LUISA
DE CARVAJAL LA ESPAÑOLA INGLESA
El 2
de agosto 1615 zarpaba del puerto de Southampton el “María Luisa de Londres”
rumbo a Laredo con los restos mortales de doña Luisa de Carvajal fallecida un
año antes, diz que de pulmonía, después de estar presa en el presidio de
Newgate a causa de sus ideas religiosas, aunque lo más probable es que fuese
envenenada por orden del obispo anglicano de Cantorbery, Robert Abott. Padeció
agonía dolorosísima, lo que indica fuese víctima de las hierbas.
Sólo
tenía 48 años de los que pasaría en Londres cerca de diez, sumida en la mayor
pobreza, sin llegar a dominar bien la lengua, tratando de ayudar a los súbditos
de su majestad graciosa, que se resistían a abandonar la fe romana, por lo cual
eran encarcelados torturados o ajusticiados; corrían tiempos recios.
Y
esta audaz mujer viviendo en la indigencia y de la caridad de los embajadores
españoles en la corte de san Jaime en aquel tiempo (el conde de Gondomar, Pedro
de Zúñiga, Alonso de Velasco, Bernardino de Mendoza) “in partibus infidelium” acariciaba un ideal quijotesco: la conversión
de los ingleses.
Visitaba
esta señora española las cárceles, asistía a los enfermos y recogía las
reliquias de aquellos que morían por la fe de Cristo, socorría a los veteranos
de los tercios de Flandes que vagabundeaban por la corte de Jacobo I. Las
autoridades la acusaron de espionaje.
Mar
gruesa en el Canal de la Mancha
estuvo a punto de estrellar el castillaje y toda la obra muerta del galeón contra
las rocas de Normandía y la nave hubo de regresar al punto de partida y ser
reparado.
Los
que conducían el cadáver, una comitiva expedida por don Diego Sarmiento y Acuña,
uno de los más prestigiosos embajadores que tuvo el reino de España en el Reino
Unido a las órdenes del Duque de Lerma, tomaron tierra en Fuenterrabía al cabo
de dos meses de navegación.
Algunos
vieron en esta azarosa singladura una señal de que aquella monja seglar (beguina)
que había ido a Inglaterra a misionar y a convertir “herejes” se resistía a
dejar atrás los blancos acantilados de Dover.
Ella
dijo que el destino le condujo a aquellas islas de conjuras y de perfidias
siguiendo una llamada del altísimo. Su estancia londinense residiendo en casas
de ínfima salubridad y pobreza, de la Barbacana, Chiswick o el Cheapside, fue
un perenne suplicio.
Está
claro que aquel empeño que la condujo a tierra de infieles fracasó. Los
ingleses incluso los que practicaban la fe católica la consideraban una
vagabunda. No obstante, resistió a las presiones, tanto de los diferentes embajadores
como de su familia y algunas de las compañeras que secundaron su labor en aquel
beaterio húmedo e insalubre a orillas del Támesis, para que regresara a la
Península.
Pasó
hambre, vivió de limosna, cuando no podía vender los encajes de blonda y las
casullas bordadas de oro pues había aprendido el oficio de hilandera en Madrid,
sacaba algún dinero.
María
Luisa Pinillos Iglesias en su impresionante biografía sobre esta pobre señora
la define como la “hilandera de Dios”[1].
Alta
la frente despejada cubierta con un monjil las manos juntas y una mirada
bondadosa y trascendida por una luz mística, de rodillas ante un libro de rezos,
en el único retrato que se conserva, obra de Sánchez Coello (rompió todos pues
no quería lisonjas ni que alabaran su belleza, sólo sufrir y padecer por Xto.)
algunos encuentran en su semblante trazas de loca.
Luisa
no se compadece con la noción de místico castellano del Siglo de Oro. Es un
caso único dentro de su especie. Y un caso ignorado por la historia. Acaso por
sus orígenes porque, en contra de lo afirmado por sus biógrafos, pudo ser una
hija natural del Duque de Lerma, don Francisco de Rojas, marqués de Denia.
