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miércoles, 17 de noviembre de 2021

 DIARIO 2002

 

28 de enero de 2002

I had the flu and got to drink a bottle of Ponche.

By the skin of a teeth I escaped. There was that guy threateing eyes so you came here and you are a stranger. Behave yourself dont touch the buttocks of the ladies.

The ladies nowdays go to the pub with mandragora complex. Queens of the behive drones their victims men have become idlers and loafers in the sinister sight of the dragooned. The drip stone of the porch bay windows music of the soul I confess that in the beginning was my end.

The question is which side are you in? The question is not the Press but success. Look you for stories that are more constructive in character. Why dont you write more about what it is right in America?

The handling of news publish and be damned the untouchable essence of American democracy conservative for them deleterious and destructive to other that is the secret formula.

30 de noviembre de 2002

Hoy san Andrés y recurro como Amiel, agostado el filón de la inspiración, al mundo lineal y cuadriculado de esos diarios que uno se propone acometer sin que se materialicen los buenos propósitos.

Un año y diez días han transcurrido desde que abrí este archivo. En verdad, no creo que lo conseguiría pero he dejado de fumar y de beber, a resultas de una crisis en la que no hago más que pensar en la muerte y en la que se me demuestra lo baldío de mi existencia.

No se puede decir que haya tenido mucha suerte con la literatura siendo yo por otro lado un decoroso factor del cultivo de las eminencias literarias pero los tiros iban por un lado y los estampidos por otro y así no hay manera.

He adoptado también otra resolución la de adelgazar, que no es manca a efectos de mi bulimia pero quisiera darle al psiquiatra con una canto en los dientes.

MJ dice que cada vez ando más inclinado, que me va a comprar unos tirantes para sujetar esa espalda ladeada a los efectos de una cifosis severa, las radiografías lo muestran, que comenzará como tantas y tantas cosas en la infancia o en la adolescencia. Es cierto cada vez me parece que estoy más vencido.

El Cero y el infinito” en versión de Eugenia Serrano Balnayá (tomé copas con ella en el Gijón) todos tenemos un poco de Rubachof el espía soviético al que canjearon cuando estaba en capilla por el aviador Ruiz de Alda los diplomáticos de Franco en la cárcel de Sevilla, su compañero de celda era el de las sacas del amanecer, un tal G. Sabell, que murió cristianamente arrepentido. Todos estamos condenados a muerte. He aquí el poder profético o mesiánico del hecho literario. Rubachof pudiera ser también Gorbachof.

Los creadores de la invención ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Muchos textos, es maravilla, al cabo de los años, tomaron aires de presagios cumplidos. Dinamitaron el comunismo desde dentro y ahora nos encontramos en el Efecto Falena que no es otro que el de la mariposa. En la conferencia de Reikiavik un rabino sonreía a los pies del volcán mostrando la Torah envuelta en faldellín. Sonrisa mefistofélica del que ha ganado la partida. Cuando vieron que ya había cumplido su misión en Rusia, cambiaron de senda. Hubieron de pasar por cerca de cincuenta millones de cadáveres. El comunismo tuvo que ver con la Apocalipsis a consecuencia con las guerras que desencadenara pero en esa misma dirección de una forma más deletérea e intensa fue la revolución acontecida en 1989. Un producto del agitprop universal. Como todas las revoluciones tendrá su efecto estrambote. Tendrá que haber muertos. Hoy san Andrés la nieve en los pies. Justo a un año vista de que me salvase por los pelos. Mala cosa el beber.

La dictadura libertaria que estamos viviendo es también una mascarada.

!Ay de los vencidos! Pobres de aquellos a los que la historia hunde en el polvo.

Me sigo acomodando a vivir en una campana de silencio. La muerte de Rubachof está descrita de una manera genial. Al cabo de los interrogatorios sólo deseaba una cosa: dormir y soñar en la Arlova.

La muerte no es más que dormir. Es el letrero que impera en el cementerio de Paris donde están enterrado Robespierre y sus cofrades campea ese letrero. Quizás sea como entrar en una especie de sentido oceánico, unidos todos a la totalidad del ser divino.

Hoy sábado conduje hasta Majadahonda, compré unas pastillas. Hacía viento, pero se estaba bien al solillo

3 de diciembre de 2002

La soledad es un pájaro de fuego que crece mar adentro. Podría sentar sus reales en el centro asturiano, por ejemplo, que está en la calle Farmacia por donde sacaban a los presos de la cárcel de san Antón.

Desolación pero ya pusieron las iluminaciones en las calles madrileñas. De regreso al conducir vuelvo a sentir vértigos.

También puede que la batalla con la báscula la tenga que dar por perdidas.

¿A qué escribir si no tengo nadie que me lea? Santos dice que le gusta lo que escribo en un estilo medianamente pasable. Toco los temas que nadie se atreve.

Tendría que salir a dar mi paseo diario pero me disuade el viento favonio que pega con fuerzas.

Ahora mis noches son mejores, las duermo de un tirón aunque tenga que alzarme a mear varias veces.¿La próstata? 

Jesús omnipotente, ten piedad de este pobre pecador que ha hecho resolución de no fumar y de no beber pero que está anquilosado en un taedium vitae como nunca en su vida.

Cansancio y agotamiento. Veo pocas perspectivas como no sea el ir tirando. Mi mujer dice que me siento todas las mañanas en el sofá a aguardar a la pelona.

Nos pide el ayuntamiento de Oviedo las tasas atrasadas por el Renault que mandamos al desguace hace siete años y suman casi quinientos euros por atrasos. Tienen que sacar de las gabelas para financiar el costoso premio príncipe de Asturias. No hay que abrir al cartero que ya no es de antemano heraldo de las buenas noticias sino un vulgar recaudador de las contribuciones impensables. El estado de las autonomías cobra por todo. Hasta por respirar. Tienes que escribir al desgaire, escribir sea acaso un acto venial para el cual no se exige tanta preparación como acostumbras.

¿Seguirá adelante el diario? No hagas jotter. Batete el cuero con la sabana en blanco del ordenador sin preparación en sucio, ni trabajos a maquina. Tienes que perderles el respeto a las Nueve Musas. No es lo mismo decirlo que hacerlo. Hombre ya. Y si no emborronas a qué te podrías dedicar, yo me pregunto. Has de resignarte a vivir contra las cuerdas y a llevar una existencia anodina, no eres más que un prejubilado.

