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domingo, 27 de mayo de 2018

LLANTO POR MOLLY MALONE
 


In Dublin fair city where the girls are so pretty... los que amamos a Irlanda hoy estamos de funeral pensando en los miles de infantes no nacidos trucidados en el vientre materno. La guadaña de la muerte sube en la carretilla de la dulce pescadera de pelo rojizo y ojizarca a la que amamos y cantamos en nuestra juventud. Eire se ha hecho abortista unciéndose al carro de heno de los que niegan la vida en esta Europa crucifija en el palo a la que le han subido toda esa gentuza jarca infernal de los que promulgan los derechos humanos y niegan el derecho a nacer. Las aguas del Liffley el río de Dublín el río más literario del mundo bajan turbias, tintas en sangre de los cadáveres del gran infanticidio. Es el río de Joyce, de Swift, de Erskine, de Bernard Shaw, de Keats. Cantábamos dulces baladas en las barras de Main Street al son del banjo y empapados de Guiness. Mientras, Molly Mallone empujaba la carretilla cargada la cesta de berberechos y mejillones. La pescaderita murió joven el año del hambre cuando se arruinó la cosecha de patatas. Durante mis años ingleses viajaba con frecuencia a la Irlanda mítica a ver las cruces de san Patricio y me encontré pecios de la Invencible. En County Cork hallé un pueblo de gente bajita y morena que se ufanaba de ser descendientes de un galeón de la Armada que se hundió durante una galerna. Los supervivientes del naufragio casaron con mozas de allí. Irlanda es eufónica y torrencial como la música del violín. El gaélico materno que hablaba en la vieja Erín los celtas fortaleció al inglés y es un venero de poesía que recorre por las venas de la literatura inglesa. Nunca entendí el conflicto del Norte pero estuve en un mitin en el cual hablara De Valera por última vez. Fue en la primavera de 1973 y aquí van las fotografías que tomé y que se publican por primera vez. Creo que a partir de hoy Irlanda ha dejado de ser católica.


▬ Esa es una mala noticia, Paddy




































65 AÑOS DEL INGRESO EN EL SEMINARIO DE LA PROMOCIÓN DE 1955.


Parece que fue ayer cuando un grupo de muchachos asustados pero entusiastas recorrían las calles de Segovia con los colchones y baúles en carretillas tirados en tracción de sangre por maleteros ad hoc por maleteros que sudaban la gota gorda. Muchos era la primera vez que pisaban la gran ciudad proviniendo de  pueblos de la provincia y de la diócesis que entonces era mayor que en la actualidad. Penetramos por el postigo del Consuelo o subimos zarceando por la cuesta de san Juan o por la calle Real. Con mirada atónita y recién apeados de los coches de linea (Galo Álvarez, la Sepúlveda o Gutiérrez los de Aranda) iban los que venían a hacerse curas y a estudiar las declinaciones del musa-musae, la aritmética, la gramática, la retórica, y en todo caso la Teología y la Filosofía. Llevamos en las entrañas metido a todo Aristóteles y nos aprendimos de pe a pa las súmulas de santo Tomás. Claro que alguna vez topamos con algún que otro silogismo cornudo. Fue una formación arcaica pero, sólida, con mucho fundamento la recibida, de acuerdo con las sapiencias medievales del Trivium y el Quadrivium y el bel canto. 
Veníamos a acogernos bajo la sombra de la sombra de la Aceitera en aquel vetusto y bien cuadrado caserón que había sido casa de la Compañía y preparatorio del tirocinio jesuítico en Alcalá. Lo  mandó construir Felipe II, en honor de su esposa y que aparece en un cuadro que está sin terminar al lado de la Epístola en la iglesia del Mayor los ojos abiertos como platos. Porque nos tocaba vivir algo de la edad media. Y el mundo cambió bastante desde entonces.
Íbamos a pasar la niñez la adolescencia y parte de la juventud a la sombra de la Aceitera la torre más alta de la ciudad, parte inconfundible del perfil amurallado de Segovia, que retaba a duelo a la inmensa cúpula de la catedral y vigilaba la sierra. Con su admirable esbeltez del gótico tardío. Han pasado 65 años y parece que fue ayer.
Con este motivo el próximo día 11 de septiembre, viernes, a las doce de la mañana en el Santuario de la Fuencisla los que aun quedamos en pie de aquella promoción y alentamos la misma ilusión que entonces encanecidos pero con el corazón joven todavía puesto que repetimos  una y mil veces aquel salmo del introito de la antigua misa tridentina “ad deum qui laetificat juventutem meam” nos daremos cita en el amado santuario.
Están invitados cuantos segovianos deseen acompañarnos en nuestro júbilo. Para entonar un solemne Tedeum y una salve a la Virgen de la Fuencisla dándole gracias a Dios por esta vida que nos ha dado y conservado y por esa gracia de haber formado parte de aquellos seminarios atestados que fueron la gloria de la iglesia.
La vida de seminario nos marcó a todos para bien y para mal. Tanto a los que fueron curas como los que no llegaron al altar. Fue un carisma y acaso un signo que llevaremos de por vida marcado en nuestras frentes.
Vaya pues nuestro agradecimiento a la iglesia y la rígida formación que nos dieron aquellos operarios diocesanos que luego nos sirvió en gran medida para bandearnos en la lucha por la vida y orientarnos en los avatares de nuestra existencia.
Nuestra promoción – los pipiolos del 55 – de los 85 que éramos en el curso— 30  cantaron misa lo que es un buen porcentaje. Fue la última promoción antes de las muevas reformas litúrgicas del Concilio Vaticano II. Ungidos fueron veintitantos de los nuestros por aquel gran obispo de Segovia un verdadero santo don Daniel Llorente de Federico.
Después de nosotros vino el diluvio, empezó la desbandada.  Los seminarios se despoblaron a tenor con el espiritu de los nuevos tiempos y de las condiciones de la sociedad. Las masas agrícolas se desplazaron a la gran ciudad. Otro tipo de sociedad. Otros alcances en el tránsito de la cultura rural casi milenaria que añoran tantos pero cuando entonces la vida era más incómoda, a la cultura urbana con sus inconvenientes y ventajas. El desarrollo económico. La motorización, la tecnología, el aggiornamiento la puesta al día en tantas cosas terminaron  un cambio de rumbo en el mundo, en la Iglesia y en España.
Muchos de los nuestros, gracias a la formación recibida en aquellos claustros, alcanzaron puestos eminentes en el campo de la abogacía la medicina o la política, el periodismo, el mundo empresarial, la milicia.