Habida de sus amores con la cacereña doña Inés de Vargas a la que casó con
Rodrigo Calderón, aquel que murió en la horca y según Federico C. Sainz de
Robles[2], “cornudo
de condición”.
A
ambos personajes trata la vidente con veneración y loables consejos en sus
cartas, pues uno era su padre putativo y el otro su padre natural al objeto de que
esta bordadora fuese adoptada por los Mendoza.
El destino
de la bastardía en aquella España tan estamental era el convento pero -otro
signo de rebeldía amparada por heroica humildad, quizás- ella fue refractaria a
tomar hábito en una orden de clausura y quiso permanecer en el siglo. Fue
inhumada en el convento de Porta Coeli de Valladolid y se le dispensaron honras
fúnebres en las ciudades importantes (Sevilla, Cáceres, Almazán. Madrid).
No
se cumplió su deseo de recibir cristiana sepultura en la iglesia de los
jesuitas de Lovaina. Reinaba Felipe III. La
Carvajal es una de las personalidades más seductoras e
interesantes del movimiento místico español. No se trata de una “deixada”
sino de una “abatida” que quiso seguir al Señor desde el menoscabo y
desdén del mundo sus pompas y vanidades
El
IV Centenario de Luisa de Carvajal coincide pues con el V de Teresa de Jesús.
Si la reformadora del Carmen, según expongo en mi libro “Teresa la conversa”, tuvo una visión mesiánica en la que contempló
cómo caían incesantemente almas en el infierno a causa de las guerras de
religión en el norte europeo, esta briosa extremeña que ni siquiera profesó en
una orden religiosa regular aunque estuvo muy relacionada con las agustinas
recoletas del monasterio madrileño de la
Encarnación , materializa el sueño carmelitano de ir a
convertir herejes. Marchó a tierra de moros, como hizo Teresa de niña
acompañada de su hermano Rodrigo.
Sólo
que los británicos tan coriáceos, tan suyos y tan renuentes a ser pastoreados
por extranjeros resultaban un hueso tan rudo de roer como los propios
mahometanos, que rara vez se convierten al catolicismo. Lo que buscaba en
realidad doña Luisa era el martirio. Deseaba ser mártir, demostrando un arrojo
y una valentía poco frecuente en la iglesia católica de su tiempo y mucho menos
hoy. Quijotesco propósito poco realista pero que no merma el temple y el coraje
de esta feminista a lo divino, verdadera hija de la raza, de españoles y de
españolas colosales tallados en piedra berroqueña. Representa en sus extremos
las grandezas y miserias de un país. Una aventurera y una conquistadora al
estilo extremeño como Hernán Cortés, Pizarro, Pedro de Alvarado, Valdivia, o Núñez
Cabeza de Vaca.
Margarita
Nelken, la ministra de la República ,
que conocía sus escritos— cartas, algunos romancillos de tenor místico
inspirados en san Juan de la Cruz
y los quince o veinte folios en los que relata la historia de su vida—dice que
escribe el castellano más puro y elegante de su siglo.
¿Quién
era en realidad la Beata Luisa de
Carvajal? ¿Una espía en Londres del Duque de Lerma? ¿Monja galante al estilo de
sor María de Agreda consejera del rey Felipe IV que se cartea con el primer
ministro y gran valido duque de Lerma y su secretario Rodrigo Calderón a los
que aconseja en asuntos políticos y cuestiones de religión que pasaban siempre
por las manos del privado? ¿Una iluminada? ¿La amante desdichada de un alto
personaje a la cual se le ordena adoptar un género de vida religiosa?
No
es fácil encontrar una respuesta al trasluz de datos biográficos. Hay episodios
que pasman. Su personalidad y su figura poco se compadecen con la mentalidad de
hogaño, ni incluso con la manera de ser y de pensar de la España mística del siglo de Oro. Los
rusos definirían a esta extremeña de Jairacejo, tan española y tan inglesa,
como una “yurodivi” (loca del amor de Dios) que iba por el mundo con el
evangelio de san Juan en la mano. Hay en su ascetismo rasgos que la acercan al
pensamiento del cristianismo según Tolstoi dentro de los parámetros de un
despojo absoluto de superfluos: honores, medallas, reglas, constituciones,
hagiografías, eucologios, jerarquías, cánones. Su vida martirial fue un
perpetuo grito:
—Sólo
Dios basta.
