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domingo, 12 de octubre de 2025

POR LOS SANTOS LA NIEVE EN LOS ALTOS

 

Vísperas de Todos los Santos buen tiempo y las máscaras de Halloween tras las cuales se esconde el pateta. Todo el mundo anda haciendo el tonto en bacanales y bailes de disfraces, vuelve el bacanal tras la pandemia, bajé al estanco a comprar tabaco y allí me encontré a don However que es de los que no se cortan un pelo y el cura de mi aldea don Xantipa alto huesudo la cara triste, palentino y algo pesetero. Ya frisa casi los ochenta pero de joven era un clérigo gallaspero, las mozas se acorralaban a los pies del confesionario y lo perseguían hasta la rectoral pidiendo no precisamente absoluciones sino la gracia de Dios. En España el poder siempre atrajo las faldas por eso entre la monarquía y la clerigalla se llevan al huerto lo más granado del elemento femenino. Solteras, casadas, viudas forman parte de su patrimonio sexual. Hubo obispos como el cardenal Mendoza que guardaba un verdadero harén en su palacio y de reyes ¿qué decir? A Felipe IV le daban tantas bascas eróticas que refieren sus biógrafos que padecía una especie de furor uterino a la inversa, llegando a procrear setenta hijos entre legítimos y bastardos. Alfonso XII donde vas triste de ti bebía los vientos por las coristas amargándole la vida a su mujer la reina austriaca María Cristina. Su hijo Alfonso XIII inventó el cine porno y siguiendo la tradición de la dinastía no daba paz a la mano. Por su lecho desfiló el gran puterío matritense, marquesas, señoras de la limpieza e incluso novicias de los más aristocráticos monasterios de Madrid. Sigue la racha; Juan Carlos I es hoy la comidilla de las redes y aunque actualmente no pueda con los calcaños y ande en el exilio, sus coimas se cuentan como las cartas de la baraja. Así que el bueno de don However no pudo resistir sus impulsos republicanos en el estanco al ver al cura de nuestra aldea cuyas correrías por los pueblos del concejo sentaron cátedra pues preñó a muchas. Mismamente cuando voy al surtidor a llenar el depósito el que me sirve es Fabián.

─Súper... llenar

Fabián ríe para el cuello de la camisa y ni se inmuta.

─En este país nadie está libre de dudas. Se lleva aquello de que nadie puede decir este cura no es mi padre. Por eso abunda tanto hijo de puta.

Clava el mozo sus ojos burlones en mí para que me aplique el cuento.

Pues eso, mi amigo However al ver al arcipreste en el estanco le soltó una andanada:

─¿Cómo está el cura?

Xantipa que no es tardo de reflejos le soltó otra:

─Pues de pie como me ves.

─Con ese monstruo que tenéis en el Vaticano

However quedó cortado ante la contundencia de su respuesta, recogió su cajetilla y se largó.

Silencio administrativo y procesal, el cura de mi aldea es un buen pájaro y listo como los ratones colorados.

Regresé a mi chabola en lo alto de la montaña y me asomé a la ventana para ver el paisaje. La cima del Fornax mostraba sus crestas peladas coronadas por molinos de viento. Aun no había nieve, aunque dicen que por los Santos la nieve en los altos y por San Andrés en los pies. Aquel verano de sequía traía de cabeza a los científicos. Todos hablando del calentamiento terráqueo y del cambio climático. El Fornax formaba parte de su familia casi de tanto salir a observarlo por el ventanuco que da a la huerta del Niso. Casi invita a subir. Para él era una tentación, realizaría escapadas ascensionales cuando era mozo. Ya no pues le dolían las piernas. La cumbre coronada albergaba una ermita blanca a la que acudían los romeros el día de Santa Ana. Fiestas de prado. Tambor y gaita. Ahora me resigno a verla desde lejos remembrando el vino y la sidra que bebí en mi juventud, es el monte más alto de la Sierra del Viento en perenne coloquio con la cordillera que desciende hasta el mar horadando el paisaje de picachos y nemorosos valles. Era el paso antiguamente de peregrinos compostelanos.