Por todo eso y muchos más le damos gracias, Señor. Te Deum laudamus. Han transcurrido LXV años y parece que fue ayer cuando nos presentamos en la plaza de los Espejos con nuestros baúles, el pobre ajuar, nuestros colchones nuestras carretillas, nuestra ilusión y nuestro pasmo. Parecíamos pajarillos recién caídos del nido. Y han pasado 65 años. Toda una vida.

sábado, 26 de mayo de 2018


ACERCATE DIACONO (iste confesor I)

 

No bien había concluido sus abluciones en aquella fuente de tres caños, gluglú sedante e infinito bebiendo a morro, tragos que confortan las entrañas, tantas veces abrevada pero la sed no se le acababa, fuente inextinguible –había una cruz de piedra sobre el brocal- y de que despachara con buenas palabras al padre Cantamañanas  que se volvió a la gloria el hombre con las inflexiones y ladeamiento de los palomos cojos, bastante penitencia llevaba pero el querido reverendo padre jesuita se salvó a trancas y a barrancas, el que soba no mata, a dar a los ángeles puericantores sus dulces charlas vio otra sombra como la de un obispo vestido de pontifical pero este obispo gastaba barbas y sus ropajes y su capa pluvial recamadas de oro evidenciaban la pompa del rito oriental. Pudiera ser san Vicente. Pudiera ser san Atanasio. Pudiera ser san Nicolás en persona o pudiera ser el propio patriarca Alejo el que le impuso las ordenes sagradas una mañana alegre de mayo en Londinum, cruzó las estola sobre sus hombros y le dio la facultad para portar la eucaristía y salir con ella a bendecir con el humeral y las hijuela tras la puerta de los dones, la estola sobre el pecho en bandolera siempre cruzada. Atar y desata. Supo, y desde aquella imposición de manos, lo tuvo bien aprendido que nadie se puede atribuir sin blasfemia la potestad de representar a Cristo en la tierra, que el tufillo de la clerigalla católica es hediondo, cruel y malvado y que muchos diablos pululan por el Vaticano vestidos de clerguiman o de sotana y que en el cupo los había ñoños, pederastas, un exorcista de Alcalá de origen rumano se llevaba la palma, maltratadotes del alma y que los obispos, alimentados de tocinillo, practicantes de una moral hipócrita, se habían hecho secuaces de la impostura, y él, recién ungido diácono, iba en pos de las banderas de la verdad, promulgando sus diaconías, que en Roma en los últimos papas había habido uno Pablo VI que murió loco o acaso endemoniado, que a su sucesor que sólo pontificó 29 días lo envenenaron y subió a la cátedra de san Pedro un polaco con maneras de gauletier nazi que iba a sustituir la religión de la Salvación por la del Holocausto, el que puso la Iglesia a los pies de los caballos. Él siguió muy de cerca las vicisitudes de aquel pontificado plagado de megalomanías y de una soberbia eclesial que desconocía fronteras. A su muerte vendría un bávaro de origen judío que había militado en las Juventudes Hitlerianas. Hablaba con una voz amanerada y muchos de su corte papal murmuraban si no tendría Su Santidad un poco de ramalazo. Fue cuando estalló el escándalo de los curas amariconados, ebofílicos y de grandes abusadores que metían mano en los confesonarios y a los nenes les tocaban la pilila.

El estigma de la mentira saltaría a la luz porque no se pueden ocultar de tapadillo las inclinaciones perversas. Leva de curas maltratadotes, abusones, camándulas, malas personas y gente poco de fiar. Él ya estuvo en autos de lo que pasaba porque había leído AMDG de don Ramón Pérez de Ayala. Narrando las vilezas que se cometían con los educandos en aquel internado de Gijón. Nunca le comprendieron, lo maltrataron y cuando fue a pedir ayuda le cerraron la puerta. Pero Cristo cuya ternura y misericordia eran infinitas se había apiadado de él y le había permitido acercarse a aquella fuente que restañaba su sed de amor hacia el género humano, mientras sus compañeros eran enviados a parroquias de la sierra donde tenían aventuras con la mujer de algún carretero o le tocaban la parranda a la rajita a algún niño/a de la catequesis. Cuando se enteraba el obispo todos a tapar tierra al asunto y el interfecto era trasladado de parroquia o lo enviaban a misiones.

