RAFAEL GARCÍA SERRANO, MI PISO DE LONDRES, DON MANUEL FRAGA
Y OTRAS GARAMBAINAS (de mi libro VIVIDURAS
Y VIVENCIAS DE UN CORRESPONSAL DE FRANCO ENTRE ANGLOSAJONES)
Rafael García Serrano tenía una vocecilla de guripa de la
remonta, aunque él era de infantería, el guizque de sus bigotes algo caído, a
lo legionario, espeso mostacho y patillas en boca de hacha casi de
banderillero, como era la moda libertaria de los 60, la frente amplia, con algo
de barriguita (la bota siempre a mano y la jota, el vino de la ribera que
alegra las pajarillas e infunde el valor a los que asaltan el parapeto, tres
tiros en el cuerpo y avanzando) y él tenía ese arranque y desparpajo de los
soldados de los viejos tercios que se enfrentan a una muerte segura en las
trincheras y para conjurar el miedo beben el néctar sagrado, el vino de Olite.
Para el guerrero la muerte es como una Eucaristía, un sacramento
Marte se vuelve
compañero casual de Dionisos. Este miedo se hace presente en todos sus libros (La fiel Infantería, uno de los libros
que más dinero le dieron a ganar a Lara, Eugenio
o la Proclamación de la Primavera, Plaza del Castillo, Los domingos por la
tarde –prestábale el fútbol, era del Osasuna y del Real Madrid-, Bailando hasta la Cruz del sur) Me
parece que lo hirieron no sé si en Brunete o en Somosierra y se chupó media
guerra civil de gira por los hospitales de campaña. Sus detractores, que los
tuvo entre la gente del Arriba como
le ocurriría al pobre Rodrigo Royo y a Tomás Salvador, le achacaban ese miedo
al miura de España y que contaba batallitas… ay si la envidia fuera tiña porque
le tocó vivir una época bronca cuando las fuerzas oscuras intentaban desmontar
el pensamiento eterno a cambio de un acercamiento a las potencias vencedoras
del Eje. Visita triunfal de Eisenhower de 1958, desmanes universitarios… cae
asesinado Matías Montero… vienen los del Opus… salen los de Arrese y entran los
de Solís. Que en esas estamos… ¿Todavía? Creo que mucho peor
El Franco de los años
50 tiene poco que ver con el de los tiempos de guerra y los de los 60 cuando
España se dispara económicamente bajo la caña de los tecnócratas. El de los
primeros 70 se produce una vuelta a los orígenes del régimen basados en los
principios de unidad de España y de justicia social, toda esa grandeza que hoy
se encuentra tan entredicho porque las poderíos escondidos parecen haber ganado
la partida mediante el escarnio y la contumelia en boca de los vencidos, embelecos de la
propaganda antiespañola que los de mi generación tuvieron que sufrir.
Mirábamos para Europa
como lelos pensando lo de aquello “allí tiene mucho mejor que aquí”. Todo es
cochura menos la hermosura, ay. El general en su despedida desde el balcón de
la plaza de Oriente se refirió, al contubernio, a la masonería, a las que acusa
implícitamente del asesinato poco meses antes de su edecán, el almirante
Carrero. Sonó la hora del rompan filas y los cambios de chaqueta, se
dispersaron las escuadras y, cada uno a su avío, al antiguo jefe de una
escuadra falangista de Sevilla le gritaban las mujeres en los mitines cuneros: Felipe, queremos un hijo tuyo…¡Jolines!
Nosotros ganamos la paz, ellos perdieron la guerra y yo, que
era joven, un poco confuso ante el mundo
que me rodeaba, con un doctorado en el bolsillo en Románicas, muy anglófilo a
la sazón (pronto me convencí que allí no ataban los galgos con longaniza y a tu
casa grulla aunque sea a la pata coja) y refractario a las oposiciones pues
quería vivir mi propia rebeldía, me fui a
Londres, para casarme con una inglesa ¿Serán mis pecados alguna vez perdonados?
Creíamos, ilusos, en el amor pero éste se fue y no vino. Padecí lo mío a aquel
respecto pero del amor uno nunca podrá arrepentirse.