Mirándole desde abajo le miro extasiado bañando mi vista con el verde de pinares que cubren las espaldas y costillares del Fornax. Fue un antiguo volcán. Ínterin, hago examen de conciencia aterido de punzantes recuerdos en los que estalla la melancolía y el arrepentimiento. Veo a Etsi encaramada en lo alto de la cúspide. Ella era una dulce Gioconda inglesa. Su sonrisa sale en cada retrato que conservo de su persona. Me mira con sus ojos zarcos que envían a la vez dos mensajes: ven y aléjate. Todo está consumado, you are not welcome. Podría tomar un avión de Ryan Air y plantarme en menos de una hora en su pueblo, mi hija vive cerca del tercer aeropuerto londinense. Expurgo mi archivo interior y ella sigue ahí intacta, inmarcesible por haberla amado valido la pena vivir, i was a lucky man. Los dos años más felices de mi vida los pasé junto a ella. Un serafín de fuego vigilaba la garita de sus ojos. Tras el maná vino la sed. Todo lo eché por la borda. Mas, tiré para adelante, fui andarríos, correcaminos sin brújula devine en pícaro al igual que ese cura don Xantipa. Lancé una moneda al aire caras o culos, salieron cruces y vine a dar en la áspera Castilla madrasta de sus mejores hijos. Si España fue mi cuna, Inglaterra me hizo, Nueva York me deshizo y Asturias me rehízo. I lernt things the hard way, no quiero pensar en aquella Eduvigis que me dejo a la puerta de la iglesia. El rechazo marcó sin embargo otro camino

Y por él estoy aquí, inconstancias de la vida, misterios de la existencia. Hay que engañar. Eso forma parte de la idiosincrasia del pícaro. Desde entonces me asustan las bodas, los trajes de novia me parecen camisas de fuerza, yo soy libre, voy a mi aire. A ti también te dejé a las puertas de la iglesia Etsi, luego el destino se vengó conmigo

alerta nuclear

 Delitescens es una bella palabra latina significado esconderse y en medio de tanta bulla y de tanto grito a muchos no nos queda otro remedio que encuevarnos. 

Huimos al desierto buscando un apartamiento que nos aleje de la horda mediática. Los altavoces del éter no cesan de referirse al coronavirus. Se ha convertido en el afrecho y abrevadero de los medios. Esta catafases o afirmación no la hago a humo de pajas, tampoco estoy loco, aunque a veces miro para atrás con ira y siento el punzón de los recuerdos que me hieren. 

Tengo el alma en carne viva y por eso escribo desde este catábulo o zaquizamí, zulo literario, abrevadero y refugio o cuadra en el sótano de mi morada convertido en oratorio, fumadero, escritorio, biblioteca y apiarium (colmenar) donde libo el dulzor ático de la miel de la palabra. Escucho a través de ondas hertzianas voces que me llegan del extranjero.  En un par de generaciones cambió el mundo hasta el punto de no reconocer yo al niño o al mozo que fui dentro de esta gran catarsis trascendida que ha mandado las viejas ideas a un rincón. Hoy Día de Difuntos ya no se venera a los santos antepasados. Salen a la calle las máscaras de Jalo güin. Sin embargo, yo voy a la ofensiva, quemo las naves como Cortés en mi empeño de remar contra corriente. ¿Dónde está el Jalo y donde el güin? Vete tú a saber. Acabo de cerrar el blog que fue para mí durante cinco lustros. Este palimpsesto o cuaderno de bitácora fue mi aguja de marear, así como la barrera contra la que embisto glosando la actualidad a contramano. La actualidad es una anáfora repetitiva, una lucha de buenos y malos. El malo Putin y el bueno Zelensky. Vivimos tiempos de guerra y desde el día de San Matías no damos ni pie ni mano. Estamos con el alma en vilo. No me ha ido mal en este tiempo a excepción de algunos fatídicos encuentros con Erifos algunos para beber el vino del dolor y la desesperación. Pero Fray Jarro es mi enemigo hoy la política mundial y nacional son una larga borrachera. Los españoles no sabemos beber En esta situación atípica los buenos son los malos y yo me pregunto dónde está la justicia de Dios y grito con Cristo en el Calvario:

