ELEGÍA Y CANTO A LAS 24 REDONDAS BLANCAS
Con el ordenador son 53 pero bien está traer a colación aquí el poema de Pedro Salinas a las 24 redondas blancas como punto de apoyo que mueve el propio movimiento:
quietas dormidas están
Las treinta redondas blancas;
entre ellas sostienes el mundo
En realidad estos sagrados templos de las Nueve Musas son- y es lo que quería decir Salines- son cariátides que sostienen empujandolo hacia arriba al globo de la esfera armilar. Como vehículos de la idea y ancilarias de la palabra. Sin palabra no hay ciencia ni comunicación ni progreso. El be de la cabra y el chillido del mono. Es a lo que volvemos? Dios quiera que no.
Así, con este verso, el poeta Salinas en La Voz a ti debida entonaba una loa al tablero de la Smithson Corona, su maquina de escribir, ábaco del amor y del dolor, cifra y compendio de nuestros pensamientos, férula de nuestras vidas que en ellas ponemos al tablero, campos elíseos de las nueve musas, burladero con que hurtamos el cuerpo a las cornadas de esas vaquillas que son auténticos miuras morcillos, tan difícil de poner en suerte como a todo toro hembra, instrumento de trabajo de vates, abogados, periodistas, comerciantes, cronistas en general.
Alistair Cook sesudo radiofonista británico en una de sus emisiones últimas por la BBC en su Carta desde América propalaba la noticia de que la firma Smith&Corona cerraba sus puertas después de haber estado fabricando mecanografía desde hace 125 años. Sería una noticia que pase inadvertida. Los Massmedia se encuentran muy atareados por cuestiones de mayor momento a causa de una actualidad vertiginosa, en la cual parece que la historia se derrumba.
La firma patentadora de maquinas de escribir, cajas registradoras y otros instrumentos de cálculo más antigua de los estadounidenses, al cerrar sus dependencias y mandar a sus laborantes al paro, no es más que un nombre temblando en un papel, en la larga lista de fusilados a causa de este alzamiento cibernético que no cesa.
Ah, las redondas blancas, que se bañan en tinta y en sangre y a veces en agua clara! Las aguas del Tíber, como en los tiempos de cesar, siguen bajando negras con la sangre de tanto ahogado que grita antes de expirar: soy poeta. Una empresa que fenece; su cadáver, en cambio, no es un fiambre como los demás. Surjan de nuestras gargantas cantos epicedios de los que lloramos la desaparición de estas treinta ninfas mecánicas que nos ayudaron a construir nuestros propios paraísos e infiernos. De papel.
Las anduvimos aporreando con ira revolucionaria cuando nos creíamos con algún poder para que todo esto cambiara. Recuerdo que Paco Umbral se fotografió una vez desnudo y su pluma Olivetti 22"- la que utilicé yo- le servía de hoja de parra y así, in púribus, pero, a cubierto por el paño de pudor de las redondas blancas, apareció en la portada de uno de sus libros .
Las hemos acariciado con éxtasis. Con ellas hicimos el amor; tuvimos los mejores orgasmos.
Una idea feliz, una metáfora de contraste, un concepto de inspiración son como para correrse de gusto. Porque, desde el principio, sobre sus lomos cabalgaron nuestros primeros poemas de amor. Ellas son en verdad el amor. La novia que nunca cambiamos por otra. Ni nunca ella nos dejó. Amor a primera vista. Amor imperecedero. Aunque hoy escribir para qué? Difícil respuesta: es difícil escapar al ojo panóptico de la Gran Cuadrúpedo Sinario. Le importamos poco los escritores.
Pero son muchos años amando y sufriendo, dándoles a la tecla, mucha cólera y no menos ternura de afanosas noches en blanco escuchando las retransmisiones del alma y las que llegan DX, voces amigas de sintonías efervescentes en la madrugada. Todo esto para qué? Es el mensaje de la botella. Algunos dirán que esto que hacemos es un ejercicio inane pero a él estaremos sometidos los que no sabemos hacer otro (Cela dixit) hemos dejado la piel quemandonos las pestañas para que amenguara la vista, y gastando la yema de nuestros dedos.