¿Había o no había Purgatorio? Claro que no pero aquellos sufragios habían sido la vida de la iglesia desde los siglos medios. En el negocio de la muerte se instalaban los vivos.  Y, si alguien protestaba, decían:

Las Animas Benditas se lo pagarán.

Había llegado la hora de hacer balance y de ajustar cuentas. De echar al anticristo y a la impostura que ocupaban el trono de la Iglesia.

 Aquel anciano de voz dulce,  al darle la diaconía, le había hecho participar de esa visión del mundo nuevo, de ese concepto de servicio y de entrega, que era el sacerdocio y que él ahora arrastraba en sus malos pasos por lupanares, tascas, mercadillos y hospitales. Fuerza de la gracia del Espíritu Santo que a veces va por arriba y a veces es dinamismo que no se ve pues va por abajo. Muchos son los llamados pocos los escogidos pero él había sido elegido. Pertenecía al Cenáculo. Estuvo en la fracción del pan, y metió la mano en la llaga. ¡Ah Jerusalén! lejana, abroquelada en sus normas y sus principios, atada de pies y manos a las filacterias. No había tabernas en la santa ciudad para echar un trago, ni bailongos y discotecas, sólo templos, y soldados con metralleta.

 Todo aquella serie de normas legalistas de fariseos, todas aquellas trampas saduceas, que ataban a los seres humanos de pies y manos eran de lo que vivían los levitas y la corbona de las monedas de la ofrenda. Creían andar por la libertad y vivían encadenados no sólo a sus pasiones y a sus vicios sino también a sus mentiras y cambalaches perfectamente legales y democráticos. Sí, se lavaban las manos hasta setenta veces al día pero las tenían manchadas de sangre; rezaban la Shemá, pero aquellas palabras al desgaire no eran la verdadera Shemá de Israel. Abrid Señor mis labios para que cante todos tus salmos. Yahvé apenado y dolorido miraba para otra parte ante las reverencias e inclinaciones de los adulteros. Eran los que apedrearon a la pecadora. A Él quieren despeñarlo desde el pináculo de su sinagoga y eso que eran paisanos y conocidos ¿qué harían con Él si fueren extraños?

 En tonos tan escogidos como el ferial y el mayestático cantaban los himnos procesionales. En el undamaris de aquellas letanías venía después el paso y era nuestro querido profesor de Lógica el querido don Chespi alias Chepillas  o don William pues era inglés y había nacido en el mismo pueblo que el Cisne de Avon, no había perdido su acento cockney hablaba lanzando muchos perdigones y escupitajos mientras explicaba a Aristóteles. A los de los bancos de delante los ponía hechos unos cristos con sus silogismos que llegaban de rebaba.

Eh todo ese banco de ahí atrás, a la calle. Cuando estamos en clase no se habla.

Eran cinco los filósofos y con las mismas cogieron el banco de madera a rastras fuera del aula y luego volvieron a entrar tan campantes. A don Chespi se le escapó una maldición en su idioma nativo:

You bloody bastards...[1]

Uno de los alumnos, Monteguí, que era judío o catalán, converso eso sí, no lo recuerdo a punto fijo y que hablaba perfectamente la lengua de don Chespi tratando de seguir el mamoneo se atrevió a decir:

Sir what do you mean[2].

Pues quiere decir lo que oís y en castellano con todas las letras: vuestras madres, unas santas pero vosotros unos perfectos mamones.

Y siguió explicando el tema de la semana con los ojos inyectados de ira soltando una mansalva de perdigones. Los de adelante tuvieron que aguantar una lluvia dorada en medio de los silogismos, los corolarios, las proposiciones y los nego minorem subsumptam. Los de detrás estaban que se descojonaban. Para acabar su clase el inglés tuvo que hacer de tripas corazón y administrar la proverbial flema británica en grandes cantidades, pensando para sus adentros quizás qué hago yo aquí, por que me vine a este pueblo, abandonando mi religión anglicana a mis padres y a Mary mi girlfriend, la cual hasta que se murió no cesó de llamarme papista y traidor en sus cartas. Desde luego soy un romántico y tuve la desgracia de enamorarme de España, puta España, castles in spain, castillos en el aire, un atajo de tarugos y de fanáticos católicos, sois peores que los irlandeses, pero me enamoré de esta jodida ciudad y me ordené de presbítero, hice oposiciones a cátedras y saqué un beneficio en el coro, voy a cantar a las tres de la tarde hora de Tercia con los del cabildo catedral, si me echo la siesta o llego tarde, el racionero Bernardino que tiene muy mala leche me pone falta y me quedo sin estipendio. William, esta noche no cenas en esta tierra de herejes. Con lo bien que hubieras estado tú en tu isla, hubieras podido ganar una cátedra en Cambridgre, tal vez la mitra de York o Canterbury… te dio por leer a Chesterton… te enfrascaste en los sermones del cardenal de Newman y volviste a la fe romana... has coqueteado con la gran puta… fuiste a Roma a ganar el jubileo y por la plaza de san Pedro viste merodear al diablo disfrazado de meretriz... te vendieron la burra mal capada. Te pagaron sus favores con indulgencia plenaria... eres un iluso y tozudo como buen inglés…”. Y vuelta la burra de sus remordimientos. Se decía:

“Pero  no sé qué coños hago yo aquí domando  potros entre estos cafres, explicando lecciones que no entiende ni su padre y además no sirven para nada pues va a venir el concilio y todos estos libros, todas estas tesis serán carne de la hoguera y se acabó lo que se daba… y pa cuando me muera no quiero que me sepulten aquí entre inquisidores I am free thinker… bloody hell[3]. Ay infelice que mala pata”.  Creía que sólo le escuchaba su alzacuello de canónigo pero Monteguí que poseía la alacridad y desfachatez de los de su raza pensaba que Chespillas estaba pensando cosas raras y le miraba con ojos burlones como diciendo:

-What are you thinking about, brother[4] ?

Los ojos del otro se entornaban al tiempo que le lanzaban excomuniones y anatemas:

-You fucking jew[5]

Luego. Cuando se le pasaba, don Chespi el Inglés era un bendito de dios. Daba la vida por los hermanos. Gran parte de sus annatas iban a parar a los más pobres del barrio de San Lorenzo o  de san Esteban. Le escupían, lo acanteaban y lo sacaban en procesión y él iba subido a la tarima como si nada, sin rechistar cual oveja camino del matadero,  el manteo arrebujado junto al vientre escaso, pues como buen inglés era frugal, comía poco y no se zampaba las comilonas de sus colegas de coro en el Bernardino o en la Tropical que buenos cochinillos se metían entre pecho y espalda aquellos tonsurados de capa y muceta y, sentado en su cátedra como si fuera un trono, dejaba que la comitiva integrada por siete seminaristas le portara a hombros  cantándole de rechiflas el iste confessor en fabardón el Iste Confessor. Un cruciferario abría carrera por todo el aula portando la cruz alzada.

 Tras el venía fumándose un puro  de los buenos don Fausto toda la sotana constelada de medallas por la pechera con las cruces que le impuso Franco por méritos de guerra pues el querido profesor de filósofos había chupado toda la guerra como pacer de la columna de Castejón y tenía, amen de un cuerpo taladrado de metralla  y un patriotismo a prueba de bomba, una brillante hoja de servicios, se le cansaron las manos de bendecir a los moribundos y se le hundieron los brazos de tanto sacramentar novios de la muerte en Badajoz, en Garabitas, la Universitaria, Cerro Muriano. En Belchite, en Brunete donde le arrearon cuando estaba celebrando misa sobre los relejes de una tanqueta, con sus pies fatigados por el polvo y por la pólvora de aquella fratricida conflagración en la cual él creyó defender la causa de España y de Dios. Había sido capellán de la Quinta Bandera, ungido a los valientes con el crisma y los oleos cristianos preparándolos para la muerte, a la que ellos en un arranque de heroísmo llamaban “fiel compañera”. Ahora enseñaba Metafísica en el seminario un poco a regañadientes y eso en sí en latín porque para él hasta el ama que le servía tenía que estar práctica en la lengua de Horacio...

 Se fumaba buenos vegueros e iba a confesar a los presos y a decirles misa a las monjas de San Plácido. Se le ladeaba un poco la cabeza y ya no miraba un paso al frente sino de través. No estaba tan seguro al paso que iba al mundo de sus convicciones antiguas. ¿Para qué le había servido ganar la guerra si los rojos con el apoyo de las logias y de los judíos volvían a mandar otra vez y estaban infiltrados hasta en el Vaticano? Se le parlaban los pulsos pensando y le rilaban un poco los dedos por las pejigueras del Parkinson pero como era creyente no se desesperaba, tal vez sería la voluntad divina. Hagamos de tripas corazón pues "no hay mal que por bien no venga", le había oído decir al Caudillo una vez que éste le invitó al Pardo a una cacería.

 Le llamaban el cura rico las malas lenguas y no era rico en dineros sino en ciencia y en libros porque tenía una gran biblioteca el antiguo soldado. Consideraba que la pluma y la espada han de ir juntas por eso tenía tantos amigos militares y a su casa venían a verle algunos poetas locales como Quintanilla, buen vate que publicaba sus versos en el Adelantado.

 Le ofrecieron una mitra pero él no quiso ser obispo. Había sido buen cazador y dicen que a cazar con él en los campos de Traspinedo vinieron a acompañarle los generales Yagüe, Varela, Buruaga y otros muchos.