De carambola, extraña casualidad o designio
divino (siempre he creído en los milagros y la fe cristiana me sustenta y me
hace pensar que mi patria superará las dificultades pues España es un país
mágico que no se parece a nadie, desgobernado por esas cien familias que se
instalaron aquí y se enriquecieron con la desamortización de Mendizábal y por
una iglesia poderosa pero que hoy ha renunciado a su esencia y para adaptarse
al medio cambia de piel como las serpientes) acabé alcanzando el sueño de cualquier
periodista: una corresponsalía en Londres. ¡Bendito sea Dios! Entré en el círculo
de los elegidos,
Tuve el orgullo de
signar mis crónicas al lado de grandes plumas como Félix Ortega, Enrique Laborde
tremendo escritor pero de fama gris, que escribió “Viaje al Calor” una gira por
la Mancha que debiera ser un clásico entre nuestra literatura de viajes,
Alejandro Pistolesi, Cesar Santos, Aboín etc. Era una hora magna ciertamente y
por haber formado parte de esta escuadra de hombres brillantes le estoy muy
agradecido al Altísimo.
Nunca contó este país una frezada de periodistas y
corresponsales diplomáticos tan independientes, originales y tan buenos como
aquellos. España poseía una política internacional independiente con
cancilleres tan eminentes como Castiella, Cortina Mauri, López Bravo al que
asesinó ETA y otros. Éramos libres.
Jamás me censuraron un artículo o me “caparon” una crónica. ¡Qué paradoja! Hasta
que llegó don Manuel que entró en escena como un elefante en una cacharrería.
El New York Times decía que tenía maneras de sargento mayor a cargo de un platoon de caballería. ¡Pobre don Manuel
no sabía en la grillera que se metía!
Extrañamente el Palacio de Santa Cruz pinta poco en el
mundo. Carecemos de política exterior con todos mis respetos para el ministro
del Ramo, señor Margallo. Somos los corifeos de una extraña orquesta donde otras
batutas imponen su partitura. Pero nosotros dimos el do de pecho. Éramos como
moscas cojoneras en Downing Street.
Yo tenía la casa vigilada y el teléfono pinchado por un
agente del M05 británico y el Departamento de Estado me dio un plazo de 48
horas para abandonar Nueva York. El KGB quiso coquetear conmigo. Debían hacerle
gracias mis críticas al liberalismo y a la democracia
de corte occidentral (frase hecha por aquel entonces y que tenía que
repetir como una consigna en mis despachos) al parlamentarismo vacío y tuvo la
gentileza un tal Ivanov de invitarme a cenar en restaurantes de Holborn y me
traía vino georgiano cada vez que viajaba a la URSS, pero como espía debía de
ser un sopazas, porque yo le toreaba de salón y en sus interrogatorios me salía
por la tangente. Aquello en sumo me divertía. Los ingleses y los
norteamericanos eran mucho más peligrosos y contundentes. Jamás me llevaron a
comer.
Mi enfrentamiento con
don Manuel Fraga a la sazón embajador en la Corte de San Jaime debió poner en
berlina en los circuitos de inteligencia. Fraga quiso echarme de Londres pero
García Serrano y el pobre Antonio Izquierdo le hicieron cara y luego el bueno
de don Manuel acabaría pidiéndome perdón. Se había puesto hecho un basilisco
por lo que yo decía que alguien le estaba segando la hierba bajo los pies en
Madrid, un hecho cierto que luego se cumplió: nunca sería el jefe de gobierno.
Cuando la zorra predica no están seguros los pollos. No hay que fiarse de las
apariencias y menos en política.
Cometió el error de
tirar por la borda la política de Castiella sobre Gibraltar y el gallego ex ministro
de Información y Turismo. Era hombre inteligente, muy trabajador, un empollón,
y de corazón bondadoso pero le pasaba un poco lo que a Joaquín Costa. Había
leído demasiados libros, creía que la Democracia eran los Reyes Magos.