Se atrofiaron los riñones, duelen las caderas y van las manos involuntariamente a atentar los cuadriles. Nos desriñonamos, vaya, entre sahumerios incesantes de nuestra cachimba y las tazas de café. La pipa ha sido otro de nuestros consuelo.
A la ingratitud de la existencia se vence con tabaco y humo porque acaso no otra cosa seamos que humo. Hemos sudado la gota gorda en este oficio que no guarda parangón con ningún otro. A ratos resulta suplicio y cadena. A ratos, deleite y fruición. Sueños que sueños son. Escribir es, ciertamente, una profesión pero también un vicio, del que no se descuelga uno sino con la muerte. Y a tal punto, que puede resultar más llevadero quitarse del trago o del tabaco que renunciar a esta grafomanía que nos penetra.
Nuestros sueños, pesadillas y realidades, se condensan en ese claustro apretado de las treinta redondas blancas. Ahí está la vagina rasgada de la sonrisa vertical que lanza hijos de la imaginación al mundo. El peligro es claro está junto a los retoños sanos las paridas. Redactar una parida es como alumbrar un hijo tonto.
Por desgracia, éstas abundan lo suyo entre los leguleyos y plumíferos/as y plomíferos/as que engendran demonios. Sin embargo, el rodillo de nuestra portátil todo lo abarca: el tópico desangelado y la idea genial.
A veces este carro de fuego de nuestra Olivetti echaba chispas. Era un carro de fuego en el que Elías trepó hasta los cielos. Por la cinta de la fábrica de los sueños- verdaderos caprichos goyescos- salían hasta cascos de botella.
Pedro Salinas pasó a limpio el original de La Voz a Ti debida en la Smith Corona insertando en el rodillo cuatro copias al carbón. De la misma manera hicimos muchos españoles con nuestros primeros poemas. Nadie nos hizo caso y aquellas láminas olvidadas y amarillentas yacen olvidadas en la oscuridad de viejas maletas o en cartapacios y antiguos archivadores.
Es otro riesgo que hay que afrontar, máxime, en la actualidad, el anonimato y la oscuridad. Estamos condenados a re-escribirnos y a enviar mensajes a nosotros mismos. Por si acaso lo lanzamos a la Red formato HTML en la esperanza de ser leídos. Escribe para ti mismo, dijo doña Machina la bibliotecaria de Logroño. En aquella frase me pareció escuchar una sentencias de muerte. Doña Machina era una mujer cruel como las Parcas mismas. Machina, máquina infernal, nos metió en buen mechinal. El poeta se queda sólo. Le han arrebatado la lira pero nunca le podrán quitar su voz.
Y nadie, mejor que el vate madrileño transterrado a Nueva York, supo cantar a la esbeltez y mutismo de cariátide de las Treinta Redondas Blancas. Mundo de cine black & white. Y por esa sendas seguimos los demás juntando palabras blanco sobre negro. Tiene que ver un irritante como el café o como el tabaco con el hecho de la inspiración? Pisemos mayúsculas. Calquemos en la versal del acento. Lo esdrújulo y apaisado. Antonio, no te metas en ese jardín.
Las treinta fichas constituyen no sólo nuestro aval. Son igualmente le muro de carga del edificio de nuestros sueños y Wailing Wall de los que se sienten incomprendidos, maltratados, perseguidos y hasta trucidados por los Herodes de las épocas. El acto de escribir es un acto inocente pero a veces los escritores pasamos por terroristas.
Con esta tecla en nuestros dedos estamos echando un pulso a la Historia. Nos da en plena cara el viento del Espíritu y nos sentimos eufóricos cuando escribir resulta sencillo o consternado cuando se aleja la inspiración. No hay tormento mayor que el de la cuartilla en blanco que aqueja a todo escritor. Hay que contar historias. Las que merecen contarse, y las que no. El ordenador no ha hecho sino aumentar el campo de posibilidades (y feria de vanidades) de la escritura hasta límites increíbles.
