deECHO DE MENOS A PACO
UMBRAL MORTAL Y ROSA. RECUERDOS DE MI ABUELO BENJAMÍN
domingo, 13 de abril de 2008
Antonio Parra-Galindo
Echo de menos a Umbral. Mortal y rosa. Voy a la última
página del diario donde él proyectó su última época en vividura de escritor
fuera borda y no encuentro su firma. Otras plumas galanas se han subido a la
columna de mi difunto amigo. ¿Segundas partes fueron buenas? En este ambiente
de envidias y de navajazos que es el mundillo literario periodístico madrileño
Paco tuvo muchos enemigos de esos que adulan por fuera y por dentro ocultan la
puñalada trapera y émulos.
Es que fuimos muchos los que quisimos escalas su columna rostral donde él se
encaramó como un César. No entró en la Academia pero conoció y supo tocar los
mejores registros de la lengua castellana mejor que nadie. Creo que ha sido el
mejor escritor español del siglo XX. Me cupo la honra de conocerle y tratarle
aunque muy de lejos y ya dicho que lo echo en falta. I miss him Expongo aquí
una foto. Estábamos en la boda del poeta Florencio Martínez Ruiz que se casó
allá por el 64 en los dominicos de Alcobendas. Esa iglesia moderna con esa
torre tan guay mirando a la carretera de Francia y nos retratamos a los
postres.
No hubo banquete sino un "lus" que dice mi madre. Un lunch. Las bodas
dejaron de durar tres días y se convirtieron en meriendas a la inglesa.
Florencio se casó con la hermana de un amigo mío. Juan Antonio Pérez Mateos
escritor poeta periodista de Palomero (Cáceres) y aquí está el conquense y
premio Adonais aquel año Diego Jesús Gimes España la santa de Umbral, yo y él
con gafas de concha negra y traje cruzado.
Era muy elegante, un dandy pero como todas las inteligencias preclaras, los
espíritus delicados y mentes cultivadas que no son del montón cambia. Con
Felipe volvió a colocarse la pana y la camisa de rayas. Quizás no escribió la
novela de nuestra generación, un título que hay que atribuir a Jesús Torrado,
autor de Las Corrupciones pero Umbral, escritor químicamente puro prosista y
lírico, el azadón y la pala que excava los sentimientos de la gente de la
generación del 68. es un gigante. No se queda en el estilo y la música de Cela
o de Delibes que son más manieristas sino que es también letra y dice cosas con
la literatura.
Es también
filosofo.
Vuelvo a sus libros que me confortan para empaparme de ese existencialismo de
su estructura, esas ganas de vivir en rebeldía que nos caracterizó a muchos.
Paco creció y maduró con el tiempo. Nos define y nos confina. Literariamente
fue el vino añejo en la tinaja. Fue a más. Cela, pongamos por caso, el
posterior y aunque las comparaciones ofendan, ya no era tan bueno como el
primer Cela. Se agotó.
Lo contrario
que mi amigo y admirado madrileño recriado en Valladolid.
Superó a Delibes escritor oficioso y oficialista, superó a todos y con ese
dolor, ese reconcomio de la muerte inesperada, que nos arrebata a los que
queremos/odiamos, me desparramo por la prosa triunfal, buida, preciosista y
recalcitrante como una melodía repetitiva y con algo de hesicasmo, un eje de marcha,
un gozne que da vuelta, el mimbre donde ensartaba los churros el churrero en
aquellas madrugadas color lila, así es Mortal y Rosa una novela sin argumento.
Sólo el dolor por el hijo muerto. La levedad del ser, la futilidad del deseo.
Pura masturbación mental. Encaje de bolillos. Consultas al psiquiatra. El alma
del escritor que se estampa y se retuerce ante lo incomprensible de aquellos
largos y tórridos veranos del 50 en que jugábamos al gua. Rememoro de la mano
del maestro vacaciones con olor a espliego-entonces los olores eran más fuerte,
quizá porque no había lluvia ácida ni fertilizante, quizá porque nuestro olfato
no había sido acometido por las mermas de la post modernidad y todo en nosotros
estaba más entero- o con el perfume del sexo en las bragas de aquella niña con
la que, inocentes, jugábamos a los médicos.
Olor también a muerte. Bandas de luto en la manga de la gabardina. ¿Quién se te
ha muerto? Un primo mío que no llegó al desarrollo. O el hermano enfermo que
teníamos en un sanatorio tuberculoso de Guadarrama. Alguna vez subíamos desde
Segovia hasta Tablada en aquel tren tranvía dos horas y media el trayecto hasta
Madrid cuando no se rompía alguna furaco de la catenaria. ¿Estas bien, hijo?