14 de marzo de 2003

Aquí estoy recién evadido de Asturias, con un vacío interior y con una depresión que alberga el pecho como un runrún. Libo la flor de lo inane. En estos tiempos en que la vileza se prodiga vivir acogotados no es vivir. Se acentúa la vacuidad retórica. Me refugio en la ergoterapia pero soy incapaz de catalogar todos mis libros. Me digo y esto para qué quien me los va a comprar, puesto que acudí al último remedio que es el de vender libros por Internet. Si otros lo hacen, ¿por qué no lo puedo hacer yo? Me pierdo en los floreos del canto de la epístola y enero ocho buen día para matar el gocho. Ando muy machucho o entrado en días. Padezco las dolamas, alifafes y achaques de la incipiente vejez. Tiempo de pundits y tertulianos que se regodean en el deshoje de la margarita con respecto a la vigente guerra en Iraq. Vivimos en una sociedad en la cual la pobreza, la decrepitud y la vejez son pecados capitales. Se estrecha el círculo de la vacuidad y la bestia saca pecho. Parece que le campanea el busto.

Prosigue mi ergofobia convertida en agorofobia, que mis fuerzas agota. No sé cuál puede ser el registro de esta palabra; tal vez ergotismo. Registrase un miedo al tajo y lo demás

22 de octubre de 2003

MISIÓN CERVANTES

Cuando el pasado sábado a media mañana se encendió el retroceso de la nave Soyuz TM3 en la base espacial rusa de Baikonur, en la ciudad de las estrellas, en la que viajaban los astronautas el español Pedro Duque, el ruso Alexander Careli y el británico Michael Foale, con destino a la base espacial ISS, en España muchos sentimos que se estaba haciendo historia.

El viaje ha sido costeado por el gobierno español que ha pagado a las autoridades rusas la cantidad de doce millones de euros.

Esta puesta en órbita ha significado que España hiciera el otro día sus pinitos en el espacio uniéndose al grupo de naciones pioneras en la carrera del espacio aunque para conseguir este objetivo tenga que ir a las ancas de la eficiente tecnología rusa. Se dice que los rusos han demostrado trabajar sobre seguro y que incluso llevan un pie delante con respecto a los norteamericanos en esta parcela. Ya llaman aquí a Pedro Duque el Gagarin español por estos pagos.

En el palmarés de la Ciudad de las estrellas en Kazajastán no se registraron sorpresa. No puede decirse lo mismo del proyecto Apolo el cual ha registrado ya más de un par de accidentes espectaculares.

De momento la maniobra de atraque con la base espacial Soyuz fue llevada a cabo sin novedad y con el aliciente de una conversación telefónica entre la tripulación y el presidente José María Aznar.

En el módulo acompañaba a Pedro Duque una gran bandera española, dato que no hay que dar de lado precisamente en un momento en que la enseña de la patria es ultrajada y está siendo motivo de escarnios y  refitoleo. Pedro Duque, un español que nació en los Estados Unidos la pasea con honor por el espacio durante los días que dure la operación Cervantes que regresará a la Tierra el 28 de octubre.

La prensa pone de relieve aquí que mientras los transbordadores de la NASA se encuentran aparcados en sus hangares de Cabo Cañaveral después del percance del “Columbia” las naves Soyuz circunnavegan el empíreo lo que no deja de ser un timbre de gloria para Rusia y una paradoja para los Estados Unidos que dicen haber ganado la guerra de las galaxias.

Micahel Foale y el comandante Alexander Kaleri relevarán a la tripulación de la nave TM2 que llevan seis meses en el espacio y que está integrada por el ruso Yuri Malenchenko y el estadounidense Edward Tsan Lu. Mientras Duque que fungirá como ingeniero de vuelo está previsto que aterrice a bordo del transbordador que dejará su órbita en los próximos días.

 

 

 

 

 

 

 

17 de noviembre de 2001

Afternoon of heavy metal grey skies, I think November is a beautiful month of crops loaded with fruit, in this arva acorns when the oaks exhibit their garlands over the hills, where the ambry of Nature conceals the chalice of the seeds; there was an accident in motor way: a blue car turned down left inside civil guards seemed to panic derouting traffic, must have been people trapped underneath, the Valley of the Cross packed, mass inside the big basilica, the mine excavating the mountains in scoop of piety and perpetual memory, tunnel of greatness, hundreds at the mass for our leaders, XXVI anniversary and LXIV respectively, we are getting old. There was a great liturgy preached by an abbot in full gait, the Benedictines know how to perform all movements counted and every thing here is symbol, has something to do with a bimilenary history, the steps, the signs.

For example, the singing of the Passion Christi at Good Friday embraces the postulate of standing up looking towards the North from where Aquilón wind blows. At consecration lights went off and the whole cathedral was in darkness. Only the great and impressive crucifix leading the altar remained illuminated under the big sabbaoth depicting the triumphant procession of saints and martyrs stepping the cupola. That procession of the happy blessed it is an overwhelming feeling from above. Below, lie Franco´s and José Antonio hearses. The base of the cross in the valley of the fallen is flanked by the gigantic statues of the four evangelists.

I have gone this year after three of absence, and I found the same people: patriots going in a big ship travelling without a rudder in an empty course heading for disaster. We feel exile in our lands, strange to our people. The chief gone, we are left with the gestures and the big panoply, uniforms showing off, and tomorrow I know the headlines in the papers: “Less people attending Mass for Franco and José Antonio. A bunch of nostalgias”

But a young girl in blue shirts and the badge of yoke and arrows over her lap was handing out leaflets shouting out: “We are not the past, we are the future, we belong to the eternal Spain”

I don't know. They put all of us on a barrel of dynamite for a lag explosion. All is under control but in spite of all I have not done so bad, though.

At the entrance of the church Security scanned all the people who went to gain access. It is the first time I have seen such an scrutiny at the door of a catholic temple, but beforehand they were bomb threats. I walked down. The interior of this cathedral reminds of a cellar of a cave. We go through the tunnel of time. The lines are symetrical, austere and imposing. There are no glass windows. The building was made inside of a mountain, removing the insides of mother earth.

I arrived home at last after the influence tried to cure a catarrh with punch typical business as usual and the thread of reason is subtley cut off by Erifos he wants my perdition but it is part of me and not easy as it seems to get rid of his ventures and strategy.