Porque la mecanografía continúa siendo la abuela irreconocible de la telemática. Pisar la tecla mayúsculas/minúsculas de una Underwood o de la última computadora fabricada en China es realizar profesión de fe en el misterio de la palabra. Reyes del alfabeto tenemos la llave triunfal del abracadabra. El soplo del espíritu, ya decimos, se equipara con el duende de las imprentas inserto en la magia de las Treinta Redondas Blancas con su inmenso abanico de combinaciones. Que brindan la salida del laberinto. A través dellas rastreamos el hilo de Ariadna.
Mi portátil hasta hace poco seguía emitiendo ese tableteo nervioso y seco de las ametralladoras. Ta. Ta. Ta. Y yo me sentía como el violinista en el tejado o como un francotirador - es lo que he sido toda mi vida, largando por lo independiente, yendo por lo libre- que asmaba la calle desde arriba y soltaba tiros contra todo lo que se movía. Contra esto y aquello. Esto y lo otro.
Ese sonido de mi Olivetti es para mí pobre escribir lo que la campanilla de las cajas registradoras que hacen poner los ojos chiribitas de los tenderos. Tilín. Tilín o el till que dicen los ingleses. Hacer la mili como servidor de ametralladoras es un buen empiece para un escritor. No me embromen con cuentos de hadas. Donde pongo el ojo, pongo la bala.
Me jacto de haber dominado este oficio a fuerza de tesón. De qué me ha servido? Tuvimos la mala suerte de vivir en un tiempo perdido de persecución y de incomprensión. Este ha sido uno de los periodos más siniestros de la historia de España pero, si cabe, que los del Rey Felón. Que vuelva Goya y se hinche hasta la narices de estampar narices borbónicas, cayetanas y monarcas con cara de gilipollas, princesas facticias y ficticias y niños rubitos y archi guapos que dan muy bien en el Hola y dan de comer a Rocainfiel y otros de la cuerda.
Con su pan se lo coman. Mientras la patria desolada se muere de tristeza y de asco aunque todos nuestros súbditos a los que va la marcha están bajo la bota del control. Que acá no se mueve nadie.
Esto no es, desde luego, me huelgo decir que yo, francotirador, que estampo mi diuturno paqueo sobre el sobrepelliz de mis hadas madrinas que son las Treinta Redondas, donde pongo el ojo pongo la bala. Ni las ideas ni las palabras me son refractarias. Casi como Indurain cuando se monta en una bicicleta y llega al pódium del Parque de los Príncipes.
Hay días malos en que te entra la pájara y uno no tiene ni una triste historia que llevarse hasta las teclas. Sequedad informativa. Penuria inspirativa pero dejalas, hijo que ya vendrán. No entra nada en esas esfera maravillosa de las cuarenta pulsaciones por minuto. La mente parece bloqueada y entonces es como el cadoz de la noria de una alberca que se empeña en sacar agua de donde no mana.
A la maquina de escribir hay que aporrearla pero el ordenador parece que va solo. Se embala. Es una maquinaria de magia oculta que parece ajena al temperamento y a las veleidades humanas. El PC no parece comprender los altibajos del plumilla que lo maneja. Es silencioso, de visión nictálope, superferolítico, eficaz, pero a veces nos muestra la cara hosca de sus manías. Es más inteligente, menos apasionado que la maquina de escribir, al tiempo que muestra un mundo plano.
Es todo cabeza porque de raza le viene al galgo. Lo dicen inteligencia artificial. La otra, todo corazón. Los que para escribir necesitamos barullo, humo, que suene la campana, que se atasque el rollo de papel que rechine el carro y que se cargue aun el tope de la justificación echamos de menos a la Underwood cuyo espaciador manejábamos con furia porque cada linea escrita aunque no nos la pagasen como a Agatha Christie o al perulero don Vargas Llosa que cobra una millonada por sus engendros en forma de articulito era una victoria.
Era como rescatar al Ser de la Nada. El que pone una idea en circulación en este país de modorros engendra y trae muchos hijos al mundo en diferentes partos múltiples. Echábamos para el compañero de al lado una sonrisa de satisfacción. Cáspita. Eureka. Lo conseguí.