Aun resuenan en mi
memoria sus palabras y la vehemencia con que las pronunció… usted a la calle. Estábamos
tomando un cocido para chuparnos los dedos, regado de un cariñena que contentaba
el corazón. Tomé el olivo más corrido que un micho en misa entre la hilaridad y
el alucinamiento de mis colegas. Al salir, un ujier galoneado y con peluca me
abrió la puerta entre grandes reverencias… tú a la puta calle. Era una mañana
gris. La niebla londinense se aplomaba sobre Belgravia Square. ¿Y ahora qué hago? Sea lo que Dios quiera.
Encontré un pub abierto en Kings road y al zambullo de este cura fueron a parar
seis o siete pintas de la mejor ale que tenía el tabernero. Cuando no hay
remedio, litro y medio. Me fui a dormirla hasta que casi a media noche picaron
a la puerta. Era Mañé el de la BBC de quien abajo hablaré.
Ninguno sacó la cara por mí: Raúl del Pozo Federico Abascal,
Pepe Meléndez de Efe, Juan Cruz del País, Federico Abascal de la Vanguardia a
punto de ser sustituido por Félix Foix. Sin embargo, mis directores de la
agencia Pyresa y el del Arriba pusieron oídos de mercader a la demanda de mi
regreso a Madrid. Entonces yo pasaba un poco de todo y lo sentí más que por el
baldón de que te expulsen de una embajada por aquel cocidito y aquel Cariñena
que se3 estaban metiendo entre pecho y espalda mis colegas. Nunca me sentí más
agradecido pues la cosa iba en serio sobre todo cuando un catalán de la BBC,
Mañé, se entrevistó conmigo correctísimo y también me ofreció su ayuda
asegurándome que el cabreo de Manuel Fraga era olímpico. Hasta su jefe de
seguridad un policía nacional amigo mío me informó… ¿qué le dijiste? Está hecho
una furia. Luego todo pasó pues el eminente político era un hombre impulsivo
pero nada rencoroso lo que era un aval de su buena crianza. En otra época, en
el pasado siglo, hubiese sido un jefe de Gobierno pero había pasado la era de
Cánovas y de Sagasta y hoy aguantan más los políticos menos formidables, más
manejables y anodinos pues se premia más la medianía que la valía.
La brillantez es
incómoda y ofusca a muchos en estos años que corren pastueños y acomodaticios.
Los sanedrines que manipulan el gran guiñol norteamericano de las mismas
piedras te fabrican un presidente USA todos cortados por el mismo patrón
asertivo, inocuo, al servicio de los intereses del dinero y de la media. Por
eso les denominan King makers. Hacen
reyes, los coronan y los destronan como le ocurrió a John Kennedy. En esa onda
estamos ahora en España pero en los años 70 del pasado siglo las cosas no eran
así.
Fraga fue un poco el
último mohicano del parlamentarismo decimonónico (ese que tanto encandilaba a
los grandes juristas de la Complutense como Sánchez Agesta por tales calendas)
hombre brillante, denso de ideas, escritor, filosofo articulista. Pero los
leones que montan guardia cerca del estilóbato del Palacio de las Cortes daban
síntomas de cansancio y empezaban a bostezar aburridos.
Incomprensiblemente luego giró al galleguismo y como padre
de las autonomías ahora estamos pagando todos aquellos gatuperios del café para
todos. El ministro de Franco ha sido en parte culpable del guirigay
independentista, la confusión lingüística y el café para todos. Quería de esa
forma vengarse de Adolfo Suárez que le quitó el puesto, tratando de ser más
papista que el papa en libertades. La historia lo juzgue aunque yo creo que no
le perdonará sin que sea óbice aducir que era un español generoso, corono, adornado
de las virtudes características de un señor de bien que se pavoneaba de llevar
el Estado en la cabeza. Los sesos se le volvieron agua. Gozaba de una gran
inteligencia, una eximia preparación, pero le faltaba algo imprescindible en un
hombre de estado: intuición, previsión de futuro. Desmoronó a la Falange de la
que se declaró enemigo, no vio el contubernio, y ahora tenemos esa derecha de
plexiglás cuajada de mediocres. Asno sea el que a su asno batea, dice el refrán
y este asno era gallego. Rebuzna, tira de la vara un poco, se vuelve al corral
y luego todos se dirigen al pesebre.
