de los insultos y de la odiosidad
generalizada. Pili Pestiño y Eliazar Bad prorrumpen en gritos de catequesis
democráticas. Esto es el fin del amor. Del ágape. Del filos. Del Eros.
Do son todas mujeres nunca mengua rencilla.
Violencia de género. Egisto adultera con Clitemnestra, mujer de Agamenón. Parsi
fe, esposa de Minos, se lo monta con un toro. El concúbito con las bestias era
frecuente en la antigüedad, pero aquí lo que priva es acoplarse con la parienta
del prójimo. Cuernos que redundan en tiros y en puñaladas. Por eso las matan.
Las guarras de tarifa y de pantalla a todas las horas hozando y campando por
sus respetos en la tele de nuestras hispánicas torturas que son unas grandes
celestinas, tanto la madre como la hija, proclaman desde sus púlpitos
mesiánicos dicen que el follar rejuvenece y transfigura por lo general.
Seguimos con troteras y danzaderas. Entre izas, rabizas y colipoterras, dicho
sea en honor de Cela y de Pérez de Ayala. Hace falta ser maniqueista. Yacen con
la mujer de su vecino y luego pasa lo que pasa. Ars amandi. Asia madre de
religiones. Bebamos en las fuentes del pensamiento bíblico. Se dice que cuando
se registran diversos orígenes de la especie humana hay poligenismo.
Pero, volviendo a lo mío, la plegaria es la clave
del paraíso. Todo está escrito de antemano en el Libro de la Vida. León el
Grande cuando despacha misioneros a Inglaterra pide que no erradiquen todas las
creencias del paganismo. Somos productos de una simbiosis. Un cristianismo sin
sus raíces sincretistas sería ridículo. Luego vinieron las invasiones lombardas
a cargo de los guerreros de larga barba y al final de los siglos medios la
aparición del monaquismo tiene que ver con la creencia de que el mundo se
acababa. Gregorio el Grande provocó la ruptura con Bizancio. Los visigodos rechazan
el arrianismo y en Inglaterra los predicadores de Agustín convirtieron los
antiguos templos celtas en aras bajo la cruz alzada. En la Kisla de Iona en
Escocia se guarda todavía la piedra del destino.
En la batalla de Poitiers Carlomagno atribuyó la victoria
a la intervención directa de san Martín. El culto moratiniano se extendió por
toda Europa y fue un preludio del jacobeo. De las donaciones de Pepino arrancan
los Estados Pontificios y el Papado. Le llamaban el Breve por la talla, no por
la duración de su reinado. El tiempo de Carlomagno fue la época de los códigos
miniados y de manuscritos palatinos. Trono y altar. Missa dominico o enviados.
Escuelas palatinas. Pablo el Diácono. Alcuino de York. La capilla de san Vital
de Ravena. Las teselas, los mosaicos. Los reyes holgazanes. Carlos el Calvo y
en el 842 Les serments de Sgtrasbourg. El texto más antiguo en francés. No
olvidemos que el papado es una institución carolingia al fin y al cabo. Y es a
lo que voy.
Mientras tanto, las querellas religiosas y las
revoluciones palaciegas, por el otro cabo, hacen sucumbir a Bizancio. Ahecharon
la herencia de los emperadores y de ahí vino la gran criba. Iconodulía e
iconoclasia, dos puntos convergentes. El emperador es el basileus y ante él sus
súbditos se prosternan porque es la figura de dios en la tierra. Toda su corte
estaba vestida de púrpura. En Constantinopla estaba el monasterio de Studium de
más de 5000 monjes y la iglesia de la Theotokos, el convento del Pantocrátor, el Fanar, la Iglesia de
santa Sofía.
Quedé confortado a fuer de inquieto al escuchar el
tono suave y metapsíquico del emisario celeste a cuya intervenciones
indiscretas o improcedentes salidas de tono, así como las confusas revelaciones
de las que soy víctima merced a mis inclinaciones eucarísticas, que me han
valido más de una vez dar con mis huesos en los calabozos celulares o
manteamientos, baquetazos y oprobios, se me comunica la voluntad divina. En
contravención de los preceptos talmúdicos yo no ando vigilante, pierdo la
cabeza, veo elfos y sílfides por todas partes y con aviesa inclinación me
desparramo o pierdo los papeles, quedome sin partitura y como justificante
alego encontrar en la bebida un analgésico. Por el placer del instante me
olvido del deber del porvenir. ya sé que soy un borracho.