─Dios mío, Dios mío por qué me abandonaste… Elí, Eli, lamma sabactani 

Todo eso que yo aprendí ya no sirve para nada es de mi gusto. Dicen que soy un hombre que vivo en el ayer y me refugio en los matacanes de la antigua muralla de York centinela en mi tronera auscultando las evoluciones del río Ouse que fluye hasta matrimoniar con el Támesis, los vientos cambian. Ayer teníamos lebeche, hoy sopla el terral y tú, Etsi, ¿dónde estarás? ¿Qué habrá sido de tu vida? ¿Te casaste? como yo. Y sí volví a pasar por la vicaría, pero este segundo amor sucedáneo de lo que tuvimos tú y yo fue un trago amargo, me eché una cruz a la espalda, alquilé una mula aragonesa que me cocea cada día, contraté una verduga. En mala hora porque Lavinia convirtióse en mi verdugo. Pasó a ser el arráez que fustigaba mis espaldas con el látigo de la ignominia y he ido bogando por los siete mares bajo la sombra de ese rebenque que fustiga a los pobres cómitres incautos, condenados a galeras. Es el destino que aguarda a los locos y a los criminales. Lamento mi suerte porque lejos de ti esto no es vida. El destino se portó conmigo de manera cruel, si bien creo que lo tengo merecido por los malos tratos que te di, los celos, las voces, las recriminaciones. Vivo rodeado de papeles y de palabras escritas. Fui un goloso de palabras porque creo firmemente en el axioma de en el principio era el Verbo y las palabras guardan un poco de ese aliento divino. ¿Estaré majareta? Todos han mudado de piel (versipelis) yo continúo adherido a mis principios. ¿Soy un diamante en bruto o una florecilla en agraz la cual no acaba de madurar? Tranquilos. El peristilo sigue en su vaina. Amanece todos los días. A todo esto, se dirige mi clamor contra los predicadores de vereda. Han regresado a las tertulias los émulos de fray Gerundio de Campazas. Ya no hablan de la vida eterna sino de los métodos para conservar la salud. Radio Carcamal vocifera contra las toxinas y don Rafa hace de su capa un sayo vociferando contra los peligros del cáncer, la crasitud, la vida sedentaria y falta de ejercicios. Todo el país se calza las abarcas y se tira a correr por las veredas. Un aluvión de informaciones nos refiere los peligros del Corona Virus que se ha convertido en eje de marcha del sistema. Las páginas de Internet son un perpetuo obituario que nos traen cada mañana la lista de los fallecidos. A contrapelo de sus sermones yo no voy a dejar de fumar por más que estos señores me atruenen las meninges advirtiéndome de los peligros del tabaco, siempre habrá de tenerse en perspectiva un enemigo, alguien contra el cual batirse. Antaño fueron los rusos. Cuando yo vivía en la Isla de los Muertos (Staten Island) siempre estaba a pie de obra escuchando las noticias de una emisora de Manhattan Radio WW700W7. Dicha estación cada cierto tiempo interrumpía sus emisiones. Sonaba una sirena y al cabo surgía la voz engolada de un locutor para realizar un llamado:

—Estimados radioescuchas, esto es un simulacro de alerta. Atención. Atención. Si hubiese sido una emergencia real, les impartiríamos instrucciones sobre cómo y dónde acudir a un refugio de los diferentes que hay en esta isla.