 Su confesionario –era el penitenciario de la diócesis- estaba lleno a todas horas porque tenía fama de ser cura de manga ancha de haber batido el record de desechar a toda una bandera de la legión a en veinticinco minutos. Absolvía en menos que se persigna un cura loco. No hacían preguntas escabrosas a sus disciplinados ni daba charlas, no se arrimaba, ni acariciaba a los niños como el pobre Mañanas. A él no se le podía ir con mariconadas. A los hombres de voz bronca y velada por el tabaco les preguntaba por las semenceras, las maseras y las cosechas y si habían llegado ya las cigüeñas a los campanarios. El era el encargado de decir la misa de cazadores cuando aun no había despuntado el alba sobre la sombra alargada de la catedral que era como un gran ciprés de piedra labrada velando el sueño y la vida provinciana de los segovianos.

- Dicas dicas in sermone latino... Dicas enim.

-¿Qué hay que hacer don Fausto para hablar tan buen latín como usted?

-Pues fijarse mucho y hacerse con la gramática de Goñi y el diccionario de Miguel.

 Miguel Delibes figuraba entre sus amigos predilectos. Los viejos mutilados de guerra, los veteranos del Tercio venían a visitarle a su casa que estaba detrás de la cárcel y al verlos el canónigo se llevaba un alegrón.

-        ¿Cómo estas muchacho?

-        Algo viejo y achacoso, mi querido pater coronel–

-        ¿Y en qué compañía?

-        La plana mayor de la quinta bandera.

-        Ah sí, ahora que dices tu cara me suena.

Franco le había ascendido a coronel por méritos al valor. Tuvo la laureada a la punta de los dedos pero prefirió que se le dieran al corneta de su sección.

  Decía don Fausto que estaba hecho un cohete con mucha metralla en los entresijos pero siete tiros en el cuerpo y avanzando.

-        Así me gusta.

-        Oye te acuerdas cuando nos coparon los rojos en Teruel. Hacía un frío del carajo veinte bajo cero exactamente pero defendimos el seminario como jabatos. Ostias pero eres tú.

 Y el capellán castrense, al reconocer al antiguo camarada que salvó el pellejo y salió indemne del infierno de Teruel dejaba de ser el canónigo bien asotanado que hablaba bajo canturreaba ante los becerros catedralicios y con gran prestigio en el cabildo de la santa iglesia mayor para convertirse en un guripa de tantos hablando recio y expresarse en la jerga del lenguaje cuartelero poco cultivado y sin melindres. Joder, ostias de puta padre. Su cagamento favorito era cagarse en los huevos de Mahoma y por esa jodida tendencia tuvo sus más y menos con el capitán Ahmed que mandaba el tabor de refuerzo cuando los regulares les hicieron el relevo.

- No diga mal de Profeta. Eso está muy feo.

-Pero no ves que no miro para el cielo y si no se mira para arriba los cagamentos carecen de categoría blasfema. Se convierten en simples tacos.

-Ya pero esas palabras suenan a sacrilegio en las orejas de un musulmán.

- Si no blasfemo contra Alá pero es que esos putos rojos nos están trayendo por la calle de la amargura, nos han matado está tarde a tres muchachos. Además me sale el mozo de la ribera del Duero que llevo dentro. No sabes como nos cagamos en todo lo divino y lo humano por aquellos pater.

-Ya pero nuestros imanes no blasfeman como vosotros. En eso los moros os aventajamos a los cristianos.

-Pues llevas razón. También es verdad.

 El pater pidió perdón y el sacerdote católico y el fervoroso defensor de Mahoma donde las dan las toman se reconciliaron en un abrazo de paz. Alá que todo lo mira y todo lo protege desde arriba debió de mirar aquel gesto de reconciliación con beneplácito. Aquí no hay moros ni cristianos. Hay los que luchan contra Dios y los que le defendemos porque lo amamos.

El cura y el capitán de regulares sacaban su petaca y se intercambiaban tabaco, formulando sus buenos deseos para que aquel infierno de Teruel se acabase pronto.

-Tú volverás a tu jaima con tus mujeres y yo a mi catedral con mi ama que está sorda como un tapión y tiene mala leche pero que te va a hacer un cuscus de puta madre pues su padre sirvió en la intendencia de Larache que te vas a chupar los dedos, mustafá.

 Don Fausto no llevaba armas, sólo un cristo clavado a su correaje. Se movía como una ardilla entre las posiciones, saltaba las trincheras y cruzaba las alambradas y las calles de Teruel sin desenfilada jugándose el tipo allá donde perecieron tantos en la plaza del Torico.

-        Ese cura tiene un par de cojones. Son muy finos oye.

-        De Valladolid. De donde son los pijos pero anda, anda, que a valientes nadie les va a la mano.

 En alguna ocasión, menospreciando su pellejo, saltó a los blocaos enemigos para confesar a algún soldadito moribundo de los rojos. Que tambien son españoles, españoles equivocaos ostias pero tambien españoles y si podía lo llevaba a rastras echándose al herido al hombro como el buen pastor con la oveja descarriada a las espaldas y lo pasaportaba hasta las líneas nacionales. En los fregaos en los sectores rojos se escuchaban ayes  y maldiciones pero tambien un ay virgen santísima y había algún combatiente que, herido, pedía confesión. Un cura. Un cura.

-Alto el fuego que venga don Fausto.

-Ahora mismo-

-Poned el bozal a los cañones, parad las ametralladoras, cesad el combate. Os enviamos al cura y vosotros nos mandáis una de esas milicianas tan cojonudas que hoy están de imaginaria. ¿Vale el canje?