25 de diciembre de 2002

Sigue el miedo al vacío. Llevo sin encender el ordenador más de dos semanas. Una aflicción interna, el dolor de costado y la desalineto de saber que todo cuanto haga será inane me aleja de la tarea que ha sido razón y norma de mi vida, pero fue una noche buena bien pasada con mi madre, mis hijos, mi mujer mi hermano Fernando y Fuencisla. Mi madre la salió un grano en una pierna y creo que era un cáncer, la han tenido que hacer un injerto, fijate un granín cuando sale con mala leche. Temo a la nada, al vacío. Los cadáveres se mojan más en los cementerios en estas noches de lluvia y ese solo pensamiento me hace acorrucar junto a la almohada en espera de que la muerte me sea esquiva. No soy lo que se dice un valiente a tal respecto. El papa de Roma no es más que un ansia consolidada de poder. Sigue impartiendo bendiciones desde su carretón y sonriendo con una sonrisa enigmática cuando se le aclama. Estoy confuso, apenas puedo poner en solfa mis pensamientos pero al menos he podido vencer una resistencia inaudita que dura ya demasiado tiempo. Y ahora me voy a comer. Anduve esta mañana las dos praderas y ya me roe un poco el gusanillo. Es angustia vital lo que siento. Nada más. Tú no te rindas.

 

 

 

 

NO ES POR NADA PERO PARA ESCRIBIR ESTE ARTICULO UNO DE LOS MEJORES QUE PUBLIQUÉ EN ESTE MEDIO ME ILUMINÓ EL ESPIRITU SANTO. QUIZÁS POR ESO CUANTO DICTO NO LE GUSTAN AL DIABLO

 ALBINO LUCIANI: LA SONRISA DE CRISTO

 

por Antonio Parra Galindo

 

Había despachado ya la última crónica del día. Con eso de la diferencia horaria entre América y Europa -seis horas en tiempo de verano- los teletipos permanecían callados. Madrid dormía. Nueva York se agitaba en uno de sus clásicos “ rush hour” de la canícula, con taxistas con aires de “ cowboys” de medianoche, el lápiz en la oreja y una sonrisa tan destartalada e impertinente como sus vehículos amarillos, que ruedan con una suspensión lo más parecido a la de un carro de combate, aptos para avanzar por entre los socavones de la “ Gran Manzana”. El reloj de la Pan Am entre Madisson Avenue y la Quinta marcaba los cuarenta y cinco grados. No se movía una paja. Podía cortarse el aire con un hacha. Tal, el bochorno. Tenía miedo de que mi Seat-133 me diese un susto con uno de sus extemporáneos calentones en uno de los carriles del Verrazano, como me había sucedido varias veces. En Nueva York nadie se asusta ni se admira de nada, pero aquel utilitario de exiguas proporciones y pequeña cilindrada no dejaba de llamar la atención al pasar al lado de los haigas de la Chevrolet y de la Ford y de las lemosines de Manhattan.

Así que opté por embarcarme en el transbordador. Entre las sorpresas que brinda la vida neoyorquina es que cualquier ciudadano puede ir a la oficina usando todos los medios de transporte del mundo: en barco, en autobús, en metro o en helicóptero, en bicicleta o a patinazo limpio, y, por supuesto, en automóvil. Como yo había optado por residir en una de las islas o mejanas sobre las que se asienta el área metropolitana, la de Staten Island, donde los alquileres y la contaminación bajan, todos los días para plantarme en el edificio de Naciones Unidas en la calle cuarenta y dos, tenía que pasar el charco mediante cualquiera de las opciones señaladas. En bicicleta me planté ante el rascacielos de color azul de la ONU, que se alza como una nueva babel diseñada en la forma de una caja de cerillas entre el malecón del East River y el final de la calle 42, más de una día, aquella bicicleta de paseo que compré en Londres y me la robó un descuidero neoyorquino. Un periodista es un peregrino que va camino de la noticia ora “ per pedes apostolorum” o a golpe de pedal. Tortuosos y enmarañados son los camino que conducen a Cristo Jesús. Yo parezco empeñado por buscarle a mi manera eligiendo los rodeos y emboscadas. A lo largo de mi existencia me he llevado más de un susto, pero luego, al final de la estacada, una providencia especial me sacaba siempre de los atolladeros. Noté que Él y Ella estaban siempre ahí, hombre de poca fe, en mis dudas, vacilaciones y pecados.

Hablo de Nueva York en el contexto de ese papa misterioso y santo porque recuerdo perfectamente aquella noche y aquel presentimiento de una tarde del final del verano en Manhattan. Ahora resulta que las habladurías sobre su extraña muerte andan en vía de confirmar la acción de una mano negra. Ver el libro que acaba de publicar el sacerdote español Jesús López Saez, autor del libro “ Se pedirá cuenta “.

Poco antes de llegar a casa, la radio del coche siempre prendida empezó a agitarse con fumarolas de “ flashes” y de conexiones con Roma. El conclave, del que todos vivíamos pendientes, se había resuelto en “ fumata bianca”. El cardenal camarlengo empinaba su voz a través de los micrófonos en medio de un ruido ensordecedor de aplausos y de silbidos para anunciar urbi et orbi aquel “ habemus papam”. El nombre de Albino Luciani no figuraba en la lista de los “papabiles” cotizando más al alza en las apuestas. Sentí una de esas corazonadas (este es un oficio en el que manda tanto el olfato como la sabiduría) que suelen sobresaltar al corazón en los momentos cumbres. Ocasiones, como si dijésemos, en las cuales la historia se propone cambiar el compás. Aquel 25 de agosto del del setenta y ocho, cuando los informativos de todo el mundo empezaron a corear el nombre del patriarca de Venecia como sucesor de Pedro era uno de esos días álgidos. Las cosas ya no volverían a ser lo mismo.

Uno ya va entrando en años y, doblado el Cabo de las Tormentas, recuerda qué hacía y donde estaba cuando llueven sobre el mundo esos instantes trascendentes: el 20-N del 75, la caída del muro de Berlín un nueve de noviembre del ochenta y nueve, la llegada del hombre a la luna, allá por el verano del setenta y dos, etc. El orto del siglo futuro, como todo alumbramiento, se ha producido en medio de desgarros vaginales, ayes y gritos de dolor. Cualquier persona medianamente consciente del entorno que tiene alrededor habrá notado la presión del cambio sobre los lomos. Verdad es que fueron cinco lustros estremecedores. En poco menos de una generación se aceleró la historia hasta perfilarse en semblantes irreconocibles, incoercibles, casi impensables. Por suerte o desgracia, los que hemos pasado de la cincuentena, hemos sido testigos de cargo de la revolución tecnológica, la mudanza de las costumbres, la desaparición de imperios y de naciones; de bruces sobre el brocal del vórtice mismo del torbellino, habiendo pasado del arado romano a los microprocesadores, muchos no consiguieron aguantarlo. Se pegaron un tiro, andan en los viajes programados del “ Inserso” o, por el contrario, para no ser engullidos por la cresta de la ola, atrincheraron sus cuerpos detrás de una piel camaleónica, para conseguir salir a flote, sobrevivir.