Yo estaba acojonado al sintonizar tal mensaje. Pensaba en la guerra de las galaxias. Ya están aquí. Que vienen los rusos. Como en la Guerra de los Mundos de Wells que hizo cundir el pánico por aquella capital. Pensaba que vivimos en un mundo en el cual la ficción se entrevera con la realidad y en la supremacía de los medios de comunicación para dominar a las masas. Era la América de Jimmy Carter discípulo en la academia de guerra de Annapolis del almirante Rickover especialista en mísiles intercontinentales. Eran los años 70 cuando América vivía la efervescencia de la guerra de las galaxias. Los malos eran los soviets como ahora es el virus y el tabaco y Putin. Ronaldo Reagan la ganó y determinaría la caída de la URSS. Yo por mi parte pobrecito español nacido en una ciudad de provincias había aterrizado desde el medievo una ciudad episcopal como York sobre la Gran Manzana el emporio del futuro la ciudad automática que decía Julio Camba. No era más que un lamerruinas que viajaba desde el humanismo católico y sentimental hacia la tecnología del gran diseño de los nuevos amos del mundo. Cogí el tranquillo. Me costó lo mío pero aquel mensaje de la radio de Manhattan emitiendo noticias las 24 horas del día para la ciudad que no duerme y aterriza como puedas marcó mi existencia, desde entonces tengo pesadillas y emulo del almirante Rickover, odio la guerra especialmente la de exterminio que supondría una conflagración nuclear. Aquello me marcó conservo su huella indeleble. Vivimos con miedo a la bomba, aunque no deja de ser una ironía que el enemigo a batir sea las toxinas que encargó míster Trump a los chinos y esas toxinas corporales y bacterias que andan por el aire al que se refiere don Rafa el de Radio Carcamal. Hago propósito de apagar el transistor que no deja de difundir proclamas y consignas sobre los peligros del tabaco y la vida sedentaria, yo seguiré escribiendo en mi acetábulo del jardín de atrás y fumando en pipa, mi cachimba y yo estamos unidos hasta que la muerte nos separe. Me siento acosado por las dudas. Los pecados y fracasos de la vida pasada pesan lo suyo y allá voy trepando con mi cruz a cuesta buscando el silencio de los montes y la fragancia de los pinos. Una grulla me arrulla con sus cantos espaciados midiendo el tiempo de mis vigilias, A la puerta de la verja que protege la entrada de la casona donde vivo un centurión romano alza su penacho sobre el muro, no es un soldado romano, Es un ángel con alas.


viernes, 10 de octubre de 2025

 

DER SPIEGEL LOS TRUMPISTAS IBAN A POR ÉL

 

Historiador de Antifa huye de EEUU a España

El investigador estadounidense Mark Bray ha escrito un libro sobre la historia de Antifa. Partidarios del extremista de derecha asesinado Charlie Kirk incitaron al odio contra él. SPIEGEL entrevistó a su extremista antes de su huida a Europa.

Mark Bray: “En Estados Unidos nos encontramos ante una situación sin precedentes para el antifascismo”

El historiador estadounidense Mark Bray se declara “orgullosamente judío antisionista” y cree que lo que necesita su país es una huelga general contra las políticas de Trump.

jueves, 9 de octubre de 2025

 

UNO ME QUISO DAR POR CULO

 PRIMER VIAJE A LONDRES

 

El año 1964 con veinte años cumplidos el preuniversitario aprobado y en segundo de Comunes con una carta de trabajo para ir a un campo a la recolección de fresas y ciruelas (strawberries and plums) y un diccionario Collins de bolsillo en mi macuto tomé el expreso de Hendaya. El tren iba atestado. Eran multitud los estudiantes españoles que habían escuchado la voz de Shakespeare. En el andén sonrisas y lágrimas y pañuelos de despedida. Bajo la alta mampara de la estación de Príncipe Pío me parece que se repitieron escenas como las vividas cuando la expedición de la División Azul se puso en marcha para ir a Rusia. “Abrígate, no cojas frío”─ qué anacronismo estábamos en pleno junio─ “No bebas mucha cerveza”, “Reza tus oraciones de la mañana y de la noche”

─Sí, mamá.

─A ver qué hacemos, cuidado con las inglesas.

─Sí, papá.

─Escribe pronto.

─En cuanto llegue.

Muchos de nosotros íbamos a la aventura. En los planes de segunda enseñanza dábamos francés pero el inglés se estaba imponiendo. Era el idioma del futuro a pesar de Blas de Lezo, la Invencible, y a pesar de Gibraltar tú la espina clavada en suelo español. La lengua de Milton había que aprenderla por cojones si se quería ser algo en la vida. Habíamos sido un pueblo germanófilo y francófilo pero nos estábamos pasando al campo de nuestro enemigo histórico y la culpa la tuvo Franco que el 17 de julio de 1936 estando en Tenerife se fumó la clase de inglés con una profe particular que se llamaba Miss nosécuantos, por causa mayor. Se preparó la gorda. En adelante Franco, un anglofilo de siete suelas, siempre padeció de esa merma, que era un complejo de inferioridad inherente a nuestras clases dirigentes. Tardamos casi un día en llegar a París y allí hacer transbordo desde la estación de Austerlitz a la Gare du Nord. No tuve dificultades porque los franceses son cartesianos, optan por la línea recta mientras los anglos prefieren la línea curva. El inglés es sinuoso de por sí. Por eso no me perdí en el metro parisino mientras en el londinense me costaría verdaderas lágrimas de desolación coger el tubo que llevó a las chimbambas dando vueltas por la Circular Line con mi macuto a cuestas. Mi padre me había sacado del cuartel un macuto de campaña, botas militares y pantalón caqui. La gente me miraba como si fuese marcando el paso. Un mozo del pueblo de Fladbury donde yo llegué le escuché decir con sorna:

─Here is the Spanish Armada again (Aquí están los españoles de Nuevo)

─Esperemos que sir Francis Drake termine su partida de bolos para darles una paliza.

Bajé la cabeza, humillado. Yo preguntaba dónde estaba la estación de Paddington pero nadie me entendía y yo me ufanaba de saber hablar la lengua del imperio. Gotas de sudor y de lágrimas caían sobre las páginas de mi diccionario Collins. Aquel día lloré más que nunca. Nadie me entendía, ni me ayudaba. Me puse a rezar acurrucado en el extremo de un vagón pidiendo a la Virgen que me ayudara a encontrar el camino de regreso pues maldita la hora que había yo avistado los blancos acantilados de Dover. Quiero irme a casa. Sin embargo, después de casi dos horas de andar perdido en el subterráneo avisté un cartel que ponía Paddington. Hacía un calor bochornoso. Lo que más me llamó la atención fue el olor de Londres así como la homogeneidad de los rostros impávidos, el goteo de las pisadas apresuradas, la inmensidad de aquella urbe que olía a zotal y a ropa vieja. Me senté en un banco y ya dispuesto a pasar la noche tendido sobre la madera con el macuto de mis pertenecías cuando escucho a alguien que me hablaba en español:

─Hola

─Buenas.

─Me llamo Pablo, soy de Madrid. Vine a Londres y trabajo de friegaplatos y ¿tú?

─A Evesham a un campo de trabajo en Worcester. Perdí el tren y el próximo convoy no sale hasta mañana a las diez.

─ ¿Tienes habitación?

─Dormiré echado aquí a la luna de Valencia.

─No se puede. Te detendrá la poli. Si quieres, yo tengo un sitio en mis lodgings. Puedes venir conmigo a mi posada. No te cobraré nada. Es gratis.

No encontré sospechosa la propuesta de Pol. No quería que le llamase Pablo en español. Pol a secas. Que me ayudó a portar mi pesado equipaje sin asustare del estruendo de mis botas de artillero que taconeaban con estruendo por el malecón.

─Bueno vamos.

En ese momento pasó una niña jamaicana de madre negra y padre blanco, mezcla de razas. Londres era ─iba a ser, estaba siendo con la pérdida de las colonias─ un melting pot. El padre iba leyendo un periódico sábana “News of the World” y estaba entrando en agujas una máquina de vapor. Por la ventanilla se asomaba un fogonero rubiales con la cara tiznada de carbón. El tren era el mixto de Cardiff. Gales siempre estuvo en mi imaginación. Era la patria de Tom Jones.

Mi huésped vivía dos calles más arriba, un cuartucho interior en sótanos que compartía con otros estudiantes. Baño no lo había y había que mear en un sillico. Mientras meaba y me desnudaba el tipo se quedó mirando, una mirada de lascivia que no había visto yo nunca. Esos ojos me hacían daño y le pedí que se volviese de espaldas mientras yo evacuaba mi vejiga. No hizo caso. Se abalanzó de pronto sobre mí queriéndome besar.

─Túmbate ahí y yo te digo cositas.

Santo Dios. Pegue un brinco que debió de despertar a todos los huéspedes. El landlord bajó del piso de arriba en paños menores con una linterna mientras yo chillaba con toda la fuerza de mis pulmones:

─No por Dios. A mí maricones.

Me vestí como pude y salí de estampida regresando a la estación con mi macuto a cuestas y con mis estruendosas botas del ejército español que a esas horas de la madrugada quebrantaban el silencio de la capital inglesa. Taconeaba con rabia como diciendo adonde me habré metido.