Los que venimos de esta furia nos sentimos cohibidos por esta gollería silenciosa de la cibernética. La memoria artificial abrió para el escritor la cancela de otros mundos. Con ella puede llegarse al texto perfecto. Quitar. Añadir. Corregir. Sobrescribir. Formatear. Escindir. Proyectar. Subdividir. El cursor y la clepsidra. Todo aséptico y superferolítico pero uno siente nostalgia por aquel ambiente visceral, aquel humo, aquel hablar a voces. Hoy ya no se fuma. Es un mundo sin tabaco pero envenenado con otros tóxicos. Y todos vivimos enajenados por una vida sin ilusiones y sin amor. Mercurio derribó a apolo de su pedestal.
La última carta desde América de Alistair Cook-el hombre que narró para la BBC la entrada de los rusos en Berlín y la caída de la Montecasino-sus crónicas eran tan periodísticas que bastaba con escuchar el lead, después se perdía en juego de palabras y parecía que se escuchaba a sí mismo- me ha embargado de añoranza este domingo de agosto. El periodista británico cuenta lo difícil que es en Nueva York hacerse con una cinta de maquina de escribir a gentes que, como él, siguen sin entender el ordenata.
Hay que ver las maravillas que inventa el hombre blanco! Aquí empieza el tránsito de lo digital a lo analógico. Las manualidades tienen poco espacio de vida.
En Nueva York nació precisamente la maquina de escribir el 1873 patentizada por un inglés que se apellidaba Remington. Este señor se había forrado fabricando cañones y armas cañones. Su caso era muy parecido al del magnate Nobel sueco que fundó los dichosos premios aquejado de un golpe de arrepentimiento por haber colocado en el mercado armas de todo tipo. No sabía el hombre que la maquina de escribir también puede ser un arma letal y cargada de futuro.
Puede causar bajas y barrer enemigos sin necesidad de pólvora u otro fulminante. Es un revolver y una navaja . Pero la mecanografía puede ser un atril para reclinar los santos evangelios. Se trata de una herramienta carismática para cuantos seguimos creyendo en la Buena Nueva. Me incluyo en el cupo de estos humanistas idealistas a los que el vulgo tacha de zumbados. Que siguen creyendo en la justicia y la solidaridad. Rara avis!
Las treinta Redondas nos sirvieron de escalera para trepar a esas realidades excelsas a las que aspira el ser humano que son la Verdad y la Belleza. Pero acabamos rompiendonos la crisma. Luego nos levantamos, sacudimos el polvo de nuestras sandalias con la caída, nos limpiamos los petos pero pronto nos dimos cuenta de que no teníamos donde ir. Nadie nos oferta cobijo ni nos da un lugar para lamernos nuestras heridas.
Uno ha muerto para el mundo. Vive en su celda recluso servido por esas hurís sin cuerpo, dulces etéreas, a ratos hetairas, que nos sirven, nos lavan los pies derramando sobre nosotros ricos pomos de alabastro como hizo María de Magdala, que son las fieles Redondas Blancas. Autenticas cantineras para los escritores de infantería que somos los periodistas. Y de su mano seguimos escribiendo, soñando.
El 408 ya san Agustín poco antes de que los corceles de Alarico hundieran sus pezuñas sacrílegas en las lajas de la Vía Apia, alertaba, desengañado, que la verdad y la belleza sólo podrán ser gozadas en la otra vida porque mi reino no es de este mundo.
De tejas abajo, sólo podemos aspirar a que ellas nos sirvan de cirineo para sobrellevar las tribulaciones y persecuciones que la vida depara o servirnos de escudo o talanquera para esquivar los muchos golpes y cornadas que nos lanza el enemigo. Porque vivimos sojuzgados por un poder temporal en el que manda Lucifer, escribe el santo.
Pese a ello no claudicamos. Conscientes de nuestra derrota temporal, confiamos en nuestra recompensa eternal. Sabremos ser carne de cañón y carne de prostíbulo pero, asimismo, estamos abocados a ser carne de máquina de escribir. Somos, en una palabra, los perdedores.