-Vale. Pero como nos hagáis una encerrona os vais a enterar...facistas.

El comisario daba la orden;

- Parad el fuego muchachos.

 Y aquellas treguas de Dios se intercambiaban comida, mujeres y tabaco y noticias de sus respectivos pues para bochorno de la historia sucedía que a un lado y a otro estaban un hermano en un bando y un hermano en otro, un padre y un hijo, dos de un mismo pueblo el uno luchando por la republica y el otro por Franco.

Don Fausto, cansado, pues había visto mucho, y no se asustaba de nada y menos de los pecados que algunos creían muy gordos y a él le parecían menudencias disparos de un 635, la pistola que tira tiros de señoritas, él que estaba avezada a escuchar la música tremebunda de los organillos de Stalin o los cañonazos del “Abuelo” una batería de costa que tenían los rojos defendiendo las posiciones de la universitaria los milicianos y que lanzaba peladillas que dejaba unos embudos de veinte metros. Pum. Pum. El silbido de las balas y el rasgar del aire de los pacos no eran lo que se dice música celestial. Los pecados de sus penitentes sí. Las mismas monsergas, la misma canción guerrera. “¿Y que me dicen estos? Que se la machacan cuando se les pone gorda, que se quieren tirar a la maricarmen la mujer del vecino, o si les aprieta el deseo montan a su pollina en la cuadra, la que se tira pedos. Los cagamentos que cuando se dicen no se mira al cielo no ofenden a Dios. Y dicen que van al baile a restregarse y arrimar el material, que juran y blasfeman que no van a misa los domingos, que en unas vísperas estando borrachos pincharon a un bravonel que les quería quitar la novia o se jactaba pregonando que las mozas de su pueblo Escarabajosa de Abajo eran mejores que las de Escarabajosa de Arriba. Celos y procelas. Tormentas en una taza de té… Y que le birlaron a un tendero toda la caja, que por una parcela y un mojón le metieron en el culo toda una perdigonada cuestión de lindes y demás perendengues. Y así sucesivamente. ¿Bueno y qué? Siempre fue así, nunca cambiamos.

-Reza tres avemarías al acostarte, hijo, propón tu enmienda y ahora di el señor mío Jesucristo.

Acércate diacono.

¿Qué? Adsum. Presente.

Que no te vayas de putas que a ti, baranda, te gustan las faldas más que la leche que te dio tu madre. Hombre hay que sujetarse. Y ya sabes: haz lo que yo para vencer la tentación. Si la dejas quince días, ella te dejara un mes, y, si la dejas un mes, ella te dejará un año y, si la dejas un año, ella a lo mejor ella te deja toda la vida. Ya sabes que las mujeres son el aguijón del diablo, el ventalle de Aquilón que cuando nos sopla nos derriba.

 No había sacerdote más casto ni tampoco más cachondo en toda la diócesis ni hombre más sano en muchas leguas a la redonda.

 Para evitar habladurías le sirvieron toda su vida amas de llaves viejas y tuertas muy poco agraciadas por lo general. Tampoco soportaba a los que se entregaban al amor de los efebos. Al capellán castrense no se le podía ir con mariconadas porque te echaba a puntapiés de su presencia. Luego se arrepentía y subía a tu cuarto y te pedía perdón.

Me he pasado tres pueblos, estuve un poco fuerte contigo; perdóname chaval.

 Y, al marchar, dejaba un cigarro puro sobre el pupitre que uno se fumaba a escondidas en la camarilla,  el filosofo al que le había dado su padre y permiso para fumar pues don Fausto exquisito en sus gustos y limpio de alma bebía vino sólo de la ribera y fumaba lo mejor de Vuelta Abajo[6].

En la tarde de confesiones, se retrepaba en la balda y pensaba en los haces de sus campos de Transpinedo, en sus viñas y en sus parvas en sus conejos y en sus liebres en sus trojes y en sus viñedos de albillo que daban muchas cantaras de vino del bueno, vino de la ribera. No escuchaba mucho al penitente. con una oreja hacía que oía y con la otra pensaba en sus galgos. Cuando confesaba pensaba irremisiblemente que mañana tenía que ir de caza. Porque todo era lo mismo. Los escrupulosos no podían confesarse con don Fausto porque les cortaba en seco, trataba a batacazos a las mujeres. Aquí no estoy yo para escuchar rollos ni para guardar, perros señora. Si te pega su marido, no seas tan puta y si se emborracha todas las noches, llévale por buen camino, hazle que vaya a misa y al rosario, que confiese y comulgue por pascua florida y si no, pues aguantoformo. El cielo es camino de abrojos. Aquí estamos siempre de duelo.

No en vano y acaso justamente ya en aquellos tiempos se había ganado el lauro de machista, cuando aun en el mundo el feminismo no había asomado la oreja ni había hecho acto de aparición lo que llaman violencia de género. Hoy no se opera con cloroformo ni es muy popular el aguantoformo. No nos aguantamos a nosotros mismos y claro así está el patio.

Acércate diacono.