 Paseando junto a un furgón de correos y con las manos puestas en las posaderas no fuera a regresar aquel infame maricón transcurrió toda la noche hasta que tomé el tren de Fladbury. Mi entrada en Londres no fue nada triunfal pero la voz de Shakespeare me llamaba y unos ojos acariciadores me miraban en la lejanía. Eran los de la Suzi. Mi primer encuentro con la gran metrópoli donde pasaría después los años más deliciosos de mi juventud no pudieron ser más torpes. Lo mismo que el postrero cuando traté de trabar contacto con mi hija Helen y un ucraniano quiso matarme con una flecha de jugar a los dardos. El primero no encontró el ojo del culo y el segundo no atinó a la cabeza porque mi ángel de la guarda puso la mano.

El campo de trabajo de Fladbury era un verdadero Lager o campo de concentración, un invento de los ingleses en Rhodesia maloliente, los camastros atestados de piojos y de chinches donde nos mataban de hambre. Lo mejor era el desayuno, palomitas de maíz y té azucarado, mientras sonaba en el comedor la música de los Beatles. Escuché allí a los Beatles por primera vez. Soñaba con tener novia, aquellas ojizarcas minifalderas pero a los operarios de los campos de trabajo no nos dejaban entrar al baile y a la puerta de los pubs había un cartel que ponía “no dogs and strawberry pickers allowed”. Aquellos campos eran la tierra de Shakespeare. Había un parque detrás de una iglesia gótica destruida por  los puritanos de Cromwell donde tendidos en la hierba las parejas se arrullaban y hacían el amor. Como comía poco, yo estaba muy cansado y enflaquecí. Era un trabajo a destajo. Llenabas una cesta y te daba el capataz un chelín. Tantas cestas tantos chelines. Había un español de Salamanca que era un pícaro y a veces en cada cesta que llenaba introducía una piedra por debajo. A veces colaba, y a veces no. Todos envidiábamos a un alemán llamado Gunter que era una verdadera máquina. Mientras nosotros tardábamos una hora en la recolección de frambuesas, él acababa la cesta en unos minutos. El maldito Conejo que aparte de mal educado era un tipo sin ley sabiendo que era alemán y cuando salió la conversación sobre Hitler dijo que a él el Fuhrer le tocaba los huevos. Dicho esto, Gunter soltó el cesto y se arrojó al suelo y empezó a gritar y a darse golpes contra el suelo con la cabeza. Más que llorar berreaba. Se produjo un escándalo. Vino el warden o guardián que había sido sargento mayor en la infantería británica y empezó a consolar al muchacho, un detalle de la tradicional compasión británica. Por lo visto Gunter había perdido a su padre y sus dos hermanos en la Wehrmacht y su madre pereció en el bombardeo de Dresde. Para mí fue lo más desagradable de aquella peripecia: la maldad de mi compatriota y la bondad del guardián del Lager. A los pocos días pedí la cuenta y tomé las de Villadiego camino de París. Esta vez no me perdí en el metro de Londres y dije adiós a los blancos acantilados de Dover a toda prisa. No sabía yo entonces que haría el camino de ida y vuelta a lo largo de mi vida porque he de decir con Graham Green (título de una de sus novelas) “England made me”. Es decir: que mi carpintería mental fue construida con madera inglesa

 

Jueves, 09 de octubre de 2025

miércoles, 8 de octubre de 2025

 

Maduro firmó el Acuerdo de Asociación Estratégica entre Venezuela y Rusia

 
 
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ES
Foto: REUTERS/Leonardo Fernández Viloria

El presidente venezolano, Nicolás Maduro, firmó un decreto que promulga el Acuerdo de Asociación Estratégica y Cooperación con Rusia con motivo del cumpleaños de Vladimir Putin . Así lo informó el 7 de octubre el canal de televisión VTV .

"A partir de hoy, esta ley entrará en vigor como ley de la República. Estoy muy agradecido con la Asamblea Nacional, que agilizó su revisión y debate. Aquí está, junto a mí, hoy, en el cumpleaños del presidente Putin", declaró el presidente venezolano durante una reunión con el embajador ruso en Caracas, Sergei Melik-Bagdasarov.

También destacó la importancia de este documento legal, que establece una hoja de ruta para la cooperación bilateral para la próxima década.