Pero, sobre todo, conservo en la memoria una idea muy precisa de todas las ocasiones en las que salió humo blanco por la chimenea de la sala de conclaves, desde que tuve uso de razón. La tarde en que nombraron al cardenal Roncalli una oscura tarde de otoño del cincuenta y ocho, en el seminario de Segovia y desde el rector hasta el último latino empezamos a brincar por la huerta de alegría. Se derramaron sobre aquel querido semillero de vocaciones las efusiones del Espíritu. Yo tenía catorce años y creo que en mi vida he saltado con tanta fuerza. Recuerdo aquel brinco que pegamos el corro de retóricos al tañer la campanilla de la huerta anunciando el “ habemus papam” en el entrelubricán de otoño pudo ser el salto de Alvarado. La atardecida se perfilaba como la entrada en un tunel dominado por las sombras del miedo y la esperanza.

Con Montini se me había enfriado la fe, pero recuerdo que fui a misa a los capuchinos de Cuatro Caminos. Ahora, pasados los años, Pablo VI - muchos de los que entonces lo denostábamos porque se acusaban por todas partes los zarpazos de la crisis que atenazaba a la Iglesia con la que no estábamos a gusto y poco a poco nos íbamos separando- resulta una figura eminente y magnífica por lo que tiene de profética en el devenir histórico del pontificado. Su altura intelectual irá creciendo con el paso del tiempo.

La designación de Wojtyla tuvo algo de estremecimiento porque el mundo se hacía preguntas inquietantes. La cristiandad se disponía entre enormes tensiones para ese cambio a rajatabla: un papa que venía del Este. Se escuchaban los rugidos del león, pero el ambiente oscilaba entre el miedo y la esperanza.

Albino Luciani, bajo el nombre de Juan Pablo I, pontificó tan sólo treinta y tres días, uno por cada año que vivió Cristo en la tierra. ¿Era un “ alter Christus”, de espiritualidad moderna, a caballo entre el salesiano Don Bosco y el candor puro de Francisco de Asís? todo ello envuelto en un humor muy de la campaña toscana a lo Giovanni Guareschi. Tenía maneras sencillas de cualquier arcipreste italiano de provincias. El humor es la característica más fiable del amor.

También por ese cabo despintaba. Su calado era enteramente mesiánico. De una profundidad en el estudio de los textos bíblicos y de una clarividencia que casi pasman. Para colmo, tenía una pluma magnífica. Desde Gregorio VII, con la excepción de Pío XI, que era archivero y poseía una cultura casi enciclopédica, no había ocupado la cátedra de Pedro otro hombre que se sintiera tan escritor y tan periodista. El Evangelio - no conviene pasar por alto este detalle que tanto maravillaba al propio Tolstoi - es la religión del libro por antonomasia. Porque escribir es soñar en el mundo futuro, portar el “lignum crucis”, aspirar a la libertad del Reino. Borremos la memoria, quememos todos los libros que la fe ha producido, unos dentro del pálpito de la ortodoxia, y otros extramuros, y nos habremos quedado sin libertad. Ya no habrá catolicidad.

Todo en este prelado hacía pensar- salvo en los kilos - hacía pensar en el llorado Juan XXIII. Poseía el mismo estilo de campesino bonachón, que no le da demasiada importancia a las cosas, que sabe reírse de sí mismo desde la simplicidad de vida. Su rostro transmitía juventud y alegría a través de aquélla su “ santa sonrisa”. Hasta la fecha habíamos estado acostumbrados a ver sobre el balcón del Vaticano a papas bastante estirados. Había llegado a la Puerta Angélica desde Lombardía siguiendo la senda de sus mismos pasos: el patriarcado de Venecia. Era un catequista troquelado a la medida del lema “Pastor et Nauta “ de su predecesor. Rompía totalmente con los moldes del papa Montini, un intelectual y un hombre de curia, o de Pio XII, aquel pontífice de gestos predominantemente hieráticos y que parecía casi un serafín embutido en la sotana blanca. Sólo le faltaban las alas.

A Luciani le iba más el prototipo de cura de pueblo o de parroquia funcional. Que disimula su amor a sus feligreses bajo un barniz de cazurro, varón de zumbona y de cachaza. Pero eso era la fachada, nada más. Porque sus escritos revelan un alma mucho más sofisticada. Con vista de águila - junto con aquella sonrisa que desarmaba había en su rostro de sacerdote cordial aquella mirada a la vez festiva y atormentada - penetró en las angustias del hombre moderno y cargó con ellas a las espaldas.

Pero, que cada día traiga su afán; así todos los turnos, incluso los papales sean diferentes. Nadie será capaz de bañarse en el mismo río. Acertaba Demócrito. El reinado de Jan Pablo I, englobado en el acróstico “ de media aetate lunae” en los pronósticos de Malaquías, fue el tránsito de una estrella fugaz que cruzó la noche del atlas iluminando las tinieblas de agosto. Sus treinta y tres días al frente de la Barca de Pedro estuvieron cargados de intensidad, por más que no hayan quedado esclarecidos las circunstancias de su extraño óbito. Pronto subirá a los altares este heraldo del huracán que se nos echaba encima. Pero su mensaje fue diáfano: no tengáis miedo, conservad la esperanza, que pronto pasará la tempestad”. Una esperanza que quedaría tronzada treinta y tres día más tarde, cuando los restos mortales fueron expuestos a la veneración del pueblo romano de cuerpo presente. Las fotografías del obispo de Roma yacente presentan un rostro desfigurado por la hinchazón. Una tumefacción que infunde sospecha de señales de envenenamiento

Y esperanza y santidad en el más genuino espíritu agustiniano de ambos es la atmósfera que respiran las páginas del libreto que nos legó”:Ilustrísimos Señores.

Es una recopilación de cartas dirigidas a una gama de personajes tan heteróclitas como Mark Twain, Dickens, Penélope, Bernardo de Claraval, Goethe, Santa Teresa de Lisieux, y Santa Teresa de Avila, Petrarca, o al gobernador español de Milán, Gonzalo Fernández de Córdoba, y otros muchos más, aunque en la lista abundan los literatos, aparecidas en una humilde publicación franciscana, “El Pan de los Pobres o Mensajero de San Antonio de Padua” por un obispo sin demasiadas pretensiones.