La política es un duerno del que zampan los incompetentes,
los caraduras y los felones, todos con buena planta eso sí. Ninguno de ellos
salvará a España de la que se nos viene encima. Fraga por el contrario no tenía
buen talle y en su honradez de funcionario y abogado del Estado, oposiciones
que aprobó con el número uno, integérrimo. Poco le han imitado sus émulos en
eso en su brillantez. Tenía el estado en la cabeza. Se sabía con pelos y
señales la época más difícil de nuestra historia que es el siglo XIX y había
leído más que Joaquín Costa en cuya obra se inspira. Pero aquí tenemos a don
Mariano Rajoy que se ufana de leer sólo el Marca, a Feijoo que no agarra un
libro desde que salió de los maristas. Esperanza Aguirre no es más que palmito,
imagen, trajes bien cortados, las ideas poco claras y en la cabeza serrín.
Cospedal ídem de lienzo. Cortita de alcances. Aquí todo es imagen, adobo,
maquillaje, peluquería. Envoltorios acaramelados de testas llenas de serrín. Y
de la izquierda nada se diga. Es más vocinglera y no puede ocultar el origen
franquista de los que se dicen del PSOE (hijos e hijas de militares,
magistrados, periodistas y funcionarios del antiguo realce). Reacción e
innovación aparte, aquí mandan, escriben, empluman, confiesan y confirman,
siempre los mismos.
A Rafael lo mandaron
de corresponsal a Roma a sustituir a Ismael que escribió un pundonoroso libro
sobre la caída del Fascio, Italia fuera
de combate. A veces tuvo problemas con la curia porque aquel navarrito
católico a machamartillo debía pertenecer a la estirpe de los que se volvían
temerarios recién confesados y comulgados. Fe del carbonero buena es. Nada de
pamplinas. No exactamente un meapilas sino viril. Rafael tuvo no sé cuantos
hijos y a todos los sacó adelante con sus colaboraciones y artículos. La última
vez que nos vimos fue en su casa de la zona de Ventas. Le habían concedido el
premio Espejo de España y el maestro me recibió en su casa en zapatillas,
despechugado, entrañable, con dos grandes retratos de José Antonio, La mesa
desordena rebosante de papeles y a un extremo, una Olivetti. Estaba algo
pachucho, se le había hinchado el vientre y hablaba poco. Pasaba por dificultades
económicas. Un ministro de alianza Popular, Marcelino Oreja, le había expulsado
de la prensa del Movimiento creo que sin indemnización y no pudo pasar a la
Administración del Estado según el ukase de Adolfo Suarez que nos repartió a
los periodistas por los gabinetes de prensa por los diferentes ministerios como
si fuéramos agua va.
Estaba un poco
pachucho y se sentía cansado pero esta época, cuando el pequeño Marcelino con
esa arbitrariedad que caracteriza a los ineptos, dio el finiquito a esta
eminencia de nuestras letras, fue una de las más fecundas de su carrera
periodística, porque a ella pertenecen sus artículos antológicos en la tercera
del ALCAZAR. Me pareció aquella
defenestración un sacrilegio y lo mismo
me parece ahora la de su hijo de los vaivodas de esa Santa Casa que parece la
de los líos y a la que llaman Intereconomía. Rafael le devolvió el golpe
mofándose en sus gacetillas del “pequeño Marcelino” aquel rompetechos vasco
injerto en UCD.
Pocos se acordarán de
aquel ministro de Exteriores que llegó... a dar con la cabeza en un pesebre
pero el autor de La Fiel Infantería será un columnista de referencia para las
futuras generaciones.
La derecha fraguista
nos trataba a patadas y la izquierda puño en alto amenazaba con cortarnos la
cabeza. Recuerdo algunos tiempos con pavor cuando iba a la oficina temeroso de
tener algún encontronazo con aquellas jefas de negociado que taconeban su
feminismo por los pasillos con mucho mando, sed de vindicta reivindicativa- se
decía que había que matar al padre, capar al macho, hijos sí maridos no, émulas
de Pasionaria- la mollera a pájaros y sin una idea clara de como se gobierna a
un país, el cargo lo ejercían pro domo
sua y eran arbitrarias, fementidas y estaban muy contentas del momio de un
Estado que les había legado el Caudillo en el que entronaron como un elefante
en una cacharrería poniéndolo todo patas arriba. Se les subió el cargo a la
cabeza a estas hijas del arroyo que antes habían sido Hijas de María.