Mi judaísmo pertenece al de los rabíes que se tumban
a la bartola y no buscan el camino del adoctrinamiento mesiánico. Cierto que he
sido sometido a fuertes golpes propinados por el ciego azar que me hirieron en
lo más vivo. Sé que éste es un julepe sin reglas en el que el que más pone más
pierde. Estoy sometido. A la mañana siguiente de mis hégiras etílicas me
parezco un ser abominable, sucio y desmantelado ante el espejo. Hasta yo mismo
me aborrezco hasta la fantasía. El corazón me da brincos. No tienes perdón de
dios ¿ Y te parece bonito?, brama la conciencia. Sus imprecaciones retumban a
lo ancho y a lo largo de mi psique. Entonces me parece que esa torre interior
en la cual el yo se reconcentra está a punto de venirse abajo. No te derrumbes,
castillo interior. Quiero que seas mi albergue muchos años. Hay denuestos,
lloros, promesas. Todo en vano. A los pocos días veo un restaurante abierto y
no puedo sujetarme. Yo soy un ebrio del vino a las comidas. Contrario a las
prédicas de Moisés soy un fatalista y me derrumbo a la más mínima. Dios sólo
ayuda a los que se ayudan a sí mismos. Ésta es una de las recomendaciones de
oro de la cabala. El cristianismo todo lo pone en manos de la gracia que dimana
del Spiritu Santo, pero ¿quién es ese? Me pregunto. Neque si Spiritus Sanctus
esse audivimus. A la naturaleza no hay
quien la sujete cuando se pone brava y todo depende de un porción de cedulas
que trabajan de una manera y determinan nuestro comportamiento.
Son dos hombres los que albergo en mí, dos condenados
a librar encarnizada batalla perenne sin solución de continuidad. Dentro de mí
mismo se hostigan la potencia y el acto. Se vaticina un duelo a muerte entre
las dos religiones monoteístas que volverán a disputarse los efectos personales
de Cristo al pie de la cruz igual que las ratas de biblioteca pujan por las
miganduras literarias y menudencias de libros de segunda mano en el puesto de
Putavets y el de la Mujer fea. El cristianismo ha muerto. Con Jesus de nuevo en
el sepulcro y bajando a los iinfiernos después de volver a ser crucificado por
los demócratas la cuestión se ventará entre Alá y Adonaí. Padre, perdonalos. Se
encaraman los leguleyos los que vienen con pamplinas de la hora undécima. Dios
eligió a los judíos pero el pueblo electo se convirtió en su verdugo. Un doctor
de la ley no quiso recibirme cuando le fui a hacerle caso. Era un catedrático
que esperaba con una cartera y una nariz larga cartera en mano frente a un
topis de la casa MacDonald. Ya no hay providencia. Sólo protervias. Asesinatos
y blasfemias de Haro Tecglen en la prensa del gran Polanco. No puede haber un
dios que permitió las masacres del Holocausto. He ahí la clave de la nueva
religión nacida al albur de la apostasía y de la falta de memoria. Mis amigos
me vuelven la espalda. En los cafés los camareros me miran mal. El Putavets se
chiva a la policía de que no voy a comprar libros sino a dar mítines en su
tenderete. los vagones del metro van repletos de músicos rumanos y del Ecuador.
Nos brindan serenatas. Por todas las partes se detecta el horror de una nueva
época ya pronosticada. La estábamos viendolas venir cuando cayó el muro. La que
se nos venía encima. Por todas las partes se acuchilla a la razón y se adora a
los dioses falsos. Son los postulados de la teología del Holocausto: un nuevo
deicidio mediante los potentes altavoces de los micrófonos que divulgan y
ramplonizan todo lo que quedó atrás. Se os parecerá Putavets empuñando un
látigo y un libro. El aire de la cuesta de Moyano hará flotar las alas de su blusa como si
fuera un pájaro, ave de mal agüero, gustando del sabor de la carnaza.
Los cristianos viven en paganía bajo el conjuro de
las trotaconventos midriáticas. Los engañosos saberes han abierto aula. Los
rediles están llenos de malos pastores y los púlpitos de prevaricadores. Va a
ser Navidad. Va a nacer de nuevo el Mesías y la gente está de muy mala leche.
Las brujas parlan recados desde sus exoras de neón. Es el rayo que no cesa:
amoríos, hijos ocultos, y una extensa prole de mánceres y entenados y de
entretenidas. Bailan las Euménides alrededor de la charca del cortijo.
-¿Cómo está la Ordóñez?
-Divinamente.
Para que te chinches.