La
relación de su trayectoria vital, aun siguiendo rutas diferentes, tiene
bastante que ver con la reformadora del Carmelo. Pasó por el mundo de una forma
elegante y novelesca. Hay en su biografía puntos de contacto con los libros de
Caballerías como el Palmerín de
Inglaterra y con la novela picaresca. Tan intrépida como “La Monja Alférez ” y exultando en
ricas y desgraciadas experiencias como el “Guzmán
de Alfarache” o el “Estebanillo
González”.
Estuvo
dotada de un carácter libertario, apasionado, contradictorio y muy español. Fue
hija de la raza y de la época a la que perteneció. Tuvo algo de la monja alférez,
de Teresa de Jesús y de capitana de los Tercios de Flandes a lo divino haciendo
ostentación de una valentía y un arrojo que asombra a día de hoy.
De
haber pasado a Indias, hubiera sido un Hernán Cortés, un Maldonado, un Cabeza
de Vaca, o una evangelizadora al estilo del Beato Juan de Ávila o Toribio de Mogrovejo.
Desgraciadamente, fue a dar in partibus infidelium con gentes tan sibilina y
tenaz como la británica.
Inglaterra
no creía en las lágrimas y menos en aquel tiempo de convulsiones religiosas,
profesaba odio a los frailes que habían cometido tantos atropellos durante la
edad media. En dicho país se cuestionaba la “potestas clavium” o autoridad papal. Las jerarquías y gran parte
del clero inglés disputaban sobre tal preeminencia el que un obispo extranjero quisiera
gobernar las cuestiones del fuero interior que consideraban un asunto personal.
Al
verdugo de la Torre de Londres
no le faltaba trabajo y muchos súbditos de su Graciosa Majestad eran
despedazados en la plaza pública por rezar en latín o llevar al cuello un rosario.
Roma
tampoco era un ejemplo de moralidad en tiempo de los papas Borgia. La
corrupción de las costumbres es antesala de la muerte y de la guerra. Esta
mujer llena de candoroso ardor misionero y de amor a la Iglesia puede que ignorase tales
antecedentes. Trató de escalar una montaña inaccesible como es el Establishment.
Los ingleses siempre nos ganan a los españoles. Discutir con ellos es como
estrellarse contra un muro, y no hay manera. Sin embargo ahí quedó el gesto y
el reto de la Beata Luisa de Carvajal
madre coraje de amor a la Iglesia
y de amor a España (“Quiero a mi patria
con todo mi corazón y vivo en una tierra de hiel y de sabandijas”) declara
en una carta a su hermano nombrado corregidor de San Clemente (Cuenca).
Estableció
como norma de vida de la máxima teresiana de “sufrir y padecer” siendo oprobio
del mundo, despreciada y abandonada por los suyos por amor a Jesús. Renunció a
todo: alta cuna —era nieta del obispo de Coria don Gutierre Carvajal que tuvo
una multitud de hijos naturales—títulos nobiliarios, la honra, el buen nombre y
la fama. Hizo mangas y capirotes de algo tan importante para los españoles de
su tiempo como el honor. “Quiero ser pisoteada, negada, ridiculizada, puesta en
el último lugar para que todos me olviden o se rían de mí”. Y por último en su
profesión realizada en un cuarto oscuro en Madrid la calle de Toledo, puesto
que atendía a las enfermas de bubas, donde se había dedicado a cuidar de las
prostitutas hizo voto de martirio. No lo conseguiría físicamente pero los dos
lustros últimos de su vida en Inglaterra fueron un auténtico calvario
La
honra la perdían las mujeres (nunca el varón) por cualquier desliz erótico o
dedicarse al oficio más antiguo del mundo; por no proceder de un linaje limpio,
por ocuparse en trabajos serviles, ser asalariado y no vivir de las rentas, por
derramar sangre cuando el asesinato no era en legítima defensa. Por padecer del
vicio del vino o por andar desnudo y en harapos. Sin embargo se podía ser pobre
y no desmerecer a los ojos de la sociedad. De ahí el dicho de “pobre pero
honrado”. Una vez perdida la honra, no se recupera jamás. Es el equivalente a
una muerte civil. Luisa puso su honor a los pies del Crucificado.