El tono sencillo y cordial de las misivas no obsta para el gran calado evangélico y la sabiduría de alto bordo que despliega a lo largo de sus trescientas veintitrés páginas, sin hurtar el cuerpo a cuestiones de bulto como pudieran ser: la crisis de la Iglesia en los años psicodélicos consiguientes a la revolución del sesenta y ocho; el laicismo; la emancipación de la mujer; el antisemitismo; el tema de los domingueros o el alcoholismo, lo que el entonces patriarca de Venecia denominaba la “ cofradía de Santa Bibiana, que no cesa de empinar el codo”, lleno de comprensión y de humorismo hacia las flaquezas humanas.

En estilo fino y elegante las cartas, que constituyen un verdadero manual de Apologética, a los más ilustres personajes de la historia provocan en el lector de a pié la misma sonrisa que no se le caía nunca de los labios del autor. En tono conciliador por más que impecable en su dialéctica, invita a los descreídos a volver al redil, pero sin acrimonia, porque Luciani se había forjado en el más genuino estilo de Francisco de Sales, aquel otro obispo ginebrino que pensaba que “ más vale una gota de miel que cien cántaros de hiel”.

Aquí salen a relucir lo mismo Juana de Arco que Pepito Grillo -el futuro papa manifiesta sin rebozo que Pinocho, el inmortal personaje salido de la inspiración de Carlo Lorenzetti (1826-1890), fue el gran héroe literario de su infancia - que Fidel Castro, el Che Guevara o Juan Lanas

O los monjes longobardos. Sólo ve un camino de salida al laberinto de la mente del hombre del milenio aturdida por el desfase entre su capacidad de absorción y capacitación y el ritmo de las conquistas tecnológicas: el amor. Con paciencia y verdadera caridad cristiana, sin retóricas sibilinas, hay que acometer el reciclaje al que se enfrentan los hombres del mañana. No se puede emprender esa empresa desde la revancha unilateral. La piedad divina edificó el universo. Sólo la abominación y los egoísmos humanos nos lo pueden derruir.

El libro está trufado de sentencias y apotegmas de frase a cincel que son auténticas perlas y que revelan la presencia de un tremendo escritor:

Ojo a las circunstancias, a los estados de ánimo: si cambian, cambia también tú, no los principios, sino la aplicación de los principios a la realidad del momento... Dale un clavo al testarudo y acabará por meterlo en la pared a golpes de su cabeza... Los jóvenes son distintos de nosotros los adultos en el modo de juzgar, de comportarse, de amar y orar. Será preciso compartir con ellos la tarea de conducir a la sociedad por caminos de progreso. Con una advertencia: que ellos aprietan el acelerador; nosotros preferimos calcar el freno... El astuto habla y sus palabras no son vehículo sino velo del pensamiento, haciendo que parezca verdadero lo falso y falso lo verdadero. A veces obtiene resultados. Por lo general, la cosa no dura mucho. En las peleterías vemos más pieles de zorra que pieles de asno. Cuando los bribones van en procesión, es el diablo el que lleva la cruz alzada. Y perdona, querido Bernardo de Claraval, mi franqueza”.

Es esta carta, con destinatario al fundador del Cister , una de las más interesantes de toda la serie. En ella el patriarca de Venecia hace alarde de su discreción y altos conocimientos de las cosas de Dios y de la psicología terrena. San Bernardo luego le contesta con fecha de octubre de 1971 y tampoco se queda corto el egregio abad en sus admoniciones y advertencias al obispo, aunque en su correspondencia se tuviera que superar la barrera de ocho siglos de diferencia horaria y de mentalidades, entre el pensamiento del hombre medieval y el del último tercio del siglo XX. Monseñor Luciani sale airoso del compromiso. En el escrito al insigne monje francés lumbrera de la Iglesia, amén de expresar la corazonada de que su corresponsal, muy a pesar suyo, ceñiría el manto de armiño y la tiara papal pocos años más tarde sobre sus sienes, despliega su sabiduría. Luciani había leído a Maquiavelo y a los tratados de iniciación cabalística.

Al respecto, refiere una anécdota. En un conclave se le presentó al colegio cardenalicio tener que solventar una papeleta. Había empatados tres candidatos a la sucesión de S. Pedro. El uno era un santo, el otro, un pozo de ciencia y el tercero estaba dotado de un gran sentido práctico ¿A cuál de ellos votar? Bien, argumenta el entonces cardenal; el santo, si es tan santo, que rece por nosotros, oret pro nobis; si el sabio, si es tan sabio, que nos ilustre, doceat nos; mucho nos alegramos, que escriba cualquier libro de erudición ¿ Es prudente el tercero?, iste regat nos, que sea él nuestro papa. De esta forma salomónica, y con un poco de sorna, dilucida nuestro autor el trinomio.

Se hacía cargo que para entrar con buen pié en los pasillos vaticanos más que santidad y buenos conocimientos vale la mucha mano izquierda. Conocía de antemano su destino y le repugnaban un poco las intrigas maquiavélicas, un mal necesario con el que han que contar quienes rigen el rumbo de la barca del Pescador.

Su familiaridad con la persona de Jesucristo, al que amaba y conocía al dedillo hasta el punto de darnos a conocer aspectos de la misma poco conspicuos, como por ejemplo cuando dice que entre los antepasados de Jesús hubo tres mujeres poco recomendables: Rhabab había ejercido la prostitución; Thamar había tenido un hijo de su suegro Judas, y Bethsabé había cometido adulterio con David, lo sitúa en la perspectiva histórica de su tiempo.

Cristo no participó en la actividad política de los “zelotas” o guerrilleros que se habían alzado en armas contra la dominación romana. A estos sublevados judíos las tropas de Augusto, una vez aprehendidos, se les condenaba a morir en el madero. Rechaza el sofisma de que era un caudillo violento y señala que, cuando tomó el látigo contra los mercaderes del templo, éste fue un acto perfectamente calculado. El Hijo del Hombre no se rebeló. Puso en evidencia a los escribas, fariseos y leguleyos de toda especie, y defendió a los pobres y oprimidos, pero predicó la no-violencia. Tampoco tomó partido de una manera clara por los que entonces mandaban. Su reino no era de este mundo.

Pero reconoce que dicha inhibición de Jesús a la hora de etiquetarse en lo político sería motivo después de su resurrección de banderías entre las dos facciones de la Iglesia primitiva. La de la gentilidad, propugnada por Pablo, ciudadano romano, y la restrictiva que se agrupaba en torno a los seguidores de Pedro o judaizantes, y que exigía una Iglesia sólo para circuncisos. Aunque ambas posturas quedaron resueltas en el primer concilio de Jerusalén, se dará una pugna, oculta o patente, hasta el final de los tiempos o Parusía. Son dos formas de contemplar el cristianismo más que excluyentes complementarias, pero de alguna forma irreconciliables. Nacen del combate entre la Vieja y la Nueva Ley. Forman parte del arcano de los misterios que persigue al pueblo judío.