Plakón[7]

 El había venido el dulce Jesús a liberarnos de todas las ataduras. Lo que atéis en la tierra será atado en el cielo y al que tú bendigas será inscrito en la nómina de los santos y al que maldigas réprobo será por todos los siglos. Le habló en ruso:

      Diakon, prestupiti. Acércate diacono

       Ya sdiej,gospodi. Estoy aquí, señor. Adsum

      ¿Cómo es que te lavas?

       No estoy limpio, patriarca.

El agua seguía manando, chorro de linfa, produciendo un sonido acariciador de brisas mañaneras y murmurios de rosario. Allá adentro en el templo mariano sonaban las melodías de la Salve. Cantaban cuatro viejas carabinas que habían madrugado para el rosario de la aurora que se celebraba todos los miércoles. Misterios gloriosos. Se escuchaban las codas rezagadas pero tiernas del Amante Jesús mío y Sálvame Virgen María.

 La madre de la belleza los presidía desde su camarín estatua siempre en pie como un perenne Akathistos[8]. Recibiendo las suplicas y quejas. De nuevo el turco estaba a las puertas de Constantinopla. Todo el Oeste era una ciudad alegre y confiada y estaba a las puertas de Moscú. El patriarca cabe el brocal de la fuente de allá venía para salvar a la iglesia. Habrá un tercer milenio. Los días de Roma la gran putana la gran embaucadora están contados pero la iglesia se salvará volviendo a sus esencias, a sus raíces apostólicas. Entretanto. Los malos cristianos seguían comiendo bebiendo fornicando servidores del vientre y sus halagos y, adoradores del rey de abajo que el de arriba nada sabemos, se entregaban a la buena vida y hacerse putadas unos a otros. Comamos y bebamos que mañana viviremos. Estaban todos muy preocupados todos de sus respectivos esqueletos olvidando que la carne es para la tierra y que la vida verdadera yace en los confines del espíritu.

La tranquilidad del aire mecía los pámpanos pues ya era a finales de verano... Arriba sobre las rocas grajeras las chovas iniciaban sus laúdes saludando a la alborada. Desde alto de aquellas peñas encaramadas, los impíos que en esta vida nunca faltan habían defenestrado a la Despernada pero la dulce Raquel a la que el sanedrín de Segovia acusaba de adulterio pidió a la Señora que la salvara. Una judía siempre tiene que echar una mano a otra judía y no era solo judía era tambien mujer formada del barro de Adán. Sopló Dios sobre el lemo y surgieron los senos amamantadores, el cabello hermoso y tentador, las piernas deslumbrantes, el bello púbico centinela del vientre y cancela de la pasión. En su boca puso sonrisas arrobadoras y una lengua falaz, melodiosa voz de Circe y las sirenas desde aquel día se peinaban entre las rocas llamando a los incautos marineros a la sima y puso también en su lengua devoradora de hombre el aguijón del escorpión y la sinuosidad de la serpiente. Eva se parecía unas veces a la animadora rubia de bote que en el salón de baile los domingos cantaba desde el estrado canciones americanas imitando a Marylyn Monroe y otras veces era la viva imagen de una vestal caladas sus túnicas transparentes técnica de paños mojados que ponía a los soldados de un regimiento de caballería alcalino como una moto

Échelos bromuro en el agua mi capitán a ver si bajamos la fiebre. Si no, no va a haber quien lo resista. Joder.

Eso digo yo. Joder.

Todo en ella era transparente y a la vez oculto como todo aquel que fue creado para el engaño y la seducción. Circe quería ponerle los cuernos a Queronte que remaba en su barca sin enterarse y cuanto más largo era el remo más barría para casa, los navegantes se anegaban en la laguna Estigia y la moneda que llevaban entre los dientes para pagar al barquero no les servía de nada. Unos se ahogaban profiriendo vivas a la republica y otros cantando el carasol y diciendo vivas a España...

Los mortales se sumergían en la laguna Estigia y al nacer eran condenados al Tártaro. Esa es la fija. Miguel mientras tanto pesaba las almas. Le seducía aquella visión. Era completamente nueva y maravillosa. Venus, según la versión pagana no brotó del barro como una campanilla de los caminos que florece en las riberas tras la lluvia, había nacido de las aguas y el Señor le dijo pare y la mujer parió hijos, muchos hijos y preparaba la comida y  hacía la colada pero la mujer probó del fruto del árbol prohibido y vinieron las voces, los gritos, los desengaños, los miedos, los recelos, las enfermedades que anunciaban la muerte y el hombre y la mujer perdieron el estado de gracia. Palo y mala vida. Parirás entre dolores... Pues vaya. Nos echaron a todos del paraíso y desde entonces a silbar a la vía y nos pusimos a cantar a coro las benditas estrofas de la Salve que nos describe como desterrados hijos de Eva que gemimos y lloramos en este valle de lágrima pero los impíos, los que ordenaron despeñar a la pobre Raquel, querían enmendarle la plana a Yahvé. Nada de enfermedades, nada de trabajos y trajeron móviles, ordenatas y utensilios que servían para incrementar su comunicabilidad pero los hombres y las mujeres sobre los que pesaba la maldición del pecado original estaban más solos, más incomunicados cada vez, desconfiaban unos de otros, la tecnología aportó mucho ocio, mucho parado y orates en las plazas públicas bustos parlantes o se iban al gimnasio a contaminarse de microbios mientras hacían músculo. Las cadenas quedaron inundadas de bellas locutoras  que contaban historias horribles con sus caras perfectas. Eran tan guapas como diabólicas. Anunciaban al Anticristo. Los sanedrines controlaban los discos duros de los bancos, de las magistraturas, de los silos nucleares y el mundo se llenó de sonidos de cajas registradoras, del llanto de las viudas de los guardias civiles asesinados, y de los estertóreas blasfemias de Luzbel proclamando su rebelión contra el Altísimo. Se enfrió la caridad, cundió el miedo entre los justos desparramados por el mundo o escondidos en sus agujeros. El que más chifla capador y allí sólo tenían derecho a voz y a voto la magna caterva de los hijos de puta que estafaban, engañaban, otra vez aquí la raza de víboras y de los sepulcros blanqueados copando los pulpitos, subiéndose a los estrados, escribiendo paginas y paginas que solo eran refritos de NYT e impartiendo por los micrófonos las consignas al oído. Todos eran la voz de su amo. Estaban vendiendo a España por treinta monedas. Sintió pena y rabia a la vez.