En
el marco de aquella sociedad estamental y clasista como era la España de su tiempo plantea con su
labor ideas revolucionarias más allá de las particularidades de la
Reforma. Amiga y protegida de los jesuitas,
rechaza, sin embargo, la disciplina de las constituciones y las voces de mando
del jefe. La vida religiosa no es para ella milicia sino un sumirse en la
inmensidad del Criador, un abandonarse a la Providencia , como hacían los
quietistas y alumbrados aceptando el sufrimiento como camino de perfección y garantía
de selección. Esta dejadez casi anarquista, con una fe ciega y amor al Esposo,
la colocaría más cerca de lo que hoy se denominan cristianos de bases que de un
instituto religioso convencional. Verdaderamente, si todos la dejaron en la
estacada, Cristo nunca la abandonó. Esta es la grandeza del Evangelio que en su
lado esotérico a los lerdos no se les alcanza, y la prueba del nueve y la
primacía del catolicismo sobre otras religiones monoteístas. No hay consensos
ni enjuagues que valgan. Cristo es la verdad y la vida. La Verdad que corre larga y tendida por
el mundo de los libros—un venero que tratan de ocluir los del “pensamiento
único” —y la Vida que
germina en los plantíos y viveros del grano de mostaza. Mediante intercesiones
desde lo alto, soluciones inexplicables, guardas en enfermedades y peligros. Cristo
a través de sus escogidos se manifiesta en la historia mediante el carisma de
una Teresita de Lisieux, de un Antonio de Padua, de san José, de Teresa de
Jesús, de Judas Tadeo y ante todo y sobre todo a través de Nuestra Señora la Virgen
María medianera de todas las gracias.
Se
trata de una vida y una vivencia oculta pero real y perceptible sólo a través
de la fe y nos ratifica en la esperanza de la gracia y la interacción dentro
del cuerpo místico de la iglesia triunfante militante y purgante. Enigma total.
Sólo mediante este misterio vale la pena considerar que una derrota a los ojos
de los hombres podría convertirse en victoria a los ojos del Padre. Dios tiene
otros baremos, diferentes varas de medir
Como
los monasterios a la sazón estaban llenos y con frecuencia la “vocación” tenía
que ver más con la “boca” que una verdadera llamada a la vida consagrada habiéndose
convertido muchos dellos en aparcadero de damas burladas o en verdaderos
prostíbulos, ella renuncia a ese título de ser monja. Se queda en beguina y
cerca de, o al cabo de, la calle de Toledo funda un beaterio en compañía de dos
sirvientas: Ana de la Ascensión
e Inés de la Cruz. La casa, un
sotabanco, se encuentra al lado de una mancebía y se convierte en centro de
acogida para mujeres maltratadas y prostitutas enfermas. Inés de la Cruz protesta:
—Van
a pensar que nosotras somos iguales, unas tales.
Para
doña Luisa esa sospecha motivo de oprobio se convierte en vínculo de caridad y
una ocasión de ser humillada y tenida en menos por amor del Redentor.
Intensifica sus penitencias, porta una cruz de rallo (una especie de almohaza
de pincho) aderezando sus pechos como prenda íntima y una cuerda de esparto
atada a las caderas. Todos los viernes del año no probaba alimento, dormía
sobre una márfega, bebía en vasos utilizados por enfermos con bubas y con sarna.
Nos
dicen los expertos en lomología que el mal francés y la peste bubónica eran el
flagelo de la cristiandad en el s. XVI. Los males empeoraron en la centuria siguiente
con un cambio climático en Europa veranos más tórridos malas cosechas inviernos
de fuertes cierzos y vientos polares.