Sí, madre, sí. ¿Qué te traigo, qué quieres que te haga? Nada, madre; nada. Y se
tendía en aquellas chaise long de la galería. Pabellón de reposo. Tranquilidad
y buenos alimentos. Enfermitos con los ojos grandes y mirada ardiente. Toses y
dolor al pecho escribiendo cartas de amor, la tisis categórica y la muerte en
los zancajos razón de su hiperestesia y balanos encendidos caminaban por las
crujías buscando a la mujer.
"Voglio una donna" (quiero una mujer) gritaba el loco desde la copa
de una encina, ah Fellini las tetas de la rubia de Armacord, el despertar de
los sentidos, Eros y Tanatos hermanos mielgos, Castor y Pólux a horcajadas
montando el mismo caballo, los encuentros con una moza bajo el hórreo, las
parejas que buscaban os escondrijos de las peñas orillas del Eresma donde nos
bañábamos en la poza del bodón y espiábamos al cura del Salvador haciendo
porquerías con una de sus feligresas.
Yo me la
llevé al río.
Hambre de sexo, hambre de amor, que nunca fuimos tan ardientes, que nunca el
sexo estuvo tan entrometido con la religión que lo reprimía. He seguido soñando
con los senos de la rubia de Armacord. Esa da dos azumbres, gritó un chistoso
durante una reproducción en el Montija, sesiones de cine de sesión continua
donde entraban dos y salían cinco. Chist un poco de formalidad, coño, ese que
se calle. Acomodador… acomodador. Adolescencia y muchos andaban mal de la caja
cambios. La mala alimentación. Los desastres de la guerra. Alguna noche cuajaba
la sangre en la almohada.
Algunos curaban pero la mayor parte palmaban. Por las tardes en alguno de los
cien campanarios de las cien iglesias y conventos de Segovia tocaban a clamor.
¿Quién se ha muerto? Don Anacleto el lectoral de la catedral. Pues no era muy
viejo. ¿Y fumaba? Poco, creo que un farias los domingos después de decir su
misa. Y se preparaban aquellos aparatosos entierros que eran auténticos
desfiles procesionales porque no hay ciudad en el mundo que ame tantas las
procesiones como la ciudad en que nací yo. A la primera de cambio, zaca; una
procesión.
Mi madre me llevaba a todas aunque no fuese Semana Santa. Me veo ahora con un
cirio encendido andando medio dormido mientras berreaba el amante Jesús Mío
cuando se hacía la reserva en aquellos monasterios apartados extramuros adonde
iba poca gente y olía como a pescado rancio. El olor a coño. ¿Es que las
monjitas no se lavaban? Se lavaban poco. Y las vaharadas de ese olor se me
suben a las narices cuando repaso las novelas de Umbral. ¡Cómo lo capta Paco!
Parece que tenía un radar en el bolsillo. Aquellos olores plasman una época
entre estertores de penas del infierno y carne lacerada por los cilicios.
El ay no me des tormento de las saetas y los jipios del amor hermoso de las
tonadilleras. Ay que me estas matando Pasión de un pueblo con alma dolorista
que ni amando a Dios ni fornicando no se divierte. Que guiado por su sino
trágico lo toma todo por la tremenda. Masoquismo de raíces místicas. Hay
pueblos donde los hombres y las mujeres se acuestan con una sonrisa y se lo
pasan grande. Aquí con una navaja en la liga y parece que sufrimos.
No me diga más: violencia de genero pero hundámonos en las raíces. Hagámonos
preguntas. ¿Por qué? Pues porque el sexo se entrevera con la religión entre
nosotros. Es como una montaña sagrada, no un prado ameno ni un jardín de
delicias. Umbral lo explica.
Un triduo, una novena, una conmemoración y ya estaban las andas preparadas y
las capas del habito, los hacheros y el báculo de la hermandad del Cristo del
Perdón. ¿España ha dejado de ser católica? Si me lo preguntan por ese cabo
responderé que sí y no. También la muerte era un espectáculo. No se ocultaba en
asépticos tanatorios donde maquillan a los muertos como si fuesen a representar
una obra de teatro, con música de fondo. Han variado las costumbres pero
¿muerte donde está tu victoria? ¿Dónde tienes tu aguijón?
La imagen que me viene a la memoria son las largas visitas al hospital de la
Misericordia donde siempre había alguno del pueblo o tenían a mi abuelo
Benjamín cuando le operaron de la próstata. Bajábamos en las tardes de mayo por
la costanilla de los Desamparados allí donde la ciudad no había perdido su
perfil guerrero senda abajo por el postigo donde yo vi una vez a un templario
un monje negro con una cruz blanca y roja al pecho la partesana en la mano el
yelmo y la rodela fue una visión un espectro de caballero prevenido en frontera
y entrábamos en aquel lazareto limpio y pobre.