Quizá el candor y franqueza que rezuman las cuarenta epístolas del texto - yo tengo para mí que sobre ellas aletea el soplo del Paráclito consolador, que no le fallará nunca a la Iglesia hasta la Segunda Venida - le valiesen al futuro papa algún que otro disgusto en los ambientes curiales donde nunca fuera del todo bienquisto. Sobre las extrañas circunstancias de su muerte prematura siguen alimentándose sospechas de envenenamiento.

Como quiera que fuere, el alma de un santo, de un verdadero santo, queda translúcida y deja su impronta de bondad, resignación, humor y ligero optimismo abierto a la esperanza y al dialogo en estas jugosas postales, en las que un obispo declara su amor a los hombres a través de Cristo.

Instalado con el apóstol Pablo en el corazón del Redentor, quiere asistir a los funerales de su propia soberbia, expresa el deseo de fundirse con el que ama, de dejar de ser él mismo para convertirse en “ alter Christus” (otro Cristo) y proclamar: “ somos el estupor de Dios “.

Aparecido a título póstumo Ilustrísimos Señores en 1978 poco después de su misteriosa muerte es un inspirado y maravilloso opúsculo en el que se condensa no sólo el código ético de un gran papa; también da a conocer un escritor con prosapia. Juan Pablo I admiraba a Chesterton, a Manzoni, a Marlowe, a Quintiliano, a Walter Scott, a Terencio, a Dickens. Pero su autor de cabecera era Francisco de Sales, aquel gran periodista, glosador y traductor del espíritu de Agustín para el hombre de nuestros días. Todo se reduce a una cosa: Amor.

Y Francisco de Sales, glosando y hasta enmendándole la plana al de Tagaste, solía expresar este alto concepto de la apoteosis de la caridad en el siguiente sorites: “ la perfección del universo, el hombre; la perfección del hombre, el amor. Dios es solamente la perfección del amor “.

Albino Luciani, que ocupó el lugar número ducentésimo sexagésimo cuarto en la lista de sucesores de Pedro, al igual que a Cristo - lo criticaron porque todo un señor cardenal escribiese cartas a Pinocho - le estomagaban los fariseos.

Por este libro, escrito en clave menor y sin pretensiones, se ganó antipatías en los ambientes curiales. ¿Se la tenían jurada ? ¿ Qué fue de aquella fuerte discusión la noche de su muerte con Ottaviani ? Nunca se sabrá.

Sin embargo, el papa breve era un hombre sensible, sencillo y bueno, un verdadero discípulo del Maestro. La sombra de su diáfana sonrisa pervivirá eternamente. Murió en la noche del 28 de septiembre de 1978. Su cadáver fue descubierto a la mañana siguiente por sor Vicenza Tafarel. Como causa del fallecimiento se diagnosticó un infarto de miocardio.

Las circunstancias aparecen oscuras y hay contradicciones en el atestado pericial del óbito. Se dijo que tenía entre las manos un ejemplar del Kempis, cuando en realidad, eran unas notas tomadas a vuela pluma tras su conversación con el cardenal Villot, con el cual mantuvo una fuerte discusión. Pidió un calmante al médico de cabecera, Renatto Buzzonetti, y se le recetaron específicos contraindicados para un hipotenso como era él, siempre a tenor con el criterio del P. López Saez, el cual encara un relato por menor de los acontecimientos - que todavía en el Vaticano siguen siendo asunto tabú - acaecidos durante la madrugada del 29 de septiembre.

Se proponía una reforma revolucionaria de los entresijos vaticanos dominados por la logia masónica y por banqueros como el obispo Marckinkus, un norteamericano de origen lituano que controlaba las finanzas de la Sede Apostólica. También se dijo que él conocía, después de un viaje a Fátima, que su reinado sería breve. Allí se entrevistaría con la vidente Lucía, la cual le comunicó el famoso tercer mensaje revelado por Nuestra Señora a los pastores en Cueva de Iría.

La desaparición de este gran pontífice para muchos continúa siendo un misterio. Algún día, no tardando mucho, puede que la verdad se sepa.

Antonio Parra Galindo

28 de septiembre de 1998

 CARLOS II EL HECHIZADO Y LOS DEMONIOS

DE LA IMPOTENCIA

 

 

- 1698: La Inquisición abre causa de procesamiento ante la denuncia de un exorcista asturiano que dijo que una brujas hubieran aojado al monarca con el mal de ligadura.

 

por Antonio Parra Galindo

En 1698 - el número y la cifra resulta fatídico en los anales hispanos - la corte española era un triste semillero de intrigas. Una vez más, el problema venía dado por la esterilidad regia. Ninguno de los dos matrimonios (con María de Orleans fallecida en 1680 y con Ana de Neoburgo) de Carlos II había deparado prole. La dinastía languidecía moribunda igual que el propio rey. La verdad es que no hay más que echar un vistazo a los cuadros de Valdés Leal o de Carreño, en los que se retrata de cuerpo entero al último vástago de los Austria para darse cuenta de que los milagros de la naturaleza no caen de un guindo. Tampoco se puede pedir peras al olmo.

Clorótico, prognato, algo zambo, Su Majestad padecía de podagras, una afección senil, ya a los treinta años  desproporcionado de brazos, algo ancho de caderas, y un semblante lánguido, inexpresivo, los labios carnosos y sensuales, casi el único signo de vida en aquel físico que en los retratos aparece más allá que acá, y como sintiendo ya la llamada de la tierra.

 Era un fin de raza. Puede que ni siquiera, eso.

Sobre la persona, vida y milagros, un tanto triste y llena de claudicaciones y naufragios, del pobre rey no han parado de llover burlas sanguinarias. Pero ¿ qué culpa tendría él de haber sido parido de esta guisa?

Hubo de pasar la mayor parte de su existencia entre algodones. Se vio sujeto a la arbitrariedad de una madre ambiciosa, perversa y degenerada, porque no otro calificativo cabe dar a aquella españolaza culona y resabiada, mujer caprichosa, lerda y mal intencionada, algo Mesalina, como era la reina madre, Mariana de Austria.

Aquella hembra desnaturalizada siempre pareció aborrecer al propio hijo que había nacido de sus entrañas. También se dan frecuencia madres malas.