Entonces
fueron ellas. Los cristianos vivían en paganía bajo el conjuro de las
trotaconventos de la estúpida caja. Eran víctimas de engañosos saberes. Las
cosas por ese cabo iban cada vez peor. Al pueblo se le mantenía a posta en la
oscuridad y la aberración. La política nacional semejaba a una casa de
tolerancia con sus meneos, sus idas y venidas, las ramplonerías, la repetición
constante de nombres y situaciones. Se negaba toda transcendencia. Nunca pudo
el espíritu tan aherrojado ni sometido a tanta tiranía. Yo trataba de volver a
cristo. Las iglesias estaban candadas y vacías.
La barca de Pedro iba a la deriva. Un poderoso papa del este empuñaba el
timón. Quería dar de través a toda la embarcación. Con obispos libeláticos ad
sedem los tronos episcopales se desceñían de las estolas. Unos daban en la
prevaricación, otros empuñaban el garrote del mutismo o metían incenso dentro
de los pebeteros del que más manda porque había que espabilar la llama del
fuego sagrado. Pero quedaban ahí toda una reserva de diáconos y de creyentes de
buena fe que se sentían confundidos dentro de la grey bajo la égida del mentado
impostor, un rabadán de pelo entrecano y gran cifosis que iba predicando por
ahí “yo soy la iglesia”. Él se empeñaba en el cinismo escatológico. Habían
predicado la pobreza y ellos vivían en grandes palacios. Al Vaticano lo
candaban con siete llaves. Había en todo aquello mucha incongruencia. Los que
estábamos viendolas venir temíamos el castigo. Pero el ser humano no es más que
una nube de tamo. Así y todo ellos se creían muy fuertes en lo alto de la
escalera encaramados a la torre del consenso. Por mucho que os afanéis vuestra
torre se vendrá un día abajo. Sois una cuadrilla de mangantes. El humo que
levanta una tormenta de ceniza. El alveolo hueco y la sonrisa vacía. La mueca
de la calavera derribada por los rincones del osario. Con tales prolegómenos
hinqué mi cerviz al yugo de la fuerza que gobierna y desgobierna el caos.
Escuchábamos por los caminos los gritos de desesperación envueltos en el eco de
las palabras de don Juan: “Llamé al cielo y no me oyó/ y pues las puertas me
cierra/ de mis pasos en la tierra responda el cielo, no yo”. Esta es una
concepción del cristianismo puro que no casa con los principios de Maimónides
que predicaba que Dios y el hombre se mueven a dos niveles completamente
diferentes. Luego vinieron a partir ahí los conversos y los hidalgos con
goteras. La vida carece de sentido cuando no se vive bajo el acicate del placer
intelectual o de la contemplación. ¿Comprenderéis entonces mi voluntad de
huida? Sí que entendemos que os habéis inmerso en una tórpida tendencia. Y en
los chats y en los cibercafés se propala que ha fenecido la Una, la Grande y
Libre. Cagüen tal. El bigote de Carod Rovira nos conmina a hablar catalán.
Barcelona, archivo de la cortesía, se separa. Agítese antes de usar.
-No acierto a entender quién trajo tanto veneno. ¿Es
que ha venido el ángel negro a agitar las aguas otrora pandas y ahora
enfurecidas. Es el todo contra todos. Hermanos contra hermanos. No hay
amistades, no hay sueños.
-Ah esa tórpida tendencia a los extremos de los
españoles.
Hablaban los padres de la patria y has estrenaron senados
para habilitar nuevos consensos. Ni Carrillo ni Wojtyla se han muerto. A España
le ha llegado la hora. Agtención señores ha empezado una nueva transición y
Carrascal desde Nueva York con sus blazer sus corbatas y su mala dentadura,
hablando con esa voz de Chespi tiralevitas de los mericanos, lo ha dicho:
vosotros teneis la culpa. Sólo os cuidaste del imperio.
Ha empezado el baile de la sustitución de rótulos.
-¿Y tú con quien vas?
-Los peperos se achantan. La derecha aquí siempre
fue algo mediosa y prestaba oido al parche por si acaso. Esa derecha dura de
cerviz y sin entrañas, tan española, que lo podrá ser todo, menos gebnerosa. La
izquierda controla la calle y los moros de la morisma le echan cocjones. A este
paso recuperarán Granada. Bastarán tres bomba más y nos vamos a la mierda. Los
herederos de Anás y de Caifás, indignados con la peli, de Mel Gibson, ha
blasfemado,nos ha llamado- no te fastidia, faltaría más judios, palabrta que
hay que borrar del diccionario- se vuelven a rasgar las vestiduras. Les
solivianta una frase. Lo de la sangre
que caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.