En
Madrid la Carvajal
cura a los sifilíticos ocupándose como operaria en el hospital de Anton Martín
el de la sabana blanca curaban el trepanómana o morbo sifilítico con baños al
vapor y en Londres fue su rival la peste bubónica traída por las ratas viajando
en los barcos que atracaban en los muelles del Támesis.
Aun
no había sido fundado el St Stephen Hospital y las condiciones de salubridad e
incluso de vida de los londinenses eran mucho más penosas que la de los
madrileños.
Detecta
aires de levantamiento popular en la corte del Defensor de la Fe , James I. por el contrario, en la
corte de Su Católica Majestad Felipe III temo que me lo gobiernen un rey débil
muy piadoso y austero pero en manos de sus validos que lo engañaron con sus
adrollas y gatuperios; el mal era la corrupción en la nobleza y en el estamento
eclesial. A ellos iba a parar el oro de las Indias y a los vivanderos judíos de
los ejércitos de Flandes. El pueblo llano vivía en una estado de postración
miserable conformándose con las procesiones triduos novenas corridas de toros y
cañas y de vez en cuando algún auto de fe en la plaza mayor. Adrollas, embustes,
mohatras, trapazas, picaresca y misticismo sed de aventura y esa enorme
vitalidad que siempre tuvo la nación española. Ese mundo del Buscón y la
picaresca lo refleja en su poesía y en su prosa sin paragones el genial
Francisco de Quevedo. Luisa de Carvajal es contemporánea de la publicación de
los “Sueños” y del “Quijote”
No
nos encontramos en la presencia de una mística arrobadiza. Desdeñaba los éxtasis,
trances, llagas, bilocaciones y otros fenómenos preternaturales, harto
frecuentes entre los alumbrados. Vivió amarrada al duro banco de la realidad
desde la renuncia y la autoinmolación. Era una contemplativa atípica sin
aditamentos ni alharacas aunque parece ser que estuvo penetrada del don de
clarividencia que le hacía ver el futuro y el interior de las conciencias.
Asimismo,
tuvo el galardón tanto de la templanza como de la fortaleza. Salió indemne por
la gracia de Dios de los peligros de aquel Madrid bullicioso y putañero siempre
al verlas venir entre chupicaldos de sopa boba, metiendo los pollos en el
corral. Llevaba las putas a casa para sacarlas de la mala vida sin miedo a sus
cohenes y rufianes.
A la
hija del Duque de Almazán no se le caían los anillos por andar en compañía de
pobres vergonzantes receptando limosna a la puerta de san Ginés o hablando con
los desheredados de la fortuna en las gradas de San Felipe y otros mentideros
de la villa.
Si,
por casualidad, cualquier pariente veía a la hija de un grande de España
emparentada con los Mendoza y los Duques del Infantado en tal condición de
mendiga, miraban para otro lado. Este desdén que mortificaba su orgullo eran
para la vagabunda motivo de santificación, las humillaciones y desprecios abren
al justo las puertas del Paraíso. Supuestamente…
En
Londres donde nadie la conocía pero pronto la identificaron por española a
causa de su acento, su compostura y que llevaba un cristo crucificado al pecho,
el juego resultaba mucho más peligroso.
La
insultaban, la maltrataban, se mofaban de sus creencias papistas, la decían lárgate
a tu país. Cuantas veces los hispanos que hayan vivido en las Islas durante
algún tiempo habrán escuchado la pregunta:
Ella
había ido allí para sufrir por Cristo. Anhelaba el martirio del que hizo voto
al formular su profesión de vida consagrada en 1598 cuando empezó a acariciar
la idea de pasar el canal de la Mancha
para morir por Dios.
Huérfana
desde los seis años y adoptada por don Diego Hurtado de Mendoza embajador en
Alemania su infancia y su juventud los pasó en la corte de Felipe II. A la
muerte del monarca entra al servicio de don Francisco de Sandoval y Rojas duque
de Lerma primer ministro del monarca quien en 1600 traslada la corte a
Valladolid.