¿Quién podrá achacarle el haber sido el resultado de la degeneración de una familia por mor de la endogamia y de otras enfermedades hereditarias como la sífilis, la gota, o la pelagra?

Aún no habían sido inventados ni el “ salversán” ni el “ viagra”, que son dos específicos para mitigar las venéreas, por exceso o por defecto. Por los mentideros de la VILLA y CORTE corría la voz de que lo de Don Carlos era imputable a un maleficio en salva sea la parte. Nada, que unas brujas le habían echado las habas.

Por colmo de males, padecía alferecía (epilepsia), una afección que hasta el s. XX se creía relacionada con la posesión diabólica.

Este padecimiento le volvía un ser abúlico, retraído e irresoluto. De su tatarabuelo Felipe II había heredado no sólo el parecido físico sino también una innata propensión hacia la melancolía.

En tenidas y aquelarres uno de los sortilegios o conjuros más frecuentes era el denominado de la ligadura. Si se quería hacer daño a un individuo se pedía la intercesión de Satanás para que lo dejase impotente. Íncubos y súcubos - una de las características de la posesión y de la obsesión maligna es la lujuria - se encargaban de lo demás. Las mujeres se volvían machorras o viragos.

El miembro viril no entraría en erección nunca jamás. La orgía, la zoofilia, la pedofilia o el pecar nefando (inversión genésica), así como el crimen ritual son parte constitutiva de la misa negra o aquelarre. Recuérdese que aquelarre es una palabra vasca (el prado del macho cabrío) y que durante la Edad Media y hasta bien entrado el s. XVIII su practica era harto frecuente. Caben todas esas contradicciones. La lascivia (bien lo sabe Belcebú) siembra la discordia entre las gentes. Remata en el crimen y en el adulterio.

La merma o discapacitación para la actividad reproductiva se consideraba entonces de origen diabólico.

Se da la paradoja de que el catolicismo, sobre todo en España, no acabó nunca de desprenderse de esa lacra que es la superstición. Convive al lado del misticismo y del iluminismo. Al fin y al cabo, el iluminado, según observa Marañón, no es más que un místico de baja estofa.

Las malas lenguas propalaban por Madrid que el rey había sido víctima de un hechizo incoado por el amante de su madre, el valido Fernando Valenzuela, quien gozaba de la privanza a través del P. Nithard y de los jesuitas, los cuales hacían y deshacían en palacio a su antojo.

Cuando aumentan los chistes y burlas sobre un eventual aojamiento de Carlos II, toma cartas la Inquisición en el asunto. Corría el año fatídico de 1698. A tan sólo un siglo vista de la muerte del segundo gran Austria, España se desmembraba.

El propio interesado de suyo era algo inclinado a los agüeros. Llevaba pendiente al cuello una bolsita, que decía eran las reliquias de varios santos tutelares, pero, cuando estaba de cuerpo presente, se comprobó que el rey portaba en la misteriosa faltriquera material de santería: Pezuñas de gorrino, cáscaras de huevo, trenzas de pelo, ajos, polvo de tabaco.

Los inquisidores se emplearon a fondo pero con discreción, dada la alcurnia del personaje encartado, que era todavía dueño de medio mundo. El sol del imperio estaba llegando a su punto de declinación entre fulgores rojizos, pero lucía aún, quedaban todavía un par de siglos para su ocultamiento definitivo. Francia, Inglaterra y las otras potencias, venteando cadaverina, aleteaban alrededor del lecho del moribundo como cuervos, todas intentando lograr el más suculento bocado en el reparto del imperio español.

Se dijo que sobre los Austrias pesaba una especie de maldición. Carlos V fue un estratega y un gran rey. Su hijo, Felipe II sólo un buen rey y un mal político. Los sucesores, el tercero y el cuarto de los Felipes , ni reyes ni políticos: cazadores meapilas y grandes folladores. El último de la saga, Carlos II, ni siquiera fue hombre.

Al fallecer éste la noche de Ánimas de 1700, heredan la corona de España los Borbones. Se ponía de esta forma colofón a dos siglos que, a juicio de Taine, fueron los más sorprendentes y dinámicos de la historia humana. Al sol español, ya de vencida, aún le quedaban otros dos hasta su eclipse definitivo, que llega con el desastre de Santiago de Cuba el 3 de julio de 1898.

Fray Froilán Díaz, confesor de Su Majestad, recomienda que para atajar el problema de la sucesión se efectúen los exorcismos de rúbrica según el ritual romano, mientras el Santo Oficio prosigue con sus pesquisas y averiguaciones sub iudice y con sigilo, pero todo acabó por saberse; y era un secreto a voces en aquel pueblón manchego que era el Madrid de aquel entonces que al rey las brujas le habían roído los calcaños... Tal vez, algo peor.

En las deposiciones forenses y pruebas testificales empiezan a salir saludadoras y videntes, que dicen ver a la Virgen y percibir mensajes celestiales, sibilas y gente de ese jaez. La mayor parte eran monjas histéricas aquejadas de ese mal de los claustros,  histéricas perdidas, que se da en nuestro país en las cárceles, internados y seminarios, donde la sublimación de la sexualidad produce excelsitudes místicas o derrota hacia aberraciones mucho más serias como la sodomía o el lesbianismo.

Es un poco el signo de la monarquía austriaca. Constantemente están apareciendo personajes que arguyen detentar poderes sobrenaturales. Estos reyes se fiaron en temas de salud o cuando tenían delante de la mesa un grave asunto de Estado llamaban a estas pitonisas e impostores iluminados sin fiarse de sus consejeros naturales. Quede dicho sin perjuicio de parte y dando por sentado que, al lado de estos rufianes y gamberros de beatería, se daba el verdadero santo, el auténtico hombre de Dios, capaz de hacer milagros porque la fe mueve montañas.

Ello no embargante, los Austrias fueron víctimas de su propia credulidad, y a algunos miembros de esta dinastía, como a Felipe IV, les picó el morbo de los conventos. Fue galán de monjas. Pese a su lascivia fueron los Austrias mejores reyes que los borbones. Ellos hicieron grande a España mientras la dinastía francesa la destruyó.

