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sábado, 5 de junio de 2021

  EL LIBRERO DE AREVALO

 

 

 

El librero de Arévalo tenía madera de perdedor pero no habléis de esto a la Jesusa que consideraba a su vástago una eminencia siendo ella misma como su hijo juguete de sus pasiones e inclinaciones. Las cosas en el mundo se habían puesto del revés. El estafermo de las procesiones miraba con ojos fijos un poco como el padre Cucurcho el exorcista nacido en un pueblo levantino que se llamaba Lamprea y cuando se ponía pesado con esto de echar diablos del cuerpo de la gente, los chicos del barrio organizaban dreas y resolvían sus diferencias con Satanás a cantazo limpio, nada de hisopos ni de crucifijos sino a lo zamarro. Gritaban:

 

 —El cura de Lamprea con una mano bendice y con la otra se la menea.

 

Y otros aseguraban:

 

—Detrás de la cruz está el diablo.

 

Gumersindo al quedar cesante con motivo de que se murieron los suyos y entró otro gobierno pensó ganarse la vida en el menester que mejor conocía: la literatura; fundó una biblioteca virtual y quiso dedicarse a la venta ambulante de libros viejos que eran una de las riquezas de la Casa Común pero también su patria quedó cesante y cada quisque, excedente de cupo. Arribaron los nuevos bárbaros del norte que creían que era sospechoso leer y un pecado la cultura. La  tan traída y tan llevada democratización, amen de hacer ricos a muchos... ¡Que ricos!  ¡Millonarios! clases privilegiadas de castas, repartiéndose el bacalao y los puestos oficiales, a la mayor parte de España dejó en cueros vivos. Ahi tenemos al Coleta del Movimiento Podemos hecho una nabab con un casoplón en Torrelodonos y a sus chatis colocadas en algún ministerio. ¿Ha sido esto un complot o tenemos lo que nos merecemos? 

 

Éramos todos más pobres pese a la apariencia de ricos, dejamos los campos en barbecho, vendimos las vacas, pignoramos las fincas y todos querían vivir de algún momio, cierto enchufe, a costa del erario público, renunciamos a muestra cultura. Aconeció el sindrome de la Hispania vacía. Los lugareños cambiaron el pisito en Mostoles de ochenta metros cuadrados por la casa en el pueblo con portada, bodega, cuadra y cocedero. Los periódicos, las editoriales, pusimos en almoneda y en venta nuestras fábricas, nuestros humildes negocios fueron al traste. A la cristiandad se le hacía agua parlando del Concilio y del Mercado Comçin que no era in mercado ni un encante sino un trágala. Y se lo dimos todo a los marchantes comunitarios. No sabíamos que eso del Mercado Común bajo las siglas de Unión del Carbón y el Acero, era una merienda de negros. Pusimos a los chicos a estudiar, nadie quería aprender un oficio manual y así nació la generación NINI (ni estudias ni trabajas). para el pobre intelectual la vida se le hizo cuesta arriba. Tenía constantes peleas con su mujer que ni le comprendía ni le seguía ¿quien entiende a un escritor? Se divorció empezó a beber. Acabó vendiendo libros de segunda mano lo que no quiere nadie.

 

He aquí el resultado de treinta años de Mercado Común. Recordad: siempre se dijo del judío la maula. A muchos los estafaron. A él no. Porque bien los conocía. Eran de su misma raza.

 

Fracasó. El pueblo español querría suicidarse renunciando a su pasado, ahorcando los libros, persiguiendo a la inteligencia, y llevando a los tribunales o a la trena a cualquiera que acreditase una idea feliz, un hallazgo. Ya me dirás tú los libros que vendía Gumersindo — muchos martes ni se estrenaba— cuando extendía el tenderete, aparejaba el caballo—  bueno lo del caballo es un decir porque ya toda España se había motorizado por entonces— y el librero gastaba coche que eran sus mejores zapatos y no había que darle pienso ni llevarlo a herrar.

Gozaba de la vita bona del sol de España y conversaba con otro purgado, que se llamaba Empeltre. Bebía en las tabernas, visitaba el camarín de la Virgen de las Angustias, buscaba el rastro de la España que proclamó el tanto monta, monta tanto, y percibía las huellas santas e imperiales de la reina Isabel la Católica que pasó  en  aquella villa su infancia A pocos metros de donde él tenía él el puesto.

 

Aquellos días Sindo tuvo una crisis mística y creía en milagros y apariciones. Le pareció, contemplando algún arrobamiento, viendo una puesta del sol camino de vuelta a Madrid poco antes de llegar al Alto los Leones. ¿Espejismos o un aviso celeste de lo que había de venir?

Era seguramente un regalo que Dios le enviaba por haber sido fiel a sus principios. Estas cosas marcan bastante a los perseguidos e injuriados. Estaba renunciando al mundo a su manera, alzándose en rebelión contra aquel estado de cosas.

 

¡Mira que vender libros en un pueblo de analfabetos! pero él iba en demanda de sus principios tras las pisadas de la Reina Santa.

Vigilavi et factus sum Sicut passer in tecto”. Le gustaba aquel salmo que repetía con frecuencia porque  encerraban sus palabras algo de su vida, siempre en guardia para percibir las ráfagas del Espíritu  Santo que llegan en ventoleras de huracán. Ese aire era un atisbo de la belleza.

 

Pero su mujer y sus hijos pensaban que estaba como una chota.

En su fuero interno él encontraba alguna razón para semejantes y descabelladas excursiones bibliográficas de apóstol de la cultura en medio de una sociedad ágrafa. Se sentía un poco misionero pero cansado de que sus prédicas cayeran en baldío buscaba, consuelos en los besos al jarro en aquel buen vinillo de la tierra. Gumersindo era dipsómano. Con el trago quisiera paliar las mermas y excentricidades de su humor itinerante. No era buena cosa.

 


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