La voz rotunda, como de petulancia de Cook [British pasada por la trituradora del yanqui pangue, que los americanos hablan un poco por la nariz, y del acento meso-atlántico] nos sigue acompañando desde Nueva York. Es todo un icono de la famosa sede de Bush House. Él debe de haber pasado el Rubicón de los 90 en plena claridad mental. Quizás los buenos periodistas nunca mueren. Cook es la voz de la tía abuela o auntie que es como llaman los ingleses a la BBC. Quizás los buenos periodistas nunca mueren.
A mí desde luego siempre don Alistair me pareció un buen periodista aunque un si es no es petulante, uno de esos ingleses que miran a media humanidad por encima del hombro. Los buenos locutores quizás nunca mueran. Sólo se desvanecen y su voz sigue rodando a través del éter por toda la eternidad.
Cook es el oráculo de la crónica política internacional. Es un panegirista inglés de la América profunda y yo no diría de pensamiento independiente pues su discurso sonaba siempre algo phoney pero creíble.
Se le cita como hombre de la CIA en Gran Bretaña. Su letra desde América es el Nueva York entrevisto desde un angular personal narrada con un impecable acento medio-atlántico, a caballo entre sendos mundos, que ni es inglés de las islas ni es yanqui, pero que conserva toda la nasalidad en la que se expresaban los Padre Peregrinos, al calor de las viejas palabras resucitada del Webster Dictionary.
Cuando yo vivía en Londres, allá por los felices 60, yo era un fan de Alistair Cook. Su emisión salía al aire en las tranquilas tardes de domingo inglés cuando al país se le para el reloj y hay que darle el cuerda, limpiar la alfombra, lavar el coche, tomarse la enésima taza de té mientras atardece y las iglesias anglicanas de Londres recibían a los escasas fieles que acudían a las vísperas o Evening Song.
Tenía su magia el domingo inglés que era un verdadero sabath y la voz de aquel corresponsal de la BBC contribuía a la puesta en escena del English Sunday que era en aquellos tiempos toda un institución. Mi hija Helen de dos años, que ya por entonces debía de querer ser periodista, se sentaba a la máquina de escribir atraída por la magia de las Treinta Redondas Blancas. Miralas que solos están como el lagarto y la lagarta. Su madre se atareaba en la cocina y mientras daba el botón del conmutador Suzanne decía:
-My God. This bloke goes for ever
Ella le había conocido de niña cuando era un anciano. La voz siguió repicando hasta bien entrado el siglo XXI y luego su cadaver experimentaría una historia rocambolesca. Alguien lo robó para extraer a don Alistair difunto algún órgano. A lo mejor fue la voz que la tenía bastante eufónica.
En 1995 seguir escuchando a don Alistair me llena de nostalgia con aquel mundo que dejé atrás en England, que fue mi secunda patria, mi segundo país y del que a veces me siento exilado. Un exilado soy del amor, de la verdad y de la belleza. My God. Ha pasado tanto tiempo!
Qué sería de mi pequeña Helen a la que la madre me impidió visitar? Pasó tanta tiempos, cayeron tantas hojas muertas que se llevaron a tantos amigos a lo largo de infinitos otoños. He llenado tanto papel. Emborroné tantos folios. A veces con menos eco del que esperaba y de lo que creo me merezco. Pero la vida es ansí (don Pío dixit)
Sin embargo, las redondas blancas siguen ahí y de ellas yo no estoy ayuno ni a blancas. Bien las conozco y ellas me conocen a mí. Conservan el magnetismo imponderable de la eterna juventud. Y esa inocencia que han de tener las bellas para ser bien deseadas.
Son deidades a las que su castidad convirtió en Vestales del devenir. Ellas serán vírgenes perennes mientras nosotros envejecemos arqueando el lomo sobre la esteva y nos aquejan los achaques y los ataques de malencolía pues ya nada será como entonces. Ellas nos devolverán algún día el amor. Por su intercesión quizás tengamos esa resurrección sobre la que converge todo escritor el cual mediante la escritura quiere perpetuarse: resucitar, ser inmortal. El ábaco, los abecedarios, las teclas y la escala musical son entes sin tiempo. Soñemos, alma, soñemos.
Antonio Parra
6 de agosto de 1995
transcrito 8 de agosto de 2008