Iba a la oficina, ya
digo, con mucho canguis, no las temía a ella sino a mí mismo, que soy un demonio
cuando se me inflan, sin tener ninguna responsabilidad ninguna jurisdicción,
ninguna competencia porque estas se las habían dado a las autonomías Algunos se
unieron al carro de los vencedores y ficharon por el País (Rosa Montero, Soledad
Gallego Díaz y otros prójimos y prójimas de cuyo apellido no me acuerdo),
tuvimos que aguantar la segregación de los funcionarios de carrera. Éramos
intrusos. Habíamos entrado por la puerta falsa.
Muchos de los adscritos, sin embargo, coexistíamos con los más analfabetos
del país porque Felipe puso en nómina a
albañiles y mozos de cuerda, sin estudios ningunos, conocí a un menda que sabía
leer malamente, gente con varias carreras, que hablaba lenguas y había servido
a España dando de nosotros lo que mejor teníamos de nosotros mismos.
No era una bicoca.
Era un fin de fiesta. Habíamos entrado en el laberinto. Yo me sentí galeote
bogando entre la chusma sin rumbo con la amenaza siempre del rebenque del
esparavel sobre mis lomos. Una jefa me hacía la vida imposible. Era la hija
socialista de un gobernador civil, fea, floja y fría y que se ufanaba de su tribadismo
(que viene del griego “tribo” que significa frotar, vulgarmente tortillera). Le
llamaba su novia lesbiana todas las
mañanas a una hora fija. Cuando cogía yo el teléfono, sonaban toda clase de
insultos y groserías al otro lado del hilo.
¿Qué, se ha aparecido
la Virgen María, cacho cabrón?
Estuve a punto de tenérmelas tiesas con la bollera, pero me
abstuve de sacudirle el polvo a semejante virgo. Sin embargo, como la paciencia
tiene un límite cuando el de la injuria
fue un tío fui a por él y lo lancé contra una mampara de la covachuela, los
manguitos, el plumier y la corbata saltaron por los aires y como Carrero voló
el tío. Dios la que se preparó. Allí se presentaron todos los secretas del
Cesid en aquella sala de la Calle de la Magdalena.
Me suspendieron de empleo, me mandaron al psiquiatra a que
hiciese el psicoanálisis. Era ministra de la Cosa doña Esperanza Aguirre que
más de la Cultura se preocupaba de sus peinados, sus trajes de corte y sus
modelitos. Menudo ganado de machorras que enchufó al momio y a la teta de la
vaca administrativa la Hija del Ganadero. La persecución fue sórdida y
acérrima. En aquel gulag se premiaba solo a los incompetentes y pelotas. Fue
una persecución mísera, a cencerros tapados. Por eso no puedo por menos de
solidarizarme con mi antiguo jefe cuyo Plaza del Castrillo y decirle a Eduardo
que se anime he vuelto a releer recordando los felices/infelices años
londinenses
Aquella voz atiplada
no cuadraba con la reciedumbre y virilidad de su prosa castellana, rezumando
hidalguía joseantoniana y amor a España. Con su escribir refulgía y fulminaba.
La cadencia de sus frases tenía algo de la majestad y sonoridad de las campanas
del carillón de la Plaza del Castillo. Fue todo un caballero. Excelente
novelista. Mucho hubiéramos ganado si él hubiera tenido con la novela
dedicación exclusiva pero tenía que alimentar a su numerosa familia.
Fue la última vez que lo vi en la tierra. Espero verle en el
cielo. Conservo una trarjeta que me envió a Roland Gardens con su autógrafo “Cuando
volvamos a ganar serás corresponsal en Londres, en America, en Berlin, donde
quieras”. Aquella noche allí esperé as Mañé cuando sonaron las campanadas de
medianoche. Yo estaba leyendo lo recuerdo bien “Plaza del Castillo” cuando
esperaba al motorista que me trajera el fulminante cese aquella noche toledana
de 1974
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