Una monja paula con la toca enorme como las alas de un gigantesco finife, aquel
griñón alsaciano – san Vicente de Paúl era francés y las instituyó para curar
el mal gálico y las hermanitas tenían que disfrazarse a la moda del París del
siglo XVII pero el gorro aséptico les prevenía contra los humores negros de la
peste y la sífilis- les daba un aspecto asexuado y epiceno.
Muchas veces me preguntaba si aquellas monjitas no serían hombres pero mi madre
me dijo que algunas eran muy guapas y que una Navarra era un tipazo y le entró
la vocación cuando la dejó el novio. No hay mal que por bien no venga mamá. Mi
madre la pobre siempre andaba de convento en convento. Se conocía a todas las
religiosas de la ciudad y mira que eran unas cuantas (las de santa Rita las de
san Antonio el real las de santa Isabel, las Dominicas, las Cistercienses del
Barrio las Brujas, las oblatas de la Consolación, la Reparadoras, la tira y las
bajaba a visitar con frecuencia porque algunas eran de su pueblo.
Me tenían muy intrigados aquellos curas aquellas monjas con aquellos capisayos.
¿Por donde mearán? ¿Tendrán eso? Sí, mi niño sí pero ¿qué cosas preguntas? Una
vez mi curiosidad llegó a tal grado que recibí una tunda porque ni corto ni
perezoso a Sor Conce ni corto ni perezoso pues yo siempre fue muy decidido
traté de alzarle las sayas.
Me dio a besar el rosario y yo traté de levantarle los bajos del halda que le
llegaba hasta los pies. ¡Pero bueno! Niño eso no se hace. Oche. Es pecado
mortal. ¿Tendría la hermanita de la Caridad el pecado mortal en su sitio o era
otra cosa? ¿Y que tendrían los curas pija o crija?
No me quedaron ganas de saberlo porque la bofetada que me dio mi padre que casi
me estampa contra la pared aun me está doliendo y el eco de aquella hostia
resuena por los ánditos de las memorias. Sor Conce cuando bajábamos a ver el
abuelo creo que me cogió ley pues mi atrevimiento la debió de hacer gracias y
me daba peladillas y caramelos que sabían a rancio y a convento. Al vernos
llegar por la puerta carretera que abría a un patio con una fuente en el medio
coronada por un virgen de escayola ya estaba sor Conce moviendo la cabeza y
riéndose.
Le caí en gracia.
-Uy que chicos más gordo qué bien se te crían, Juanita.
- Con buena leche del cuartel y buenos ciscos, hermanita.-contestaba la mi
madre.
Estábamos mi hermano y yo hechos unas bolas pero en aquellos tiempos del hambre
la gordura era un signo de distinción.
- ¿Cómo está el abuelo?
- Pasó mejor noche.
Le operaron tres o cuatro veces a lo burro. Que bestias aquellos galenos al
meterle la sonda pero no fueron capaces los urólogos de aquellos tiempos de
erradicar su adenoma.
-Es que, Benjamín, tienes la próstata como la de un caballo. Salió bien de
aquella y cuando le dieron de alta se fue directamente a una tienda de objetos
religiosos que había en la Calle Real y compró un resucitado. Con él al hombro
en el coche de línea se presentó en Fuentesoto. Lo regaló a la iglesia y mandó
decir una misa a don Frutos de acción de gracias. Era un espejismo. El maldito
adenoma siguió minando su paquete intestinal y sobrevino la anacrisis. Yo
dormía en su misma alcoba y me dejaron al cuidado para alcanzarle el orinal o
el botello cuando le entraban ganas de orinar. Fui testigo de su pasión y
muerte. Hasta Dios me dio la gracia de asistir a su agonía. El abuelo debía de
ver cosas en aquel trance pues con malo tregua se santiguaba. Y santiguándose
entró en la vida eterna. Era una tarde calurosa de julio. Bahmontes había
ganado la vuelta a Francia. Asistí de monaguillo al entierro.
El cura Saturnino el de Castro dijo las preces de mala gana y las moscas
revoloteaban alrededor de la caja mientras entonamos el "Libérame Domine
de morte aeterna" pues fue un verano de muchas moscas y de mucho calor.
A mi abuelo lo amortajó mi tía Dominica que era la santera de Fuentepiñel
atándole las manos y los pies con un cordón de siete nudos. ¿Qué significaban
los siete nudos de aquellos cíngulos? Un salvoconducto para el Paraíso. Los
siete dolores de la Virgen. La credencial. Benjamín llegaba bien preparado y
san Pedro no debió de vacilar en dejarle franca la puerta al buen labrador
castellano después de su calvario.