El 26 de septiembre, durante una reunión con el Ministro de Relaciones Exteriores de la República Bolivariana de Venezuela, Iván Gil, en el 80 período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU) en Nueva York, el canciller ruso, Serguéi Lavrov, afirmó que el uso de la presión contundente sobre Estados soberanos como instrumento de política exterior es categóricamente inaceptable .

Todas las noticias importantes están en el can

un escritor rechazado pero que no ceja

 

‘In a typical week, I get a rejection every few days.’ Illustration: Mark Long/The Guardian

‘Stay true to yourself – and fly closer to the sun’: what I’ve learned from 50 years of rejection

As a writer, I have been rejected thousands of times, and it initially led to shock, denial and anger. Then I accepted it. Here’s what you can gain from doing so too

Getting rejected, especially if it happens repeatedly, is not a great experience. Someone is turning you down cold, taking a hard pass, telling you: “Nope.” I work as a writer, so I am no stranger to rejection. I started pitching story ideas and submitting manuscripts 50 years ago, when I graduated from college. In that time, I have had two novels rejected, as well as proposals for nonfiction books, short stories and numerous pitches for articles. Over the last 20 years, since turning my hand largely to personal essays and op-eds, I have been rejected even more. In a typical week, I get a rejection every few days – more than 100 times a year. Rejections accumulated over the course of my career run in the thousands. By now, I should have a PhD in rejection.

So is this feature to be a woe-is-me rant? Far from it. Because, finally, at the age of 73, I have accepted rejection.

How have I managed this? How have I equipped myself to take a setback in my stride – or even shrug it off?

Some context: By this stage in my life, just about everyone and their distant cousin has given me a thumbs-down. I’ve never kept score of my win-lose ratio – doing so would be deeply dispiriting.

A case in point: recently, a newspaper editor I work with nixed 20 submissions in a row before saying, “OK, I’ll take it,” to one. In 2016, no fewer than 50 book publishers vetoed my proposal for a memoir before one gave me the green light. A few years later, 25 literary agents declined a nonfiction book proposal. One editor to whom I frequently submitted work became so frustrated with my submissions that she asked me a question no editor had ever asked me before: would I please send her my potential guest essays less often? Say, once a month?

In my 20s, when starting out in my career, all rejections stung. I took them personally. It was not just my work being rejected, I felt, but me as a person.

No sooner would a manuscript be rejected than I would start to undergo what I’ve called the “seven stages of rejection”:

First, the shock. How could this happen? How could these people be blind to my talent?

Second, denial. Surely you’ve rejected the wrong person? This must be an administrative error.

Third, dismissal. What do any of you know? Who appointed you to hand down rulings on my labours? You’re stupid and your publication stinks. I reject your rejection.

Fourth, anger at those who rejected me, followed by anger at myselfWhy do I do this to myself? Why do I let myself in for these slings and arrows from strangers rendering verdicts on my work? Am I a masochist or martyr?

Fifth, bargaining (preferably liberally seasoned with delusion). What will it take to convince you to recognise me as a once-in-a-generation talent?

Sixth, depression. I’m no good. What’s more, I’ll never be any good.

So it went through my 30s, 40s and 50s.

Of course, I was in excellent company. Tales of writers whose work was initially rejected are legion. Herman Melville’s Moby-Dick. Mary Shelley’s Frankenstein. James Joyce’s Dubliners. Vladimir Nabokov’s Lolita. Joseph Heller’s Catch-22. Almost every writer of repute was initially spurned. If they could overcome rejection, then maybe I could, too. Michael Jordan was dropped from his high school basketball team. Most US presidents over the last 60 years had previously lost elections of some sort: Lyndon B Johnson, Richard Nixon, Jimmy Carter, Bill Clinton, Ronald Reagan, George HW Bush, Barack Obama and Donald Trump. Sylvester Stallone estimates that his script for Rocky and his bid to be the film’s star were turned down 1,500 times. “I take rejection as someone blowing a bugle in my ear to wake me up and get going, rather than retreat,” he has said.

Then, as I reached my 60s and my 70s, I entered the seventh stage of rejection. Acceptance. Now, I better understand the many reasons why someone says no. For starters, an editor may have recently run a similar piece, or already have one in the pipeline, or just be contemplating something along the same lines for another contributor to pursue.