      Acércate diacono

       Adsum

      Hoy hacen falta diáconos como tú.

      ¿Quiere  Su Beatitud que entonemos el Evangelio en fa bardón?

      Eso es para eso te llamo.

      Os asiste el numen del Espíritu. Os defiende la espada de san Miguel.

Y así la formula –diakon prestupiti- se repitió hasta tres veces según la norma de la vieja liturgia greco-bizantina y el diacono pudo entrar por la cancela de la puerta de los dones portando el pan y el vino que lavaron la culpa. Se le encogieron un poco los ánimos pues magna era la misión que le encomendaba el obispo. Nada menos que proclamar la verdad a unas gentes que se alimentan de mentiras, lleno de peligros y de testigos falsos. Pero bebió del agua de vida, le vino bien aquel lavacro después de una noche insomne rodeado de magdalenas y de moritas que suspiraban por el regreso a su tierra de la cual les desarmaron los desalmados que habían resucitado las viejas costumbres medievales de ominoso tributo de las cien doncellas o de la usura. Los del City Bank cobraban una tasa de atraso de hasta el 30 por ciento.

      Sí, yo soy Lorenzo. Aquí está tu diacono

      ¿Podrás beber del cáliz que yo he de beber?

Sintió que aquella voz poderosa le convocaba a altos destinos y se sentía casi sin fuerzas. Pero dicen que la fortuna ayuda a los audaces. Y como el apóstol Pedro, que fue a Roma al encuentro de su martirio él subía a Segovia para ser crucificado.

 Vio gatear hasta los escarpes del alcázar la sombra de Judas. Bien sabía él que era demonólogo que al diablo le privan los pináculos, anda siempre por las chimeneas y por aquellos lugares donde observe sin ser visto. Ojo que las paredes oyen.

      Pedro llévame contigo yo tambien quiero ser crucificado y que me pongan boca abajo pues no soy digno por mis pecados y negaciones de recibir la corona de pie sino al revés.

Tomó el nazareno y ya atravesaba los puentes de desafiantes tajamares del Rasemir y del Eresma mientras los impíos celebraban parlamento en lo alto de una peña sobre el caso de la adultera. Unos decían que arrojarla desde la cumbre del desfiladero y otros que arrastrarla de la cola de una yegua pero el más viejo de aquel concilio de Anás y Caifás aseveró suspender la ejecución hasta el día siguiente.

      Hoy es sábado, hermanos, y no es bueno que en sábado se vierta sangre. Lo dice la Ley.

En estas estaban cuando el marido que se encontraba en el tribunal pues fue juez y parte que por lo visto se lo había montado con un capellán optó por la salida más expedita. Fue aquel Jacobo el que empujó a la pobre muchacha al vacío. Raquel amante de su capellán se había hecho cristiana y rezó a la Virgen mientras su marido la insultaba como un poseso…. Puta…. Puta fornicadora... recibe el castigo. Entonces bajaron los Ángeles y tendieron sus alas de pluma como colchón de salvación y la Despernada salió indemne, superó la ordalía. Resulta que era inocente. Desde aquel día aquel paraje se llama el de Esther o María del Salto que es así como lo conocemos los segovianos muy devotos siempre de la Madre de Dios. Ella vele los pasos del pueblo judío y procure su salvación. Mientras tanto los ángeles del cielo entre las melodías de las chovas y el reír de los jilgueros acometían el canto del Querubín que es bálsamo de añoranza del cielo a los que lo escuchan:

      Diacono, acércate.

      Da. Sí, señor, aquí me tienes.

Y en esto diciendo ya estaba ante la plaza del seminario, temblándole el alma de añoranza y de piedad.

(Continuará)

 



[1] Asquerosos hijos de puta.
[2] Eh señor profesor ¿qué nos quiere decir?
[3] Soy una mente libre... puto infierno
[4] Hermano ¿qué cosas piensas qué es lo que tramas?
[5] Tú puto judío follador.
[6] Vuelta Abajo región de Cuba famoso por la hoja de sus tabacos
[7] Plakón una inclinación que se hace hasta la cintura según el rito ortodoxo
[8] Akarhistos oficio de la Virgen que se canta de pie