La
comunidad de la calle de Toledo se cierra (dos se metieron agustinas y una
tercera Isabel se casó) y los jesuitas le procuran un aposento similar muy cerca
del Colegio de la Compañía, el Seminario Irlandés. Es allí donde tiene una revelación:
tendría que irse de misionera a Inglaterra.
Camino
de la Rubia Albión salió
de la Ciudad del
Pisuerga a 27 enero 1605 en una expedición de siete personas que dirigía el P.
Walpole s.j. cabalgaron por toda Francia atravesando un país de herejes a lomos
de una hacanea. Sor Luisa nunca había montado en mula. En otra expedición más
suntuosa viajaba don Juan de Tassis conde de Villamediana con el que se
reunieron en Burdeos siguiendo ruta hacia Calais. Allí se embarcaron en una
patera. El viento desfavorable desviaba la embarcación hacia Holanda un país
siempre peligroso para un católico español pero el piloto un viejo lobo de mar
vascongado logró gobernar la embarcación y atracar en un grao próximo a Dover.
A la vista de los blancos acantilados la española inglesa cayó de rodillas y
prosternada en oración dio gracias a Dios por el fin de tan azarosa singladura.
Tassis acudía a la corte de san Jaime para comprar la paz entre España a peso
de oro. Felipe III enviaba a su homólogo la suma de medio millón de ducados a fin
de concertar el patrimonio del príncipe de Gales, Carlos, el heredero, con la
infanta Ana de Austria. Este matrimonio estaría abocado al fracaso. Encontró un
Londres tétrico. No había pasado la era del terror y los católicos ingleses se mostraban
atemorizados de mostrar abiertamente su religión católica que muchos seguían
practicando en la clandestinidad. El choque psicológico para la recién llegada
fue brutal: la incomodidad del acomodo, el ambiente de suspicacia, la mala
comida, la pobreza, el hambre y la enfermedad, la descortesía de las clases
bajas que culpaban a los extranjeros del hambre y las malas condiciones de
vida, el desconocimiento de la lengua y la fonética cockney tan enrevesada para
los no nativos. Tal cúmulo de factores así como las grandes penitencias y
ayunos minaron su salud y la condujeron a una muerte prematura.
Buena
parte de los españoles residentes en Gran Bretaña a lo largo de los siglos
siempre atravesaron esa dificultad que ella misma padeció.
Este
choque psicológico se detecta en la correspondencia enviada por valija
diplomática o en cifra a Madrid. Mandaba romper estos envíos a sus
destinatarios. El espionaje inglés y el francés funcionaban a las mil maravillas
en la corte de Felipe III y es aquí donde se pierde el rumbo místico para adentrarse
en los atolladeros de la política: el Duque de Lerma, el conde de Villamediana,
los saludos que envía a la regente de los Países Bajos Isabel Clara Eugenia, su
compañera de juegos de infancia, e hija de Felipe II nombrada gobernadora de
Flandes, que nunca obtuvieron respuesta. En fin, un enigma. La buena voluntad
de esta sierva de Dios choca con las perversiones de los intereses estatales o
papales. Se confiesa desarmada y como “una pobre y ruin mujer” pero, si fracasó
la carne, el espíritu salió airoso de aquella lucha, por más que a la
interesada le fuese la vida en el empeño.
Luisa
de Carvajal era un alma grande e ingenua raza extremeña de conquistadores.
Ignoraba los gatuperios y tahurerías del Duque de Lerma o los desvíos amorosos
de Villamediana o la participación de su hermano el corregidor de San Clemente
en el asesinato de un hombre por orden de su jefe don Rodrigo Calderón que
luego sería ajusticiado en Madrid y de ahí el dicho de más porfiado que don
Rodrigo en la horca. Un paradigma de contumacias y obstinación. El que movía
los hilos era el gran privado, el duque de Lerma, quien para librarse del patíbulo
se hizo religioso y “para no ser ahorcado-reza el dicho popular- se vistió de
colorado”
martes,
21 de julio de 2015