Ya estna los tramoyistas preparando las calles para
la sustitución de rótulos mientras sobrecoge a todo Madrid el espectro de
Tierno Galván. Este es el andamiaje novedoso. Mirad con los bueyes que teneis
que arar. La prensa canalla os da gatuperio a todas horas. Os mearán en la
cabeza y habréis de decir que están lloviendo. A comulgar todos con rueda de
molinos, peara de farsantes.
Los bartolos de la SER nos satirizan y comnvocan al
personal pasota a incendiar sedes. Madrid en dia de reflexión, rota la
sacralidad y la tregua del sabath democrático, víspera del rito, asolaron las
sedes del partido rival. Esto es el acabóse. La morisma sarracena con su
crueldad habitual sigue matando. Nuestro tren se marcha - esperemos que no pise
una bomba oculta entre los durmientes de la vía-. Agitemos los pañuelos. Te
dejé amor entre las adelfas y tú estabas mirándome. Fue mi gran pecado. Los
celos. El afán de posesión. Era una tarde de calor allá en Edenthorpe. Mi
comportamiento fue inhumano. Lo sé. Yo me acuso. Tiembla una gota sangrienta en
aquella amapola que deshojé y tu voz clara me sigue convocando por encima de la
trompetería de los arrepentimientos. Sé que has muerto de cáncer. Mi destino no
pudo ser más trágico. Diana Cazadora soplabna la cornamusa y en los andenes de
la estación de Paddington. Tus ojos me
miraron aristócraticos. Los labios, tu dulce piel, me besaron. Se adelgazó tu mirada y siempre me impresionó
tu gesto solemne. ¿Y ahora dónde estás? ¿Entre los cadáveres de espuma? ¿Entre
los féretros de las rosas?
En pie, flechas de España. Tomad asiento en
cualquier piedra del monte donde Cristo pronunció el sermón de las
bienaventuranzas. El viento expande por las lejanías el susurro de viejas
estrofas. Y he aquí que yo yazgo en esta oquedad. Ya no me llegarán jamás tus
cartas alborozadas. Ya no merece la pena vivir.
El único refugio es este anacoretismo espiritual y llevar vida de
cínico, buscando la unidad y llamando a alguien que no contesta, aunque dicen
que el Señor hable a las almas por signos.
Todo fueron aquilones e inspecciones. Yo estaba de
cúbito prono y al descubierto. No me supe resguardar. Esas palabras que rebotan
contra el frontón de la memoria y huyen a los cosenos de una geometría que
carecía de líneas y me ofreció una simetría falsa. Y, en medio de tanto manso
ruido, los bosquimanos subían por entre las olas del oceáno con un hacha entre
los dientes. Os invadimos. Vuestra tierra y vuestras mujeres nos pertenecen.
Habeis pecado mucho. Y allí estaban en eso los teorizantes de la radio
analizando los consensos. Ir y venir que llaman acarrear.
Las calles estaban llenas de afiches y panfletos
exhortando a los consumidores a la buena vida del comprar. Todo se merca y se
pignora. Los que lleven en la frente la marca de la bestia podrán comprar y
vender. El azar existe y perpetra felonías con sus combinaciones malvadas. ¿Y
tú dónde estas? Engordo y me duele la barriga. Hay materias ahora pulverulentas
en el aire, crecen miasmas en los interiores. Los sarracenos se inmolan en
Móstoles con una bomba pegada a los cojones con esparadrapo. Quieren ir a
reunirse con las huríes de Alá. Y España está que no vive otra vez. Otra noche
más. Disimulamos nuestro nerviosismo escuchando el partido. Los goles de
Ronaldiño nos abstraen de nuestra cruda realidad.
He aquí la ristra de los informativos pungitivos.
Nos castigan a escuchar. Todo sucede en contra de lo que todos pensamos. Todo
va mal. Los trilladores de las parvas de agosto blandían su tralla contra las
ancas de las mulas tesoneras. Se levantó entonces un tamo espeso y pruriginoso
que causa desazón a los ojos. Nos echan arena a los ojos, nos cagan con
gallinácea como a Tobías. Los ahechadores del miedo andan al acecho.
Franco dio previsión y prevención a los españoles.
Por eso llegan ahora a España tantos extranjeros a gozar de nuestros
privilegios en la seguridad de que esto es Jauja. Llegan y llegan
,presidente. Todos se hacen presente a
comer el pan de España y a cagar el morral. Es una irrogación general. Una
extorsión a gran escala. Sarracenos, fuera de España. Esta es nuestra tierra.