Al de San Plácido, que está situado entre la calle del Pez y la de San Roque acudía el conde duque de Olivares, don Gaspar de Guzmán y su mujer, doña Beatriz de la Cerda, preocupados por no haber descendencia en ciertas solemnidades y fiestas de guardar. Mientras las monjas cantaban vísperas, el matrimonio hacia el amor en un reclinatorio de la iglesia sin sonrojo ninguno y sin importar que hubiese testigos de vista de su cópula carnal a los pies del altar mayor. Pese a tan aparatosa coyunda, Dios, que parece mantenerse distante de estos líos y atropellos de la obstetricia, entre hombres y mujeres, y que acaso no comprenda del todo bien, por ser espíritu puro y por carecer de cuerpo - de buena se libra - no hizo demasiado caso de aquellas letanías. La mujer del Conde Duque, que era en la España del primer tercio del s. XVII la voluntad de poder y la pasión de mandar (v. el estudio que de su personalidad de caudillo y dictador hace Marañón en la obra del mismo nombre) no concibió o malparía, pese a lo aparatoso de los remedios.

Pronto el monasterio de monjas benedictinas de san Plácido se hizo tristemente famoso. Al parecer, el rey Felipe IV quiso dar al sagrado centro fuero de picadero sexual y mancebía. Teníale echado el ojo a una monja muy guapa.

Sus intentos de rapto quedaron desbaratados gracias a la astucia de la priora que, poco antes de la cita, simuló que la religiosa, depositaria de los regios afectos, estaba recién fallecida de cuerpo presente en su celda y ya se le cantaban los oficios de difuntos. Cuando llegó el ilustre Romeo al arrimo, al ver aquello huyó cual alma en pena.

Más suerte tuvo - y éste sí que fue un escandalo de los gordos - otro capellán del monasterio de marras en sus componendas para el trato torpe y gozar de la fruta del árbol prohibido. Los hechos sucedieron hacia el año mil seiscientos veintiocho.

Fray Francisco García Calderón acababa de ser nombrado confesor y excusador de oficio en el centro. Monje poco ejemplar, o tal vez porque se las diera de “ moderno” y de alumbrado, en aplicación de la máxima agustiniana sobre la caridad hasta las últimas consecuencias, acabó predicando el amor libre entre sus pupilas.

Otro clérigo envidioso, un tal J. De León, que había opositado a la prebenda, luego que tuvo noticias de los escándalos, denunció a su compañero ante el Tribunal de la Inquisición.

 De treinta monjas habían quedado encinta veintisiete. Los jueces actuaron de lenidad con aquellas pobres mujeres ignorantes, que fueron dispersadas por diferentes monasterios de la zona. La abadesa estuvo encerrada cinco años en la cárcel de la Inquisición de Toledo. Con respecto al P. García Calderón, declarado reo de sacrilegio, se le condenó a la hoguera, pero la pena de muerte le fue conmutada por la de galeras.

De casos como el que se cita (historias de brujería y de alumbrados en las que se compagina el sexo, la religión o la magia negra) estuvo plagada la historia española de aquellos siglos. Al capellán de las monjas de San Plácido nunca le hicieron falta reconstituyentes ni pócimas.  Todavía no se había inventado la viagra para sacar para alante a todo un convento de claras.

Más bien todo lo contrario. Pero estas cosas a veces ocurren. Lo que a uno se les da en abundancia a otros se les restringe.

Leer ahora al cabo de los siglos los autos de aquel proceso puede resultar chusco, porque la prosa curial no deja de través lo que tenía el asunto de broma:

“ Jamás en el mundo se habrá visto maravilla semejante, como la de que, de treinta monjas, en veintisiete se hayan manifestado los demonios, no como obsesas, sino de tan maravilloso modo”, - redacta el calificador de oficio.

En 1698 la Inquisición había perdido su fuerza, pero el tema tan traído y llevado del enajenamiento regio en parte tan insólita trajo cola durante bastante tiempo.

En la prueba testifical compareció un jesuita de Oviedo, el P. Argüelles, quien contó a los jueces cómo había sabido a través de unas monjas a las que este religioso exorcizó en Tineo, las cuales los diablos que ellas tenían en su cuerpo salieron de estampida y fueron a parar al del rey.

El desaguisado aconteció siendo éste de edad de catorce años. Su madre, doña Mariana a medias con su amigo en la mañana del tres de abril de 1675 hicieron el maleficio, derramando unos polvos aderezados con huesos de ajusticiado y parte de sus criadillas en la taza de chocolate que se sirvió al monarca para el desayuno. Y en ese preciso instante fue cuando los trasgos fatídicos llegaron por los aires desde Asturias hasta el Alcázar y se apoderaron de la voluntad irresoluta del personaje y dejándolo inútil para toda mujer. Aquellas agustinas de Cangas de Tineo habían debido de ser muy malas puesto que los diablos que mandaron para Madrid llegaron pisando firme.

La peripecia suene algo fantástica, pero es lo que se lee en este otro proceso inquisitorial, uno de los últimos celebrados en Castilla.

Daría ocasión a cantares y sería motivo de rechiflas. Aunque se le administraron los antídotos contra la ligadura (rábanos cocidos en cuerno de rinoceronte macerado y friegas de valeriana en la zona afectada), Don Carlos, que tenía un pie ya en la sepultura, no pudo recuperar lo que la naturaleza nunca le otorgó.

Estos remedios caseros o bebedizos estaban a la orden del día. A Fernando el Católico, casado en segundas nupcias con Germana de Foix, y aquejado de melancolías, para espabilar su desgana erótica, prostatitis seguramente, le fue administrado aquel “ potaje frío “ de Carrioncillo.

Aquellas hierbas minaron su salud y prácticamente acabaron con él en pocos días. La triaca contra la impotencia Felipe II, que entendía bastante de farmacopea, nunca la quiso probar a sabiendas de que en la mayor parte de las cortes de Europa era el pretexto para envenenar. Era una tradición que habían implantado los Medici. En el palacio de San Juan de Letrán los papas Borgia la utilizaron con harta frecuencia.

No hay sospechas de envenenamiento en la muerte del último de la dinastía austriaca, el cual entregó su alma a Dios en la noche de Animas de 1700.

La Inquisición, muerto el interesado, archivó la causa y todos trataron de enterrar con Carlos II el Hechizado las habladurías sobre una conjura diabólica.

Sin embargo, como indica el propio sobrehúsa con el cual este triste monarca ha pasado a la historia, Hechizado”, adquirieron carácter legendario. Fue famosa por lo temible su afrentosa ligadura.

Una vidente que vivía en la calle de la Silva lo predijo: el trono de España se echaría a perder por la malquerencia de la propia reina madre, que había aborrecido a su hijo al poco de nacer, y que había concertado tercerías con brujas y nigromantes para hacerle daño. Simplemente, lamentable, pero más que lamentable, abominable.

 

 

Antonio parra Galindo 30 de agosto de 1998