Or, less promisingly, my pitch is of limited interest. Or the editor believes I lack the credentials or stature to fit the bill. Or is no longer in the market for the wares I am peddling. Or was too distracted and read my submission too fast to appreciate its abundant merits.

Go ahead, call it an epiphany. Anything can be rejected, and for any reason, and there is pretty much nothing you can do about it. Certain rationales for rejection are forever beyond your control.

Others are within it. Let’s face it, my pitches and submissions may from time to time be ill-conceived. They may lack relevance and resonance, or the point I am struggling to articulate is insufficiently dramatised. Or I’m being flagrantly unoriginal. Or maybe something about my punctuation, particularly semicolons, was offensive.

The point is that, despite all my years of exertion and rejection, I have managed to get widely published. I’ve authored two books – my first when I was 51, my second, a memoir, at 65 – and more than 1,000 articles and essays. Those pieces have appeared in publications large and small, in local, national and global newspapers and magazines. My first op-ed ran in the New York Times when I was 26 – and I have now contributed to that publication, among others, for five decades.

Still, no bestsellers, no book signings at Barnes & Noble, no appearances on Oprah, no Ted Talks, no book awards, no Pulitzers, no Nobel, and no Presidential Medal of Freedom draped around my neck. But I can more readily accept rejection at 73, because my, admittedly modest, successes have cushioned the jolts of my many rejections. I can afford to be philosophical about it all now.

Rejection can be instructive, but only if you listen to what it’s trying to teach you. Otherwise, you will probably just keep taking rejection all wrong. So what lessons have I learned?

Here’s my advice. First, go over your rejected pitch. I mean, pore over it as if you were a monk transcribing ancient Greek in a medieval scriptorium. You may see it afresh and glean how to make it better. If you decide your idea is still up to snuff, terrific. Immediately send it off to another, presumably more discerning person for a second opinion. Recycling keeps your hopes alive. If, though, as I all too often do, you find your idea wanting, then tweak it or even completely overhaul it. I sometimes realise, much to my dismay, that my opening belongs at the end, or vice versa, or some variation thereof.

When you get down to it, rejection can do you a favour. It forces you to face objective reality. You find out, perhaps contrary to your longstanding expectations, that an entire universe exists outside your own head and the opinions of others might matter as much as yours. The market has spoken, much as voters do in an election, and its decision deserves some respect.

Rejection can also fortify your spirit. It knocks you down and defies you to get back on your feet. You learn humility because nothing better instils humility than being utterly humiliated. It can stiffen your resolve, too, because the more you are rejected, the more mightily you might strive to break through. Rejection gives you an education in the art of resilience, the capacity to bounce back from failure, an attribute essential to sustaining an entrepreneurial mindset.

By no means am I recommending rejection as a desired outcome or a stepping stone to success. But in the best of scenarios, rejection may inspire us to stay true to ourselves and fly closer to the sun. Rejection can prod you to believe you not only can do better but also should do better, have to do better, and will do better. “Rejections,” said the Nobel prize-winning novelist Saul Bellow, “teach a writer to rely on his own judgment and to say in his heart of hearts, ‘To hell with you.’”

And so it is that I now embrace rejection. Granted, it’s easier for me to confess my vulnerability and revel in my newfound change of heart than it is for writers decades younger than I.

Here’s what I told my daughter, Caroline, as she started her career as a freelance writer in her late 20s – but the advice, I think, would apply to how any and all of us choose to live our day-to-day lives. “Rejection is tough,” I wrote. “What I do – and what you may do – is pretty simple. First, write as well and as truly as you can. That’s always priority number one. Second, write about what matters to you and give it the time it needs to ferment. Third, stay productive – the more you create, the better your prospects. Always have something in development, whether you’re just daydreaming about it, taking notes about it or actually writing it. Fourth, keep at it. Fifth, as long as you have faith in yourself, it will pay off.”

If I’ve learned anything at all from getting older – and I must have picked up something by now – it’s that life can be a yes or a no. So the sooner you learn to adapt to no, the sooner you’ll have a shot at yes.

 Bob Brody, a consultant and essayist, is a former New Yorker now living in Italy. He is the author of Playing Catch With Strangers: A Family Guy (Reluctantly) Comes of Age (Heliotrope Books)

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