Digo esto cuando por todas las partes asuelan y
estamos inmerso en el morbo secesionista. Este siglo XXI ha empezado como una
pesadilla. Es una marea negra. Se difama y se pelea con virulencia. En los
periódocos retoñan los floreo judaicos. Hay un cubileteo general. El pueblo
español no sabe que está en guerra. Las masas consumidoras y productoras
callan. Ahí no las den todas.
-Yo voy de currito. A mí que me registren. Esta no
es mi guera.
El español de a pie no quiere líos, está pensando en
sus vacaciones de se,ama santa. Nunca se pronunció tanto esa maldita palabra
solidarios din que se hiciera verdad la máxima rousseauniana de que el hombre
es un lobo para el hombre. No hay caridad ni compasión. Todos estamos solos y
vigilantes de lo que haga o deje de hacer nuesdtro vecino. Y aquí no pasa nada.
Nunca pasa nada. Al que se muere lo enterramos y santas pascuas.
En medio de tanta solidaridad y tanta condena, con
la boca pequeña, y el caso es vociferar y capitalizar los réditos de imagen que
un determinado hecho, por trágico que fuere, proporciona.
-Si esta es la tarima de la civilización, no os
quedará otro remedio que bailar a compás
-Echad el ancla. Moved el escandallo. Desde el fondo
alguien os hablará con voz de eternidad.
Hay confusión entre los señores diputados y mucho
rebullicio en la sala. Pasen los periodistas y coman. El mal es general. El
mundo se subdivide en los que comen y no trabajan, los que trabajan y comen,
los que trabajan y no comen, los que ni comen ni trabajan. Siempre andamos
enfrascados en una disyuntiva que nos descoyunta las piernas. Y llegan y siguen
viniendo, presidente. en el metro a cualquier hora sólo se ven machupichus y
machupichas con la maleta y argentinos que dicen qué bueno qué bueno que
viniste, colombianos con droga, polacos a Alcalá, búlgaros a Segovia. Se han
roto las ataguías del pantano de la armonía. Los pueblos se mueven de una lado
para otro. El efecto llamada les convoca adonde les dén de comer.
-No digas eso. Eres un xenófobo.
Y otras vez cundieron las riñas entre
apolíneos y dionisíacos, madridistas y atléticos, centralistas y separatistas
con su abyecta socarronería. Todo son alegatos y demandas, maulas, palinodias.
España padece de oligoantropía. Es mal general.
Las españolas no paren y toda extranjera que viene aquí a tirar la bomba
viene con su correspondiente bombo. Son multiparas. Se ha provocado por todos
los medios nuestro derrumbe moral. El aborto criminal ha sido una de las armas
de Satanás y las secuelas de oligoantropía. Los judíos hiperbolizan y los
cristianos minimizan. Estamos en sus manos. Sálvanos oh Cristo. Los soldadesca
otaniana liquida a los popes ortodoxos y pisotean su panagia, la cruz no
detiene a los desalmados. Los mandó allí el socialista solana. Esto comenzó
como todas las guerras mundiales, como todas las convulsiones en esa faja de
cúpulas bizantinas y de minaretes que son los Balkanes.
Entre las tres religiones monoteistas nunca podrá
haber paz. Sólo guerra. Desparrama tu vista sobre el mapa y sólo desolación
encontrará tu mirada. Ahí no las den todas. Nos hemos vueltos cínicos,
indecentes. Más bestias que nunca.
HACTENUS
O EN EL DILUCULO DEL TERCER MILENIO: REFLEXIONES SOBRE
LA VIDA
ESPAÑOLA (CONJUNTO DE ENSAYOS AL DESGAIRE)
por
ANTONIO PARRA
[1]Iskra significa llama en rus.
[2]Ver el libro del P. Llanos Nuestra ofrenda con la lista de todos
los capellanes castrenses caídos y la de los mártires que fueron pasados por
las armas, prisioneros en el bando marxista. Curiosamente, este padre daría un
giro a su pensamiento y a sus ideas de 180 grados.
[3]No me puedo molestar por la
comida.
[4]El plenilunio echa a todos los
locos fuera de casa
[5]Los borrachos engendran
borrachos
[6]Todos los hombres son iguales
debajo del látigo, querido.
[1].Dives toletana, sancta
ovetensis, pulcra leonina, fortis salamantina, ebúrnea burgalensis. Un adagio
que se atribuía en la España medieval a a las antiguas catedrales.
[2].locutorios o salas de estar, en
América sala de billares
[3].bolas de piedra en el arenal de
la playa.