-Pasa pa adentro Benjamín que te lo has ganado-debió de decirle el portero del
Paraíso el señor san Pedro cuando aterrizó por aquellas alturas mi abuelo.
Tres años en un grito por culpa de aquella maldita próstata. God spare me. Sor
Conce tenía un rosario de cuentas muy grandes, cantaba jotas de la Ribera que
daba gusto escucharla y era todo una real moza. Medía casi dos metros y luego
con aquella toca de las Hermanas de la Caridad tenía que entrar por las puertas
de medio lado. Aquello no era una toca ni un griñón; era un paracaídas.
Hermanita ¿va usted a la guerra con ese paraguas blanco? La decía el capitán
Camilo que había luchado en el otro bando y no creía mucho en estas cosas de
Dios y la religión y ella contestaba:
- Sí señor Camilo voy a la guerra del amor de Dios.
- Y entonces ¿por qué no se echa usted novio?
- Con el que tengo me vale. Pero rece, Camilo, rece para que el Señor le dé
presencia de ánimo y una buena muerte.
- Se me ha olvidado hermanita.
El bueno de don Camilo se tapaba la cara con el embozo. Acaso lloraba. Santa
María Madre de dios.
-Ve como sí que se acuerda.
Se daba media vuelta sor Conce y el bueno de don Camilo hacía gala de sus
ideas. Entonaba el himno de Riego. Si los frailes y curas supieran la palaza
que van a llevar. Japuta… japuta.
Tengo muy grabadas aquellas cosas que sucedieron en mi infancia. Sor Conce
arrastrando sus peplos sus velos y sus tocas por los pasillos que estaban tan
limpios que en ellos se podían comer sopas y entrando por las puertas de medio
lado por causa de su inmenso gorro.
Fue un acto de caridad la reforma del Concilio que visitó a las Hijas de San
Vicente de Paúl de corto otorgándolas una indumentario más funcional pero el
hábito sigue siendo feo con esa toca en ángulo recto y sustituyendo el azul por
el negro. Aunque dicen que el hábito no hace al monje, a la monja.
O ¿sí?
En España se quiso siempre mucho a esa Orden francesa que no la hubo ni tan
militar ni tan militarizada. Franco al que asistieron en el hospital de sangre
de Melilla y le salvaron la vida cuando le pegaron el tiro en el vientre mandó
que hubiera una comunidad de esta Regla en todos los hospitales militares y es
del de Carabanchel donde murió mi padre y del de Segovia donde estuvo mi abuelo
que yo las recuerdo. Cuantos soldaditos murieron en sus brazos.
Caminaban por la crujía entre las camas blancas con mucho garbo con sus cofias
esotéricas y las haldas que les llegaban hasta los pies. Debajo del delantal
muchos cosas podrían caber: unas tijeras, la jeringuilla de morfina, el tarro
de piramidón, la última carta del novio que la dejó, el detentebala del sobrino
al que mataron en guerra y hasta los caramelos y bombones que me regalaba la
sor y que sabían muy ricos aunque revenidos y con olor a monja. Los libros de
Umbral que es uno de esos escritores tan sensuales que escriben como les da la
gana hasta con el olfato me devuelven aquel tiempo que se fue. Traen un perfume
alcanforado de cuarto de atrás y de pensión con patio de luces Estoy seguro de
que no pasarán porque son definitivos y definitorios de una época de un tiempo
en que todo cambió hasta la toca de sor Conce que el Vaticano recortó.
Lamento que Umbral, no lo sé, perdiera la fe. Decía glosando a Sartre diciendo
que Dios es el silencio de los hombres. A mí me parece todo lo contrario. Dios
es elocuente y sigue hablando a Abrahán desde la zarza.
Claro que para escucharle hay que estar atento y tender no los oídos de la
carne sino los del alma. Mientras seguimos sumidos en la paradoja pues vivir y
morir es una contradicción. Extrañamos a Umbral poeta puro, escritor de raza,
en este melonar sembrado de patatas y de espantapájaros. Tendría que hablar del
amigo Pérez Reverte el espadachín, una fábrica de churros a refritar un troquel
de acuñar moneda y de hacer billetes. Que a Umbral no le llega a los zancajos.
Tiene el síndrome de los de Pueblo que Emilio Romero los malcrió y les hizo una
especie de perdonavidas y de delincuentes. Nunca entenderán al escritor neto
químicamente hablando. Ellos son políticos del lado que sople el viento pero
ese tema lo vamos a dejar para otra día
izquierda a derecha Diego J. Jimenez, España, Antonio Parra, Paco Umbral en la
boda de Florencio